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Miró de nuevo su reloj, las siete de la mañana. Llevaba más de una hora esperando pacientemente a que su futura esposa se despertara por sí sola. No parecía que eso fuera a suceder, aceptó resignado. Habían hablado hasta bien entrada la noche y después sellaron su compromiso haciendo el amor como locos.

 

              En ese momento, Elle intentó alejarse de sus brazos para darse la vuelta. Robert sonrió impaciente. Era su oportunidad, impedirle la retirada haría que se espabilara. Aguardó inquieto… Nada, no se había inmutado.

 

Estaban desnudos y sentía su cuerpo pegado al suyo. La luz de las farolas se filtraba bajo la persiana dejando la habitación en una suave bruma. No era suficiente, necesitaba verla. Extendió el brazo y encendió la lamparita que tenía junto a la cama. Ahora sí.

 

Se retiró apenas unos centímetros y admiró sus pechos llenos y redondos. Ella se movió y aquellas preciosidades oscilaron ofreciéndole el homenaje de su vaivén erótico y sensual. Pellizcó un pezón con firmeza y recibió la respuesta inmediata. Dejó que descansara su espalda sobre el colchón y procedió a repetir la experiencia con el otro. Estaba maravillado. Con el dedo índice dibujó sus curvados contornos. La deseaba más de lo que podía admitir, incluso para sí mismo. Por enésima vez recorrió su cuerpo con la mirada y se descubrió tan excitado que supo que podría correrse sin problemas. Se estaba comportando exactamente igual que un crío en su primera incursión sexual. Y él que se consideraba curtido en ese terreno… Era de risa, aquella criatura lo dejaba fuera de juego continuamente.

 

Comenzó a desesperarse y decidió dejarse de sutilezas.

 

-Despierta dormilona –le mordisqueó el lóbulo de la oreja con auténtico placer -. No aguanto más, te necesito.

 

Elle abrió los ojos lentamente. Estaba sobre ella, apoyado en los antebrazos para no hacerle daño. Su mirada se había oscurecido y la contemplaba con cierto apuro.

 

-Usted dirá señor Newman –una sonrisa ladina iluminó su cara. Sentía su erección en la pierna y no imaginaba nada mejor que empezar ese nuevo día haciendo el amor con aquel maravilloso hombre. En un mes estarían casados, se recordó una vez más.

 

-¿Estás jugando conmigo? –sonrió él sobre uno de sus pechos -. Puedo hacer que te arrepientas.

 

Deseo arrepentirme fervientemente, pensó extasiada. Se perdió en sus ojos y los estudió minuciosamente. Lo que descubrió la asustó, ese hombre la deseaba de verdad. Su iris había adquirido una tonalidad de verde tan oscura que dificultaba el dibujo de la pupila. Acarició sus brazos sin dejar de mirarlo y repasó sus pectorales concienzudamente. Le gustaba sentir su fuerza. Acariciarlo sin miramientos le valió una mirada de aprobación que la estremeció hasta la médula. Volvió a su pecho, el fuerte ritmo de su corazón la descolocó. Estaba a cien y eso lo había provocado ella. Posó su mano sobre el febril órgano y lo sintió gemir. Lo contempló fascinada y se sorprendió de la crudeza de sus propios sentimientos, deseaba hacerlo gritar de placer.

 

-El tono que estás utilizando no es el más apropiado –le susurró al oído -. No me das miedo.

 

Robert frotó su cara entre sus pechos y, sin pensarlo, los mordió con fuerza. Después, la observó retorcerse entre sus brazos.

 

-¿Y ahora? –preguntó con vehemencia.

 

-Sigue sin darme miedo señor Newman –suspiró embriagada por el deseo-. Ni un poquito…

 

Robert gruñó sobre su ombligo y descendió lentamente hasta alcanzar la perfección de sus caderas. Deseaba tanto que le diera un hijo que por un instante imaginó su vientre abultado. Estaría preciosa.

 

Descansó la cabeza sobre su abdomen y la sintió respirar con fuerza.

 

-Soy feliz –dijo bajito.

 

Elle contuvo el aliento. Las palabras habían brotado del hombre con tanto amor que experimentó una especie de sacudida. Nadie podrá destruir lo que tenemos, pensó inquieta. Esa reflexión la dejó respirar con normalidad. No eran más que miedos comprensibles que debía desechar de inmediato, se dijo envalentonada.

 

Lo sintió descender lentamente hasta alcanzar sus profundidades y quedarse inmóvil. Se elevó sobre los codos y lo contempló avergonzada.

 

-¿Robert? -Sus ojos se encontraron y volvió a sorprenderse de la intensidad que vio en los de su futuro esposo.

 

-Yo… ¿Puedo? –su voz ronca la alteró.

 

No supo si había entendido bien. Su inexperiencia era de lo más inoportuna. Deseaba no estar equivocada. Sin apartar los ojos de los del hombre, abrió las piernas y se entregó a él en una ofrenda de amor y confianza. Desde que compartieron aquellas caricias en su despacho, siempre le pedía permiso. Lo amaba.

 

Robert elevó la vista hacia ella y se quedó extasiado. Los grandes pechos sobresalían sobre su estómago plano. Parecían dos montes coronados por empinados montículos granados. Bajó hasta la estrechez entre sus piernas y dejó que la visión de su pubis completamente depilado se grabara en su retina.

 

Se acomodó mejor entre las sábanas y, lentamente, separó los pliegues menores que protegían su hermosura.

 

-He deseado hacer esto desde el día en que te conocí –declaró con la voz desgarrada y comenzó a adorarla con suma delicadeza.

 

Elle no podía dejar de observarlo, estaba maravillada. Sentirlo entre sus piernas la desbordó por completo. Estaba experimentando la grandeza de su femineidad de forma sensual y plena. Las sensaciones eran tan abrumadoras que cayó sobre la almohada. Nuevos e inesperados senderos se abrieron ante ella. La lengua del hombre la acariciaba ahora con demasiado ímpetu infligiéndole un delicioso tormento. No dejaba de sorprenderla el deseo tan visceral que parecía sentir él. La mantenía firmemente sujeta, como si temiera que pudiera huir y la acariciaba con desenfreno. No resistió demasiado. Las sacudidas llegaron a su encuentro de forma brusca y tumultuosa.

 

Robert se armó de buenas intenciones y se adentró despacio en la esencia femenina. Deseaba tanto complacerla que temblaba ligeramente. Comenzó su baile íntimo bastante controlado. Elle lo contempló con los ojos iluminados por miles de motitas verdes y con la cara tan arrobada que el arquitecto tuvo que apartar su mirada con rapidez. Se había abierto para él completamente mostrándole su intimidad sin ningún pudor. Madre mía, qué hermosa era.

 

Aquello no iba bien. Los gemidos de su chica alcanzaron proporciones gigantescas y lamentó no estar en su propia casa. Haciendo un esfuerzo sobrehumano consiguió mantener cierto dominio sobre sí mismo. Podía hacerlo, pensó preocupado.

 

En ese momento, la oyó decir una retahíla de palabras que no llegó a entender, cuando elevó las piernas y lo rodeó con ellas, mirándolo con aquellos ojazos, supo que había perdido. Los siguientes segundos fueron de descontrol. Se corrió en su interior entre grandes alaridos.

 

-Nunca, jamás, en toda mi vida, en ningún momento, ninguna vez, ni en sueños… he sentido esto –reconoció aturdido. ¡Joder!, había sido el mejor polvo de su dilatada experiencia sexual. No salía de su asombro.

 

Elle sonrió ante sus palabras. Se encontraba atontada y desorientada. Era difícil de creer que pudiera darse ese grado de comunión entre dos almas. Había desaparecido todo lo que la rodeaba y sólo existían ese hombre, que aún permanecía en su interior, y ella.

 

-No voy a salir todavía –le advirtió sobre su boca sin dejar de contemplarla.

 

-Mmmm –musitó incapaz de decir nada más.

 

-Espero que en breve estés más parlanchina -dijo su chico extremadamente orgulloso -. Creo que me he ganado algo más que un insulso ronroneo.

 

Ella sonrió negándose a abrir los ojos. Estaba en la gloria y se iba a permitir unos minutos más en tan placentero lugar.

 

-Bien –suspiró satisfecho.

 

-Bien –pensó ella sin poder articular palabra.

 

Salió de su intimidad con tacto y la abrazó teniendo mucho cuidado de que se produjera ese encaje perfecto. La sintió relajada en sus brazos y una vez más se sorprendió de lo delgada que estaba. Tendría que alimentarse mejor o dejar de correr tanto, estaba en los huesos. Repasó mentalmente lo que leyó en el hospital y comenzó a enfadarse.

 

-No me dejas respirar –susurró medio dormida.

 

Robert aflojó el agarre y la besó en el pelo. Nadie le haría daño nunca más, antes tendría que pasar por encima de su cadáver.

 

La dejó dormir, él no podía hacerlo porque estaba repleto de adrenalina. En un mes sería su esposa y no volverían a separarse. Sonrió para sí mismo y apagó la luz. Algo habría hecho bien si el destino le tenía reservada aquella bendición.

 

 

 

-¡Oh, Dios mío! Llego tarde –gritó Elle al girar la muñeca de su chico y ver la hora que marcaba el tesoro lunar.

 

Intentó salir de la cama pero un cuerpo duro y pesado se lo impedía. Era igual de grande que un armario ropero, se dijo frustrada.

 

-Cariño, tengo que vestirme –dijo intentando apartarlo con suavidad -. Llego tarde.

 

Robert no movió ni uno solo de sus trabajados músculos.

 

-Está diluviando, es sábado y son… -miró su reloj rosado- las nueve de la mañana. A no ser que tengas hambre, no nos movemos de la cama.

 

Sonrió y el efecto de la barba y de su expresión la dejó aturdida. No perdía atractivo ni recién levantado.

 

-Tengo cita con mi psiquiatra –dijo con gravedad -. Quiero empezar mi vida contigo completamente renovada y nos vamos a Alemania en un mes. No dispongo de mucho tiempo -al decir la última frase pensó en Suzanne y se sintió fatal. Qué injusta era la vida.

 

Robert la contempló desde su posición y dejó de sonreír.

 

-¿Psiquiatra un fin de semana? –arrugó el ceño y la observó preocupado.

 

-Sí, es una mujer excepcional que ha decidido hacerme un hueco en su vida –lo miró fijamente -. Me está ayudando y no pienso pagarle dejándola plantada. Así que, señor Newman, levántese y ayude a su prometida a no llegar tarde.

 

Al decir prometida Robert le cogió la mano y contempló orgulloso el anillo en su dedo.

 

-Vale, pero primero explícame por qué necesitas un loquero -la besó en el cuello y esperó calmado.

 

Elle intentó alejarse del cerco de sus brazos pero él no se lo permitió.

 

-Si me sigues aplastando… vas a acabar conmigo –comenzaba a estar agobiada. No era el mejor momento para confidencias. La burbuja era tan grande y tan perfecta…

 

-Espero ansioso -Robert sabía que aquello no podía ser fácil para ella. Cogió su rostro entre sus manos y la besó con cariño. Después cambió de idea, no quería forzar las cosas -. Sé escuchar y te amo. Esperaré a que estés preparada.

 

Elle comprendió que su prometido se había replegado en una actitud defensiva. No deseaba que ella le hiciera preguntas y eso era exactamente lo que haría si comenzaba a responder las suyas. Conocía bien esa reacción, la había inventado ella.

 

Dejó para mejor momento las confesiones y corrió a ducharse. Necesitaba hablar con Beesley de forma urgente. Había tocado el piano sin resultar traumático y eso era tan extraordinario que no acababa de procesarlo. En su fuero interno temía que se tratara de un sueño y que en cualquier momento se impusiera de nuevo la realidad.

 

Robert la vio entrar en el baño. El movimiento de sus senos desnudos lo perturbó por un instante, después sonrió confiado. Cómo le gustaba mojada y en la ducha…

 

 

 

-Debo advertirte que la próxima vez que entre en el baño echaré el pestillo –masculló Elle mirando su apurado reloj -. Llego tarde.

 

Robert la miró de reojo. Estaba tan bonita con aquel pequeño mohín de enfado que perdió unos segundos en contemplarla a ella y no a la calzada. La amaba como un tonto y la deseaba como un loco. ¿En qué lugar lo dejaba eso?

 

-Pequeña, debo reconocer que desde hace algún tiempo no sólo me inquietan las camisetas sobre tu cuerpo sino también el agua deslizándose por tu piel –sonrió con malicia -. Así que no seas ingenua, ninguna puerta me va a impedir que te tenga.

 

El tono de voz que había utilizado era tan profundo que Elle se sobresaltó al escucharlo.

 

-Un momento –de pronto cayó en la cuenta -. Recuerdas perfectamente lo que sucedió en mi baño. Te refieres a eso ¿verdad?

 

Robert desvió la mirada, cómo contar lo que sintió aquel día. Mejor mantenía un discreto silencio.

 

¡Mierda!, habían llegado a un semáforo.

 

-¿Robert? –se volvió hacia él y estudió su rostro con atención -. Creo que debo aludir a tu filosofía vital: no mentir, no mentir y no mentir. ¿Se me olvida algo? ¡Ah sí! No mentir.

 

Su sonrisa le arruinó los planes iniciales. La cara se le había iluminado como por arte de magia y los hoyuelos se marcaron profundamente en sus mejillas mostrando unos labios carnosos y unos dientes perfectos. Se quedó atontado mirándola. Esa chiquilla le resultaba irresistible. Trató de recomponerse y continuó como si no le doliera la tapa del pecho.

 

-Puede que recuerde alguna cosa –dijo como de pasada. En realidad, no había día que no reviviera la escena. Se había convertido en su película favorita.

 

-Vaya, vaya… Robert Newman mintiendo, quién lo diría –reflexionó Elle en voz alta y, sin poder evitarlo, recordó sus palabras tratando de imitarlo-. Aclaremos algo importante de una vez. No admito las mentiras. Para mí no hay mentiras grandes o pequeñas. Todas son detestables. Ni siquiera admito una mentira piadosa. Si me mientes, te apartaré de mi lado. No hay justificación en una mentira, por lo que no me dolerá hacerlo. No soporto que me mientan. ¿He sido lo suficientemente claro esta vez?

 

Robert estalló en carcajadas. Era única.

 

-Tú ganas –continuó sonriendo, pero no añadió nada más.

 

-Sí, yo gano –dijo contenta.

 

Las cosas funcionaban, de hecho, no podían ir mejor, pensó entusiasmada.

 

 

 

La dejó en una cafetería cercana a Central Park. Suzanne le había mandado un mensaje citándola allí. La lluvia no permitía otra posibilidad.

 

Antes de bajarse del coche, Robert la había abrazado con tanta fuerza que tuvo que recordarle que no se iba del país. Entró en el local todavía impresionada por los problemas del hombre para dejarla sola. Sus inseguridades eran llamativas y muy extrañas. Tendría que hablar con él de una vez por todas.

 

Vio a Suzanne junto a un ventanal y se acercó a toda prisa. La psiquiatra llevaba un cortaviento en dos tonos de rosa. Había encontrado una prenda deportiva sin ninguna muñequita, se dijo pensativa. Tenía que confeccionarle ropa a aquella formidable e increíble mujer. Los motivos infantiles eran demasiado.

 

-Por fin –dijo Beesley mirándola directamente -. Veinte minutos. La próxima vez no esperaré.

 

-Lo siento –convino con una mueca de disgusto. Después decidió ir al grano -. Anoche acepté una proposición de matrimonio y aunque no es excusa, me he dormido esta mañana. Me caso en un mes y abandono los Estados Unidos.

 

Suzanne la observó sorprendida. Procesó sus palabras y registró un dato significativo: un mes…sólo disponían de un mes.

 

-Bien –habló en voz alta -. ¿Debo entender que el tema sexual está resuelto? Stella había descrito alguna casuística al respecto.

 

Elle miró a su alrededor avergonzada. Nadie parecía haber oído las palabras de la sutil doctora. Esa mujer era más borde aún que Nat.

 

-Sí –reconoció muy bajito -. Creo haber superado ese aspecto.

 

La camarera interrumpió toda explicación que viniera a continuación.

 

-¿Qué desea tomar?

 

-Café con leche, zumo de naranja, tostadas, huevos, salchichas, jamón y tarta de chocolate –sonrió ante la expresión de la muchacha -. Gracias, creo que es todo –después miró a Beesley y no pudo evitarlo -. ¿Qué estás tomando? Tiene un aspecto de lo más siniestro.

 

Miró el vaso y frunció el ceño. Parecía sangre.

 

-Zumo de tomate –aclaró la psiquiatra -. Rico en vitaminas A, B, C, E y K.

 

Sonrió encantada, le acababa de recordar a sí misma.

 

Suzanne la contempló con cariño. Le gustaba aquella chica. Lo que no alcanzaba a comprender era el tema del matrimonio. Cuando pensaron que iba a morir, no había aparecido ningún príncipe azul.

 

-El problema era tu cuerpo –la psiquiatra la observó analizando su rostro -. ¿Te hicieron algo en ese sitio del demonio?

 

Si no fuera una pregunta tan delicada, hubiera sonreído con ganas. Verdaderamente, aquella mujer no tenía pelos en la lengua.

 

Volvió a mirar de izquierda a derecha y se esforzó en hablar en voz baja.

 

-Me dejaban desnuda para forzarme a trabajar –tomó aire -. Todos se mostraban indiferentes hasta que… bueno hasta que empecé a transformarme –se miró los pechos con pesar -. Realmente, para todos los investigadores era una especie de cobaya…

 

-¿Quién fue el cabrón que consiguió que no quisieras desarrollarte? –interrumpió la psiquiatra exasperada.

 

-El brillante doctor y científico Arthur Lendel –musitó pensativa.

 

Suzanne le dirigió una mirada profunda. La reacción de la muchacha había sido positiva. Podía hablar de aquel hijo de puta. Era cierto que lo estaba superando.

 

-¿Qué te hizo? –la voz de la doctora se dulcificó hasta unos extremos insospechados.

 

-Entre otras cosas, consiguió que odiara mis senos –sonrió aturdida -. Todavía no puedo llamarlos tetas -la cara de Elle se había apagado y sus ojos brillaban conteniendo las lágrimas.

 

-Ahora lo has hecho –matizó Suzanne - y no ha sucedido nada.

 

-Sí –medio sonrió-. Ese tío me rozaba siempre que podía. Se excitaba hablándome de obscenidades…y se masturbaba mirándome…

 

-¿A quién recurriste? –inquirió la doctora sin dejarla terminar.

 

-A nadie. Desgraciadamente, en aquel lugar no se podía acudir a nadie –suspiró con fuerza -. Si hubiera estado más tiempo en el Programa creo que me habría violado. Durante años he odiado todo lo que me recordaba a ese hombre. Ni siquiera soporto el vello púbico…

 

-Me hago cargo pequeña, no necesitas extenderte más –masculló Suzanne. Estaba desolada, menuda entrada en la pubertad había tenido aquella hermosa niña. Si no estuviera trabajando habría maldecido hasta quedarse nueva. Lo que empezaba a comprender es que esa criatura era excepcional en más de un sentido. A su manera, se había protegido de todo el mal que la rodeaba y se había protegido bien. La admiró en silencio. 

 

Después de unos minutos callada, la psiquiatra volvió al ataque. El tiempo se le acababa, maldita la gracia.

 

-Siempre que leo tu expediente hay una pregunta que no deja de asaltarme –los ojos de la mujer la analizaron con intensidad, daba un poco de repelús, pero Elle no apartó la mirada -. ¿Qué sucedió realmente con el rapto? Tu informe no dice nada al respecto y que te lleven con doce años debe dejar alguna huella.

 

Elle respiró con dificultad y se armó de valor.

 

-No me raptaron o, al menos, no con intención sexual –miró a su interlocutora y la descubrió esperando atenta su respuesta-. El portero del edificio me … quiero decir, yo estaba…Esto es difícil…Voy a empezar de nuevo –tomó aire profundamente y trató de hablar como si aquello no fuera con ella -. El señor Walter Bratton me salvó la vida. Trabajaba en el turno de la tarde y me encontró en varias ocasiones cubierta de cables y sin sentido. Era uno de los conserjes del edificio –suspiró con fuerza -. Ni yo me lo creía. Finalmente, un hombre de color negro, sin recursos y con una gran familia a la que mantener se lo jugó todo por salvar a una cría desconocida. Me sacó de allí y me llevó a la policía. Su declaración acabó con el Programa… yo apenas podía hablar. Se protegió su identidad y se inventaron esa ridícula historia. Aquel ángel negro me demostró que el hombre no siempre es un lobo para el hombre –añadió pensativa.

 

Suzanne se quedó callada. Meditó sobre las palabras de la muchacha y comprendió toda la complejidad que guardaba en su interior. Había definido a aquel hombre como un ángel, quizá porque lo sintió como si lo fuera; su ángel de la guarda, tenía doce años. Y, además, aludía a la filosofía de Hobbes. No podía decir más con menos. Había dejado de creer en el ser humano y Bratton le demostró que estaba equivocada y que aún quedaban buenas personas en el mundo.

 

Continuaron calladas un buen rato. La camarera se acercó y desplegó un mantel de papel blanco. Elle esperó a que terminara de dejar los platos en la mesa y comenzó a comer con auténtico deleite. Todo eso formaba parte de su pasado y ahí era donde se iba a quedar. Estaba superando el tema de la tortura, por fin había aceptado su cuerpo, amaba hasta la locura a un hombre maravilloso y mantenía relaciones sexuales sin traumas de ningún tipo. Comenzaba a sentirse una persona completamente distinta. Se estaba curando.

 

Se oyeron ciertas risitas en las mesas cercanas y se dio media vuelta para comprobar la causa de los cuchicheos. No deseaba ser motivo de escarnio público. Cuando lo vio, sonrió comprensiva, no podía ser otra cosa. Robert estaba junto a ella con el pelo mojado y una expresión resuelta en la cara.

 

-Hola cariño –la besó en los labios ligeramente -. He encontrado aparcamiento por casualidad y me he acercado para saludar a tu doctora –bueno, la casualidad había sido un restaurante de lujo a cinco manzanas de allí, pero eso quedaba entre él y su conciencia.

 

Robert miró a Suzanne con una gran sonrisa en los labios. La cara del hombre se había relajado y estaba tan atractivo que, por un momento, Elle se preguntó si la psiquiatra se contaría entre los vivos.

 

-Robert Newman, Suzanne Beesley –dijo Elle sonriendo. La especialista seguía con la boca abierta.

 

-¡Madre de Dios! -exclamó la mujer -. No creo que pueda soportar tanta perfección.

 

La carcajada de Robert las devolvió a la realidad. A las dos.

 

-Encantado de conocerla –dijo estrechándole la mano con fuerza.

 

-Igualmente –contestó Suzanne con una sonrisilla tonta.

 

Elle lo hubiera abrazado por encajar con tanta naturalidad el aspecto físico de Beesley. Se había comportado como si aquella extraordinaria mujer no pareciera una niña pequeña. Cómo amaba a aquel hombre.

 

La camarera se acercó más que solícita y le lanzó una mirada a su chico que la dejó pasmada: caída de pestañas, sonrisa de infarto y exposición de busto. Asombroso.

 

Le quedaba tanto que aprender en el terreno de la seducción…

 

-Un café solo, por favor –Robert no reparó en la muchacha. Sólo tenía ojos para ella.

 

Sintió la decepción de la mujer. La comprendía perfectamente. Que ese hombre te dirigiera una sonrisa era como tocar el cielo. Podían preguntarle a Suzanne que todavía no se había recuperado de la impresión inicial.

 

-He creído que debía conocerla por si puedo ser de ayuda –al decirlo besó a Elle en la sien y la dejó seguir comiendo -. Ya veo que tienes hambre… –la cara del arquitecto era todo un poema a la noche de amor desenfrenado que habían vivido.

 

Elle advirtió que las implicaciones de lo que acaba de decir no pasaron desapercibidas para la psiquiatra y suspiró resignada. A saber lo que estaría pensando la buena doctora.

 

-Ya veo. Entiendo que hayas superado algunos temas, incluso te envidio - manifestó Suzanne sonriendo.

 

Elle dejó escapar una risita nerviosa. Aquella mujer era imposible.

 

-Mejor nos tuteamos –indicó Suzanne dirigiéndose al ingeniero-. Es agradable saber que podemos contar contigo, pero en estos momentos no te necesitamos –declaró sin cortarse en absoluto.

 

Robert las miró alternativamente y sonrió a la psiquiatra.

 

-Entendido doctora –levantó las manos -. Me tomo el café y me marcho.

 

Beesley le devolvió la sonrisa.

 

-Vaya, vuestros hijos no sólo serán guapos…

 

Elle pensó que cuanto más la conocía mejor le caía. ¡Qué forma de dar una de cal y otra de arena! Ante semejantes palabras, Robert bebió de su taza con lentitud y, cuando no le quedó más remedio, se despidió y abandonó el local.

 

Se hizo un silencio abrumador cuando el hombre las dejó solas.

 

-Podías haberme dicho que tu prometido era el famoso Robert Newman –farfulló Beesley-. Menuda cara de idiota he debido de poner.

 

-No te preocupes, es la que se le queda a la mayoría de mujeres que lo ven por primera vez –suspiró Elle regocijada.

 

-Eso me deja más tranquila –se carcajeó Suzanne -. Dios mío, qué hombre tan impresionante. En un momento más oportuno me tendrás que contar cómo se lleva que toda mujer a su alrededor se lo coma con los ojos.

 

La psiquiatra miraba a las chicas de las mesas próximas que no dejaban de espiar a Elle.

 

-Pues ahora que lo pienso, creo que lo llevo bastante bien –reflexionó en voz alta.

 

-Sí, eso me ha parecido –Suzanne la contempló desde otro prisma distinto. Aquella chiquilla era, en verdad, un raro ejemplar de ser humano. Mucho más que ella.

 

Elle contuvo el aliento unos segundos. Cada vez que recordaba que había vuelto a tocar se estremecía de dicha.

 

-Tengo tan buenas noticias que no sé por dónde empezar –dijo emocionada -. ¡He tocado el piano de nuevo! No creí que eso fuera posible.

 

En la siguiente hora analizaron la situación que la había llevado a dejar de manejar cualquier instrumento que emitiera algún tipo de sonido.

 

-¿Por qué ahora? –he ahí la pregunta que no dejaba de atormentarla.

 

-Esa no es exactamente la cuestión –espetó Suzanne -. ¿Por qué has dejado de huir? Llevas corriendo desde los cinco años. Piénsalo y la semana que viene lo analizamos.

 

Dicho lo cual la miró de arriba abajo y sonrió apreciativamente cuando descubrió que su paciente había venido provista de zapatillas de deporte.

 

- Ahora vamos a mover el esqueleto, ha dejado de llover.

 

Elle la miró con cariño. La doctora se mostraba increíblemente perceptiva e inteligente. Era cierto que llevaba toda la vida huyendo, pero no tenía ni idea de por qué había dejado de hacerlo.

 

Llegó al apartamento muy tarde. Después de despedirse de Suzanne permaneció mucho tiempo sentada en la parada del bus. Montones de ideas alocadas la asaltaban. ¿Cómo le iba a contar a su hermana que en un mes se convertiría en la señora de Robert Newman? o peor aún, ¿cómo explicar que se iba a Alemania y lo dejaba todo? Estaba segura de que a Hannah le iba a dar un síncope. Y, luego estaba Nanami, ¿qué debía hacer con su inversión? No podía ni quería echarse atrás. Madre mía, hasta sus estudios se iban a resentir.

 

Dejó pasar el tiempo. Las diferentes líneas de autobús se iban sucediendo y la gente entraba y salía de los vehículos. Encontraría la forma de hacerlo, se dijo observando la vida a su alrededor. Por primera vez, desde que conoció a ese maravilloso hombre, no tenía ninguna duda, quería pasar el resto de sus días a su lado.

 

 

 

Entró en el salón y se quedó absorta contemplando la escena. Matt estaba sentado junto a su inseparable Natsuki y, en el otro extremo del sofá, Robert permanecía sonriente mirando el televisor en compañía de sus amigos. Frunció los labios al percatarse de las tacitas bellamente decoradas que tenían delante. Siempre que las utilizaban era por algo especial y, desde luego, nunca con shochu. Probablemente se tratara de awamori que su amiga guardaba como un tesoro por ser el original y no el rebajado que se exportaba. Ahora comprendía la expresión de su chico. Aquellas miniaturas en cristal engañaban, tres de aquel mejunje te dejaban para el arrastre.

 

-Hola –siseó al darse cuenta de que estaban viendo una película.

 

-Hola –contestó Matt sin despegar los ojos de la pantalla–. Te estuvimos esperando para comer –dicho lo cual lanzó una mirada de reojo al arquitecto-. Muy impacientes, por cierto.

 

Apenas le dio tiempo de decir nada más, Robert la estrechó entre sus brazos con un anhelo demasiado grande para haberse visto unas horas antes.

 

-Hola nena, te echaba de menos –le cogió la cara y la besó con avidez.

 

-Hola profesor, yo también me alegro de verte –susurró bajito. Después se dirigió a su amigo -. He comido unos sándwiches Matt. Tenía que haber llamado pero me he despistado, lo siento chicos.

 

-No importa –le guiñó un ojo -. Hemos estado muy bien acompañados.

 

-Sí, tu profesor nos ha explicado algunos de los problemas de la fräulein –señaló Nat con picardía -. Los difíciles.

 

La puntualización hizo que Elle comprendiera que sus amigos no habían sabido qué hacer con su ex profesor en el salón. Esos problemas ya los habían resuelto en clase. Debía ser difícil tener en tu casa al mejor arquitecto e ingeniero de todo Nueva York que además era dueño de tu universidad. Ahora que lo pensaba, era demasiado hasta para ella.

 

Robert se inclinó y volvió a besarla. Su aliento sabía a una mezcla de caramelo y alcohol. Elle sonrió sobre sus labios.

 

-¿Cuántos llevas? –preguntó señalando la bebida.

 

-Dos –susurró mientras la arrastraba al sofá.

 

Se acomodó a su lado y miró a Nat con afecto.

 

-Creo que voy a empezar a considerar tus vasitos como un arma blanca.

 

-Tú te los pierdes –contestó su amiga con gracia, aunque sin apartar los ojos de la pantalla.

 

Miró a Robert y perdió el hilo de sus pensamientos. Qué atractivo era. Se había recostado contra el mullido cojín y cerrado los ojos. Advirtió las pequeñas sombras que los rodeaban. Parecía muy cansado. No le extrañaba, la noche anterior no había dormido, cada vez que ella se había despertado, allí estaba él contemplándola con una espléndida sonrisa en la cara.

 

De repente, su voz la sobresaltó.

 

-¿Sigues queriendo casarte conmigo? –susurró estudiándola fijamente.

 

Se veía intranquilo. Le sostenía las manos con fuerza y sus ojos mostraban un brillo difícil de interpretar.

 

-Claro que sí –contestó Elle sonriente -. Estoy deseando convertirme en tu esposa. Sólo espero que el arrepentido no seas tú.

 

-Nunca –gruñó como si hubiera dicho una insensatez.

 

La atrajo hacia su costado y cerró los ojos respirando tranquilo. Estaba tan cansado que no le importaba nada más.

 

Matt los contempló con incredulidad. Estaba claro que en ese momento sólo le interesaba la película real. Abrió la boca para decir algo pero sintió el codazo de su amiga en las costillas. Miró a Natsuki enfadado y echó un vistazo a Newman. Después de considerar que estaba casi dormido, le hizo gestos a Elle para que abandonara la habitación.

 

-Robert, voy a la cocina –le susurró al oído.

 

-Vale nena –sonrió agotado.

 

Lo contempló con arrobo y suspiró emocionada.

 

-¡Qué belleza de hombre!

 

Matt la deleitó con una de sus muecas. Le echó el brazo por los hombros y acompasó su paso al suyo.

 

-Yo no diría bello –dijo con su desparpajo habitual-. Lo que está es buenísimo. Y ahora, explícanos lo que hemos oído.

 

Nat cerró la puerta sin hacer ruido, tomó asiento en una de las sillas del office y esperó igual de impaciente que su amigo. Parecía preocupada.

 

Elle los miró con una gran sonrisa en la cara. Estaba segura de estar haciendo lo correcto o, al menos, segura de lo que quería su corazón. Amén de que en esta ocasión coincidía con su cabeza. No necesitaba más.

 

-Robert me pidió anoche que me casara con él y he aceptado –declaró tranquila.

 

Matt apartó los ojos y se concentró en uno de los muebles de la cocina. Natsuki no abrió la boca, lo peor fue su cara de circunstancias.

 

-¿Qué? –resopló sin elevar la voz -. Vamos chicos, me gustaría oíros decir que os alegráis por mí.

 

Su amigo la contempló con ternura. Nat seguía callada.

 

-Sabes que te debo la vida y que te quiero –aclaró el muchacho -. No deseo hacerte daño, pero creo… que te equivocas –confesó finalmente -. Acuérdate de la última vez… -se quedó cortado, no quería hacer de abogado del diablo cuando ella mostraba aquella expresión ansiosa y radiante al mismo tiempo.

 

Nat comenzó a mordisquearse las uñas. Elle la miraba esperando su veredicto pero en vista de que este no llegaba prefirió no presionarla. Era su opinión la que más necesitaba. Ella sabía lo increíble que podía ser Robert y lo mucho que la amaba.

 

-Matt, estoy loca por él y en un mes abandona los Estados Unidos para construir una presa en Alemania –suspiró con fuerza -. No podría vivir sin ese hombre. Me ha pedido que lo acompañe como su esposa y no he dudado en aceptarlo –sonrió con timidez -. Lo amo.

 

Matt echó un vistazo a Natsuki. Después, consideró un deber recordar a su amiga algunas amargas verdades.

 

-Vale, te entiendo –resopló condescendiente -. Pero en vista de cómo han ido las cosas entre vosotros, te aconsejo que primero vivas con él y, con tranquilidad y sólo entonces –remarcó -decidas lo del matrimonio.

 

-Eso suena igual que si lo siguiera en calidad de amante –contestó Elle muy segura -. Ya conocéis su reputación. No quiero parecer una de sus amiguitas, sería demasiado humillante.

 

Matt asintió comprendiendo la situación. A continuación, como si cayera en ese momento, miró a Natsuki indignado.

 

-¿No tienes nada que decir? Normalmente eres más expresiva –farfulló sin disimulo.

 

-Matt… he visto a Newman con ella y parece otro. Incluso da envidia tanto pasteleo –se giró hacia Elle y sonrió -. Creo que está loco por ti, el problema es que no sé si será suficiente. Espero de todo corazón que esta vez os salga bien.

 

Seguidamente, se acercó a su amiga y la abrazó con fuerza.

 

-Gracias Nat –dijo Elle devolviéndole el abrazo -. Tu opinión es muy importante para mí.

 

-O sea, que la mía no significa nada, pues muy bien –repuso Matt mirando cómo se abrazaban. Estaba claro que se iba a enfadar, pero después de observar el cariño y las lágrimas pareció pensarlo mejor -. De acuerdo... Ese tío te quiere, se ve a una legua. Esperemos que todo vaya como la seda, y… si no es así, siempre podrás contar con nosotros –sonrió como si no pudiera evitar que se impusiera su sentido común.

 

Elle comprendió el esfuerzo que estaban haciendo sus amigos. Había quedado muy claro lo que pensaban al respecto y los admiró por respetar su decisión. Pasara lo que pasara estarían con ella. Abrió el cerco y los tres formaron parte del mismo abrazo. En aquellos momentos comprendió que su familia había aumentado en dos miembros más; ahora tenía tres hermanos.

 

Se sintió morir de felicidad.

 

 

 

Volvió al salón. Robert estaba profundamente dormido. Ni siquiera se había movido de la posición en que lo había dejado. Matt podía pensar lo que quisiera pero a ella le parecía tan bello que contuvo el aliento mientras lo observaba. Su cara masculina y cuadrada, en aquella plácida situación se había suavizado y se veía extraordinariamente guapo. Su cuerpo grande y musculado, sus enormes brazos, sus manos fuertes y delgadas o sus piernas… Madre mía, cómo le gustaba ese hombre.

 

Le acarició el cabello con un pequeño toque y después repasó la marca de varicela. Lo amaba con todo su corazón.

 

-Si continuas mirándome de esa manera vas a acabar tumbada en el sofá –murmuró Robert con la voz ronca y los ojos entrecerrados -. No creo que a tus amigos les haga mucha gracia encontrarnos en plena faena en el salón. Ven aquí.

 

Elle se sentó a horcajadas en su regazo y lo miró con una sonrisa arrolladora.

 

-No pretendía despertarte, pero ha sido superior a mis fuerzas –le susurró al oído.

 

La estrechó entre sus brazos y fue entonces cuando descubrió que sólo llevaba una estrecha y ligera camiseta de algodón que dejaba admirar un amplio escote. Su piel morena brillaba con intensidad y sus pechos se marcaban sin ningún recato. Situó la cabeza sobre ellos y escuchó el ritmo acelerado de su corazón. Después, con mucha lentitud, alzó los ojos y tras recibir su asentimiento le mordisqueó el pezón derecho a través de la tela. Cuando lo puso tan erecto que sobresalía en un impactante dibujo, se dedicó al otro pecho aunque sin dejar de pellizcar con esmero al iniciado. Elle se perdió en sus caricias. Ni siquiera le cohibió pensar en sus compañeros.

 

El ingeniero ahogó una pequeña exclamación al toparse con unos leggins finos y suaves. Colocó su mano derecha abierta y extendida debajo de su sexo y con su dedo pulgar comenzó a presionar con movimientos firmes y uniformes sobre el clítoris de su chica.

 

-Apártate el sujetador –gimió encendido – quiero sentir tus pechos en mi cara.

 

Elle intentó salir de la nebulosa. Tuvo que hacer un esfuerzo para comprender lo que le estaba pidiendo. En el momento en que lo asimiló, desabrochó la prisión con un pequeño movimiento.

 

-Mmm… -jadeó el hombre sin poder contenerse.

 

Se lanzó algo trastornado a saborear aquellas maravillas pero la tela le impedía homenajearlas como quería por lo que se metió bajo su camiseta y chupó y mordisqueó con locura. No aguantaba más. Con aquella mujer siempre acababa por sentir que se iba a correr como un crío.

 

-Tengo que penetrarte –le dijo excitado.

 

-Sí…pero no aquí…-suspiró con fuerza -. Los chicos… -no la dejó continuar.

 

Sin darle tiempo a pensarlo mejor, se sintió elevada por los aires. Las manos abiertas del hombre se ajustaron a sus nalgas y ella no pudo hacer otra cosa que agarrarse con fuerza a su cuerpo y rodearle la cintura con las piernas. Lo deseaba tanto que sentía palpitar todo su ser. Lo miró extasiada y se sorprendió al descubrirlo tan agitado como ella. 

 

Robert abrió de un empellón la puerta del dormitorio y la cerró con el pie.

 

-Desabróchame el pantalón –dijo con la voz quebrada por el deseo sin dejarla en el suelo en ningún momento.

 

Elle no supo cómo lo hizo pero al cabo de unos segundos consiguió apartar el botón y rasgar la cremallera, no quería pensar lo que hubiera hecho de encontrarse con más botones.

 

Robert la sostuvo con un brazo y se bajó el bóxer de un movimiento. Entonces le introdujo la mano derecha dentro del leggin a la altura de sus nalgas y lo bajó sin miramientos. Sus manos continuaron en sus glúteos. No podía pensar con claridad, su deseo iba en aumento. Como  Robert desvariaba hablando de sus pechos, se quitó la camiseta y dejó que el hombre gimiera entre ellos. Los sentía tan llenos y pesados que tuvo que mirarlos para comprobar que fueran los suyos. Ahora le tocaba delirar a ella.

 

-No puedo más –le dijo Newman mordiéndole el lóbulo de la oreja con fuerza.

 

-Yo… tampoco –contestó ella que a esas alturas le importaba poco la situación de los dedos del hombre.

 

Con un movimiento certero se introdujo en su interior. Elle sintió la acometida y se estremeció del placer sensual y perverso de la carne. Robert mordisqueaba sus senos con ansia mientras no dejaba de acariciar sus nalgas abiertas. Cuando Elle sintió cierta presión en aquella parte, lo miró sorprendida.

 

-Me gusta, me gusta mucho –gritó Robert entre embestida y embestida -. ¿Te hace sentir mal? –preguntó con la voz trémula.

 

Elle se chequeó en segundos y sonrió encantada. No había nada que pudiera hacerle ese hombre que a ella le molestara. Se encontraba en el universo de los seres depravados e inmorales, pero estaba disfrutando como jamás lo había hecho. No, no se sentía mal, ni siquiera avergonzada.

 

-Me haces sentir bien –contestó con brío -. Muy bien.

 

Robert respiró sobre su cuello. La respuesta lo excitó tanto que se corrió sin poder evitarlo.

 

Permanecieron abrazados un buen rato hasta que Elle comenzó a sufrir la frialdad de la pared en su espalda y se removió molesta. Robert salió de su interior con cuidado y la contempló con adoración.

 

-¿Bien? –preguntó ansioso.

 

-Bien –contestó con una sonrisa inmensa y enamorada.

 

Se dejaron caer en la cama, desnudos y exhaustos. Elle sonreía atontada y miraba a Robert que no dejaba de examinarla con atención.

 

-Señor Newman, si espera encontrar algún resto de malestar por lo que hemos hecho, siento decepcionarlo –suspiró satisfecha -. Estoy en el séptimo cielo

 

-Vaya, empiezo a creer que realmente eres una alumna excepcional –sonrió el arquitecto algo inquieto. No acababa de creerse que se hubiera dejado llevar. Aquella chiquilla no tenía ninguna experiencia y él había jugado con sus nalgas. Recordó la sensación y volvió a excitarse. Apartó la vista del cuerpo de aquella espectacular criatura y comenzó a sentir cierta desazón. Era demasiado buena para él.

 

Dios mío, quería pasar con ella el resto de su vida. Esperaba no estar pidiendo demasiado.

 

 

 

Robert había perdido su batalla contra el sueño. Lo tapó con cuidado y salió de la cama. Cogió ropa del armario y entró en el baño con una sonrisa en los labios. Mientras se enjabonaba pensó en todo lo que tenía que hacer ese mes. La sonrisa se evaporó.

 

En los próximos días se concentraban todos los exámenes del trimestre. Además, debía proporcionar material a Matt y poner en funcionamiento la quinta planta, llamar a Hannah y planear el viaje a Nueva York, hablar con Bruce Waylan… Y, lo más importante, comentar con Robert ciertos problemillas. Total, poca cosa.

 

Sintió tal malestar que decidió reanudar sus viejos hábitos respiratorios. Cuando se calmó lo suficiente, se envolvió en su albornoz y permaneció mirándose en el espejo hasta que llegó a una conclusión satisfactoria.

 

-“Trabajar es vivir y a mí me encanta vivir”. Espero que Chaplin no se equivoque porque me va a tocar vivir un montón –rezongó contra el cristal.

 

Se vistió a toda prisa. Malla pirata negra y sudadera lila de la UNA. Desechó el sujetador, prefería estudiar con una buena camiseta interior. Se limpió la cara con leche y tónico y después la hidrató con una crema que había comprado cerca del Rainbow. El pelo mojado le molestaba tanto que optó por secarlo y después lo recogió en una coleta. En palabras del cómico, estaba ansiosa por empezar a vivir.

 

Se acercó a la cocina y se sirvió de la ensalada de pasta que descansaba en la encimera. Después de pasar por el salón y no encontrar a nadie comprendió que sus amigos habían desaparecido del apartamento. Entonces reparó en la nota del frigorífico: Hemos salido a tomar una cerveza. Matt quiere hacer constar que nos habéis echado de la casa. La cena es para vosotros. Natsuki.

 

Elle sonrió a la nota. Quería a esos dos.

 

¿Habían hecho mucho ruido? Cuando estaba en los brazos de Robert se olvidaba hasta de su nombre. Por un instante, la imagen de ella gritando al sentirse colmada por su chico la atravesó como un rayo. Qué vergüenza. Mejor no pensar si quiera en la posibilidad de sus amigos escuchando su dulce agonía. O, mejor aún, amordazaba su conciencia.

 

Antes de comenzar a comer volvió al dormitorio, observó a Robert durmiendo tan dulcemente que decidió no despertarlo. Preparó un mantel individual y procedió a hacer justicia a aquel manjar. Después se puso en marcha, no tenía tiempo que perder.

 

A las dos de la madrugada llegaron sus amigos un pelín perjudicados. Apenas si les prestó atención. Acababa de terminar un catálogo de ropa y otro de complementos. En unas horas Matt tendría trabajo. Incluso había bautizado a su empresa con el nombre de Quinta Planta (QP). Muy original, por cierto.

 

Sonrió, estaba cansada pero satisfecha. No recordaba que sus diseños fueran tan buenos. Había alucinado con algunos de ellos. Realmente, su indiferencia liberadora había afectado a todas las facetas de su existencia.

 

Robert se agitó inquieto, estiró los brazos y al descubrir el espacio vacío a su alrededor abrió los ojos sobresaltado. Tardó unos instantes en localizarla, cuando lo hizo le sonrió avergonzado. 

 

-No puedo dormir si tú no estás a mi lado –murmuró con cara de sueño -. Ven conmigo, por favor…

 

Elle se preguntó si los problemas para dormir se contagiarían porque en ese caso ella había expuesto gravemente a aquel hombre. ¿Qué le impedía conciliar el sueño a Robert Newman Noveno? Esperaba no tener nada que ver con ello.

 

No dudó, lo dejó todo y después de quedarse en bragas y camiseta se metió en la cama. Los brazos del arquitecto la rodearon con ternura, sus cuerpos se acomodaron buscando ese anclaje perfecto y al cabo de unos minutos lo sintió respirar con lentitud. Se había vuelto a dormir.

 

 

 

El sonido del despertador continuaba maravillándola. Se dio la vuelta con dificultad y miró hacia la mesita de noche. No podía evitarlo, le encantaba aquella sensación de saberse llamada a levantarse. Permaneció a la escucha completamente regocijada hasta que un brazo acabó con su pequeña diversión. Alzado sobre ella, Robert había apagado aquella enloquecedora estridencia.

 

-Tenemos que hablar seriamente de tu problema con los despertadores –masculló el arquitecto volviendo a atraerla hacia su cuerpo.

 

Al otro lado de la puerta, Nat lanzó un pequeño gemido y le dio las gracias a Newman. Elle sonrió, su amiga sabía a quién agradecer la vuelta al silencio.

 

-¿Mi problema con los despertadores? –preguntó perpleja.

 

-No conozco a nadie que disfrute con ese ruido –gruñó Robert con una sonrisa -. Es insoportable.

 

Ella encendió la lamparita y lo miró con una expresión deslumbrante en la cara.

 

-Hasta hace unos meses nunca había utilizado un despertador. Me gusta hacerlo, significa que he dormido –sonrió con tranquilidad -. Siempre he tenido problemas para conciliar el sueño. De hecho, toda mi vida ha sido una larga sucesión de noches, hasta que llegué a Nueva York. Es extraño ¿no te parece?

 

Robert la situó sobre su cuerpo y la abrazó con fuerza.

 

-Siento todo lo que has tenido que pasar antes de llegar a Nueva York… bueno,  y algunas de las cosas que has vivido después, también –la miró intensamente estudiando su rostro.

 

-Estoy superando algunos problemas como el del sueño –le confesó sin pensarlo -. No me preguntes por qué dejé de dormir, no tengo ni idea, pero ha sido una constante en mi vida. Así que, para mí, ese sonido es música celestial.

 

Robert la mantenía sobre su cuerpo y sentía todas y cada una de sus curvas.

 

-Sé que no has tenido una vida fácil –le dijo cogiendo su rostro -. Me voy a pasar el resto de la mía haciéndote feliz y lo voy a conseguir. Es una promesa.

 

Sus ojos brillaron con intensidad y el color verde inundó su iris. No había duda de que hablaba muy en serio. Para dar fuerza a su juramento la besó con tal mezcla de amor y veneración que Elle no dudó ni por un instante de sus palabras.

 

-Te amo Robert –le siseó al oído con fuerza.

 

-Te amo Elle –le contestó satisfecho. De un movimiento volvió a conectar la alarma del despertador y el artefacto comenzó a sonar con su estrepitosa resonancia.

 

Ella estalló en carcajadas.

 

-Te amo más por eso.

 

-¿Sólo por eso? –le dijo con expresión lujuriosa.

 

-¡Oh, Dios mío! Señor Newman, deme un respiro. Si continúa con sus clases particulares va a acabar conmigo –dejó de sonreír al  comprobar que el arquitecto estaba más que preparado para comenzar otra de sus lecciones prácticas.

 

Unos gritos a través de la puerta interrumpieron el intercambio de miradas abrasivas.

 

-Estáis locos, lo digo por si teníais alguna duda –bufó Nat -. Apagad ese maldito trasto de una vez. Algunos hemos bebido.

 

Elle trató de encontrar el reloj extendiendo el brazo. Robert acababa de penetrarla sin perderla de vista y estaba quieto dentro de ella.

 

-Déjalo, has dicho que era música celestial –comenzó a moverse lentamente -. Cierra los ojos y disfruta de nuestro cielo.

 

Las embestidas se incrementaron gradualmente, incluso se acomodaron al impertinente repiqueteo. La fuerza de Robert era impactante. Sus músculos contraídos se veían duros y nervudos. Elle cerró los ojos y se dejó arrastrar por aquella desmedida realidad. Sintió un ligero masajeo que se transformó en una caricia cruda y descarnada sobre su clítoris y las palpitaciones aparecieron de inmediato. Su cuerpo se estremeció de placer y gritó sin ninguna contención. Robert la contempló maravillado. Permaneció quieto en su interior y esperó con calma.

 

-Alarguemos… esto –articuló con dificultad.

 

Ella lo miró con los ojos entornados. Su cara mostraba una expresión tan sensual que por un momento temió derramarse en su interior. Respiró intentando tranquilizarse y comenzó a masajearle los pechos. Quedó atrapado en la ligera caída de aquellas curvas. Grabó en su retina aquellos pezones grandes y sonrosados, las estrechas caderas y sus piernas largas y fibrosas. Le parecía tan hermosa que tuvo que relajarse y decirse que no era la primera vez que estaba con una mujer… Sin embargo, no recordaba a ninguna otra. Sintió una sensación de vértigo en la boca del estómago que no resultó agradable. Era demasiado buena para él.

 

El miedo lo ayudó a prolongar su erección, aunque de no estar tan excitado quizá hubiera tenido problemas. Se centró mirando el cuerpo de su chica y se sobrepuso en el acto. Elle tenía los ojos cerrados y se pasaba la lengua por los labios sin darse cuenta de la carga erótica de su gesto. Era demasiado. Se sintió vencido por fuerzas superiores a las suyas y se dejó ir. Jamás se había encontrado con alguien que se entregara como ella lo hacía. Era tan pura y tan sincera que sintió cierto desasosiego. Deseaba merecérsela con toda su alma.

 

Elle miró su cara y se sobresaltó. Estaba en su interior y su expresión era casi dolorosa. Elevó los brazos y fue borrando las arrugas de su frente una a una.

 

-¿Bien? –preguntó sin saber qué pensar.

 

-Bien –sonrió Robert.

 

El simple toque de sus manos bastó para desterrar todos sus temores. La amaba y se lo dijo sin palabras. Se retiró con cuidado y la abrazó con fuerza.

 

-No podría vivir sin ti –declaró el ingeniero -. Eres todo lo que quiero en la vida.

 

Elle le devolvió la mirada henchida de amor. El despertador había quedado en el olvido. En aquel momento sólo importaba el intercambio recíproco de sentimientos, se amaban. Se sintió extraña, por primera vez en toda su vida había tocado la felicidad con los dedos. La idea abstracta acababa de hacerse concreta, podía dar fe de ello.

 

 

 

Aquella mañana llegaron tarde a clase. A pesar de conducir Matt, el reloj marcaba las nueve menos diez cuando encontraron aparcamiento.

 

-Sexo y alcohol –reconoció Matt -. No quiero asustaros pero no vamos por buen camino.

 

El muy payaso aguantó la risa al decirlo.

 

-Lo mío es más beneficioso que perjudicial –señaló Elle con seriedad-. El problema lo tenéis vosotros.

 

-Si yo hubiera echado un polvo como el tuyo de anoche imagino que hablaría así –dijo su compañero sonriendo ya abiertamente -. Tuvimos que largarnos cuando el ambiente se caldeó.

 

Elle los miró sin saber muy bien qué decir. Era la primera vez que le ocurría algo así.

 

-Está bromeando –aclaró Natsuki -. Matt, pídele disculpas. Esta chica es tan inocente que se lo cree todo.

 

Su amigo la observó detenidamente.

 

-Madre mía, es verdad. Te has puesto como un tomate –sonrió alucinado -. No fue para tanto. En la escala Richter, apenas un 6,9 –celebró su agudeza con un ligero movimiento de manos y la miró divertido -. Yo diría que un pequeño terremoto.

 

Elle les echó una mirada y llegó a la conclusión de que se lo estaban pasando de miedo. El problema es que era a su costa.

 

-A decir verdad, de pequeño no tuvo nada –puntualizó con una sonrisa angelical.

 

-¡No me lo puedo creer! Nuestra niña se está espabilando –aulló Nat graciosa.

 

-No sé si lo suficiente –añadió Matt muy serio.

 

Elle lo contempló preocupada.

 

-¿Qué pasa ahora Williams?

 

-Creo que debo pedirte disculpas –resopló impaciente -. He visto a Newman contigo y creo que te entiendo… Pero da un poco de yuyu.

 

Elle se paró en seco y miró a su amigo con detenimiento. Respetaba sus opiniones, la experiencia le había demostrado lo poco que se equivocaba.

 

-¿Y con eso quieres decirme…?

 

Elle descubrió angustiada que intercambiaban miradas y ella desconocía su significado. Aquello era peor de lo que imaginaba.

 

-Venga ya, Matt. No hace falta que nos des la tabarra con tu opinión –le recordó Nat irritada.

 

El chico se debatía entre hacer caso a Natsuki y ser fiel a sí mismo. Elle comprendió por la tonalidad de sus ojos azules que había tomado una decisión. Lo vio respirar hondo y soltar el aire. Madre mía.

 

-No sería un buen amigo si no le dijera lo que pienso –espetó a Nat y, seguidamente, miró a Elle -. Creo que Newman se ha… obsesionado contigo.

 

Nat le echó un vistazo y se enfrentó a él. Su compañera de piso no parecía muy contenta.

 

-Si has decidido decir lo que piensas, al menos sé sincero –explotó-. Aquí el diplomático cree que Newman está encoñado contigo y que cuando se canse de… jugar te dejará tirada.

 

Elle se estremeció involuntariamente, después respiró aliviada. Por una vez, Matt se equivocaba. Siempre hay una primera vez para todo, se recordó encantada.

 

-Williams, Williams… -sonrió tranquila -. Deberías confiar más en tu jefa. Te aseguro que esto no va de sexo, o al menos, no sólo de sexo –declaró con una gran sonrisa –. Si hay algo de lo que no dude en este mundo es que ese hombre me ama. Y ahora, vamos a darnos prisa o no llegaremos a Restauración.

 

Matt la contempló con recelo y se dio cuenta, impresionado, que deseaba con toda su alma que su querida amiga tuviera razón. Ojalá Newman fuera lo que ella esperaba.

 

 

 

A las cinco en punto estaba cruzando el vestíbulo del Estudio. Saludó a Cooper con la mano y entró en el ascensor. Hasta ese momento había estado muy segura de su diseño, pero ahora que se acercaba la hora de la verdad temblaba como un flan. Esperaba que su trabajo gustara a los Waylan. Judith había decidido cambiar la decoración del apartamento una vez. Estaba segura de que no dudaría en hacerlo dos veces. El dinero es lo que tiene, se dijo sarcástica.

 

Llegó a la novena planta mucho más rápido que otras veces. Se despidió mentalmente de su amiga del ascensor y enfiló el largo pasillo hasta su mesa. Deseaba eliminar ese proyecto de su lista de tareas pendientes. Tenía que ir terminando cosas.

 

Miró la baratija de su muñeca y se concentró en su tarea. Quería repasar de nuevo hasta el último detalle. Helen le había dejado muy claro que había que impresionar a los Waylan. Aunque ese trabajo era minúsculo en comparación con la remodelación de las oficinas. Remodelación que ella no diseñaría, se recordó. Además, quería encargar a Bruce la creación y el registro legal de su empresa. Apartó esos temas de su mente, un problema cada vez, se repitió como un mantra.

 

A las seis menos cuarto recibió la llamada de Helen. El letrado se iba a retrasar. Aún disponía de unos minutos por lo que decidió echarse un vistazo en los servicios.

 

Respiró relajada, había llegado sin un tropiezo. Ni secretarias ni arpías haciendo de arquitectas, perfecto.

 

Se contempló con mirada crítica. Jersey cashmere en tono crudo que le había costado un ojo de la cara. Como tenía el cuello en pico se había puesto un collar precioso de modernas hojas doradas a juego con la pulsera. Los engarces eran muy originales y lo que hacía especial al conjunto. Se miró los senos y arrugó el entrecejo. Aquella prenda los marcaba sin disimulo pero era lo que había. Pantalones de pinzas en tono beige claro y capa bicolor alternando los colores de su ropa. La situó correctamente sobre su pecho doblando con cuidado las solapas y acabó examinado sus botines negros con más tacón del que le hubiera gustado. Se encontró moderna y bien vestida. Cuando salía por la puerta lo pensó mejor. Estaba demasiado atractiva. Se recogió el pelo en un moño flojo y volvió a observarse. No quería eclipsar a Judith, tentar a la suerte era peligroso. Ahora se veía algo menos perfecta, no tenía que haberse planchado el pelo. Se quitó el carmín de los labios con papel y salió sin querer mirarse de nuevo. 

 

Subió por las escaleras hasta la décima planta y se dirigió a la sala de reuniones con menos seguridad de la que aparentaba. ¿Y si no les gustaba el resultado? Nunca había dudado tanto. El diseño era muy bueno. De hecho, se recordó, esa era la casa de sus sueños. No tenía nada que temer. Además, si algo no les gustaba siempre podía cambiarlo.

 

Menudo consuelo… mejor acallaba la voz de su conciencia que parecía más aterrada que ella.

 

Helen la esperaba con una expresión radiante.

 

-Felicidades, me lo ha contado el jefe –la abrazó con alegría y le estampó dos sonoros besos en las mejillas -. Estaba segura de que al final lo vería claro. Bueno –suspiró satisfecha -dejemos las celebraciones para más tarde. Nos acaban de comunicar que los Waylan han llegado.

 

No le dio tiempo a contestar, Nicole apareció de la nada con cara de pocos amigos.

 

-Lo que tú estás haciendo tiene un nombre –le espetó demasiado cerca de su cara -. No creas que has ganado. Te aseguro que Robert va a abrir los ojos a tiempo y cuando lo haga te va a faltar mundo para correr.

 

Elle permaneció callada. Como siempre, estaba pasando algo que se le escapaba y darle cuerda a aquella enajenada podía ser peligroso.

 

-¿No vas a decir nada? Eres una vulgar trepa, me das asco.

 

-No sé de qué me hablas–contestó calmada.

 

Helen agarró a la arquitecta del brazo y la apartó de la muchacha.

 

-Esto es absurdo, ella no es la responsable de que sus proyectos gusten más que los tuyos –masculló furiosa.

 

Elle lo comprendió en el acto. El anterior diseño del apartamento pertenecía a la mujer. ¿Se podía tener más mala suerte? Los de ahí arriba continuaban disfrutando a su costa.

 

Las puertas del ascensor se abrieron y Bruce Waylan y su esposa se acercaron con caras sonrientes. Elle echó un vistazo furtivo a Nicole que se alejaba vaticinando su futura destrucción y decidió que sólo le quedaba un mes en aquel trabajo. Lo disfrutaría sin pensar en esa mujer ni en sus amenazas.

 

Su jefa le apretó la mano y la miró preocupada.

 

-Luego hablamos –le susurró con voz queda -. Ahora concéntrate. No podemos venirnos abajo.

 

El uso del plural de cortesía la hizo reaccionar. Desde luego que no iba a desmoronarse por las palabras de una bruja trastornada por la envidia o por lo que fuera.

 

-No te preocupes –le contestó muy seria -. Estoy preparada.

 

Helen la examinó cuidadosamente y decidió que era cierto. Abrió las puertas de la sala y la dejó entrar mientras ella saludaba a los recién llegados.

 

Elle comenzó a programar los monitores. Necesitaba tranquilizarse antes de tratar con la pareja. Cuando terminó de preparar su ordenador estaba completamente restablecida. Se acercó a Judith y la saludó con simpatía.

 

-Estamos deseando ver tus diseños –le dijo la chica con una de las sonrisas más bellas que Elle había contemplado jamás. Se preguntó si sería la maternidad la que animaba los rasgos de aquella mujer hasta casi parecer sobrenatural. Estaba igual de delgada pero su silueta se veía distinta, más llena, más sensual. Elle le devolvió la sonrisa encantada, le caía bien aquella escultural mujer.

 

El abogado no tardó en aparecer. Le cogió las manos y la saludó con dos entusiastas besos mientras su esposa lo contemplaba sonriente. Vaya, eso sí que era confianza.

 

-Judith no para de hablar del apartamento –sonrió el hombre -. No me extrañaría que nuestro hijo estudiara Arquitectura. Últimamente no oye a su madre hablar de otra cosa.

 

-Podría ser peor –contestó la aludida-. Imagínate que quisiera ser un delincuente.

 

Elle los observaba alternativamente. Daba gusto estar cerca de la pareja, casi podías palpar sus sentimientos. Y, esos dos se amaban, no había duda.

 

-De esos cargos me declaro inocente –Waylan besó a su esposa en la sien y le sonrió a ella -. Debo aclarar que soy civilista.

 

-Por supuesto -Elle soltó una risita comprensiva y se dirigió a la mesa. Miró a Helen y aguardó impaciente. No sabía a qué estaban esperando.

 

En ese momento, la cara de su jefa adoptó una expresión de alivio. Robert acababa de entrar en la sala.

 

-Él será tu segundo –susurró en su oído-. Algo que no pasa todos los días.

 

Acto seguido le guiñó un ojo y se acercó a Newman.

 

¿Segundo? Elle estaba alucinando. Robert la miraba como si hiciera años que no se veían. Se acercó a su lado con aquella expresión resuelta que había empezado a conocer, se llevó la mano al pelo y le dedicó media sonrisa que la hizo agarrarse a la mesa. No era justo, ella preparándose para parecer toda una profesional y ese hombre lo echaba todo a perder con un solo gesto.

 

-Hola, señorita Johnson – le dijo muy serio -. Encantado de saludarla.

 

-Igualmente, señor Newman –contestó con similar formalidad. Aquello iba a ser difícil.

 

En ese momento, Robert se inclinó hacia ella y le dio un pequeño beso en los labios.

 

-Deben perdonarme, pero llevo todo el día sin ver a mi prometida –explicó en voz alta aunque continuaba mirándola sin pestañear.

 

Elle sintió la sangre agolparse en sus mejillas. Habría gritado de impotencia. Menudo momento para hacer la declaración y darle un besito. Qué vergüenza.

 

Se recompuso como pudo. No era tan grave, total el Jefe Supremo había reconocido que mantenían una relación y la había besado delante de unos clientes. Clientes importantes, le recordó su conciencia que también andaba algo avergonzada.

 

Le costó lo suyo pero lo consiguió. Elevó la mirada del suelo y cuando lo hizo fue para toparse con los ojos de Judith que la escrutaban abiertamente. La mujer había perdido la sonrisa y se veía muy pálida. Se preguntó si sería por el embarazo.

 

-Robert, ya conoces a Bruce Waylan y a su esposa -dijo Helen con soltura -. Ahora os dejo para que comencéis la sesión.

 

Robert dirigió su mirada al matrimonio y asintió con la cabeza.

 

-Waylan –saludó estrechando su mano.

 

-Newman –contestó el jurista.

 

El ambiente había cambiado. Elle se preguntó si sería porque esos dos hombres se respetaban demasiado o si había algo más.

 

Robert miró a Judith como si no la conociera. A Elle le pareció raro que Helen se hubiera equivocado.

 

-Señora Waylan –dijo el arquitecto sin inmutarse. Acto seguido estrechó su mano.

 

-Judith, por favor…-puntualizó nerviosa.

 

Vaya, la modelo había perdido hasta la voz. Por segunda vez en ese día, Elle se preguntó qué estaría pasando. Lo que estaba claro era que sólo ella lo desconocía. Bruce mantenía una actitud distante que evidenciaba que sabía lo que ella ignoraba.

 

¡Madre mía!, modelo, bellísima, y de menos de treinta años…

 

-Si les parece, podemos comenzar –indicó Elle, más que nada, para aligerar la tirantez del momento.

 

-Sí, desde luego –añadió el abogado con rapidez.

 

Robert tomó asiento a su lado y ella se sorprendió pensando que hubiera sido mejor que no estuviera presente. La alegría de Judith había desaparecido. La chica no paraba de mirar al arquitecto y, por más que se dijera que era normal admirar a un hombre tan atractivo, sabía que se estaba mintiendo. Aquello no era ni de lejos normal. Waylan también se había dado cuenta y se removía nervioso en su silla. Comenzó a sentirse molesta por no saber el terreno que pisaba.

 

Decidió actuar como si no pasara nada y mostrar los diseños con el AutoCad.

 

Vaya, quién lo diría, consiguió lo imposible; Judith dejó de mirar a su prometido para centrarse en la pantalla. No le resultó tan divertido como en otras ocasiones pero supo hacer su trabajo. Los Waylan sonreían entre sí y murmuraban alguna cosa.

 

Robert permaneció ensimismado mirando los diseños, cuando Elle terminó le cogió la mano y se la besó. Imaginaba que le había gustado. Le dio las gracias con una sonrisa y volvió a sentir los ojos de Judith en ella. Aquello empezaba a ser incómodo. No iba a ponerse celosa ni a imaginar cosas raras, se repitió unas cien veces.

 

-Bueno, a mí me parece todo absolutamente perfecto –reconoció el letrado mirando a su esposa.

 

Elle advirtió que le sostenía la mano con fuerza y parecía querer infundirle ánimo con el gesto.

 

-Sí, a mí también –sonrió la mujer aunque sin muchas ganas -. Gracias Elle, has creado un hogar para nosotros. Espero que no tardéis demasiado en hacerlo real. No deseo mudarme con el embarazo muy avanzado.

 

Robert miró fijamente a la modelo y, por primera vez en toda la tarde, Elle sintió celos. Su prometido estudió con interés la figura de la chica, después sonrió a Bruce y le estrechó la mano con auténtica sinceridad.

 

-Enhorabuena Waylan, es una gran noticia.

 

-Gracias Newman, estamos muy contentos.

 

El tono del jurista no admitía más comentarios.

 

Llegados a ese punto, Elle se encontraba francamente enfadada. ¿Cómo diablos se las apañaba? Siempre le pasaba lo mismo… Cualquiera sabía lo que se estaba cociendo en aquella sala.

 

Miró a Judith y la descubrió mirando a Robert embelesada. De tener un pañuelo a mano podría limpiarle las babas. La total y absoluta indiferencia de su prometido era tranquilizadora. Ni siquiera era fingida, lo conocía lo suficiente como para saberlo. Incluso hubiera podido asegurar que no recordaba el nombre de la modelo. ¿Era ese un buen síntoma? Ahora que lo pensaba mejor no estaba muy segura.

 

Helen apareció de repente sacándolos de aquel impase. Elle suspiró agradecida. Definitivamente, no le gustaban aquellos líos. Incluso había olvidado momentáneamente que debía hablar con Bruce de su empresa.

 

-Pueden pasar a la sala de la derecha. Hemos preparado un refrigerio –manifestó la eficiente mujer con una sonrisa -. Aunque la futura mamá deberá conformarse con un zumo.

 

Judith le dedicó una sonrisa y Elle no pudo evitar espiar a Robert que en ese momento contemplaba a la modelo. Sólo reparaba en ella cuando se aludía a su maternidad, concluyó Elle reflexiva. Pues sí que deseaba tener un hijo…

 

 

 

Nunca había entrado en aquella habitación. Aunque podía definirla con un solo adjetivo, fastuosa. Estaba destinada a sellar acuerdos importantes. Dos chicas preciosas y muy esbeltas, estaban a cargo de la barra del bar y les preguntaban con exquisita educación lo que iban a tomar.

 

Robert encaminó a Waylan hacia el fondo de la sala y comenzó a tratar el tema de las oficinas. El abogado le contestó entusiasmado. Parecían haber superado las suspicacias iniciales. Aunque, en honor a la verdad, su prometido se había comportado con total naturalidad.

 

Elle los seguía acompañada de la modelo. De repente, Judith se paró ante un cuadro.

 

-Qué belleza –manifestó sin ninguna emoción.

 

-Sí –le contestó Elle siguiéndole el juego. Entonces reparó en el lienzo -. Un Monet, serie de los álamos –Guau, un Monet y auténtico. Se quedó sin respiración. Le hubiera gustado estar a solas y estudiar uno a uno los pequeños brochazos de aquel genio pero no era el momento más indicado. Además, a Judith pareció importarle poco el nombre del artista.

 

Estaba claro que deseaba apartarse de los hombres. Miró hacia atrás y cuando comprobó que estaban ocupados con sus bebidas e inmersos en la futura reforma, se dirigió a ella con cierta cortedad.

 

-Creo que es mejor que lo sepas por mí –expresó con un hilo de voz -. El año pasado salí con Robert Newman.

 

Elle observó cómo se retorcía las manos y quiso ayudarla. En realidad, no quería saber nada. Era más que consciente de la lista interminable de amantes que había tenido su querido profesor.

 

-Te aseguro que no me debes una explicación –razonó con sencillez -. Los dos erais adultos e imagino que libres.

 

Judith abrió los ojos impresionada.

 

-Lo dices en serio ¿verdad?

 

-Sí, completamente.

 

-Entiendo que se haya quedado contigo –dijo en voz alta, aunque parecía hablar para sí misma.

 

Esas palabras habían conseguido despertar su curiosidad.

 

-¿A qué te refieres? –preguntó con algo de ansiedad.

 

-Me dejó porque no respetaba su espacio personal… al menos, esas fueron sus palabras -estaba recordando y debía ser doloroso porque una mueca amarga cubrió su rostro que de pronto parecía carente de vitalidad.

 

Pues no había aclarado gran cosa ¿Qué significaba la frasecita?

 

-No sé qué decir –confesó Elle apurada.

 

-Nada, mejor que no digamos nada –sonrió con pena -. Ahora estoy casada con un hombre que me ama y al que amo con todas mis fuerzas. No hay más que decir –Era lo que había decidido, sus ojos se lo indicaron.

 

Elle no estuvo muy de acuerdo, pero se abstuvo de seguir preguntando. Vaya día, y todavía no había terminado.

 

En menos de diez minutos se disolvió la reunión.

 

Cuando tomaron asiento junto a los hombres el ambiente volvió a resentirse, tanto que Waylan se levantó y tras articular una excusa, él y su esposa abandonaron la sala entre sonrisas forzadas. Robert no había perdido la compostura en ningún momento.

 

¿Deseaba conocer la historia de su prometido con aquella bellísima y simpática mujer?... No lo tenía claro. A veces, la ignorancia es el mayor de los dones. Si no lo dijo Confucio, debería haberlo dicho.

 

Cuando Helen cerró la puerta, Robert la atrajo hacia su cuerpo y la besó despacio como si quisiera saborearla poco a poco. Después le retiró la capa con cuidado y metió la mano debajo del jersey.

 

-¡Ummm! Este corazón late muy rápido. ¿Algo que preguntar señorita Johnson? –su mirada contradecía la ligereza de sus palabras.

 

No era justo. ¿Hablar con aquella traviesa mano sobre su pecho? No iba a cometer esa torpeza. Respetaba demasiado a los Waylan como para hablar de ellos mientras era magreada por su novio.

 

-¿Un impresionista en una habitación para impresionar? –preguntó realmente interesada -. Monet estaría contento.

 

Quita esa mano de mi teta si quieres hablar conmigo, esto es serio, le dijo mentalmente. Vaya, ¿había dicho teta?

 

Robert la analizó minuciosamente y de pronto retiró la mano. La seriedad había contraído su cara y un rictus amargo sustituyó la sonrisa que hasta ese momento había adornado sus facciones. Estaba sorprendido. Ni celos ni explicaciones ni nada de nada…

 

-Sí, compramos la serie entera –explicó casi enfadado -. Si te interesa, puedes ver el resto de la obra. Habla con Helen, ella conoce la ubicación de cada cuadro.

 

Elle lo sintió perdido y expuesto. No era esa la reacción que esperaba. ¿Es que ese hombre no sabía lo que era hablar? Volvió a deshacer cada una de las arrugas que encontró en su frente con una caricia que ya empezaba a ser habitual entre ellos y lo besó en los labios.

 

-Te amo –le susurró con pasión -. Lo demás no importa.

 

Robert la estrechó con fuerza entre sus brazos y habló en su pelo.

 

-Ni siquiera recordaba su nombre –suspiró más sosegado -. Ahora sé por qué Waylan me tiene ganas. Hacía tiempo que me preguntaba lo que podía haberle hecho a ese tipo.

 

Elle se dejó abrazar aunque había perdido el entusiasmo. No le gustó la sensación que la invadía. Las palabras de aquella secretaria pequeñita atravesaron su mente…Un primo sólo sale con cuerpazos y el otro las trata a patadas. ¿Había tratado su prometido a patadas a aquella formidable mujer y por eso el letrado le tenía ganas? No se imaginaba a Bruce Waylan tomándola con cualquiera.

 

Ojalá y estuviera equivocada.