Capítulo 11
En el instante en el que llegó el mensaje de Aaron, Cheyenne le dio un codazo a su hermana y le tendió el teléfono.
—¡Mira, ya ha tomado una decisión!
—Lo haré, leyó Presley.
—¡Oh, Dios mío! ¡Ha aceptado!
Wyatt dejó de llorar mientras alargaba la mano para agarrar los posavasos de la mesa de Cheyenne. Se dejó caer al suelo sobre su trasero y se quedó mirando fijamente a las dos hermanas mientras ellas gritaban y se abrazaban. Afortunadamente, Dylan estaba fuera, Cheyenne no había dicho dónde, así que no tenían que preocuparse porque pudiera oírlas.
—No me lo puedo creer —musitó Cheyenne—. ¡Estoy emocionada! Y también asustada.
—Todo saldrá bien.
Cheyenne se separó de Presley con expresión pensativa.
—¿De verdad lo crees?
No era habitual que Cheyenne necesitara que alguien la tranquilizara, y menos ella. Cheyenne siempre había tenido una vida más organizada, pero Presley imaginaba que contaba con la ventaja de los genes. Era hija de una pareja de personas atractivas, inteligentes y saludables de Colorado. Debería haber disfrutado de la vida más cómoda del mundo. Y habría podido hacerlo si no hubiera sido víctima de Anita. Afortunadamente, dos años atrás habían conseguido descubrir la verdad que encerraban todos aquellos recuerdos de personas a las que ni siquiera conocía y, en aquel momento, mantenía una relación muy cercana con su familia biológica. Cada pocos meses iba a visitarla.
Presley, por su parte, tenía la desgracia de ser la verdadera hija de Anita, y ni siquiera sabía quién era su padre. No creía que fuera una persona especialmente admirable, puesto que había estado dispuesto a pagar para acostarse con Anita, que no era, precisamente, lo que la mayoría de los hombres considerarían una prostituta deseable. Sencillamente, era barata.
—Creo que lo vas a conseguir, y que deberías abordar todo esto con esperanza y fe e intentar disfrutar del proceso —la animó.
A Cheyenne debió de gustarle la respuesta, porque sonrió relajada.
—¡Voy a tener un hijo!
Llegó entonces otro mensaje de Aaron, que leyeron juntas.
—Por si piensas ponerte con el ordenador para buscar una cita, te aviso de que Dylan va ahora hacia casa. Asegúrate de borrar el historial del ordenador y también estos mensajes del teléfono.
—¿Cómo sabe que Dylan viene hacia aquí?
—Supongo que estaban juntos —respondió Presley.
Cuando ella había llegado, Cheyenne estaba hablando por teléfono con Eve y se había limitado a encogerse de hombros cuando le había preguntado por Dylan.
—No me había dicho que iba a su antigua casa. ¿Por qué no me habrá esperado para que fuera con él?
—¿Ha estado allí?, le preguntó a Aaron en un mensaje.
Presley esperó la respuesta junto a su hermana.
—Solo un momento. Quería disculparse por lo del viernes, pero no le digas que te lo he dicho. Ya sabes lo reservado que es para ese tipo de cosas.
—Y tú sabes lo reservada que quiero ser yo, escribió Cheyenne en respuesta. Si tú no dices nada, tampoco lo haré yo.
—Trato hecho. Pero prométeme que no vas a cambiar nunca de opinión, por lo menos sin hablar antes conmigo.
—Te lo prometo, respondió Cheyenne.
—¿Por qué le debía Dylan a Aaron una disculpa? —preguntó Presley—. ¿Se habían peleado?
—Discutieron el viernes por la noche. Lo suficiente como para que Dylan tuviera que arreglar el sábado el agujero que había en mi pared.
—¿Aaron golpeó la pared?
Presley agarró a su hermana del codo para reclamar su atención, porque Cheyenne continuaba mirando boquiabierta el teléfono.
—No, fue Dylan.
—¿Y qué hizo Aaron para que se enfadara tanto?
—¿Quién sabe? Ya sabes que a Dylan no le gusta entrar en detalles sobre ese tipo de cosas.
—¿Y después de eso le pediste a Aaron que fuera tu donante?
—Dylan y Aaron discuten de vez en cuando. No es ninguna novedad. Forma parte de la naturaleza de su relación.
—¿Y no te importa?
—A veces, pero en este momento estoy muy contenta, así que no me lo estropees —agarró el teléfono para ponerle otro mensaje a Aaron.
—¿Por eso has aceptado? ¿Porque ya no estás enfadado con él?
La respuesta de Aaron llegó casi al instante.
—He aceptado porque se lo merece. Y tú también.
Cheyenne sonrió con cierta melancolía.
—Aaron puede ser un encanto cuando se lo propone.
¡Como si Presley no lo supiera! Y también era condenadamente bueno en la cama. Pero no hizo ningún comentario. El hecho de que pudiera estar embarazada de Aaron por segunda vez la hacía sentirse la mujer más estúpida sobre la tierra. A duras penas había conseguido escapar de los errores del pasado y estaba comenzando a levantar una nueva vida junto a su hijo. ¿Por qué había tentado al destino, haciendo que sus desafíos fueran todavía más difíciles?
Miró a su hermana mientras esta le enviaba a Aaron un mensaje de agradecimiento.
—¡Eres el mejor cuñado del mundo!
—Tú limítate a pasarme las instrucciones para la paja cuando las consigas, contestó, y las dos hermanas soltaron una carcajada.
—No hay nadie como un hombre para resumir las cosas —Cheyenne esbozó una mueca mientras borraba el mensaje para que Dylan no pudiera verlo nunca.
—Creo que me llevaré tu Prius y me marcharé antes de que Dylan llegue a casa —le dijo Presley.
Había pasado por allí para pedir prestado alguno de los vehículos, lo necesitaba para poder llevar la camilla y algunos otros objetos al local, que ya estaba completamente limpio.
—Así podréis celebrarlo en la cama, aunque él no entenderá lo que pasa y pensará que es su día de suerte. Y no tendréis que soportar a esa hermana que no deja de entrometerse en vuestras vidas.
—¡No digas tonterías! Tú no te entrometes en nada. Espera y así podrás llevarte su jeep. Te resultará más fácil meter allí la camilla. Dylan también te aprecia. Seguro que te ayudará a cargar las cosas. Yo también puedo ayudarte.
—No hace falta. Y con el Prius me las arreglaré perfectamente. Os lo traeré después, pero quizá sea tarde, así que dejaré las llaves debajo del felpudo e iré andando a casa.
—Muy bien —Cheyenne cambió de tema para hablar de lo que realmente tenía en aquel momento en la cabeza—. Piensa en… el bebé. Seré madre —dijo, pero frunció de pronto el ceño con preocupación—. Me pregunto cuánto tiempo puede llevar el proceso.
—Nada de lo que tiene que ver con los médicos se hace de un día para otro —comentó Presley—. Suelen ser procesos largos, así que procura estar preparada.
—Pero tengo que quedarme embarazada antes de que Dylan vaya al médico, sino, nada de esto tendrá sentido.
—Tendrás que intentar que retrase la visita al médico y acelerar el proceso de inseminación. Y hablando del tema, ¿cuánto tendrás que pagar? Porque no creo que el seguro cubra una cosa así.
—No, pero no es tan caro como podrías pensar. El procedimiento en sí mismo solo cuesta cuatrocientos dólares.
Presley impidió que Wyatt se acercara a una lámpara.
—¡Vaya! Eso sí que es una sorpresa.
—Pero también habrá que pagar las consultas al médico, el trabajo de laboratorio, las ecografías… En total, tendría que pagar entre dos mil y cuatro mil dólares.
—¿Y tienes tanto dinero?
En el mundo de Presley, mil dólares eran toda una fortuna.
—Tengo algunos ahorros en una cuenta aparte de la que comparto con Dylan. Puedo recurrir a ella. Si no tengo suficiente, Eve, Ted o cualquiera de mis amigos podría ayudarme, pero preferiría no meterlos en esto.
—Una decisión sensata —Presley agarró la bolsa de los pañales—. Cuanta menos gente lo sepa, mejor.
Presley agradecía a Aaron que hiciera posible el embarazo de su hermana, pero no le gustaba que el papel que iba jugar en el proceso fuera a mantenerlo para siempre en el centro de su vida. Ya era suficiente difícil para ella no pensar en él sin necesidad de todo aquello.
—Parece que estás completamente comprometida con tu decisión —le dijo a Cheyenne.
—Es la mayor locura que he hecho en mi vida. Además de empezar a salir con Dylan. Y mira lo bien que ha salido todo.
Presley sonrió a pesar de su preocupación. Dylan había sido lo mejor que le había pasado a Cheyenne. Pero aquel era uno de los motivos por los que estaba preocupada por aquel engaño. Sabía por experiencia propia que los secretos no eran fáciles de mantener.
Cuando Wyatt vio que estaba preparada para marcharse, caminó hacia ella. Le gustaba estar con Cheyenne, pero no quería que le dejaran allí.
Presley le besó, le levantó en brazos y se dirigió hacia la puerta.
Estaba ya fuera, sujetando a Wyatt mientras Cheyenne ataba su silla, cuando llegó Dylan.
—¿Adónde has ido? —le preguntó Cheyenne cuando terminó.
—Tenía que hacer unos recados.
—Llegas justo a tiempo —le dijo Presley, interrumpiendo la conversación antes de que Cheyenne pudiera mencionar accidentalmente que sabía que había ido a ver a su hermano—. Si hubieras llegado un poco más tarde, no nos habríamos visto. Otra vez —añadió, riendo.
Dylan se acercó, agarró a Wyatt, lo tiró al aire y lo agarró.
—¿Qué te pasa a ti esta noche, hombrecito?
Wyatt gritó y movió las piernas nervioso.
—¡Má! —exigió, y Dylan volvió a tirarle al aire.
Cheyenne terminó de colocar la silla del coche.
—Presley se lleva el Prius para poder llevar unas cuantas cosas al local —le explicó a Dylan—. No te importa, ¿verdad?
—En absoluto —devolvió a Wyatt a su madre para que pudiera sentarlo en el asiento—. ¿Necesitas que te eche una mano?
—No. Solo tengo que terminar de hacer unas cuantas cosas —tensó las manos sobre Wyatt cuando este dijo: «ti» para llamar a Dylan e intentó lanzarse hacia su ídolo—. Os devolveré el coche esta misma noche.
—No tienes por qué devolvérnoslo —le dio un pellizquito a Wyatt en la nariz—. Mañana puedo ir andando a buscarlo antes de ir al trabajo. Es lo más fácil.
En un impulso, Presley abrazó a su cuñado mientras continuaba sosteniendo al bebé.
—Eres muy especial, Dylan Amos. Me alegro de que mi hermana esté contigo y de que mi hijo tenga a un buen hombre en su vida.
Dylan pareció completamente desprevenido. Él siempre había sido un poco brusco, no estaba acostumbrado a recibir alabanzas tan efusivas. Y ella tampoco era muy dada a los cumplidos. Nunca le había dicho a Dylan lo bien que le caía, y, menos aún, lo mucho que le quería. Pero lo sentía. Él había sido un apoyo importante en su vida. Antes de que Dylan se casara con su hermana, Cheyenne era la única persona que tenía. Además de Anita, por supuesto…
—Puedes pedirnos el coche siempre que quieras —le aseguró.
Aunque Presley advirtió la sonrisa que acompañaba a sus palabras, estaba demasiado avergonzada como para mirar atrás.
—Riley también es un buen tipo —añadió Cheyenne.
Pero por muy bueno que fuera, Presley no le quería. El único hombre al que realmente quería era Aaron.
Conseguir trasladar el resto de sus cosas no le resultó tan fácil como esperaba. Wyatt normalmente se dormía con facilidad en la sillita o en el parque cuando no estaban en casa, pero aquella noche no fue así. Quería dormir en su cuna y se lo hizo saber. Así que Presley renunció antes de terminar y se lo llevó a casa. No había conseguido hacer todo lo que le habría gustado, y era una pena, disponiendo de un vehículo para transportar sus cosas. Pero como madre, tenía que ser flexible.
Además, también ella estaba cansada. Eran casi las once y todavía no era capaz de dormir. No dejaba de pensar en Aaron y en el hecho de que hubiera aceptado ayudar a Cheyenne. Quería decirle que apreciaba la felicidad que iba a llevar a la vida de su hermana y la generosidad que se escondía tras aquella decisión, pero vaciló antes de marcar su número porque no sabía si aquello solo era una excusa para oír su voz.
Agarró y dejó el teléfono cerca de tres veces antes de decidirse e, incluso entonces, estuvo a punto de colgar al oír su voz somnolienta, pero Aaron ya sabía que llamaba ella.
—¿Presley?
Presley esbozó una mueca al recordar cómo había reaccionado Aaron el día de la muerte de su madre. Maldito identificador de llamadas.
—Lo siento, no quería despertarte —se disculpó, y colgó—. Mierda —musitó, y enterró la cabeza bajo la almohada.
Pero Aaron volvió a llamar. Y llamó una segunda vez.
Al final, Presley descolgó el teléfono.
—Presley, ¿estás bien?
—Sí, por supuesto. Podemos hablar en otro momento. Pensé que estarías viendo la televisión —cuando estaba con ella, no solía acostarse pronto—. Podemos hablar mañana por la mañana, o en cualquier otro momento.
—No, no cuelgues, no pasa nada. Por favor, deja que me redima de… de lo que pasó hace dos años.
—No tienes ningún motivo, de verdad.
Sin aquel brusco despertar, a lo mejor nunca habría tenido el valor suficiente como para darle un nuevo rumbo a su vida. A lo mejor hubiera abortado a Wyatt y habría continuado agarrada a los faldones de Aaron mientras él se lo hubiera permitido. ¿Y qué habría sido de ella entonces?
Por supuesto, antes de mejorar, su vida también había empeorado considerablemente, pero, al final, había conseguido muchas cosas.
—¿Llamas porque tienes noticias? —preguntó Aaron.
—¿Sobre qué?
—¿Estás embarazada?
—Todavía no lo sé.
Podía comprar una prueba en la farmacia, pero no sabía si funcionaría veinticuatro horas después de una posible concepción. Y si no iba a servir de nada, ¿por qué malgastar ese dinero? Además, no quería que la vieran comprando una prueba de embarazo en un pueblo como aquel. No quería que comenzaran a correr rumores sobre ella cuando estaba intentando convencer a todo el mundo de que había cambiado. Podía imaginar lo que diría Cheyenne si aquella información llegara a sus oídos.
—¿Cuándo lo sabrás? —le preguntó Aaron.
—No puedo decirte el día exacto. Podría comprar una prueba de embarazo, y tengo el Prius de Cheyenne, pero Dylan piensa venir a buscarlo mañana por la mañana y ahora no hay nada abierto.
—Puedo comprarla yo mañana. Así no tendrás que asumir tú la responsabilidad.
—No te molestes. Yo me ocuparé de ello cuando pueda y te diré cuál es el resultado.
—De acuerdo.
Presley tragó saliva, intentando vencer la sequedad de la garganta.
—En cualquier caso, te llamaba para darte las gracias por estar dispuesto a ayudar a Cheyenne.
—¿Eso es todo? —parecía decepcionado.
—Ya te he dicho que para lo otro… todavía no tengo respuesta.
—No era una respuesta lo único que esperaba de esta llamada. Si quieres que vaya a verte, esta vez tendré más cuidado.
Presley cerró los ojos. Por supuesto, Aaron esperaba lo mismo que había conseguido la noche anterior. Sabía que era lo único que asociaba con ella. Pero si no podía conseguir nada más, verdadero amor en vez de una simple satisfacción sexual, tampoco tendría nunca una relación como la que tenían Cheyenne y Dylan. Y eso era lo que ella quería, quería elevar su vida a un nuevo nivel.
«¡No te conformes con menos!».
—Dejaré que vuelvas a dormir —respondió, y colgó el teléfono.
Tras aquella llamada de Presley, Aaron pensó que volvería a tener noticias de ella. No había superado aquella etapa de su vida, tal y como pretendía hacerle creer, en caso contrario, no se habría puesto en contacto con él el lunes por la noche, y menos tan tarde. Y lo que habían compartido el domingo no habría sido tan explosivo y satisfactorio.
Pero pasaron el martes, el miércoles y el jueves y no supo nada de ella. Pasó por su casa y por el estudio varias veces, esperando localizarla allí, pero lo único que vio en el local fue un cartel que anunciaba la inauguración del sábado. Si Presley había visto su camioneta en el barrio, no había dicho nada. Imaginaba que estaba demasiado ocupada para pensar en nada que no fuera su negocio.
El viernes, decidió que era un estúpido por estar tan pendiente de ella. Allí estaba, comprobando constantemente el teléfono, oyendo el buzón de voz, revisando los mensajes de texto y sufriendo al no encontrar ninguno. ¿Qué sentido tenía? ¿Por qué estaba jugando con ella, dejando que se interpusiera el orgullo en su relación? Si quería verla, debería llamarla e invitarla a salir con él esa misma noche.
Y eso hizo. Pero Presley le dijo que tenía una cita con Riley.
—¿Adónde te va a llevar? —le preguntó.
Se produjo un corto silencio.
—¿Es información reservada?
Se arrepintió de los celos que revelaba su tono, pero Presley ni siquiera lo mencionó. Evidentemente, estaba convencida de que no le importaría que estuviera con otro hombre.
—Me ha dicho que puedo elegir mi restaurante favorito.
—Muy generoso por su parte. ¿Así que vais a ir al Just Like Mom’s?
—No es un restaurante elegante. Probablemente se echará a reír cuando se lo diga, pero es un sitio que tiene algo especial y hace mucho que no voy.
El distintivo de Just Like Mom’s era la comida casera, una comida de la que ella no había podido disfrutar nunca de niña. Y Milly era la figura maternal que ella siempre había anhelado. Aaron lo comprendía porque le gustaba aquel restaurante por esa misma razón. Solían ir juntos allí y pedir sándwiches de pavo, espaguetis y albóndigas, pastel de carne y puré de patatas o chuletas de cerdo a la parrilla con una enorme patata rellena. Y, siempre, tarta de manzana de postre. Eran como un par de niños perdidos fingiendo que habían encontrado un hogar.
—Supongo que lo has olvidado, pero a mí también me gusta —le recordó.
—Lo sé.
—Podría haberte llevado yo. Podríamos haber pedido las patatas fritas con chile y queso para recordar los viejos tiempos.
—Lo siento, Aaron. Es posible que tengas razón, a lo mejor no es un hombre como Riley lo que estoy buscando, pero voy a darle una oportunidad —le aclaró, y puso fin a la llamada.
Presley estaba nerviosa. Nunca había tenido una cita como aquella. Al menos, no con alguien tan… conveniente, alguien con quien podría sentar cabeza y que realmente podría ser un buen padre para Wyatt. Los hombres con los que había salido en Fresno normalmente tenían todo un historial y ningún interés en el matrimonio o los niños, y, menos aún, en la responsabilidad de criar a un hijo de otro. O si no, no tenían trabajo.
—¿Qué tal estoy? —le preguntó a Cheyenne cuando fue a su casa para dejar a Watt.
No sabía qué ponerse. Su guardarropa era bastante reducido; de hecho, nunca había tenido mucha ropa. Necesitaba todo su dinero para los gastos del día a día.
Su hermana dejó a Wyatt con Dylan y la llevó al dormitorio, donde le hizo quitarse los vaqueros, las botas y la cazadora de cuero y la animó a ponerse un bonito vestido, unas sandalias, unos pendientes más pequeños y unas pulseras.
—¿De dónde has sacado todas estas cosas? —preguntó Presley, sorprendida al descubrir que todo era de su talla y no de la de su hermana, que era más alta que ella.
—Las he comprado para ti.
—¿Sabías que no te iba a gustar lo que me iba a poner?
—Las compré para tu cumpleaños, que es en junio.
—¡Todavía faltan dos meses!
—Me gusta planear las cosas por adelantado.
Iba a parecer un poco ridícula yendo tan arreglada al Just Like Mom’s, pero a Cheyenne no parecía importarle a dónde iban. Incluso la arrastró al cuarto de baño y le rizó ligeramente el pelo.
Presley apenas se reconocía a sí misma. Fijó la mirada en el espejo, pensando que jamás se había parecido tanto a su hermana, a la que no la unía ningún lazo de sangre, como en aquel momento, a pesar de la diferencia de altura, largura de pelo y color de ojos y pelo. Pero imaginaba que a Riley le gustaría la clase que emanaba aquella noche. Riley podía trabajar como contratista de obras, pero no era el típico tipo con barriga cervecera que había conocido en el pasado.
—¿Y bien? —Cheyenne esperaba la respuesta con los ojos brillantes.
—Parezco más blanca de lo que soy.
—¿Más blanca? ¿De qué estás hablando? ¿Quieres decir más pálida?
—No, lo que estoy diciendo es que parezco una mujer blanca de clase media, o quizá de clase alta.
—Eres una mujer blanca, Presley.
—En parte. Quizá. ¿Quién sabe?
—Ya basta. En cualquier caso, ¿qué tiene que ver el color de tu piel con nada de esto? Estás guapísima y eso es lo único que importa.
Presley no estaba segura de por qué se sentía incómoda, pero no quería desilusionar a Cheyenne después de que su hermana se hubiera tomado tantas molestias y se hubiera gastado tanto dinero, de modo que no intentó describir sus sentimientos.
—Me gusta lo que me has comprado. Muchas gracias.
—De nada —Cheyenne le dio un abrazo—. Espero que te lo pases muy bien.
—Estoy segura de que lo haré —contestó.
Pero teniendo en cuenta cómo estaban respondiendo sus nervios, temía que no iba a ser capaz de probar un solo bocado. Aquella iba a ser la primera cena a la que la invitaban desde hacía años, puesto que el último tipo con el que había quedado ni siquiera tenía dinero para pagar y, sin embargo, no estaba en condiciones de disfrutarla. Qué ironía.
Cheyenne le tocó el tatuaje.
—¿Has pensado en quitártelo alguna vez?
Presley miró la pantera que corría por su brazo derecho.
—No.
Tenía también varios caracteres chinos que representaban la verdad y el coraje. Pero esos solo se podían ver cuando estaba desnuda, de modo que no tenía sentido mencionarlos.
—Era solo una idea —dijo Cheyenne.
Más probablemente, un deseo. Cheyenne odiaba los tatuajes en las mujeres. Le parecían chabacanos.
Sonó el timbre de la puerta, anunciando la llegada de Riley. Presley le había puesto un mensaje para decirle que estaría en casa de su hermana.
Presley recordó entonces cómo había reaccionado Aaron al enterarse de la cita: «yo podría haberte llevado». Se imaginó sentada en una de las mesas del restaurante, comiendo unas patatas fritas con ración extra de queso y chile mientras reía con el hombre del que estaba enamorada. ¡Aquella sí que era una perspectiva divertida!
—¿Es demasiado tarde para echarme atrás? —preguntó.
Cheyenne la miró con el ceño fruncido.
—Ya basta. Estás preparada, estás maravillosa y te lo vas a pasar en grande.
Dylan dejó de jugar con Wyatt para silbarla cuando entró en el cuarto de estar.
—¡Vaya! Riley va a tener que vigilarte de cerca.
Presley elevó los ojos al cielo.
—Solo te parece que estoy guapa porque me parezco a tu esposa. Todo lo que puedo parecerme, por lo menos.
—Tú siempre estás guapa —replicó él.
—Sí, claro —infundió a sus palabras suficiente sarcasmo como para que no pudiera confundirlas—. Pero gracias por intentarlo.
Dylan le guiñó el ojo y se echó a reír mientras ella abría la puerta.