Capítulo 9
—Ha sido increíble —jadeó Aaron mientras la dejaba en el suelo.
Ya no le quedaban fuerzas para sostenerla. Sentía los brazos como si fueran de goma. Los últimos diez minutos habían sido tan intensos que se había quedado sin energía.
—Inmejorable —añadió.
Como Presley no decía nada, sintió una punzada de alarma. Le había oído decir que iba a terminar arrepintiéndose, pero no se lo había tomado en serio. ¿Se estaría arrepintiendo ya? Él pensaba que los dos tenían ganas de hacerlo.
Pero estaba prácticamente seguro de que estaba llorando. Aunque mantenía la cara oculta, había sentido una lágrima en el brazo.
—¿Te pasa algo? —le preguntó.
Presley negó con la cabeza, pero él no estaba seguro.
—Me lo dirías, ¿verdad?
—Por supuesto.
Aquella era la respuesta que había estado buscando, pero las palabras de Presley no transmitían convicción alguna, y menos cuando se apartó inmediatamente de su alcance. Estaba tan preocupado por su reacción que hasta que Presley no fue a lavarse, no se dio cuenta de que el preservativo que habían utilizado estaba roto. Se disparó el pánico y se preguntó si no habría confundido el miedo con la decepción o la tristeza. ¿Lo habría notado ella? ¿Sería eso lo que le pasaba?
Si era así, tenía motivos para estar asustada. Él también estaba asustado. Jamás le había ocurrido nada parecido.
—No he venido a tu casa para hacer… lo que acabamos de hacer —se justificó cuando Presley regresó para ponerse las bragas.
Estando de nuevo tan cerca de su cuerpo desnudo, pudo ver lo mucho que había ganado su silueta en aquellos dos años. Estaba magnífica, pero parecía tener mucha prisa por taparse, algo que añadió más inseguridad a la sensación que él ya tenía. Las cosas nunca habían sido tan tensas cuando estaban juntos.
Él no se molestó en ir a buscar su ropa. En cambio, apoyó el hombro contra la pared y la observó atentamente.
—Me crees, ¿verdad? Lo que quiero decir es que de verdad quería hablar contigo esta noche.
Era especialmente importante que lo supiera, teniendo en cuenta el estado de aquel maldito preservativo, que ya se había quitado y tirado. Tenía que decírselo, por supuesto, pero no sabía por donde empezar.
—No te preocupes por… por lo que acaba de pasar —musitó Presley—. Ha sido tan culpa mía como tuya.
Se le daba bien asumir su responsabilidad. Lo había hecho también en la librería. Pero aquella forma de reaccionar le hizo sentirse todavía peor. ¿Y si se quedaba embarazada porque no había sido capaz de dejarla en paz?
—¿Tú crees que esto tiene algo que ver con la culpa de nadie?
—No —contestó.
Pero lo dijo como si estuviera forzando la palabra, y no era capaz de mirarlo. Y lo más inquietante era que no paraba de moverse rápidamente y de forma errática, como si su vida dependiera de que se vistiera rápido y plegara cuanto antes la camilla de masajes.
—Tú también te has divertido. He sentido tu orgasmo. Parece que te ha gustado.
—Sí. Has sido tan servicial como siempre. Gracias.
Aaron no estaba buscando sus alabanzas, y «servicial» no era la palabra que habría querido oír aunque la hubiera estado buscando. Lo decía como si solo le hubiera prestado un servicio. Y había habido mucho más en aquel encuentro. Habían compartido demasiadas cosas como para poder hacer el amor sin que mediara ningún sentimiento. Él había sentido mucho más que pasión: placer, alivio, satisfacción… y un sentimiento de resolución. Pero entonces, ¿por qué estaba ella tan alterada?
—¿Te has dado cuenta de lo del preservativo?
Presley le miró por fin.
—¿Qué ha pasado con el preservativo?
Aaron comprendió entonces que no lo sabía. En algún momento tenía que decírselo.
O quizá no. A lo mejor bastaba con esperar para ver si tenía o no el siguiente período. A lo mejor no pasaba nada y no tenían ningún motivo para preocuparse.
Maldijo el riesgo que había corrido. Su hermano, su cuñada e incluso la propia Presley le habían pedido que no se acercara a ella. Él se había acercado a su casa a pesar de todas aquellas advertencias, y las cosas habían ido más lejos de lo que deberían, como todo el mundo temía que pudiera pasar.
—Por lo menos, todavía podemos seguir siendo amigos —dijo—. No quiero que te sientas mal, y menos por esto. Y, definitivamente, no quiero que te sientas como… ya sabes, como si te hubiera presionado a hacer algo que no te conviene.
—No me has presionado a hacer nada.
—¿Entonces no estás enfadada?
—No.
—Sí, sí estás enfadada —la conocía demasiado bien como para saber que no era cierto.
—Sí, pero no contigo —le aclaró—. Estoy enfadada conmigo misma. Ni siquiera he podido aguantar hasta el lunes. No era este el rumbo que quería que tomara mi vida.
—¿Qué quieres decir?
Presley suspiró.
—El viernes tengo una cita con Riley.
A Aaron no le gustó la idea de que Presley fuera a salir con otro hombre. No le sucedía a menudo que una mujer con la que acababa de hacer el amor mencionara a otro hombre. Supuso que esa fue la razón por la que experimentó un repentino sentimiento de posesión, un deseo de volver a acariciarla, de arrastrarla al dormitorio y estar con ella hasta encontrar a la Presley que él conocía en medio de toda aquella resistencia.
—¿Y esto cómo te hace sentirte? ¿Culpable? ¿Como si le hubieras engañado? No le debes nada a Riley. Apenas le conoces. Una cita es solo una cita. Además, la del viernes será la primera.
—Ya sé que no hay ningún compromiso entre Riley y yo. Pero estoy segura de que no se esperaba una cosa así. Y preferiría ser la clase de mujer a la que un hombre como Riley puede admirar, ¿de acuerdo? De hecho, prefiero ser yo misma el tipo de persona a la que puedo admirar.
Aaron se pasó nervioso la mano por el pelo.
—¿Un tipo como Riley? ¿Es que es distinto a los demás? ¿No es como yo?
—Ya sabes lo que quiero decir. Tú mismo me dijiste que es lo mejor que Whiskey Creek puede ofrecerme. Tiene la vida solucionada.
—No es para tanto —respondió Aaron—. Cuando te lo dije, estaba siendo sarcástico. Y el hecho de que hayas tenido relaciones con una persona con la que te has acostado cientos de veces después de haber pasado dos años de celibato, no te convierte en una… —no quería pronunciar la palabra «prostituta», ni siquiera quería introducirla en la conversación— en escoria —terminó.
—Acostarme con alguien que no me quiere para nada más que para pasárselo bien, no me convierte precisamente en un pilar de la comunidad.
Aaron no intentó defender su postura. Sus sentimientos eran demasiado complicados como para poder hacerlo. Definitivamente, no era capaz de explicar lo que aquella relación abarcaba. Presley no era solamente una amiga: tenía demasiadas ganas de acostarse con ella para que fuera solo eso. Y tampoco era su novia, no estaba enamorado de ella. Ocupaba un lugar intermedio. Pero a pesar de todas las cosas en las que le había fallado, él siempre había intentado ser bueno con ella.
—¿Un pilar de la comunidad? ¿A eso aspiras?
—¿Por qué no?
—Porque creo que sería demasiado aburrido para alguien como tú. Para alguien como nosotros.
—Por lo menos, de esa forma no perdería el respeto por mí misma. No quiero que Riley se entere de esto. Por fin tengo la oportunidad de disfrutar de una vida como la de mi hermana y… mírame —se tapó la cara, como si estuviera demasiado avergonzada de sí misma como para mostrarla—. Acabo de fastidiarlo todo.
Aaron no se esperaba una cosa así. Agarro sus bóxers y comenzó a ponérselos.
—Deja de castigarte. Y, de todas formas, Riley no es tu tipo.
Presley se giró bruscamente hacia él.
—¿Por qué no? ¿Qué se supone que significa eso?
Aaron se devanó los sesos buscando una razón por la que Riley y ella no fueran compatibles, pero no se le ocurrió ninguna.
—¿Crees que es demasiado bueno para mí? —le preguntó Presley.
—¡Claro que no! Es solo que… Por lo que se refiere a los hombres, puedes hacer lo que quieras. Riley no tiene ningún derecho sobre ti. A lo mejor, ahora mismo está con otra mujer.
—Los dos sabemos que eso no es cierto. Él no es así.
—Podría serlo —se abrochó los pantalones—. ¿Entonces qué? ¿Estás esperando a que Riley Stinson te ofrezca una alianza de matrimonio?
—Es un buen hombre.
—¿Y yo no? —Aaron la miró boquiabierto.
En los viejos tiempos, Presley le hacía sentirse como si valiera más que la luna y las estrellas. ¿Qué estaba pasando allí?
—Deja de tergiversar mis palabras. Yo solo… Necesito que te vayas para poder pensar con claridad.
—Ven aquí —alargó el brazo hacia ella.
Pero en aquel instante, Wyatt comenzó a llorar en la otra habitación, poniendo fin a cualquier posibilidad de reconciliación. Presley recogió la camisa y los zapatos de Aaron del suelo y se los tendió de un empellón mientras le empujaba hacia la puerta.
—Siento haber dejado que esto se me fuera de las manos —le dijo con repentina corrección—. Por favor, perdóname si he dicho o hecho algo que te haya ofendido. Pero… ahora tengo que atender a mi hijo.
—Esto es una locura, Presley. ¿No podemos esperar hasta que hayas terminado de hacer lo que tengas que hacer con el niño para despedirnos? ¿De verdad tiene que terminar así esto?
—¿De qué otra forma podría terminar? —preguntó Presley.
Y lo siguiente que supo Aaron fue que estaba en el porche semidesnudo.
Aaron permaneció sentado en su camioneta durante cerca de quince minutos antes de marcharse. Ni siquiera se molestó en ponerse la camisa y los zapatos antes de sentarse tras el volante. Se limitó a arrojarlos al asiento de pasajeros. Quería volver a casa de Presley. Su presencia la había afectado negativamente, pero él no pretendía que fuera así. Se había acercado a su casa esperando recuperar su amistad. Tal y como le había dicho, no pretendía acostarse con ella. Por lo menos, de manera consciente. Su única intención era reparar… cierta sensación de pérdida.
No debería haber sugerido que le diera un masaje, pero ella se estaba comportando de manera muy distante y no sabía de qué otra manera podía romper el hielo. Y después, en cuanto le había tocado, habían regresado los recuerdos y… no recordaba haber sentido nunca un deseo tan intenso. Y ella parecía sentir lo mismo.
¿Por qué se habría arrepentido Presley después? No sabía que se había roto el preservativo. Y él se había asegurado de que tuviera un orgasmo. Estaban tan excitados que tampoco le había costado mucho. Los dos habían alcanzado rápidamente el clímax.
Había sido un encuentro excepcional, excepto el momento en el que se había dado cuenta de que no estaban tan protegidos como ambos pensaban. Y quitando también la parte en la que le había empujado hasta la puerta. ¿Por qué habría hecho una cosa así? Normalmente, le gustaba acurrucarse a su lado y pasar con él el resto de la noche. A veces, se quedaba tanto tiempo con él que Aaron había llegado a desear que…
Si no la conociera, habría pensado que estaba intentando castigarlo. Pero Presley no era una persona vengativa y su reacción había sido muy sincera. El remordimiento era auténtico. A lo mejor, aquella era la razón por la que su manera de reaccionar le había afectado más que la rotura del preservativo, aunque la segunda fuera una preocupación más seria.
—Mierda —musitó, y golpeó el volante.
Había ido a casa de Presley para arreglar las cosas, pero lo único que había conseguido había sido empeorarlas.
Mientras acunaba a Wyatt para que volviera a dormirse, Presley no podía dejar de llorar. No sollozaba, pero estaba tan decepcionada consigo misma que las lágrimas no dejaban de fluir.
¿Qué demonios le pasaba? Se había contradicho en todo lo que pensaba que era, en todo lo que se había dicho a sí misma que haría.
Aaron era una tentación demasiado grande para ella.
Después de aquello, ¿qué iba a hacer?
Dejó a Wyatt en la cuna y se acercó al teléfono. No se merecía a un hombre como Riley. Intentaría decírselo desde el principio. Después de secarse las mejillas, le envió un mensaje de texto por teléfono.
—Me ha gustado mucho verte hoy. Gracias por todo. Pero me temo que no podré quedar contigo el viernes por la noche.
Presley oyó su teléfono a primera hora de la mañana siguiente y, por miedo a que despertara a Wyatt, se levantó de un salto y lo agarró. No quería que Wyatt se despertara tan pronto sabiendo que treinta minutos más de sueño podrían suponer una gran diferencia.
—¿Diga? —preguntó con la voz ronca y manteniéndola intencionadamente baja.
—No me digas que te he despertado.
Cheyenne.
—¿Qué hora es? —se pasó la mano por el pelo.
Después de haber pasado la mayor parte de la noche dando vueltas en la cama, tenía el pelo disparado en todos los sentidos. Y ni siquiera quería ver el efecto que las lágrimas habían tenido en sus ojos.
—Las ocho y media. ¿Wyatt todavía no se ha despertado?
—No es normal que duerma hasta tan tarde, pero ha pasado una mala noche —imaginaba que había sentido su propio nerviosismo.
—En ese caso, siento haberte molestado.
—No te preocupes.
Probablemente, Cheyenne la llamaba para hablarle de sus planes de inseminación artificial; era lunes, y Dylan no estaba en casa.
—¿Has sabido ya algo de Aaron?
Eran pocas las probabilidades de que Aaron se hubiera puesto en contacto con Cheyenne, puesto que habían estado juntos la noche anterior, pero Presley estaba intentando darle a su hermana la introducción al tema que, asumía, Cheyenne estaba buscando.
—Todavía no, aunque me encantaría que me enviara un mensaje esta misma mañana.
Presley podría haberle contado que lo estaba pensando muy en serio, que había hablado con él, pero no pensaba hacerlo. La mera mención de su nombre habría bastado para revivir con exquisito placer y amargo arrepentimiento hasta el último detalle de lo que había hecho. Era preferible mantenerlo en secreto.
—¿Te dijo cuándo pensaba darte una respuesta?
—No lo especificó, pero le dije que no tenía mucho tiempo, así que… espero que tome rápidamente una decisión.
Presley se deslizó bajo las sábanas, deseando disfrutar de unos minutos más de relajación y descanso.
—¿Te llevarás una gran decepción si la respuesta es negativa?
—Me gustaría decirte que no, pero me temo que será una gran desilusión.
Presley oyó ruido de fondo y comprendió que Cheyenne estaba en el trabajo.
—¿Es Eve?
—Sí.
—Dale recuerdos de mi parte.
Se produjo un corto silencio mientras Cheyenne hablaba con la que era su jefa y su mejor amiga.
—Dice que deberías venir a comer —le dijo Cheyenne cuando terminó de hablar con ella.
—¿Al hostal?
—¿Por qué no? Tenemos una chef maravillosa. Podemos organizar un pequeño festín con las sobras del desayuno. Y esta mañana tenemos cangrejos y tortilla de crema de queso.
Presley pensó en todo lo que tenía que hacer en el estudio. Una vez terminada la zona de recepción y acabada la pintura, podía terminar de limpiar, llevar la camilla para los masajes y comenzar a buscar unas sillas para la zona de recepción. No podía gastar mucho dinero, pero tenía un talento especial para encontrar objetos de calidad de segunda mano. No necesitaba muchos muebles, y menos para la zona del estudio de yoga. Y hasta que estuviera en condiciones de comprar los últimos detalles, pensaba pedirle a todo el mundo que llevara sus propias colchonetas, toallas y bebidas. Ella aportaría la música, la experiencia y el espacio.
Pero había estado tan pendiente del cuidado de Wyatt y de poner su negocio en marcha que no había visto ni a Eve ni a ningún otro amigo de Cheyenne, excepto a los que se había encontrado en la firma del libro. Y, por cierto, tampoco había visto a ninguno de los amigos que había hecho en el casino cuando trabajaba allí. Pero tampoco podía arriesgarse a enfrentarse a la tentación de volver a su vida de antaño. Aquella era una de las razones por las que se suponía que debía mantenerse lejos de Aaron.
—Podría arañar un par de horas. ¿A qué hora quedamos?
—¡Mamá!
Wyatt estaba despierto. La llamaba desde la otra habitación.
—¡Mamá!
Con un bostezo, Presley fue a ver a su hijo.
Una enorme sonrisa arrugó sus mejillas regordetas y rio de emoción al ver que su madre se acercaba.
—Me gustaría despertarme tan contenta como tú —le dijo, y sostuvo el teléfono contra su oreja, apoyándolo en el hombro para poder cambiar el pañal.
—¿A las once te parece bien? —preguntó Cheyenne.
—Sí, a las once.
—Nos vemos entonces.
—Adiós —pero Cheyenne la interrumpió antes de que hubiera podido colgar.
—¿Cómo te fue ayer con Riley?
Presley pensó en el mensaje que le había enviado la noche anterior. A Cheyenne no le iba a hacer ninguna gracia que hubiera anulado la cita. Esperaba que Riley no lo mencionara, y que hasta el hecho de que le hubiera pedido una cita terminara disolviéndose en el olvido.
—Genial. Ya ha terminado la zona de recepción.
—¿Y te gusta cómo ha quedado?
—Me encanta.
El trabajo que había hecho Aaron también era muy bueno, pero Cheyenne no querría oírlo. Y a Presley tampoco le apetecía decirlo. Pero le parecía injusto centrarse únicamente en lo mucho que había trabajado Riley
—Ha sido muy amable al ayudarme.
Aquel era el momento de decir que había decidido no salir con él. No podía permitir que le pagara una cena después de lo que había hecho con Aaron la noche anterior. Pero tampoco le apetecía contar nada al respecto. De pronto, tuvo la sensación de estar ocultando demasiada información, lo que la hizo sentirse falsa. Lo único que ella quería era poder seguir adelante con su negocio, cuidar de su hijo y evitar cualquier tormenta sentimental.
Y eso fue lo que decidió que iba a hacer.
—Es muy agradable —reconoció mientras llevaba a su hijo a la cocina.
—Estoy deseando ver su trabajo. Iremos al estudio después de comer y haremos una lista de ideas para la decoración.
Presley dejó a Wyatt en la trona y sacó la harina de avena.
—Un estudio de yoga no necesita mucha decoración. Estaba pensando en poner algunos pósters con alguna cita y nada más —su presupuesto solo era de unos veinte o treinta dólares.
—Pero deberías tener una de esas fuentes relajantes que tienen ahora en la mayoría de los spas.
Presley sacó una sartén de una de las estanterías que hacían las veces de armario.
—¿Tú crees?
—A ninguna masajista debería faltarle —bromeó Cheyenne—. Así que voy a comprarte una.
Presley se echó a reír.
—¿Estás segura?
—¿Qué otro objeto puede emitir sonidos relajantes por menos de cien dólares?
—Ninguno que yo sepa —respondió mientras cerraba el biberón de Wyatt—. Nos vemos a las once.
Terminó de darle a su hijo la papilla de cereales, limpió la cocina y puso a Wyatt a jugar mientras ella ordenaba el resto de la casa. Pero cuando estaba pasando la aspiradora en el cuarto de estar, estuvo a punto de tropezar con algo que previamente parecía fundirse con el color de la alfombra: una cartera de cuero marrón.
No necesitó mirar en su interior para saber que era de Aaron. Riley y Jacob no habían tenido ningún motivo para sacar la cartera estando en su casa. Pero Aaron había sacado un preservativo de la suya y la había dejado después a un lado.
—¡Oh, Dios mío!
—¿Mamá?
Wyatt, que adoraba la aspiradora, la agarró cuando Presley la apagó e intentó pasarla él.
—Mamá ha cometido un gran error, Wyatt —le dijo.
Y buscó en el interior de la cartera para confirmar que el propietario era el que ella había imaginado.
Por supuesto, la cartera era de Aaron, y eso significaba que estaría buscándola.