Capítulo 7
El JB’s era un asador tradicional, con utensilios de bronce colgados de paredes de madera y una barra a lo largo de la parte derecha del restaurante. El interior era más oscuro de lo habitual en un restaurante, sobre todo en contraste con el luminoso sol de la tarde; el resplandor de las velas que adornaban las mesas apenas compensaban la falta de luminosidad.
Aaron se quedó durante unos segundos en la entrada hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Después, vio a Cheyenne en una de las mesas. Tenía aspecto de estar a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. Su nerviosismo aumentó la propia ansiedad de Aaron mientras la camarera corría a su encuentro desde el rincón en el que había estado enrollando las servilletas. Aquella era una hora entre comidas, no era uno de los momentos de más trajín del día, ni siquiera en domingo.
—¿Quiere una mesa? —le preguntó.
Aaron señaló a Cheyenne.
—Me están esperando.
La camarera le hizo un gesto para que la adelantara.
—Sí, me ha dicho que estaba esperando a alguien. He dejado la carta en la mesa.
Con un rápido «gracias», Aaron cruzó el restaurante y se sentó enfrente de Cheyenne, que le dirigió una sonrisa fugaz.
—Gracias por venir.
—De nada.
Cheyenne le tendió la carta.
—¿Quieres pedir algo antes?
Aaron prefería averiguar qué demonios estaba pasando allí, pero para evitar que la camarera les interrumpiera, echó un vistazo a la carta, se decidió por un filete y la cerró.
—Todo esto es muy misterioso.
Las mejillas de Cheyenne se encendieron.
—Lo siento, pero es algo de lo que tenía que hablarte en persona.
—¿No podíamos haber quedado en Whiskey Creek?
—Tenía miedo de que alguien pudiera vernos juntos.
—¿Y pudiera decir o hacer qué?
—No quiero hacer nada que pueda provocar extrañeza.
Aaron se colocó la servilleta en el regazo y enderezó los cubiertos.
—Ahora somos parientes. No creo que a nadie le extrañe que comamos juntos.
No tuvo oportunidad de responder. La camarera llegó en ese momento para preguntarles lo que querían beber. Aunque Cheyenne parecía demasiado nerviosa como para ocuparse de detalles tan mundanos, pidió un té con hielo. En realidad, él no tenía ningún interés en comer o beber nada, por lo menos hasta que no hubiera satisfecho su curiosidad, así que se limitó a pedir agua.
—Les daré unos minutos para pensar lo que van a comer —les ofreció la camarera, pero ninguno de los dos necesitaba tiempo.
Aaron abrió la boca para decir que pedirían ya, pero la camarera ya se estaba alejando y como Cheyenne no dijo nada, imaginó que su cuñada no tenía ninguna prisa por revelar lo que quería decirle. A lo mejor necesitaba tiempo para reunir valor. Por su forma de juguetear con el bolso, era evidente que aquello no estaba siendo fácil para ella.
—Si crees que vas a decir o hacer algo que puede molestarme, no te preocupes —le aseguró Aaron—. Jamás te levantaría la voz.
Sus palabras le valieron una dulce sonrisa.
—En parte, esa es la razón por la que estás aquí.
Así que su nerviosismo no tenía nada que ver con el miedo.
—Puedes decirme cualquier cosa —le advirtió—, siempre y cuando eso no ponga en cuestión mi lealtad hacia mi hermano.
Cheyenne asintió.
—Te lo agradezco. Yo también adoro a Dylan, de modo que jamás te pondría en contra de él, a menos que pensara que podría ser bueno para Dylan.
Aquello sonó como un mal presagio. Aaron la miró atentamente mientras ella cruzaba los brazos y las piernas, volvía a colocar el bolso, bebía un sorbo de agua y miraba repetidas veces la pantalla de televisión que había en una esquina. Estaban jugando un partido de béisbol, así que no creía que pudiera interesarle mucho. A Cheyenne no le gustaban los deportes. Pero hasta que regresó la camarera, se comportó como si aquel partido fuera lo más interesante que había visto nunca.
En cuanto pidieron la comida, Aaron echó la silla hacia atrás para poder estirar las piernas.
—Muy bien —le dijo—. Adelante.
Cheyenne se mordió el labio como si estuviera buscando las palabras más apropiadas. Hasta que Aaron se inclinó hacia delante y volvió a urgirla otra vez.
—¿Qué te pasa, Cheyenne?
—Quiero tener un hijo.
Lo dijo en una voz tan baja que Aaron no estaba seguro de haber oído correctamente. O a lo mejor no entendía qué relación podía tener eso con él.
Cheyenne infló el pecho, como si acabara de respirar hondo.
—Quiero tener un hijo —repitió en voz más alta.
—Muy bien.
¿Sería una broma? Miró a su alrededor para ver si le estaban tomando el pelo sus hermanos, pero no vio señales de ellos por ninguna parte.
—Entonces, ¿por qué Dylan y tú no tenéis uno?
—Lo hemos estado intentando.
Dylan no había dicho una sola palabra ni en un sentido ni en otro. Pero tampoco él había preguntado. Desde el primer momento, había dado por sentado que formarían una familia en cuanto estuvieran preparados para ello.
—¿Estás intentando decirme que estás embarazada?
—No, estoy intentando decirte que no estoy embarazada. Aunque hemos hecho todo lo posible para que me quedara.
¿Cómo se suponía que debía responder? Estaba convencido de que Cheyenne acababa de divulgar una información que su hermano preferiría no haber compartido. Al final, comentó:
—Esas cosas llevan su tiempo.
—Llevamos ya dos años.
—Tú no…
—Yo estoy bien. El problema no soy yo.
La forma en la que lo dijo le puso sobre aviso.
—Estás diciendo que Dylan…
—Podría necesitar ayuda.
Aaron levantó las manos como si le estuvieran apuntando con una pistola.
—No creo que pueda hacer mucho en ese terreno.
Cheyenne juntó las manos.
—En realidad, sí Me resulta difícil pedírtelo, pero, ¿a quién podría recurrir si no?
¿Aparte de a él?
—Continúa.
—Estoy considerando… —se aclaró la garganta mientras lo miraba a los ojos—. Estoy considerando la posibilidad de una inseminación artificial.
Por fin lo comprendía.
—¿Y quieres que yo sea el donante?
—Todo esto me resulta muy violento. Siento tener que pedírtelo, pero…
—¿Por qué Dylan no esta aquí contigo? —la interrumpió—. ¿No tendría que ser él el que manejara la situación?
—Él no puede.
—¿Por qué? ¿Porque tiene que construir esa maldita terraza?
Cheyenne bajó de nuevo la voz.
—Porque no sabe que te lo estoy pidiendo.
Aaron se tensó.
—¿Y no te has asegurado de que sea esto lo que él quiere?
Cheyenne le dirigió una mirada con la que le estaba suplicando que la comprendiera. Después le explicó:
—Quiero que crea que el hijo es suyo.
—¡Pero bueno! —Aaron se levantó y dio media vuelta, como si estuviera dispuesto a marcharse.
Inmediatamente, comprendió que no podía dejarla allí sola y volvió a sentarse otra vez.
—Esto le está matando, Aaron —le contó—. Yo tengo unas ganas inmensas de tener un hijo y él quiere darme uno. Un hijo suyo. Siente que necesita hacer eso por mí.
—Quiere que tengas todo lo que deseas.
—Porque se siente orgulloso de lo bien que cuida a las personas a las que quiere.
—Hay muchos médicos que pueden hacer ese tipo de cosas.
—Lo sé, pero según una prueba que he hecho en secreto, es prácticamente estéril. Y si lo averigua, pensará que me está fallando.
—¿Una prueba que has hecho tú? ¿Cómo puedes fiarte de eso? Deberías buscar otras opiniones…
—¿Y destrozarle la autoestima y acabar con nuestro matrimonio en el proceso? ¿Por qué? Esa prueba está contrastada. Dylan tiene muy pocas posibilidades de engendrar un hijo.
—Pero si él sabe que no es…
—No lo sabe. Fui al médico sola y no le he dicho nada.
—¿Entonces, qué? ¿Quieres quedarte embarazada y dejar que crea que el hijo es suyo? —lo preguntaba con incredulidad, estupefacto.
Pero Cheyenne asintió.
—Sí, eso es exactamente lo que quiero.
La camarera se acercó con la comida. Aaron le advirtió a Cheyenne con una mirada de su llegada y permanecieron los dos en silencio hasta que se aseguraron de que nadie podía oírlos.
—¿Estoy pidiendo demasiado? —susurró Cheyenne cuando la camarera se marchó.
Aaron no pudo resistirse a la súplica que encerraban sus palabras. Cheyenne era la gran bendición de la vida de Dylan. Lo único que nunca había tenido que utilizar para beneficio de sus hermanos. Por conflictivos que fueran a veces sus sentimientos hacia Dylan, Aaron no soportaba pensar siquiera en lo mucho que sufriría su hermano si llegaba a surgir algún problema con la mujer a la que amaba.
Pero Aaron no estaba seguro de cuál era la mejor manera de apoyar a Dylan. ¿Qué diría su hermano si alguna vez lo averiguara? ¿Y qué se sentiría al tener un hijo que no sabía quién era su verdadero padre?
—Quieres que te ayude a tener un hijo, pero que jamás en mi vida diga una sola palabra sobre ello.
—A nadie. Sí —no intentó ocultar ningún aspecto de su plan—. Renunciarías a los derechos de paternidad, serías el tío del niño, pero nada más.
Así que tendría contacto con el niño. Mucho contacto. ¿Pero eso hacía más difícil o más fácil la situación?
—No estoy seguro —dijo—. Me gustaría decirte que sí, pero… Me temo que esto solo serviría para darnos a Dylan y a mí otro motivo para competir.
—Y esa es una de las principales razones por las que creo que deberíamos hacerlo en secreto. De esa forma, habrá menos posibilidades de que pueda afectar a vuestra relación. Él no tendrá que sentirse en deuda contigo y tú no tendrás que sentir que está siendo ingrato contigo, porque sabrás que no tiene la menor idea del sacrificio que has hecho —le explicó—. Lo harías simplemente porque quieres a tu hermano, tendrías que renunciar a cualquier posible queja y olvidarte de que puedan reconocerte el mérito.
Aaron dejó escapar una bocanada de aire entre los dientes mientras se frotaba la mandíbula con la mano.
—¿Hay alguna clínica por los alrededores o…?
—Probablemente haya varias. Mi médica me sugirió una. Todavía no me he puesto en contacto con nadie porque antes de dar ningún paso, necesitaba saber si estabas dispuesto.
—¿Qué tendríamos que hacer?
Cheyenne señaló la comida que tenía en el plato.
—Deberías empezar comiéndote el filete. Se te está enfriando.
Aaron había perdido ya el poco apetito que tenía al llegar, pero hizo un esfuerzo por cortar unos cuantos pedazos de carne y masticarla, que era más de lo que podía decir de Cheyenne, que se limitó a mover la lechuga con el tenedor.
—Supongo que se te hace raro pensar en tener un hijo conmigo, pero creo que sería distinto si pudieras verlo desde mi punto de vista. Yo te quiero como cuñado, así que me haría muy feliz saber que tengo un hijo gracias a ti. De todos los hermanos, tú eres el que más se parece a mi marido. Sé que él sería capaz de superar esto, al igual que ha superado otras muchas dificultades con las que se ha encontrado a lo largo de su vida, ¿pero por qué hacerle pasar por algo así cuando podemos evitárselo? Quiero que Dylan sea feliz. Y, últimamente, es como si no fuera él mismo.
Aaron tuvo que hacer un gran esfuerzo para tragar el pedazo de carne que tenía en la boca.
—¿Y crees que esa es la razón de su descontento?
—No lo creo, lo sé.
Dylan había estado inusitadamente irritable y preocupado últimamente, pero…
—Necesito tiempo para pensar en ello —le dijo.
Cheyenne bebió un sorbo de té helado, pero, por su expresión, Aaron estaba seguro de que estaba haciendo tiempo mientras decidía cómo decirle algo más.
—¿Eso es un problema? —le preguntó cuando dejó el vaso en la mensa.
—Sí, ese es justo el problema.
—¿Cuál?
—El tiempo. No disponemos de mucho. Dylan está hablando de ir al médico. Y si va…
—Descubrirá la verdad.
Aaron consiguió tragar un pedazo de carne con un trozo de patata asada.
—Quizá sea lo mejor, Cheyenne. Lo que quiero decir es que… estaría abierto a esto si los dos quisierais reuniros conmigo más adelante. No es que envidie precisamente todo lo que… lo que tienes que hacer para quedarte embarazada —o… no lo creía al menos. Todavía no había pensado en aquella parte. Aun así, siguió adelante—. Lo que más me preocupa es lo de mantenerlo en secreto.
—¿No crees que sería mejor de esa forma? Ya sabes lo humillante que sería para él tener que pedírtelo. Y lo en deuda que se sentiría contigo después.
Era una preocupación legítima.
—¿Cuándo necesitas una respuesta?
—Sé que estáis muy ocupados en el taller, así que puedo darte unos días. Dylan no podrá citarse con el médico esta semana. Pero el proceso llevará varias semanas. Habrá que fijar una fecha con la clínica, llevar a cabo el procedimiento y esperar a ver si ha funcionado. Y si no funciona, habrá que comenzar de nuevo.
—¿Y tenemos que ir los dos al mismo tiempo a la clínica?
—No. Por lo que he leído en Internet, los dos procesos serán completamente separados.
—Pero debería ir alguien contigo.
—Presley me acompañará.
Se alegró. Ya se le hacía suficientemente raro convertirse en donante de esperma. No quería ocupar también el papel de su hermano al lado de Cheyenne.
—¿Presley y tú habéis hablado de esto?
—La llamé ayer.
Aaron cortó otro pedazo de carne antes de alzar la mirada.
—¿Y ella te animó a preguntarme?
—La verdad es que no.
—No cree que sea una buena idea.
—Está preocupada por cómo podría afectarte.
Incapaz de seguir comiendo, Aaron alargó la mano hasta el vaso de agua y limpió las gotas dejadas por la condensación.
—¿Aunque ya no quiera saber nada de mí?
Cheyenne le apretó cariñosamente la muñeca.
—Eso no es nada personal.
—Es algo muy personal y los dos lo sabemos.
Renunciando definitivamente a la ensalada, Cheyenne apartó su plato.
—Lo ha pasado muy mal intentando olvidarte.
—Por lo que yo he visto, le ha salido bastante bien. No volví a saber nada de ella desde que se fue.
—Estoy segura de que no le ha resultado fácil no ponerse en contacto contigo. Es muy difícil que encuentre a alguien que pueda igualarte.
—Pero tú crees que Riley está en condiciones de hacerlo.
Cheyenne juntó las manos.
—Riley está buscando una esposa. Tú no.
Él no se oponía a casarse. Tenía una edad en la que debería sentar cabeza. Sencillamente, todavía no había encontrado a la mujer adecuada. Un hombre necesitaba estar enamorado para asumir esa clase de compromiso, pero a veces se preguntaba si su corazón sería suficientemente grande como para ser capaz de entregarlo. A lo mejor Dylan era capaz de aquella entrega, pero él temía que parte de sus sentimientos habían sucumbido durante su turbulenta infancia.
O a lo mejor había sido defectuoso desde el principio.
Sacó la cartera, dejó varios billetes en la mesa y se levantó.
—Te llamaré cuando lo decida.
—¿Aaron?
Aaron se volvió hacia ella.
—Es una decisión difícil. Si me dices que no, lo comprenderé.
Tras asentir en silencio, Aaron abandonó el restaurante.