Capítulo 2
Aaron permanecía en el umbral de la casa de Cheyenne y Dylan, junto a la sillita que había en el porche. Mientras esperaba una respuesta a su llamada a la puerta, oyó a Cheyenne en el interior de la casa.
—¡Mamá ya está aquí, Wyatt! —canturreó Cheyenne.
Unos cuantos segundos después, abrió la puerta y le miró como si no acabara de creerse lo que estaba viendo.
Aaron había imaginado que abriría con el bebé de Presley en brazos, pero no fue así. Debía de haber dejado después al niño en la otra habitación.
—Aaron, no te esperaba.
Tampoco él esperaba pasarse por allí hasta que se había encontrado a Presley en la firma de libros de Ted Dixon. Desde el mismo momento en el que se había enterado de su regreso, e incluso antes, había estado esperando una oportunidad para disculparse por cómo se había comportado el día de la muerte de la madre de Presley. No había sido capaz de enfrentarse con el grado de intensidad emocional que aquella muerte implicaba. Aquella clase de tragedia le hacía revivir la muerte de su propia madre, algo que evitaba a toda costa. Pero se sentía mal por haber sido tan canalla con ella. Jamás olvidaría el miedo que había pasado cuando Presley había desaparecido. Se culpaba a sí mismo por todo lo que había pasado durante aquellos días. Sabía lo mucho que había sufrido Presley. Fuera lo que fuera lo que había experimentado, era tan terrible que ni Cheyenne ni Dylan hablaban sobre ello. Durante mucho tiempo, había querido decirle a Presley que lo sentía, pero no había tenido oportunidad de hacerlo. Cada vez que pedía su número, Cheyenne le decía que no tenía teléfono. Y Presley nunca le había llamado. Durante las dos semanas que llevaba en el pueblo, no había intentado ponerse en contacto con él. Si no hubiera sido porque los clientes del taller le habían avisado, ni siquiera se habría enterado de que estaba en el pueblo. Por lo menos, hasta que se la hubiera encontrado en la firma de libros. Dylan no lo había mencionado. De hecho, Dylan rara vez hablaba de Presley.
—¿Está mi hermano en casa? —preguntó.
Cheyenne continuaba bloqueando la puerta y Aaron no sabía cómo inspirar una bienvenida más calurosa. Había imaginado que Presley pasaría por allí para buscar a su hijo. Si no estaba con su madre, Wyatt tenía que estar en alguna parte, y aquel era el lugar más lógico. La sillita le había confirmado sus suposiciones.
Su cuñada comenzó a moverse nerviosa.
—¿Dylan?
—Sí, tu marido y mi hermano, ¿te acuerdas de él?
Presley no podría pensar que solo quería acostarse con ella si la veía en presencia de su hermana y su cuñado. Aquello podría legitimar el contacto. Quizá así pudieran recuperar parte de su antigua camaradería y él podría acercarse a su casa para pedirle una disculpa. En la librería las cosas habían ido muy mal y no había sabido encontrar la manera de expresar lo que realmente sentía.
Cheyenne ignoró su sarcasmo.
—Claro que está aquí. Está viendo la televisión.
Cuando Cheyenne miró por encima de él hacia el camino de la entrada, Aaron comprendió por qué se mostraba reacia a invitarle a entrar. No quería que estuviera allí cuando llegara Presley. Pero Cheyenne era demasiado educada para hacerlo excesivamente obvio. Retrocedió con una sonrisa.
—Pasa.
Aaron comprendía que pensara que no había tratado bien a su hermana. Él no había sido la mejor compañía para Presley. Pero nunca le había hecho daño de manera intencionada. Y ya no era el mismo de antes. ¿Por qué pensaban que Presley era la única que podía cambiar?
Cuando Cheyenne agarró una sudadera del perchero de la entrada en vez de seguirle hacia el cuarto de estar, Aaron le preguntó:
—¿Adónde vas?
—A ningún sitio —hizo un gesto vago con la mano—. Solo quiero llevar a Wyatt a dar un paseo.
—Es de noche y hace frío.
Había estado lloviendo una hora antes y podía volver a llover. En el País del Oro, la primavera solía llegar pronto, pero aquella primera semana de marzo estaba siendo auténticamente infernal.
—No iremos muy lejos.
Un niño de pelo negro salió caminando torpemente del cuarto de estar. Llevaba un bloque de plástico en la mano, con la esquina mordisqueada.
—Este debe de ser Wyatt.
Se produjo otro silencio por parte de Cheyenne, pero Aaron comprendió el por qué. Ella no quería que nada ni nadie se interpusiera en el proceso de recuperación de Presley, y eso le incluía a él.
—Sí, este es Wyatt, el orgullo y la alegría de mi hermana.
Era la maternidad lo que había cambiado a Presley. Aaron tuvo la completa certeza.
Wyatt alzó la mirada hacia él con unos ojos redondos del color del chocolate fundido. Iguales a los de su madre.
—Qué mocoso tan guapo —dijo—. Parece muy grande para su edad. Es sorprendente, teniendo una madre tan pequeña como Presley.
—Presley dice que su padre es alto —Cheyenne se movió como si pensara levantar al bebé en brazos y salir, pero Aaron estaba más cerca del niño y se agachó para levantarlo antes de que pudiera hacerlo ella.
—¡Eh, tú! —le dijo—. ¡Qué gordito estás! Me parece que tú no te pierdes una comida.
El niño se sacó el bloque de la boca y le dirigió una sonrisa pegajosa con la que reveló la presencia de unos dientes minúsculos.
—¡Ma–ma–ma! —balbuceó mientras golpeaba el bloque con la mano libre.
Aaron desvió la mirada hacia Cheyenne.
—No parece tener miedo de los desconocidos.
—No, es un tipo feliz y confiado.
Cuando Aaron tomó la mano del bebé y le dio un golpecito con ella en la nariz, Wyatt soltó una carcajada e intentó meterle el bloque de plástico en la boca.
—Está bien, pequeñajo —dijo Aaron, volviendo la cabeza—. Ese bloque ya tiene suficiente saliva.
—¿Aaron? ¿Eres tú? —preguntó Dylan desde el cuarto de estar, y Aaron le tendió el niño a Cheyenne.
—Sí, soy yo.
—¿Cómo te ha ido en Reno? ¿Ya has encontrado el terreno para el taller?
Aaron entró en el cuarto de estar y vio a Dylan con el pelo mojado y repantigado en el sofá. Había trabajado hasta tarde y acababa de salir de la ducha. Estaban saturados de trabajo, aquella era otra de las razones por las que Aaron pensaba que había llegado el momento de abrir una sucursal del taller.
—Nada que termine de gustarme. Estoy considerando la posibilidad de irme a Placerville.
—Yo no iría allí.
—Está más cerca, a solo sesenta kilómetros.
—Pero el mercado es más pequeño. ¿Cuándo has vuelto?
Aaron se dejó caer en una de las butacas de cuero del cuarto de estar y apoyó los pies en la mesita del café. Los Ángeles Lakers estaban jugando el Miami Heat y parecía un partido muy reñido.
—Hace un par de horas. Le prometí al señor Nunes que si nos daba otro día para terminar el Land Rover le conseguiría el último libro de Ted dedicado.
Dylan se irguió en el sillón.
—¿Has ido a la firma?
—Solo he estado unos minutos.
No había conseguido el libro. La cola era demasiado larga. Después, había hablado con Presley y había terminado marchándose. Pero pasaría más tarde por casa de Ted y le pediría un ejemplar.
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó su hermano.
¿Por qué tenía Aaron la sensación de que era una pregunta cargada de intenciones? ¿Le preocupaba que hubiera asistido a la firma de libros?
—Bien, ¿por qué iba a ir mal?
Su hermano pasó los anuncios del descanso del partido.
—Por ninguna razón en especial.
—¿Y no será porque Presley estaba allí?
—Cheyenne estaba nerviosa, tenía miedo de que os encontrarais —le explicó.
—¿Por qué? —preguntó Aaron—. ¿Qué podía pasar? Todo el mundo se comporta como si tuviéramos que ser enemigos. Como si fuera capaz de hacer algo terrible si tuviera oportunidad. Pero yo jamás maltraté a Presley. Lo que quiero decir es… No fui todo lo amable que podía haber sido, pero jamás me pasé de la raya. Éramos amigos —añadió, encogiéndose de hombros—. Lo pasábamos bien juntos. Eso era todo.
Dylan no se dejó convencer por aquel discurso.
—Tú sabes que Presley ha tenido un pasado complicado. No queremos que vuelva a tener relación con el tipo de cosas con las que se relacionaba en el pasado.
—¿Y yo soy una de esas cosas? ¿Me estás echando a mí la culpa de que se drogara?
Dylan subió una pierna y apoyó la mano en la que tenía el mando a distancia en la rodilla.
—Tú salías mucho con ella.
—Pero no fui yo el que la introdujo en el mundo de las drogas. Ni siquiera la animaba a consumirlas. Estaba enganchada a la coca. Si no hubiera salido conmigo, lo habría hecho con cualquiera.
—Quizá, pero en aquella época tampoco tú eras la compañía más recomendable. No creo que la desanimaras. Los dos jugasteis fuerte y perdisteis. Pero, sea como sea, todo eso pertenece al pasado. Y esperamos que siga allí. La vida ya es suficientemente difícil para una mujer que está intentando criar sola a su hijo.
Aaron frunció el ceño al recordar la conversación que había mantenido con Presley en la librería.
—No está sola. El padre de Wyatt la está ayudando, ¿verdad?
Dylan emitió un sonido de incredulidad.
—¿Bromeas? Presley estuvo con el padre de Wyatt durante ¿cuánto tiempo? ¿Una hora? ¿Dos? Solo era un canalla que se aprovechó de ella cuando estaba colocada y huyendo de todo aquello que no quería sentir. Si hubiera alguna esperanza de encontrarle, le haría una cara nueva. Pero Presley no está en contacto con él y tampoco sabe cómo localizarle. Cuando le pregunté por él, ni siquiera me dijo su nombre.
—A mí me ha dicho que el padre la ayuda económicamente —repuso Aaron tenso.
—Supongo que te lo ha dicho por orgullo. No quiere que sepas lo desesperada que ha estado, ni que apenas está empezando a superar su situación.
—¿Y por qué iba a sentir que tiene algo que demostrarme? Yo nunca la he mirado con desprecio.
—Está intentando poner buena cara ante la adversidad. La gente hace eso.
—Pero no cuando se conoce tan bien como nos conocemos nosotros.
—Las cosas han cambiado, Aaron.
Aquella era la segunda vez que oía aquella frase.
—¡Al infierno con el cambio! ¿Por qué todo tiene que cambiar?
—Intenta olvidar el pasado. No sois buenos el uno para el otro, y menos ahora que Presley tiene un hijo.
La antigua rabia volvió a inflamarse.
—Espera un momento, ¿quién eres tú para tomar esa decisión?
Dylan le dirigió una mirada asesina.
—Cheyenne y yo estuvimos cerca de vosotros cuando estabais juntos. Sabemos cómo estabais.
—¿Y qué? Eso no te da derecho a decirme a quién puedo y a quién no puedo ver. Después de todos estos años, ¿todavía sigues intentando hacer de padre?
Dylan paró el partido de los Lakers.
—No empieces ahora con esos argumentos tan gastados.
—Empezaré si quiero. ¡Ya estoy harto, Dylan! Solamente nos llevamos tres años. Ya es hora de que lo vayas recordando.
Afortunadamente para la paz mental de Aaron, Dylan no negó que tenía tendencia a ser excesivamente controlador.
—Supongo que es difícil romper con los viejos hábitos —gruñó—. En cualquier caso, ¿cuándo piensas superar lo que quiera que tengas en contra de mí? Puedes seguir restregándome mis errores hasta que nos hartemos, pero eso no los va a solucionar. La cuestión de fondo es que Cheyenne y yo estamos preocupados por Presley y por ti. Queremos asegurarnos de que los dos continuéis…
—¿Qué? —le interrumpió Aaron, alzando las manos—. ¿Viviendo nuestras vidas tal y como vosotros las dispongáis?
—¡Que continuéis viviendo al margen de las drogas, si quieres saber la verdad! ¡Maldita sea!
Aaron se levantó.
—No debería haber venido.
Dylan arrojó el mando a distancia sobre la mesita del café y se levantó para seguirle hasta la puerta.
—A lo mejor no quieres admitirlo, pero estás endemoniadamente resentido. Ya es hora de que crezcas. Yo hice las cosas lo mejor que pude. Tenía dieciocho años cuando encarcelaron a papá. ¿Crees que quería ocupar su lugar? ¡Claro que no! Pero no vi a nadie dispuesto a hacer ese trabajo. ¿Lo habrías hecho tú? ¿A los quince años?
—Vete a la mierda —musitó Aaron, y aquello bastó para acabar con la paciencia de Dylan.
—¡Mierda! ¡Me sacas de mis casillas como nadie! —rugió mientras daba un puñetazo en la pared.
Aaron se quedó boquiabierto. Habían tenido sus buenas peleas en el pasado, pero nunca había visto a Dylan perder el control con tan poca provocación. Aquella discusión había sido una nadería comparada con las que habían mantenido a lo largo de su relación.
—¿No crees que estás exagerando un poco?
—¡Y a mí que me importa! —gritó Dylan—. ¿Crees que estás harto de muchas cosas? ¡Pues yo también y, además, estoy cansado de tu maldito resentimiento!
Aaron no respondió. Se limitó a marcharse dando un portazo.
Y hasta que no estuvo en el sendero que transcurría junto al lecho del río, el lugar en el que había crecido y todavía vivía con sus hermanos pequeños, no se tranquilizó lo suficiente como para darse cuenta de que todos los objetos del bebé y la sillita que había visto al llegar a casa de Dylan habían desaparecido. Cheyenne no se había llevado al niño a dar un paseo. Le había llevado a casa de su madre.
Cuando Cheyenne regresó después de haber dejado a Wyatt con Presley y vio que la camioneta de Aaron ya no estaba aparcada en el garaje, respiró aliviada.
—Se ha ido —dijo por teléfono.
En cuanto había salido de casa de su hermana, había sacado el teléfono para llamar a Eve Harmon, cuya familia era propietaria del hostal en el que las dos trabajaban. Eve era la única persona del mundo con la que había compartido la verdad sobre el hijo de Presley. Ni siquiera el resto de sus amigos más íntimos la conocía.
—Me alegro de oírlo —dijo Eve.
Cheyenne se desató la cremallera del abrigo. Gracias a aquel enérgico paseo, ya no tenía tanto frío como para mantenerlo abrochado.
—Por lo menos ahora no tendré que entrar en casa y sonreír mientras hablamos sobre Presley y Wyatt como si no estuviera traicionando a mi cuñado y a mi marido.
Teniendo en cuenta el reciente regreso de su hermana, era obvio que su nombre habría surgido en la conversación si Aaron hubiera seguido allí.
—¿Estás segura de que Aaron no sabe que ese hijo es suyo? —preguntó Eve—. A lo mejor lo sospecha, pero prefiere dejar las cosas así.
—No tengo ni idea. Lo único que sé es lo difícil que me resulta mantenerlo en secreto. A veces, la paternidad de Wyatt me parece tan evidente que me cuesta creer que Dylan no se lo haya imaginado.
—¿Por qué iba a imaginárselo? Le dijiste que el padre de Wyatt era un tipo de Arizona y él se lo ha creído.
Cheyenne se detuvo en el camino. No quería acercarse más a la casa. No quería que su marido oyera lo que estaban diciendo.
—¿Estás intentando tranquilizarme? Porque señalar lo mucho que confía en mí solo sirve para que me sienta peor.
—Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones. ¿Qué otra cosa podrías hacer?
Dylan podía ser su marido, pero también era el hermano de Aaron y, a pesar de todas las diferencias que había entre ellos, se querían con una fiereza forjada en todas las dificultades que habían superado juntos. No tenía la menor duda de que, en el caso de saber la verdad, Dylan se lo contaría a Aaron a la larga, si es que no lo hacía inmediatamente. No podría evitar ver la situación desde la perspectiva de su hermano, de la misma forma que ella no podía evitar considerarla tal y como la veía su hermana. Podría suplicarle, por supuesto, decirle que Presley nunca había tenido una vida tan equilibrada, que no podía arriesgarse a que cayera de nuevo en picado, como le había pasado cuando había huido de Whiskey Creek y había terminado con un sádico. Pero eso solo sería efectivo durante un tiempo, a la larga, prevalecería la lealtad hacia su hermano.
—A lo mejor sería diferente si Presley no fuera tan buena madre —dijo Cheyenne—. Pero está completamente entregada a Wyatt. Me siento muy mal al admitirlo, pero lo está haciendo mucho mejor de lo que yo esperaba.
—Y también sería distinto si Aaron no fuera tan impredecible —añadió Eve—. Pero no tienes idea de cómo podría reaccionar. No sabes si se mostraría justo y razonable o se pondría furioso y llegaría a superarle la situación.
Cheyenne fijó la mirada en las luces que resplandecían en el interior de su propia casa.
—También puede ser muy responsable y tiene muchos más recursos que Presley. Si tuvieran que batallar por la custodia de Wyatt… —se estremeció al pensar en ello.
Nadie quería enfrentarse a Aaron. Pero su hermana lo haría. Jamás se rendiría si lo que estaba en juego era su hijo.
—¿Cómo voy a poner a mi hermana en una situación tan difícil?
—No puedes. Presley se merece ser feliz. Y últimamente lo es, ¿verdad?
—Más feliz de lo que lo ha sido nunca.
—Eso demuestra que estás haciendo las cosas bien.
—Pero aun así, si Aaron y Dylan lo averiguan en algún momento…
Se le rompía el corazón al pensar en ello, pero no podía abrir la boca. No podía arriesgarse a decir nada por miedo a lo que aquella verdad podría desencadenar.
—Al menos tienes la esperanza de que no lleguen a averiguarlo nunca —dijo Eve con sentido práctico.
—Qué desastre —sabía que aquello no iba a acabar bien. Y pensar en ello le aterraba—. En cualquier caso, ya he llegado a casa. Tengo que colgar.
—Muy bien, ¿vendrás mañana?
Desde hacía algún tiempo, Cheyenne había reducido las horas de trabajo para poder ocuparse de Wyatt. Ninguna de ellas se había acostumbrado todavía al nuevo horario.
—Sí.
—En ese caso, te veré mañana por la mañana.
Mientras colgaba, Cheyenne intentó relegar aquella preocupación hasta el fondo de su mente, como había conseguido hacer hasta entonces. Pero cuando entró y se volvió para colgar el abrigo, vio el agujero en la pared. Una prueba más de que no podía contarle a Aaron lo de Wyatt. Aaron tenía un problema de agresividad. Aquello le bastó para comprender que no debía replantearse la decisión que había tomado dos años atrás.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Dylan—. No me digas que Aaron y tú habéis vuelto a discutir.
No hubo respuesta.
Disgustada por el daño que había sufrido su propia casa, Cheyenne corrió al cuarto de estar. Su marido estaba en el sofá con la cabeza entre las manos. Había parado el partido.
—Dylan, ¿qué te pasa? No te ha pegado, ¿verdad?
Su inquietud creció cuando Dylan alzó la mirada y vio la expresión vacía de sus ojos.
—No, no me ha pegado.
—¿Y por qué le ha dado un golpe a la pared?
Dylan se pasó la mano por el pelo.
—No ha sido Aaron. Eso lo he hecho yo.
—¿Qué?
Jamás habría imaginado a Dylan haciendo algo así. Al igual que Aaron, tenía su genio. ¡Que el cielo se compadeciera de cualquier contrincante que le presionara en exceso! Pero siempre había sido capaz de controlarse, por lo menos, desde que había llegado a su vida. Anteriormente, había tenido fama de ser un joven temerario, incluso peligroso, pero era comprensible. Dylan se había visto obligado a hacer cualquier cosa para sobrevivir, y también para conseguir que sus hermanos sobrevivieran.
—Lo arreglaré —dijo, intentando aplacarla.
—Me preocupa menos la pared que tú —se sentó a su lado y le acarició la espalda, intentando tranquilizarle—. ¿Por qué te has enfadado?
—Aaron me saca de mis casillas, ya lo sabes.
—Pero, normalmente, eres capaz de dominarte. ¿Qué ha dicho o ha hecho para que te hayas puesto tan furioso esta noche?
Dylan se frotó la mandíbula, acariciando la incipiente barba.
—Estaba intentando decirle que se mantuviera al margen de Presley y se ha enfrentado a mí, como siempre.
El sentimiento de culpa de Cheyenne se hizo todavía más profundo.
—No discutas con tu hermano por culpa de Presley. Me hace sentirme como si fuera yo la culpable por haberte transmitido mi preocupación por ella.
—No quiero que Aaron le destroce la vida. Si la quisiera y estuviera dispuesto a dar un paso y casarse con ella, no me sentiría así. Pero… Aaron no quiere nada de lo que Presley puede ofrecerle. Por lo menos ahora. Tu hermana tiene un hijo y es plenamente responsable de él.
Dylan adoraba a Wyatt y se sentía muy protector hacia él.
—¿Estás seguro? ¿Estás convencido de que Aaron no está preparado para…? —Dylan la miró de tal manera que Cheyenne no terminó la frase—. ¿No crees que podría estar interesado en una relación más seria?
—¡Qué va! Nunca ha sido capaz de mantener una relación seria. Y, en cualquier caso, no me gustaría que volviera con Presley. Es lo último que necesitamos. Sabes lo voluble que es y, también, hasta qué punto podría afectarnos esa relación a nosotros.
Pero Aaron no iba a pedir permiso. Nadie podía decirle lo que tenía que hacer. Nadie podría hacerle entrar en razón si quería volver con Presley. Y si Dylan intentaba interponerse o influir en él, haría exactamente lo contrario para demostrar que nadie podía darle órdenes.
—Es una pena que mi hermana haya tenido que volver antes de que Aaron se vaya.
—Prefiero tenerla aquí en Whiskey Creek que dependiendo de personas en las que no puede confiar para cuidar a Wyatt.
Dylan se había indignado tanto como ella cuando Presley había encontrado esas marcas en Wyatt. El propietario de la tienda de segunda mano le había permitido llevar a Wyatt al trabajo durante tres días a la semana, pero aun así, Presley se veía obligada a dejar el niño al cuidado de otros durante los fines de semana, que era cuando más trabajo había en la tienda y cuando iba por las noches al curso de masajes.
—Sé que Wyatt está mejor aquí, pero… —comenzó a decir Cheyenne.
—¿Pero? —la urgió Dylan.
El problema era que Dylan no disponía de tanta información como ella.
—Tenerlos a los dos en el pueblo, aunque solo sea durante un mes, ya me parece demasiado tiempo —le dirigió una sonrisa de pesar mientras le revisaba la mano. Tenía un moratón y los nudillos raspados—. ¿Necesitas que te lleve al hospital? ¿Quieres que te hagan una radiografía?
Dylan apartó la mano.
—No, no está rota.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Me la he roto bastantes veces como para saber la diferencia.
Cheyenne le revolvió el pelo. Aunque era un hombre duro, había una inocencia casi infantil en su forma de cuidarla que constituía la base de su felicidad.
—Te quiero mucho, mucho. Aunque hagas agujeros en las paredes —se levantó—. Vamos a lavarte la mano antes de que manches el sofá de sangre.
—¿Chey? —la agarró de la muñeca y la atrajo hacia él.
—¿Sí?
—¿Alguna vez… sientes envidia al ver a Wyatt?
La seriedad de aquella pregunta fue un indicio de lo que podía haber provocado el estallido de Dylan. No tenía que ver con Aaron. Por lo menos, no del todo.
—¿Por qué iba a sentir envidia?
Podía imaginárselo, pero quería que fuera él el que lo dijera. Dylan rara vez daba voz a sus miedos y preocupaciones. En cambio, tendía a expresarlos con algún acto físico, haciendo el amor con ella, yendo al gimnasio que habían montado sus hermanos y él en el garaje o, como había hecho aquella noche, dando un puñetazo en la pared.
—Ya llevamos un tiempo casados y… no tenemos hijos —la miró con atención—. A pesar de lo mucho que deseabas tener uno.
Dylan sentía que tenía que ofrecer algo que ella deseaba con fuerza. Y no estaba siendo capaz de darle lo que más felicidad podía causarle. Desde que tenía dieciocho años, se había hecho cargo de todas las personas que formaban parte de su vida. Siempre había asumido esa responsabilidad. Sencillamente, formaba parte de su forma de ser.
—Quiero tener un hijo —admitió Cheyenne—. Quiero tener un hijo tuyo. Pero si no podemos, no podemos. Nada hará que me arrepienta nunca de haberme casado contigo.
—¿Y si… y si la culpa es mía? ¿No te resentirías algún día?
—Por supuesto que no.
—Porque tengo que ser yo —dijo—. Tú nunca has sufrido ningún daño físico.
—¿Y crees que dedicarte a la lucha podría haber dañado… tu aparato?
—Si hubiera ganado un dólar por cada vez que me han dado una patada en los genitales…
Se había iniciado en las artes marciales mixtas cuando su padre, abatido por la tristeza tras la muerte de su madre, había apuñalado a un hombre y había ido a prisión. Dylan se había visto obligado a hacer algo para aumentar los ingresos que conseguían en el taller, que, en aquella época, no era precisamente un negocio boyante. Si no hubiera sido por el dinero que había ganado en la lucha, sus hermanos pequeños habrían terminado separados en diferentes hogares de acogida.
—Si las cosas son así, las aceptaremos —le aseguró Cheyenne.
—Nos resignaremos, quieres decir.
—Quiero decir que las aceptaré de verdad.
La miró a los ojos con expresión preocupada.
—Debería hacerme una revisión médica.
Cheyenne también había querido que fuera al médico, hasta que había ido ella y había descubierto que la culpa no era suya, sino de su marido.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no importa —entrelazó los dedos con los suyos—. Lo seguiremos intentando. A ti, de todas formas, eso te gusta —bromeó.
Pero Dylan no dejó que aquella broma le distrajera. Ni siquiera sonrió. Estaba empeñado en mantener esa conversación.
—¿Y si no funciona?
—Adoptaremos.
—Pero, gracias a tu madre o, mejor dicho, a Anita, ya te has perdido demasiadas cosas en la vida. Quiero que tengas tu propio hijo. Quiero que experimentes lo que es un embarazo, que sepas lo que es dar a luz y veas crecer a tu propio hijo. Y quiero que tu verdadera madre, ahora que os habéis encontrado, pueda ver crecer su familia.
—No siempre tenemos lo que queremos —le advirtió ella.
—Sí, ya lo sé. Y tú has tenido que conformarte con lo poco que tenías durante la mayor parte de tu vida. No puedo soportar la idea de que ahora también tengas que resignarte por mi culpa.
—Dylan, puedo querer a un niño adoptado tanto como a uno propio. Y, de todas formas, aunque no llegáramos a tener nunca un hijo, estaría dispuesta a renunciar a cualquier cosa por ti.
Dylan se la quedó mirando fijamente, como si estuviera intentando decidir si realmente pensaba lo que estaba diciendo. Después, la besó profundamente, con ternura, y la llevó al dormitorio, donde hicieron el amor como si todo marchara estupendamente y estuvieran muy por encima de cualquier problema. Pero cuando al terminar, Cheyenne comenzó a adormecerse en su pecho, advirtió que él tenía los ojos abiertos como platos y la mirada clavada en el techo.