Capítulo 3
Presley no podía dormir. Y sabía por qué. Pero se negaba a obsesionarse con el encuentro con Aaron. También se negaba a pasar toda la noche dando vueltas en la cama.
De modo que apartó las sábanas de una patada, se levantó, se puso un par de vaqueros llenos de agujeros y una sudadera y levantó al niño de la cuna. Wyatt se movió, pero no se despertó cuando le sentó en la sillita. Ella casi deseaba que se despertara. Si no lo hacía entonces, querría ponerse a jugar cuando ella necesitara dormir. Una madre soltera tenía que dormir cuando lo hacía su bebé o renunciar a hacerlo.
Pero Wyatt no dijo ni pío mientras su madre corría por la calle hacia el estudio. Presley tenía mucho trabajo pendiente, así que decidió aprovechar el tiempo.
Una vez entró y dejó a Wyatt en la que pensaba utilizar como habitación para los masajes, un cuarto oscuro y silencioso, recorrió el resto del local estudiándolo con mirada escéptica. ¿Cómo podría convertir aquel estudio en un lugar más atractivo con un presupuesto tan limitado?
Los pocos ahorros que tenía se habían reducido rápidamente y tenía miedo de no poder pagar el alquiler. Si no conseguía suficientes clientes, no tendría ninguna esperanza.
Aquellos miedos se revolvían como un ácido en su estómago, pero a lo largo de su vida, había pasado por situaciones mucho peores que la inseguridad económica. Se recordó de niña, rebuscando en los contenedores con la esperanza de encontrar un burrito o una hamburguesa comestible. Su madre se largaba cuando le apetecía, dejando a Presley y a Cheyenne solas, a menudo durante días, y sin ninguna fuente de calor ni comida cuando estaban viviendo en el coche.
Afortunadamente, aquellos años habían quedado atrás. Un cáncer de páncreas se había llevado a Anita, liberando a Cheyenne y a Presley de su cuidado. Presley estaba dando un salto mortal al abrir su propio negocio y, a veces, el miedo amenazaba con paralizarla. Pero lo conseguiría. Sería capaz de superar cualquier cosa siempre que Wyatt permaneciera sano y feliz.
Por lo menos en Whiskey Creek no tenía que preocuparse de que su cuidador le hiciera algún daño. Odiaba haber sido ella la que le había puesto en una situación de vulnerabilidad. Pero ella no había dejado a su hijo con un desconocido para intercambiar sexo por dinero, como tan a menudo hacía Anita. Ella había tenido un trabajo honrado y estaba con su hijo siempre que podía. Y haría lo mismo en Whiskey Creek. Cuando no pudiera cuidarle, Cheyenne o Alexa, una chica de catorce años que era la hija de la prometida de Ted Dixon, la ayudarían. No la conocía mucho, pero le había parecido una chica muy dulce. Cheyenne estaba segura de que sería muy buena con Wyatt.
Una llamada al cristal de la puerta la sobresaltó. Eran más de las doce, no esperaba compañía.
Sería Cheyenne, que habría ido a ver cómo se encontraba. Su hermana se estaba esforzando mucho en apoyarla. Pero cuando Presley se volvió, descubrió a Riley Stinson, el amigo de Cheyenne con el que había hablado en la librería, delante del local.
La saludó con la mano. Después, se sopló las manos para calentárselas mientras ella se acercaba a abrir.
—¡Riley! ¿Qué haces aquí a estas horas?
—Iba hacia mi casa, después de haber estado con Ted, y he visto luz. He pensado que te encontraría trabajando.
—Pues sí. Bueno, en realidad, todavía no he empezado, pero pretendía hacerlo —miró hacia la calle, donde Riley había dejado aparcada la camioneta—. ¿Dónde está Jacob?
Riley tenía un hijo de quince años al que estaba educando con la ayuda de sus padres. La madre de Jacob no aparecía en aquel escenario. Había sido condenada a veinte años de prisión por haber atropellado a la chica que estaba saliendo con Riley después de que la dejara a ella justo antes de que todos se graduaran en el instituto. Lo último que Presley había oído de Phoenix Fuller era que iba a salir de prisión al mismo tiempo que el padre de Aaron.
Presley se preguntó qué sentiría Riley ante el hecho de que pudiera regresar a Whiskey Creek, pero no le conocía lo suficiente como para hacerle una pregunta tan personal.
—Jacob está en casa de un amigo —miró a su alrededor y soltó un silbido—. Así que este es tu estudio nuevo, ¿eh?
Presley sintió que se sonrojaba. No había mucho que ver. Pero aquello era más de lo que nunca había tenido.
—Sí, de momento. Todavía queda mucho trabajo por hacer.
—¿Y qué tienes pensado?
—Para empezar, me gustaría arreglar las paredes y pintarlas —cruzó los brazos para protegerse del frío, deseando haberse llevado el abrigo.
Hasta que Wyatt no se levantaba y dejaba de estar protegido por la manta, dudaba a la hora de poner la calefacción, puesto que era ella, y no el propietario del local, quien tenía que pagar la factura.
—Después, quiero montar una zona de recepción en la que pueda apuntar las citas y en la que puedan registrarse mis clientes.
Señaló la puerta que conducía a la habitación en la que Wyatt estaba durmiendo.
—Esa será la sala de masajes —le mostró una zona más amplia, situada justo al otro lado—. Y esa la sala de yoga.
—Muy bonito.
Parecía aprobarlo, y eso la hizo también a ella menos crítica.
—También hay una cocina pequeña en la parte de atrás —le explicó.
Volvía a sentir parte de la emoción que había experimentado en Fresno, donde había permanecido despierta muchas noches, soñando y planificando su futuro.
—Este espacio es todo lo que necesitas.
—No está en muy buenas condiciones —admitió.
El local había albergado una cooperativa de antigüedades. Los miembros de la cooperativa lo tenían dividido en espacios individuales en los que exhibían los objetos que conseguían para vender. Por lo que Presley recordaba, la mayor parte de ellos no valían nada y ninguno de los miembros se había esforzado mucho en el mantenimiento del local.
—No hay nada que no pueda arreglarse con un poco de trabajo —dijo Riley.
—Trabajo y dinero —añadió ella con una sonrisa de pesar.
—A mí me sobra algo de madera de cuando arreglé mi jardín. Estaría encantado de donarla a la causa y utilizarla para construir el mostrador de recepción que has mencionado.
Presley negó con la cabeza.
—¡Oh, no! No era una insinuación. Yo no tengo dinero para pagarte. Por lo menos ahora. Pero Cheyenne me dijo que trabajabas bien. Lo tendré en cuenta si las cosas me van bien.
Riley la miró con atención.
—¿Por qué no hacemos un trueque?
Presley arqueó las cejas.
—¿Arreglos a cambio de clases de yoga?
—No —esbozó una sonrisa ladeada—. A cambio de masajes.
Debería habérselo imaginado.
—Ni siquiera sabes si soy buena.
—Estoy dispuesto a creer en ti.
Presley podría haber pensado que aquella buena disposición solo tenía que ver con la esperanza de que realmente pudiera gustarle el masaje, pero no estaba acostumbrada a tanta generosidad. Estaba convencida de que tenía que haber algo detrás de aquello, algo más de lo que le estaba diciendo. Y tras haber oído la conversación de la biblioteca, sospechaba que sabía lo que era. Los amigos de Cheyenne no eran conscientes de lo que había tenido que hacer cuando se había fugado del pueblo dos años atrás, y esperaba que tampoco lo fuera Aaron. Pero no era ningún secreto que nunca había sido una mujer particularmente prudente. A veces se preguntaba dónde estaría si no hubiera sido porque su hermana había contrarrestado el ejemplo de su madre. Por lo menos, en aquel momento, sin consumir drogas, podía verse a sí misma tal y como quería ser, tal y como podía ser, y pensaba que, con el tiempo, lo conseguiría, si no se desviaba de su camino.
—No creo que estés interesado en la clase de masaje que estoy ofreciendo —le dijo.
Riley pareció sorprendido por la rotundidad de su tono.
—Porque…
Presley le dirigió una mirada con la que le estaba diciendo que dejara de fingir.
—Es solo un masaje, Riley, no es nada particularmente excitante.
Riley abrió los ojos como platos.
—No esperaba… Quiero decir, yo… no creo que estés ofreciendo nada más.
A lo mejor era cierto. A lo mejor era su propia inseguridad la que impedía que confiara en un hombre como Riley. Pero para estar segura, imaginó que era preferible que ella soportara su propia carga.
—Preferiría hacer el trabajo yo misma. Pero gracias.
—Muy bien —contestó Riley, alargando las palabras.
Como Presley no suavizó su negativa ni hacía ademán de querer prolongar la conversación, Riley comenzó a dirigirse hacia la puerta.
—En ese caso, me apartaré de tu camino.
Presley no pudo evitar el ir tras él.
—¡Espera! Si me he equivocado, lo siento. Pero eso no cambia el hecho de que soy una persona demasiado complicada para alguien como tú, así que no tiene ningún sentido que seamos amigos.
Riley bajó la voz, como si quisiera añadirle gravedad a sus palabras.
—¿Quién dice que eres demasiado complicada para alguien como yo?
—Lo digo yo.
—¡Pero si apenas me conoces!
—Aun así, sé que no soy lo que tú quieres. Nunca podré ser lo que tú quieres. Si… si eso es lo que estás considerando.
—Todavía no lo había decidido. Pero… ¿por qué no puedes ser lo que yo quiero?
Porque había cometido demasiados errores. Estaba demasiado cansada. Era demasiado recelosa, demasiado desconfiada. Estaba siempre a la defensiva. Tenía un pasado sórdido, había tenido una infancia desgraciada, demasiadas experiencias difíciles. Riley se merecía una mujer que hubiera sido la reina de su promoción, no una exadicta.
—Es posible que sea la hermana de Cheyenne, pero no soy como ella.
—Esa pantera que llevas tatuada en el brazo me hizo descartar esa posibilidad desde el primer momento —contestó Riley con ironía.
—Entonces… ¿por qué estás aquí? ¿Tienes ganas de darte una vuelta por el lado salvaje de la vida? Porque si es por eso, conmigo ya no es tan fácil. Si has oído lo contrario, es posible que haya sido verdad en el pasado. Pero ahora tengo un hijo.
—La gente cambia. Y yo también tengo un hijo. En parte, esa es una de las razones por las que tengo interés en conocerte. Sé lo que es criar solo a un hijo. ¿O es que lo has olvidado?
El silencio se alargó entre ellos mientras se miraban el uno al otro.
—Mañana vendré a hacerte el mostrador —le ofreció—. Después de dormir un poco. Y no tienes que pagarme nada.
Presley agarró la puerta para evitar que se cerrara.
—¿Por qué? —le preguntó—. ¿Qué vas a sacar tú a cambio?
—Se llama amistad, Presley. Y a lo mejor ya va siendo hora de que te familiarices con ella —contestó Riley antes de subirse a la camioneta.
Presley estuvo despierta toda la noche, poniendo escayola en las grietas y en los agujeros de las paredes. Aunque pretendía terminar antes de que Wyatt se despertara, no tuvo esa suerte. El monitor la alertó del momento en el que el niño comenzaba a moverse. Era temprano, todavía no eran las seis, y tenía por lo menos para otra hora de reparaciones. Así que le llevó a la sillita, le cambió y le dejó después en el parque que había comprado unos días atrás. Pero menos de media hora después, Wyatt ya se había cansado de sus juguetes y estaba comenzando a enfadarse. Acababa de levantarle en brazos cuando Riley apareció en la puerta con una sierra en la mano.
—¡Qué niño tan guapo! —dijo, y entró.
En su precipitación por comenzar a trabajar la noche anterior, Presley había olvidado cerrar la puerta con llave después de que Riley se fuera. Era una suerte que estuviera viviendo en Whiskey Creek y no en el deprimente barrio en el que había tenido que vivir en Fresno, porque en ese caso, podría haberle pasado de todo. En Whiskey Creek, era mucha la gente que no cerraba la puerta por las noches. Probablemente, por eso Riley no hizo ningún comentario al respecto.
—Gracias.
Presley observó el movimiento de sus músculos bajo la camiseta mientras Riley dejaba la sierra. Era un hombre atractivo y tenía un cuerpo bonito. Quizá no fuera tan impresionante como Aaron. Pocos hombres lo eran. Pero tampoco era tan problemático.
—De nada —Riley se sacudió el polvo de las manos y examinó su trabajo—. Has adelantado mucho.
Presley todavía no podía creer que hubiera vuelto, y menos, tan temprano.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Ya sabes lo que estoy haciendo. Anoche te dije que te montaría la zona de recepción.
Presley agarró a Wyatt con el otro brazo.
—O eres un tipo realmente bueno o te encanta que te machaquen.
—¿Me lo estás preguntando? Porque si es una pregunta, te diré que soy un tipo realmente bueno.
Wyatt, interesado en el recién llegado, había dejado de llorar. Presley le secó las lágrimas mientras decía:
—Pero aun así, te llevarás una desilusión cuando veas que no me acuesto contigo.
Se negaba a sentirse obligada a nada, sobre todo cuando ya se lo había advertido. No permitiría que nadie la presionara para que hiciera algo que pudiera perjudicarla, por muy agradecida que estuviera por su amistad. Eso habría sido cosa de la antigua Presley.
Riley se llevó la mano al pecho, como si le hubiera herido. Imaginó que iba a acusarla de ser demasiado atrevida. Cheyenne nunca le habría dicho una cosa así. Pero ella había preferido ser franca, dejar claro que no era su tipo.
Sorprendentemente, la respuesta de Riley no fue la que esperaba.
—¿Quién dice que no vas a acostarte conmigo?
Presley le miró boquiabierta.
—Ya te he dicho…
—Que no estás dispuesta a intercambiar sexo por dinero. Si me das un masaje, solo será un masaje.
—Exacto.
Riley asintió.
—En ese caso, estamos de acuerdo. Porque si nos acostamos, no pienso pagarte.
Lo había dicho muy serio, pero Presley advirtió un brillo travieso en su mirada.
—¿Si nos acostamos?
—No he dicho que vaya a suceder, así que no te enfades. Sencillamente, no lo descarto. En otras palabras, si alguna vez llegamos a ese punto, estoy abierto a esa posibilidad. Lo digo por si te lo estás preguntando.
Presley no supo qué responder. Había aceptado mucho tiempo atrás que jamás atraería a la clase de ciudadanos de bien que atraía su hermana. De modo que, ¿por qué un hombre tan apreciado, guapo y capaz como Riley Stinson podría querer darle siquiera la hora?
Riley se echó a reír ante su estupefacto silencio.
—No me digas que es tan fácil avergonzarte. Has empezado tú.
Pero ella pretendía asustarle. No esperaba que dijera algo igualmente impactante.
—Pero tú eres… el amigo de mi hermana pequeña.
—¿Y eso qué más da?
—Soy mayor que tú.
—Solo nos llevamos dos años. No creo que eso te convierta en una asaltacunas.
Presley movió a Wyatt, que comenzaba a impacientarse de nuevo.
—No es solo la diferencia de edad la que me preocupa. Hay otras diferencias.
—Que son…
—Muchas.
Riley inclinó la cabeza como si estuviera estudiando su rostro.
—¿Y no les pasa lo mismo a la mayoría de los hombres que conoces? No son muchas las personas que han tenido una infancia como la tuya.
—Y, aun así, Cheyenne consiguió que todo le saliera bien. Pero tienes que comprender que Cheyenne es especial. Podría haber sido criada en cualquier circunstancia y habría sobrevivido.
Su hermana había sido capaz de atravesar aquella locura de infancia sin arruinar su vida. Le había dejado todo lo malo a Presley, que había probado todo al menos una vez, y las cosas más peligrosas muchas más de una.
—Ella nunca cometió los errores que yo cometí.
—¿Y eso te convierte en qué? ¿En una mala persona?
—Alguna gente podría considerarlo así —la gente que él frecuentaba, normalmente lo hacía.
—Bueno, aprecio la advertencia, pero Cheyenne dice que ahora tienes tu vida bajo control —escrutó su rostro—. ¿Es eso cierto?
Wyatt se retorcía, intentando bajar al suelo, pero Presley no podía permitírselo porque estaba todo lleno de herramientas, clavos y yeso húmedo.
—Sí. No he vuelto a hacer nada malo desde hace dos años.
—¿Y lo malo incluye…?
—No me he acostado con nadie, no he consumido drogas y no he bebido alcohol, más allá de alguna copa ocasional de Chardonnay.
—En ese caso, tu historial es mejor que el mío —bromeó Riley.
¿En qué sentido? Seguramente se refería al sexo y al alcohol; nadie en el grupo de Cheyenne se arriesgaría a sufrir el daño provocado por las drogas.
—Pero dos años no es mucho tiempo —arguyó ella—. No es suficiente como para poder confiar en mí.
El cielo sabía que ni siquiera ella confiaba en sí misma. Aquella era la razón por la que tenía que mantenerse alejada de Aaron. Con una sola caricia, sería capaz de hacerla olvidarse de todo lo que estaba esforzándose en ser.
—Dime una cosa, ¿qué estás buscando para tu vida? —le preguntó Riley.
Ya no estaba bromeando, así que también ella se puso seria.
—A alguien que por fin me quiera.
No era algo que una chica admitiera delante de una persona que estaba interesada en salir con ella. Pero Presley ya no era un adolescente y estaban manteniendo una conversación sincera. ¿Por qué ocultar la verdad? Presley había intentado apartarle de ella desde el principio. Si con eso no le bastaba, se merecería cualquier decepción que pudiera causarle.
Para su sorpresa, sus palabras no parecieron incomodarle. Apretó los labios mientras las sopesaba y, después, asintió.
—Me gustaría ver si soy el hombre indicado para hacer ese trabajo —dijo, y salió para ir a buscar más herramientas.