Capítulo 6
Riley no estaba en el local cuando Presley regresó. Y a Presley le pareció una suerte. Aunque había horneado dos tartas de manzana, una para cada uno de los trabajadores como señal de agradecimiento, le iba a resultar mucho más fácil hablar con Aaron si podían estar unos minutos a solas.
Y disponía de ellos. Como había dejado a Wyatt en casa de Cheyenne antes de cargar las tartas en su silla, no tendría que enfrentarse al desafío de controlar a su hijo mientras hablaba.
Era la oportunidad perfecta. Y Aaron era un hombre como cualquier otro…
Pero no era cierto. Aaron significaba un mundo para ella.
Recordándose a sí misma que eso había sido en el pasado, reunió valor, abrió la puerta y se apoyó contra ella para sujetarla y poder meter la silla con las tartas. Aaron tenía los cascos puestos, estaba oyendo música en su iPod mientras pintaba, pero el movimiento en la puerta debió de llamar su atención. Se volvió y se quitó los cascos.
—Has vuelto —dijo mientras se bajaba de la escalera.
¿Se alegraría de que le llevara la tarta? Era lo único que cocinaba para él en el pasado. Pero Milly, en Just Like Mom’s, también servía una tarta excelente, así que, probablemente, no había echado de menos su tarta más de lo que la había echado de menos a ella.
—¿Dónde está Riley?
—Se ha ido a ocuparse de algo relacionado con su hijo.
La sonrisa que Aaron le dirigió le recordó que estaban solos un sábado por la noche por primera vez desde hacía veintiséis meses. También la hizo sentirse como si estuviera caminando al borde de una roca mientras el mar amenazaba con arrastrarla.
Tenía que aguantar.
—Siento haber estado fuera todo el día.
Eran casi las ocho. Se había quedado dormida cuando Wyatt se había echado la siesta y no se había despertado hasta tres horas después. Después, preparar las tartas le había costado más de lo que esperaba, puesto que el primer intento había fracasado. Apenas comía dulce últimamente y sus habilidades culinarias estaban un poco oxidadas. Y tras sacar las tartas del horno, se había retrasado mientras decidía lo que se iba a poner. Se había probado cuatro modelos diferentes y, por primera vez desde que se había ido de Whiskey Creek, había vacilado incluso a la hora de seleccionar la ropa interior, eligiendo al final un sujetador negro y un tanga que su amigo Roger le había regalado en su último cumpleaños, al tiempo que intentaba convencerla de que volviera a vivir.
Era una estupidez seleccionar la lencería, puesto que nadie iba a verla. ¿Pero qué sentido tenía dejar languidecer unas prendas tan bonitas en el fondo de un cajón? Aaron la hacía sentirse joven y sensual, aunque no pudiera actuar siguiendo los dictados del deseo que en ella despertaba.
—No te preocupes. De todas formas, he estado muy ocupado —señaló hacia el trabajo realizado—. ¿Qué te parece?
Presley había estado ensayando lo que pensaba decir. Había estado tan pendiente de ello que ni siquiera se había fijado en todo lo que habían conseguido en su ausencia. Pero al mirar las paredes, se quedó tan impresionada que no podía siquiera empezar con el discurso que había preparado: «te perdono, no me debes nada». Al menos, no inmediatamente.
—¡Está precioso! —exclamó, y era cierto.
Había elegido un tono amarillo claro, color mantequilla, que le recordaba al sol. Quería que el estudio fuera un lugar que levantara el ánimo y ayudara a relajarse, puesto que las dos vertientes de su negocio intentaban matar el estrés. Pero Aaron había añadido un elemento nuevo. Las paredes eran del color que le había indicado, pero había pintado de negro los rodapiés, los marcos de las puertas y los marcos de las ventanas. Tenía un aspecto tan elegante que apenas podía creer que aquel fuera el mismo espacio triste y gris que había alquilado.
—Sabía que quedaría bien —dijo Aaron, apartándose de la pared para comprobar el efecto.
Presley dejó la sillita en medio de la habitación y se acercó a la pared, todavía húmeda.
—¿Alguien te dijo que no iba a quedar bien?
—Harvey, el de la ferretería, me estuvo presionando para que te llamara. Pensaba que debería rematar en blanco, hasta que le enseñé la fotografía.
—¿Qué fotografía?
—Una que encontré en una revista mientras estaba esperando a que me echara una mano.
—¿Qué revista? ¿Martha Stewart Living?
—Una revista de Ralph Lauren.
Presley se giró para mirarle de frente.
—¿Has comprado una revista de un diseñador? Pero… con el dinero que te di no tenías suficiente para eso.
—Casi —respondió, encogiéndose de hombros—. No te preocupes por la diferencia. Quería que fuera algo que destacara, y lo he conseguido.
—Me habría conformado con algo mucho más sencillo. Ya me estás ofreciendo gratuitamente tu trabajo. ¿Por que añadir más gastos?
Aaron le sostuvo la mirada.
—Es mi manera de decirte que lo siento, Presley.
Así que había acertado. Le conocía tan bien como pensaba y, puesto que él mismo había sacado el tema, ya no tenía que buscar la manera de abordarlo.
—No te responsabilizo de nada, Aaron. ¿Cómo iba a hacerlo? Tú nunca me prometiste nada.
—Pero la última noche que te vi…
—No menciones esa noche —sacudió la cabeza—. No quiero pensar en ello.
La expresión de Aaron se tornó incluso más compasiva.
—¿Fue tan terrible?
Los días que había pasado en Arizona con aquel hombre que le suministraba drogas se habían convertido en un recuerdo borroso, y lo agradecía. Apenas podía creer que se hubiera degradado hasta el punto que recordaba.
—Eso ya terminó. No hay ningún motivo para pensar en ello.
—Siento que fue culpa mía.
—¿Porque no me querías? No te puedes obligar a querer a nadie.
Aparecieron arrugas en la frente de Aaron.
—No es que no te apreciara. Y tu madre acababa de morir…
—El problema era mío, no tuyo.
Pero tenía suerte de haber sobrevivido durante aquellos primeros días, tras haber abandonado Whiskey Creek. Y suerte también de que Wyatt no hubiera sufrido ningún daño. Solo tras haber decidido tenerlo había encontrado la fuerza de voluntad suficiente como para luchar por una vida mejor, para cuidarse por el bien de su hijo. Sin él, nunca habría cambiado.
—A lo mejor, si yo hubiera reaccionado de forma diferente, no te habrías marchado.
Pero habría tenido que hacer algo.
—Reaccionaste de forma sincera, eso es lo más importante. Y tenías razón. No tenía derecho a molestarte en medio de la noche.
Aaron esbozó una mueca.
—En un momento en el que tu mundo se derrumba, supongo que tienes derecho a despertar a alguien con el que has tenido… una relación tan cercana.
—No. Conocía las reglas.
—¿Las reglas? —repitió Aaron.
—Sabía lo que sentías por mí. Que un día u otro terminarías dejándome. ¿De qué otra forma podría haber terminado nuestra relación?
—Podría haber terminado más delicadamente.
Parecía sinceramente arrepentido, así que Presley le sonrió para aliviar su conciencia.
—Estoy bien —le aseguró—. Más fuerte que nunca.
Aaron señaló con un brusco movimiento de cabeza todas las herramientas que Riley había dejado tras él.
—Y con buenas perspectivas.
—Por fin lo he conseguido —bromeó.
—Así que… ¿vas a salir con él?
—Eso creo.
—Lo dices en serio.
—¿Hay algún motivo por el que no debiera?
Aaron alzó las manos.
—¡Por supuesto que no! Riley es lo mejor que Whiskey Creek te puede ofrecer.
Presley no se sumó a su sarcasmo; no le parecía justo hacia Riley, que tanto había hecho para ayudar aquel día. El mostrador de recepción todavía no estaba terminado, pero ya podía decir que iba a quedar mucho más bonito que cualquier cosa que ella pudiera construir.
—¿Te dijo cuándo piensa volver?
—Mañana. Traerá a Jacob para que le ayude a terminarlo.
—Tendré que meter la tarta en la nevera entonces. O a lo mejor me paso por su casa, si Cheyenne me presta su coche.
—Podría dejarte mi camioneta, pero me importa muy poco que se quede sin tarta.
—¿No te gusta Riley? ¿Desde cuándo?
—No, está bien —pero Presley no sabía si su indiferencia era real o fingida.
Acercó la sillita.
—A ti también te he hecho una tarta. No es mucho, pero quería darte las gracias por pintar.
Cuando intentó tendérsela, él no hizo ningún movimiento para aceptarla. Se la quedó mirando fijamente, como si quisiera desgarrar la máscara de educación que tanto esfuerzo le estaba costando mantener.
—Antes te gustaba mi tarta de manzana —añadió débilmente.
—Me gustaban muchas más cosas de ti que tus tartas, Presley.
De repente, Presley dejó de agradecer que estuvieran solos. La misma intimidad que les había permitido hablar sin que nadie los oyera, también hacía posibles otras cosas. Su pulso acelerado sugería varias alternativas, todas ellas físicas, y sabía que solo servirían para esclavizarla otra vez.
—Te agradezco que me lo digas.
—¡Deja de ser tan condenadamente educada! —le espetó Aaron—. ¡No estoy intentando alimentar tu ego!
Estaba comenzando a enfadarse y Presley lo entendía. Él no veía ninguna razón por la que no pudieran retomar la relación que habían mantenido en el pasado. Pero era imposible. Aunque no hubiera existido Wyatt, ¿por qué iba a salir con alguien que no la quería?
Prefería pasar sola el resto de su vida.
—Debería explicarte algo.
Aaron puso los brazos en jarras. Era la viva imagen de un hombre contrariado.
—¿Qué?
—Sé por qué te hiciste amigo mío en el primer momento. Lo vi reflejado en tu rostro cuando te acercaste a mí en el Sexy Sadie’s. Por lo menos tengo que reconocerte ese mérito.
—¿Qué mérito?
—El de haberte acercado a una persona que no tenía a nadie. Mi madre tenía cáncer, Cheyenne estaba centrada en sus amigos. Fue una época muy difícil para mí, y creo que tú te diste cuenta.
—No me acerqué a ti por caridad, si es eso lo que estás intentando decir.
—No estoy sugiriendo que no fueras honesto en tu amistad, lo único que digo es que no puedes evitar cuidar a los desamparados. Pero el que nos rescates, no nos da derecho a aferrarnos a ti como lo hice yo —apretó los labios—. Ahora veo que podía resultarte agobiante, pero no te quejabas. Te tomaste mi afecto con calma y te esforzaste en aguantar toda esa atención extra. Así que, aunque tú creas que me fallaste, estoy aquí para decirte que no deberías sentirte culpable. Nadie me había invitado a formar parte de su vida como lo hiciste tú.
—Siempre odié que tuvieras una imagen tan pobre de ti misma.
—Querrás decir que odiabas que pudiera ver la verdad —le agarró la mano para obligarle a aceptar la tarta—. Ni tú ni yo hemos recibido una buena educación, Aaron, pero no somos estúpidos. Y, probablemente, yo te conozca mejor que nadie. ¿Qué otra persona ha estado nunca tan entregada a ti?
—No parece que lo estés ya tanto.
Si él supiera… Presley dejó que su mirada se posara en sus labios. Tenía unos labios tan suaves…
—Lo superarás. Mañana mismo.
Se echó a reír tras añadir la última frase, pero Aaron tensó la mandíbula.
—Ya estás otra vez.
—¡Estoy de broma! Llévate la tarta y disfrútala. Y, por favor, no te olvides de lo mucho que te agradezco el trabajo que has hecho hoy, aunque no me debieras nada. No tienes ninguna otra obligación hacia mí. Ya has hecho todo lo que esperaba de ti —se apartó de él—. Ahora, ve a buscar algún otro pajarillo con una patita rota para que puedas arreglársela.
—Ya no me necesitas.
—Ya no te necesito —no, ¡pero cómo le deseaba!
Aaron no se movió.
—No entiendo por qué no podemos ser amigos.
—Porque, en lo que a ti concierne, para mí no hay medias tintas. No puedo ser tu amiga, al menos, no sin que me entren ganas de desnudarte.
—¿Lo ves? En realidad, nada ha cambiado —deslizó la mirada sobre ella, haciéndola intensamente consciente de su ropa interior de encaje.
No era difícil adivinar por qué se la había puesto. Ni por qué sintió aquel calor al reconocer su mirada entrecerrada. Había visto antes aquella mirada y sabía lo que significaba.
—¿Tan difícil te resulta admitirlo? —preguntó Aaron.
—No, en realidad, me resulta demasiado fácil, ese es el problema. Después de haber pasado tantas noches juntos, estamos tan condicionados a estar el uno con el otro en ese sentido que es en lo primero que pensamos cuando nos vemos. Pero podría resultarme algo más difícil explicarle a Riley, o a cualquiera que esté interesado en salir conmigo, por qué sigo acostándome contigo.
—No es tu novio.
—¿Y?
—En ese caso, creo que eso solo debería ser asunto tuyo.
Una vez más, Presley pudo sentir la atracción de aquel potente y tenaz océano de deseo. Pero no podía permitir que la arrancaran de su espacio de seguridad.
—Mira, Aaron, puedes irte con la conciencia tranquila, ¿de acuerdo? Esta es tu oportunidad —le dijo.
Pero comprendió que no pensaba hacerlo cuando vio que dejaba la tarta a un lado, la rodeaba con los brazos y la estrechaba contra él.
Ella no se resistió, pero tampoco respondió cuando Aaron inclinó la cabeza y presionó los labios contra los suyos.
—Ha pasado mucho tiempo —susurró Aaron.
Todos los huesos de Presley parecieron disolverse ante aquel contacto. Pero se negaba a perder aquella batalla. Quería mostrarse dura, desafiante, imperturbable.
—No me interesa.
El calor de su aliento acarició su rostro mientras Aaron volvía a mover los labios sobre los suyos.
—Claro que te interesa.
Presley sintió un hormigueo en el cuerpo mientras regresaban los recuerdos: Aaron desnudo sobre ella, Aaron succionando su seno, los brazos de Aaron bajo sus rodillas mientras se hundía en ella…
—¿Cómo puedo decírtelo? —le preguntó.
Pero no debería haber hablado. El temblor de su voz confirmó las palabras de Aaron, que hundió la nariz en su cuello y respiró con fuerza. Después, posó los labios en aquella piel tan delicada, pero ella le detuvo antes de que pudiera dejarle una marca.
—Lo saboreo en ti, lo huelo —le dijo Aaron.
Presley tragó con fuerza.
—¿Y? Yo también sé que me deseas.
Era obvio, de hecho; podía sentir su excitación contra su vientre.
—Yo no estoy intentando negarlo.
Presley anhelaba un beso más profundo para poder obtener alguna satisfacción. Pero Aaron mantenía los labios a unos centímetros de distancia y no acercó las manos a ninguno de aquellos rincones que palpitaban ya de anticipación.
—Nos divertimos mucho —dijo Aaron—. No hay ningún motivo para que no podamos hacerlo otra vez.
Presley apretó los ojos con fuerza.
—No.
—Muy bien.
Un segundo después, la soltó y agarró la tarta.
—¿Te vas a ir así sin más? —le preguntó Presley perpleja.
Una sonrisa traviesa curvó los labios de Aaron.
—Has tenido tu oportunidad. Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.
Presley permaneció donde estaba, aferrándose a la parte del mostrador que ya estaba construida, mientras los pasos de Aaron se alejaban. Hasta que no se marchó, no volvió a acordarse de la conversación que había mantenido con Cheyenne. Su hermana iba a pedirle que fuera donante de semen para poder tener un hijo. Presley había pensado en ir preparando el terreno, en hacerle a Aaron alguna advertencia para que pudiera ir pensando lo que iba a responder. No iba a ser una decisión fácil. Aunque ella quería que su hermana tuviera un hijo, también quería que Aaron estuviera seguro del papel que iba a jugar.
Había estado demasiado distraída pensando en otras cosas como para mencionarlo, pero no iba a salir tras él. Por lo menos en ese momento. Aunque había sobrevivido a aquel encuentro, su confianza se había visto seriamente dañada. Si Aaron no hubiera dejado de tocarla, si hubiera deslizado las manos bajo la blusa en vez de soltarla, ¿habría sido capaz de negarse?
Había muchas probabilidades de que le hubiera arrastrado a la habitación de atrás y hubiera terminado enseñándole la ropa interior que llevaba. Sabía lo mucho que le gustaban las prendas de encaje y, también, que nunca le habían quedado mejor que en aquel momento, algo que, desde luego, no ayudaba. Sentía que por fin tenía un cuerpo que Aaron podría admirar y su vanidad también estaba jugando en contra de ella. Aquel era uno de los inconvenientes de las mejoras que había hecho. Aunque fortalecían su autoestima, no favorecían en absoluto su capacidad de resistencia.
—No tienes fuerza de voluntad —se lamentó—. Por lo menos en lo que se refiere a Aaron.
Necesitaba alejarse de él en el futuro, y rezar para que se fuera cuanto antes a Reno.
¡Maldita fuera! ¿Qué demonios estaba haciendo? Había recibido el perdón de Presley, sabía que no tenía nada contra él. Llevaba una tarta de manzana en el asiento de pasajeros que lo demostraba. Entonces, ¿por qué tenía que remover aquellas brasas ya casi apagadas? ¿Por qué no podía dejar el pasado en paz?
Porque la echaba de menos. Y todavía la deseaba. Aunque se había acostado con otras mujeres después de que se fuera, ninguna de ellas le había proporcionado el mismo nivel de diversión, comodidad y satisfacción.
¿Pero por qué hacer algo que podría amenazar la oportunidad de Presley de salir con un gran tipo como Riley, un hombre que, si llegaba a casarse con ella, la trataría como a una reina?
Lo que había dicho Presley era cierto. La noche que se había acercado a ella en el Sexy Sadie’s solo estaba intentando ayudar a una mujer sola, a alguien que llevaba varios años en el pueblo, pero no terminaba de encajar. Estaba tan marcada por culpa de su madre que mucha gente se sentía incómoda con ella. Pero a él no le importaba relacionarse con alguien que despertaba desconfianza e inseguridad. Él también tenía sus propios detractores y había habido una época de su vida en la que sus circunstancias no eran mucho mejores que las de Presley.
Pero Presley ya no le necesitaba. Lo había dicho varias veces. Debería alegrarse de que le fuera bien estando sola. En cambio, prefería fastidiarla porque ella le estaba fastidiando a él sin ni siquiera intentarlo. Le estaba dando lo que él siempre había creído que quería: que Presley fuera más fuerte, más feliz, menos dependiente, menos insegura. En algunas ocasiones había llegado a sentir que le asfixiaba con su adoración. Pero entonces, ¿por qué se sentía abandonado cuando Presley había decidido dar por terminada cualquier tipo de relación con él?
Porque había ido demasiado lejos. ¿De verdad tenía que cortar cualquier tipo de relación con él? Lo comprendería si hubiera alguien más en su vida. Pero no era el caso.
—Es todo muy confuso —se dijo a sí mismo.
Le habría resultado más fácil marcharse de Whiskey Creek cuando ella todavía no andaba por allí, más fácil hacerse creer a sí mismo que no iba a echar de menos nada. Pero al verla otra vez, y, sobre todo, al verla tan floreciente, se había acordado de los detalles que la convertían en una persona única, de todas aquellas pequeñas cosas que había relegado al fondo de su mente. Su risa. Su curioso sentido del humor. Su forma de enfrentarse a los altibajos de la vida sin caer en la amargura. Incluso algunas de sus inseguridades resultaban adorables por lo condenadamente sincera que era al hablar de ellas. Había pasado más tiempo con ella que con ninguna otra mujer…
Encendió la radio, esperando que el martilleo de la música aliviara su inquietud. O, por lo menos, que le distrajera. No le gustaba lo que estaba sintiendo. No estaba acostumbrado a los celos, pero estaba bastante seguro de que eran celos lo que sentía al imaginar a Riley con ella.
«¿Vas a salir con él? Eso creo».
¿Por qué no iba a salir con él? Riley era un hombre admirado por todos. Después de ir a la universidad, había montado su propia empresa, que, por supuesto, había tenido éxito. A él nunca le había detenido la policía. Nunca había participado en una pelea, jamás le habían echado de un bar. Su único error había sido dejar embarazada a una chica cuando estaba en el instituto. Desde luego, la vida había demostrado que no había elegido a la mejor chica para ponerla en una situación tan vulnerable, pero Riley se había redimido criando a su hijo solo y demostrando ser un padre entregado.
—Olvídate de Presley —gruñó para sí—. De todas formas, no vas a vivir durante mucho tiempo aquí.
Pero le resultaba imposible olvidarla mientras olía la tarta que le había preparado. Así que, en vez de volver a casa, condujo hasta Jackson y se acercó a un restaurante de carretera para conseguir un tenedor de plástico. Aparcó después y hundió el tenedor en la tarta. Estaba decidido a comer todo lo que pudiera antes de que sus hermanos dieran cuenta de ella. Al fin y al cabo, había sido él el que se había pasado el día pintando. Y, además, había hecho un trabajo condenadamente bueno. Se merecía disfrutar de la mejor tarta de manzana que había probado en su vida, puesto que no iba a poder conseguir lo que realmente quería de Presley.
Estaba llevándose otro pedazo a la boca cuando vibró el teléfono móvil contra su pierna. Pensó que podría ser alguno de sus hermanos, o a lo mejor algún amigo con ganas de salir a tomar una copa. Era sábado por la noche. No estaba de humor para disfrutar de sus habituales salidas de los sábados, ¿pero de qué le iba a servir quedarse solo en casa?
De modo que estiró la pierna para poder sacar el teléfono del bolsillo y miró la pantalla. El número no pertenecía a ninguno de sus contactos.
—¿Diga?
—¿Aaron?
Noelle. Al reconocer su voz, bajó la radio. La música atronaba en el lugar desde el que le llamaba. ¿Dónde estaría Noelle? ¿En el Sexy Sadie’s?
—¿Sí?
—¿Qué estás haciendo?
Aaron tragó el pedazo de tarta que tenía en la boca.
—Comer.
—¿Podrías venir aquí conmigo? Tengo una ración de alitas y un asiento con tu nombre.
No le preguntó dónde estaba.
—¿Cómo has conseguido mi número de teléfono?
A veces, terminaban juntos la noche si coincidían en algún local, pero aquellas ocasiones eran pocas y distanciadas. Aaron había procurado que su relación no fuera demasiado lejos.
—Tus hermanos también están aquí, tomando una copa.
¡Maldita fuera! Ellos sabían que no tenían que dar su número de teléfono. Imaginó que quienquiera que se lo hubiera dado estaba bebido, o quería que le dejara en paz.
—Deberías venir con nosotros —le propuso Noelle.
Aaron se dio una palmadita en la pierna.
—¿No estás de humor para verme?
Lo que le apetecía era volver, hablar con Presley y convencerla de que le permitiera acariciarla. Eso era lo que le ponía tan nervioso, eso era lo que realmente quería. Pero se negaba a convertirse en un pesado estúpido, no iba a presionarla para que hiciera nada si en realidad ella no quería.
—Estoy ocupado.
—¿Comiendo?
No contestó.
—Tengo unas fotografías que enseñarte —añadió Noelle con una risa seductora.
La verdad era que no le había impresionado mucho la última entrega. Noelle llevaba encima demasiado Botox y liposucciones. Y aunque invirtiera hasta su último centavo en mejorar su aspecto, para él, era más atractiva antes. En parte, eso era lo que le gustaba de Presley. Lo natural que era. Estaba guapa con maquillaje y sin él.
—Esta noche no, estoy cansado.
—¡Vamos, Aaron! No puedes estar tan cansado. Te aseguro que merecerá la pena.
Quería un hombre en su cama. Y como últimamente él había estado tan loco, bebido o estúpido como para acostarse unas cuantas veces con ella, quería más.
Aaron apartó la tarta y se echó hacia atrás.
—¿Has dicho que están por allí mis hermanos?
—Todos, menos tú, y al que no le gusto.
Se refería a Dylan. Pero no eran muchas las personas a las que les gustaba. Al quedarse embarazada del novio de su hermana y utilizar ese embarazo para forzar una propuesta de boda, había sellado su destino. Aaron se enorgullecía de tener más facilidad para perdonar que la mayoría. Se decía a sí mismo que lo que hubiera hecho Noelle en el pasado no era asunto suyo. Pero tenía que encontrar otra manera de redimirla.
—De todas formas, Dylan está pillado. A lo mejor a Grady le gustaría ver tus fotos.
Su tono agraviado le puso nervioso. La primera vez que Noelle le había pedido que la llevara a casa con él, le había advertido que no tenía ningún interés en mantener una relación estable con ella. Y se lo había recordado varias veces desde entonces. El hecho de que no le hubiera dado su número de teléfono debería haberlo dejado suficientemente claro. Pero Noelle no era capaz de controlarse cuando quería algo.
—Noelle, lo nuestro ha terminado.
—Mejor —le espetó, y dio por terminada la llamada.
Con un suspiro, Aaron dejó el teléfono en la guantera, cerró el recipiente en el que Presley le había llevado la tarta y puso la camioneta en marcha. Llegado a aquel punto, ya estaba convencido de que no quería ir al Sexy Sadie’s.
Cuando volvió a vibrarle el móvil, anunciando la entrada de un mensaje, estuvo a punto de ignorarlo. Sospechaba que era de Noelle, enviándole el equivalente a algún gesto grosero. Pero no resistió la tentación de mirar la pantalla.
No era Noelle la que le había escrito. Era Cheyenne.
Agarró el teléfono.
—¿Habría alguna posibilidad de que pudiéramos vernos mañana en Sutter Creek? Necesito hablar contigo a solas. Por favor, no le comentes esto ni a Dylan ni a nadie.
Probablemente, su cuñada estaba intentando hacer de mediadora. A pesar de que llevaba dos años tratando con él y con Dylan, Cheyenne no se daba cuenta de que sus enfados con su hermano nunca duraban mucho. Había vuelto a ver a Dylan en el taller el lunes y los dos se habían comportado como si no hubiera pasado nada. Pero Cheyenne quería mucho a su marido y cada vez que tenían alguna discusión, intentaba mediar para que se reconciliaran.
—No tienes por qué meterte en esto, le escribió, Dylan y yo estamos bien.
—No es por lo del viernes.
—¿Entonces por qué es?
—Tengo que pedirte un favor.
—¿A mí?
¿Qué podía ser? Dylan le proporcionaba todo lo que podía querer. Su hermano sería capaz de caminar sobre el fuego por ella.
—Preferiría no ponerlo por escrito.
—No pienso disculparme con Dylan. Yo no hice nada.
—No voy a pedirte que te disculpes.
¿Entonces qué demonios podía ser?
—¿Puedes venir a verme ahora?
—No, Dylan está en casa. No puedo quedar hasta mañana por la tarde. Le diré que tengo que ayudar a Presley y quedaré contigo en el asador JB’s de Sutter Creek, si al final estás dispuesto a venir.
Aquello se estaba convirtiendo en un verdadero misterio. Su cuñada nunca se había acercado a él a escondidas. De pronto, se le ocurrió algo.
—¿Esto tiene que ver algo con Presley?
—Absolutamente nada.
—No pienso hablar contigo de ella.
En eso era inflexible, Dylan y Cheyenne tenían que ocuparse de sus propios asuntos.
—Te lo prometo.
—¿Por qué estás siendo tan misteriosa?
—Lo comprenderás en cuanto tenga la oportunidad de explicártelo. Estoy un poco nerviosa con todo esto. Solo voy a hacerlo porque confío en ti. Después de Dylan y Presley, eres la persona en la que más confío del mundo.
Aquello le puso definitivamente nervioso. ¿Qué podía ser? Se le ocurrieron varias alternativas, pero no le gustaba ninguna de ellas. Y menos todavía las que tenían que ver con enfermedades terribles. ¿Tendría cáncer? A lo mejor el médico le había dado una mala noticia y no podía decírsela a Dylan…
—¿A qué hora?, escribió.
—Dylan quiere ponerse a trabajar en la terraza que está construyendo en la parte de atrás. Supongo que a las tres estará concentrado en el trabajo muy avanzado. ¿Te parece bien a esa hora?
—De acuerdo. Nos vemos en el JB’s.
—Si hay algún cambio, te escribiré.
—Me parece bien.
—Gracias, Aaron. Te lo agradezco de verdad.
Aaron intentó dejarlo claro por última vez.
—¿Y esto no tiene nada que ver con Presley? ¿No vas a advertirme que me mantenga alejado de ella?
—¿Eso no lo ha hecho Dylan ya?
—Lo ha intentado.
—Esto no tiene nada que ver con ella. Pero no quiero dejar de decirte que, en realidad, no quieres a mi hermana. Si no, no te habríamos dicho nada.
Aaron se quedó mirando aquella última línea durante por lo menos quince minutos. ¿Cómo podía saberlo Cheyenne cuando ni siquiera él estaba seguro?