Veinte
Kennedy besó a Grace en el hombro y la atrajo hacia sí. Si no habían hecho un niño en las últimas horas, no había sido por no intentarlo. Grace era ya suya para amarla y protegerla, igual que había amado a Raelynn, igual que amaba a sus hijos. Sabía que habría sacrificios. Quizá incluso tuviera que retirarse de la carrera por la alcaldía. Pero eso no era nada comparado con la posibilidad de tener a Grace en sus brazos el resto de su vida.
Se puso de espaldas y miró al techo; registró su corazón y su mente para ver si amar a Grace cambiaba lo que había sentido por su primera esposa.
No. Raelynn seguía allí, y era tan parte de él como siempre. No era cuestión de querer a una o a la otra; se trataba de quererlas a las dos, y por eso sentía que era tan buena su relación con Grace. Podía llevarla a su casa, dejar que disfrutara de Teddy y de Heath y hacerle el amor sin ninguna culpabilidad, porque Raelynn habría querido que fuera feliz. De eso estaba seguro, y él había querido lo mismo para ella.
—Es tarde, tengo que irme —murmuró Grace.
Kennedy no sabía que estaba despierta.
—¿Cómo te sientes?
Ella sonrió adormilada.
—Bien.
—¿No lamentas nada? —preguntó Kennedy. Sabía que ella podía estar algo abrumada por lo que se habían prometido el uno al otro, por lo que se habían hecho el uno al otro.
Ella se apoyó en un codo y lo miró.
—Nada —le tocó la mejilla—. ¿Y tú?
—Nada —contestó él.
Era cierto. Sentía algo de aprensión por el futuro, pero sólo porque tenía miedo de no poder protegerla del todo de la reacción del pueblo.
—Tal vez te sientas diferente dentro de un par de meses.
Kennedy sabía que se refería a la posibilidad de que pudiera estar embarazada.
—No. Verte llevar dentro a mi hijo me hará sentirme orgulloso.
—Si pierdes las elecciones, ¿considerarías marcharte de este pueblo? —preguntó ella.
Él le acarició la cadera.
—Si tú no pudieras ser feliz aquí, sí. Pero… yo no podría irme en una temporada.
—¿A causa del banco?
Él se llevó la mano de ella a la boca y le besó los esbeltos dedos. El futuro era mucho más brillante ahora que sucedían cosas buenas junto con las malas. Pero, de todos modos, no quería despedirse de su padre todavía.
—Mi padre tiene melanoma. No puedo irme hasta… hasta que veamos lo que ocurre con eso.
—No tenía ni idea.
—No lo sabe nadie excepto la familia de mi padre en Iuka.
—Lo siento —susurró ella.
El ventilador giraba lentamente encima de ellos.
—Mi madre cree que lo superará.
Ella le besó la comisura de los labios.
—¿Y qué crees tú?
—No sé. Espero que tenga razón.
—Yo también. Por ti y por tus hijos.
Kennedy pensó en los meses siguientes.
—Significa que tendremos que estar aquí un tiempo. ¿Te importa?
Ella negó con la cabeza, pero no dijo nada.
—¿Y tu trabajo? —preguntó él.
—Tendré que dejarlo.
—¿Te costará mucho?
—No. Siempre puedo volver a trabajar cuando los niños sean más mayores. Aunque no tengamos un hijo de inmediato, también quiero estar en casa con Teddy y Heath. Para mí son más importantes que ningún trabajo.
Ella era la pieza que faltaba, la pieza que hacía su familia completa. No podía creerse la suerte que había tenido de encontrarla.
La besó profundamente y hundió las manos en su largo pelo.
—Los próximos meses no serán fáciles —susurró—. Pero no te rendirás, ¿verdad? Yo no renunciaré a lo nuestro por nada del mundo.
—No me rendiré —prometió ella—. Haré lo que sea preciso —dijo con resolución.
Cuando Grace llegó a su coche, se quedó sentada mirando la tierra de cultivo que se extendía a ambos lados. En unas pocas horas habían cambiado muchas cosas. Y, sin embargo, no había cambiado nada. Había consentido en casarse con Kennedy Archer y querían formar una familia juntos. Pero su amor seguía poniéndolos en peligro a sus hijos y a él. Los Vincelli y Madeline todavía buscaban la verdad. Y el reverendo seguía enterrado en una tumba superficial.
¿Y si un día aparecía su coche? Un hallazgo así llevaría a otro registro de la granja. Y eso sería el principio del fin. No dejarían piedra sin remover. Esa vez estaría McCormick al cargo y no era tan inepto como había sido Jenkins.
Decidió que tenía que hacer algo para asegurarse de que nunca ocurriera lo peor.
Puso el coche en marcha, salió a la carretera y se dirigió a su casa. Le gustara a Clay o no, era hora de que el reverendo Barker descansara en otro lugar. Librarse de sus restos era el único modo de protegerlos a todos.
Joe vio los faros del coche de Grace entrar en el camino y se colocó rápidamente en el lateral de la ventana, fuera de la vista.
Sonrió, impaciente por verla dentro de la casa y probar con ella todo lo que pudiera imaginar.
Pero ella no entró. Cuando se abrió la puerta del garaje, sólo metió el coche un poco.
Joe se cambió de ventana para ver mejor, pero desde la casa sólo veía la parte trasera del BMW. Asumió que ella había salido y dejado el motor en marcha porque los faros seguían encendidos aunque las luces de los frenos se habían apagado ya.
¿Qué narices hacía en el garaje?
Apartó las cortinas y cambió de posición, pero no pudo verla. No la vio hasta que salió del garaje con algo largo y oscuro en la mano. Algo que parecía… Joe dejó caer al suelo la copa que sostenía, que se hizo pedazos… Parecía una pala.
A pesar del alcohol consumido, el corazón empezó a latirle con fuerza. ¿Qué hacía Grace? Teniendo en cuenta lo que había encontrado en el lago, sólo se le ocurría una posibilidad. ¿Qué podía motivarla a ir a cavar en plena noche?
La vio guardar la pala en el maletero, cerrarlo y volver a entrar en el garaje. Salió marcha atrás con el coche y la puerta bajó sola.
Ella se puso en camino.
Joe permaneció en la ventana hasta que vio que giraba a la izquierda, hacia la granja. Corrió al callejón, subió a su coche y tomó la misma dirección. Con suerte, vería las luces de sus frenos en cuestión de minutos. Y así fue. Cuatro minutos después, la vio.
Frenó la marcha. No era necesario que diera a conocer su presencia. Si estaba en lo cierto, pronto podría contar a todo el pueblo dónde estaban exactamente los restos de su tío.
Grace aparcó en el grupo de árboles alineados en la parte trasera de la propiedad de Clay, a lo largo del canal, y sacó la pala, los guantes y la linterna que había llevado consigo. Sabía que, si Clay se enteraba de lo que se proponía, la pararía al instante. Él quería que dejara todo como estaba. Pero había demasiado en juego y ella tenía que hacer lo que pudiera para procurar que el pasado no acabara arruinando su futuro… y el de Kennedy.
Clay, su madre, Molly… todos merecían la oportunidad de olvidar y seguir adelante. Ella haría aquello por todos ellos.
El croar de una rana rompió el silencio cuando cruzaba el campo de algodón en dirección a la granja. El estanque no estaba lejos.
Cuando llegó al claro que se abría al otro lado del grupo de árboles que se elevaban a unos veinte metros del granero, apoyó la pala en el tronco de un sauce llorón y sacó los guantes. Había llegado al sitio. Tenía la sensación de que habría podido encontrarlo con los ojos cerrados. Estaba lo bastante lejos del establo para que Jed no los hubiera oído por encima del ruido de la radio que tenía a todo volumen, y lo bastante cerca para que Clay no hubiera tenido que empujar la carretilla mucho rato. El tiempo había sido importante aquella noche, pues tenían muy poco.
«No recuerdes. Actúa. Por Kennedy. Por Teddy y por Heath. Por todos los que quieres».
Alumbró con la linterna una empacadora de algodón, un carro, un tractor y más ruedas de tractor apiladas al lado de un cobertizo relativamente nuevo. También había una camioneta Chevy del 57 aparcada al lado de un arado. Como Clay no era amante de los caballos, había desmontado los pesebres de los establos y usaba el espacio para restaurar coches viejos. Estaba trabajando en un Thunderbird y en un Mustang. Ella los había visto cuando habían desmantelado el despacho del reverendo y supuso que la camioneta sería un proyecto futuro o uno descartado. En cualquier caso, estaba segura de que se hallaba aparcada justo encima de la tumba del reverendo. Lo cual tenía sentido… pero también dificultaba su tarea.
Dio la vuelta al vehículo y abrió la puerta, que protestó ruidosamente. Apartó las telarañas que sugerían que la camioneta llevaba años allí. La llave de contacto estaba puesta, pero el vehículo no arrancó. Estaba tan mal que probablemente ni siquiera tenía motor.
Tendría que cavar desde el lateral. ¿Pero cuánto tiempo le llevaría eso? El sol saldría en tres horas… y Clay con él.
Se puso a cuatro patas y alumbró con la linterna debajo del coche. Habían enterrado a Barker con un edredón viejo que su madre había comprado en un rastrillo cuando Grace era bebé.
Buscó alguna pista de ese edredón, o alguna otra cosa que indicara que fuera tan fácil desenterrar los restos de Barker como siempre había temido. Si la encontraba, cavaría esa noche. No podía ser tan difícil mover treinta centímetros de tierra blanda. Si no encontraba nada, a la noche siguiente empezaría más temprano.
Un ruido le hizo levantar la cabeza. Contuvo el aliento y escuchó.
Sólo se oían las cigarras y las ranas.
Seguramente era el viento, nada más.
Se echó el pelo por encima del hombro para aliviar el calor del cuello, se acuclilló más cerca del suelo y movió la luz hacia las ruedas traseras. Creyó ver algo rosa entre la tierra. ¿Sería parte de la manta?
Agarró la pala, la metió debajo del vehículo e intentó rascar hacia ella lo que había encontrado. Pero el crujido de una rama le hizo quedarse inmóvil. Por mucho que quisiera atribuir el sonido a un animal o al viento, sabía que no estaba tan sola como había asumido.
¿Era Clay? Quería gritarle por si llevaba el rifle consigo. Era capaz de disparar primero y preguntar después. Pero no estaba dispuesta a traicionarse todavía. ¿Y si sólo había visto la luz y había salido a investigar? Todavía podía esconderse. Si la sorprendía allí esa noche, le resultaría mucho más difícil volver al día siguiente.
Apagó la linterna y se metió con ella debajo del coche. El olor a hojas húmedas asaltó su olfato, pero aplastó el estómago contra el suelo y esperó. Intentó no pensar en el reverendo debajo de ella. Eso conjuraba imágenes de un esqueleto alzando la mano a través de la tierra para tirar de ella hacia la tumba…
Se rompió otra rama, esa vez más cerca. Grace no tenía miedo de Clay, sólo del riesgo de que la pillara y le impidiera hacer lo que tenía que hacer. No podría descansar hasta que escondiera los restos del reverendo en un lugar donde no los encontraran nunca.
Esparciría sus huesos por las profundidades del bosque de Tennessee. Así, aunque encontraran alguna parte de él, no la relacionarían con una persona que había desaparecido dos décadas antes en otro estado.
Lee Barker se iría para siempre y ella sería libre de casarse con Kennedy.
Pero las botas que se acercaban lentamente no se parecían a las botas de Clay. Eran unas botas de cowboy. Y aquella persona no caminaba como su hermano.
¿Quién era?
—Grace, oh, Grace. ¿Dónde estás, eh? Sé que estás aquí.
El corazón se le subió a la garganta. ¡Era Joe!
—Deja de jugar conmigo —dijo él—. Tengo la Biblia.
Ella apretó los puños. No podía tener la Biblia.
Kennedy la había destruido.
—He estado una hora leyendo las cosas tan bonitas que escribía sobre ti. Le gustabas mucho, ¿sabes? A Madeline ni siquiera la menciona, y eso que era su hija.
Grace no sabía de qué hablaba. Kennedy no le habría dado la Biblia a Joe. ¿Cómo la había conseguido? ¿Y qué había escrito el reverendo de ella?
Le ardía el estómago.
—Y mira lo que le hicisteis tu familia y tú —siguió él—. Porque lo hicisteis vosotros, ¿verdad? Te he visto salir con la pala del garaje. Sé lo que te propones hacer aquí.
Desde que saliera de casa de Kennedy, ella había mirado por lo menos mil veces por el espejo retrovisor y no había visto faros detrás. Había pasado un coche pequeño en un cruce, pero la conductora era una mujer. ¿Cómo la había seguido Joe?
Pensó en todo eso, aunque ya no importaba. Aunque él no tuviera la Biblia, sabía que existía y ella lo había llevado hasta los restos de Barker.
Lo había arriesgado todo por una oportunidad de ser feliz.
Una oportunidad que estaba a punto de perder.
El teléfono sacó a Kennedy de un sueño profundo. Estaba agotado y quería ignorarlo, pero temía que pudiera ser su madre para decirle algo de su padre.
Tomó el teléfono de la mesilla.
—¿Sí?
—¿Kennedy?
Era una mujer, pero no su madre.
—¿Sí?
—Soy Sarah.
La esposa de Buzz. Levantó la cabeza y miró el despertador. Eran las tres y media de la mañana.
—¿Buzz y los niños están bien?
—Sí. La que me preocupa es Grace.
Kennedy sintió un nudo en la base del estómago.
—¿Por qué te preocupa Grace?
—Puede que no sea nada, pero…
—¿Pero qué?
—Acabo de verla ir hacia la granja.
—¿La granja? —repitió él.
Aquello no tenía sentido. No hacía mucho que Grace se había ido de allí.
—Y Joe la seguía.
Kennedy se sentó en la cama y apartó la sábana.
—¿Dónde estabas cuando los has visto?
—En el extremo norte del pueblo.
—¿Qué hacías allí?
Ella parecía abatida cuando contestó.
—Buzz y yo nos hemos peleado. Me he ido para pasar la noche en casa de mi madre.
—Lamento oír eso.
—Estamos pasando una mala racha, nada más.
—¿Seguro que era Grace?
—Sí. No le he visto bien la cara, pero es la única del pueblo que tiene ese modelo de BMW.
—¿Y Joe?
—Iba en su camioneta.
—¿Solo?
—Por lo que he visto, sí.
—¿Por qué crees que la seguía?
—Ha salido del callejón lateral de la casa de ella con los faros apagados. Ha sido muy raro. Después de vuestra pelea de anoche, he pensado que debías saberlo. Joe me cae bien, pero últimamente… No sé, parece obsesionado con Grace.
Kennedy empezó a buscar ropa para ponerse.
—Gracias. Y perdona a Buzz, ¿vale? Es un buen tipo.
—Ya lo sé. Lo arreglaremos.
Kennedy confiaba en que así fuera. Pero le preocupaba más lo que Sarah le había dicho de Grace. ¿Adónde iba? ¿Y por qué la seguía Joe?
Se despidió, colgó el teléfono y marcó el número de Grace.
—Hola, soy Grace Montgomery. Ahora no estoy disponible, pero si me dejas tu nombre y tu número, te llamaré lo antes posible.
—Llámame inmediatamente —dijo él cuando sonó el pitido. Luego le puso un mensaje de texto y llamó al móvil de Joe.
—Trasnochas mucho hoy —dijo éste, que parecía tan contento como si le hubiera tocado la lotería.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kennedy.
—¿Por qué crees que ocurre algo?
—¿Por qué sigues a Grace?
—Oh… eso. Vaya, la tienes bien vigilada, ¿eh?
—Contesta.
—Para ser sincero, sentía curiosidad por ver lo que iba a hacer con la pala que ha metido en el maletero del coche.
¿Pala? Kennedy sintió miedo.
—No te acerques a ella, Joe —advirtió.
—No sé si me gusta el modo en que me hablas, Kennedy. He tardado mucho en comprender que eres un hijo de perra desagradecido.
—¿Por que siento algo de compasión por personas que ya han sufrido mucho?
—Porque eliges a una mujer como Grace por delante de mí. Tú sabes a lo que me refiero. Ha sido una puñalada trapera, Kennedy.
—Eso no es cierto.
—Bueno, no eres el amigo que yo creía que eras. Y ya es hora de que se sepa la verdad.
—¿Qué verdad?
—Tengo la Biblia de mi tío. Sé que fuiste tú el que la enterró.
Kennedy apretó el teléfono con fuerza.
—Joe, escúchame. No lo hagas.
—¿Por qué?
—Porque sé que puedes ser mejor hombre que todo eso.
—¿Cómo tú? —se burló Joe—. Dime, ¿un hombre bueno encubre un asesinato?
—¡No hubo ningún asesinato!
—Eso lo veremos pronto, ¿vale?
Kennedy se puso una camiseta por la cabeza.
—¿Y cómo piensas hacer eso?
—Es fácil. Gracias a Grace, sé dónde está enterrado mi tío.
La granja. Grace había hablado de la granja. ¿De verdad había ido a su casa a buscar una pala? Y de ser así, ¿qué pensaba hacer con ella? ¿Y cómo afectaría eso al futuro del que habían hablado? ¿Al bebé que quizá llevara dentro?
—Joe, por favor. Dale un respiro a Grace.
—Puñetas, no. Esto es sólo el comienzo. La policía está en camino y esta vez casi te puedo garantizar que encontrarán las pruebas que necesitan para procesarla.
Kennedy no podía abrocharse el pantalón con una mano sola, así que lo dejó abierto y pasó a los zapatos.
—Si buscas sangre, ven a por mí. Pero deja en paz a Grace.
Joe se echó a reír.
—¿Por qué, si puedo hacerte mucho más daño con ella? —colgó el teléfono.
Kennedy miró el teléfono. Después de dieciocho años de negar las acusaciones, Grace había hecho un movimiento en falso y los lobos daban vueltas a su alrededor.
Era exactamente lo que él había temido… que no fuera capaz de protegerla. Si la policía encontraba un cuerpo, él no podría hacer nada.
Esperó el tono de llamada, llamó a su madre y le pidió que fuera a quedarse con los niños. A continuación llamó a Clay.
El teléfono de la granja sonó y sonó. Como no había respuesta, llamó al móvil de McCormick.
—Aquí el jefe McCormick.
—Dale, soy Kennedy.
—¿Qué ocurre?
—¿Puedes venir a mi casa? Tengo que hablar contigo.
—Ahora no puedo. Voy camino de la granja Montgomery.
—Joe no sabe lo que dice.
Hubo un silencio incomodo.
—Kennedy, dice que tiene pruebas. También dice que tú has guardado algunos secretos que deberías habernos comunicado.
—Grace y su familia no son culpables de asesinato, Dale.
—¿Te acuestas con ella, Kennedy? ¿Eso sí es verdad?
—Eso no tiene nada que ver con su culpabilidad o inocencia.
—Pero si con lo que tú estás dispuesto a creer sobre ella, amigo mío. Te comprendo muy bien. Pero tengo que hacer mi trabajo. Si Joe tiene pruebas, tengo que actuar.
El miedo de Kennedy aumentaba por momentos. Empezó a pasear por el cuarto.
—¿Cómo vas a actuar?
—Hendricks está en casa del juez pidiendo una orden de registro.
—Pero ya registrasteis la granja y no encontrasteis nada.
—Encontramos mucho, pero nada concluyente para formar un caso sólido. Un cuerpo puede cambiar eso. Y Joe está convencido de que sabe dónde buscar.
Kennedy se detuvo en medio del suelo.
—Dale, escúchame, Joe hace esto por despecho. Es un hijo de perra vengativo.
—Si no encontramos nada, le cerraré la boca, te lo prometo. Sé cómo es Joe. Pero antes tengo que determinar si hay alguna validez en lo que dice.
Kennedy bajó los escalones de dos en dos y entró en la cocina como una bala a buscar sus llaves.
—Grace sólo era una niña cuando desapareció el reverendo.
—Cosas más raras se han visto. En cualquier caso, alguien es responsable de su desaparición y me toca a mí averiguar lo que pasó. Haré lo que pueda por ser justo. Ya lo sabes.
Sus palabras no ofrecían mucho consuelo a Kennedy. Un accidente. ¿Las pruebas apoyarían eso? En ese caso, los Montgomery habrían llamado a la policía cuando ocurrió, ¿no? Además, después de dieciocho años sería imposible establecer los detalles, y los detalles lo eran todo. Sería mucho más fácil para McCormick dejar que la opinión pública, y los Vincelli, lo presionaran para que acusara de asesinato a Grace o a algún otro miembro de su familia.
—Los hechos no son siempre lo que parecen —dijo.
—Los hechos son los hechos, Kennedy, y yo tengo que basarme en ellos. Estaré en contacto.
Kennedy maldijo en voz alta. ¿Ahora qué? Llamó al juez Reynolds, pero recibió la misma respuesta. Si había pruebas nuevas, había que actuar.
Cuando llegó su madre, estaba llamando a Irene Montgomery, dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ofrecer apoyo a Grace. Tuvo que llamar a Información, pero el número de Irene sí aparecía en la guía.
—¿Diga? —preguntó la mujer, adormilada.
—Irene, soy Kennedy Archer.
—¿Kennedy? —preguntó ella, como si nunca hubiera oído su nombre.
Él no se atrevió a tomarse el tiempo de explicárselo.
—Reúnete conmigo en la granja en cuanto puedas. Grace está allí y Joe Vincelli también. La policía está en camino.
—¿Qué sucede?
—Han pedido una orden de registro —dijo él. Y colgó.
Camille lo agarró por el brazo cuando pasaba a su lado camino del garaje.
—¿Quieres que le diga a tu padre que haga algunas llamadas?
—Ya he llamado a todos los que se me han ocurrido. Quédate con los niños. Te contaré lo que ocurre en cuanto pueda.