Once
Grace estaba sentada en la orilla y miraba el lago sin saber del todo lo que había pasado unos minutos antes. Había salido de la tienda empujada por un torrente de dolor y, sin saber cómo, acabado en el agua con Kennedy Archer sintiendo el deseo que no conseguía sentir por George. ¿Cómo podía ser tan perversa la vida?
Cerró los ojos y recordó el beso de Kennedy. Sólo el recuerdo bastó para que se le pusiera la carne de gallina en los brazos. Si hubiera podido sentir lo mismo por George, quizá hubieran sido felices.
¿Pero Kennedy?
—No —murmuró.
Se tapó la cara con las manos. Temblaba incontrolablemente, pero abrazaba el frío, con la esperanza de que le recordara que no podía confiar en Kennedy ni creer que le importaba de verdad. Ella era muy distinta a Raelynn, a la que había adorado. Y era dolorosamente consciente de lo que había hecho con la mayoría de sus amigos. Si no podía perdonarse a sí misma por esos incidentes, ¿cómo podía esperar que la perdonara él? Ni siquiera debían verlos juntos. La familia de él la odiaría. Y no podía contarle lo que había pasado dieciocho años atrás. Si alguna vez se sabía la verdad, lo destruiría a él tanto como a ella.
Pero lo que más le preocupaba eran sus hijos. ¿Y si empezaban a quererla?
—Grace, vuelve al campamento —dijo Kennedy a sus espaldas.
Ella movió la cabeza con incredulidad. ¡Qué responsable era! Definitivamente, sería un buen alcalde.
—Ya voy —se incorporó, se sacudió la arena de las piernas y se reunió con él. Había vuelto a ponerse el sujetador del bikini, pero cuando él la miró, se sintió desnuda y hambrienta.
«No es sexo lo que busco. Quiero hacerte el amor, Grace».
¿Cómo sería eso? Por una vez quería entregarse a fondo y percibía que con él sería posible.
Pero no lo sabría nunca.
Caminaron en silencio, sin tocarse. Cuando llegaron a la tienda, Grace le dio las buenas noches y se dispuso a entrar, pero él la sujetó por la muñeca.
—Grace —susurró.
Ella lo miró.
—¿Sabes lo que hay dentro de la Biblia del reverendo? —preguntó él.
—¿Dentro? —repitió ella, confusa.
—¿No has tenido ocasión de leer lo que escribió?
—No. ¿Qué escribió?
—Muchas de esas cosas eran sobre ti.
Ella no se atrevió a decir nada.
—Las he leído y me han hecho pensar si…
A ella le latió el pulso con fuerza.
—¿Qué?
—Si el reverendo alguna vez te…
Grace sintió un nudo en el estómago.
—No quiero hablar de él.
Él le tomó ambas manos.
—¿Alguna vez te tocó cuando eras niña?
Grace se quedó paralizada. Por un segundo deseó confesar la verdad. Divulgar por fin su dolor y su ultraje. Liberarse de la pesada carga de su sucio secreto, un secreto que ni siquiera había podido contar a un psicólogo.
Pero no podía ignorar la sensación de que ella tenía algo de culpa por lo que había hecho su padrastro. Como en los encuentros con los amigos de Kennedy en el instituto, que tanto la avergonzaban ahora. Además, no podía dar pistas de que su familia y ella tuvieran motivos para matar. Y menos a Kennedy. Él sabía lo de la Biblia y, si se volvía contra ella, las consecuencias de ese momento de debilidad podían destruir a toda su familia.
—No —se dijo que debía mirarlo a los ojos, pero no pudo. Tenía miedo de que leyera la verdad en ella.
Intentó apartarse, pero él no le dejó.
—Yo creo que sí —dijo con terquedad.
La presionaba, buscaba la verdad. Ella tenía que ser más convincente.
—¿Estás loco? Hay personas en el pueblo que te condenarían por decir eso. El reverendo estaba por encima de todo reproche, ¿no?
—No lo sé —repuso él sin dejar de mirarla—. Dímelo tú.
Grace quería apartarse, necesitaba más espacio.
—Todo el mundo sabe lo bueno que era —las palabras parecían congelarse en su garganta. Sabía que debía seguir elogiando a su padrastro, pero no podía.
—¿Era un buen hombre? —susurró Kennedy.
Ella luchó por respirar. Esa noche habían ocurrido muchas cosas… todo un caleidoscopio de emociones. Dolor. Rabia. Decepción. Excitación. Esperanza. Kennedy parecía ofrecerle el ancla que ella ansiaba, pero sabía que era una ilusión. En cuanto se agarrara, descubriría que allí no había nada.
—¿Abusó de ti, Grace?
Ella quería taparse las orejas.
—¡No! ¡Basta! No puedo… Cállate, por favor.
Al fin consiguió soltarse y entrar en la tienda. Reprimió las lágrimas y esperó a ver qué haría Kennedy ahora. Rezó para que aceptara lo que le había dicho y la creyera, pero, cuando lo oyó andar de un lado a otro fuera, supo que no había sido muy persuasiva.
—Si no está ya muerto, lo mataré yo mismo —le oyó decir.
Kennedy yació despierto mucho rato después de que Grace hubiera dejado de moverse. Suponía que al fin se había quedado dormida.
—¿Por qué? —murmuró.
¿Por qué no había podido salir de su mundo perfecto el tiempo suficiente para mostrarle compasión? ¿Para ayudarla a vencer la marea de críticas?
Obviamente, era tan malo como Joe y los demás. No había hecho nada. Y, sin embargo, ella había sobrevivido. Había terminado el instituto y seguido adelante. Había llegado a ser fiscal y nunca había perdido un caso.
Impresionante. Y no obstante, las cicatrices permanecían. Él lo sabía.
Recordó el día en que Clay había ido al instituto y había hecho sangrar a Tim por la nariz. Clay era muy fuerte ya entonces. ¿Habían descubierto Irene o él lo que le hacía el reverendo a Grace y lo habían matado en un acto de furia? ¿O habían actuado de un modo metódico para asegurarse de que nunca volvería a hacerle daño? Era incluso posible que la misma Grace hubiera acabado por reaccionar contra los abusos y su familia la encubriera.
Fuera como fuera, estaba seguro de que la historia que habían contado no era cierta. Antes de encontrar la Biblia y ver lo que había escrito el reverendo sobre Grace, había estado dispuesto a concederles el beneficio de la duda; a veces sucedían cosas extrañas, inexplicables. Pero ya no podía aceptar eso. Sospechaba que los Montgomery eran tan culpables como afirmaban todos. ¿Pero podía culparlos sabiendo lo que sabía?
El sol calentaba la tienda de Grace. Ésta se dio la vuelta, adormilada todavía, pero incapaz de soportar el calor. Era aún temprano, calculaba que sobre las ocho y media, pero los niños y Kennedy ya estaban levantados, pues los oía hablar y olía el beicon que freían.
—Ahora ya sabe que eres bueno, ¿verdad, papá? —preguntó Teddy.
—Luego hablaremos de eso —repuso Kennedy en voz baja.
—Sé que le gustas.
Kennedy carraspeó.
—Teddy, ya es suficiente.
—Vale, pero ella también te gusta, ¿verdad? Es guapa, ¿eh, papá?
—Es guapa —admitió él.
Grace reprimió un gemido al recordar lo sucedido la noche anterior. Había besado a Kennedy y le había ofrecido acostarse con él. Y para colmo de males, él probablemente había adivinado lo ocurrido con el reverendo.
¿Por qué no había sido más fuerte?
—Es muy guapa —corroboró Heath.
—Tráeme los huevos —ordenó Kennedy.
Grace salió del saco.
—Nunca puedo hacer nada bien —murmuró.
Se puso un top de tirantes y unos pantalones cortos, recogió la bolsa de aseo y salió de la tienda calzada con chanclas. Sabía que debía de tener el pelo espantoso, pues se había acostado con él mojado, pero Kennedy no parecía fijarse. Se volvió al oírla y algo invisible pasó entre ellos. No era la incomodidad que ella esperaba sentir, sino algo más indefinible que no había sentido nunca.
—Buenos días —dijo él.
Le tendió un trozo de beicon y ella murmuró una respuesta y se concentró en el sabor salado de la carne para no tener que ponerse a pensar que él ahora sabía más sobre ella que casi todo el mundo.
—Las tortitas estarán listas en unos minutos —dijo él.
—Huele muy bien. ¿Tengo tiempo de darme una ducha rápida?
—Sí.
—Te acompaño —se ofreció Heath.
Grace le tomó la mano.
—Yo también voy —Teddy insistió en llevarle la bolsa de aseo.
Echaron a andar, pero el ruido de un motor llamó la atención de Grace. Se volvió.
Tenían compañía.
—¡Oh, no! —dijo cuando reconoció al conductor.
—¿Qué pasa? —preguntó Teddy.
Cuando Joe Vincelli saltó de su camioneta, Teddy se quedó a su lado, pero Heath corrió a saludarlo.
—Hola, Joe. No sabía que ibas a venir.
Grace tampoco.
—¿Lo has invitado tú? —murmuró a Kennedy.
Ver a Joe le recordó que Kennedy siempre había sido un enemigo. ¿Cuánto tiempo tardaría en hablarles a sus amigos de la Biblia y de lo que había pasado la noche anterior?
—No —contestó Kennedy, pero no tuvo ocasión de explicarse.
—Sabía que os encontraría —dijo Joe.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kennedy.
Joe miró a la joven.
—Cuando mencionaste que os ibais de acampada, no me dijiste que te traías a Gracie.
—Se llama Grace. Y tú no me preguntaste.
—Grace, claro —la sonrisa que curvaba los labios de Joe indicaba que encontraba divertida la corrección—. Vale, no temas, he venido yo a salvar el día.
—¿Salvar el día? —repitió Grace.
—¿No lo sabes? Los políticos son muy aburridos.
—¿Y tú eres…?
—Comparado con Kennedy, yo soy la alegría de la fiesta. No tengo una reputación que proteger —le guiñó un ojo—. Tú y yo nos parecemos en eso, ¿eh?
—No nos parecemos en nada —contestó ella.
Joe de nuevo le dedicó una sonrisa que indicaba que su respuesta significaba algo importante para él.
—Si tú lo dices… —sacó una caja de donuts de su camioneta—. Traigo regalos.
Teddy se acercó a él.
—A Grace le gustan de chocolate —dijo.
Joe la miró.
—¡Vaya! Veo que ya los has conquistado. Menos mal que he venido.
—¿Y qué significa eso exactamente? —preguntó ella.
Él se rió con suavidad.
—Nada.
—En eso tienes razón —repuso Kennedy.
Joe le dio un codazo a Heath.
—Si convences a Grace de que sea buena conmigo, iré al pueblo a comprarle donuts de chocolate.
Ella levantó una mano.
—No te molestes.
Se dirigió a la ducha, sabiendo bien que, independientemente de lo que hubiera pasado el día anterior, ese día sería mucho peor.
Kennedy observó a Grace alejarse con los niños. Cuando ya no podían oírlos, se volvió hacia Joe.
—¿Por qué has venido? Has tenido que salir a las cinco de la mañana para llegar aquí tan pronto.
—Te dije que a lo mejor venía —contestó Joe con indiferencia.
Kennedy lo miró de hito en hito.
—No, dijiste que no querías venir aquí.
Joe se acercó comiendo un donut.
—Esto no está tan mal.
—¿Qué te ha hecho cambiar de idea?
—¿Desde cuándo necesito una razón para visitar a mi mejor amigo?
—Sabías que Grace estaba aquí. ¿Cómo?
Joe vaciló. Se encogió de hombros.
—Buzz me dijo que te había visto salir del pueblo con una mujer en el coche.
Kennedy sacó el resto del beicon a un plato de cartón.
—¿Y la noticia te interesaba tanto como para seguirnos?
—No has salido con nadie desde que murió Raelynn. Sentía curiosidad por ver qué mujer era —abrió mucho los ojos—. No se me ocurrió que pudiera ser Grace.
Kennedy no lo creía ni por un momento. Joe no se había sorprendido de verla.
—Pues ahora ya lo sabes.
Joe chasqueó la lengua.
—Sí, ahora ya lo sé. Pero tenía que haberlo adivinado. Tiene sentido, ¿verdad?
Kennedy sabía que no debía preguntar, pero lo hizo de todos modos.
—¿Qué tiene sentido?
—Que no quieras presionar a McCormick para que resuelva el caso de mi tío.
—Ya te he dicho mis razones.
—Supongo que sí —Joe soltó una risita—. Pero se te olvidó añadir que te interesaba más echar un polvo que ver que se hace justicia.
Kennedy dejó el tenedor en el tronco de árbol donde estaban los demás utensilios de cocina.
—Hace mucho tiempo que nos conocemos —dijo bajando la voz—, te debo más que a ningún otro hombre. Pero si vuelves a decirme algo así, te romperé la mandíbula sin vacilar. Y créeme, el hecho de que me presente a alcalde no me detendrá.
Joe pareció tardar un momento en asimilar que Kennedy hablaba en serio. Cuando al fin lo comprendió, la sonrisa burlona se borró de su cara.
—¿Tú dejarías que una mujer se interpusiera entre nosotros, Kennedy? ¿Gracie la Sobona? ¿Tan buena es en la cama?
Kennedy reconoció la crueldad que a veces mostraba Joe. Había visto antes esa mirada, cuando Joe empezaba una pelea a puñetazos en el salón de billar o discutía con su ex mujer. Pero Teddy y Heath volvían ya desde la ducha, así que tomó la espátula e intentó parecer casual.
—No lo sé.
—Pero quieres descubrirlo.
—Quería compañía. Nada más.
Heath corrió a tocar la camioneta antes que Teddy.
—¡He ganado! —gritó.
—Has hecho trampa —protestó Teddy.
—No es verdad.
—Has empezado antes.
Heath se llevó una mano al pecho.
—He dicho: «uno, dos, tres, ya».
—Yo no te he oído.
—Vale, vamos a echar otra carrera.
—Vale. Uno, dos, tres, ya —gritó Teddy. Y salió corriendo delante de su hermano.
Cuando se alejaron los niños, Joe miró a Kennedy.
—Oye, lo siento. Estoy insatisfecho. Harto de estar divorciado, harto de mi trabajo, cansado de hacer siempre lo mismo. Admito todo eso y estoy dispuesto a admitir que Grace parece haber cambiado mucho. Entiendo que te sientas atraído por ella. Pero sigue siendo la misma persona, Kennedy. No te dejes engañar por su cara bonita.
—No te preocupes por mí.
—¿No te interesa?
Kennedy tardó un momento en contestar.
—Creo que tiene un novio en Jackson.
Joe tomó un trozo de beicon.
—Pero te has arriesgado a traerla aquí contigo.
—¿Arriesgado?
—Sabes cómo puede ser la gente cuando empieza a murmurar.
—He venido a acampar con ella. No es para tanto.
Joe tomó otro trozo de beicon y sonrió.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Kennedy.
El otro señaló la dirección en la que habían desaparecido Teddy y Heath.
—Necesitas una buena madre para esos chicos. Y teniendo en cuenta tu carrera, tiene que ser alguien con una reputación intachable. No es probable que olvides eso.
Era verdad, pero Kennedy no quería oír hablar de ello, y menos por boca de Joe.
—Puede que la invite a salir un par de veces cuando volvamos.
Joe se puso rígido.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
—A tus padres no les gustará.
—Tengo treinta y un años. No voy a hacer depender mis decisiones de si les gustan o no a mis padres —aunque, teniendo en cuenta el estado de salud de su padre, Kennedy sabía que probablemente debería mostrarse más sensible de lo que daban a entender sus palabras.
—A otras personas tampoco les gustará —dijo Joe.
—¿Lo dices por ti? —preguntó Kennedy.
—Ella mató a mi tío.
Kennedy mantuvo los ojos fijos en el beicon que freía en ese momento porque pensaba que eso podía ser cierto.
—¿Dónde están las pruebas?
—Ése es el problema.
—Te estás preocupando por nada. Después de todo, no nos vamos a casar.
—Eso es un consuelo —Joe asintió con la cabeza como si al fin hubiera entendido.
Kennedy no sabía lo que creía haber entendido su amigo. Lo único que sabía era que Grace significaba ya más para él que Joe. Estaba dispuesto a arriesgar su amistad con el hombre que le había salvado la vida por la mujer del pueblo que menos probable era que le correspondiera si se enamoraba de ella.
Grace tardó tiempo en ducharse. Confiaba en que Joe se hubiera ido cuando volviera. Pero no fue así. Él estaba sentado en un tronco cerca de la mesa de picnic tomando el desayuno.
La siguió con los ojos desde que ella apareció a la vista hasta que se sentó en una de las tres sillas plegables, enfrente de él. Notaba también los ojos de Kennedy fijos en ella y deseó no tener que estar allí. A Joe no podía soportarlo y Kennedy sabía demasiado para su gusto.
—¿Tienes hambre, Grace? —preguntó Teddy.
Ella asintió y Kennedy dio a su hijo un plato con dos tortitas, beicon y un huevo para que se lo llevara.
—¿Quieres zumo? —Heath estaba ya al lado de la jarra.
Ella sonrió. El hijo mayor de Kennedy empezaba a gustarle tanto como Teddy.
—Claro que sí.
Joe le ayudó a servir el zumo y se adelantó a tomar la taza.
—Cuando estás acampando, no hay nada que sepa tan bien como las tortitas y el beicon —dijo.
—Creo que los malvaviscos de anoche sabían mejor —declaró Teddy.
Grace estaba de acuerdo. Pero Joe estaba tan decidido a seguir siendo el centro de atención que no respondió al comentario de Teddy.
—Yo hago un pescado a la plancha con hierbas fuera de lo normal, ¿verdad, Kennedy?
Éste parecía más reservado ese día.
—Sí —musitó con aire neutral.
Grace no sabía si a Kennedy le complacía tener a Joe allí o no. Tenía los modales impecables de un político, pero no se esforzaba mucho por hacer que su amigo se sintiera bienvenido.
—Puedo hacerlo esta noche —se ofreció Joe.
Grace dejó de encontrarle placer al desayuno. ¿Joe pensaba quedarse todo el día?
Quería sugerir que volvieran ya al pueblo, pero sabía que eso decepcionaría a los niños y no se atrevió. Podría sobrevivir hasta el día siguiente. La única ventaja de tener a Joe allí era que no tenía que preocuparse de cometer una estupidez con Kennedy.
—¿Alguien quiere ir al pueblo conmigo a comprar las hierbas? —preguntó Joe.
Heath se ofreció voluntario, pero Joe dio un codazo a Grace.
—¿Y tú?
—No, gracias.
—Grace va a venir a nadar conmigo, ¿verdad? —intervino Teddy.
—Verdad —repuso ella.
—¡Hurra! Voy a cambiarme —el niño corrió a la tienda.
—¿Y tú, Kennedy? —preguntó Joe.
—No, gracias. Yo voy a recoger esto.
Era obvio que a Joe no le complacía que Heath fuera el único que lo acompañara, pero acabó por encogerse de hombros.
—Está bien. Vamos.
Cuando subió a la camioneta, bajó la ventanilla.
—Volveremos en una hora.
—No olvides que Heath se abroche el cinturón —dijo Kennedy.
—Tranquilo. Siempre que lo llevo a alguna parte me dices lo mismo. Conozco la ley, ¿vale?
—Pero no te importa incumplirla —respondió Kennedy.
—Libertad frente a seguridad —declaró Joe con un guiño—. Nadie me va a decir a mí lo que tengo que hacer.
Teniendo en cuenta su actitud y el accidente de Raelynn, Grace pensó que no era de extrañar que Kennedy estuviera preocupado, pero no dijo nada hasta que Joe y Heath se marcharon. Entonces señaló el barreño de plástico que Kennedy había llenado con agua jabonosa.
—Yo friego los platos. Me toca. Tú vete a nadar con Teddy.
—Ya lo hago yo —contestó él—. Sólo será un minuto.
Grace no insistió, sino que echó a andar hacia su tienda. Lo mejor sería evitar lo más posible el contacto con Kennedy.
—¿Grace?
Ella se volvió.
—¿Qué?
—¿Quién te llamó anoche?
Ella vaciló, pero no vio ningún mal en decir la verdad.
—George.
—¿El hombre con el que quieres casarte?
—El mismo.
—Y…
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que podemos decir que hemos cancelado la boda.
—¿Y la relación?
—Eso también —intentaba mostrarse indiferente, pero sabía que no lo conseguía del todo.
—Lo siento —musitó él.
—No lo sientas. Él está mejor así —replicó ella. Y fue a cambiarse.