Doce

Kennedy estaba sentado en la playa con Joe y observaba a Grace jugar con Teddy en el agua. Su hijo jugaba a que era un delfín y salpicaba ruidosamente mientras Grace lo guiaba riendo. Kennedy notaba una diferencia clara en ella cuando estaba con niños. Con ellos actuaba más libremente.

Unos minutos antes, Heath le había dado una piedra bonita y ella había alabado tanto su belleza que el niño estaba buscando otra desde entonces.

Su respuesta entusiasta hizo que Kennedy también quisiera ponerse a buscar una piedra bonita.

—Cuando la invitaste a venir, ¿aceptó sin más? —preguntó Joe, que se había quitado la camisa y mostraba su bronceado.

—Más o menos —Kennedy llevaba una camiseta con el bañador, pero estaba considerando quitársela para meterse en el agua.

—¿Se lo pediste y aceptó así sin más? —volvió a preguntar Joe.

—Teddy ha pasado mucho tiempo en su casa. Creo que vino por él.

—¿Quieres decir que se interesa más por tus hijos que por ti?

Kennedy lo miró sorprendido.

—Probablemente —no quería analizar a Grace con Joe; no le gustaba la actitud de su amigo hacia ella.

Joe tomó un sorbo de la lata de limonada que tenía en la mano.

—¿Y a qué crees que se debe eso?

—Al pasado, supongo.

—Lo que pasó no fue culpa nuestra.

—Tal vez algunas cosas no.

—¿Quieres decir que otras sí?

—Más o menos.

Joe hizo una mueca.

—Tú tenías novia. No hiciste nada con ella.

—Puede que no, pero no me porté bien con ella. Y tú y los demás…

—No intentes hacer que me sienta culpable —lo interrumpió Joe—. Ella estaba deseando bajarse las bragas.

A Kennedy no le gustaban las palabras de Joe.

—No quiero hablar de eso.

—Yo sólo digo que no la iba a rechazar. Ella lo estaba pidiendo a gritos.

Kennedy sintió que se le tensaban los músculos, pero no quería dar a entender lo mucho que le molestaban las palabras de Joe. Éste intentaba conseguir una reacción con la esperanza de saber hasta dónde llegaban los sentimientos de Kennedy.

—Creo que está más molesta con el modo en que la tratamos después de esos incidentes que con los incidentes en sí —contestó.

Joe soltó una risita de incredulidad.

—¿Y qué esperaba?

Kennedy tuvo que esforzarse por no mostrar su disgusto.

—Sinceramente, espero que no haga falta que conteste a eso.

Grace soltó un grito y dejó que Teddy la hundiera en el agua. Joe volvió su atención al lago.

—Independientemente de lo que tú creas, me parece que ha vuelto a buscar más de lo mismo. Sólo que esta vez es más selectiva.

—¿De qué estás hablando?

—No pensarás que el hecho de que seas un viudo rico no tiene nada que ver con el modo en que trata a tus hijos.

Kennedy empezaba a preguntarse por qué había tolerado a Joe tanto tiempo.

—Pues sí.

Joe soltó una risita.

—No sabía que fueras tan ingenuo.

—Está aquí porque le gustan Heath y Teddy —contestó Kennedy.

Sabía que también quería recuperar la Biblia, pero eso no podía decirlo. Lo que ella sentía por sus hijos era sincero. Kennedy no sabía por qué se llevaba tan bien con ellos, pero suponía que era porque no eran lo bastante mayores como para suponer una amenaza. La apreciaban y ella les devolvía el gesto. Sencillo. Nada que temer. Si Kennedy estuviera dispuesto a conformarse con una relación platónica, probablemente también sería más amistosa con él. Pero no podía negar la parte física de su atracción y, aunque le dijera que no volvería a tocarla, ella notaría que la tocaría si le daba la oportunidad. Y eso lo relegaba instantáneamente a la categoría de «peligroso».

—Antes has dicho que puede que la invites a salir —comentó Joe.

—¿Y?

Joe enarcó una ceja.

—¿Harías eso abiertamente?

Kennedy deseó que se marchara su amigo. Prefería nadar en el lago con Grace y sus hijos a sentarse en la playa con él. Pero no quería relacionarse mucho con Grace bajo la mirada vigilante de Joe. Si éste veía algo que no le gustara, podía irles con el cuento a Otis y Camille.

—Tal vez —contestó.

—¿De verdad?

—Cuando tu tío desapareció, ella tenía trece años. Perdóname que no me crea que sea una maniaca homicida —Kennedy sospechaba que debería importarle más el pasado, pero en ese momento, lo único que le importaba era el presente.

—¿Y su reputación?

—Ya te he dicho que ahora es diferente.

Joe hizo una mueca.

—Folla con ella si es preciso, pero no vayas más allá. Tienes mucho que perder.

—Tu respeto por las mujeres es conmovedor —repuso Kennedy con sequedad.

—Cindy no era como Raelynn, por eso no me comprendes.

Cindy era la ex mujer de Joe, pero no era tan mala como él pretendía. Hasta donde Kennedy sabía, se había esforzado por hacer funcionar su matrimonio y era Joe el que había causado casi todos los problemas. Se había jugado el dinero de los dos y la había engañado, probablemente más de una vez.

—Hace calor —comentó, poco dispuesto a discutir—. Vamos a meternos en el agua —se levantó, se quitó la camiseta y la dejó en la arena.

Joe se incorporó a su vez y lo sujetó por el codo.

—Si vas en serio con Grace, tus padres dejarán su dinero a una organización benéfica.

—Prefiero que me deshereden a que me repudien.

—Pero ninguna mujer vale tanto dinero.

—Por lo que he oído, tú tienes tus propios problemas de los que preocuparte.

Joe lo miró con frialdad.

—¿A qué te refieres?

—Buzz dijo que tienes bastantes deudas de juego.

Joe adoptó un aire beligerante.

—Yo puedo ocuparme de eso.

—La última vez te eché un cable, pero no volveré a hacerlo. Si tu padre se entera de lo que pasa, no seré el único al que deshereden, así que te sugiero que te ocupes de tus asuntos.

—Y cierre la boca con tus padres.

—Exacto.

Joe movió la cabeza y se echó a reír.

—No puedo creer que el señor Perfecto me esté haciendo chantaje.

—Si quieres considerarlo así…

—Kennedy, si sales con ella, se enterarán aunque yo no les diga nada.

—Por lo menos tú no estarás ahí encizañando.

Joe se puso serio.

—¿Crees que yo haría eso?

Kennedy sabía que no vacilaría si tenía algo que ganar con ello.

—Claro que no —mintió—. Sólo quiero cubrirme las espaldas, eso es todo.

—Yo siempre te he cubierto las espaldas. ¿Acaso no lo he probado?

Suya era la mano que había agarrado a Kennedy cuando se estaba ahogando.

—Claro que sí —dijo—. Vamos a nadar.

—No tenemos de qué preocuparnos. Lo que nuestros padres no sepan no puede hacerles sufrir, ¿vale?

Kennedy no contestó. Pensaba en la Biblia del reverendo, que seguía en la guantera de su vehículo, y eso le impedía mostrarse de acuerdo.

Esa noche, Heath y Teddy insistieron en que Grace se acostara con ellos para contar historias de miedo en la oscuridad, pero con todo el ejercicio que habían hecho, la tienda no tardó en quedar en silencio. Grace se quedó un rato más escuchando su respiración porque le sentaba bien estar en medio de ellos, con uno a cada lado.

Y no tenía muchas ganas de salir con Kennedy y Joe.

Los oía hablar al lado del fuego. Le gustaba el sonido de la voz de Kennedy, pero él no era el mismo desde la llegada de Joe. La miraba a menudo, pero no le hablaba si podía evitarlo.

—¡Ojalá Cindy encontrara un maldito trabajo! —oyó decir a Joe.

—¿Y qué te importa eso a ti si todavía vive del acuerdo de divorcio?

—Me molesta. Y además, tiene demasiado tiempo libre.

Grace intentó bloquear sus voces.

—He oído que quiere abrir un restaurante —comentó Kennedy.

—¿Te imaginas? Tuvo el valor de venir a pedirme dinero, quiere que invierta diez mil dólares —Joe se rió con incredulidad.

—¿No crees que le debes eso?

—¡Diablos, no!

—Eso no es lo que dice ella. Dice que empeñaste el anillo de su abuela y…

—Me da igual lo que diga. No le debo nada. Pagué la comida y el alquiler mientras estuvimos casados. ¿Ella no me debe nada por eso?

Grace sintió que se quedaba dormida y se esforzó por tener los ojos abiertos. No podía quedarse dormida en el saco de Kennedy. Se levantó e intentó pasar discretamente a su tienda, pero la cremallera la delató.

—Ven a sentarte aquí unos minutos —la invitó Joe.

Grace quería rehusar, pero necesitaba beber agua y pasar por los aseos.

—Kennedy cree que debo darle diez mil dólares a mi ex mujer —dijo Joe mientras ella se servía un vaso de agua de la jarra que había en la mesa—. ¿Qué dices tú?

Cindy había sido una de las chicas más populares del instituto. Cuando empezó a salir con Joe, Grace se había ido ya de Stillwater, pero sospechaba que hacían buena pareja, pues los dos eran muy superficiales.

—No sé de qué me hablas.

—Yo no le debo nada.

—Si tú lo dices…

—¿Tú has estado casada? —preguntó Joe.

Ella tomó un trago de agua.

—No.

—¿Piensas casarte?

—No lo sé. No tengo prisa —contestó ella. Ya había perdido la seguridad y el afecto que le había proporcionado George. Pero también experimentaba una leve sensación de alivio. Se había sentido tan culpable por no poder darle lo que quería, que ahora se sentía más ligera, más libre.

Kennedy atizó el fuego. Sus ojos se encontraron a través de las chispas y ella apartó la vista. Lo que había entre ellos no disminuía, sino que se hacía más fuerte, más difícil de resistir. Recordó el sabor y la textura de su beso y sintió una respuesta inconfundible.

—¿Quieres una taza de café? —preguntó Joe.

Ella carraspeó.

—No, gracias; me voy a acostar.

—¿Tan pronto? Vamos. He venido hasta aquí para divertirme un poco. Lo menos que puedes hacer es quedarte un rato conmigo. Hay muchas cosas que me muero por preguntarte.

—No se me ocurre por qué vas a querer preguntarme nada —musitó ella.

—Yo no soy el único. Tú tienes la llave del gran misterio, ¿verdad?

—Falso. Yo no sé dónde está el reverendo.

—¿Ahora lo llamas así?

Ella maldijo su estupidez. Había estado demasiado tiempo lejos de Stillwater.

—¿Cómo quieres que lo llame?

—Si no recuerdo mal, antes lo llamabas papá.

—Nunca me adoptó legalmente. Y tengo treinta y un años.

—Pero podías haber dicho «mi padre».

El frío de la noche pareció atravesar la camiseta de Grace. Se abrazó para darse calor.

—Pensaba que eso podía molestarte.

—Entiendo. Pero de niña no te importaba eso.

—Nunca se me ocurrió pensarlo.

—Y ahora has madurado —él sonrió a Kennedy—. Ya lo hemos notado.

Kennedy lo miró con malos modos, pero eso no pareció molestar a Joe.

—¿Cuál es tu teoría sobre la desaparición de mi tío Lee? —preguntó—. Supongo que tendrás alguna idea.

—Basta ya con tu tío —intervino Kennedy con brusquedad.

Joe inclinó la cabeza a un lado.

—¿El tema no te interesa?

—Estoy harto de oír hablar de eso.

—Pues debes de ser el único. Exceptuando quizá a Grace.

—¿Papá? —llamó Teddy desde la tienda, con voz llena de sueño.

—¿Qué pasa, hijo?

—Heath me ha dado una patada.

—Empújalo.

—Lo he intentado. Pesa mucho.

Kennedy lanzó a Joe lo que parecía una mirada de advertencia y pasó a su lado para ocuparse de su hijo. Pero cuando entró en la tienda, Joe se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.

—¿Por qué no intentamos resolver el puzle tú y yo?

—¿Y cómo propones que hagamos eso? —preguntó Grace—. Desapareció sin dejar rastro.

—Sin dejar rastro —repitió Joe—. Mira, eso es lo que no entiendo. Yo creo que tiene que haber alguna pista, alguien que viera algo.

Como Jed Fowler.

—¿Quién? —lo retó ella.

—Nora Young tuvo un encuentro con él en la iglesia. Dice que estaba todavía en el aparcamiento hablando con Rachelle Cook cuando él cerró la iglesia y entró en su coche. Rachelle lo confirma.

—¿Y qué? Dede Hunt lo vio saliendo del pueblo a las ocho y media.

—Creyó ver un coche que se parecía al suyo. No es lo mismo —sonrió con astucia—. Y Bonnie Ray Simpson, la vecina más próxima, dice que vio su coche aparcado en la granja sobre las nueve o las diez.

—Bonnie Ray es alcohólica.

—Eso no significa que no viera su coche.

Grace se inclinó hacia atrás y procuró mostrarse cómoda.

—No vino a casa. Sólo regresó mi madre.

—¿Cuándo fue eso?

—Alrededor de las nueve. Vino después del ensayo del coro en casa de Ruby Bradford.

—¿Y no lo vio?

—Ya sabes que no. Te he dicho que él no vino a casa.

Joe se echó hacia atrás.

—¿No te vuelve loca, Grace?

Ella tomó otro sorbo de agua y lo miró con firmeza por encima del borde.

—¿El qué?

—No saber.

—He terminado por aceptarlo —mintió ella.

Había conseguido bloquear parte de aquella noche, la parte justo después de que el reverendo dejara a Molly fuera y justo antes de que su madre volviera a casa. Pero había mucho más que la atormentaba…

—Pareces muy segura de que no se puede resolver ese misterio —Joe chasqueó la lengua—. ¿Sabes algo que nosotros no sepamos?

Ella recordó a Clay llegando a casa poco después que su madre… oyó los gritos, el sonido terrible de los puños en los huesos.

—Ya me lo has preguntado antes. ¿Crees que va a cambiar la respuesta?

—La esperanza es lo último que se pierde.

—También puedes desear que el ratoncito Pérez sea real, pero eso no hará que lo sea.

Él la observó un momento.

—El día después de la desaparición de mi tío, tu madre tenía un ojo morado y Clay un corte en el labio.

—Clay iba a coger un plato del armario y le dio a mi madre sin querer con el codo. Cuando se inclinó para ver si estaba bien, ella levantó la cabeza inesperadamente y le dio en la boca —Grace recordaba más heridas pero, afortunadamente, podían esconderse.

—¿Estás segura?

—¿Estás insinuando que tu querido tío, un hombre de Dios, golpearía a una mujer o a su hijastro?

Joe soltó una risita.

—A lo mejor lo provocaron.

—Era demasiado paciente y gentil para eso.

La cremallera de la tienda anunció el regreso de Kennedy.

—¿Tú qué dices, Kennedy? —preguntó Joe.

El interpelado se acercó a la mesa de picnic y empezó a recoger todo lo que habían dejado fuera los niños.

—Creo que es tarde. ¿Por qué no nos retiramos?

—La conversación se está animando —Joe se frotó la barbilla—. Dime lo que tú crees que pasó, Grace.

—Ya es suficiente —intervino Kennedy—. Ella no quiere hablar de eso.

—Le pregunto a ella, no a ti.

Kennedy se volvió.

—Me da igual. Déjala en paz.

Grace contuvo el aliento. Percibía una malevolencia creciente en Joe.

—Me parece que has subido en la escala social —le dijo éste.

—¿A qué te refieres?

—A nada.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella, molesta.

—Tú lo sabes muy bien. La verdad. Y quiero que Kennedy te oiga decirla.

—Joe… —empezó a decir Kennedy.

Grace levantó una mano para detenerlo. No quería interponerse entre ellos.

—No me molesta —dijo.

Y se fue a su tienda, doblemente convencida de que tenían que trasladar los restos del reverendo. Tenían que esconderlos en lo profundo del bosque y dejar que Joe registrara la granja. Era un movimiento arriesgado, pero si funcionaba, podría convencer a todo el pueblo de que su familia no tenía nada que ver con la desaparición del reverendo. Quizá entonces podrían llevar una vida normal.

El aire frío de la noche revolvía el pelo de Kennedy, acuclillado al lado de la tienda de Grace.

—Grace.

La oyó moverse, pero ella no contestó.

—Grace —susurró de nuevo. Arañó el nailon de la tienda con la linterna para llamar su atención.

—¿Qué? —ella sonaba confusa.

—Ve a los baños.

—¿Pero por qué?

—¡Chist! —le pidió él.

No quería despertar a Joe, que dormía en su propia tienda.

Grace salió con chanclas, pantalón de pijama y una camiseta del revés. Caminó varios metros antes de encender la linterna y siguió el sendero de los baños. Kennedy fue tras ella.

—¿Qué quieres? —preguntó la joven.

Él la llevó hasta los baños, apagó ambas linternas y la guió alrededor del pequeño edificio. El modo en que los dedos de ella se aferraron a los suyos lo sorprendió. Parecía frágil, cosa que le hizo reafirmarse en su decisión.

—¿Adónde me llevas? —preguntó ella.

Él tiró de ella hacia el bosque.

—Aquí —dijo, cuando estuvo bastante seguro de que podían hablar sin que los oyeran.

—¿Por qué?

Él achicó los ojos para verla más claramente. Los altos árboles oscurecían casi toda la luz de la luna.

—Tenemos que hablar.

—No, no tenemos —musitó ella con cansancio.

—Háblame de la Biblia. ¿Qué hacías en casa de Jed? ¿Por qué la tenías tú?

Ella negó con la cabeza.

—No te metas en esto, Kennedy.

Las preguntas lo volvían loco, pero era mejor para él no saberlo. Suspiró.

—Tienes razón. Olvida que te lo he preguntado.

¿Qué sentido tenía? Llevaba la Biblia en el bolsillo; la había llevado allí para dársela.

—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Grace—. ¿Lo has decidido ya?

Él notaba que esperaba su respuesta con aprensión.

—¿Qué harías tú si te la diera?

—¿Hay alguna posibilidad de eso?

El recelo de su voz hizo enfadar a Kennedy.

—¿Me crees capaz de besarte, de abrazarte, de decirte que quiero hacer el amor contigo y luego arrojarte a los lobos?

Ella no contestó, pero a él se le pasó el enfado al pensar en lo que le habían hecho sus amigos en el instituto. Probablemente ya no podía vincular el deseo sexual con la lealtad ni con nada positivo.

—¿La esconderías en alguna parte? —preguntó.

—La quemaría —contestó ella—. Y te pediría que olvidaras que la has visto y siguieras con tu vida como si no hubiera pasado nada.

Él vaciló.

—¿Y tú?

—¿Y yo qué?

—¿También tengo que olvidarme de ti?

—¿Qué otra opción te queda?

Kennedy no podía contestar a eso, pero estaba demasiado acostumbrado a conseguir lo que quería para creer que ahora no podía tenerlo. Sólo la muerte podía quitárselo.

—Tú sientes lo mismo que yo.

Ella no lo negó.

—Es verdad, ¿no? —insistió él.

Dejó las linternas en el suelo, deslizó las manos debajo de la camiseta de ella y le acarició la piel de la cintura con los pulgares. Ella aferró sus antebrazos, pero él no estaba seguro de si era para retenerlo donde estaba o para apartarlo.

—Tocarte, aunque sea de un modo tan inocente como éste, me emborracha de deseo —susurró—. Quiero sentirte debajo de mí, conmigo dentro.

Ella cerró los ojos y osciló hacia él. Kennedy la besó debajo de la oreja y deslizó una mano hacia arriba. Ella gimió cuando le tocó el pecho, como si rindiera toda resistencia.

Pero luego se apartó de su alcance, dejándolos a los dos temblorosos.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

—No podemos hacer esto.

—¿Por qué?

—Porque tengo miedo de lo que me hagas sentir.

—Sentir no es malo, Grace.

Ella se pasó los dedos por el pelo.

—Para mí sí; no soy capaz de quererte sólo un poco y sólo una temporada.

¿Acaso era eso lo que pedía él?

Tal vez. Quería una relación importante, que llenara el vacío dejado por Raelynn. Pero no podía ofrecerle un compromiso a largo plazo. La idea de ellos dos juntos enviaría a su padre a la tumba. Y ésa era sólo una de las muchas ramificaciones.

Sin embargo, no podía renunciar a ella.

—He tenido una buena relación en el pasado. Sé lo que puede ser eso —dijo.

—¿Y qué significa eso para nosotros?

—Significa que quizá deberías confiar en mí. No soy como Joe.

—Me estás pidiendo que sea vulnerable.

—Yo también estoy dispuesto a serlo —repuso él, aunque sabía que lo sería de un modo muy diferente.

Ella negó con la cabeza.

—Sería un desastre.

—Corre el riesgo. Baja la guardia una vez a ver adonde nos lleva nuestra amistad.

Ella pareció vacilar.

—No —dijo al fin.

—¿Por qué?

—Porque nuestra amistad no puede llevar a ninguna parte. Envidio lo que tuviste con Raelynn, pero yo no soy ella —levantó la barbilla—. Sólo necesito saber una cosa.

—La Biblia.

—¿Me la vas a dar?

Kennedy se disponía a dársela. Quería probarle su lealtad, convencerla de que no era su intención utilizarla. Pero si Grace y su familia tenían de verdad algo que ver con la desaparición del reverendo, ¿podía renunciar a un objeto tan importante para el caso? Por mucho que perjudicara ahora a Grace, si más tarde aparecían otras pruebas, las notas del reverendo podían impulsar a un jurado a sacar las mismas conclusiones que había sacado él.

Se frotó la cara.

—No puedo.

—¿Me vas a echar a los lobos después de todo?

Él hizo una mueca.

—No. Ya la he destruido.

—¿Cuándo?

—Anoche, cuando te metiste en tu tienda.

—¿Por qué?

—Porque estaba enfadado. Ese hombre era un fraude. Yo lo odio tanto como tú.

Ella debió de captar la verdad de sus palabras porque su postura perdió rigidez.

—Tenías razón —susurró.

—¿En qué?

—En lo que me hizo —repuso ella. Tomó su linterna y salió corriendo.

Kennedy se quedó donde estaba, intentando digerir lo que ella acababa de admitir. Nunca había conocido los sentimientos extremos que experimentaba con Grace. Raelynn había sido una mujer feliz, tierna, consistente. Se habían enamorado muy jóvenes y mantenido una relación muy buena con muy pocos problemas.

Grace tenía razón… ella no era como Raelynn. Ella había vivido un infierno y quizá no lo superara nunca. ¿Por qué, entonces, la deseaba tanto cuando su lógica le decía que no era bueno para él?

Porque había un lugar profundo en el que no importaba la lógica. Y esa parte la deseaba cada vez más.

Grace caminaba deprisa con la esperanza de llegar a la tienda antes de que apareciera Kennedy. La Biblia ya no existía y, aunque le hubiera gustado quemarla personalmente, en cierto modo agradecía que la hubiera destruido Kennedy.

Pero todavía había algo en él que la asustaba, y no tenía nada que ver con el hecho de que hubiera podido desvelar tan fácilmente el oscuro secreto de su familia.

Sonrió con amargura. La voz, el contacto y la proximidad de aquel hombre la afectaban como los de ningún otro hombre.

Una sombra oscura surgió ante ella. Retrocedió de un salto y consiguió reprimir un grito.

—Hola, soy yo.

Joe. Estaba ante ella con pantalón corto y un cortavientos abierto que dejaba al descubierto su pecho desnudo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—Vengo del baño —contestó ella.

—¿Dónde está tu linterna?

—Aquí —la agitó entre ellos y aprovechó esa excusa para retroceder otro paso—. Con esta luna, no la necesito.

Él le quitó la linterna, la encendió e iluminó el camino detrás de ella. Grace rezó para que no apareciera Kennedy.

—¿Estás sola? —preguntó él sorprendido.

—¿Y qué esperabas? —contestó ella.

Joe volvió el rayo de luz hacia ella.

—Pensaba que a lo mejor le estabas haciendo una mamada a Kennedy.

Grace le arrebató la linterna y fingió que no le molestaban sus palabras; no quería hacer nada por alentarlo.

—Teniendo en cuenta que está durmiendo en su tienda, eso sería toda una hazaña.

—No está allí —replicó Joe—. Lo he comprobado. Pero tú ya lo sabes.

Ella se encogió de hombros.

—Sólo sé que Kennedy no estará muy lejos de sus hijos. A lo mejor no podía dormir y ha ido a dar un paseo —echó a andar de nuevo—. Puedes mirar en el lago.

Joe soltó una risita.

—Oye, puede que Kennedy se interese por ti en este momento, pues hace dos años que no echa un polvo. Pero se le pasará en cuanto consiga lo que busca, así que no esperes que dure.

Grace no se volvió.

—Yo no espero nada.

—No, claro —dijo él—. Igual que tu madre no buscaba la granja de mi tío. Sólo que las apuestas son mucho más altas con Kennedy, ¿verdad? Hay que reconocértelo, Gracie. Al menos tú sabes distinguir un premio gordo de un predicador pobre.