Catorce
Irene observó a Francine Eastman, que estaba delante de ella en la pastelería del Piggly Wiggly y pensó cómo podían entablar conversación. Fran, como la llamaban sus amigas, dirigía un club de bridge para la élite social, un club al que Irene nunca había sido invitada.
—La ensalada de macarrones tiene buen aspecto —comentó.
Como eran las dos únicas que esperaban a que Polly Zufelt terminara lo que hacía en la parte de atrás, Fran no podía dudar de que se dirigía a ella, pero aun así, frunció el ceño.
—Supongo —repuso con indiferencia.
Irene se enderezó el bonito pañuelo de seda que se había atado encima del vestido de lino.
—¿Te preparas para el club de bridge?
Fran la miró con frialdad.
—Es el cumpleaños de Reva. Polly está guardando la tarta.
Reva, que estaba casada con uno de los agricultores más ricos de la comarca, era la mejor amiga de Fran. A veces iba por la boutique, pero a Irene le gustaba tan poco como Fran.
—¿O sea que pensáis tener una fiesta cuando terminéis de jugar a las cartas? —preguntó.
—Así es. Supongo que tú volverás al trabajo.
Su tono condescendiente hizo que Irene se pusiera tensa. Sabía que las palabras de Fran no eran sólo una mera observación, sino también una referencia a la gran diferencia que las separaba.
—Sí, pero no tengo prisa. Puedo tardar todo lo que quiera —repuso. Y se maldijo por hablar a la defensiva.
Fran se encogió de hombros.
—Me alegro por ti.
Polly volvió con la tarta de Reva.
—¿Qué tal así, señora Eastman?
—Bien, Polly. Gracias.
Fran tomó la tarta, pero Irene habló antes de que pudiera alejarse.
—¿Sabes que Grace ha vuelto?
Hubo una pausa.
—Lo he oído, sí.
—Todavía sigue soltera. ¿Te lo puedes creer?
—Fácilmente —repuso Fran con una sonrisa de suficiencia.
Irene sabía que se refería a la reputación de Grace. Había oído los rumores que circulaban sobre su hija y sospechaba que muchos eran ciertos. Pero se culpaba a sí misma, no a Grace. Tendría que haberse alejado de Lee en cuanto empezó a tener dudas sobre su matrimonio. Si no hubiera sido tan reacia a dejar a Madeline atrás ni tenido tanto miedo de que sus hijos pasaran hambre o de que los separaran, lo habría hecho.
—Oh, bien —comentó—. Todavía hay esperanza. Ahora que sale con Kennedy, ¿quién sabe lo que puede ocurrir?
Fran tropezó y estuvo a punto de tirar la tarta.
—¿Qué Kennedy?
Irene la ayudó a recuperar el equilibrio.
—Tú conoces a Kennedy Archer. Su madre es una de tus mejores amigas.
A Fran parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas.
—Eso no es cierto.
—Pues claro que sí. Han pasado juntos el fin de semana.
—¿Quién lo ha dicho?
—Él. Pregúntale.
—Creo que lo haré.
Irene se rió para sí cuando Fran estuvo a punto de torcerse un tobillo en su prisa por salir de la tienda.
—Que tengas un buen día —le gritó.
Sin duda, Fran tenía varias llamadas que hacer. A Irene no le importaba si se lo contaba a todo el pueblo. De hecho, esperaba que empezara por la madre de Kennedy. El futuro alcalde de Stillwater se había llevado a Grace con sus hijos, por lo que sus intenciones eran honorables y no había nada que nadie pudiera hacer al respecto.
—¿Qué te pongo? —le preguntó Polly.
Irene sonrió ampliamente y se acercó al mostrador.
—Creo que hoy me voy a olvidar de las calorías y comprar el pastel de chocolate.
Cuando Kennedy volvió de comer el martes, su madre lo esperaba en su despacho.
—¿Papá está bien? —preguntó, sorprendido de verla. Desde que cuidaba de los niños, solía llamar si había algo que la preocupaba.
Camille se levantó con las mejillas enrojecidas.
—¿Y tú tienes el valor de preguntármelo?
Kennedy aflojó el paso e intentó adivinar lo que ocurría. Dio la vuelta al escritorio, pero no se sentó en su sillón. Apoyó los nudillos en la mesa y esperó a que a ella se le pasara lo peor del enfado.
—¿Dónde están los niños?
—Con Otis.
—¿Papá está en casa?
—Hoy no ha ido a trabajar, no se encuentra bien.
Kennedy sintió un nudo en el estómago. Hasta el momento había lidiado con la enfermedad de su padre básicamente fingiendo que no existía. Pero sabía que no podía hacer eso siempre. Antes o después tendría un impacto importante en sus vidas.
—¿Lo vas a llevar al hospital?
—No. Hemos llamado al doctor. Han dicho que puede empezar… —bajó la voz— el tratamiento la semana que viene en vez de esperar más. Hasta entonces, tiene que descansar. Por suerte, no se ha enterado de lo que has hecho, o estaría mucho más enfermo.
—¿Qué he hecho?
Ella cerró la puerta y se acercó a él.
—¿Por qué lo has hecho?
—Eso me resultará más fácil de contestar si me dices a qué te refieres —comentó él.
Pero sabía que su madre se había enterado de lo de Grace.
—Deja de jugar conmigo. Me refiero a la mujer Montgomery.
Kennedy se sentó al fin y empezó a repasar los mensajes que había en su mesa como si aquello no le interesara gran cosa.
—¿Qué pasa con ella?
—¿Tú qué crees? Has pasado el fin de semana con ella.
—Quería conocerla mejor —él se encogió de hombros.
—¿Y?
—Nada más.
—Nada más —repitió ella con incredulidad. Movió la cabeza, sacó un panfleto del bolso y se lo mostró.
En la parte superior aparecía el nombre de Vicki Nibley, con letras más grandes que el resto. Debajo de eso, Kennedy leyó:
—«Una candidata que se preocupa por la ley y el orden. Una candidata que apoya los derechos de las víctimas y sus familias».
En la parte de abajo figuraba el apoyo personal de Elaine, Marcus y Roger Vincelli.
—«Únete a nosotros para apoyar a la única candidata que luchará por la verdad y la justicia».
Kennedy miró las firmas, sorprendido de que los padres y el hermano de Joe lo hubieran traicionado tan rápidamente. Ni siquiera lo habían llamado.
—Esto es… inesperado —comentó.
—¿Y qué creías tú que iba a pasar? —preguntó su madre—. Todo el pueblo habla de Grace y de ti. Conoces la reputación de esa mujer. ¿Por qué te has expuesto a esas críticas antes de las elecciones?
Kennedy se levantó.
—Dale un respiro —dijo—. Nunca la han condenado. Es una mujer inocente que…
—¿Qué? —lo interrumpió su madre.
—Que fue maltratada de niña. ¿Nunca te has parado a pensar por qué se comportaba de ese modo?
—Eso no me importa. Sólo me importas tú —Camille levantó la voz y Kennedy sospechaba que estaba al borde del llanto. No recordaba haber visto llorar a su madre, excepto el día en que le dijo que su padre tenía cáncer.
Ahora le molestaba que se hubiera alterado tanto por su causa. Ya sufría bastante.
—No pasa nada, mamá. Haré algo sobre eso —musitó, aunque no tenía ni idea de lo que iba a hacer.
Ella luchaba abiertamente por controlarse.
—Eso espero —dijo al fin.
Kennedy comprendía hasta qué punto la afectaba el diagnóstico de su padre. Ella había construido su vida alrededor de Otis, su vida, sus sueños y sus esperanzas.
—Sólo son unas elecciones —le recordó con gentileza.
—No se te ocurra creer eso —repuso ella con determinación—. Lo que está pasando puede afectar adversamente a tu padre. Y eso no lo permitiré.
Kennedy no sabía cómo consolarla, pero sabía que sólo podía llegar hasta un punto en su esfuerzo por complacer a sus padres, los Vincelli o a cualquier otro habitante de Stillwater.
—Yo tengo que vivir conmigo mismo —repuso—. Y tengo que hacer lo que creo que debo hacer.
—Pues haz lo que debas. Pero aléjate de ella.
Kennedy pensó en los planes que habían hecho para ir a ver los fuegos artificiales. Ella había dicho que lo llamaría, pero no lo había hecho.
—No sé si quiero volverle la espalda —dijo.
—Ella no te necesita.
—Puede que no, pero no le perjudicará tener un amigo en este pueblo.
—A ti puede perjudicarte.
—¿Y los niños? —preguntó él—. ¿Crees que también tienen que alejarse de ella?
—Por supuesto.
—Están locos por ella.
—No la habrían conocido de no ser por ti.
Él se pellizcó el puente de la nariz.
—No les gustará perder el contacto con ella.
—Pues claro que no —repuso Camille—. Juega con ellos como si no tuviera ningún problema en el mundo.
—¿Y por qué no? Está de vacaciones.
—Debería ser más productiva y menos… visible. Teddy y Heath han estado esta mañana en su jardín vendiendo jabón y galletas y Dios sabe qué más.
—¿Y?
—¡Por el amor de Dios! Ella vive en la calle Mayor. ¡Quién sabe cuánta gente los habrá visto! Y para colmo de males, ha plantado un cartel de Kennedy Archer para alcalde en su jardín.
—¿Ah, sí? —preguntó él, complacido a pesar de todo.
—Un día apoya a Vicki Nibley y al siguiente a ti. Dime que eso no hace que parezca que la has hecho feliz el fin de semana.
—¡Santo cielo! Hablas igual que Joe.
—Es la verdad.
Kennedy seguía pensando en el cartel.
—¿De dónde ha sacado mi cartel?
—¿Cómo voy a saberlo? A lo mejor se lo ha llevado Teddy de los que hay en el garaje.
—La calle Mayor es una posición buena —comentó él.
—Pero ahora que has visto esto —ella señaló el folleto que había en el escritorio—, tienes que darte cuenta de que asociarte con ella es tu destrucción.
—Hablas como si Vicki Nibley hubiera ganado ya. Todavía no se ha votado.
—Si hay algo que pueda hacernos perder, es Grace Montgomery.
Kennedy dio la vuelta a la mesa.
—Todo irá bien, mamá.
—¿Qué te impulsó a llevarla al lago? —preguntó ella.
—Muchas cosas. Sobre todo, pensaba en una pobre chica que no tuvo las oportunidades que debería haber tenido en la vida.
—¿Qué quieres decir con eso? Tuvo mucha suerte de que Lee los acogiera a su familia y a ella y les diera un techo.
—Una niña necesita algo más, mamá.
—¿Qué quieres decir?
Kennedy se frotó la mandíbula buscando el modo de ganar algo de apoyo y comprensión para Grace. Hasta cierto punto, comprendía a la familia de Joe porque se sentían perjudicados. Pero no creía que ellos fueran los únicos que merecieran consideración. Lo que le había pasado a Grace había sido muy injusto.
—Creo que abusaron de ella —dijo.
Camille hizo una mueca de incredulidad.
—¡Oh, por Dios! Si ésa es la excusa que te ha dado ella, te apuesto lo que quieras a que es mentira. ¿No lo entiendes? Intenta manipularte.
Kennedy pensó en el momento en que le preguntó a Grace por el reverendo y comprendió que lo que su madre decía no podía ser cierto. Nadie podía simular la desolación que había visto en su cara. Y el modo en que al fin lo había admitido también sonaba a verdad.
—Ella no me lo dijo —repuso—. Lo adiviné yo.
—¿Cómo? —preguntó su madre, expectante.
—Algo me dio una pista.
Camille negó con la cabeza.
—No. Ella es una cazadotes, como su madre.
—Eso no es cierto.
—Muéstrame a alguien que le viera una marca alguna vez.
Kennedy bajó la voz.
—Hay otros tipos de abuso, madre.
—¡Lee Barker era un predicador! Espero que no estés insinuando lo que yo creo, porque, si te equivocas y acusas a un hombre como él, las repercusiones serán graves.
—Yo no insinúo nada. Tengo pruebas.
Su madre lo miró varios segundos.
—¿Qué clase de pruebas?
Kennedy recordó a Joe de pie cerca del punto en el que había enterrado la Biblia. Ver allí a su amigo lo había asustado, pero había decidido que probablemente era paranoia suya. Si Joe supiera algo de la Biblia, habría ido a la comisaría, no se habría guardado la noticia para sí.
—Eso no importa. Lo que importa es que sabes que las cosas no son como siempre hemos creído.
Camille se examinó las uñas.
—Pues saca esas pruebas a la luz para que las conozcan todos.
—No puedo.
Ni siquiera sabía si otras personas interpretarían las anotaciones en el mismo sentido que él. En ellas no había nada explícito, era más bien una sensación que había tenido, la pieza que faltaba para explicar el comportamiento de Grace y por qué los Montgomery podían haberse librado de Barker.
—¿Por qué? —quiso saber ella.
—Porque podría perjudicar a Grace tanto como ayudarla.
—Kennedy, dime lo que tienes.
—No.
—¡Dímelo!
Él se pasó una mano por el pelo.
—No te preocupes por eso, mamá. De todos modos, no está aquí.
—¿Quién lo tiene?
—Nadie.
—¿Y dónde está?
—Lo he enterrado, ¿vale?
—¿Lo has enterrado? ¿Pero por qué?
Él suspiró.
—Porque también podría perjudicarme a mí.
—Has hecho algo que no deberías —dijo ella con un asomo de pánico en la voz.
—Hay quien lo vería así.
—Kennedy, ¿qué está pasando?
—Mamá, vas a tener que confiar en mí en este terreno.
—¿Confiar en ti?
—¿Por qué no? —preguntó él con impaciencia—. ¿Cuánto tiempo tienes que ponerme a prueba? ¿Cuánto te he fallado yo?
Ella achicó los ojos.
—En los últimos años —aclaró él.
La mujer pareció vacilar.
—¿Qué quieres que hagamos?
—Que seamos amigos de Grace.
—¿Qué? —gritó ella, levantándose de la silla.
—Si retrocedemos, parecerá que admitimos que hacíamos algo malo al relacionarnos con ella. En lugar de eso, haremos lo contrario e intentaremos vender su inocencia.
—Tu padre jamás aceptará una relación con los Montgomery.
—Lo hará si lo haces tú.
Aunque su padre no había expresado ningún miedo, Kennedy sabía que estaba asustado de lo que le esperaba y confiaba en Camille para que se ocupara de todo lo que no fuera su salud y su trabajo.
—Estamos corriendo un gran riesgo, Kennedy. Lo sabes, ¿verdad? —dijo su madre—. Puede que no hayan encontrado aún el cuerpo, pero alguien mató a Lee Barker. Si te equivocas con ella y surge algo inesperado…
Su cara perdió todo el color.
—No es eso lo que enterraste, ¿verdad?
—Claro que no.
—¿Y bien? ¿Qué debo pensar?
—Tienes que confiar en mí, ¿recuerdas? Además, ya he tomado una decisión —le sostuvo la mirada—. ¿Estás conmigo?
Pasaron varios segundos. Al fin ella asintió con la cabeza.
—Eres mi hijo; claro que estoy contigo.
—Puede que sea un viaje turbulento, pero saldremos con bien de la tormenta.
—Los Vincelli no ganarán. Después de esto —Camille tomó el folleto y lo tiró a la papelera—, me aseguraré de ello.
—Podremos con ellos —sonrió Kennedy.
Pero se sentía menos seguro de lo que aparentaba. Aliándose con Grace molestaría a más personas que a los Vincelli.
Camille dudó en la puerta.
—Espero que tengas razón. No quiero tener que arrepentirme de esta decisión.
A Grace le sorprendió ver a Teddy y Heath en su casa por la tarde. Después del modo en que se los había llevado su abuela antes, había asumido que no volverían. Pero cuando les abrió la puerta, ellos la saludaron con tanto entusiasmo como siempre.
—Hola —dijo Teddy.
Heath le sonrió.
—¿Qué has hecho desde que nos fuimos?
Había estado dos horas leyendo en el jardín y luego había cerrado el puesto porque nadie parecía interesado en comprar ese día. Mucha gente aflojaba el paso y la miraba, pero no se detenían.
—He hecho manzanas de caramelo —dijo.
—¿Para el puesto?
—Para vosotros.
—¡Me encantan! —gritó Teddy.
—¿Cuántas has hecho? —preguntó Heath.
—Una docena.
—Podemos intentar vender unas pocas a ver si tienen éxito.
Grace había descubierto ya que, de los dos niños, Heath era el hombre de negocios sereno y Teddy el apasionado que se dejaba llevar por el corazón.
—Ya he metido las cosas —dijo.
—Te ayudaremos a sacarlas —se ofreció Heath.
Grace no sabía si quería sentarse fuera otra vez. Algo había cambiado en los dos últimos días, algo que podía captar pero no definir. Esperaba una reacción a su acercamiento a Kennedy, pero aquello era algo más. Era como si el desprecio y el odio que le habían mostrado cuando era más joven se hubieran multiplicado por cien.
Prefería pasar el resto de la tarde en el jardín posterior.
—Si voy a estar al aire libre, debería arrancar malas hierbas —dijo.
—Luego te ayudamos a hacer eso —propuso Teddy.
—Vamos a abrir el puesto —le suplicó Heath—. Por favor.
Grace miró sus caritas esperanzadas. Si tantas ganas tenían de volver a intentarlo, no iba a permitir que la gente de Stillwater le impidiera aceptar.
—De acuerdo.
Empezaron a sacarlo todo de nuevo.
—¿Crees que tendremos más compradores ahora que esta mañana? —preguntó Heath, cuando colocaba las cestas de tomates, zanahorias, calabacines y guisantes en la mesa.
—Eso espero —musitó Grace.
—Ahí llega alguien —anunció Heath.
—Hola —Madeline saltó de su jeep y sonrió a los niños—. Me parece que tienes mucha ayuda esta tarde.
Grace la saludó agitando la mano.
—Sí.
—¿Por qué no contestas al teléfono?
—¿Cuándo has llamado?
—Lo he intentado varias veces.
—Lo siento. Supongo que lo habré puesto en silencio sin darme cuenta. ¿Querías algo?
—Mamá me dijo que salías con Kennedy, pero no me lo he creído hasta que me lo han dicho otras diez personas más. Tenía que venir a ver si era cierto.
—No salgo con él.
Madeline señaló con la cabeza a Heath, Teddy y el cartel electoral.
—No, claro.
—Sólo somos amigos —insistió Grace.
Pero Teddy eligió aquel momento para intervenir.
—Grace vino a acampar con nosotros el fin de semana.
Madeline tomó un bizcocho de chocolate.
—Conque te ibas a Jackson, ¿eh?
—No te lo dije porque no quería darle importancia.
—Es importante —declaró Madeline—. ¿Kennedy Archer? ¿Sabes cuántas mujeres querrían cambiarse por ti?
Grace enarcó las cejas.
—Si se te ocurre publicar algo de esto en el periódico, no te lo perdonaré nunca.
Madeline no contestó. Estaba ocupada admirando el cartel electoral que había clavado Teddy en la hierba.
—Muy bonito —dijo—. ¿Te importa que le haga una foto? Tú puedes ponerte al lado con Teddy y Heath.
—Madeline…
Llegó un segundo coche, lo que hizo que Heath y Teddy se pusieran en pie. Grace se alegró de la distracción… hasta que vio que se trataba de la ex mujer de Joe. Cindy no había cambiado mucho desde el instituto. Seguía igual de bajita, con la misma figura regordeta y cara redonda. Sólo su pelo era distinto. Iba teñido más oscuro de lo que recordaba Grace y cortado a estilo chico.
Permaneció detrás del volante de su camioneta como si no supiera si salir o no. Teddy y Heath se acercaron y llamaron en la ventanilla, cosa que pareció ponerla en acción.
—Hola, chicos —dijo. Pero hablaba con cautela y miraba a su alrededor como si le preocupara quién pudiera verla.
—¿Qué ocurre? —preguntó Madeline.
—Nada —Cindy se acercó a la mesa y se inclinó sobre la mercancía.
Teddy la siguió de cerca.
—¿Qué quieres comprar?
Cindy miró a Grace.
—¿Esto lo has hecho tú?
—Con las recetas de Evonne.
—La echo de menos —admitió Cindy.
Grace asintió. Tenían algo en común.
—Los bizcochos de chocolate son muy buenos —musitó Madeline.
Cindy sonrió a Teddy, que esperaba que tomara una decisión.
—Dame uno, pues.
—¿Y una manzana de caramelo? —le preguntó Heath—. Están recién hechas.
—Dame también una —Cindy miró a Grace—. ¿Cuánto te debo?
—Cobro yo —declaró Heath. Hizo el cálculo—. Dos cincuenta, ¿verdad, Grace?
—Verdad.
A Grace no le importaba lo que cobrara; sólo quería quedarse dinero suficiente para reponer las existencias y dar el resto a los chicos. No hacía aquello para obtener beneficios; era más bien un tributo que otra cosa, un modo de intentar conseguir la calma que siempre había poseído Evonne.
Cindy sacó el dinero del bolso. Pero cuando recogió el bizcocho y la manzana, no se marchó. Se acercó a Grace, situada en el extremo de la mesa.
—Oye, sé que nunca hemos sido amigas, pero…
Grace entrecerró los ojos con recelo.
—¿Qué ocurre?
Cindy miró a los niños, que intentaban venderle ahora una manzana de caramelo a Madeline, y bajó la cabeza.
—La familia de Joe… A veces es difícil llevarse bien con ella.
Grace no sabía adonde quería ir a parar.
—Lo siento —dijo.
—Normalmente, sé cómo lidiar con ellos, pero… —carraspeó— últimamente hablan mucho.
Grace empezó a sentirse ansiosa.
—¿De qué?
—De ti —ella señaló a los niños con la cabeza—. Y de su padre.
—Lo que yo haga es asunto mío.
—Lo sé, estoy de acuerdo. No lo digo para molestarte. Es sólo que… Kennedy es un buen hombre y no me gustaría que los Vincelli lo perjudicaran.
—¿Perjudicar? —repitió Grace.
—¿No te has enterado? Se han puesto del lado de Vicki Nibley sólo porque él se ha hecho… amigo tuyo —sacó un folleto doblado del bolsillo y se lo tendió—. Creo que debes saberlo por si él te importa de verdad —dijo. Y corrió de vuelta a su coche.
Grace abrió el folleto.
—¿Qué es eso? —preguntó Madeline, a la que los niños acababan de sacar un par de dólares por una manzana de caramelo.
Grace se metió el papel en el bolsillo del vestido.
—Nada importante.
—¿Te lo ha dado Cindy?
—Sí.
—¿Qué es?
—Un folleto electoral.
Madeline tomó un mordisco de la manzana.
—Ella apoya a Kennedy, ¿verdad?
—Creo que sí.
—Va a ganar él.
Grace miró a los niños, que sumaban lo que habían vendido.
—Eso espero —repuso.
Pero era la primera vez que los Vincelli se ponían en contra de los Archer. No había nada seguro.
El puesto seguía abierto. No tenían clientes en ese momento, pero Kennedy vio a Grace y a los niños allí y frenó. Tenía que reconocérselo a su madre. Eran casi las cinco y media y no había ido a recogerlos. Una vez que Camille tomaba la decisión de apoyar algo, la llevaba a cabo sin vacilar. La presencia allí toda la tarde de los niños suponía una declaración por parte de los Archer.
Aparcó en el camino, intentando no sentirse mal por arrastrar a sus padres a una situación que podía no ser buena para ellos.
—¡Papá! —Teddy se acercó corriendo, seguido por Heath, que llegaba más despacio.
Kennedy abrazó a los dos y se acercó a Grace, que seguía sentada detrás del puesto. Tenía el pelo recogido atrás y llevaba un sencillo vestido de algodón y sandalias negras.
—¿Cómo va el negocio? —preguntó él.
Ella no se molestó en contestar. Kennedy comprendió que estaba molesta por algo.
—¿Qué sucede?
—¿Sabes lo que han hecho los Vincelli? —preguntó ella.
Kennedy se encogió de hombros como si no le importara.
—No te preocupes por eso.
—¿Qué han hecho los Vincelli? —preguntó Heath.
—Van a votar por Vicki Nibley —explicó Kennedy.
Teddy abrió mucho la boca.
—¿Joe va a votar por la señora Nibley?
—Joe no ha firmado nada, que yo haya visto —le dijo Kennedy—. Pero no sé lo que piensa; no he conseguido hablar con él.
Teddy lo miró preocupado.
—Los Vincelli son amigos nuestros.
Kennedy se metió las manos en los bolsillos.
—Tienen derecho a elegir a quién quieren votar.
—¿Pero por qué no te votan a ti? —preguntó Heath.
—Porque supongo que creen que la señora Nibley servirá mejor a sus intereses.
—¿Qué significa eso? —quiso saber Teddy.
—Que ella hará lo que quieren que haga.
—Oh.
Kennedy miró a Grace.
—Mi madre nos espera para cenar. ¿Quieres que te ayudemos a guardar esto antes de irnos?
Ella negó con la cabeza.
—No, no hace falta.
—¿Seguro?
—Seguro.
Kennedy señaló el coche a los niños.
—Subid y abrochaos el cinturón. El abuelo no se encuentra muy bien hoy, no quiero hacerle esperar.
—Está enfermo muchas veces —observó Teddy.
Kennedy tenía que contarles a sus hijos lo que le ocurría a su abuelo; pero esa noche tenía ya demasiadas cosas en la cabeza.
—¿Por qué no les llevas esto a tus padres? —Grace le dio un frasco de melocotones, otro de pepinillos, tomate frito y zanahorias y hierbas frescas del huerto.
Kennedy quería rehusar porque sabía que a sus padres no les caía bien, pero ella era tan amable al dárselo, que no podía negarse.
—Gracias —esperó a que los niños llevaran la comida al coche—. Eres muy hermosa, ¿sabes?
Ella arrugó el entrecejo.
—Tienes que alejarte de mí.
—¿Quién lo dice?
—Yo.
Kennedy sonrió, con la esperanza de ablandarla.
—¿Y si no puedo?
Ella no le devolvió la sonrisa.
—¿Intentas hacer que me enamore de ti? —preguntó con expresión seria, preocupada.
—¿Intentas tú lo mismo conmigo? —replicó él, perdiendo la sonrisa.
—No. Intento dejarte como te encontré —carraspeó—. Y quiero que tengas todo lo que deseas.
Él admiró el marco negro de sus pestañas, el azul claro de sus ojos.
—¿Y si es a ti? —preguntó con suavidad—. ¿Y si te deseo a ti?
—¡Basta, por favor! Yo te arruinaré la vida.
Se levantó y se dirigió a la casa.