Nueve

Cuando fue a abrir la puerta, Grace llevaba una blusa blanca de algodón que contrastaba bien con su piel color oliva, una falda naranja y rosa, una pulsera en el tobillo e iba descalza. Kennedy vio las uñas de los pies pintadas de rosa brillante y hubiera querido seguir mirándolas en lugar de ver la cara con los arañazos de la noche anterior y la expresión nerviosa de sus ojos. Pero le debía una disculpa y, aunque había hecho falta que lo empujaran, se alegraba de estar allí por fin.

—Hola.

Se había aflojado ya la corbata y ahora se metió las manos en los bolsillos del pantalón y retrocedió para que ella no se sintiera amenazada en ningún sentido.

Ella se quedó en la puerta, como si temiera que necesitara cerrarla en cualquier momento.

—Hola —repuso con voz vacilante.

Kennedy intentó una sonrisa y señaló con la cabeza el puesto.

—Parece que has estado ocupada. ¿Tienes más melocotones?

Ella miró el puesto un momento.

—¿Has venido a comprar melocotones? —preguntó con escepticismo.

—No —confesó él.

Grace se pasó una mano por el pelo, que le caía suelto por los hombros.

—Vienes por lo de anoche.

Kennedy todavía no sabía qué pensar de la Biblia que había encontrado ni lo que hacer con ella.

—No.

Grace enarcó las cejas.

—Es Teddy. Me ha llamado hace unos minutos.

Ella levantó la barbilla.

—Lo siento. No pretendía herirlo. Jamás se me ocurriría pagar intencionadamente con un niño lo que siento por tus amigos y por ti.

Kennedy hizo una mueca. ¿Tanto lo odiaba que no hacerlo requería un esfuerzo consciente por su parte?

—Si lo hubiera sabido, no le habría dejado entrar —añadió ella—. Pero seguro que superará la decepción. Nos conocemos muy poco. Tú dile lo que te parezca. Que no soy una buena influencia… y yo esperaré un par de semanas a reabrir el puesto. Así no me verá tanto.

Kennedy se acercó y puso una mano en la puerta. Vio con sorpresa que ella no intentaba cerrarla.

—Grace, lo siento.

Ella retrocedió en un esfuerzo evidente por dejar mas espacio entre ellos.

—¿Por qué? Teddy no ha sido ninguna molestia.

—No lo digo por él. Tenía mi permiso para venir aquí. Suponía que ya te habría dicho que era mi hijo. O que te lo habría dicho alguien. Lo que siento es lo que hice… y lo que no hice en el instituto.

—No quiero hablar del instituto —repuso ella—. Es agua pasada. Yo entonces era estúpida y estaba desesperada y… —se interrumpió—. Sólo quiero olvidar aquellos años.

—¿Eso significa que no me perdonarás?

Ella arrugó la frente y fijó la vista más allá de él.

—¿Me devolverás lo que te llevaste anoche? —preguntó.

¿Qué podía decir? Si ella estaba mezclada en la muerte del reverendo y le devolvía la Biblia, estaría ayudando a encubrir un crimen. Si la llevaba a la policía, la condenaría a un infierno. Si la encontraba alguien, tendría que explicar de dónde había salido.

¿Podía confiar en ella? No lo sabía; para eso tenía que conocerla mejor.

—¿Vendrás a acampar este fin de semana con mis hijos y conmigo? —preguntó a su vez.

Ella abrió mucho los ojos.

—¿Qué?

—Teddy cuenta con ello —Kennedy también quería que fuera, pero dudaba de que ella lo creyera aunque se lo dijera así.

—No, claro que no —repuso ella—. Es decir… a menos… —se detuvo y bajó la voz—. ¿Me estás ofreciendo un trato?

—¿Por la Biblia? —Kennedy odiaba aquello. Generalmente no tenía que sobornar a las mujeres. Pero necesitaba comprender mejor a Grace antes de decidir qué hacer con lo que sabía.

—¿Me la darás si voy con vosotros este fin de semana?

Kennedy no podía prometer eso.

—Depende.

—¿De qué?

—De cómo vayan las cosas.

Ella arrugó los labios con disgusto.

—Te pareces más a Joe de lo que pensaba.

—¡Yo no me parezco a Joe! —replicó él.

—¿Ah, no? Pues yo te diré cómo irán las cosas. No me acostaré contigo ni por eso ni por nada.

—Yo no me refería… —él estiró el cuello—. ¡Vaya! Tú sí que sabes herir el ego de un hombre, ¿vale? ¿Tanto te desagradaría acostarte conmigo?

—No me permitiré ser vulnerable contigo por nada del mundo. Aquellos días ya pasaron.

—Yo no pretendía… —hizo una pausa—. No te pido nada de eso. Sólo es una acampada, ¿vale? Durará tres días y dos noches. Los niños estarán allí. Tendrás una tienda propia.

La expresión de ella se suavizó un poco.

—¿Entonces sí lo haces por Teddy?

—Más o menos.

—¿Y no me tocarás?

—Si tú no quieres, no.

—¿Y me darás la Biblia?

Kennedy lo consideraría… a cambio de una explicación. Pero no lo dijo.

—Tal vez.

«Tal vez» era mejor que nada. Podía ser su única oportunidad de recuperarla. Y seguramente ella se daría cuenta.

—Vale, iré.

—Bien. Te recogeré mañana por la mañana a las ocho.

—¿Tengo que llevar comida o…?

—Yo me ocuparé de todo.

Grace miraba por la ventana cómo se alejaba Kennedy por la calle Mayor. Una acampada. Quería que fuera al bosque con sus hijos y con él. Pero ella no estaba segura de que fuera inteligente acompañarlo a ninguna parte. No le gustaban los extraños sentimientos que él evocaba… la atracción de antes, la decepción y la vergüenza por su comportamiento en el instituto, el resentimiento, la rabia, hasta la humillación que todavía sentía. Pero estaba bastante segura de que no la tocaría si ella le decía que no. Y tenía que recuperar la Biblia.

Además, se sentía fatal por su modo de tratar a Teddy, que era demasiado pequeño para comprender la complejidad de los sentimientos de ella hacia su padre y se había tomado su reacción como un rechazo personal.

Sonó el móvil. Se apartó de la ventana y corrió a contestar con la esperanza de que fuera George. No la había llamado desde que hablaran esa mañana.

—¿Se sabe algo de lo que se perdió anoche? —preguntó Clay.

Grace ocultó su decepción.

—La tiene Kennedy Archer.

—¿Te lo ha dicho él?

—Prácticamente.

Hubo un largo silencio.

—¿Se la ha dado a la policía?

—Todavía no. Creo que puede que me la devuelva a mí.

—Te estás quedando conmigo.

—No.

Grace oyó que su hermano bajaba la tele.

—¿Por qué iba a hacer eso?

—No estoy segura. Podré contarte más cosas el lunes.

—¿Qué pasa el fin de semana?

—Voy a ir de acampada con él.

Un silencio prolongado siguió a esa información.

—¿Vas a ir de acampada con él? —repitió al fin Clay.

—Es una locura, lo sé.

—¿Y George?

—¿Mamá te ha hablado de él?

—Molly también. Dicen que quieres casarte con él. ¿Crees que no sé nada de tu vida?

George se portaba de un modo tan raro últimamente que ella no sabía si seguían juntos.

—Creo que hemos roto —dijo.

—¿No estás segura?

—No. Y además, ir a acampar con Kennedy no es una cita.

—¿Y cómo lo llamas tú?

—Una salida con los niños.

—No me imagino a Kennedy Archer llevándote de acampada con sus hijos a menos que esté interesado por ti.

—Su hijo pequeño viene bastante por aquí. Es Teddy el que quiere que vaya.

Clay soltó una risita de incredulidad.

—Sí, claro. Llámame en cuanto vuelvas. Estoy deseando oír tus noticias.

—Pero no le digas a nadie adonde voy —le pidió ella—. No necesitamos que relacionen mi nombre con Kennedy y empiecen a cotillear. Será más fácil recuperar la Biblia si él puede seguir como ha sido siempre.

—¿Y qué les vas a decir a Madeline y a mamá?

—Que tengo que ir a Jackson a ver a George.

—Pues yo les diré lo mismo. Hablaremos luego.

—Espera.

—¿Qué pasa?

—Si Kennedy me da la Biblia y accede a tener la boca cerrada, ¿no crees que deberíamos mover el… —carraspeó— artículo del que hablamos?

—No.

—Pero así, aunque lo descubrieran, no habría pruebas que lo relacionaran con nosotros. Si tenemos cuidado de no dejar un vínculo, claro.

—No es posible. No queremos empezar a escarbar ahora.

—Diremos que estás haciendo arreglos en la granja. No pasa nada.

—Tú consigue la Biblia, ¿vale?

—¿Estás seguro de…?

—Segurísimo.

—Vale —suspiró ella.

Colgó el teléfono y consideró la posibilidad de volver a llamar a George, pero no lo hizo. Se negaba a ceder al pánico. Podía haber mil razones para que él no le hubiera devuelto la llamada.

Aunque, en el fondo, no creía ninguna de ellas… excepto la que más temía. Empezaba a pasar de ella.

Por suerte, cuando Kennedy llegó a casa de su madre, Teddy no empezó a pedirle detalles de su visita a Grace.

—¿Lo has hecho? —murmuró cuando lo vio.

Kennedy asintió con la cabeza y

Aunque Kennedy se negó a quedarse a cenar, tardó casi una hora en sacar a sus hijos de la casa. Primero su madre necesitaba ayuda para instalar una impresora nueva, luego su padre quiso enseñarle una biografía de Jack Nicholson y, cuando por fin se fueron, los niños estaban hambrientos y a su madre no le gustó que se fueran así. Pero Kennedy quería preparar la acampada.

Cuando giraron por la calle Mayor, anunció que Grace había dicho que iría con ellos.

—¿De verdad? —preguntó Teddy.

—Eso ha dicho —sonrió Kennedy, que se sentía más infantil que en mucho tiempo.

—¿Cómo la has convencido, papá?

Había recurrido al soborno, pero eso no lo dijo. Tenía un buen motivo para querer conocer a Grace. Tenía que decidir si compartía la opinión de su madre y de muchos otros sobre ella. O si no era así.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Heath.

Kennedy paró delante de la hamburguesería de Rudy. No pensaba cocinar esa noche; tenían mucho que hacer.

—Mañana por la mañana.

—¡Yupi! —gritó Teddy.

Kennedy miró a su hijo mayor.

—¿Y tú, Heath? ¿Te alegras de que venga Grace?

El niño vaciló.

—A la abuela no le gustará.

Kennedy aparcó el vehículo.

—¿Tenemos que contarle a la abuela todo lo que hacemos?

—No.

—Bien. Entonces sugiero que no se lo digamos.

—Vale —dijo el niño, y salió del coche.

Kennedy se disponía a seguir a sus hijos hacia la entrada cuando llegó Buzz al aparcamiento y bajó la ventanilla.

—Hola.

Kennedy vio que Teddy y Heath entraban en la hamburguesería y se acercó a saludar a su mejor amigo. Al hacerlo, vio que lo acompañaba Joe y su entusiasmo se mermó un tanto. Joe ya no le caía tan bien como antes, quizá porque parecía volverse más egocéntrico cada día.

—¿Vais a comer hamburguesas? —preguntó.

—No. Te hemos visto entrar y hemos pasado a saludar.

—Venid y sentaos con nosotros.

—No podemos. Sarah ha invitado a cenar a Joe —Buzz le guiñó un ojo—. Viene también su sobrina Melinda.

—¿Está de celestina? —Kennedy no sabía cómo había tenido la suerte de escapar a la atención de Sarah, que buscaba pareja para su recién divorciada sobrina, pero se alegraba de ello. Melinda era demasiado joven y él estaba harto de que en el pueblo todos quisieran emparejarlo con alguien.

—Cree que soy un buen partido —Joe estiró el brazo por el respaldo del asiento.

—Buzz es demasiado bueno para decirle la verdad, ¿eh? —Kennedy y Joe siempre se gastaban bromas, pero ese día hablaba bastante en serio.

—Ja, ja, ja —repuso Joe.

—Podéis venir también los niños y tú —intervino Buzz—. Ya conoces a Sarah. Habrá comida suficiente para un ejército.

—¡Papá!

Teddy salió del restaurante. Kennedy se volvió y, cuando se aseguró de que no llegaban coches, le hizo señas de que se acercara. Puso las manos en los hombros de su hijo y continuó con la conversación.

—Gracias por la invitación —dijo—, pero vamos a comer aquí.

—Eh, Buzz, ¿sabes qué? —preguntó Teddy.

—¿Qué, hijo?

—Mañana nos vamos de acampada.

Kennedy le apretó los hombros con la esperanza de transmitirle el mensaje de que guardara silencio.

—¿Sí? —preguntó Joe con curiosidad—. ¿Adónde?

—Al lago Pickwick —repuso Kennedy, que sabía que Joe prefería ir más lejos.

—¿Por qué allí? Siempre acampáis allí.

Kennedy se encogió de hombros.

—Si lo cambias por Arkabutla, os acompaño —dijo Joe.

Le gustaba cazar y pescar y, puesto que todos sus amigos estaban casados, siempre estaba buscando modos de distraerse. Pero Kennedy no tenía intención de invitarlo.

—Quizá la próxima vez.

Buzz miró su reloj.

—Tenemos que irnos. Sarah se enfadará si llegamos tarde.

—Que os divirtáis —dijo Kennedy—. Saluda a Sarah y a los niños.

—Lo haré.

—No le partas el corazón a Melinda, ¿vale, Joe?

—¿Yo? —sonrió éste—. Vamos. Soy demasiado bueno para eso.

Kennedy se echó a reír, pero respiró aliviado cuando se alejaron. Lo último que necesitaba era que Joe se enterara de que Grace iba a pasar el fin de semana con ellos y empezara a correr la voz.

Grace esperaba nerviosa a Kennedy y sus hijos. Madeline la había llamado con intención de pasarse por allí la noche anterior, pero Grace había dicho que le dolía la cabeza y se iba a meter en la cama. No quería ver a su hermanastra y fingir que no había encontrado nada en el taller por si luego aparecía la Biblia y la dejaba por mentirosa. Tampoco quería hablar con su madre, pues no podría disimular su preocupación y sólo conseguiría alterar a Irene. Entre eso y los cotilleos de todo el pueblo sobre la razón por la que Madeline había entrado en el taller, se alegraba de marcharse unos días.

Aunque fuera con Kennedy Archer.

Se frotó la frente con nerviosismo. Gracias a Dios, Teddy estaría también presente. El niño la había conquistado. Por lo que a ella respectaba, Kennedy se merecía a Teddy tan poco como se había merecido a Raelynn. Pero la vida no era justa; eso lo había aprendido hacía mucho.

Cuando oyó el coche en el camino, tomó las galletas que había preparado y la bolsa pequeña en la que había guardado artículos de aseo, dos pares de pantalones cortos, camisetas, deportivas, crema para el sol y un bañador. Había dicho a su madre y a su hermanastra que iba a pasar el fin de semana en Jackson con George, así que tenía que largarse antes de que alguien la viera subir al Explorer de Kennedy.

Abrió la puerta de la casa antes de que Kennedy pudiera llamar.

—Hola —él la desarmó con una sonrisa tan genuina que casi olvidó que no le caía bien.

—¡Vaya! —exclamó—. No me extraña que fuera tan tonta.

Él parpadeó sorprendido.

—¿Qué has dicho?

—Nada.

Le pasó la bolsa y él miró las chanclas que llevaba ella en los pies.

—Has traído un calzado apropiado, ¿verdad?

Ella asintió y avanzó hacia el coche.

—Es una locura —dijo—. No debería ir.

—¿Por qué?

—No entiendo qué sentido tiene.

—Mucha gente va de acampada para escapar, para pasarlo bien.

—Lo sé, pero…

—Todo irá bien —repuso él—. No les vas a fallar ahora, ¿verdad? —señaló el coche, donde Teddy estaba asomado a la ventanilla. A su lado había otro niño, que se había puesto de rodillas para verla bien.

Grace suspiró.

—Supongo que no.

—Bien.

Kennedy dejó la bolsa en la parte de atrás del Explorer y llevó las galletas delante.

—Hola, Grace —la saludó Teddy cuando subió al coche.

Ella le sonrió.

—Hola.

—Éste es Heath —lo presentó Kennedy—. Tiene diez años.

—Otro chico atractivo —dijo ella. Y se vio recompensada con una sonrisa tímida.

Se dio cuenta de que los tres eran atractivos. Sobre todo Kennedy. Si los niños se parecían a su padre de mayores, seguramente romperían más corazones de los que podrían contar.

Frunció el ceño y se volvió a mirar por la ventanilla.

Kennedy debió de captar su cambio de humor, pues le apretó el codo.

—Relájate, ¿vale?

Cuando ella lo miró, la sonrisa que él le dedicó era irresistible.

Sonrió a su vez y se abrochó el cinturón. Él le pasó una taza de café que había en uno de los portavasos.

—Está caliente, ten cuidado.

—Gracias.

—En esa bolsa, a tus pies, hay leche y azúcar.

—También tenemos donuts —anunció Teddy, agitando una bolsa blanca grande.

—¡Qué bien! —exclamó ella.

—Todos hemos adivinado cuál sería tu favorito —explicó Teddy.

Grace sabía que él creía haber ganado.

—¿Y qué hay en la bolsa?

—¿Para ti? Uno de cada —repuso Kennedy—. Uno de chocolate, otro de manzana y una barrita de arce.

Teddy se inclinó hacia delante.

—¿Cuál es tu preferido?

—¿Quién ha elegido el de chocolate?

Kennedy sonrió.

—Yo. Es tu favorito, ¿verdad?

Grace carraspeó y apartó la cara.

—En realidad, ésos son los únicos que no me gustan.

—Embustera —murmuró él; y ella se echó a reír.

—Tienes que tener cuidado de no mentirle a papá —intervino Teddy—. O habrá tortura.

—¿Qué tortura? —preguntó ella.

—Te sujeta y te hace cosquillas hasta que pides misericordia —explicó Heath.

—O te frota el cuello con el bigote hasta que digas «tío» —añadió Teddy.

—Yo jamás diría «tío» —repuso ella.

Kennedy giró a la derecha en la calle Mulberry y se dirigió hacia la salida del pueblo.

—En ese caso, sugiero que no me mientas nunca —dijo con un brillo de malicia en los ojos—. O tendré que probar que te equivocas.

—Puede hacer que lo digas —asintió Teddy convencido.

Grace observó un momento a Kennedy.

—No, no puede. Conmigo no podría.

—No puedes pararlo —insistió Heath—. Es muy fuerte.

—El truco está en no luchar, en hacerse el muerto —dijo ella.

Kennedy la miró.

—¿Hacerse el muerto?

Ella se recostó en el asiento.

—¿Qué tiene de divertido torturar a alguien al que no le importa?

—¿Y es tan fácil que no te importe?

—Puede convertirse en un hábito —dijo ella.

—Alguna vez tienes que bajar la guardia, Grace.

Los chicos habían perdido el hilo de la conversación, pero los miraban con curiosidad.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Si te proteges tanto, te arriesgas a perderte algo espectacular.

—Oh, bueno —ella se cruzó de brazos—. Por lo menos sobreviviré.

—Ése no es modo de vivir —declaró él.

Ella le dedicó una sonrisa hueca.

—Algunas personas simplemente hacen lo que tienen que hacer.

Grace le recordaba a un cactus. Por supuesto, podía pinchar. Pero en su mente, la comparación tenía más que ver con la aridez emocional que había vivido ella en el pasado, con el modo en que parecía guardar lo que necesitaba en su interior y cómo intentaba tomar muy poco de los que la rodeaban. No sabía si había conocido alguna vez a una persona que exigiera menos de los demás ni que se esforzara tanto por mantener un exterior de dureza.

—¿Qué ocurriría si consintieras en fingir que acabamos de conocernos? —preguntó, cuando tomó el giro que los llevaría al lago en sólo quince minutos más.

Ella iba adormilada, pero se enderezó en el asiento cuando habló él.

—¿A qué te refieres?

—Te pregunto qué cosa tan terrible crees que podría ocurrir.

—No lo sé.

—Yo no creo que fuera a ocurrir nada terrible.

—Porque a ti nunca te ocurren cosas terribles —señaló ella—. Pareces haber nacido bajo un signo afortunado.

Él bajó la voz, aunque los niños iban tan absortos con las Game Boys que sabía que no los escuchaban.

—Ya he prometido no presionarte por nada físico. ¿Qué más tienes que temer? ¿Qué lo pases bien? ¿Qué puedas dejar que alguien llegue a conocerte?

—Tú ya me conoces.

Kennedy pensó en los rumores que siempre habían circulado sobre su familia y ella, en la Biblia que había dejado caer ella en el bosque y en su carácter reservado.

—No, no es cierto.

—Es curioso —repuso ella—. Porque yo sí te conozco a ti.

—Tampoco es cierto. Nosotros nunca…

Ella lo interrumpió.

—Recuerdo el trabajo que hiciste en quinto curso sobre los delfines. Hiciste un mosaico con cristales rotos. Cuando te pusieron un sobresaliente lo tiraste, pero yo lo recogí de la basura y me lo llevé a casa —se rió con suavidad de sí misma—. Para mí era lo más hermoso del mundo. Lo tuve colgado cuatro años en la pared de mi habitación.

Tiró del cinturón, claramente perdida en sus pensamientos.

—Y recuerdo cuando te rompiste el brazo jugando al baloncesto en séptimo curso. Cuando te echaste a llorar, supe que te dolía mucho. Tu madre fue a recogerte en su Cadillac nuevo.

—Esa lesión fue culpa de Joe —comentó él, que se sentía incómodo porque no podía recordar nada de ella aparte de las cosas horribles que decían sus amigos—. Me paró a lo bruto cuando iba hacia la canasta.

Ella no respondió. Estaba ocupada recordando un incidente tras otro.

—Todavía te veo en el T-Bird descapotable de tu padre cuando te nominaron para rey de la graduación. Sabía que ganarías —se echó a reír de nuevo—. Y ganaste.

Kennedy quería que parara.

—Y luego aquella vez que todo el equipo de rugby os afeitasteis la cabeza. Te quedaba mejor que a la mayoría. Y el pase que decidió el partido contra Cambridge Heights. Y tu discurso la noche de la graduación…

—Ya basta —dijo Kennedy con suavidad.

También él recordaba la noche de la graduación. Ella se había acercado y le había sonreído como si quisiera desearle suerte… y él se había girado como si no la hubiera visto allí de pie.

Grace no dijo nada más y viajaron en silencio hasta que llegaron a la zona de acampada. Cuando pagó la tarifa y llegaron al espacio que había reservado, los niños salieron del coche, pero Kennedy tomó la mano de Grace antes de que ella pudiera abrir la puerta. Se sentía culpable por haberla tratado tan mal en el pasado y quería decir algo que pudiera borrar lo que había hecho. Pero no encontró las palabras adecuadas.

Le dio la vuelta a la mano y recorrió una de las líneas con su dedo.

—Supongo que me conoces mejor de lo que creía —dijo.

Y salió del coche.