Capítulo Nueve

—Tag, ¿sigues con nosotros? —inquirió Gannon chasqueando los dedos delante de la cara de su hermano.

Tag dio un respingo al oír su nombre, y vio que Gannon, Erika, Liam, y Bridget estaban mirándolo con una sonrisa maliciosa. Obviamente se habían dado cuenta de que estaba soñando despierto.

Estaban sentados en la sala de estar de la casa de sus abuelos en la finca The Tides, donde su padre había llevado a su madre para que descansara y se recuperara de la operación.

—Sí, sigo con vosotros, lo que pasa es que esto parece un velatorio —respondió burlón—. ¿Podríamos hablar de otra cosa que no sea el trabajo? A este paso voy a acabar quedándome dormido.

—Tal vez podrías hablarnos de ese musical que fuiste a ver en Broadway el sábado por la noche —dijo Bridget subiendo y bajando las cejas.

Tag puso los ojos en blanco. Sin duda su hermana sabía aquello por Caroline Dutton, una amiga del instituto a la que había visto esa noche en el teatro. Y por el tono en que lo había dicho probablemente Bridget sabía también con quién había ido.

—Puedes contárselo a quien quieras —le dijo echándose hacia atrás en el asiento con una amplia sonrisa—. No es ningún secreto de estado.

Cuando se había despertado junto a Renee el sábado por la mañana se había sentido el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra. Después de hacerle el amor se habían duchado juntos, y luego la había llevado a su casa para que se cambiara de ropa.

Había conseguido convencerla para ir a ver un musical que habían estrenado hacía poco, y lo habían pasado estupendamente. Después la había llevado a su casa y se había quedado a pasar la noche allí.

—Tag, por Dios, la sonrisa que tienes ahora mismo es de lo más empalagosa —dijo su hermano Liam.

—¿Ah, sí? —contestó Tag sin poder dejar de sonreír—. Lo siento.

Sabía que todos sentían curiosidad, pero no tenía la menor intención de compartir con ellos el motivo por el cual se sentía pletórico. Por el momento quería mantenerlo en secreto.

—La cena está servida.

Tag se puso de pie, agradeciendo para sus adentros la interrupción de Olive, el ama de llaves. Olive y su marido Benjamin llevaban trabajando muchos años como guardeses de la finca. Olive, como ama de llaves, era quien estaba a cargo del personal de servicio que trabajaba en la casa, y Benjamin del personal que se ocupaba del cuidado de los jardines.

Los demás abandonaron la sala de estar para ir al comedor, pero Tag se quedó rezagado y le preguntó a Olive si sabía si su madre bajaría a cenar con ellos.

—Creo que sí; estaba arreglándose hace un momento —le contestó la mujer con una sonrisa—. No sé de quién fue la idea de que organizara los preparativos de la boda de Gannon y Erika, pero ha sido una gran idea. Está mucho más animada.

Tag se alegró de oír eso. Había estado muy preocupado porque su madre pudiera acabar cayendo en una depresión.

—Estoy deseando verla.

No la había visto desde el día que le habían dado el alta tras la operación.

—Y ella está deseando veros a todos. Estas últimas semanas han sido muy difíciles para ella.

Tag asintió en silencio.

—¿Cuándo regresan mis abuelos? —le preguntó a Olive.

Se habían marchado a Florida hacía unos días para asistir a una reunión de la Sociedad Americana de Hijos de Inmigrantes Irlandeses de la que eran miembros.

—A finales de la semana próxima, para la boda de Gannon y Erika. Además, como sabes, ese mismo día celebran su aniversario —respondió la mujer—. Han llamado todos los días para preguntar cómo estaba tu madre, y antes de irse me pidieron que hiciera todo lo posible para que se sintiera cómoda y recobre fuerzas para cuando empiece con la quimioterapia.

Tag suspiró y se frotó el rostro con una mano. La verdad era que no quería pensar en eso; había oído que era un tratamiento bastante agresivo.

En ese momento se oyeron voces, y Tag se giró. En el rellano superior de la escalera de mármol estaban sus padres. Él estaba diciéndole algo al oído a ella, y su madre sonrió y se quedaron mirándose como dos adolescentes enamorados.

Su madre estaba algo pálida y parecía cansada, pero se la veía más animada, y le había vuelto el brillo a los ojos.

Siempre había admirado la relación de amor, respeto mutuo y confianza que tenían sus padres, pero por primera vez en su vida se encontró deseando poder tener algún día algo parecido, compartir su vida con una mujer que fuera no sólo su esposa, sino también su mejor amiga.

—Dejémosles un rato a solas —le susurró Olive al oído.

Tag sonrió y salieron los dos.

Tag se sentía feliz de ver a su madre más animada. De hecho, en cierto modo la cena fue como en los viejos tiempos, cuando ni sus hermanos ni él se habían independizado aún y cenaban todos juntos en casa. Sin embargo había algo que era distinto: su padre no salió corriendo en medio de la cena porque tenía que ir a la oficina para ocuparse de algún asunto urgente, y después del postre siguieron charlando relajadamente durante media hora larga.

Su padre había salido un momento porque lo habían llamado por teléfono y sus hermanos ya se habían marchado, pero Tag se quedó sentado en el comedor con su madre. Siempre habían tenido una relación muy estrecha, quizá porque él era el pequeño, y siempre agradecía los acertados consejos que les daba a sus hermanos y a él.

—Bueno, ¿y qué me cuentas tú, Tag?, ¿cómo estás?, ¿cómo te va? —le preguntó su madre con una sonrisa afectuosa.

Tag sonrió también.

—Ahora que veo que tú estás mejor me siento mucho más tranquilo.

—¿Y cómo van las cosas en el trabajo? —inquirió ella.

—Bien, aunque estoy un poco enfadado con el abuelo por toda la tensión que se ha creado en la oficina desde que lanzó ese desafío el día de Nochevieja. No entiendo en qué estaba pensando cuándo se le ocurrió hacer eso. Papá es el mayor; todos estábamos convencidos de que sería él quien le sucedería como presidente de la compañía. No comprendo por qué ha tenido que hacer esto.

Karen Elliott asintió en silencio.

—Todos opinamos lo mismo, y sé que a tu padre le ha dolido bastante, pero tú lo conoces tan bien como yo: siempre acata lo que dice tu abuelo.

Su madre se quedó callada un momento antes de mirarlo a los ojos y preguntarle.

—¿Y cómo te va a ti?, ¿has conocido a alguien especial?

Tag tuvo la sensación de que su madre no estaba preguntándole sólo por curiosidad, y se preguntó si sus hermanos o su padre le habrían mencionado algo sobre Renee.

En ese momento recordó cómo se había sorprendido su padre aquel día en el hospital cuando se había referido a Renee por su nombre de pila, y concluyó que debía haber sido él.

Con su madre no podía ni quería tener secretos.

—Sí, he conocido a alguien muy especial, una mujer encantadora y preciosa. Hemos tenido algunos problemas porque no quería tomarme en serio, pero creo que finalmente he logrado convencerla.

—¿Es Renee?

Tag enarcó una ceja. Sí, tal y como había sospechado debía haber sido su padre quien se lo había dicho.

—Sí, es Renee; estamos saliendo juntos.

Su madre sonrió.

—Es una chica muy guapa y sé de primera mano lo amable y buena que es. Siempre le estaré agradecida por lo mucho que me ayudó antes y después de la operación —dijo—. Me alegro mucho por ti hijo.

Tag sonrió también, y su madre se quedó callada un momento antes de preguntarle:

—Lo que me has dicho antes de que Renee no te tomaba en serio… ¿quieres decir que no tenía claro que quisiera tener una relación contigo?

Tag se rió suavemente, pensando que aquélla era una manera de decirlo.

—Sí, tenía dudas respecto a que lo nuestro pudiera funcionar; le preocupa lo que pueda decir la gente porque yo soy blanco y ella negra.

—¿Le preocupa que nosotros no aprobemos vuestra relación?

—Sí, eso también. No voy a negar que allí donde vamos siempre hay alguien que se queda mirándonos de un modo crítico, pero mientras que a mí no me cuesta nada ignorar a esa clase de gente, ella se pone muy tensa.

Su madre asintió.

—Por lo que se refiere a nosotros no creo que ni tu padre ni tus hermanos pongan reparos, aunque ya conoces a tu abuelo; lleva siempre al extremo eso de proteger el nombre de la familia.

Tag frunció el entrecejo.

—Lo sé, y cuando llegue el momento me enfrentaré a él si es necesario. Bajo ninguna circunstancia dejaré que ni él ni ninguna otra persona me diga cómo tengo que vivir mi vida.

Su madre puso una mano sobre la de él, que descansaba encima del mantel.

—Si me lo permites querría darte un consejo.

—Claro. Te escucho, mamá.

Su madre inspiró profundamente y exhaló un suspiro.

—Desde que me diagnosticaron el cáncer he estado reflexionando mucho, y por primera vez me he dado cuenta del poco tiempo del que disponemos para hacer lo que soñamos con hacer y para estar con las personas que significan algo para nosotros. Y eso me ha hecho ser más consciente de que no merece la pena sacrificar esas dos cosas por nada; ni por poder, ni por orgullo, ni por prestigio —le dijo—. Tienes que luchar por lo que crees, hijo. La vida es demasiado corta; haz lo que te haga feliz sin preocuparte por lo que puedan pensar los demás.

Tag sonrió, y besó la mano de su madre.

—Gracias, mamá; seguiré tu consejo.

—¿Cómo encontraste a tu madre? —le preguntó Renee a Tag, dejándose caer en el sofá.

Cuando había oído el teléfono sonar el corazón le había dado un vuelco en el pecho y había tenido el presentimiento de que al descolgarlo y contestar oiría la voz de Tag.

—Teniendo en cuenta por lo que está pasando está bastante animada —le contestó él—. Y también parece que se está restableciendo rápidamente.

—Eso es estupendo.

—Y está muy ilusionada con los preparativos de la boda de Gannon y Erika. Mi padre me ha dicho que se pasa el día llamando a salones de bodas, floristerías, y mirando catálogos —le dijo riéndose suavemente. Se quedó callado un momento, y luego añadió—: Tuve la oportunidad de hablar a solas con ella, y le dije que estábamos saliendo.

Renee inspiró nerviosa y tragó saliva.

—¿Y qué te dijo? —le preguntó intentando que su voz no sonara temblorosa.

—Sonrió y me dijo que le parecías una chica maravillosa, que se sentía muy agradecida hacia ti por lo bien que te has portado con ella, y que se alegraba mucho.

Renee sintió que una ola de felicidad la inundaba y a sus labios afloró una sonrisa.

—¿De verdad dijo eso?

—Sí, de verdad —asintió él—. Dime, ¿estás libre el martes por la noche?, ¿querrías salir conmigo?

—¿El martes?

—Sí, es el Día de San Valentín.

—Oh —musitó Renee. Hacía ya dos años que no celebraba ese día, y lo había olvidado por completo—. ¿Y quieres que salgamos?

—Eso he dicho. ¿Te parecería bien que pasara a recogerte sobre las siete?

Renee inspiró. Todavía tenía dudas, pero le había prometido a Tag que le daría una oportunidad a su relación.

—Sí, a las siete me va bien —contestó—. ¿Tengo que vestirme formal o…?

—Bueno, no demasiado formal; voy a llevarte a una fiesta que organiza cada año por estas fechas en el Rockefeller Center una asociación benéfica con la que colabora mi madre.

Renee se irguió nerviosa en el asiento. No sabía si se sentía preparada para ir con Tag a un acto público de esa magnitud. De pronto le entró pánico.

—Tag…

—¿Sí, cariño?

Cuando lo oyó llamarla así, Renee sintió que se derretía. No, no podía ser tan cobarde.

—Nada. Nos vemos el martes.

—Estoy deseando que llegue el día —murmuró él.

Renee sonrió y le dio las buenas noches. Tan pronto como hubo colgado las dudas y los nervios volvieron a asaltarla, pero inspiró profundamente y se dijo firmemente que no dejaría que esos miedos irracionales pudieran con ella. Seguiría los dictados de su corazón y el tiempo diría.

—¿Qué opinas, Erika? —le preguntó Tag a la prometida de su hermano.

Erika frunció los labios y suspiró antes de mirar a Gannon, Tag y Marlene.

Estaban sentados los cuatro en torno a la mesa circular de la sala de reuniones, hablando del artículo sobre el senador Denton que Marlene había preparado.

—Creo que Marlene ha hecho un trabajo excelente —contestó finalmente con una sonrisa—. Y creo que debería ser tema de portada.

Gannon enarcó una ceja.

—¿En el número del mes que viene de la revista?

Erika sacudió la cabeza.

—Ni hablar; deberíamos sacar un número especial. Si esperamos demasiado para publicarlo corremos el riesgo de que Time se nos adelante. Antes o después ellos también sospecharán que hay algo detrás del hecho de que el senador Denton haya decidido dejar de pronto la política, y empezarán a indagar.

Tag asintió.

—Muy bien, entonces estamos de acuerdo —dijo entusiasmado, antes de volverse hacia Marlene—. Por cierto, yo también quiero felicitarte por el artículo como ha hecho Erika.

—Gracias —respondió Marlene con una sonrisa de oreja a oreja—. Y gracias por darme la oportunidad de escribirlo.

Cuando la joven se hubo marchado, Erika le preguntó a los hermanos:

—Y a todo esto… ¿dónde está Peter?

Gannon dejó escapar un suspiro.

—No lo sé. Ésta es otra reunión más a la que falta.

Antes o después tendría que hablar con su padre de él.

 

Esa tarde Tag había quedado con Liam, Bridget y sus primos Scarlet y Bryan para cenar en el restaurante que regentaba éste último, Une Nuit, pero cuando llegó los vio a todos algo tensos.

—¿Ha pasado algo? —les preguntó después de sentarse.

Su hermana suspiró exasperada y contestó:

—Nada, excepto que esta mañana he visto a Cullen en la oficina y le he preguntado cómo les iba en Snap y si las miradas matasen habría caído fulminada allí mismo, en el pasillo. ¡Ni que le hubiera pedido que me revelara un secreto de estado!

—Yo creo que estáis todos muy susceptibles por el desafío del abuelo —dijo Bryan en defensa de su hermano pequeño—. Ahora más que nunca me alegro de tener mi propio negocio.

Tag asintió.

—Bryan tiene razón. Si estamos así es por culpa de ese condenado desafío. Siempre habíamos trabajado juntos por el bien de la compañía; nunca nos habíamos visto en esta situación, teniendo que competir unos con otros. A mí me parece que el tener espíritu competitivo es algo bueno, pero no deberíamos olvidarnos de que somos familia.

Liam tomó un sorbo de su copa de vino.

—Estoy de acuerdo con Tag.

Scarlet puso los ojos en blanco y se rió.

—¿Cómo ibas a no estar de acuerdo? Al fin y al cabo te ocupas de las finanzas de la compañía y no te pones de parte ni de unos ni de otros —dijo—. Pero sí, esta idea del abuelo es una locura. Si ahora estamos así, cuando pasen unos cuantos meses más estaremos tirándonos de los pelos —se volvió hacia Scarlet—. Y cambiando de tema… ¿Cómo es que no ha venido Summer? —le dijo preguntándole por su hermana gemela.

—Quería comprarse un traje para la fiesta benéfica de mañana por la noche y se ha ido de compras. Parece que está muy ilusionada con esa fiesta.

Bridget sonrió.

—Igual que yo; me alegra no ser la única.

Tag se echó hacia atrás en su asiento, pensando en Renee, y dijo:

—Yo también estoy deseando que llegue mañana por la noche.

Renee se miró en el espejo de pie que tenía en su dormitorio, incapaz de creer cómo podían transformar a una persona una visita a la peluquería y un vestido nuevo.

El día había empezado con una nota muy tierna y romántica: le habían llevado una caja de bombones al hospital y, aunque su secretaria la había mirado con curiosidad al dársela, como de costumbre había respetado su privacidad y no le había hecho ninguna pregunta al respecto. La tarjeta que Tag había adjuntado con la caja ponía simplemente: Feliz Día de San Valentín.

Luego, por la tarde, al poco de llegar a casa, llamaron a la puerta. Era un mensajero con un paquete, y su sorpresa fue mayúscula cuando al abrirlo se encontró con que era el cuadro de aquel pintor llamado Malone, aquél del que se había enamorado en la galería que había visitado con Tag.

No quería ni pensar en cuánto habría pagado Tag por el cuadro, pero cuando llamó a Tag al móvil para decirle que no podía aceptarlo él le dijo que de ninguna manera podía devolverlo, que se sentiría muy dolido si rechazaba su regalo, y sin darle tiempo a decir nada se despidió de ella y colgó el teléfono.

Dio un paso atrás y se miró de nuevo en el espejo. Le gustaba el aire sofisticado que le daba el vestido de terciopelo rojo que se había comprado. Era ligeramente ceñido, con un escote en uve adornado con pequeños abalorios plateados, finos tirantes, y el bajo, que tenía un poco de vuelo, le quedaba justo por encima de las rodillas.

Quizá fuera un vestido demasiado fresco para la estación, pero encima llevaría una capa a juego que la protegería del frío. Le habría gustado que su amiga Debbie estuviese allí para darle su parecer y decirle que no tenía por qué estar nerviosa, pero no regresaría a Nueva York hasta el sábado.

Al ver a Renee, Tag se dijo que esa noche estaba más hermosa que nunca, y se sintió afortunado de que fuera a ser su pareja en la fiesta.

—Estás preciosa —le dijo entrando en su apartamento y entregándole una rosa roja,

—Gracias —respondió ella acercándosela a la nariz para inhalar su suave perfume—. Tú también estás muy guapo.

La intensa mirada de Tag estaba haciéndola sentirse acalorada y tenía el presentimiento de que si no se marchaban ya llegarían bastante tarde a la fiesta.

—¿Nos vamos? —le preguntó entrelazando su brazo con el de él.

Tag esbozó una sonrisa traviesa, como si le hubiera leído el pensamiento.

—Sí, será mejor que nos vayamos ya o no llegaremos.

Cuando bajaron y salieron a la calle Renee se encontró con que Tag había alquilado una limusina para que los llevara a la fiesta. Varios curiosos estaban asomados a sus ventanas, pero Renee los ignoró como pudo y entró en el vehículo.

Minutos después llegaban al Rockefeller Center, y los nervios volvieron a asaltar a Renee cuando se acercaban, al ver que la entrada principal, donde se había extendido una alfombra roja que iba de la puerta al bordillo de la acerca, estaba rodeada por reporteros, fotógrafos, y cámaras de televisión.

—A esta fiesta suelen venir muchos famosos —le explicó Tag—. Mira, ésos son John Travolta y su mujer —añadió señalándole a la pareja, que estaba entrando en ese momento en el edificio entre una lluvia de flashes.

Cuando su limusina se detuvo frente a la entrada un hombre con uniforme les abrió la puerta del coche y en cuanto se apearon del vehículo las luces de los flashes los cegaron a ellos también. Renee intentó mantener la calma diciéndose que cuando se diesen cuenta de que no eran famosos se desharían de esas fotos, sonrió a Tag cuando tomó su mano para hacer que entrelazara su brazo con el suyo, y juntos entraron en el edificio. Las primeras personas a las que reconoció cuando pasaron al salón donde se estaba celebrando la fiesta fueron Gannon y Erika. Renee pensó que se sorprenderían al ver que era la pareja de Tag, pero no parecían sorprendidos, ni hicieron ningún comentario al respecto.

Tag la llevó por todo el salón, presentándole a distintas personas, y parecía verdaderamente que conocía a medio Nueva York.

La cena consistió en una sucesión de selectos platos de extravagantes nombres y porciones minúsculas, pero todo estaba delicioso, y Renee se sintió aliviada de que los hubiesen sentado en la misma mesa que a Gannon y Erika y el primo de Tag, Cullen, y su pareja.

—Baila conmigo —le dijo Tag poniéndose de pie cuando la orquesta empezó a tocar.

Sin vacilar, Renee tomó la mano que le estaba ofreciendo y dejó que la condujera a la pista de baile.

Una vez allí, Tag le rodeó la cintura con los brazos para atraerla hacia sí, y Renee sonrió ya más relajada, diciéndose que al menos por el momento todo estaba resultando perfecto. Además, con la cantidad de famosos que habían acudido a la fiesta, nadie iba a fijarse en ellos.

Mientras bailaban, Tag inclinó la cabeza y le susurró al oído:

—Gracias por aceptar mi invitación.

Su aliento cálido y la leve caricia de sus labios hicieron que un cosquilleo delicioso la recorriera de arriba abajo.

—Gracias a ti por invitarme.

Tag se rió suavemente.

—Ya estamos otra vez dándonos las gracias el uno al otro como si fuésemos discos rayados —murmuró—. Si estuviéramos a solas te lo agradecería de una manera mucho más apropiada.

Renee echó la cabeza hacia atrás para mirarlo y esbozó una sonrisa.

—¿Y qué manera es ésa? —inquirió divertida.

Tag volvió a inclinar la cabeza y le susurró al oído exactamente lo que quería hacer durante el resto de la noche con ella cuando por fin estuvieran a solas. Renee se rió.

—Menos mal que no me sonrojo con facilidad.

Cuando la pieza que estaban bailando terminó y se dirigían de nuevo a su mesa, alguien llamó a Tag y, al volverse, una mujer se arrojó sobre Tag y lo besó en los labios con una familiaridad que dejó pasmada a Renee.

—¿Dónde has estado escondido todo este tiempo, Tag? Hacía meses que no nos veíamos.

—Hola, Pamela —la saludó él con una leve sonrisa, antes de rodear la cintura de Renee con un brazo y atraerla hacia sí—. Renee, ella es Pamela Hoover, una vieja amiga —se la presentó.

—¿Qué tal? —la saludó la mujer con indiferencia, antes de volverse de nuevo hacia Tag—. ¿Qué vas a hacer el viernes por la noche? Tengo entradas para…

—Lo siento, pero Renee y yo ya tenemos planes para ese día —la interrumpió él. No era verdad, pero Renee no lo contradijo.

—Oh —musitó la mujer, dedicándole una breve mirada de desdén a Renee—. Bueno, entonces quizá podríamos quedar otro día, para recordar los viejos tiempos. Llámame si te apetece que nos veamos.

Cuando se hubo alejado, Tag pareció pensar que le debía a Renee una explicación, porque le dijo:

—Pamela y yo estuvimos saliendo el año pasado, pero las cosas entre nosotros no funcionaron, entre otras cosas porque era muy absorbente, y acabamos rompiendo.

—Ya veo —fue lo único que dijo Renee.

Iba a añadir que le había dado la impresión de que la tal Pamela parecía ansiosa por conseguir que le diese otra oportunidad, pero no quería que Tag pensase que estaba celosa… aunque la verdad era que lo estaba.

—Ven, acabo de ver a alguien que me gustaría que conocieras —le dijo Tag dejando el tema y tomándola de la mano.

Dócilmente, Renee permitió que la condujera al otro extremo del salón, y apenas pudo contener su sorpresa cuando se detuvieron al llegar junto a un hombre joven y Tag le dijo que era un buen amigo suyo llamado… Alton Malone.

Renee sonrió hecha un manojo de nervios cuando estrechó la mano que le ofreció el pintor.

—Es… es un placer conocerlo —balbució—. Tag no me había dicho que fueran amigos.

Alton Malone se rió y sacudió la cabeza.

—Seguramente la quería a usted para él solo y temía que yo se la arrebatase con mi encanto personal —bromeó—. Tengo entendido que le gustan mis cuadros.

—Oh, sí, muchísimo. De hecho, hoy me he sentido muy feliz cuando Tag me ha regalado por San Valentín una de sus obras.

—En ese caso espero que venga con Tag a la exposición privada que haré el viernes por la noche en un museo de Harlem.

Renee miró a Tag, preguntándose si ésos serían los planes a los que se había referido para pararle los pies a la tal Pamela, y al ver la sonrisa traviesa en los labios de él supo que no se equivocaba.

Volvió la cabeza hacia el pintor y asintió sonriente.

—Gracias, señor Malone, iré encantada.

Volvieron a su mesa, y un rato después Renee se excusó para ir al servicio. Estaba a punto de entrar en los aseos de señoras cuando oyó tras la puerta la voz de Pamela Hoover diciéndole a alguien:

—¿Puedes creerte que haya venido aquí con esa mujer?; ¿cómo se le habrá ocurrido?

Renee oyó risas, y luego otra mujer contestó:

—Sí, cuando los vi entrar no podía creérmelo.

—Ni yo —dijo Pamela—. Busqué con la mirada al abuelo de Tag para ver cuál era su reacción, pero según me han dicho no ha venido a la fiesta porque está fuera de la ciudad. Pondrá el grito en el cielo cuando se entere de que Tag está saliendo con una mujer negra. Esto va a dar que hablar, y si hay algo que Patrick Elliott deteste es que el nombre de su familia circule de boca en boca por rumores o escándalos.

Repugnada y dolida, Renee se apartó de la puerta lentamente. La verdad era que tampoco tenía tanta necesidad de ir al servicio, se dijo antes de volver a la fiesta.

No le llevó demasiado encontrar a Tag, que se había levantado y estaba charlando con su hermano y su primo Cullen.

Cuando Tag alzó la vista y sus ojos se encontraron, como si hubiera intuido su presencia. En ese momento Renee sintió que su corazón se henchía de amor por él, y de inmediato Pamela y sus hirientes palabras se borraron de su mente.

Lo vio excusarse, y con sus ojos azules fijos en los suyos, fue derecho hacia donde ella estaba, como si fuera la única persona en la sala que tenía toda su atención.

Cuando se detuvo frente a ella Renee no dijo nada, sino que se humedeció los labios con la lengua, segura de que aquel sensual y provocador gesto le transmitiría lo que quería decirle.

Tag comprendió de inmediato. Le rodeó la cintura con ambos brazos, se inclinó hacia ella y, sin importarle que la gente pudiera estar mirándolos la besó tiernamente en los labios.

—¿Nos vamos? —le susurró.

A Renee le encantaba estar entre sus brazos, apretada como estaba contra su cuerpo.

—Sí, vámonos.

Y sin decir una palabra más, la tomó de la mano y la condujo al ropero para recoger su abrigo y la capa de ella.

Renee apenas recordaría después el breve trayecto de vuelta a su casa en la limusina, pero de su memoria no se borraría jamás el suave chasquido de la puerta cerrándose detrás de ellos cuando entraron en su apartamento, ni cómo Tag había susurrado su nombre justo antes de atraerla hacia sí.

También atesoraría siempre en su corazón el cuidado con que la había alzado en brazos, la había llevado al dormitorio, depositado sobre la cama, y la había desvestido sin prisa.

Luego Tag había empezado a desvestirse mientras ella lo observaba, y a Renee le había encantado cómo se había bajado los pantalones y los calzoncillos, con una confianza apabullante en sí mismo, dejándola admirar con orgullo su cuerpo desnudo. Después se había subido a la cama con ella, se había arrodillado entre sus piernas abiertas, y había comenzado a explorar con la lengua la parte más íntima de su cuerpo.

Para cuando se irguió de nuevo, al cabo de unos minutos, Renee no había tenido un orgasmo, sino dos y por la mirada ardiente que Tag le dirigió supo que antes de que acabara la noche tenía intención de conseguir que tuviera un tercero y un cuarto.

—Si no tengo cuidado acabaré volviéndome adicta a ti —murmuró mientras él se ponía un preservativo antes de subirse a la cama de nuevo.

Tag le sonrió.

—Eso es justamente lo que quiero; quiero que no pienses más que en mí.

A pesar de que Renee nunca había sido una persona posesiva, ella también quería que Tag no pensara más que en ella. Quizá tuviera que ver con lo que le había oído decir a Pamela Hoover, pero por esa noche al menos quería que Tag fuese sólo suyo.

Le rodeó la cintura con las piernas, y comenzó a acariciarle el pecho, deteniéndose al llegar a los pezones endurecidos para masajearlos suavemente con las yemas de los dedos

—Renee… ¿qué estás haciendo? —inquirió Tag con la voz algo ronca por la excitación.

—Estoy intentando ver si soy capaz de hacer que tú pienses sólo en mí también.

—Pues te aseguro… —masculló él con los dientes apretados—… que estás consiguiéndolo.

Renee se rió y cuando rodó sobre el costado llevándolo con él, Tag se encontró de pronto tumbado de espaldas y con ella sentada a horcajadas sobre él.

—Esta noche voy a darte todo lo que quieras —le susurró Renee—; todo lo que quieras.

Comenzó a subir y bajar sobre su miembro, y al cabo de unos minutos de auténtico frenesí sintió que alcanzaban el orgasmo a la vez. Gritó su nombre y se derrumbó sobre él, hundiendo el rostro en el hueco de su hombro.

Momentos después yacían cansados pero satisfechos el uno en brazos del otro, y mientras Renee escuchaba los latidos del corazón de Tag, con la cabeza sobre su pecho, se dio cuenta de que nunca se había entregado a un hombre como se había entregado a él.

Sintiéndose verdaderamente feliz por primera vez en mucho tiempo, Tag sonrió de pie junto a la cama mientras observaba a Renee, que seguía durmiendo.

Con un suspiro comenzó a vestirse sin dejar de mirarla. Nada le gustaría más en ese momento que meterse de nuevo en la cama para estar junto a Renee cuando se despertase, pero no podía. La edición especial de Pulse tenía que estar en los kioscos a la mañana siguiente y aún había mucho por hacer. En las siguientes cuarenta y ocho horas pasaría la mayor parte del tiempo en la oficina, porque aun cuando ya hubiese salido de la imprenta tendrían que responder a todos aquellos que sin duda cuestionarían la veracidad de lo publicado.

Pero todavía no estaba en la oficina, se dijo; todavía no quería ponerse a pensar en el trabajo. Bajó de nuevo la vista a Renee y por primera vez en su vida se permitió hacer algo que no había hecho nunca: soñar despierto. Trató de imaginar cómo sería hacer el amor con ella cada noche, despertar cada mañana con ella a su lado, pasar todo el tiempo que quisiera con ella.

De pronto sintió un nudo en la garganta al pensar que lo que no podría imaginarse, por mucho que lo intentara, sería una vida sin ella. Aquello le hizo fruncir el ceño. Antes de ese momento se había dado cuenta de que estaba encariñándose con ella, pero de repente fue consciente de que su afecto era mucho más profundo; se había enamorado de Renee.

Al contrario de lo que habría esperado, aquella idea no le hizo sentirse incómodo, sino todo lo contrario. Fue como si el corazón le rebosara de amor, haciendo que una sensación cálida se extendiera por todo su cuerpo, y se encontró entonces imaginando otras cosas: se imaginó casándose con ella, convirtiéndola en la madre de sus hijos… compartiéndolo todo con ella.

Quería despertarla y decirle lo que sentía, pero no podía hacerlo. Aunque Renee se había comprometido a intentar darle una oportunidad a su relación, sabía que aún tenía muchas dudas, y antes de confesarle su amor quería demostrarle que lo suyo podía funcionar y que no había ninguna razón en el mundo por la que no pudieran estar juntos.

Cuando hubo acabado de vestirse se acercó a la cama y la besó en el cuello. No podía marcharse sin despedirse de ella.

—Me marcho ya, cariño.

Renee abrió lentamente los ojos y lo miró soñolienta.

—¿Cómo? La limusina…

—He llamado para pedir que me enviaran un coche de la empresa —le dijo, antes de inclinarse para besarla tierna pero apasionadamente.

Con sus labios aún sobre los de ella, apartó las sábanas, deslizó una mano bajo las rodillas de Renee, y la alzó en volandas para luego sentarse en el borde de la cama con ella sobre el regazo.

—La edición especial que vamos a sacar tiene que estar en la calle mañana —le dijo entre beso y beso—; por eso tengo que irme.

—Lo comprendo —murmuró ella.

—También tienes que saber que por desgracia también voy a estar ocupado durante los próximos dos días —añadió Tag con desgana—. Probablemente no podamos vernos otra vez hasta el viernes por la noche.

Renee subió una mano por su camisa y le puso derecha la pajarita del esmoquin.

—Lo entiendo, Tag, no pasa nada —le repitió de nuevo.

—Y también quiero que sepas que te voy a echar muchísimo de menos durante estos dos días —le dijo él.

Aprovechando que los labios de ella estaban ligeramente entreabiertos, deslizó la lengua por entre ellos y la enredó con la suya en un nuevo beso que duró un buen rato. Cuando por fin despegaron sus labios el uno del otro Tag se levantó con un gemido quejumbroso y la depositó de nuevo sobre la cama.

—Si no me marcho, ya no me iré nunca —murmuró.

—Lo sé —le respondió ella en un susurro, pasándose la lengua por los labios.

Aquello fue demasiado para Tag, que sacó el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y marcó un número.

—¿Henry? Soy Tag. Contraorden: avise para no me manden el coche hasta dentro de un par de horas.

Luego colgó y empezó a quitarse de nuevo la ropa.