Capítulo Seis

Aunque Renee se había sentido algo rara e incómoda cuando entró en el restaurante con Tag, la amabilidad y cortesía de sus hermanos la ayudaron a relajarse.

A los pocos minutos Erika, la prometida de Gannon, se unió a ellos, y fue éste quien, hablando en nombre de todos, le dijo a Renee:

—Queríamos darte las gracias por todo lo que has hecho por nuestra madre.

Los demás asintieron, y Renee sonrió.

—No tenéis por qué dármelas. Vuestra madre es una persona maravillosa y me siento muy feliz de poder hacer todo lo que esté en mi mano por ayudarla.

Les explicó lo mismo que le había explicado a Tag, lo que su madre necesitaba de ellos en esos momentos, y después de escucharla atentamente luego cada uno hizo sus sugerencias, aunque fue la idea de Erika la que más acertada les pareció a todos.

En un principio habían pensado casarse por lo civil y no hacer celebración alguna porque no les parecía que fuese el momento de fiestas con todo lo que estaba pasando su madre. Sin embargo, a Erika se le ocurrió que quizá si le pidiesen que se encargase ella de organizar los preparativos de la boda eso la ayudaría a mantenerse entretenida y la animaría porque la haría sentirse útil.

Además, a finales de ese mes sus abuelos celebrarían su aniversario de bodas en la finca que tenían, así que Gannon le propuso a su prometida que podían fijar la boda para ese día también y celebrarla allí mismo. A Erika le encantó la idea y quedó decidido.

A Renee le dio pena cuando tuvo que despedirse porque verdaderamente había pasado un rato muy agradable, y se sorprendió cuando tanto Bridget como Erika le pidieron intercambiar sus números de teléfono para quedar a almorzar algún día.

—Lo he pasado muy bien —le dijo Renee a Tag cuando iban de regreso a su casa en el coche de él. Tus hermanos son muy agradables, aunque después de conocer a tus padres no tendría que haberme sorprendido. Pueden estar orgullosos de vosotros.

Tag la miró y esbozó una leve sonrisa.

—Gracias.

Se alegraba de que le hubieran gustado sus hermanos y agradecía de verdad el cumplido, pero no podía olvidar que hacía sólo unos días Renee prácticamente le había dicho que no podía tener una relación con él porque era blanco y porque su familia era rica.

—¿A qué venía esa broma que hizo Liam durante la cena sobre no sé qué de una batalla campal entre los miembros de vuestra familia? —inquirió ella de pronto, recordando algo que uno de sus hermanos había mencionado.

La pregunta sacó a Tag de sus pensamientos.

—No era una broma —replicó mirándola brevemente antes de volver a fijar la vista en el frente—. Mi abuelo quiere jubilarse, y ha decidido que de los directores de las cuatro principales revistas el que obtenga mejores ganancias en el plazo de un año será quien ocupe su puesto como presidente de EPH.

Renee se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Entonces… ¿es en serio?

Tag se rió suavemente.

—Muy en serio, por desgracia. Lo peor es que aunque cada una de esas cuatro revistas las dirige un hijo diferente de mi abuelo, no todos los nietos trabajamos para nuestros padres. Por ejemplo, mi hermana Bridget no trabaja con mi padre, con Gannon y conmigo en Pulse, sino en Charisma con nuestra tía Finola. Así que al intentar hacer que sea la directora de su revista quien consiga el puesto de presidenta de la compañía… está yendo en contra de nuestro padre.

—Vaya, no me gustaría estar en su lugar —murmuró Renee.

—Ni a mí —dijo Tag—. No es culpa suya que estemos en bandos distintos, por supuesto, pero aun así… —exhaló un suspiro y sacudió la cabeza—. El caso es que tanta competitividad está haciendo que la situación en la oficina sea cada vez más tensa.

Renee giró la cabeza hacia la ventanilla en ese momento y reconoció el lugar por el que estaban pasando. Ya sólo estaban a una manzana de donde vivía. Se removió en el asiento, sintiéndose de pronto algo nerviosa. Aunque durante toda la noche se había mostrado muy amable con ella, después de la discusión que habían tenido hacía ya casi una semana no lo culparía si parara el coche al torcer la esquina, la dejase allí mismo, y se marchase.

Por fortuna no lo hizo, sino que detuvo el vehículo justo frente al bloque donde vivía.

—Gracias por traerme —le dijo Renee mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.

—Soy yo quien debo darte las gracias —murmuró él antes de bajarse y rodear el coche para abrirle la puerta.

Cuando tomó la mano que él estaba ofreciéndole para ayudarla a salir, Renee sintió que la invadía una ola de calor, y cuando sus ojos se encontraron con los de él fue como si el aire entre ellos se cargase de electricidad. Un repentino deseo se apoderó de Renee. Quería que le rodeara la cintura con los brazos, que la besara, quería que… No, tenía que controlar aquello. Parpadeó y se obligó a apartar esos pensamientos de su mente.

No cruzaron palabra alguna mientras entraban en el portal y subían las escaleras que llevaban a su apartamento. Guando llegaron a la puerta, Tag se quedó en silencio a su lado hasta que sacó la llave del bolso y abrió.

—Gracias otra vez por traerme —le dijo Renee una vez más volviéndose hacia él.

—No hay de qué —murmuró él.

Renee bajó la vista deseando que aquella discusión que habían tenido no hubiera ocurrido nunca, que hubieran podido seguir siendo amigos al menos. No, no estaba siendo sincera consigo misma; no le bastaría con que fueran sólo amigos. Se sentía muy a gusto cuando estaba con Tag, pero esa noche se había dado cuenta de que no se trataba sólo de eso; se estaba enamorando de él. No sabía cómo había podido permitir que aquello ocurriera… pero había ocurrido.

—Buenas noches, Renee —se despidió él antes de inclinarse y besarla en la mejilla.

Luego se dio la vuelta y se alejó unos pasos hacia el rellano de la escalera, pero entonces, como si algo le impeliese a mirarla una vez más, se giró y, cuando sus ojos se encontraron, Renee se sintió incapaz de seguir negando lo que su corazón ansiaba.

—¿Quieres pasar y tomar algo de beber? —le preguntó en un tono quedo, rompiendo el silencio.

Con una sonrisa que la habría hecho caer rendida a sus pies si no estuviese ya loca por él, Tag volvió a su lado y le preguntó a su vez:

—¿Estás segura de que quieres que pase?

Renee sintió cómo el estómago se le llenaba de mariposas. Sabía lo que Tag le estaba preguntando.

—Sí, estoy segura —respondió.

Si no podían tener una relación al menos tendrían esa noche. Por algún motivo el tomar esa decisión la hizo sentirse bien, y supo que no se arrepentiría pasara lo que pasara.

Tag le sostuvo la puerta para que entrara y luego la siguió dentro, cerrando detrás de él.

Después de que Renee dejara el bolso sobre una mesita alta junto al perchero del recibidor, se quedó de pie a unos metros de Tag, visiblemente nerviosa.

Tag, a quien no le pasó desapercibido, extendió los brazos hacia ella en una invitación muda para que fuera con él.

Renee avanzó en silencio y cuando llegó frente a él, Tag le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo hacia sí. Ella apoyó la cabeza en su pecho y suspiró.

Tag sabía que Renee aún tenía dudas, pero en ese momento le bastaba con tenerla entre sus brazos.

Pensó en las otras mujeres con las que había salido. Algunas habían sido auténticas bellezas, pero Renee tenía algo que la hacía diferente. Era preciosa, sí, pero no era eso lo que lo había atraído de ella, lo que lo tenía fascinado.

Lo que de verdad le gustaba de Renee era su amabilidad, su dulzura, su entrega a los demás.

—¿Tag? —la llamó ella en un susurro.

—¿Mmm?

—¿Vamos a quedarnos así toda la noche?

Los labios de Tag se curvaron en una sonrisa. Sólo Renee podía hacerle una pregunta así en un momento como ése. En vez de contestarle la levantó del suelo y la besó, no de un modo tierno e inocente, sino con sensualidad y pasión, para hacerle saber cuánto la deseaba.

Renee gimió, y aquello no hizo sino excitarlo aún más.

—¿Por dónde se va al dormitorio? —le preguntó Tag, tras despegar sus labios de los de ella.

—Por el pasillo… la segunda puerta a la derecha.

Tag la alzó en volandas y cuando hubo entrado en la habitación encendió la luz y la depositó de nuevo en el suelo para luego retomar el beso, explorando con la lengua cada rincón de su boca mientras la conducía hacia la cama.

Renee dejó escapar una risita nerviosa cuando sus piernas chocaron con el colchón, y tiró de Tag para hacerlo caer en la cama con ella.

Tag echó la cabeza hacia atrás para mirarla. Nunca había deseado a ninguna otra mujer como la deseaba a ella, pensó bajándose de la cama para quitarse la ropa.

Observó a Renee, cuyos ojos no se apartaron de él ni un segundo mientras se desabrochaba la camisa, y luego le tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie y desvestirla también.

En primer lugar le quitó los zapatos, y después hizo que se diera la vuelta para bajarle la cremallera del vestido.

Le gustaba el modelo que había elegido para la ocasión; un sencillo vestido azul de raso con escote redondo y media manga, ligeramente entallado. Era como si lo hubiesen confeccionado pensando en ella. Sí, le gustaba muchísimo con ese vestido, pero aún le gustaría más sin él.

—He querido hacer esto desde aquella primera vez que fui al hospital a hablar contigo —murmuró antes de besarla en la nuca.

Sintió cómo Renee se estremecía, y esbozó una sonrisa pícara al pensar que había sido él quien había provocado esa reacción en ella.

—¿Ah, sí?

—Mmm. Y la verdad es que en un principio me costó aceptarlo; nunca había deseado a ninguna mujer como te deseo a ti.

Tag le bajó la cremallera y le bajó el vestido por los hombros. Bastó con un sensual contoneo de las caderas de Renee para que la prenda cayera al suelo.

Tag hincó una rodilla en el suelo y le quitó las medias, dejándola vestida tan sólo con un conjunto de sujetador y braguita de encaje azul cielo. Era lo más sexy que había visto en su vida.

Sus ojos recorrieron entonces las largas piernas de Renee, y descendieron hasta llegar a los pies, cuyas uñas estaban pintadas con esmalte rojo carmín, como las de las manos.

Cada vez más excitado, Tag se desabrochó el cinturón y después de quitarse los pantalones los arrojó a un lado, quedándose únicamente con los calzoncillos.

Tag sintió cómo el deseo lo sacudía cuando Renee deslizó una mano por su pecho desnudo. Sus dedos bajaron hasta alcanzar el elástico de los calzoncillos, pero no se detuvieron allí, sino que se introdujeron por debajo de él para cerrarse en torno a su erección.

Sin embargo, fue cuando comenzó a acariciarlo cuando Tag pensó que iba a perder el control, que lo perdería si no paraba en ese preciso momento.

—Renee…

—¿Sí? —le contestó ella con fingida inocencia, sacando la mano.

Dos podían jugar a aquel juego, pensó Tag. Se sentó en el borde de la cama y la tomó de las manos para hacer que se sentara a horcajadas sobre él. Sus manos se posaron en la cintura de Renee, pero apenas permanecieron allí un instante antes de que descendieran hasta sus nalgas y comenzaran a masajearlas.

Le gustaba el tacto de seda de su piel y el olor de su perfume. Dios, qué bien olía…

Cuando Renee se inclinó hacia delante e imprimió pequeños besos en su mandíbula al tiempo que recorría sus hombros y su tórax con las manos, Tag emitió un gemido entrecortado. Queriendo que supiera hasta qué punto estaba excitándolo, la asió por las caderas y se arqueó hacia ella.

Renee jadeó extasiada, y Tag la besó antes de echarse hacia atrás, llevándola con él. La sensación de su suave cuerpo desnudo apretándose contra el suyo casi lo volvió loco.

—No hemos acabado de quitarnos la ropa —le recordó Renee, despegando un instante sus labios de los de él.

Tag la hizo rodar, de modo que Renee quedó tumbada boca arriba en el colchón, y pudo disponerse a quitarle el sujetador. En el momento en que arrojó la prenda a un lado, dejando los senos de Renee al descubierto, sintió cómo el fuego del deseo lo abrasaba de nuevo. Los senos de Renee eran generosos, firmes, y los oscuros y endurecidos pezones parecían estar rogando que los lamiese. ¿Cómo podría siquiera intentar resistirse? Tag tomó una de aquellas perfectas circunferencias en la palma de su mano y comenzó a succionarlo con deleite, saboreando su dulzura. Un intenso gemido de placer escapó de la garganta de ella, seguido de varios más, y al cabo de unos minutos en los que Tag alternó entre uno y otro seno, se estremeció y gritó su nombre. Tag no podía creer que hubiera tenido un orgasmo sólo con que hubiera besado y lamido sus senos.

Y sin embargo, aquello era perfecto, porque no haría sino hacer más agradable para ambos lo que iba a hacer a continuación. Tras echarse un poco hacia atrás le acarició los muslos de abajo arriba, trazando después con el índice de cada mano el borde de las braguitas de encaje que llevaba puestas.

Acarició suavemente el pequeño trozo de tela entre sus piernas y lo satisfizo encontrarlo húmedo.

Sin perder tiempo le quitó también las braguitas para luego sacarse él los calzoncillos.

Entonces se inclinó de nuevo hacia delante y, tras depositar un reguero de pequeños besos sobre su liso estómago descendió un poco para dibujar con la lengua círculos en torno a su ombligo.

El aroma a mujer que desprendía Renee lo excitó, haciendo que sus músculos se tensaran aún más.

—Tag… ¿qué estás haciendo? —le preguntó Renee casi sin aliento.

Tag levantó la boca de su piel el tiempo justo para responder:

—Estoy a punto de devorarte viva, cariño. Eres la mujer más hermosa, sensual y deseable que he conocido en mi vida.

Apenas había pronunciado esas palabras hundió la cabeza entre sus piernas abiertas y comenzó a lamer los pliegues húmedos e hinchados de su sexo.

—¡Tag! —exclamó ella.

Tag sin embargó no paró, y cuando ella comenzó a revolverse debajo de él, impaciente, la agarró por las caderas para mantenerla quieta mientras continuaba explorándola con la lengua, y de su garganta escapó un gruñido involuntario.

Pronto notó que los pliegues de Renee se contraían bajo cada nueva pasada de su lengua, y comenzaron a derramarse los jugos de su pasión al tiempo que su pelvis se arqueaba en un movimiento involuntario y de sus labios escapaba su nombre una y otra vez.

Antes de que Renee pudiera siquiera recobrar el aliento Tag se puso un preservativo y volvió a colocarse sobre ella para posicionar su erección contra la parte más íntima de su cuerpo.

—Abre los ojos y mírame, Renee —le dijo en un susurro.

Cuando ella obedeció y Tag vio que sus ojos castaños estaban oscurecidos por el deseo no pudo evitar henchirse de orgullo.

—No veas a un hombre blanco cuando me mires —murmuró cuando empezaba a introducirse en ella—, ni pienses en mi estatus social —añadió con voz ronca—; piensa en la pasión, en el placer, piensa en mí simplemente como un hombre que te desea.

Continuó introduciéndose más adentro de ella, pero no apartó sus ojos de los de Renee en ningún momento.

—Di mi nombre, cariño.

Renee se mordió el labio inferior intentando evitar que las dudas y los miedos se apoderaran de ella. Sabía que si decía el nombre de Tag en ese momento, con él hundiéndose dentro de ella, se grabaría en su alma, en su corazón…

—Dilo, Renee.

Su miembro estaba dentro de ella, pero Tag se negaba a mover las caderas hasta que admitiera que lo que estaban compartiendo era pasión entre un hombre y una mujer, y que el color y el dinero no tenían nada que ver con ello.

—Di mi nombre —la instó de nuevo.

Renee le clavó los dedos en la espalda, incapaz de seguir conteniendo su deseo. Haría lo que le estaba pidiendo… pero sólo bajo sus propias condiciones.

—Di tú él mío primero —replicó.

Tag la miró, sonrió, y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos.

—Renee —murmuró.

El tono en que pronunció su nombre fue tan tierno que Renee sintió que se derretía por dentro.

—Oh, Tag —murmuró—. Tag…

Él se inclinó hacia ella y hundió el rostro en el hueco de su cuello, al tiempo que la apretaba contra sí.

Sólo entonces comenzó a moverse, devorando sus labios y sus senos al tiempo que incrementaba el ritmo de las sacudidas de sus caderas.

Momentos después Renee alcanzaba el cielo seguida de él.

Tag nunca había tenido un orgasmo así, y el sexo nunca había sido una experiencia tan intensa ni tan hermosa para él. Tenía que hacer ver a Renee que no podía dejar que el miedo a lo que pudiera decir la gente gobernase su vida.