Capítulo Ocho

Sentada en uno de los sofás de cuero del amplio salón del apartamento de Tag, Renee observó a éste mientras ponía en marcha el equipo de música. Pronto una música suave, como de jazz, comenzó a sonar a través de los altavoces.

Cuando se habían bajado del Ferry y Tag le había preguntado si quería ir allí, Renee había vacilado un instante, recordando la mirada desaprobadora de aquella pareja en la pista de baile, pero finalmente había decidido que por esa noche no se preocuparía por lo que pensasen los demás. Esa noche quería pasar el mayor tiempo posible con él. Más tarde, cuando la llevase a casa, ya intentaría hacerle comprender que no podían volver a verse.

—¿Te apetece algo de beber?

Renee alzó la vista, y cuando sus ojos se encontraron con los de él, a pesar de la distancia que los separaba, sintió que se le cortaba el aliento.

—No, no quiero nada de beber —respondió, aunque de pronto se notaba la boca seca.

Tag comenzó a avanzar hacia Renee sin apartar sus ojos de los de ella.

—¿Qué es lo que quieres entonces? —murmuró.

Renee esbozó una sonrisa muy sensual.

—¿Por qué no lo averiguas? —le preguntó. Se pasó la lengua por los labios, sabiendo el efecto que causaría en él, y tras ver el deseo oscurecer su mirada bajó la vista hasta la bragueta de sus pantalones y vio cómo se marcaba la incipiente erección a través de la tela.

—Creo que lo haré —respondió Tag con voz ronca.

Renee volvió a alzar la vista a su rostro.

—¿Averiguar lo que quiero?

—No, seducirte para que me lo digas.

En vez de sentarse a su lado en el sofá la tomó de la mano para hacer que se levantara, y la apretó contra sí para que pudiera sentir lo excitado que estaba.

—Si supieras cuánto te deseo, Renee… —le susurró mirándola a los ojos.

—Yo también te deseo —murmuró ella en un hilo de voz.

Entonces, como si sus palabras hubiesen sido el permiso que hubiera estado esperando, Tag se inclinó y tomó sus labios en un beso apasionado que hizo a Renee gemir extasiada.

Tag le acarició luego la mejilla con el dorso de la mano.

—Quiero que me digas qué es lo que quieres, cariño —le dijo—. Haré todo lo que tú me pidas.

Ella lo miró a los ojos y le contestó:

—Para empezar llévame al dormitorio y quítame la ropa.

Tag la alzó en volandas, e instantes después estaban en su habitación.

—Ahora vamos con ese vestido —murmuró cuando la hubo depositado en el suelo.

La hizo darse la vuelta para bajarle la cremallera, y cuando sus dedos le rozaron la espalda al hacerlo y vio que no llevaba sujetador debajo, se sintió aún más excitado. Dejó caer el vestido al suelo y Renee se giró hacia él de nuevo.

—Quiero que hagas lo que hiciste el otro día —le pidió Renee tomando sus manos y colocándolas sobre sus senos—. Quiero que los beses, que los lamas, que los mordisquees…

Tag no se hizo de rogar. Sacó la lengua y chupó con la punta un pezón antes de engullir la areola en su boca. Cuando la escuchó jadear y sintió que le temblaban las rodillas recordó el orgasmo que había tenido la vez anterior cuando había estado estimulando su senos, y decidió que en esa ocasión quería prolongar su placer y hacer que lo desease tanto como él la deseaba a ella.

Alzándola en volandas de nuevo, la llevó a la cama y la tumbó boca arriba. Luego le levantó las caderas para sacarle las medias y quitarle el tanga que llevaba puesto, y acarició con los dedos los rizos húmedos de su pubis antes de comenzar a introducirlos en su vagina.

Renee cerró los ojos, concentrándose en el placer que estaba experimentando, y pronto comenzó a rogarle entre gemidos que le diera lo que necesitaba: tenerlo dentro de ella.

Tag dio un paso atrás para quitarse la ropa, y cuando estuvo desnudo por completo ante ella vio cómo los ojos de Renee lo recorrieron hasta detenerse en su erección.

—Dime qué es lo que quieres —le dijo sintiendo que no podría seguir controlándose mucho más.

—Te quiero dentro de mí —le susurró Renee.

Tag sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche. La caja que tenía allí guardada estaba entera; Renee era la primera mujer a la que había llevado a su apartamento. Siempre lo había considerado como su santuario, pero con Renee las cosas eran distintas; quería llenar el apartamento con su recuerdo; cada habitación.

Se subió a la cama con ella y volvió a tomar sus labios en un beso apasionado antes de introducirse en ella de una sola embestida. Inspiró profundamente, inhalando el aroma femenino de su cuerpo, y Renee se arqueó, haciéndolo llegar aún más adentro de sí.

Tag comenzó a moverse, marcando primero un ritmo suave, maravillándose de cómo parecían encajar, como las piezas de un puzzle, y después más rápido, cuando ella comenzó a gemir, pidiéndole que le diera más.

¿Cómo habría podido negarle nada? Cuando les sobrevino el orgasmo Renee gritó su nombre y él se derrumbó sobre ella.

Permanecieron abrazados, él todavía dentro de ella, y Tag la miró a los ojos, diciéndose que Renee era como un sueño hecho realidad. La besó, queriendo transmitirle en ese beso todo lo que sentía por ella, y agradeció a Dios que hubiese puesto en su camino a aquella increíble mujer.

Cuando Tag acabó de vestirse se volvió hacia Renee, que estaba poniéndose de nuevo el vestido. Se quedó mirándola un buen rato, sintiendo algo que nunca había sentido, algo cálido que no sabría definir.

No podía negarse que la química entre ellos era increíble, pero no se trataba sólo de sexo. Le gustaba hacer cosas con Renee, pasar tiempo con ella, compartir sus pensamientos. Aquella noche, durante la cena, cuando habían estado hablando de su trabajo, y del desafío que había lanzado su abuelo, Renee lo había escuchado atentamente, pero también le había hecho varios comentarios que le habían hecho pensar.

Le había dicho por ejemplo que si aquella situación los tenía en tensión a sus primos, a sus hermanos, y a él, debería intentar imaginar cómo estarían sintiéndose las personas que no eran de su familia y trabajaban también en EPH. Probablemente estarían preocupados por qué pasaría con sus empleos si la revista para la que trabajaban no conseguía reportarle a la compañía los beneficios esperados al final del año. Y seguramente también estarían preocupados pensando que quizá el nuevo presidente de la compañía hiciese cambios en la plantilla cuando ocupase el cargo.

Sólo Renee, que siempre pensaba en el bienestar de los demás, había tenido aquello en cuenta. Sí, Renee siempre tenía en cuenta lo que los demás pensaran o sintieran… y aunque era una virtud también era el origen de sus problemas, el motivo por el cual aún tenía dudas respecto a iniciar una relación seria con él, se dijo mientras la observaba peleándose con la cremallera del vestido.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó acercándose.

Renee lo miró por encima del hombro con una sonrisa.

—Sólo si la ayuda es para subirme la cremallera y no para quitarme el vestido —le dijo.

Tag se rió y se la subió antes de rodearle la cintura con los brazos y atraerla hacia sí.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte a pasar la noche? —le preguntó mordisqueándole el lóbulo de la oreja—. Te prometo que valdría la pena.

Renee suspiró y se echó hacia atrás, deleitándose en la calidez de su cuerpo. Nada le gustaría más que quedarse a pasar la noche con él, despertarse con él a su lado, como la noche anterior, pero sabía que si lo hacía luego le costaría mucho más decirle lo que le tenía que decir.

—No, Tag, no creo que sea una buena idea —le respondió quedamente.

—¿Por qué no? —quiso saber él, haciéndola volverse.

Renee puso los ojos en blanco.

—¿Que por qué? Pues porque… porque… ¿qué pensarían tus vecinos si me viesen salir de tu apartamento por la mañana temprano?

—Que soy un hombre muy afortunado.

Renee suspiró de nuevo. Aquella noche había sido muy hermosa y no quería estropearla, pero necesitaba que Tag comprendiera.

—No todo el mundo pensaría eso, Tag. Habría algunos a los que les parecería mal.

Tag frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Pues eso sería problema suyo; no nuestro.

Renee sacudió la cabeza.

—¿Pero y qué me dices de tu familia?

—Ya te he dicho que me da igual lo que piensen.

Renee se cruzó de brazos también y alzó la barbilla.

—Pues a mí no. Me sentiría incómoda por ti y por mí si no me aceptaran —le espetó—. Y tú mismo me has dicho que tu abuelo es un hombre con una moral muy rígida que no permitiría que bajo ningún concepto se manchase el nombre de la familia.

—¿Y a ti te parece que el que salgamos juntos sería manchar el nombre de la familia? —inquirió Tag, que no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—A mí no, pero hay otras personas que sí lo verían así.

Tag se frotó la nuca.

—¿No te parece que estás llevando esto al extremo, Renee? —le dijo, intentando hacerla entrar en razón—. Vayas donde vayas hoy en día verás alguna pareja interracial. Esto es Nueva York, por amor de Dios. ¿Por qué no miras a tu alrededor? Las cosas están cambiando. A la gente le da igual; lo que les preocupa es la economía, la salud de sus hijos, que tengan una buena educación…

—Para tu información, Teagan Elliott, hay muchas personas a quienes no les da igual.

—¿Y qué? ¿Vas a tirar la toalla por lo que piense un puñado de personas con prejuicios?

Renee lo miró irritada.

—No estoy tirando la toalla.

—¿Y entonces cómo lo llamas? —le espetó él—. Tú me gustas, Renee; nos gustamos; pero aun así no quieres salir conmigo por el qué dirán.

—Mira, Tag, puede que algún día las cosas de verdad cambien, pero…

—Yo no quiero esperar a que cambien. Lo único que tenemos es el hoy, el ahora. Me da igual que tu piel sea más oscura que la mía. Para mí lo único que cuenta es que me importas, y que quiero estar contigo y conocerte mejor —le dijo tomando su mano y entrelazando sus dedos con los de ella—. Dame una oportunidad, Renee; danos una oportunidad a los dos —le pidió con una sonrisa.

Renee sintió que el corazón iba a estallarle de amor por aquel hombre que estaba frente a ella. Se miró en sus ojos azules y vio que las palabras que había pronunciado eran sinceras.

—Creo… —le dijo con voz temblorosa por la emoción—… que has hecho una magnífica exposición de los hechos.

—¿Y? —inquirió él impaciente, atrayéndola hacia sí.

Renee puso las manos en su pecho y sintió los fuertes latidos de su corazón.

—Y creo que quizá tengas razón y debamos intentarlo a ver qué pasa —murmuró.

—Yo te diré lo que pasará —murmuró él inclinando la cabeza—: pasará que un día nos preguntaremos por qué tuvimos esta discusión.

Renee abrió la boca para protestar, pero los labios de Tag descendieron sobre los suyos y, segundos después, cuando el beso acabó y Tag le preguntó de nuevo en un susurro si se quedaría a pasar la noche, no pudo decirle que no.

Tag sonrió y la besó otra vez mientras le bajaba la cremallera que había subido hacía un momento.