Capítulo Tres
—Lo que te dije antes lo decía en serio, Tag: no hace falta que me lleves a casa —le repitió Renee cuando salieron del restaurante.
Tag la miró.
—¿No me dijiste que mi madre ya había ido a verte?
Renee frunció el entrecejo.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Tiene que ver con que quizá con haberla visto una o dos veces todavía no te hayas dado cuenta de cierto rasgo del carácter de mi madre que todos sus hijos, yo incluido, hemos heredado.
Curiosa, Renee no pudo sino preguntar:
—¿Cuál?
—La cabezonería.
Renee se rió.
—Ya. ¿Y si yo te dijera que probablemente puedo llegar a ser tan cabezota como tú?
Una sonrisa lobuna se dibujó en los labios de Tag.
—Diría que una confrontación entre nosotros sería cuando menos interesante.
Renee sonrió también y sacudió la cabeza.
—Eres imposible, Teagan Elliott. Pero está bien; tú ganas.
—Gracias. ¿No creerías que el caballero que hay en mí habría sido capaz de dejar que deambularas sola por las calles de Nueva York cuando ya ha oscurecido?
—No veo por qué no. Lo hago a diario. Además iba a volver en metro; eso no es deambular por las calles.
Tag la condujo al lugar donde había dejado aparcado su coche, y tras un breve trayecto, durante el cual siguieron charlando sobre su abuelo y EPH, llegaron a su destino.
—Ese es mi bloque —le dijo ella señalándole el bloque de pisos en el que vivía.
Cuando Tag paró el vehículo frente al edificio y Renee lo vio desabrocharse el cinturón de seguridad, se apresuró a decirle que no hacía falta que la acompañase hasta la puerta. Tag se preguntó si no sería que la incomodaba la idea de que la vieran con él.
—Lo siento —dijo inclinándose hacia ella para acariciarle la mejilla—, pero no habré cumplido con mi deber de caballero hasta que no te haya llevado al portal y vea que entras en el bloque.
—Gracias. Era sólo que no quería que te molestaras —murmuró ella con una sonrisa tímida.
Tag se sintió aliviado, pero no le pasó desapercibido que parecía nerviosa. ¿Quizá la preocupara que intentase darle un beso de despedida? ¿Y si lo hiciera? ¿Le respondería? Sólo había un modo de averiguarlo,
Renee observó a Tag mientras rodeaba el vehículo para ir a abrirle la puerta, y pensó en lo distinto que era de Dionne. No sólo por el color de su piel; eso era evidente; sino por el modo en que la trataba. Dionne únicamente la había acompañado a la puerta cuando había albergado la esperanza de que le dejara pasar la noche con ella.
—Gracias —le dijo a Tag cuando le abrió la portezuela del coche y le ofreció su mano para ayudarla a bajar.
El corazón de Renee palpitó con fuerza cuando sus manos se tocaron, y no pudo evitar preguntarse si a él le habría pasado también.
Tag no soltó su mano hasta que llegaron al portal, y cuando se quedó a un lado mientras abría la puerta, Renee se preguntó si estaría esperando que lo invitase a pasar.
No, estaba siendo ridícula. Habían pasado un día muy agradable juntos, pero en ningún momento había intentado flirtear con ella. ¿Por qué entonces estaba latiéndole el corazón como un loco en ese momento? ¿Y por qué estaba sintiéndose acalorada por el modo en que estaba mirándola?
Se aclaró la garganta y, volviéndose hacia él, le dijo:
—Gracias otra vez, Tag; lo he pasado muy bien.
—Yo también —respondió él—. Tápate bien esta noche; han dicho que bajarían las temperaturas.
—Lo haré.
En ese momento Renee recordó que el último hombre que había compartido su cama y con el que había salido había sido Dionne. Tras mudarse a Nueva York se había centrado en el trabajo. Durante ese tiempo se había dicho que aún era joven, que tenía mucho tiempo por delante para encontrar a ese príncipe azul con el que todas las mujeres soñaban, pero el estar allí de pie en ese momento con Tag la estaba haciendo sentirse…
—¿Querrás cenar conmigo mañana por la noche?
Renee parpadeó y tragó saliva.
—¿Cenar?
—Sí, eso he dicho; mañana por la noche.
Renee inspiró nerviosa, preguntándose qué debería contestarle. Siendo sincera consigo misma la verdad era que probablemente no hubiera dudado si Tag hubiese sido negro, pero no lo era, era blanco. Además, aparte de eso también estaba el hecho de que pertenecían a círculos sociales totalmente distintos. Las oficinas de EPH ocupaban un edificio entero en Manhattan, y Tag tenía un apartamento en Tribecca, una zona conocida por lo caro que era el precio de las viviendas, por sus tranquilas calles, y por sus elitistas colegios privados.
—Quizá deberíamos continuar esta conversación dentro —le dijo Tag, sacándola de sus pensamientos—. Estamos atrayendo la atención de tus vecinos.
Renee levantó la cabeza y vio que había un par de personas asomadas a sus ventanas.
—Sí, tienes razón —murmuró.
Subieron a su apartamento, y cuando hubieron entrado Renee se esforzó por mantener la calma aunque se sentía como una adolescente en su primera cita.
—¿Te apetece algo de beber?
Tag apoyó la espalda en la puerta y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—No, gracias; pero aún estoy esperando una respuesta.
Nerviosa, Renee se humedeció los labios.
—No hagas eso, por favor.
—¿El qué?
—Pasarte la lengua por los labios como acabas de hacer ahora —murmuró Tag con voz ronca—. Ya lo has hecho varias veces, y cada vez he tenido que contenerme para no besarte, porque estoy deseando hacerlo.
Renee sintió un repentino calor en las mejillas y el corazón comenzó a latirle con fuerza. En realidad era un tic que no podía evitar cuando estaba nerviosa, y sin darse cuenta volvió a hacerlo.
—Yo no… no era mi intención —balbució azorada al ver que lo había hecho de nuevo.
—Demasiado tarde —murmuró él apartándose de la puerta y acercándose a ella—; ya lo has hecho.
Cuando llegó frente a ella se detuvo, y la miró de un modo tan intenso que Renee se estremeció por dentro.
—Sé que esto es una locura —susurró Tag—, pero me muero por besarte.
Sí, era una locura, se dijo Renee para sus adentros… sobre todo porque ella también se moría por que la besara.
Tag la asió por los hombros, y cuando inclinó la cabeza hacia ella Renee cerró los ojos y dejó de pensar. Sus cálidos labios se posaron en los suyos, y lo que comenzó como un beso tierno pronto se fue volviendo más y más apasionado.
A Renee estaba empezando a faltarle el aliento, pero no quería que aquel momento acabara nunca. Jamás la habían besado así. Tag estaba elevando el beso a la categoría de arte. Se notaba las piernas temblorosas, y sin que fuera siquiera consciente de ello, de su garganta escapó un gemido.
Cuando finalmente Tag despegó sus labios de los de ella, la intensa mirada de sus ojos azules hizo que a Renee le latiese aún más deprisa el corazón.
—Éste ha sido mi primer beso —le dijo en un tono quedo.
Renee no podía aparta su mirada de la de él; se sentía como hipnotizada.
—¿Tu primer beso? —inquirió también en un susurro.
—Mi primer beso de verdad —respondió Tag como maravillado—. Ha sido algo mucho más profundo y más hermoso que cualquier beso que haya compartido con otra mujer.
Renee se sintió conmovida por sus palabras.
Tag puso una mano debajo de su barbilla y la miró a los ojos.
—Eres sencillamente preciosa, —murmuró antes de inclinar la cabeza de nuevo y tomar otra vez sus labios en un suave beso—. ¿Vendrás a cenar conmigo mañana por la noche, Renee?
Ella dejó escapar un suspiro.
—No creo que sea una buena idea.
Tag enarcó una ceja.
—¿Por qué no?
Renee volvió a suspirar. Parecía que estaba empeñado en hacer aquello más difícil de lo que ya era.
—Pues… pues porque tu madre es mi paciente y no deberíamos salir juntos.
No era el verdadero motivo, pero tampoco era mentira.
Tag abrió la boca para decirle que porque fuera a cenar con él no estarían saliendo juntos, pero lo cierto era que no podía engañarse. Si fueran a cenar juntos querría volver a besarla cuando la llevara de regreso a casa, y si la besara otra vez probablemente acabaría queriendo mucho más.
—¿Durante cuánto tiempo seguirá siendo paciente tuya? —inquirió.
Renee se encogió de hombros.
—Oficialmente hasta que le den el alta tras la operación, pero seguiré a su disposición durante el tiempo que esté con el tratamiento de quimioterapia por si me necesitara.
Tag asintió con la cabeza.
—Y esa norma de que no puedes salir con pacientes… ¿es tuya, o es del hospital?
Renee tragó saliva. Los ojos de Tag estaban fijos en su boca, y cuando sin darse cuenta se lamió los labios esos ojos azules se oscurecieron de deseo.
—Es mía, y creo que es lo mejor.
—¿Eso crees? —murmuró él con una sonrisa sensual y desafiante—. En ese caso supongo que tendré que demostrarte que estás equivocada.
Puso las manos en su cintura, la atrajo hacia sí, y le susurró al oído:
—Que descanses, Renee; sueña conmigo.
Luego dio un paso atrás sin apartar sus ojos de los de ella, retrocedió de espaldas hasta la puerta, y se marchó.
—Bueno, ¿y cómo va tu fin de semana, Tag?
Tag dejó su copa de vino sobre la mesita situada frente al sofá y alzó la vista hacia su hermano Liam, que había pasado por su casa para hacerle una visita. Tag dudaba que le interesase realmente cómo había pasado el sábado, pero aun así respondió.
—No va mal; hoy decidí tomarme el día para descansar y fui a Greenwich Village a ver unas cuantas exposiciones.
Liam se pasó una mano por el rostro. Estaba cansado, frustrado, y agobiado.
—Menos mal que hay alguien en la familia capaz de dejar a un lado el trabajo y desconectar.
—Tú también podrías hacerlo —le dijo Tag echándose hacia atrás y apoyando el brazo en el respaldo del sofá—. El que te relajes un poco no hará que la compañía se vaya a la quiebra, Liam. Además, te mereces un descanso.
Su hermano exhaló un pesado suspiro.
—Y hablando de ir a la quiebra… —murmuró después de tomar un sorbo de su copa—. El desafío que nos lanzó el abuelo a todos en Nochevieja me tiene preocupado. Francamente, no sé qué bien le va a hacer eso a la compañía. Más bien creo que puede acabar ocurriendo lo contrario. ¿Qué diablos estaría pensando cuando decidió enfrentarnos a unos contra otros? Ayer salía de mi despacho e iba por el pasillo cuando me tropecé con la tía Finola y con Scarlet. Iban hablando, y nada más verme se callaron, como si fuera un espía o algo así.
Tag asintió con la cabeza. A él le había pasado algo parecido la semana anterior cuando había interrumpido una conversación entre su tío Daniel y su prima Summer. Y todo por aquel condenado desafío.
—En fin, tendremos que pensar que el abuelo sabe lo que hace aunque no comprendamos sus motivos —dijo—. No creo que fuera capaz de hacer intencionadamente algo que pueda repercutir negativamente en la compañía. Ya sabes lo mucho que significa para él.
Liam asintió a regañadientes.
—Sí, supongo que sí —masculló. De pronto miró a Tag muy serio—. ¿Estás preparado para el martes?
Tag sacudió la cabeza. El martes era el día en que iban a operar a su madre.
—No, pero cuanto antes salga mamá de ello, mejor.
Liam cerró los ojos y suspiró cansado.
—Supongo que en eso también tienes razón —murmuró antes de mirar su reloj y ponerse de pie—. Bueno, te dejo. Creo que iré a la oficina a terminar un par de cosas antes de irme a casa.
Tag lo acompañó a la puerta, y después de que Liam se hubiera marchado se dio una ducha y se metió en la cama.
Nada más meterse bajo las sábanas se puso a pensar en Renee. Esa mañana le había pedido que le hablara de ella y de su familia cuando paseaban por Greenwich Village. Renee le había contado que sus padres habían fallecido; los dos. Su padre había muerto por un accidente laboral cuando ella tenía sólo diez años, y su madre de un cáncer de colon cuando estaba en el último curso en el instituto.
También le había confesado que había sido la amabilidad que la asistente social y el personal del hospital habían mostrado con su madre lo que le había hecho escoger la profesión que había elegido.
Durante el tiempo que habían estado juntos, Tag se había fijado en cómo las cosas más insignificantes lograban hacerla sonreír, y también en el modo respetuoso, educado, y amable en que se comportaba con la gente… hasta con los que no se lo merecían, como Thomas Bonner.
Thomas sólo había visto en Renee algo en lo que él apenas había reparado: el color de su piel. Para él eso era algo que no tenía la menor importancia, como el color de los ojos o la estatura. Sin embargo, tenía la sensación de que a ella no le ocurría lo mismo.
Tampoco a él le había pasado desapercibido cómo se los habían quedado mirando algunas personas mientras caminaban, o cómo otras habían fruncido el ceño en actitud desaprobadora. La diferencia estaba en que mientras que él los había ignorado sin mayor problema, era evidente que a ella le había molestado.
Durante todo el día había pensado que simplemente estaban trabando amistad, pero después de besarla quería más, quería algo que hacía mucho que no había querido con ninguna mujer: una relación.
Le gustaría llevarla a sus restaurantes favoritos, al cine, al teatro…, acercarse a su apartamento después del trabajo para tomar café y charlar de cómo les había ido el día, invitarla a su casa y preparar él mismo la cena… Y le encantaría presentarle al resto de la familia.
Tag sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. Jamás había pensado en presentarle a su familia a ninguna de las mujeres con las que había salido, pero con Renee todo era diferente.
El problema era que, aunque él quisiera compartirlo todo con ella, a Renee le preocupaba lo que pudiese pensar la gente. Frustrado, se pasó una mano por el cabello. Sabía que tenía que darle tiempo y no agobiarla, pero lo cierto era que estaba deseando volver a verla.