Capítulo Uno

—Señorita Williams, está aquí el señor Teagan Elliott.

Renee Williams inspiró profundamente, se quitó las gafas que usaba para leer, y dejó a un lado el informe médico de Karen Elliott, preparándose mentalmente para lidiar con el hijo de aquella paciente.

Al enterarse de que a su madre le habían detectado un cáncer de mama se había ofrecido a ocuparse de los trámites para su operación, pero desde ese día no había hecho sino causar problemas al personal del hospital.

Apretó el botón del interfono en su teléfono, y le contestó a su secretaria:

—Hazlo pasar, Vicki.

Renee inspiró profundamente y se irguió en el asiento. Le daba igual que su familia fuese la dueña del grupo editorial Elliott Publication Holdings, uno de los más importantes del país. Su deber como asistente social en el hospital Manhattan University era asegurarse de que todos los pacientes recibieran un trato correcto, independientemente de su estatus social y económico, y aquel hombre no conseguiría favoritismos por mucho dinero e influencias que tuviera su familia.

Cuando la puerta se abrió se puso de pie, obligándose a esbozar una sonrisa, y tuvo que admitir para sus adentros que era un hombre muy atractivo. Tenía unos ojos expresivos, facciones casi simétricas, nariz recta, y una barbilla tan perfecta que parecía esculpida.

Renee salió de detrás de su escritorio para tenderle la mano. Él la estrechó con firmeza y la saludó con un breve asentimiento de cabeza.

—¿Le parece que nos sentemos y charlemos, señor Elliott?

Teagan Elliott frunció el ceño.

—No, no quiero sentarme a charlar con usted de nada. Lo único que quiero es que me diga qué van a hacer por mi madre.

Renee enarcó una ceja, pero no apartó la mirada. De modo que pretendía ponerle las cosas difíciles… Pues pronto descubriría que se había encontrado con la horma de su zapato.

—Muy bien; no se siente si no quiere —le dijo cruzándose de brazos—, pero yo he tenido un día largo y cansado y no tengo intención de quedarme de pie pudiendo sentarme.

Si no hubiera sido por la seriedad de la situación la expresión airada en el rostro de él le habría hecho sonreír. Era evidente que no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria.

—Respecto a su madre… —le dijo—. Su intervención quirúrgica tendrá lugar el día…

—Creo que le debo una disculpa.

Renee alzó la vista y lo miró, sorprendiéndose al ver que ya no había hostilidad en los ojos azules de Teagan Elliott y que a sus labios había aflorado una sonrisa.

—Me he comportado con usted de un modo grosero y arrogante, y no quiero que se lleve una impresión tan horrible de mí. Por lo general soy una persona bastante razonable. Lo que ocurre es que me cuesta aceptar lo que le está pasando a mi madre. Sólo quiero asegurarme de que se haga todo lo posible por ayudarla —le dijo, antes de tomar asiento en una de las sillas frente a su escritorio.

—Ésa es mi misión, señor Elliott —le respondió Renee—. Mi trabajo consiste en dar apoyo psicológico no sólo a su madre, sino a todos aquellos pacientes que puedan necesitarlo.

Teagan asintió.

—¿Ha venido mi madre ya a verla?

—Sí, nuestra primera cita fue hace unos días. Me pareció una gran mujer.

Teagan sonrió con afecto.

—Lo es.

Karen Elliott le había contado que tenía tres hijos y una hija, y también que Teagan, que era el menor de los varones con veintinueve años, trabajaba en la revista de actualidad que dirigía su padre, Michael. Por cómo le había hablado de ellos daba la impresión de que estaban muy unidos.

—Ahora que el médico ha emitido su diagnóstico y su madre ha decidido someterse a una operación para extirpar el tumor, lo que más necesita en estos momentos es su apoyo y su comprensión, señor Elliott, tener a su padre, a sus hermanos, y a usted a su lado —le dijo Renee—. Comprendo que les cueste entender que haya optado por una mastectomía doble cuando el tumor sólo se le ha detectado en una de las mamas. Ella quiere que le quiten las dos como precaución. Es su decisión y como tal deberían respetarla.

—Lo entiendo.

Renee se quedó callada un momento antes de continuar.

—Pero será cuando la hayan operado y comience las sesiones de quimioterapia cuando su madre verdaderamente los necesitará a su lado. No hay indicios de que el cáncer se haya extendido a los nódulos linfáticos, pero el médico le ha recomendado la quimioterapia como medida de prevención. No queremos mostrarnos demasiado optimistas ya que aún es pronto para saber cómo evolucionará, pero el cáncer se le ha detectado en una fase muy temprana y es muy probable que su madre lo supere.

—¿Y ha fijado ya el médico la fecha para la operación?

Renee asintió.

—El martes próximo.

Teagan se pasó una mano por el cabello y se puso de pie.

—Le agradezco de verdad que me haya recibido, y le pido disculpas de nuevo por mi comportamiento.

Renee se levantó también y sonrió.

—Está perdonado. Sé que la burocracia de los hospitales es algo muy difícil de sobrellevar cuando el enfermo es un ser querido y que eso puede hacerle perder a uno los estribos.

Teagan se rió suavemente.

—Bueno, me temo que a ese respecto tengo poca disculpa. Antes le he dicho que suelo ser bastante razonable, pero no que fuera paciente.

Renee sonrió divertida. Tampoco le había dicho nadie que fuera a resultar tan guapo, pero no había más que verlo. Con esos ojos azules, esa sonrisa, y esa complexión esbelta y atlética… Renee se preguntó si nadie le habría dicho nunca que se parecía a Pierce Brosnan de joven.

Sí, decididamente era un hombre muy atractivo, pero era el hijo de una paciente, y los hombres como él no salían con mujeres de otra clase social. Y eso sin tener en cuenta que él era blanco y ella negra.

—Tenga, le daré mi número directo por si usted o cualquiera de los miembros de su familia necesitan hablar conmigo para consultarme algo respecto a su madre —le dijo tendiéndole una tarjeta de visita—. No duden en llamarme.

Teagan tomó la tarjeta y la guardó en el bolsillo de su chaqueta, y tras agradecerle de nuevo que lo hubiera recibido salió del despacho.

Teagan, a quien su familia y amigos llamaban Tag, entró en el ascensor y exhaló un suspiro. No alcanzaba a entender qué le había ocurrido dentro del despacho de la asistente social. Renee Williams lo había cautivado. No podía negarse que era una auténtica belleza: esa piel de color tostado, el largo cabello negro que le caía sobre los hombros en suaves ondas, esos hermosos ojos castaños de espesas pestañas…

Pero no era sólo su atractivo físico lo que lo había embelesado, sino también su encanto personal, su inteligencia… y su carácter. Una sonrisa afloró a sus labios al recordar la contestación que le había dado cuando en un principio se había negado a sentarse.

Daría lo que fuera por poder conocerla más a fondo, pero no estaba en el mejor momento para iniciar una relación. Desde que le diagnosticaran el cáncer a su madre, su padre había decidido, y era algo que lo honraba, que pasar el mayor tiempo posible con ella era mucho más importante que el trabajo, y su hermano Gannon y él estaban teniendo que echar más horas en la oficina. Y luego estaba ese condenado desafío que había lanzado su abuelo, Patrick Elliott, el día de Nochevieja, haciendo saltar la chispa de la rivalidad entre las cuatro principales revistas de EPH, la empresa familiar.

Al frente de Pulse, una revista de actualidad, estaba Michael, el padre de Tag; Snap, que ofrecía noticias y entrevistas con diversos personajes famosos, la dirigía su tío Daniel; Buzz, una revista del mundo del corazón estaba capitaneada por su tío Shane; y finalmente estaba Charisma, una publicación sobre moda de la que era directora su tía Finola.

El mes anterior su abuelo Patrick, que era el presidente de la compañía, había anunciado su intención de jubilarse y pasar el testigo a uno de sus hijos, pero en lugar de designar él mismo quién le sucedería en el puesto, había propuesto que aquél cuya revista tuviese mejores ventas a lo largo del año en curso sería el elegido.

El ascensor había llegado a su destino, y con un nuevo suspiro Tag se bajó. No, no era un buen momento en absoluto para iniciar una relación, pero para sus adentros se dijo que no le importaría volver a ver a aquella asistente social.

—Y en resumidas cuentas eso es lo que dijo la asistente social —concluyó Tag, dejando su copa sobre la mesa para alzar luego la vista hacia sus hermanos.

Habían quedado los cuatro en un restaurante de Manhattan, no muy lejos de las oficinas de EPH, para cenar y hablar de su visita al hospital. Gannon, de treinta y tres años, era el segundo en el escalafón en Pulse, después de su padre; Liam, de treinta y uno, trabajaba en el departamento financiero de la compañía, y Bridget, de veintiocho, era editora fotográfica de Charisma.

—Pero… ¿tú crees que debemos fiarnos de su criterio? —inquirió ésta con expresión preocupada—. Las decisiones que mamá está tomando parecen tan impropias de ella… No sé, me parece que está llevando las cosas al extremo.

Tag se encogió de hombros.

—Yo tenía la misma impresión, pero como la asistente social me ha recordado tenemos que respetar lo que ella ha decidido y darle todo nuestro cariño y nuestro apoyo.

Una camarera sé acercó en ese momento para llevarles la carta y, cuando se hubo retirado, Tag se volvió hacia el mayor de sus hermanos, Gannon, que se había comprometido recientemente con Erika Layven, que además de ser miembro de la redacción de Pulse era una chica encantadora.

—¿Cómo lo lleva papá? —le preguntó.

—Bien. Hoy canceló una reunión importante con uno de nuestros distribuidores para acompañar a mamá a Siracusa. Me dijo que iban a visitar uno de los centros de beneficencia con los que colabora mamá.

—Cuesta creer que esté dejando de lado el trabajo para dedicarse a ella por entero —comentó Liam.

Todos sabían que su padre era un adicto al trabajo, pero también lo sólido que era el amor que se profesaban sus padres.

—Eso demuestra lo mucho que mamá significa para él—dijo Bridget con una sonrisa—. Bueno, ¿y qué puedes decirnos de la asistente social? —le preguntó a Tag.

Éste se echó hacia atrás en su asiento y esbozó una sonrisa.

—Se llama Renee Williams y es afroamericana. Debe tener tu edad, es muy profesional, paciente, comprensiva… y también muy guapa.

En cuanto esas últimas palabras hubieron abandonado sus labios Tag supo que había cometido un error al pronunciarlas porque de inmediato atrajeron la atención de sus hermanos.

Gannon enarcó una ceja divertido.

—Aja, así que incluso te dio tiempo a fijarte en eso.

Bridget reprimió una sonrisilla y Liam se rió.

Tag se notó enrojecer.

—¿Qué pasa?, ¿es que hay algo de malo en fijarse en que una mujer es atractiva? Era sólo un comentario.

Gannon sonrió malicioso.

—Si tú lo dices…