Capítulo Nueve
Las dos semanas siguientes pasaron a toda velocidad y el corazón de Madison lloraba de pena cada vez que veía a su madre y a Corey juntos. Era obvio que estaban enamorados y que estaban recuperando el tiempo perdido. Nunca había visto a su madre sonreír tanto y parecía que Corey había logrado sacar de ella a una mujer totalmente nueva. Ahora, a su madre le gustaba cocinar, preparar postres y ayudaba a Corey con las tareas de la finca como si fuera lo más natural. Los días de la Abby sofisticada habían terminado; aunque no del todo: seguía poniendo la mesa como si tuviera invitados especiales a cenar y, de vez en cuando, se podía oír música clásica por la casa.
Madison veía cada vez mejor el cambio de su madre e iba aceptando a Corey como parte de la familia.
Entonces, pensó en su propia vida amorosa o, mejor aún, en la falta de ella. Stone todavía la visitaba cada noche y se quedaba abrazado a ella hasta que se dormía. Por respeto a su madre y a su tío, se negaba a hacerle el amor; aunque, ella siempre probaba a tentarlo.
Llevaba un tiempo soñando con que llegara esa mañana. Su madre y Corey les habían dicho que iban a visitar a otro ranchero que vivía al otro lado de la montaña. Eso significaba que Stone y ella estarían solos y tendrían toda la casa para ellos. Desde luego, pensaba hacer buen uso de ella.
Era consciente de lo difícil que había sido para él mantener las manos apartadas de ella e igual de difícil había sido para ella. Sólo tenía que mirarlo a los ojos para ver el deseo reflejado en ellos y para saber que estaba disfrutando de las corrientes sensuales que sus ojos irradiaban.
Stone se pasaba los días fuera, ayudando a su tío con las tareas del rancho y a construir un nuevo granero. Cuando volvía por la tarde, se daba un baño antes de cenar y, normalmente, se retiraba a su habitación a trabajar en su libro después de charlar con todos un rato. Pero, sin importar lo cansado que estuviera, siempre iba cada noche a la habitación de ella a pasar un rato a su lado. A veces, simplemente charlaban. Hablaban del libro en el que él estaba trabajando, sobre las escenas que había escrito ese día. En un par de ocasiones, le leyó lo que había escrito y ella se sorprendió de que pudiera escribir aquellas cosas.
Madison dejó escapar un suspiro de decepción y se sentó en la mesa de la cocina. Parecía que Stone y ella no iban a tener el rancho para ellos solos después de todo. Corey les había anunciado durante el desayuno que habían cambiado de opinión y que ya visitarían a los Monroes en otra ocasión. Al mirar a Stone, vio en los ojos de él que sentía la misma desilusión que ella.
-Hace un día precioso para salir al campo, ¿no crees?
Ella miró a su alrededor y se encontró con la sonrisa de su madre, después, se encogió de hombros.
-¿Por qué no vas a buscar a Stone y le propones una excursión a Cedar Canyon? Podéis llevaros la camioneta. Es precioso y hay un lago en el que os podéis bañar.
-No me he traído traje de año.
Abby se rió.
-Puedes llevarte uno de los míos. Ésa fue una de las primeras cosas que Corey me dijo que comprara para venir aquí. Con tantos arroyos y lagos, hubiera sido una pena no tener uno.
Madison miró por la ventana y vio a Stone en la distancia, estaba apoyado en una valla observando a su tío amarrar un ternero.
-Quizá Stone esté muy ocupado para marcharse así.
Abby volvió a reír.
-Oh, no sé. Algo me dice que le gustará la idea.
Desde luego que le gustó la idea. Cuando Madison se lo contó, ni siquiera perdió el tiempo en ir a la casa a darse un ducha y cambiarse. Se moría de ganas por estar a solas con ella y, por la manera en que conducía la camioneta, parecía que tenía muchas prisas por llegar a su desuno. -Vamos a llegar enseguida, ¿verdad, Stone? Stone la miró y, aunque ella estaba sonriendo, dedujo que quería que fuera más despacio.
-Perdona, me imagino que tengo muchas ganas de llegar.
-¿Por qué? ¿Tienes hambre?
El la miró a los ojos y decidió ser totalmente sincero.
-Sí, claro que tengo hambre. Pero esta hambre no tiene nada que ver con lo que hay en esa cesta. Tú eres lo que yo deseo.
La sonrisa de ella se hizo más grande.
-Sólo estaba comprobando si todavía me deseabas.
El se echó hacia un lado y paró el coche.
-Te deseo, Madison, no lo dudes. Te deseo tanto que me duele. Te deseo tanto que si no hacemos algo pronto, quizá sufra algún percance.
Ella miró hacia su pantalón y entendió lo que quería decir.
-Entonces, lo mejor será que lleguemos cuanto antes.
-No.
-¿No?
-No creo que pueda esperar más.
Ella levantó una ceja y vio que él se desabrochaba la camisa. Se la quitó y la echó sobre el asiento trasero.
Ella tragó con dificultad. Lo había visto sin camisa en innumerables ocasiones, pero aun así, cada vez que lo veía sentía calor y cosquilleo entre las piernas. ¡Y no quería ni pensar en lo excitada que se ponía cuando lo veía desnudo!
-¡Vaya, vaya! ¿Puede alguien decirme lo que pasa aquí? -dijo con la voz rota por el deseo.
El se rió. Su risa era tan excitante como todo lo demás.
-¿Sabes una cosa que me gusta de esta camioneta? Que es muy espaciosa.
Se desabrochó la cremallera y levantó las caderas para quitarse los vaqueros. Madison no le quitaba ojo.
-En lugar de mirarme tanto, podías empezar a desvestirte.
Ella pestañeo inocentemente.
-¿No creo que me estés sugiriendo que me desnude?
-Sí, eso es exactamente lo que te estoy sugiriendo porque verte desnuda es una de las cosas que más me gustan en este mundo. Te quiero desnuda y abierta debajo de mí. Después, quiero deslizarme dentro de ti y acariciarte hasta que no puedas más -susurró él con intensidad.
El corazón de Madison comenzó a latir con más fuerza. Y el calor de su feminidad empezó a quemarle. Todo el cuerpo le empezó a arder; pero ahí, especialmente.
-De acuerdo, me has convencido -dijo ella levantándose la falda y quitándose las braguitas-. Recuérdame que no me las olvide -añadió ella, mostrándole una prenda diminuta de encaje negro.
El se la quitó de las manos y se la metió en el bolsillo del vaquero. Después, sacó un paquete de preservativos.
-Intentaré recordar que tengo que devolvértelas -dijo con una gran sonrisa.
Después, dejó los vaqueros al lado de la camisa.
-Necesitas ayuda con la falda y la blusa.
Ella sonrió.
-No, gracias. Creo que puedo arreglármelas -dijo, pensando que en su estado actual se habría sentido tentado de rasgarle la ropa.
-De acuerdo -dijo él mientras la miraba atentamente.
Contuvo el aliento al ver que no llevaba sujetador y que, al quitarse la blusa, sus pechos salía libres. Su ya rígido miembro se puso más erecto.
Madison miró a Stone.
Dios, lo deseaba tanto. Sus palabras la habían encendido y no le dio ninguna vergüenza quedarse desnuda en el vehículo. Estaba empezando a descubrir que con Stone podía ser civilizada y sofisticada y, a la vez, traviesa y alocada.
Él echó el asiento para atrás y el espacio se agrandó.
Ella se humedeció los labios mientras lo miraba, sobre todo, mientras miraba cierta parte de él.
-¿Estás seguro de que nadie va a vernos?
-Estoy seguro. Nunca dejaría que nadie te viera así; tengo intenciones de ser el único hombre que te vea desnuda.
Ella abrió la boca para decirle que aquello sonaba a declaración, como si tuviera intenciones de pasar con ella una buena temporada; pero antes de que pudiera decir nada, él aprisionó su boca con la suya y la atrajo hacia él.
Su beso era un fiel reflejo de todo lo que le había dicho que la deseaba; de todo lo que se había estado guardando durante las últimas semanas. Ahora, se estaba liberando y el gemido que surgió de la garganta de ella demostraba cuánto le gustaba.
Había echado de menos aquello, una oportunidad para gemir y gruñir a su antojo sin tener que preocuparse por si alguien la oía. Además, sabía que Stone tenía algo reservado para ella; sabía que iba a hacerla gritar.
Con un movimiento ágil y suave, la tumbó sobre el asiento y ella sintió aquella parte dura de él buscando su camino entre sus cálidos pliegues. Ella decidió que lo menos que podía hacer, ya que lo deseaba tanto, era ayudarlo. Alargó la mano y lo sujetó con fuerza. Estaba caliente, dura y grande.
-Llévala a casa, nena.
Las palabras de Stone, susurradas con una voz rota por el deseo hizo que una oleada de pasión le recorriera el cuerpo.
Él se puso las piernas de ella sobre los hombros y ella lo guió a donde él quería. Cuando entró, se coló hasta bien adentro y su gruñido de placer se confundió con el suspiro de satisfacción de ella.
El la miró a los ojos y el deseo que se reflejaba en su mirada, la afectó como nada la había afectado jamás.
Él sonrió y ella también.
-Ya sabemos que este vehículo es espacioso, ahora, vamos a ver lo que aguanta.
Antes de que ella se pudiera imaginar lo que quería decir, comenzó a empujar con frenesí. El .asiento se movía mucho y ella pensó que todo el vehículo debía estar moviéndose mientras el cuerpo de él se fusionaba con el de ella una y otra vez.
-No me canso de ti, Madison -gruñó él mientras seguía uniéndose a ella, sorprendido por la intensidad de su deseo. Apretó la mandíbula y un sonido silbante escapó entre sus dientes cuando ella apretó sus músculos alrededor de él, sin piedad. El reaccionó empujando aún más. Ella sintió su cuerpo convulsionarse y el grito que salió de su garganta fue tan fuerte que todos los animales salvajes que había por los alrededores debieron salir despavoridos. En aquel mismo instante, él pensó que se debía haber vuelto loco, especialmente, cuando la oyó explotar con otro orgasmo.
¡Maldición!, pensó Stone. Nunca había tenido una experiencia tan fulminante.
Se dejó caer extenuado en los brazos de ella. Era un milagro que la furgoneta no se hubiera desarmado. Desde luego, las ventanas estaban totalmente empañadas.
Levantó la cara para mirar a la mujer que tenía debajo de él. Todavía estaban unidos íntimamente y sintió que volvía a desearla. Y supo, sin ninguna duda, que no estaba loco sino totalmente enamorado.
-¿Qué tal fue la excursión? -preguntó Corey mientras se sentaba a la mesa para cenar.
-Estuvo bien -dijo Madison, rápidamente, mirando a Stone al otro lado de la mesa. Se alegró de que él no levantara la cabeza porque, si lo hubiera hecho, se habría notado algo. Después de hacer el amor en la camioneta por segunda vez, habían continuado hacia Cedar Canyon. Habían extendido una manta junto al lago y se habían tomado la comida que su madre les había preparado. Después, se habían desnudado y habían vuelto a hacer el amor sobre la manta antes de darse un baño. Hicieron el amor unas cuantas veces más antes de volver al rancho. Así pues, la excursión había estado más que bien.
Después de la cena, estaban sentados en el porche, charlando sobre el nuevo granero, cuando los perros se pusieron a ladrar. Corey se puso de pie.
-Parece que tenemos visita -dijo agudizando la vista. Una sonrisa iluminó su rostro-. Parece que son Quade y Durango y otras dos personas.
Todos se quedaron mirando a los jinetes. Madison pestañeó sorprendida de que Corey no reconociera a las otras dos personas, porque por el parecido debían ser de la familia. Los cuatro podrían pasar por hermanos. Miró a Stone, que estaba mirando a los otros dos hombres con curiosidad. Los cuatro jinetes desmontaron y se acercaron al porche.
-Durango, Quade, me alegro de veros –dijo Corey dándole a sus sobrinos unos abrazos. Después se dirigió hacia los otros dos hombres.
-Me llamo Corey Westmoreland, bienvenidos a mi rancho -después, frunció el ceño, como si al verlos se sintiera confundido. Los miró un segundo-. ¿Os conozco de algo? No me gusta mirar así, pero os parecéis un montón a mis sobrinos.
Quade se aclaró la garganta.
-Hay una razón para eso, tío.
Corey levantó las cejas con gesto interrogante.
-Seguro que Stone te dijo que alguien estaba buscándote -dijo Durango.
-Sí -asintió él.
Todos los demás permanecían en silencio.
Uno de los hombres, el más alto de los dos, habló:
-¿Recuerdas a Carolyn Roberts?
Corey dejó caer los brazos.
-Sí, me acuerdo de ella. ¿Qué tiene que ver ella con vosotros?
El otro hombre, que era tan alto como Corey contestó.
-Era nuestra madre.
-¿Era? -preguntó él, con suavidad.
-Sí, murió hace seis meses.
Corey meneó la cabeza con tristeza mientras recordaba a la mujer con la que había salido durante un año.
-Lo siento mucho. Tu madre era una buena mujer.
-Sí. Nos dijo, antes de morir, que tú eras un buen hombre -dijo el más alto. Corey dejó escapar un suspiro.
-Me alegro de que pensara así de mí.
-Eso no es todo lo que les dijo, tío Corey. Creo que tienes que oírlo todo —dijo Quade.
Después de mirar a su sobrino, Corey se volvió hacia los dos hombres.
-¿Qué más os dijo?
Los hombres se miraron antes de contestar.
-También nos dijo que tú eras nuestro padre.
Evidentemente, la noticia había afectado a Corey en lo más profundo, pensó Madison. Pero sólo había que mirar a los hombres para saber que aquella afirmación era cierta. Quade era muy guapo y le recordaba a Stone. Era callado, pero, cuando él hablaba, la gente lo escuchaba.
Luego estaban los otros dos hombres, hasta entonces, desconocidos. Se llamaban Clint y Cole.
Corey los invitó a pasar a la casa, para que le contaran toda la historia.
Cuando se sentaron en la mesa, parecía que todos estaban listos. Su madre, como la buena anfitriona que siempre había sido, preparó café y sacó unas galletas cuando los hombres rechazaron la cena.
Abby se sentó al lado de Corey. Madison entendía que su madre se quedara con ellos, pero, al ser un asunto familiar, pensó que debía dejaros solos. Cuando iba a salir de la habitación, Stone la agarró del brazo y casi la sienta sobre su regazo.
-Quédate -le dijo tan cerca de los labios que pensó que iba a besarla.
Ella miró a Quade que tenía una sonrisa misteriosa en los labios.
Sin decir nada, Madison se sentó en una silla al lado de Stone.
-¿Podéis empezar por el principio? -les rogó Corey a Clint y Cole.
Clint, el más alto, comenzó a hablar:
-Hace veintinueve años, mi madre tuvo trillizos.
-¡Trillizos! -exclamó Corey, levantándose ligeramente de su asiento. Clint asintió.
-Sí.
Corey meneó la cabeza.
-Los embarazos múltiples son muy comunes en mi familia; pero, ¡yo ni siquiera sabía que estaba embarazada!
-Lo sabemos. Nos dijo que se marchó sin decírtelo después de que rompierais. Se marchó a Texas, con unos tíos. Se presentó en su puerta con una historia inventada. Les dijo que se había casado con un hombre que iba de rodeo en rodeo y que había muerto en una competición. Les dijo que ese hombre se llamaba Corey Westmoreland. Incluso consiguió documentos falsos para probarlo. Nos imaginamos que hizo aquello porque sólo tenía veinticuatro años y sus tíos, su única familia, eran muy mayores y muy religiosos. Probablemente, la habrían mirado mal si les hubiera dicho que no estaba casada.
Clint hizo una pausa para dar un sorbo a su café y después continuó:
-De cualquier forma, se enteró de que iba a tener trillizos y, como ya se había acostumbrado a ser la señora Westmoreland, nos puso el apellido a nosotros. Era lo más normal. Crecimos pensando que nuestro padre había muerto antes de que naciéramos. Cuando nuestra madre estaba postrada en la cama nos contó toda la historia, a los pocos minutos murió.
Colé siguió con la historia.
-Nos dijo que nuestro padre era Corey Westmoreland, pero que no estaba muerto. No sabía dónde estabas. Nos pidió que te buscáramos y que te dijéramos que sentía mucho no haberte dicho nada de nosotros. Si te hubiera dicho lo de su embarazo seguro que habrías hecho lo más honesto y te habrías casado con ella; pero ella sabía que tu corazón pertenecía a otra. Creo que murió en paz después de contarnos la verdad.
Durante un rato, nadie dijo nada.
Stone le agarró la mano a Madison y se la apretó con fuerza. Parecía muy afectado y a Madison no le extrañaba porque a ella también le había conmovido la historia.
Corey se aclaró la garganta, pero todos notaron sus ojos húmedos.
-Le agradezco que me permitiera conocer la verdad después de todos estos años -se volvió a aclarar la garganta-. Me habéis dicho que erais trillizos. Eso significa que tengo tres hijos.
Clint se rió.
-Bueno, tienes dos hijos y una hija. Casey es una chica y la razón por la que no está aquí es porque le está costando asimilar todo esto. Mamá y ella estaban muy unidas y, encima, se entera de que su padre está vivo. Está pasándolo un poco mal.
Una vez más se hizo un silencio.
Entonces, habló Stone.
-¡Caramba! Otra chica Westmoreland. Nosotros creíamos que Delaney era la única -se volvió hacia sus primos con una sonrisa-. ¿También a vosotros os volvía locos como Delaney a nosotros?
Los dos hermanos intercambiaron una sonrisa.
-Locos es poco. Esperad a que la conozcáis. Ya lo entenderéis.
Madison estaba acurrucada en los brazos de Stone en la cama.
-Es una pena la muerte de Carolyn, pero, al menos la historia no ha acabado mal del todo: Clint y Cole han conocido a su padre y Corey se ha enterado de que tiene tres hijos.
Stone le dio un beso a Madison.
-Verás cuando toda la familia se entere. ¿Te diste cuenta de lo orgulloso que se ponía el tío al enterarse de que los dos eran guardas forestales?
Al rato, cuando Madison se quedó dormida, Stone salió de la habitación sin hacer ruido. Al salir al pasillo, se topó de cara con Durango.
-¿Parece que has estado de visita nocturna? -dijo Durango con una gran sonrisa.
-¿Por qué no estás en la cama como todo el mundo?
-Porque estaba buscándote. Al ver que no estabas en tu habitación, deduje que habías ido a darte un baño. Evidentemente, estaba equivocado.
-Evidentemente. ¿Para qué me buscabas?
-Para darte esto -dijo mostrándole un telegrama-. Llegó hace unos días.
Stone tomó el sobre y lo rasgó.
-¡Maldición!
-¿Malas noticias?
Stone meneó la cabeza.
-Es de mi agente. Quieren hacer una película de mi último libro y la oferta es de ocho cifras. Quiere que me presente en Nueva York dentro de dos días para dar la noticia en la feria del libro de Harlem.
Durango sonrió.
-¡Caramba, Stone! Eso es maravilloso.
-Sí -dijo él desganado-. Pero, ahora mismo no quiero estar en ningún otro sitio.
Durango levantó una ceja, confundido.
-¿Por qué no?
Stone no respondió.
-Entiendo.
-¿Qué es lo que entiendes, Durango?
-Entiendo, que esa chica de ciudad te ha atrapado como me atraparon a mí hace unos años. Hazme caso, ten mucho cuidado de no enamorarte. El dolor de corazón es muy duro.
Stone tomó aliento.
-Creo que tu consejo llega demasiado tarde.
Sin decir nada más, se marchó.
Stone miró el reloj mientras esperaba a que Madison bajara a desayunar. Se iba a marchar con Durango y Quade en menos de una hora. Clint y Cole se iban a quedar un tiempo con Corey.
-¿Stone? Mi madre me ha dicho que querías verme.
Stone la miró con una sonrisa y le tomó una mano entre las suyas.
-Durango me ha traído un telegrama. Mi agente quiere que esté en Nueva York para un tema relacionado con mi libro. Tengo que marcharme inmediatamente.
La cara de Madison mostró su decepción.
-Voy a echarte de menos.
El la abrazó con fuerza.
-Yo también. Volveré en cuanto acabe. ¿Estarás aquí cuando vuelva?
Ella lo miró a los ojos.
-No lo sé, Stone, yo...
-Por favor, espérame, Madison. Todavía no has estado en Yellowstone y quiero llevarte a que lo conozcas.
Ella sonrió con tristeza.
-Me gustaría.
Sin importarle quién pudiera aparecer por el pasillo, la abrazó con fuerza y la besó. Necesitaba llevarse eso de ella para aguantar hasta que volviera a verla. Después, pensaba tener una larga charla sobre su futuro juntos.
-Volveré en cuanto pueda -le susurró junto a los labios. Ella asintió.
-Estaré contando los días.
-Yo también.