Capítulo Ocho
Cuando llegaron a la cima de la montaña donde Corey Westmoreland vivía, Madison se quedó con la boca abierta.
Desde que había ido a Montana se había acostumbrado a un paisaje espectacular que nunca antes había visto. Aun así, la casa enorme que se veía en la distancia, situada entre un grupo de pinos bajo el cielo maravilloso de Montana, la dejó sin aliento.
-¿Para qué quiere alguien un lugar tan grande?
Él sonrió.
-Principalmente por su familia, especialmente sus sobrinos. Éramos once los niños que veníamos cada verano.
Madison pestañeó.
-¿Quieres decir que veníais todos juntos?
Él soltó una carcajada.
-Sí. Todos pensaban que el tío Corey estaba loco, pero confiaban en que nos mantendría a raya y bien ocupados. Eso hacía y a nosotros nos encantaba. Tengo unos recuerdos maravillosos de este lugar.
Madison asintió.
-Le deben gustar mucho los niños.
La sonrisa de Stone se desvaneció.
-Sí. Es una pena que no haya tenido sus propios hijos.
-¿A ti te gustan los niños? -le preguntó ella, mirándolo fijamente. El apartó la mirada.
-Sí, ¿por qué lo preguntas?
-Por nada. Quizá sea una pena que dentro de unos años te encuentres en la misma situación que tu tío.
El le sostuvo la mirada un rato, después, dijo en un tono muy bajo:
-Sí, quizá tengas razón. Vamos; lo más probable es que el tío Corey ya sepa que estamos aquí.
-¿Cómo puede saberlo?
-Porque él siempre sabe cuando alguien pisa su propiedad. Quizá no sepa de quién se trata, pero, definitivamente sabe que hay alguien.
Como para probar lo bien que Stone conocía a su tío, en el porche de la casa apareció la figura de un hombre. Llevaba puesto su sombrero de ala ancha y miraba hacia ellos fijamente, con una mano sobre los ojos, intentando averiguar la identidad de los intrusos. Al rato, una sonrisa se dibujó en su rostro; evidentemente, había reconocido a su sobrino.
Cuando se acercaron a él. Lo primero de lo que Madison se dio cuenta fue del gran parecido entre los dos hombres. Tenían los mismos ojos, la misma frente, la misma barbilla y los mismos labios.
Lo siguiente de lo que se percató fue de que para ser un hombre de cincuenta y cuatro años era muy atractivo. Al igual que sus dos sobrinos, era magnifico. Cuando se quitó el sombrero, vio que su pelo negro tenía algunas canas en las sienes que lo hacían aún más interesante. Además, parecía estar en una excelente forma física. Definitivamente, aquél era un hombre que podía atraer la atención de cualquier mujer y, decididamente, entendía por qué su madre lo había encontrado atractivo e irresistible.
En cuanto, Corey llegó a su lado, Stone paró el caballo y, de un salto, se puso al lado de su tío.
-¡Vaya, vaya, Stone! ¡Cuánto me alegro de verte! Casi me olvidé de que Durango me había dicho que vendrías de visita. Tengo el teléfono estropeado desde hace un par de semanas y he estado totalmente aislado de la civilización.
Corey Westmoreland se giró entonces hacia Madison, que todavía estaba sobre su caballo mirándolo.
-¿Qué tal, señorita? -la saludó llevándose una mano al sombrero-. Bienvenido a la Montaña de Corey. ¿A quién tengo el gusto de saludar?
Madison notó la expresión de diversión en los ojos oscuros de Corey Westmoreland y supo que él había llegado a la conclusión de que estaba allí porque Stone y ella eran amantes. En parte tenía razón.
El hombre le ofreció la mano para ayudarla a desmontar y ella la aceptó. Stone fue a su lado.
-Me llamo Madison Winters y he venido a ver a mi madre.
Durante un momento nadie dijo nada, después, Madison percibió cómo la mirada de Corey se llenaba de ternura.
-¿Así que, tú eres Madison? He oído hablar mucho de ti. Abby se alegrará de verte.
Madison asintió mientras intentaba leer alguna señal de que no lo decía en serio.
-No sabe que venía.
Él se rió.
-Eso no importa. Esperaba que hubieras recibido sus mensajes y que no estuvieras preocupada. Con el teléfono estropeado, no podía llamarte más. Espero que Liam se recupere pronto y lo arregle.
-¿Liam?
-Sí. Es otro ranchero que vive en la montaña de enfrente. También es electricista y suele arreglar todas las averías -Corey se quitó el sombrero y se pasó una mano por la frente-. Pero ya basta de charla, seguro que estás deseando ver a tu madre.
-La verdad es que sí -dijo ella mirando a su alrededor-. ¿Está todavía aquí?
El ranchero la miró con una sonrisa.
-Sí. Entra en la casa y la verás enseguida. Cuando yo salí estaba preparando la cena.
Madison pestañeó incrédula.
-¿La cena? ¿Mi madre?
-Sí.
Madison frunció el entrecejo. No recordaba la última vez que su madre había cocinado algo. Se volvió a Stone.
-¿Vienes?
El meneó la cabeza.
-Más tarde. Tengo que hablar con el tío Corey de algo.
Ella asintió. Sabía que aunque quizá era cierto que tenía que hablar con su tío, lo más probable era que quisiera dejarla a solas con su madre.
-De acuerdo -sin decir nada más, caminó hacia la casa sola, preguntándose qué le iba a decir a su madre cuando la viera.
Madison abrió la puerta cuidadosamente y entró en la casa. Escuchó el sonido de una mujer tarareando e, inmediatamente, reconoció la voz de su madre. Rápidamente, echó un vistazo a su alrededor. El interior de la casa de Corey era tan impresionante como el exterior. Los muebles eran de madera y de cuero y estaban hechos para durar para siempre. El lugar parecía limpio y se notaba que había gente viviendo. Varios jarrones con flores le daban el toque femenino.
-La cena casi está lista, Corey. Creo que después nos podríamos dar un baño en el jacuzzi, ¿qué opinas?
Madison tragó con dificultad al escuchar la voz de su madre. Evidentemente, había oído la puerta y había deducido que se trataba de Corey.
Tomó aliento y cruzó el salón hacia la cocina. Su madre, la siempre impecable Abby Winters, estaba inclinada mirando dentro del horno. Llevaba unos vaqueros, una camiseta ajustada, estaba descalza y llevaba el pelo suelto por la espalda. Siempre se había cuidado mucho y tenía una bonita figura; la ropa que llevaba demostraba lo bien que estaba.
Madison pestañeó, no estaba segura de si aquella mujer sexy que estaba en la cocina de Corey era su madre. Más bien parecía una mujer de unos treinta años, en lugar de una señora que acababa de cumplir los cincuenta.
Además, le costaba creer que la mujer que normalmente llevaba trajes de chaqueta, zapatos de tacón y el pelo recogido en un moño fuera la misma persona que tenía delante de ella.
-¿Mamá?
Abby Winters giró la cabeza y se encontró con la mirada incierta de Madison. Pestañeó con fuerza, como para asegurarse de que de verdad era su hija y, después, con una sonrisa enorme, cruzó la habitación hacia ella con los brazos abiertos.
-Maddy, ¿qué estás haciendo aquí? -le preguntó, mientras le daba un abrazo enorme.
-Quería asegurarme de que estabas bien -respondió ella.
Su madre levantó una ceja preocupada.
-¿No escuchaste mis mensajes de que me iba a quedar más tiempo?
-Sí, pero tenía que ver con mis propios ojos que estabas bien.
Abby volvió a abrazarla.
-¡Oh, cielo! Siento mucho que te preocuparas por mí porque estoy bien.
Madison suspiró. Necesitaba escuchar algo más que eso; pero antes de que pudiera abrir la aboca para decir algo, escuchó la puerta principal y Stone y Corey entraron en la casa. Vio la expresión de la cara de su madre y después la del tío de Stone. Si tenía alguna duda de lo que había entre ellos, desapareció inmediatamente al ver la mirada de complicidad que intercambiaron. Estaba bien que ya estuvieran en la cocina porque podía sentir el calor que corría entre los dos.
Madison se aclaró la garganta.
-Mamá, éste es Stone, el sobrino del señor Westmoreland y amigo mío. Stone, te presento a mi madre, Abby Winters.
Vio a Stone pestañear y supo que el dibujo tan sofisticado que le había hecho de su madre no tenía nada que ver con lo que estaba viendo. El dio una paso hacia delante y le estrechó la mano.
-Encantado de conocerla, señora Winters.
Abby Winters sonrió afable.
-Para mí también es un placer, Stone. Corey habla maravillas de ti y, además, he leído todos tus libros. Son estupendos.
-Gracias.
-Y, por favor, llámame Abby -miró a Madison-. ¿Cómo os habéis conocido?
-En el vuelo -respondió Stone antes de que Madison pudiera decir nada. La sonrisa de Abby se amplió.
-Qué bien. Me alegro de que Maddy viajara acompañada; le da pánico volar.
La habitación se quedó en silencio y Abby habló de nuevo.
-Corey y yo estábamos a punto de cenar. El os enseñará dónde podéis quedaros y después comeremos juntos. Seguro que tenéis hambre.
Lo que Madison tenía era mucha curiosidad por saber lo que había entre Corey y ella; pero pensó que ya hablarían más tarde.
-De acuerdo.
Tomó aliento y Stone y ella siguieron a Corey.
-¿Así que, no tienes ni idea de quién está investigándote, tío Corey? -preguntó Stone más tarde a su tío mientras tomaban el fresco en el porche.
La cena había estado deliciosa. Madison y su madre estaban dentro recogiendo; seguro que Madison estaba aprovechando para enterarse de todo sobre la relación de su madre con Corey. Su tío todavía no le había contado nada y actuaba como si aquella situación fuera la más normal del mundo.
Corey se apoyó en un poste.
-No, no tengo ni idea -dijo meneando la cabeza confundido-. Pero si Quade se va a ocupar del asunto, ya sólo me queda esperar -después, miró a su sobrino-. Madison es una preciosidad; me recuerda Abby cuando era más joven.
Stone miró a su tío sorprendido.
-¿Ya la conocías?
Corey se rió divertido.
-Por supuesto. ¿Creías que nos acabábamos de conocer?
Stone meneó la cabeza como para aclarar su mente.
-Diantre, tío, no sabía qué pensar y Madison estaba aún más confundida.
Corey asintió.
-Seguro que Abby se lo estará explicando todo.
Stone se cruzó de brazos.
-¿Qué te parece si tú me lo explicas a mí?
Corey dejó escapar un suspiro.
-De acuerdo. Vamos a dar un paseo.
Tomaron el sendero que conducía al arroyo y que Stone recordaba tan bien. El sol ya se había puesto, pero todavía no había oscurecido del todo. El aire olía a pino.
-Abby y yo nos conocimos durante mi último año en la escuela. Ella había ido con su padres a visitar el parque de Yellowstone, era su premio por acabar el instituto. Yo trabajaba a media jornada en el parque y nunca olvidaré el día que la vi. Apenas tenía dieciocho años y yo pensé que me había muerto y que estaba en el cielo. Cuando tuve la oportunidad de hablar con ella sin sus padres delante, supe que me había enamorado y que nunca la olvidaría -dijo con una sonrisa-. Y ella sintió lo mismo. Fue amor a primera vista y la atracción también fue inmediata -la sonrisa se desvaneció—. Pero era un amor imposible porque ella estaba a punto de comprometerse con otro hombre, un chico que estudiaba en Harvard. Su familia lo había elegido por ella, uno de esos matrimonios concertados entre familias. Yo sabía que Abby no iba a contradecir a sus padres. Además, yo tampoco estaba en posición para pedirle que se quedara conmigo. La familia de su novio tenía dinero y yo ni siquiera tenía trabajo estable. Cuando se marchó no volví a verla nunca; pero se llevó mi corazón. Entonces, supe que nunca me casaría porque había perdido para siempre a la mujer a la que quería.
Stone asintió, preguntándose cómo se sentiría uno al perder para siempre a la mujer a la que amaba.
-¿No hubo ninguna otra mujer en estos años?
Corey meneó la cabeza.
-No. Hubo una mujer con la que estuve saliendo un año o dos después, cuando trabajé de guardabosques en las montañas de Tennessee. Intenté que todo saliera bien, pero no pude. Estuvimos juntos casi un año, pero ella sabía que mi corazón pertenecía a otra mujer. Y un día se marchó y nunca más supe de ella.
Stone volvió a asentir.
-Así que, ¿cuando viste a Abby hace tres semanas, fue la primera vez que os veíais en treinta y dos años?
Corey sonrió.
-Sí. Y nos reconocimos de inmediato. Además, la chispa aún estaba ahí. Y, después de unas horas juntos, contándonos nuestras vidas, decidimos hacer lo que no habíamos hecho entonces: marcharnos y estar solos. Después de hablar con ella tenía claro que ella había vivido una vida tan solitaria como la mía y pensamos que nos debíamos algo y decidimos comenzar a disfrutar de la vida y ser felices. Sólo lleva aquí tres semanas, pero ha traído felicidad a mi vida. Ahora no me puedo imaginar sin ella y ella me ha asegurado que siente lo mismo.
Stone se paró y miró a su tío.
-¿Estás diciéndome algo?
Una sonrisa enorme apareció en la cara de Corey Westmoreland.
-Le he pedido a Abby que se case conmigo y ha aceptado.
Madison miró a su madre en estado de shock.
-¿Casarte? ¿Corey y tú?
Abby sonrió a su única hija mientras le pasaba una bandeja para que la secara.
-Sí y yo he aceptado.
-Así que, yo tenía razón al pensar que papá y tú nunca os habíais querido.
Abby tomó las manos de su hija entre las de ella.
-En cierta forma, tu padre y yo nos quisimos; pero no de la manera que quiero a Corey. Mientras tu padre estuvo vivo, yo me empeñé en que nuestro matrimonio funcionara, y lo conseguí. Madison, siempre le fui fiel a tu padre y fui una buena esposa.
Madison sabía que era verdad.
-¿Así que, viniste aquí con la esperanza de encontrar a Corey de nuevo?
Abby sonrió mientras meneaba la cabeza.
-No. Yo me imaginaba que Corey estaría casado y con hijos. Sabía que quería ser guardabosques, pero ni siquiera sabía que vivía aquí. Imagínate mi sorpresa cuando aquella noche entró en el restaurante donde estaba cenando con mis amigas. El me miró y yo lo miré a él y fue como si no hubieran pasado los años. Enseguida supe que todavía lo amaba y que la parte más feliz de mi vida había sido el verano que pasé con él.
Apretó las manos de Madison entre las suyas.
-Pero eso no quiere decir que tu padre no me hiciera feliz. Sólo significa que con Corey puedo ser alguien que nunca pude ser con tu padre.
En cierta manera, Madison entendía lo que le quería decir. Durante los dos últimos días, se había comportado con Stone como nunca lo había hecho con Cedric.
-¿Cuándo es la boda?
-Dentro de unos meses.
-¿Qué va a ser de ti? ¿De tu vida de Boston?
Abby sonrió.
-Por lo que respecta al centro, puede seguir funcionando sin que yo esté allí. Y mis amigas, las buenas, seguro que se alegran por mí. Lo único que realmente me preocupa eres tú. ¿Lo entiendes? -preguntó su madre mirándola fijamente.
Madison la miró a los ojos. Sabía lo que se sentía al desear ser feliz, principalmente porque también sabía lo que se sentía al estar enamorada. Por raro que pudiera parecer, su madre todavía amaba a Corey después de tantos años. ¡Su amor había sido tan fuerte que había aguantado treinta años de separación! Ella sabía que su madre estaba esperando una respuesta. También sabía que esa respuesta era muy importante para ella. Abby Winters tenía razón: las personas que de verdad la querían entenderían su necesidad de ser feliz.
Madison abrazó a su madre.
-Sí, mamá, claro que te entiendo y soy muy feliz por ti. Si casarte con Corey Westmoreland te hace feliz, entonces, yo también soy feliz.
Abby abrazó a su hija.
-Gracias, cariño.
Stone miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Eran más de las doce y seguía sin poder dormir. Tenía a Madison en la cabeza. Su madre y ella se habían unido a ellos en el porche y ella había felicitado a su tío por la boda, incluso se había atrevido a darle un abrazo y darle la bienvenida a la familia. El tío Corey había hecho lo mismo con ella.
Después, Madison les había dicho que estaba cansada y que quería irse a la cama. El sabía que ella no se cansaba con facilidad, así que, lo más probable era que aquello fuera sólo una excusa para pensar en los nuevos acontecimientos.
Saltó de la cama y se puso los vaqueros. Abrió la puerta despacio y salió al pasillo. Había recorrido ese pasillo muchas veces y se conocía muy bien todos sus recovecos. La habitación de Madison estaba a dos puertas de distancia de la de él. Se preguntó cómo se sentiría al saber que su madre y el tío Corey probablemente estaban compartiendo la cama, especialmente, desde que les habían contado que pensaban casarse.
Abrió la puerta sigilosamente y pasó. En cuanto entró en la habitación, la vio de pie junto a la ventana. Llevaba un camisón muy ligero que se trasparentaba con la luz de la luna.
-Madison -susurró su nombre y ella se volvió.
-¿Stone?
Sin responder, él cruzó la habitación, la tomó en sus brazos y la besó. Necesitaba saborearla. Su respuesta hizo que el beso cobrara intensidad y, cuando su lengua se enredó con la de ella, los gemidos ahogados que brotaron de su garganta casi lo llevan al límite.
El se separó con suavidad.
-Estuviste muy callada durante la cena. ¿Estás bien?
Ella asintió contra su pecho y él la apretó con más fuerza.
-Son felices juntos, Madison -le dijo, intentando darle más confianza.
Ella se apartó unos milímetros y miró hacia arriba.
-Lo sé, Stone, y eso es lo que me parece tan triste. Han estado todos estos años enamorados sin poder estar juntos.
Stone asintió.
-Sí, mi tío me lo dijo.
Madison dejó escapar un suspiro.
-Fue amor a primera vista. Pero ella estaba desuñada para otro hombre.
Stone la miró.
-¿Cómo te hace sentirte eso?
-Me dan pena los tres. Me parece ridículo que los padres tengan que planear los matrimonios de sus hijos. Yo nunca le haría algo así a mis hijos.
Stone le estaba frotando la espalda. De repente se paró.
-¿Hijos? ¿Piensas tener hijos?
Ella sonrió.
-Sí, claro. Algún día.
El asintió. Aquello también significaba que pensaba casarse algún día. Maldición. Desde luego, ese pensamiento no le hacía ninguna gracia.
-Tienes que meterte en la cama e intentar dormir un poco.
Los ojos de ella se iluminaron.
-Sólo me meteré en la cama si tú te metes conmigo.
El meneó la cabeza.
-¿Con tu madre y el tío Corey al otro lado del pasillo? No creo que sea una buena idea -no quiso decirle que dudaba que pudiera estar tumbado junto a ella sin hacerle el amor y sus relaciones sexuales solían ser bastante ruidosas.
-Por favor. Te prometo que me voy a portar bien. Sólo quédate conmigo un rato.
Él la miró y supo que no tenía ninguna intención de comportarse bien. Si se quedaba tendría que tener suficiente fuerza de voluntad para controlarse por los dos.
-De acuerdo. Me quedaré contigo un rato.
-Gracias, Stone.
Caminó con ella hasta la cama y apartó las sábanas. Ella se metió dentro y él, a su lado, rodeándola con los brazos. Ella acomodó su cuerpo contra él y sintió cómo crecía su erección a través de los vaqueros.
-¿No estarías más cómodo si te quitaras los pantalones? -preguntó con fingida inocencia. El la apretó con fuerza.
-Duérmete, Madison -le gruñó al oído.
-¿Estás seguro de que quieres que haga eso?
-Sí, estoy seguro. Ahora, duérmete.
El sabía que no quería que ella se durmiera; pero, en aquellas circunstancias, no tenía más remedio. No le habían pasado por alto las miradas de su tío durante la cena. Su tío y Abby sentían curiosidad por ellos dos. Aunque no habían preguntado nada, se habían quedado muy callados cuando Madison, inocentemente, les había dicho que habían estado dos días en la cabaña de los Quinn.
Al cabo de un rato, lo único que se oía en la habitación era la respiración acompasada de Madison. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en los labios, después, salió de la cama para volver a su habitación. Antes de cerrar la puerta, se volvió hacia ella y supo que si él hubiera estado en la piel de su tío hacía treinta años y si Madison hubiera sido su madre, de ninguna manera la habría dejado ir para casarse con otro hombre.
Por nada del mundo habría dejado él que algo así pasara.