Capítulo Siete

Stone se apoyó sobre un codo y miró a la mujer que estaba durmiendo a su lado. Lo que Madison le había dicho el día anterior era cierto: tenía mucha energía.

No pudo evitar una sonrisa al pensar en las veces que habían hecho el amor durante la noche; el cuerpo de ella lo había tomado, absorbido, satisfaciéndolo y pidiéndole todo lo que pudiera dar. Y él le había dado mucho; todo lo que tenía y le había hecho el amor hasta que no había podido más. Sólo entonces, ella se había quedado dormida, con su cuerpo entrelazado con el de él.

El también se había quedado dormido, pero, en aquel momento, estaba muy despierto y totalmente excitado. La deseaba de nuevo. Miró a sus cuerpos entrelazados por la cadera y le gustó lo que vio. Le gustó mucho.

Tomó aliento y reconoció que había compartido con Madison algo que no había comparado antes con ninguna otra mujer. Lo había compartido «todo».

Por ella había bajado la guardia.

Bajó los ojos hasta su pecho desnudo. Su atracción por ella sólo era física, intentó convencerse a sí mismo. Entonces, recordó cómo se había sentido emocionalmente, cada vez que ella había gritado su nombre mientras la embargaban voluptuosas oleadas de éxtasis. De acuerdo, tenía que reconocer que siempre recordaría esa noche, pero se negaba a aferrarse a ella y a empezar a pensar que había sido algo más que pura pasión. Le había enseñado algo; eso era todo. Nada del otro mundo. Había deseado demostrarle lo que dos personas podían hacer con el deseo, un deseo incontrolable de tan ardiente que era. Y eso había hecho. Lo único que le quedaba era encontrar a su madre y al tío Corey.

Frunció el entrecejo al pensar lo que iba a suceder después de eso. Cuando Madison viera que su madre estaba bien, probablemente volvería a Boston. El volvería al rancho de Durango y haría lo que había ido a hacer: empezaría a trabajar en su nuevo libro.

¿Por qué aquella idea de llevar caminos separados le rasgaba las entrañas? ¿Por qué sólo pensar que ella podía comparar con otro su pasión recién descubierta hacía que la llevaran los diablos? Había hecho el amor con otras mujeres y nunca le molestó pensar que podían acostarse con otros hombres cuando la relación con él acabara. De hecho, siempre le había aliviado bastante.

Tomó aliento. Necesitaba alejarse de Madison para poder pensar con claridad. Ella estaba haciendo que deseara cosas que ninguna otra mujer le había hecho desear y eso no le gustaba un ápice.

Se separó de ella con cuidado y saltó de la cama. Se puso los vaqueros sin molestarse en ponerse la ropa interior. No quería que se despertara porque no sabía qué iba a hacer ni a decir.

Antes de salir de la habitación, se volvió a mirarla y deseó no haberlo hecho. Estaba durmiendo acurrucada con una sonrisa de satisfacción en los labios. Parecía una mujer hecha para la pasión y sintió que todos los músculos de su cuerpo se endurecían por el deseo de volverle a hacer el amor.

Meneó la cabeza y se obligó a mirar hacia otro lado. Tenía que alejarse. Salió de la habitación a paso ligero y cerró la puerta tras él.

Madison se estiró y comenzó a abrir los ojos, cegada por la luz que entraba por la ventana. Sintió algunos músculos doloridos, unos múscuos que hacía mucho que no utilizaba. Sonrió. Desde luego, la noche anterior, sí los había utilizado.

Se sentó en la cama y miró alrededor, preguntándose dónde habría ido Stone. La noche anterior habían decidido que se levantarían temprano para llegar a la casa de su tío antes de que cayera la noche; pero, ahora, se sentía muy perezosa. Lo único que le apetecía era quedarse en la cama y esperar a que él regresara.

Un escalofrío la recorrió al recordar las cosas que habían hecho la noche anterior. El la había despertado a la pasión más sensual. Con Stone había sentido emociones y hecho cosas totalmente nuevas para ella. Sintió que se ponía colorada al recordar cómo él la había acariciado, cómo la había besado por todo el cuerpo, cómo le había hecho el amor. Tenía su aroma pegado a la piel, un aroma muy viril y sexy.

  ¿Qué había en Stone Westmoreland que había hecho que se olvidara de su prudencia y que hiciera lo que había hecho? ¿Qué había en él que la hacía desear volver a repetir la experiencia?

El tiempo pasaba y Stone no volvía a la cama. Tampoco se oía ningún ruido al otro lado de la puerta y Madison decidió averiguar dónde estaba.

¿En qué estaría pensando ahora por la mañana? ¿Se arrepentiría de lo que habían hecho? ¿Pensaría que ella esperaba algo de él ahora que habían hecho el amor? Recordaba perfectamente que él le había explicado que no pensaba casarse. Creía en el matrimonio, pero pensaba que no estaba hecho para él.

Dejó escapar un suspiro y salió de la cama. Miró la ropa que había por el suelo y decidió ponerse la camisa de Stone. Le llegaba por la mitad del muslo y le gustaba cómo le quedaba; además, simbolizaba que ella le pertenecía a él y viceversa.

Meneó la cabeza preguntándose cómo se le habría ocurrido aquello y decidió no volver a pensar en eso. Stone no estaba buscando una relación seria, ni ella tampoco.

Madison lo buscó por la casa, pero no lo encontró. Salió al porche y, entonces, lo vio. Estaba en la distancia, sin camisa, cabalgando sin montura, con una manta sobre el caballo.

Se apoyó en la columna y lo observó. Él le había dicho que sabía manejar un caballo y aquella manera de montar corroboraba sus palabras.

Algo lo hizo mirar a donde ella estaba y, cuando la vio, ella se quedó sin aliento. Trotó hacia ella y paró a su lado.

-Buenos días, Madison.

-Buenos días, Stone.

Una parte de ella le decía que debería sentir vergüenza por su manera de comportarse la noche anterior y por todo lo que habían hecho. Pero ella no tenía vergüenza. De hecho, ni siquiera le importaba estar delante de él con sólo su camisa encima. Parecía que toda su buena educación de Boston se había vuelto al norte sin ella.

Echó la cabeza hacia atrás para mirarlo. Tenía un aspecto muy sexy. Su mirada se perdió en la de él y sintió un calor que le empezaba a nacer entre las piernas. La mirada de él se oscureció por el deseo.

-Monta conmigo -dijo él con voz ronca. Su voz era tan sensual que ella sintió un escalofrío.

Sin preguntarle dónde iban a ir o sin importarle que iba semidesnuda, aceptó la mano que él le ofrecía. Con un movimiento ágil, la levantó y, en lugar de sentarla detrás de él, la sentó delante y de frente. Después, la abrazó y puso el caballo al trote.

Cuando se alejaron un poco de la cabaña, disminuyó el ritmo. Al principio, ella se sentía incómoda cabalgando de frente a él; especialmente por la manera en que la miraba. Tampoco ayudó nada cuando el caballo se paró y comenzó a comer hierba. El comenzó a comerla a ella.

Se inclinó hacia ella y capturó sus labios, besándola con tal intensidad que el fuego empezó  a consumirla. Ella lo rodeó con los brazos mientras disfrutaba del beso.

-¿No tienes miedo de que nos caigamos del caballo? -preguntó ella cuando él se separó.

-No. Sólo tienes que mantener el equilibrio.

 Ella se preguntó cómo era posible mantener el equilibrio mientras la cabeza daba tantas vueltas. El beso de Stone le había puesto del revés y ella se sentía mareada por el impacto.

-Te queda bien mi camisa -dijo él mientras desabrochaba el primer botón. Después, fue el segundo, después, el tercero.

-¿Stone? ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella sin aliento.

-Desvistiéndote.

Aquello estaba claro. Madison miró a su alrededor.

-Pero... pero estamos aquí fuera.

-Sí, pero estamos solos. Tú, yo y el caballo. Y él está muy ocupado comiendo para preocuparse por lo que nosotros hacemos.

-Sí, pero...

No pudo decir nada más porque él volvió a besarla. Sin que se diera cuenta, Stone se deslizó del caballo con ella en brazos, agarrando la manta al mismo tiempo.

Cuando el beso terminó, la dejó en el suelo.

Stone pensó en lo distinta que era de cualquier mujer con la que hubiera estado. Con Madison perdía el control y se preguntaba si ella sabía lo seductora que era; le daba la sensación de que no tenía ni idea.

Stone la había dejado sola en la cabaña porque necesitaba aclarar las ideas, pero en lo único en lo que había logrado pensar mientras había estado cabalgando había sido en ella. No podía quitarse de la cabeza lo que le había hecho sentir aquella noche. Tampoco, la sonrisa de felicidad de su rostro después de llegar a la cima. Ella se había apretado contra su pecho y se había quedado dormida entre sus brazos como si ése fuera el sido exacto donde quisiera estar. Como si ése fuera el sitio exacto al que perteneciera.

Con ese recuerdo firmemente grabado en la mente, levantó la mano y comenzó a acariciarle el pelo; necesitaba tocarla. La observó atentamente mientras sus ojos se oscurecían y con respiración agitada entreabría la boca.

Él la agarró por la nuca y acercó la boca a la de ella, a escasos milímetros le susurró:

-Quiero hacerte el amor bajo el cielo de Montana.

Ella cerró los ojos cuando sus labios se juntaron. Después, lo miró con deseo e incertidumbre. El la acarició con la esperanza de que lo último desapareciera, de que sólo quedara lo primero. En seguida, pareció que lo conseguía.

-Yo también quiero hacerte el amor bajo el cielo de Montana -le susurró cuando ya sólo había deseo en su corazón. Su voz sonó tan baja que él apenas la escuchó.

Stone tomó aliento al darse cuenta de la intensidad de su deseo por ella. La tomó de la mano y la llevó por un sendero entre la hierba verde de la pradera. Cuando encontró lo que consideró un lugar perfecto, extendió la manta sobre la hierba, se sentó y la sentó a ella encima.

Con su boca capturó la de ella y con una mano temblorosa, acabó de quitarle la camisa. Después de un beso largo y apasionado, se levantó y se quitó los vaqueros, no sin antes sacar una caja de preservativos del bolsillo.

«Es un hombre hermoso», pensó Madison mientras lo observaba ponerse el preservativo con manos temblorosas. Su pecho era ancho y musculoso y, en aquel momento, cubierto de gotas de sudor. Sus muslos eran fuertes y sus glúteos firmes, y aquella enorme erección le prometía más de lo que ya habían compartido la noche anterior. Ella tomó aliento.

Sentía que le dolía todo el cuerpo del deseo que le producía mirarlo. Era como si sintiera que un orgasmo estaba creciendo dentro de ella y eso que él sólo la había besado; pero su mirada estaba cargada de promesas de placer y satisfacción. Y ella lo quería todo.

Quería a Stone Westmoreland. No quería pensar en las implicaciones de aquella afirmación. Por el momento, no se podía permitir aquel lujo. Lo único en lo que quería pensar era en las emociones que recorrían su cuerpo. Se obligó a concentrarse en lo que estaba sintiendo mientras una vocecilla le susurraba: «Vive el momento. Disfruta de este instante con él al máximo».

Cuando Stone terminó de ponerse el preservativo, hizo una pausa para mirarla. La noche anterior, mientras hacían el amor, se había sentido unido a ella en plenitud. Era como si hubieran formado un tándem imposible de ignorar. Ya pensaría en eso más tarde; porque, en aquel momento, lo único que deseaba era hacerle el amor a aquella mujer que tenía encima de la manta, mirándolo con los ojos llenos de pasión.

Dejó escapar un suspiro y se preguntó cómo podía haber sobrevivido treinta y tres años sin saber de ella. Era hermosa, exquisita y, por el momento, era suya.

Suya.

Tomó aliento, sabiendo que tenía que decir algo y que tenía que elegir sus palabras con mucho cuidado. Quería que ella supiera que aquélla no era una relación sexual más. Que lo que habían compartido la noche anterior había sido especial para él. Que había sentido cosas totalmente nuevas y que lo había acariciado como no lo había hecho nadie.

Cuando abrió la boca para decir algo, Madison se inclinó hacia él y le puso un dedo en los labios. No estaba preparada para oír lo que él tenía que decirle, especialmente, si se trataba de algo que pudiera romper el hechizo del momento, de lo que había entre ellos. No quería que él le dijera una vez más qué tipo de hombre era. Sabía que no estaba buscando ninguna relación seria y lo respetaba, pero no quería oírlo. Ninguno de los dos podía pasar por alto la pasión y el deseo de los dos y ella, por el momento, no quería pensar en nada más.

El le había enseñado muchas cosas. Se lo había enseñado todo. Hasta le había enseñado lo que se sentía al estar enamorada.

Porque ya no le cabía ninguna duda de que se había enamorado irremediablemente de él.

El apartó los dedos de sus labios y se acercó a su boca; primero para acariciarla, después, para  devorarla con pasión. Ella sintió que su deseo se acrecentaba y que un calor intenso le recorría las venas. Tiró de él hacia ella, con la determinación de repetir en aquel momento lo que habían compartido por la noche.

El se separó de ella y con las manos y la boca se dedicó a volverla loca. Ella se retorció y gimió bajó él, suspirando su nombre, estirándose para tomar entre sus manos aquella parte de él que tanto deseaba.

Cuando tuvo la plenitud de su erección en sus manos, lo sujetó y lo miró a los ojos.

-¿Listo?

El calor de su mirada y la sonrisa de sus labios se lo dijeron todo. La pasión era tan intensa que apenas logró susurrar:

-Listo.

Ella lo soltó y él, con toda su potencia, buscó entre los pliegues de su feminidad hasta que encontró la abertura donde quería entrar. Con un movimiento suave de las cadera penetró en la cavidad húmeda y caliente de ella. La agarró por las caderas y ella lo envolvió con las piernas. Entonces, él entró aún más y ella sintió cada centímetro de su parte más íntima, todo. Él se movió hacia fuera y hacia dentro en su interior mientras sus labios la devoraban.

No dejó de besarla hasta que un gemido surgió de su garganta. El placer creció en espiral dentro de él. Aumentó el ritmo y su cuerpo comenzó a moverse más rápido, impulsándose con más fuerza y más adentro. Con todo su ser empujó para satisfacer a la mujer a la que le estaba haciendo el amor. Ella comenzó a temblar con un orgasmo que la hizo gritar y él supo que había conseguido su propósito.

Echó la cabeza hacia atrás cuando sintió que sus contracciones aumentaban y supo que durante toda su vida, recordaría aquella vez que le hizo el amor bajo el cielo de Montana. Entonces, sintió que el cuerpo de ella explotaba con otro orgasmo. El estaba allí con ella y continuó yéndose hasta que no le quedó nada más que dar.

-¡Stone!

-¡Madison!

Todo se transformó en un momento de debilidad sensual y él cautivó su boca; necesitaba estar unido a ella desde arriba hasta abajo. Ella le devolvió el beso con la misma intensidad, respondiendo a cada caricia deliciosa de su lengua.

Al rato, Stone se deslizó a un lado y la tomó en brazos, apretándola contra él. Ella escondió la cara en el hueco de su cuello y él no pudo evitar preguntarse cómo iba a arreglárselas cuando ella volviera a Boston.

-¿Estás segura de que no te importa pasar aquí otra noche?

Madison lo miró desde el otro lado de la mesa. Habían vuelto a hacer el amor al volver a la cabaña y, después, se habían quedado dormidos. Se habían despertado con hambre al cabo de unos horas y, después de vestirse, o medio vestirse, habían entrado en la cocina. Para ser dos personas que se enorgullecían de tener una energía inagotable, parecían bastante agotados.

Sorprendentemente, los armarios de la cocina no estaban vacíos. Había bastantes latas y decidieron compartir una sopa de tomate.

-Sí. Siempre que tengamos comida -dijo ella con una sonrisa-. Además, pronto se hará de noche.

El asintió y estiró una mano para agarrar la de ella.

-¿Te arrepientes de que no hayamos salido a primera hora como teníamos planeado?

Ella lo miró a los ojos.

-No.

Volvieron a la cama y volvieron a hacer el amor y, después, se vistieron para dar un paseo fuera.

-¿Estás lista para mañana? -le preguntó Stone, mientras caminaban agarrados de la mano junto al arroyo.

Ella lo miró. Delante de ellos había una espléndida puesta de sol.

-No. He estado tan absorta con lo que hemos estado haciendo que no he tenido tiempo de pensar en ello. Y quizá eso sea bueno.

-¿Por qué?

-Porque al compartir estos momentos contigo he abierto los ojos a otro mundo. No me gusta pensar en la vida amorosa de mis padres; ¿y si mi madre no hubiera experimentado con mi padre nada tan rico y tan profundo como la pasión que nosotros hemos compartido?

Stone la abrazó con fuerza.

-Quizá tus padres compartieron la pasión al principio -dijo él, aunque sabía muy bien a lo que ella se refería.

-Voy a hacer lo que tú me aconsejaste.

-¿Qué es?

-Mantener la mente abierta y no prejuzgar.

El asintió.

-Seguro que tu madre te lo agradece. Probablemente, se sorprenderá enormemente al verte. Lo último que necesita es que la trates como si fuera un niña traviesa.

Madison tomó aliento.

-¿Crees que cometí un error al venir hasta aquí?

Él apoyó sus manos en la cintura de ella; tenía que ser sincero.

-Al principio, eso pensé; pero, ahora, sé que eres así. Estabas preocupada por tu madre. Creo que ella lo entenderá.

Madison también lo esperaba. Cuanto más se acercaba el momento de encontrarse con ella, más nerviosa se ponía al pensar en sus motivos para ir a buscarla. ¿Qué derecho tenía ella a interferir en la vida de su madre? Pero, después de todo, era su única familia y tenía derecho a preocuparse por ella. Sólo debía enfocar las cosas de otra manera. Ahora, gracias al hombre que tenía al lado, sabía lo que era la pasión y el amor.

Cuando todo estuviera arreglado con su madre, volvería inmediatamente a Boston. Los recuerdos que tendría de los momentos que había compartido con Stone la mantendrían caliente durante las noches solitarias cuando echara de menos estar desnuda a su lado; cuando deseara que sus sueños con él se hicieran realidad. Sólo pensar que tenía que dejarlo le producía un dolor tan fuerte que parecía que le iba a rasgar el corazón; pero sobreviviría... No tenía elección.