Capítulo Seis

Haría una media hora, Madison habría dicho que tenía hambre, pero, en aquel momento, algo había afectado a su apetito... o, mejor dicho, alguien.

Stone Westmoreland.

Ladeó la cabeza mientras lo miraba. El estaba a cierta distancia, atendiendo a los caballos. Ella, sentada en un tronco, tomándose una cola y uno de los sandwiches que la mujer de Martín les había preparado.

La atraía. No iba a negarlo; ya lo había admitido hacía algunos días. Pero lo que no podía entender era por qué no podía superarlo. ¿Por qué una parte de ella quería hacer algo al respecto?

Parecía que aunque ella no podía dejar de pensar en él, él sólo pensaba en los caballos. Desde que pararon a tomar agua, no la había mirado ni una sola vez. Debería estar agradecida, pero no podía negar que le molestaba el hecho de que pudiera olvidarse de ella con tanta facilidad.

Por otro lado, había sido ella la que había sentado las bases para su relación y había propuesto que cualquier cosa que hubiera entre ellos debía esperar. Evidentemente, él le había tomado la palabra y pensaba cumplirla a rajatabla.

Dejó escapar un suspiro. Al oírlo, él miró hacia ella y le sostuvo la mirada unos instantes, sin decir nada. Ella lo miró sin pestañear mientras sentía cómo el deseo afectaba a su estómago. Nunca había sentido nada así. Sin un sonido, sin un roce, y a una distancia de cinco metros, podía sentir el calor de su mirada mientras unos impulsos minúsculos comenzaron a subirle por la espina y a recorrerle todo el cuerpo. Incluso notó el calor que se formaba entre sus piernas. Y el apetito que sentía no tenía nada que ver con la comida. Continuó mirándolo mientras seguía esforzándose por mantener la compostura, su resolución y su salud mental.

Todo su cuerpo se puso alerta cuando él comenzó a caminar hacia ella. El calor aumentó. Nunca había notado lo bien que quedaban los vaqueros ajustados en un hombre hasta que lo conoció a él. No se podía imaginar aquel cuerpo musculoso con otra cosa. Desde luego, ni se atrevía a imaginárselo desnudo.

Contuvo el aliento.

Ojalá pudiera alejar aquel pensamiento de su mente, pensar en otra cosa. Pero ya era imposible. Aquella idea malvada se entremezcló con los sueños que había estado teniendo con él últimamente. Aquel hombre exudaba atractivo sexual del más puro sin ni siquiera intentarlo. Y ella era plenamente consciente de él, mucho más de lo que era necesario.

-¿Estás bien?

Madison negó con la cabeza. No estaba segura de poder hablar, pero se obligó a abrir la boca.

-Sí, estoy bien, Stone.

El asintió y siguió mirándola.

-¿Puedo utilizar eso? -preguntó él, señalando al bote de jabón líquido que ella había llevado.

-Sí, claro.

Ella lo observó mientras abría el bote, se echaba un chorro en la palma y se frotaba las manos lentamente. Inmediatamente pensó en lo que sentiría si él frotara así su cuerpo, lentamente. Miró a su refresco como si dentro hubiera algo que la hacía desvariar con aquellas ideas locas.

-Éste es un lugar precioso, ¿verdad?

 Su pregunta captó su atención. Levantó los ojos de sus manos e intentó concentrarse en la belleza del paisaje.

-Sí, lo es. Ojalá hubiera traído la cámara.

El arqueó una ceja.

-Me sorprende que no la hayas traído.

Ella también se sorprendía.

-Tenía otras cosas en mente.

Y aquellas «otras cosas», se dijo a sí misma, era en lo que debía concentrarse, en lugar de pensar tanto en Stone. Siguió mirándolo mientras él volvía a tapar el frasco y lo colocaba en su bolsa. Después, se dirigió hacia su montura y sacó su sandwich y una bebida.

Ella dejó escapar otro suspiro.

Quizá, si lo hiciera hablar de su tío, podría alejar de su mente aquellos pensamientos calenturientos. Pensó que merecía la pena intentarlo.

—¿Tienes alguna idea sobre quién está intentando localizar a tu tío en Texas, Stone?

Se dirigió hacia donde ella estaba y se sentó a su lado.

-No tengo ni idea. Se lo conté a Durango y decidimos contárselo a Quade para que él resolviera el misterio.

-¿Quién es Quade?

Stone sonrió.

-Es uno de los hermanos de Durango. Trabaja para el gobierno. No tenemos ni idea de a qué se dedica. Cuando lo vemos, no le hacemos preguntas. Pero sabemos cómo podemos ponernos en contacto con él si lo necesitamos. Normalmente, antes de setenta y dos horas, él se comunica con nosotros.

Madison asintió.

-¿Crees que podrá descubrir lo que está pasando?

-Seguro.

Madison permaneció en silencio un rato, pensando en el hombre con el que su madre había huido.

-Háblame de tu tío Corey -dijo ella, sintiendo que necesitaba conocerlo antes de verlo cara a cara.

Stone la miró y dio un sorbo a su refresco.

-¿Qué es lo que quieres saber de él?

Ella se encogió de hombros.

-Me pregunto por qué a todo el mundo le extraña tanto que tenga a una mujer en su montaña.

Stone dibujó una sonrisa.

-Principalmente, porque durante toda su vida ha dicho que eso no sucedería jamás. Ha tenido relaciones con mujeres pero ninguna ha llegado hasta su casa. Siempre ha dibujado una línea muy clara que no dejaba que nadie traspasara.

Madison se quedó un rato pensativa.

-Pero, a mi madre sí se la ha llevado allí.

-Sí. Y eso es lo que nos extraña tanto.

Madison dejó escapar un suspiro.

-Ahora me pregunto si quizá se conocían el uno al otro.

Stone la miró.

-Existe esa posibilidad; pero si yo fuera tú, dejaría de darle vueltas a la cabeza. Mañana los verás por ti misma y podrás hacer todas las preguntas que quieras.

Agarró una de sus manos y la apretó.

-Aunque no te sientas mal si no quiere darte explicaciones. Es su vida y tiene derecho a vivirla como ella desee, ¿no?

Aunque Madison arrugó el ceño, no dijo nada. Tampoco apartó la mano.

-Cuando vea a Corey Westmoreland, ¿con qué me voy a encontrar?

-Con un hombre de cincuenta años que ha sido como un segundo padre para sus sobrinos. Un hombre que cree en la familia, en el honor, el respeto y el amor. Desde que lo conozco, ha preferido la soledad para algunas cosas y la compañía para otras. No duda en decirte lo que siente o lo que piensa sobre cualquier cosa y respeta profundamente la opinión de los demás.

Una sonrisa cruzó la cara de Stone al añadir:

-Y también aprendí muy pronto que tiene ojos en la nuca. No puedes hacer nada a sus espaldas sin que te vea.

El cariño en la voz de Stone hizo que Madison pensara lo diferente que era Corey Westmoreland de su padre. El tenía un primo que vivía en Boston; pero nunca habían tenido mucha relación con él. Por eso, ella tampoco había llegado a conocer a unos primos que tenían más o menos su misma edad.

Su padre había nacido en la ciudad, se había criado allí y allí había vivido. Nunca tuvieron una mascota y su padre había preferido la vida social a la soledad. Y ahora que lo pensaba, a su madre le gustaba bastante estar sola. Simplemente, había aceptado su papel como esposa de un hombre de negocios. Intentó pensar en algo que sus padres tuvieran en común y no logró dar con nada.

La noche pasada Stone le había preguntado cómo era posible que dos personas que no se amaban estuvieran juntas. Ahora, su pregunta era por qué se habrían casado.

Dejó sus pensamientos a un lado cuando Stone le soltó la mano. Se quedó en silencio mientras él se comía el resto del sandwich y acababa su refresco.

Después, él la miró como si ella fuera el postre. Sintió el calor de su mirada de manera inmediata y se puso de pie rápidamente.

-¿Qué tal vas?

Ella se encogió de hombros.

-Bastante bien. Normalmente, tengo mucha energía y no me canso con facilidad.

Stone la miró de arriba abajo. Lo tendría en cuenta.

-¿No crees que deberíamos ponernos en camino si queremos llegar a la cabaña antes de que anochezca?

Él se puso de pie y la miró con una sonrisa sexy y provocativa.

-Sí, señorita Winters, creo que tiene razón.

La cabaña no era lo que Stone y Madison se habían imaginado. Ellos esperaban encontrar una estructura de una sola habitación; pero lo que los Quinn habían construido en medio de un bosque de pinos, con unas asombrosas vistas de las montañas y del valle, y al lado de un riachuelo, era una cabaña que podía servir perfectamente de segundo hogar.

Stone y Madison se dieron una vuelta por el lugar. Dentro, había un enorme salón con una chimenea, dos habitaciones, unidas por un baño y una cocina con una enorme ventana que daba al riachuelo. Stone no tardó mucho en descubrir que tendrían electricidad en cuanto conectaran el generador.

Stone suspiró. Se alegraba de haber llegado antes de que cayera la noche. Todavía les quedaban unas horas de luz y él se encargaría de dar de comer a los caballos y de conectar el generador.

Miró a Madison que estaba en silencio a su lado. Como él, su mirada estaba en las dos habitaciones y casi podría jurar que había oído un suspiro de alivio.

-Tengo un par de cosas que hacer fuera –dijo él, rompiendo el silencio. Ella asintió.

-Yo intentaré encender el fuego. Me da la impresión de que por la noche va a hacer mucho frío.

  Stone la miró a los ojos y decidió no decirle que él estaría más que dispuesto a ofrecerle todo el calor que necesitara.

-De acuerdo.

Stone tardó en volver algo más de una hora. Madison había aprovechado para darse una ducha y él se percató del aroma dulce y seductor en cuanto entró en la cabaña.

Ella se había puesto un chándal para estar más cómoda. Stone pensó que se pusiera lo que se pusiera, siempre estaba elegante. El pelo ya no lo llevaba recogido en una coleta sino que le caía en cascada sobre los hombros.

El ahogó un gruñido y se resistió a la terrible tentación de cruzar la habitación y tomarla en sus brazos. Algo con lo que llevaba soñando todo el día.

Ella se dio cuenta de que él la estaba observando. Lo miró un rato sin decir nada, después, una sonrisa nerviosa afloró a sus labios.

-Aunque he estado tentada, no he utilizado todo el agua caliente. Queda bastante si te quieres lavar.

-Eso suena muy bien -dijo él con voz ronca. Le apetecía darse una ducha para relajar los músculos cansados del viaje; pero algo lo mantenía anclado al suelo.

Siguió mirándola mientras sentía que algo le dolía por dentro. Un largo periodo de silencio siguió a sus palabras, un silencio sólo enturbiado por el ruido de su respiración, y la de ella.

Los dos dieron un salto cuando un tronco crepitó en la chimenea.

-Se está realmente bien aquí. Gracias por encender el fuego -dijo él, aunque su mente estaba en otro tipo de fuego.

Ella se encogió de hombros.

-Era lo mínimo que podía hacer mientras tú cuidabas de los caballos. También he sacado la cena y la estoy calentando.

Stone asintió e inhaló profundamente. Había un suave olor a cocido. No se había dado cuenta  al entrar porque sus sentidos sólo habían captado el aroma de ella.

-Huele bien.

-Estará listo cuando hayas acabado de ducharte.

Él asintió.

-De acuerdo. Entonces, será mejor que me vaya ya.

Los segundos pasaban y Stone seguía sin moverse. Seguía mirándola absorto.

-¿Stone?

El pestañeó.

-¿Sí?

-Tu ducha.

-Sí -reconoció con una sonrisa-. En seguida vuelvo -dijo mientras se dirigía al cuarto de baño.

En cuanto cerró la puerta, se apoyó sobre ella y tomó aliento, intentando recuperar el control. Podía sentir cómo la sangre le corría acelerada por las venas. Tenía que quitarse los vaqueros lo antes posible o la fuerza de su erección contra la cremallera lo iba a matar o, si no, a causarle una lesión de por vida.

Parte de su plan había consistido en tentarla; pero, lo único que había conseguido era que la  pasión desbordante que sentía por ella lo volviera loco. Loco porque por su mente pasaban ideas tan raras como el deseo de tenerla siempre a su lado.

Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Lo último que necesitaba era pensar en una mujer de esa manera. Se negaba a permitir que una preciosa morena de ojos color miel, bien educada y con tanta clase, una mujer de ciudad que olía como los ángeles entrara en su vida y cambiara algo.

Sólo tenía que recordar el episodio con Durango hacía unos años. La primera vez que el hombre había bajado la guardia y se había dejado llevar por una mujer de ciudad, había sido herido de por vida.

Pero Stone sabía que Madison no tenía nada que ver con la mujer que había roto el corazón de Durango. Madison Winters no se parecía a ninguna mujer. Había estado tan centrado en imaginarse cómo iba a introducirla a los placeres sexuales que se había olvidado del tiempo que hacía que no estaba con una mujer. Hacía casi un año que no se acostaba con nadie; más o menos desde que se apartó de la vida social para acabar su libro.

Ahora, la mujer que tenía en la habitación de al lado acaparaba todo su pensamiento. Y no sólo porque la deseara físicamente, sino porque deseaba ayudarla. Ayudarla a entender cómo era posible perder el control y actuar de forma impulsiva. Se merecía conocer el placer sin limites, por lo menos una vez. Mientras se dirigía a la ducha iba pensando que quería que esa experiencia la viviera con él.

Madison se llevó una mano a la frente, preguntándose por qué tenía tanto calor. Pero, en lo más profundo, sentía que sabía el motivo. Cada vez que estaba cerca de Stone su temperatura subía unos grados. No podía negar que lo deseaba y, escuchar el agua correr y saber que él estaba allí desnudo, no la ayudaba nada.

Noventa y seis horas era el equivalente de cuatro días. Ese era el tiempo que hacía que lo conocía y, desde entonces, no había dejado de tener aquellos pensamientos traviesos. Todavía había algunas cosas sobre Stone Westmoreland que no conocía; pero estaba segura de que ya sabía muchas otras. Tenía el presentimiento de que los mismos adjetivos que Stone había utilizado para retratar a su tío servían para describirlo a él.

Sabía, desde lo más profundo de su ser, desde la primera vez que lo vio, que podía confiar plenamente en él. Se había sentido cómoda con él desde el principio y el hecho de que estuvieran solos en aquella cabaña, a kilómetros de la civilización, no la molestaba.

Bueno, tenía que admitir que algo sí la molestaba, especialmente porque le removía algo por dentro cada vez que la miraba con promesas de placeres ocultos. Unos placeres que ella nunca había vivido.

Caminó hacia la ventana y miró al exterior. Estaba muy oscuro y todo estaba muy quieto.

-¿En qué estás pensando, Madison?

Madison se dio la vuelta, llevándose una mano al pecho. No lo había oído acercarse.

El estaba de pie, en medio de la cocina, con otro par de vaqueros limpios y una camiseta con las palabras The Rolling Stone escritas sobre su fornido pecho. Tenía el pelo húmedo y a ella le apeteció salvar la distancia que los separaba y pasarle la mano por la cabeza.

Y ése no era el único sitio por el que le apetecía pasarle la mano. Sus ojos desprendían calor y, quizá ella no tuviera mucha experiencia, pero podía reconocer el deseo sexual en una hombre; especialmente en aquel hombre. Había estado en sus ojos desde la primera vez que sus miradas se encontraron.

-¿Es un secreto?

Ella suspiró.

-Estaba pensando en lo tranquilo que está todo ahí fuera, a pesar de todos los animales que viven en la montaña. En cierta manera, me siento como si estuviéramos invadiendo su territorio.

Sintió el calor de su cuerpo cuando él se acercó.

-Está bien que vengamos por aquí, siempre que no hagamos nada para destruir su entorno.

Ella asintió y, al darse la vuelta, casi choca con él.

-Ahora estoy invadiendo tu terreno, ¿verdad?

 Ella asintió. Sí, eso estaba haciendo; pero ella no se sentía incómoda ni amenazada, En lugar de eso podía sentir su increíble magnetismo y una terrible atracción sexual.

-¿Madison?

  Ella tomó aliento antes de responder.

-Sí, pero no me importa compartir mi espacio contigo, Stone. ¿Estás listo para la cena? Sus labios se curvaron con una sonrisa.

-Estoy listo para muchas cosas.

Ella no quería leer entre líneas, pero no pudo evitarlo. Su mente se llenó de visiones sobre las posibilidades de aquella sugerente afirmación. Intentó aferrarse a las decisiones que había tomado el día anterior por la mañana sobre su relación y descubrió que le costaba sobremanera.

Se aclaró la garganta.

-Voy a servir la comida.

Sin darle la oportunidad de decir nada, se dirigió hacia los muebles de la cocina y sacó un par de platos.

-El cocido está muy bueno, ¿verdad?

Ella levantó la cabeza y se encontró con su mirada. Como siempre le pasaba, sintió que algo se le removía por dentro.

El sentido común le pedía que luchara contra la atracción que sentía por él, pero la fuerza de voluntad se perdía ante un hombre como Stone.

-Sí, está delicioso -dijo, intentando ignorar el calor que le crecía por el vientre.

Stone dejó su plato a un lado y se lamió los labios.

-Es una pena que no tengamos nada de postre.

Madison tomó aliento, mirando sus labios con interés. Podía imaginarse unas cuantas cosas que podían servir. Por ejemplo, sus besos.

-Estoy de acuerdo -dijo, pensando que eso era lo más seguro.

Ella se levantó para recoger la mesa.

-Yo te ayudo -dijo él.

Lo mejor era evitar su cercanía.

-No, déjalo. No hay nada que hacer. Después de un día tan duro, quizá quieras irte pronto a la cama -sugirió ella sin atreverse a mirarlo.

Él dejó escapar una carcajada. No tenía ni idea de la razón que tenía. Había sido un día muy duro luchando contra sus anhelos por ella y, también, se quería ir pronto a la cama, en realidad, se quería ir cuanto antes, pero con ella.

-Normalmente, tengo mucha energía y no me canso con facilidad -dijo él, haciendo referencia a lo que ella le había dicho.

Ella sintió que la corriente eléctrica que había entre ellos crecía a toda velocidad. Su sola presencia, su aroma, la embriagaba de tal manera que tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le cayera nada de las manos.

El tomó su plato y lo llevó al fregadero.

El pulso de ella se aceleró al sentirlo a su lado. Se dio la vuelta y se encontró con su mirada, tan fuerte y tan intensa que ella sintió que la atravesaba. Los mensajes que le enviaban sus ojos eran de pasión y ella sintió un calor en sus pechos que hacía que se endurecieran. El calor le bajó hacia el vientre.

Entonces, ella dio un paso hacia él y le echó los brazos al cuello. Oyó el gruñido que él dejó escapar antes de que su boca se posara sobre la de ella. Con una urgencia y una pasión que hacía que ella se olvidara de cualquier reticencia que aún le pudiera quedar.

El impulso cálido y suave de su lengua dentro de sus labios hizo que las piernas le temblaran de placer. El jugueteó con su lengua compartiendo con ella la intensidad de su deseo.

Ella estaba intentando averiguar qué le estaba pasando; pero, llegado a ese punto de fervor, decidió que nada importaba, que era mejor dejarse llevar por los sentimientos y no ponerles nombre.

Sintió que él separaba su boca de la de ella y pensó: «no, todavía no». Y se apretó a él con fuerza. Ahora fue ella la que metió la lengua en la boca de él, haciéndole todo lo que él le había hecho a ella. Le lamió todos los puntos, explorando, saboreando todo lo que podía, pero, aun así, sentía que aquello no era suficiente. Su cuerpo se había liberado de sus cadenas y estaba vibrando con una necesidad sexual intensa que sólo él podía calmar.

El se separó y ella susurró una protesta hasta que sintió que él le levantaba la camiseta y su boca aterrizaba en uno de sus pezones. Se había olvidado de que no llevaba sujetador y al sentir el contacto de su lengua en su pecho, lamiéndola y succionándola, como si se estuviera tomando el postre más apetitoso, dejó escapar un gemido que surgió de lo más profundo de sus entrañas.

Él se echó para atrás un instante y la levantó del suelo.

-Te deseo -le susurró al oído con ardor. Ella también lo deseaba y se inclinó sobre él para que sus bocas volvieran a unirse. Aquella noche estaban en una cabaña en un lugar recóndito de las montañas, totalmente alejados de la civilización y ella quería sucumbir a la llamada de la naturaleza. Sintió que perdía el control y supo que fuera lo que fuera lo que él quería, ella también lo quería. Nunca en la vida había deseado a un hombre con aquella intensidad; ni siquiera se había imaginado que fuera posible.

Él levantó la boca y ella sintió que la transportaba hacia una de las habitaciones; a la que él había elegido para sí. La dejó en la cama y, antes de que se diera cuenta, ya le había quitado la ropa.

Ella sintió el calor que la invadía cuando él le quitó las braguitas y supo que él se había dado cuenta de lo húmedas que estaban. Pero, no dijo nada, sólo las dejó a un lado. Su mirada estaba sobre ella. Después, acercó una mano a su feminidad y la acarició, comprobando su grado de excitación. Ella dejó escapar un quejido, echó la cabeza hacia atrás y abrió las piernas para darle total libertad de acceso.

-¡Estás caliente y húmeda! -murmuró él, con voz ronca contra su oído mientras le recorría el cuello con la lengua.

Después, siguió besándola y lamiéndola todo el camino hacia abajo. Más debajo de sus pechos y de su vientre, torturándola a cada centímetro de su avance. Después, alcanzó la propia esencia de su feminidad y utilizó los labios y la lengua para volverla loca con el beso más íntimo.

Ella gritó cuando su cuerpo se convulsionó con tal fuerza que tuvo que clavarle los dedos en los hombros para hacer que la habitación dejara de dar vueltas y que la tierra dejara de temblar. Sintió que su cuerpo se le partía en dos. Después de aquella explosión, él no paró. Era como si estuviera dispuesto a tenerlo todo y, en el proceso, a dárselo todo a ella. Su cuerpo se convulsionó con un orgasmo de proporciones gigantescas que la dejó jadeante de placer. Antes de que pudiera recobrarse de ese primer orgasmo, con la boca y la lengua, se ocupó de que tuviera un segundo que la dejó extenuada.

Al rato, mientras ella permanecía tumbada, intentando recobrarse, él se levantó de la cama y comenzó a quitarse la camisa. Ella apenas tenía fuerza para apoyarse en los codos para mirarlo, para ver lo bien definido que estaba su pecho y percatarse de una línea de vello oscuro que seguía un camino descendente hasta desaparecer por la cintura de sus vaqueros.

Continuó mirando, fascinada porque nunca había visto un cuerpo masculino tan perfecto; podría quedarse así todo el día sin cansarse.

Contuvo el aliento cuando él se desabrochó la cremallera, muy lentamente. Después, se deshizo de los vaqueros y de la ropa interior y se quedó totalmente desnudo ante sus sorprendidos ojos. Su prominencia grande, larga, gruesa y dura sobresalía desde la base de rizos negros que la rodeaba. Ella casi se atraganta con su propia saliva.

-Te deseo -dijo él con voz ronca, volviendo con ella a la cama después de ponerse el preservativo que había sacado del bolsillo de los vaqueros-. Ven aquí, nena. Déjame que te lo demuestre.

Ella se echó en sus brazos ansiosa y su cuerpo se estremeció al rozar la piel de él. El la tomó en brazos y la volvió a besar. Era como si no acabara de tener dos orgasmos. Su cuerpo estaba excitado de nuevo. Volvió a sentir una presión entre las piernas y, entonces, supo que iba a hacer falta algo más que su legua y sus labios para satisfacerla.

El también lo sabía. Escuchó su gemido mientras la dejaba sobre la almohada.

-Te deseo. Deseo darte algo que nunca te han dado -le susurró al oído.

Ella abrió la boca para decirle que ya le había dado algo que nunca había tenido, y dos veces. Pero él la besó, acallando sus palabras, absorbiendo sus sentidos y despertando en ella una necesidad nueva. Sus miradas se encontraron y ella sintió que se consumía con el calor de sus ojos.

Stone tomó aliento mientras luchaba por mantener el control. No podía aguantar mucho más sin introducirse dentro de ella, necesitaba estar allí igual que necesitaba respirar. La había saboreado, pero, ahora, quería unirse a ella, convertirse en una parte de ella, introducirse muy dentro y quedarse allí para siempre.

Él se puso encima de ella, sin apartar los ojos de ella, y ella separó las piernas para darle acceso. El capturó su boca y la besó, deseando decirle sin palabras lo que sentía. Se apretó contra ella y la acarició con su miembro hasta que encontró la entrada húmeda, suave y deliciosamente caliente.

La agarró por las caderas y cuando ella empezó a cerrar los ojos, él supo que quería que lo mirara, quería ver su expresión cuando sus cuerpos se unieran.

-Abre los ojos. Mírame, Madison. Quiero verte cuando me tengas dentro.

  Ella le sostuvo la mirada y comenzó a acariciarle la espalda. Incapaz de aguantarlo más, Stone se introdujo dentro de ella. Contuvo el aliento mientras la penetraba hasta lo más profundo, sintiendo cómo lo apretaba con los músculos de su cuerpo, tomándolo, reclamándolo.

Después, comenzó a moverse rítmicamente, con suavidad al principio y, después, de manera más enérgica, con una necesidad que los envolvía. El gruñó mientras le entregaba todo y lo recibía todo, conduciéndola y conduciéndose a sí mismo hasta un estallido de placer.

Ella grito su nombre y él se apretó con fuerza a ella, agarrándola bien por las caderas, para compartir el orgasmo que estaba experimentando. Gimió el nombre de ella y cuando los espasmos comenzaron a convulsionar su cuerpo, sintió algo que nunca había sentido antes. Era pasión. Sed saciada. Pero también había algo más. No sabía qué; pero tampoco quería saberlo y lo apartó de su mente.

Hundió la cara en el cuello femenino. Lo único que deseaba en aquel momento era compartir con ella aquel momento tan dulce después de una unión tan hermosa. Se tumbó a su lado y la apretó contra su pecho. De alguna parte, sacó fuerzas para incorporarse y mirarla. En su cara había dibujada una sonrisa de satisfacción y su mirada irradiaba felicidad. Y él supo que habían compartido algo especial y único. Habían compartido una pasión desbordante. Una pasión que sabía que volverían a compartir antes de irse de aquella cabaña, más de una vez.