Capítulo Uno

¡Aquella mujer le estaba apretando el muslo! Y con bastante fuerza. El dolor era casi insoportable; pero el contacto era demasiado agradable.

Stone Westmoreland se giró lentamente para mirarla detenidamente.

La mujer estaba aplastada contra su asiento; cualquiera diría que pensaba que el avión iba a estrellarse a menos que ella se aferrara con fuerza a algo. Tenía los ojos cerrados y su respiración era bastante irregular. A Stone le recordó a la respiración entrecortada de una mujer que acabara de tener el orgasmo más satisfactorio de su vida. De repente, sintió cómo se excitaba.

Se reclinó en su asiento, mientras el avión continuaba con el despegue, y cerró los ojos. Hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer, tanto que el simple contacto de una mano femenina sobre su pierna bastaba para encender su libido.

Abrió los ojos y tomó aliento.

Esperaba que el mes que iba a pasar en Montana, en el rancho de su primo, le hiciera algún bien.

Su primo Durango tenía la misma edad que él, treinta y tres años, sólo se llevaban unos meses y siempre habían sido muy buenos amigos.

Después, estaba su tío Corey. Éste vivía cerca de Durango en un rancho en las montañas. Corey Westmoreland era el hermano pequeño de su padre. Había sido guarda forestal durante treinta años y ahora, a la edad de cincuenta y cuatro, se había retirado.

Todavía guardaba unos recuerdos muy gratos de cuando sus cuatro hermanos, seis primos y él iban a pasar las vacaciones con el tío Corey. Todos ellos habían aprendido a apreciar la vida al aire libre. Su tío siempre se había tomado su trabajo con mucha seriedad y les había contagiado a todos su amor por la naturaleza. Su primo Durango hasta había elegido la misma profesión que él.

Una de las cosas que mejor recordaba de su tío era su afirmación de que nunca iba a casarse. De hecho, aparte de las mujeres de la familia, ninguna otra mujer había pisado su rancho. La razón que su tío esgrimía era que se había vuelto un tipo muy raro, con muchas manías. Y que prefería la vida de soltero.

Los pensamientos de Stone volaron hacia sus hermanos.

Hacía un año, aproximadamente, todos estaban solteros y felices. Después, sin darse ni cuenta, todo cambió. Dare, el mayor, se casó y, a los seis meses, su segundo hermano, Thorn, hizo lo mismo. Todos en la familia comenzaron a señalarlo a él porque era el tercero; le repetían una y otra vez que el siguiente era él.

Y él les había dejado claro que antes muerto que casado.

Le gustaba estar soltero; demasiado para caer en la trampa del matrimonio. Y aunque era el primero en admitir que las mujeres de sus hermanos eran maravillosas; había decidido, al igual que el tío Corey, que el matrimonio no estaba hecho para él.

Y no era porque se considerara un upo raro, simplemente, no quería tener que encargarse de nadie que no fuera él mismo. Le gustaba la libertad de ir y venir a su antojo y, gracias a que era uno de los escritores más famosos del momento, se lo podía permitir. Viajaba por todo el mundo recabando información para sus novelas y cuando salía con alguna mujer siempre era a su manera. Para él las mujeres eran una necesidad y, normalmente, no le resultaba difícil encontrar a alguien que pensara lo mismo.

Para ser totalmente sinceros, Stone no tenía nada contra el matrimonio; simplemente, no estaba preparado para dar semejante salto. Había tomado la decisión después de la boda de su buen amigo Mark, al igual que él, escritor.

Después de casarse, Mark había decidido que escribir no era una prioridad. Pasar con su mujer el máximo de tiempo posible se había convertido en su principal objetivo. Era como si Mark, al casarse, hubiera cambiado de personalidad.

Sólo pensar que podía perder el deseo de escribir por culpa del amor lo ponía nervioso. Escribir se había convertido en su vida y no quería que nada cambiara eso.

Stone decidió volver a mirar a la mujer que tenía al lado.

Hasta con los ojos cerrados le gustaba.

El pelo castaño le llegaba a la altura de los hombros y tenía la piel del color del café con leche. Sus labios eran carnosos y la nariz, perfecta. Tenía las pestañas negras y rizadas y los pómulos marcados. Si llevaba maquillaje, no se notaba. Su belleza era natural.

Le miró a la mano, la que tenía agarrada al muslo. No llevaba ni anillo de compromiso ni alianza, lo cual no estaba nada mal si su desuno era Montana.

Sintió que todas las fibras de su cuerpo se ponían en tensión cuando ella movió la mano.

Contuvo el aliento. Si deslizaba la mano un par de centímetros más arriba, iba a encontrarse con una parte de él demasiado íntima. Probablemente, pensaba que estaba agarrada al reposabrazos, así que, lo mejor sería sacarla de dudas antes de que ocurriera lo peor.

La luz que entraba por la ventanilla se reflejaba en sus facciones, haciéndola aún más atractiva. Se inclinó sobre ella, con cuidado de no asustarla, y aspiró su aroma antes de abrir la boca. Su fragancia consiguió excitarlo más de lo que ya estaba y sintió la tentación de acercarse a su piel y chupársela.

Stone meneó la cabeza fastidiado.

¿Desde cuándo iba él por ahí, chupándole el cuello a las mujeres? Desde luego, le gustaba besar, como a la mayoría de los hombres, pero, devorar a una mujer nunca le había interesado.

Hasta aquel momento.

Alejó aquel pensamiento de su mente, decidiendo que era demasiado peligroso.

-El avión se ha estabilizado, así que, ya puede soltarme.

Ella abrió los ojos de golpe y volvió la cabeza hacia él, sorprendida.

Una parte de él deseó que no lo hubiera hecho pues se encontró mirando al par de ojos color avellana más preciosos que había visto en la vida. Eran perfectos y encajaban a la perfección con el resto de sus facciones.

Algo en su interior hizo que tuviera que agarrarse para que su cuerpo no sufriera una sacudida.

Simplemente, era preciosa; aunque la verdad era que de simple no tenía nada. Literalmente, lo había dejado sin respiración. Y, hablando de respiración, se había dado cuenta de que ella contenía la suya mientras bajaba la mirada hacia su mano izquierda.

Inmediatamente, la apartó de donde estaba.

Al darse cuenta de lo que había sucedido, la vergüenza inundó su rostro.

-¡Oh! Lo siento muchísimo. No pretendía tocarlo. Pensé que tenía la mano en el reposabrazos. Yo... nunca pretendí actuar de manera tan poco apropiada.

Cuando Stone vio el desconcierto en su cara, decidió tranquilizarla. Desde luego, le había encantado su acento que probablemente era del norte.

-No ha pasado nada -intentó decir de manera casual-. Me llamo Stone Westmoreland -dijo alargando la mano.

Ella, todavía avergonzada, se la estrechó.

-Madison Winters.

El sonrió.

-Encantado de conocerte, Madison. ¿Es la primera vez que subes a un avión?

Ella negó con la cabeza mientras le soltaba la mano.

-Encantada de conocerte. No, no es la primera vez que vuelo; pero siempre me pasa lo mismo. Intento utilizar otro medio de transporte siempre que puedo, pero, esta vez, necesito llegar a Montana lo antes posible.

El asintió.

-¿De dónde eres? -preguntó, sin poder evitarlo. Su acento le estaba afectando aún más que su mano sobre el muslo. Sólo escucharla hablar lo ponía a cien.

-Soy de Bostón.

El volvió a asentir.

-Yo soy de Atlanta -decidió decir él cuando el tiempo pasaba y ella no le preguntaba. No sabría decir si se debía a timidez o a falta de interés por él. Desde luego, él sí estaba interesado en ella.

-Me encantó Atlanta -dijo ella al rato-. Una vez fui con mi clase.

El levantó una ceja.

-¿Con tu clase?

Ella sonrió y a él le dio un vuelco el estómago.

-Sí, soy profesora. Doy clase de música en un colegio.

Stone sonrió, sorprendido. Nunca se lo habría imaginado. Recordaba que, en el colegio, él tocaba el clarinete y su profesora de música no se parecía en nada a la mujer que tenía delante.

-Debe ser interesante.

La sonrisa de ella se agrandó.

-Lo es.

El sonrió.

-¿Qué haces tú?

   Él dudó un instante, luego, decidió decirle lo que hacía.

-Soy escritor.

 Ella sonrió.

-¿En serio? ¡Qué fantástico! ¿Y qué tipo de literatura escribes? No me suena tu nombre.

Él soltó una carcajada.

-Escribo novelas de acción con el seudónimo de Rock Masón.

Ella abrió los ojos como platos.

-¿Tú eres Rock Masón?

-Sí —admitió él con una sonrisa.

-¡Dios mío! Mi madre se ha leído todos tus libros. Es tu admiradora número uno.

La sonrisa de él se agrandó.

-¿Y tú? ¿Has leído alguna de mis novelas?

Ella lo miró con arrepentimiento.

-No. Normalmente, no tengo tiempo para leer; pero tengo entendido que eres muy bueno.

-Gracias.

-Unos cuantos amigos míos pertenecen a un club de lectura y siempre que sacas un libro nuevo lo seleccionan para leerlo y luego comentarlo. Tienes bastantes seguidores en Boston. ¿Has estado alguna vez allí?

-Sí. Hace un par de años, estuve firmando libros. Es una ciudad preciosa.

A Madison se le iluminó el rostro.

-Lo es. Me encanta Boston. No me puedo imaginar viviendo en ningún otro lugar. Hasta estudié allí mi carrera porque no quería irme de casa.

En aquel momento, la azafata los interrumpió para servirles un aperitivo.

-¿Vas a Montana en viaje de negocios? —preguntó al recordar que ella había dicho que necesitaba llegar allí lo antes posible.

La miró mientras daba un mordisco a su bocadillo y sintió una punzada de deseo en el estómago. Por si aquello no fuera suficiente, ella cerró los ojos mientras daba un sorbo a su café. Tardó un par de segundos en volver a abrirlos; como si aquel café fuera lo más rico que había probado en la vida.

 El vio en su mirada el reflejo de la duda.

-No. Se trata de una visita personal -se quedó estudiándolo un instante, como valorando si debía explicarle sus motivos, después, añadió-: Voy a buscar a mi madre.

El levantó una ceja.

-¿Es que ha desaparecido?

Madison se recostó en su asiento. Parecía frustrada.

-Sí. Fue con unas amigas de viaje a Montana, a visitar el parque de Yellowstone —miró su café y añadió en voz baja-: Sus amigas volvieron; pero ella no.

El notó el tono de preocupación de su voz.

-¿No has sabido nada de ella?

Ella asintió.

-Sí. Me dejó un mensaje en el contestador. Decía que iba a prolongar sus vacaciones durante otras dos semanas.

Madison se preguntaba por qué le estaba contando todo aquello a aquel desconocido. La única razón que se le ocurría era que necesitaba hablar con alguien y Stone Westmoreland parecía un tipo agradable. Además, necesitaba a alguien neutral.

-¿Te ha dejado un mensaje de que se iba a quedar más tiempo y aun así viajas a Montana para buscarla? -preguntó él, sin comprender muy bien.

-Hay un hombre de por medio.

El asintió, lentamente.

-Entiendo.

En realidad, no entendía nada.

-Quizá pienses que no hay motivo para estar preocupada, pero... verás, mi madre no ha hecho nada así en la vida.

El asintió.

-Así que, ¿piensas que ha sucedido algo extraño?

-No, no es eso. Lo que creo es que está pasando por una crisis. Acaba de cumplir los cincuenta y, desde entonces, la noto rara.

Stone dio un sorbo a su café.

Recordaba lo que le había sucedido a su madre al cumplir los cincuenta. Había decidido que quería volver a estudiar y comenzó a trabajar fuera de casa. A su padre casi le da un ataque porque era uno de esos hombres tradicionales que pensaban que la mujer debía quedarse en casa; pero su madre había tomado una decisión sobre lo que quería hacer y nada podía hacerla cambiar de opinión.

Volvió a centrarse en la madre de Madison. Personalmente, no veía nada anormal en que una mujer se fuera con un hombre, si eso era lo que quería. Sin embargo, por la expresión de preocupación de Madison, ella pensaba de manera distinta.

-¿Qué piensas hacer cuando la encuentres? -preguntó él sintiendo curiosidad; después de todo, ella era la hija.

-Voy a intentar que entre en razón, por supuesto -dijo con determinación-. Mi padre murió de un infarto hace unos diez años y, desde entonces, ella no ha salido con nadie. Es la mujer más sensata y más prudente que hayas conocido jamás -tomó aliento y continuó- Irse con un hombre al que acaba de conocer en una cena, no es nada propio de ella.

La mente aventurera y llena de misterios de Stone se puso en marcha.

-¿Estás segura de que se ha ido con él por voluntad propia?

Madison dio otro sorbo a su café antes de responder:

-Sí. Hay testigos. Sus amigas me han dicho que una mañana hizo la maleta y les dijo que el tipo iba a buscarla y que pasaría el resto de las vacaciones con él. Por supuesto, yo no me lo creía, así que, llamé al FBI. Después, recibí su llamada. Desgraciadamente, no estaba en casa cuando llamó por lo que no pudimos hablar; pero su mensaje era claro: quería quedarse dos semanas más y que no me preocupara por ella. Pero, por supuesto, yo estoy preocupada.

Stone pensó que aquello era evidente.

-¿Puede prolongar las vacaciones todo el tiempo que quiera?

-Sí, está retirada. Mi madre trabajaba de administrativa en un hospital y el año pasado se retiró. Ahora tiene un centro de día para los ancianos; pero cada vez va menos por allí y se dedica a hacer obras de caridad. Es lo que más le gusta.

-¿Por dónde vas a buscarla? Montana es enorme.

-He reservado una habitación en un rancho a las afueras de Bozeman llamado Silver Arrow. ¿Has oído hablar de él?

Stone sonrió. Lo conocía; de hecho, estaba al lado del de Durango. Estaba encantado de que Madison fuera a estar tan cerca.

-Está al lado de donde yo me voy a quedar. Prácticamente, vamos a ser vecinos.

Ella sonrió como si aquella idea le gustara. O quizá, eran imaginaciones suyas, pensó él centrándose en los labios femeninos.

-Después, voy a buscar un guía para que me acompañe a las montañas.

-¿A las montañas? ¿Por qué allí?

-Porque allí es donde él vive.

Stone dio un sorbo a su café pensando que siempre había pensado que su tío Corey era el único valiente capaz de prescindir de la civilización para vivir en las montañas.

Ella interrumpió sus pensamientos.

-Según tengo entendido, es un guarda forestal retirado. No sé su nombre, pero es algo así como Cole o Cord o Cari.

A Stone se le fue el café por mal sitio y se atragantó.

-¿Estás bien? -preguntó ella al oírlo toser. El la miró, sin saber qué responder. El hombre que acababa de describir se parecía demasiado a su tío Corey.

¿Pero una mujer en la montaña de Corey?

-¿Estás diciéndome que el hombre con el que se ha ido es un guarda forestal retirado que vive en las montañas? —preguntó él para corroborar lo que acababa de oír.

-Sí. ¿Puedes imaginarte algo más ridículo?

-No, no puedo imaginarme nada más ridículo.

Debía haberlo aburrido; pensó Madison al rato. La conversación había ido decayendo y él se había reclinado en su asiento y había cerrado los ojos. Ella aprovechó la ocasión para mirarlo.

Si se podía decir de un hombre que era hermoso, ése era el caso. Tenía los hombros anchos y, aunque estaba sentado, no le cabía ninguna duda de que tenía un cuerpo atlético. Pero lo que más la cautivaba eran sus ojos oscuros en forma de almendra. Deseaba que no los tuviera cerrados para poder mirarlos durante más tiempo.

Eran tan oscuros como la noche y, cuando la había mirado, ella había sentido que podía ver su alma. Después, estaba su pelo rizado de aspecto sedoso, con un corte perfecto. Sus pómulos eran marcados y tenía unos labios generosos que hacían que las piernas le temblaran cuando le sonreía. Y la suave textura de su piel, color chocolate, era tan tentadora que tenía que hacer un esfuerzo para no tocarla.

Por primera vez, se olvidó de que estaba en un avión. Sólo podía pensar en que estaba sentada al lado del hombre más guapo que había visto en la vida. Normalmente, ella sería la última persona en fijarse en un hombre; después de lo que Cedric le había hecho hacía un par de años... Descubrir que el hombre con el que una está a punto de casarse está teniendo una aventura es una experiencia de lo más dolorosa. Desde entonces, había decidido que ningún hombre merecía tantos problemas. Algunas persona simplemente estaban hechas para estar solas.

Cerró los ojos y se preguntó si su madre había hecho aquello porque estaba cansada de estar sola. Llevaba diez años viuda y, aunque sus padres se habían tratado con respeto, ella dudaba que se hubieran amado. Sin embargo, desde el fallecimiento de su padre, su madre no había quedado con nadie; aunque sabía que la habían invitado a salir en más de una ocasión.

¿Qué tendría el hombre con el que se había ido a las montañas? Tal y como le había dicho a Stone, su madre debía estar pasando la crisis de los cincuenta. No había otra explicación posible.

¿Qué le iba a decir cuando la viera? Esa era otra pregunta para la que no tenía respuesta. Lo único que sabía con toda certeza era que pensaba echarle un buen sermón; una mujer de cincuenta años no se fugaba con un hombre como ella había hecho.

Madison meneó la cabeza. Ella tenía veinticinco y nunca se iría con un desconocido; aunque fuera tan guapo como Stone. Le echó una mirada y tuvo que admitir que la idea era bastante tentadora.

Muy tentadora.

Apartó aquel pensamiento de su mente. Con que una mujer Winters actuara de forma impulsiva e irracional ya era suficiente.

¿Qué pasaría si el hombre que Madison Winters había descrito fuera realmente el tío Corey? Con los ojos cerrados, Stone Westmoreland no dejaba de darle vueltas a la cabeza. De momento, seguiría fingiendo que estaba dormido; no quería que Madison viera lo confundido que estaba.

Le hubiera encantado poder llamar a su primo Durango para aclarar la situación; pero, aun sin quererlo, Madison se enteraría de todo. Lo único que podía hacer era esperar a verlo para preguntárselo.

Ojalá estuviera equivocado y hubiera otro guardabosques retirado que viviera en las montañas.

Tomó aliento muy lentamente. El aroma de Madison era penetrante.

Para ser sincero consigo mismo, tenía que admitir que la sangre había comenzado a bullirle desde el mismo instante en que ella se sentó a su lado. Había intentado ignorarla, concentrándose en lo que ocurría fuera del avión mientras la tripulación se preparaba para el despegue, y casi lo había logrado cuando ella se aferró a su pierna.

Desde luego, no iba a olvidar aquel vuelo en la vida. No pudo evitar abrir los ojos y volver a mirarla. Ahora era ella la que tenía los ojos cerrados. Sus labios estaban entreabiertos y respiraba con suavidad. Obviamente, se había relajado y había olvidado sus temores.

Stone no sabía qué pensar de aquel instinto de protección que sentía por ella. Quizá sentía aquello porque le recordaba a su hermana Delaney.

A sus labios afloró una sonrisa perezosa.

Delaney, al ser la única niña entre tanto chico, había estado siempre muy protegida. Pero cuando acabó su carrera de Medicina les sorprendió a todos con que se iba a una cabaña en las montañas de Carolina del Norte a meditar. Para su sorpresa, la cabaña ya estaba ocupada por un jeque árabe que había tenido la misma idea que ella. Durante el tiempo que pasaron allí juntos se enamoraron y ahora Delaney era una princesa que vivía en Oriente Medio. En la actualidad, estaba en los Estados Unidos con su familia acabando su especialidad en un hospital de Kentucky.

A Stone, le encantaba su sobrino Ari y, tenía que reconocer, que su cuñado, el jeque Jamal Ari Yasir, se los había ganado a todos y era tan bien recibido en casa como su hermana. Todos sabían que Jamal amaba a su hermana sin reservas.

Miró alrededor, buscando un sitio donde estirar los músculos entumecidos, pero desistió porque para llegar al pasillo tendría que despertar a Madison. Y lo último que quería era que Madison comenzara a hablar del hombre que podía ser su tío.

Hasta que Durango le diera algunas respuestas, no quería actuar como si la estuviera engañando.

La miró una vez más y admiró su belleza. Según él lo veía, Madison Winters era una mujer a la que ningún hombre en su sano juicio querría engañar.