Capítulo Cuatro

Quienquiera que fuera el que dijo que puedes sacar a una chica de la ciudad pero no puedes sacar a la ciudad de la chica debía haber conocido a una mujer como Madison Winters, pensó Stone. Estaba sentado en una silla con las piernas estiradas mientras la observaba preparar el equipaje.

Aquella mañana, habían ido al almacén a comprar lo que iban a necesitar; que había sido mucho. Cuando ella le informó sobre la ropa que había llevado, no le sorprendió descubrir que casi todo era ropa de vestir, en su mayoría de firma, y que no incluía nada que sirviera para subir a la montaña. Cuando fueron a la ciudad, ella estuvo de acuerdo en comprar algunos vaqueros, camisetas, camisas de franela, un par de jerseys, una chaqueta de lana, calcetines fuertes y, sobre todo, unas buenas botas para andar. También le recomendó que se comprara un sombrero de ala ancha pues, aunque las noches eran frías, por el día hacía calor.

También se encargó de comprar comida y un par de sacos de dormir, y de alquilar la camioneta que los llevaría hasta el rancho de Quinn.

Stone no pudo evitar una gran sonrisa. Realmente era mucho más que una mujer guapa; era  fascinante. Incluso se atrevería a decir que le intrigaba, especialmente, en aquel momento, mientras contemplaba su reflejo en el espejo, como si pensara que nunca se acostumbraría a llevar vaqueros.                                      

¡Diablos! El tampoco creía que se fuera a acostumbrar nunca. Había visto a muchas mujeres con vaqueros en su vida; pero a ninguna le quedaban como ella; como si se los hubieran diseñado en exclusiva.

Cualquier otro hombre habría dicho que tenía buen cuerpo; pero el escritor que había en él iba mucho más lejos: «ella era un placer del verano y un tesoro del otoño. Una belleza que cortaba el aliento. Tan cautivadora como un campo lleno de tulipanes y narcisos bajo el espectacular cielo de Montana».

-¿Crees que lo llevo todo, Stone?

 Sus palabras interrumpieron sus divagaciones. Stone miró hacia la cama y pensó que llevaba demasiadas cosas; pero ya sabía que eso era lo normal en una mujer. De momento, subirían con todo, aunque, después, tuvieran que dejar algo en el rancho de Quinn. El ascenso a la montaña era bastante peligroso y no podían cargar demasiadas cosas en la grupa de un caballo.

—Sí; está bien —confirmó él mientras se ponía de pie-. He llamado a Martín Quinn y le he dicho que llegaríamos mañana a mediodía. Pasaremos allí la noche y, después, comenzaremos el ascenso justo después de desayunar. Si todo va bien, sólo tendremos que pasar una noche a la intemperie.

Madison levantó una ceja.

-¿Vamos a tardar dos días en llegar al rancho?

-Sí, a caballo. Durante las horas centrales del día hace demasiado calor para viajar; además, tendremos que dejar descansar a los caballos de vez en cuando.

Madison asintió. Después, se aclaró la garganta.

-Stone, me gustaría darte las gracias...

-Ya me las has dado -dijo él, agarrando el sombrero de vaquero que acaba de comprar.

-Lo sé, pero también sé que al llevarme a casa de tu tío te estoy robando mucho tiempo.

La miró y reconoció el calor líquido que fluía por sus venas desde el momento que la conoció.

-No te preocupes por nada -la tranquilizo, obligándose a ignorar lo bien que olía—. De todas formas, tenía planeado ir a visitar al tío Corey mientras estuviera aquí; así que, éste es tan buen momento como cualquier otro.

-Entiendo.

Stone dudaba de que entendiera nada. Si así fuera, se pensaría dos veces lo de pasar tanto tiempo a su lado durante los próximos tres días. Si tuviera los ojos bien abiertos, vería que la deseaba con una pasión tan arrolladora que era casi palpable.

La fragancia de Madison le recordaba a todo lo que una mujer debía ser; era la sensualidad en persona.

No podía creerse que sólo la conociera desde el día anterior. Sus ojos eran tan cautivadores que le habían robado el aliento. Desde entonces, una corriente sensual los había invadido cada vez que se habían mirado, dejándolos con las piernas flojas por el deseo. Nunca había sido tan consciente de una mujer en su vida.        

-Bueno, pues, entonces, eso es todo por hoy.

Sus palabras atravesaron sus pensamientos, recordándole que se había puesto de pie para marcharse, pero que todavía no se había movido ni un centímetro.

-Sí; creo que eso es todo, excepto por tu actitud con respecto a algunas cosas.

-¿Qué quieres decir? -preguntó ella, levantando la barbilla.

Le encantaba cuando se enfadaba; se ponía más sexy si cabía. Pero por muy sexy que se pusiera, tampoco quería que se enojara demasiado.

-Quiero decir, que antes de que vayamos a casa del tío Corey, tienes que hacerte a la idea de lo que podemos encontrar allí, Madison.

Ella apartó los ojos y él supo que lo había entendido. Entonces, ella levantó la cabeza y lo miró de frente.

-Sé a qué te refieres, Stone. Pero, no sé si voy a lograrlo; es mi madre -dijo ella con calma. Stone mantuvo su mirada con intensidad.

-Es una mujer adulta y está capacitada para tomar sus propias decisiones -se atrevió a decir él. Ella dejó escapar un suspiro y él presintió las emociones que la embargaban.

-Pero, es que... Ella nunca ha hecho nada así.

-Siempre hay una primera vez para todo -él, mejor que nadie podía decir aquello. Hasta el día anterior, ninguna mujer lo había obnubilado como ella lo había hecho. No era que estuviera muy contento con ello; de hecho, se sentía bastante desconcertado. Pero era lo suficientemente maduro como para aceptarlo. El era un hombre que intentaba ver las cosas con lógica, sin complicaciones y, desde luego, sin hacer mucho lío. Aceptaba las cosas fácilmente y sabía dejarse llevar.

Madison era una mujer muy deseable y él era un hombre con la sangre caliente. Desde el principio, había reconocido que unirse a ella podía ser como echarle queroseno al fuego. El resultado: combustión total.

El único problema con esa imagen era que él ya había tomado algunas decisiones sobre su vida y no pensaba cambiarlas. Una de ellas era que no pensaba tener ninguna relación seria con ninguna mujer.

Al ver su mirada de incertidumbre, supo que estaba muy lejos de aceptar que su madre y el tío Corey fueran amantes. Por extraño que pareciera, él ya se había hecho a la idea y ella también tendría que hacerlo.

-Te sugiero que duermas bien -le dijo él, caminado hacia la puerta con la intención de salir sin mirar atrás.

Pero no pudo.

Se giró, alargó una mano y la atrajo hacia él. Después, la rodeó por la cintura y ella apoyó la cabeza en su pecho.

En alguna parte de su interior, Stone supo que ella necesitaba ese abrazo. De igual manera sintió que también necesitaba un beso.

Una ternura alimentada por la ardiente llama del deseo lo recorrió de arriba abajo, haciendo que su pulso se acelerara y su cuerpo se endureciera. Su boca era tan sensual que le hacía soñar con sábanas de seda, con velas y música suave. Soñó con acariciarla todo el cuerpo, con la boca y con las manos, hasta que ella gimiera su nombre. Después, se tumbaría sobre ella y la penetraría. Dentro, fuera, dentro, fuera... Con la misma cadencia que estaba utilizando con su lengua. La noche anterior, su cuerpo, tenso por el deseo, no le había dejado descansar. Esa noche y la siguiente, y las que vendrían a continuación, le iba a suceder lo mismo.

Después de un rato, se apartó y apoyó la cabeza sobre ella. Aquellos besos eran tan excitantes como agotadores.

-¿Stone?

Él tomó aliento e intentó relajarse, pero el aroma de ella era tan penetrante que le resultaba casi imposible.

-¿Sí?

-¿Esto no está bien, verdad?

El se rió.

-Yo no me estoy quejando, Madison.

-Sabes a qué me refiero.

-Sí, sabía exactamente a qué se refería.

-Si pensara como tú, que lo más importante es centrarse en tu madre y el tío Corey y no en nosotros, entonces, tengo que darte la razón: esto no está bien. Pero como no pienso como tú porque creo que lo que suceda entre ellos es asunto suyo y que tú y yo deberíamos centrarnos el uno en el otro; entonces, tengo que reconocer que esto está muy bien.

El le dijo aquello sintiendo una oleada de emociones que lo recorría. Emociones a la que no estaba acostumbrado. Una parte de él se sentía desorientado. Totalmente confundido. Completamente alerta.

La mujer que tenía entre los brazos era tan embriagadora como el whisky más fuerte, le calentaba el cuerpo y hacía que la cabeza le diera vueltas.

-Voy a dejar que tú decidas cómo manejar esta situación, Madison. Yo te aconsejo que te lo pienses esta noche y mañana me comuniques tu decisión.

Se inclinó sobre ella y la volvió a besar con un beso tan tierno y tan apasionado como el anterior. El se obligó a separarse, la soltó, abrió la puerta y salió a la fría noche de Montana.

La mañana siguiente, Madison le abrió la puerta aferrada con fuerza a sus decisiones. Los ojos que se encontró eran cálidos y directos y sintió que su aplomo se desvanecía.

«¿Cómo voy a lograr mantener mi decisión de que nada debe suceder entre nosotros?»

De las dos decisiones que había tomado, aquélla había sido la más difícil, recordó mirando al hombre sexy, fuerte y lleno de vida que tenía delante de ella. Y también sería la más difícil de mantener. Stone no era un hombre al que ninguna mujer pudiera ignorar y ella iba a tener que estar a solas con él durante unos días.

-Llegas temprano -logró decir. A la luz del amanecer, buscó en los ojos de él y sólo vio el calor del deseo. Y, en ese momento, supo que si ella fuera lo suficientemente atrevida como para arriesgarse y probar, aquel hombre podría introducirla a la pasión más ardiente.

Estaba realmente guapo con sus vaqueros, sus botas camperas, su camisa de franela y su sombrero vaquero. No parecía el escritor que era si no un vaquero recio de las montañas. Pero, además, había otra cosa en él que la atraía de manera irremediable y que no era su apariencia. Era el hombre en sí. Había en él una profundidad que nunca había visto en ningún hombre. Había una seguridad que no tenía nada que ver con la arrogancia y una amabilidad distinta al sentido del deber. Hacía las cosas por pura generosidad y porque le preocupaban los demás. Y ella se sentía fiel a él. La mujer que él eligiera sería muy feliz. Cedric podría aprender unas cuantas cosas de Stone Westmoreland.

Él sonrió.

-Pensé en comprar algo de comida en el camino -dijo él interrumpiendo su línea de pensamiento. Ella suspiró, agradecida de que lo hubiera hecho. Podía haberse quedado allí, mirándolo todo el día.

Le ofreció una sonrisa. Una parte de ella se sintió tentada a ofrecerle más. El tenía aquel efecto sobre ella.

-Sólo tengo que ir por mi equipaje.

-Yo lo haré -dijo él, entrando en la cabaña e, inmediatamente, llenando el espacio con su calor. Todos los sentidos de ella fueron conscientes del hombre. Lo miró mientras él observaba la línea de bolsas al lado de la cama. Después, se giró y lo oyó lanzar un juramento entre dientes antes de dirigirse hacia ella.

-No sé qué decisiones habrás tomado sobre nosotros -le dijo en voz baja-. Pero me he pasado toda la noche pensando en ti y juré que en cuanto te viera esta mañana tenía algo que hacer.

-¿Qué? -preguntó ella intentando ignorar el aroma seductor de su colonia y el ritmo acelerado de su propio corazón.

-Besarte.

Madison contuvo el aliento y, antes de que pudiera soltarlo, Stone capturó su boca con la de él. En cuanto sus lenguas se tocaron, ella supo que recordaría hasta el último detalle de aquel beso dulce y embriagador. Especialmente, esa forma de jugar con su lengua. Stone era el hombre que mejor besaba del mundo, insuperable, sobresaliente. Ella le echó los brazos alrededor del cuello, sobre todo, para evitar caerse desmayada. El hacía que se sintiera sexy, femenina y deseable; algo que Cedric nunca había hecho.

Al rato, cuando él se separó y la miró directamente a los ojos, ella no pudo evitar preguntarle:

-¿Has tenido bastante?

-Ni por asomo -dijo él con calidez contra los labios húmedos de ella y volvió a besarla.

¡Qué diantre!, pensó ella. Cuando le comunicara su decisión, ya no la besaría más; así pues, más le valía aprovechar aquella ocasión.

Su sentido común intentó ganar terreno; pero no tuvo la determinación suficiente para lograr que ella se apartara. Su lado práctico le recordaba que acababa de conocer a Stone hacía sólo dos días. Su lado más pasional le rebatía que en sólo dos días quizá lo conocía mejor de lo que había llegado a conocer a Cedric en tres años. Stone lo tenía todo y sus besos eran indescriptibles.

Sintió que el deseo la invadía de forma que no lo podía controlar. Pero, entonces, Stone volvió a apartarse de ella y ella, a regañadientes, dejó caer los brazos y dio un paso atrás.

-Será mejor que lleve tu equipaje a la camioneta -le dijo él, sin poder apartar los ojos de ella.

-Buena idea. No creo que debamos establecer más contacto físico hasta que hablemos -dijo ella con suavidad, intentando aferrarse a la decisión que había tomado aquella mañana. La misma decisión que aquel beso había hecho tambalearse.

Él arqueó una ceja.

-¿Has tomado decisiones?

-Sí.

Él asintió y fue por el equipaje.

-Háblame de ti Stone. Me encantaría que me contaras cosas sobre tus libros.

Stone miró al otro lado del asiento y se encontró con la mirada inquisitiva de Madison. Llevaban en la carretera más de una hora y ella todavía no le había hablado de las decisiones que había tomado. Incluso cuando pararon para tomar un café, ella no sacó el tema. En lugar de eso, habló de lo bonito que era el paisaje, de lo que había disfrutado enseñando o sobre su viaje a París del mes anterior. Estaba retrasando el momento de la verdad; los dos lo sabían.

-¿Quieres que te hable de Stone Westmoreland o de Rock Masón?

 Ella lo miró sonriente.

-¿No son la misma persona?

-No. Para las personas que conozco soy Stone y para mis lectores Rock. Me inventé un nombre para salvaguardar mi intimidad. Bueno, en realidad, el nombre se lo inventó mi hermana Delaney. En aquella época tenía dieciocho años y pensó que sonaba «guay».

Ella asintió.

-¿Y tú quién eres?

-Stone.

Ella volvió a asentir. Y aunque había decidido no entrar en ese tema, no pudo evitarlo.

-¿Quién me besó?

Él la miró.

-Stone -se apartó de la carretera y paró el coche-. Quizá tenga que explicarte algunas cosas, Madison. Primero, que no tengo doble personalidad. Soy una sola persona. Yo escribo para entretener. Me gusta hacerlo y me pagan bien por eso. Cuando acabo un libro, me siento satisfecho por el trabajo cumplido. Soy una persona con fuertes valores morales sobre ciertas cosas. Un hombre orgulloso de ser negro y amante de su familia. Tengo mi trabajo y mi tiempo libre. Para mi trabajo, soy Rock Masón y para mi vida privada, Stone. A ti te considero parte de mi vida privada.

Una vez dicho aquello, arrancó el coche y volvió a la carretera.

Madison soltó el aliento. Sólo pensar que la consideraba parte de su vida privada hacía que sintiera que el corazón le iba a estallar.

-Entonces, háblame de la vida privada de Stone Westmoreland.

Aquella sugerencia hizo que frunciera el ceño. Recordaba la última vez que una mujer le había preguntado aquello. Había sido Noreen Baker, una periodista que le había hecho una entrevista para la revista El hombre de hoy. Noreen era una mujer muy atractiva pero también muy prepotente. No le había gustado ni su estilo ni ella. Al final, no logró hacerle la entrevista. Aunque él era un hombre muy tranquilo, si alguien le fastidiaba podía convertirse en una persona difícil. Así que, le había negado la entrevista y se la había concedido a otro periodista.

-Tengo treinta y tres, treinta y cuatro en agosto. Estoy soltero, nunca me he casado y no pienso casarme.

Madison levantó una ceja.

-¿Por qué?

-Es por el tema de la responsabilidad. Me encanta estar soltero, ir adonde quiero cuando quiero. Además, al ser escritor, necesito viajar mucho para recabar información, para firmar libros, para relajarme, para aclarar mi mente... No soy responsable de nadie, sólo de mí mismo y eso me gusta.

Madison asintió.

-¿Así que, no hay nadie especial en tu vida?

-No -dijo él; aunque pensó que ella era bastante especial.

-¿Qué me dices de tu familia?

-A mis padres les va muy bien. Mi padre tiene una empresa de construcción que levantó mi abuelo. Tiene un hermano gemelo.

-¿Quién?

-Mi padre. Mis dos hermanos, Chase y Storm, también lo son. Al igual que dos de mis primos.

-¿Son gemelos idénticos? -preguntó ella fascinada.

-No, gracias a Dios. No podría imaginarme a otro como Storm; es de armas tomar.

-¿Cuántos hermanos tienes?

-Cuatro hermanos y una hermana. Delaney, es la pequeña.

Madison se quedó pensativa.

-¿Delaney Westmoreland? ¿Dónde he oído ese nombre antes?

-Quizá hayas leído un artículo sobre ella en la revista People. Hace una año y medio se casó con un príncipe de Oriente Medio.

En la cara de Madison se dibujó una gran sonrisa.

-Es verdad. Recuerdo que leí ese articulo el día...

Stone la miró al ver que ella no acababa la frase. Su sonrisa había desaparecido.

-¿Qué día?

-El día que rompí con mi novio. Me gustó mucho el artículo; era como un cuento de hadas y me hizo olvidarme de lo detestable que era mi novio.

-¿Qué hizo?

Madison se miró las manos antes de mirarlo a él. Sus ojos estaban fijos en la carretera, pero ella sabía que tenía toda su atención y estaba esperando a que respondiera.

-Descubrí, justo antes de nuestra boda, que había estado teniendo una aventura. Me dio un montón de excusas; pero ninguna era aceptable.

-¡Ya me imagino! -dijo Stone con tono enfadado-. Ese hombre era un estúpido.

-Ella era una modelo.

Stone levantó una ceja.

-¿Quién?

-La mujer con la que se estaba acostando. El me dijo que aquello justificaba su conducta. Según él, la estaba utilizando a ella para no acostarse conmigo; a mí me reservaba para después.

-¿Eso te dijo?

-Sí. Cedric era un caso.

Stone no quería profundizar demasiado; pero no pudo evitar la pregunta.

 -Así que, ¿nunca dormisteis juntos?

 Ella miró por la ventana.

-Sí, lo hicimos. Dos veces durante los dos años que estuvimos juntos.

Stone meneó la cabeza.

—Como ya dije antes, ese tipo era un estúpido.

Madison se reclinó en su asiento. Se alegrada de que Stone pensara así. Cedric había intentado convencerla de que no había motivos para cancelar la boda. Una modelo, le explicó, era la fantasía de cualquier hombre; pero que no la amaba.

-Cuéntame más cosas de ti, Stone -dijo ella que ya no quería hablar más de Cedric y del dolor que le había causado.

Ella escuchó, durante los siguientes kilómetros, las historias que Stone le contaba. Cuando llegaron al rancho de Quinn, Madison sentía que sabía muchas cosas sobre él y sobre la gente a la que amaba. Sabía que no se quería casar, pero, también sabía que se sentía orgulloso de que el matrimonio de sus padres hubiera durado tanto tiempo. También se alegraba sinceramente del matrimonio de sus hermanos.

Cuando pararon a la puerta de la casa, Madison contuvo el aliento; nunca había visto nada igual.

-Este lugar es precioso -dijo cuando Stone fue a abrirle la puerta de la camioneta. El se rió.

-Si piensas que este lugar es bonito, espérate a ver el del tío Corey. Aquello es como una obra de arte.

Madison no podía esperar más, ni a ver el lugar, ni a su madre. Stone debió leerle el pensamiento porque le apretó la mano y le dijo:

-No te preocupes, pronto la verás.

Ella asintió. Agradecida. Antes de que pudiera decir nada, una señora de unos cincuenta años, salió a recibirlos. Por sus ojos rasgados y cara angulosa debía ser india.

-¡Stone Westmoreland! ¡Qué alegría! Martin me dijo que ibas a venir y he preparado tarta de manzana; te dejaré que la pruebes si me firmas unos cuantos libros.

Stone soltó una carcajada mientras se acercaba a darle un abrazo a la mujer.

-Lo que tú quieras; ya sabes cómo me gusta tu tarta de manzana.

Se separó de la mujer y se giró hacia Madison.

-Madison, te presento a Estrella de la Mañana, la mujer de Martín. Son muy amigos de mi tío Corey y su hijo McKinnon es el mejor amigo de Durango.

Madison sonrió. Estaba claro que aquella mujer tenía el respeto y la admiración de Stone y a ella le gustó al instante. Le ofreció la mano.

-Encantada de conocerte.

-Lo mismo digo. He preparado un lugar para que paséis la noche. Tengo entendido que vais a visitar a Corey.

Stone asintió.

-Martín me ha dicho que no lo habéis visto desde hace algún tiempo.

La mujer asintió.

-Ya hace semanas. Hace tres semanas que se pierde la partida de póquer de los jueves. Pero sabemos que está bien.

Madison no pudo evitar la pregunta.

 -¿Y cómo lo saben?

La mujer levantó una ceja extrañada del interés que ella mostraba.

-Hace una par de días bajó a usar el teléfono.

Parece que el suyo se le ha estropeado y por eso no sabemos nada de él. Martín y yo habíamos bajado a la ciudad y no pudimos verlo, pero McKinnon estaba aquí y habló con él -miró a Stone y añadió-. Por lo visto hay una mujer con él; una mujer muy guapa. Por supuesto, todos estamos muy sorprendidos; ya sabes lo que opina de las mujeres.

Stone meneó la cabeza, sonriendo.

-Sí, lo sé. De hecho ésa es una de las razones por la que vamos a verlo.

La mujer se llevó un dedo a la boca, pensativa.

-¿Conocéis a esa mujer?

Ella sabía que Stone, por consideración con ella no diría nada; pero, también sabía que Estrella de la Mañana era una persona en la que se podía confiar.

-Sí, la conocemos -admitió-. La mujer que está con Corey en su montaña es mi madre.