CAPITULO XI

 

LORIGAN cerró la pantalla ele televisión y permaneció inmóvil. Chris murmuró:
—¿Qué crees que ha sucedido realmente, Dex?
—¿Cómo puedo saberlo? No dicen nada concreto... sólo que la astronave dejó de transmitir. Los han destruido, no puede haber otra explicación. Aunque se averiase el sistema principal de comunicación automática con la base, en la nave disponían de dos canales más que podían manejar. ¡Malditos sean, todas esas vidas perdidas!
—Quizá se trate realmente de una avería... Dijeron que el Danger había bombardeado con cohetes el asteroide, y no hay nada capaz de resistir una explosión de cobalto.
—No hay nada que nosotros conozcamos. Apostaría mi vida a que el asteroide continúa intacto... o casi. Voy a ir a la base.
—¿Qué puedes hacer tú? No admitieron siquiera tus consejos. Ya te llamarán sí creen necesitarte.
Lorigan la miró. Los ojos profundos y acariciadores de Chris le calmaron de repente y sonrió.
—Tú temes que esos cabezotas decidan hacerme caso...
—Hiciste tu parte del trabajo en el espacio, Dex. Que otros asuman también su responsabilidad. Tú eres un comandante de vuelo, pero no perteneces a los ejércitos, no eres militar...
—¿Y...?
—¡Maldita sea tu estampa! —estalló la muchacha—, ¡No quiero que vayas a hacerte matar, eso es todo!
El suspiró.
—Es lo que suponía...
Quedaron en silencio, mientras él encendía un cigarrillo y se relajaba, tendido al sol en la terraza de la suite del hotel.
Después, como a regañadientes, Chris masculló:
—De cualquier modo, tú tampoco podrías hacer nada por mucho que te empeñes en creer lo contrario.
—Tal vez no,
—Entonces, deja de atormentarte. Te has convertido en un manojo de nervios tensos y a punto de saltar desde que el Danger partió al mando del comandante Congres. Por lo que sé de él, es un buen militar.
Sombrío, Lorigan gruñó:
—Tengo la corazonada de que ya puedes hablar de él en pasado.
—¡Me gustaría arañarte! Todo lo que han dicho es que la astronave dejó de transmitir.
El ladeó la cabeza y expelió el humo como una caldera a presión.
—Estás volviéndote idiota tú también —le espetó—. Justo lo que ellos quieren, que la gente no piense, que admita cualquier estupidez que les inculquen.
—¿Dex!
—Lo siento, pero es así. Pueden tomarle el pelo a la gente, pero tú eres oficial de comunicaciones. Chris, ¿O ignoras cómo operan las naves de combate?
Ella arrugó el ceño. De pronto, un chispazo cruzó por su mirada y por un instante él pánico la invadió.
—¡Dex...!
—Eso es. Mantienen un circuito abierto desde que despegan hasta que regresan. Ese circuito envía sin cesar imágenes de la nave, de su vuelo, de sus maniobras, del combate; transmite las órdenes del comandante y registra hasta la más mínima incidencia que se produce a bordo... y todo queda registrado en las computadoras del Consejo Superior del Espacio.
—Es cierto, Dex„ Entonces...
—Entonces, el Danger fue destruido, o jamás hubiera dejado de transmitir. Y en la computadora principal del Consejo está todo registrado al segundo. Todo absolutamente: Voces, imágenes...
Chris abatió la cabeza. Sentía un angustioso sentimiento que no lograba explicarse al pensar en todos aquellos hombres, casi unos muchachos, sacrificados en la inmensidad del espacio.
De pronto dio un respingo y exclamó:
—¡Dex! Si eso es cierto, ¿qué ha pasado con el asteroide?
El dio la vuelta, dejando que el sol calentara su espalda.
—No lo sé, pero no me sorprendería que lo vieras aparecer sobre esta terraza de un momento a otro... De veras, querida, tengo el presentimiento de que sigue intacto, acercándose a la Tierra.
Chris contuvo el aliento. Revolviéndose en el colchón neumático donde estaba tendida, apoyó la cabeza sobre la espalda de Lorigan y susurró:
—Entonces, ¿hemos de creer que es indestructible? El Danger le disparó varios cohetes con cabeza de cobalto... ¿Tú piensas que no lo destruyó?
—Lo que yo piense poco importa si no quieren escucharme. Pero he reflexionado mucho desde que estoy en tierra. Sea lo que sea la clase de inteligencia que rige el asteroide, no me cabe duda que poseen medios tan sofisticados como nosotros, o quizá más. Son capaces de crear una fuerza de atracción terrible, pueden establecer campos magnéticos de tal magnitud que anulan nuestros sistemas de localización y seguimiento... Entonces, nena, ¿por qué no pueden disponer de algún sistema de coraza magnética que intercepte los cohetes lo mismo que hacemos nosotros?
Se dio la vuelta y el cosquilleo de los cabellos de la muchacha sobre su cuerpo le excitó. Estaban desnudos bajo un sol ardiente como el fuego y la piel caliente de Chris le produjo el efecto de una descarga eléctrica.
La muchacha dio un respingo y exclamó: —¡Eh, no seas loco! Aquí, a pleno sol... La abrazó y sus bocas entablaron un largo combate que les aisló del mundo y del espacio. La muchacha giró hasta colocarse sobre él, riendo dentro de su boca, las manos perdiéndose en su cuerpo duro y musculoso, —Bueno —jadeó—, ¿por qué no después de todo? Había chispas de travesura en sus ojos cuando se irguió, mirándole y pasándose la lengua por los labios. —Esta vez será diferente —dijo con voz queda. Lo fue, pero no como ella imaginaba. El zumbador de la entrada comenzó a sonar una y otra vez, apremiante, monótono.
Chris hizo una mueca. Lorigan dijo: —Alguien que tiene prisa. —¿Qué hacemos?
—Abrir antes que echen la puerta abajo. La muchacha se levantó, desnuda, hermosa como un sueño, el cuerpo palpitante y estremecido de deseo. Le miró a él y rió entre dientes.
—Si les recibes así —dijo—, será un espectáculo digno de verse, tan agresivo...
—¡Lárgate a vestirte de una vez! El zumbador continuaba sonando, implacable. Lorigan se enfundó los ajustados pantalones y, descalzo y con el torso desnudo, se dirigió a la puerta. Desde el umbral, Cogan gruñó: —¿Interrumpí algo? —Tú habías de ser...
Cerró de un portazo. Cogan miró en tomo. —¿Estás solo?
—Si estuviera solo no hubieras interrumpido nada, —Ya veo.
Chris apareció en la puerta del dormitorio sujetándose la breve falda plateada,
—Hola. Estás convirtiéndote en una pesadilla —dijo por todo saludo.
—Qué amables, los dos. ¿Dónde está el agua de fuego? Se dirigió sin vacilar a la mesita donde estaban los licores y se obsequió con un largo whisky. Suspiró, se tragó la mitad y sin volverse dijo:
—Quieren verte, Dex —¿Qué?
—Los cerebros del Consejo. Andan locos buscándote. No les dije dónde estabas, claro.
—Gracias. ¿Qué sabes de lo sucedido con el asteroide?
Cogan apuró el whisky, Les miró con calma. Sus ojos estaban enrojecidos.
—Ganó —dijo tan sólo,
—¿Quieres decir...?
—Justamente eso. Destruyó al Danger como en uno de esos viejos juegos de tiro al blanco.
Chris ahogó una exclamación de estupor. Lorigan, tenso, preguntó:
—¿Cómo estás tan bien enterado?
—Porque me he convertido en alguien importante. Soy un gran tipo ahora, alguien a quien hay que halagar y dar facilidades.
—Estás borracho.
—Mo del todo. Aún no... creo. ¿Te dije que iba a escribir un libro?
—¡Al diablo con eso! Habla del Danger y el asteroide.
—Todo está relacionado. Los grandes cerebelos se enteraron de que iba a solicitar mi cese como navegante para dedicarme a escribir ese libro. Bien, ellos están ansiosos de poder, y la fama lleva al poder, así que si yo les menciono en mi libro con los elogios que se merecen y todo eso... ¿Entiendes? El pequeño Cogan debe ser tratado con guante blanco. Sólo tiene que pedir y se le dará. He terminado.
Agarró otra vez la botella y el licor gorgoteó en el vaso.
Lorigan granó:
—Me gustaría que antes de emborracharte del todo, nos dijeras qué pasó con el Danger realmente
—Lo vi —dijo Cogan, sombrío—. Vi toda la grabación de la computadora... ¡Todo, maldita sea la Galaxia! No entiendo cómo se dejaron cazar... Si hubiesen realizado la maniobra a tiempo...
—Cuéntalo por orden, si no te importa.
Vació el vaso de un trago. Por un instante pareció que sus piernas no iban a soportar su peso, pero luego se afianzó y dijo:
—Por el camino te lo contaré, A menos que no quieras saber nada más de esos estúpidos engreídos y te quedes aquí esperando la llegada del asteroide.
Chris exclamó:
—¿Quieres decir que se acerca a la Tierra?
—Recto como un cohete. Vi su trayectoria en los radares tan claramente como te veo a ti.
Lorigan soltó una maldición.
—No puede ser cierto, habrían dado la alarma general...
—Aún confían en destruirlo sin alarmar a la humanidad entera.
—Iré contigo.
Lorigan se lanzó al dormitorio para acabar de vestirse.
Chris engarfió los dedos en el brazo de Cogan y murmuró:
—¿Qué esperan que haga él, te lo han dicho? Dex no es militar, no pueden obligarle a...
—Ahora quieren oírle. Tuvo una experiencia con ese condenado mundo errante y confían en que pueda aportar ideas para destruirlo antes de que llegue.
—Pero los cohetes de cobalto deberían haber...
—Tonterías. De algún modo los hicieron estallar a más de cien millas del asteroide. No les hicieron ni cosquillas, de modo que lo mismo harán con cualquier otra arma que se utilice.
Lorigan apareció ajustándose el cinto. Sin una palabra, los tres salieron de la habitación como si les persiguieran.