CAPITULO II

 

DEXTER Lorigan releyó una vez más las conclusiones de los astrofísicos, perplejo.
Junto a él, Cogan y Chris no estaban menos sorprendidos.
Hasta que la hermosa Chris dijo:
—Dando por hecho que no pueden haberse equivocado, quizá eso no sea nada fuera de lo normal, Dex.
—¿Tú crees?
—Únicamente puede sorprendemos que esa enorme masa no sea maciza, eso es todo. Pero si aceptamos el supuesto de que es parte de un planeta volcánico, su interior debe estar plagado de galerías, o quizá albergará la masa ígnea que activaba los volcanes.
Cogan gruñó:
—No me gusta, sea lo que sea.
—¿Por qué? Macizo o no, es sólo una masa de metal,
—¿Y su atracción, de dónde demonios procede? Y otra cosa... ¿Por qué está ahí, inmóvil? Debería desplazarse a más o menos velocidad, como los otros asteroides que llevamos descubiertos y clasificados.
Lorigan soltó un gruñido.
—Chris —decidió—, vas a comunicar con la base. Pide permiso para una salida al exterior. Diles lo que hemos descubierto y que deseo explorarlo y recoger muestras de ese metal. Hasta ahora los astrofísicos no han conseguido identificarlo con ningún esteroide conocido. —De acuerdo. La respuesta tardará casi dos horas si no hay interferencias.
—Esperaré.
La base era la Tierra, y estaba a más de quinientos millones de millas de distancia, de modo que a pesar de que el mensaje viajaría a la velocidad de la luz, habrían de esperar dominando su impaciencia el tiempo que Chris había pronosticado.
La joven ingeniero de comunicaciones activó las computadoras y transmitió el mensaje. El suave zumbido de las máquinas en funcionamiento la arropó durante los siguientes minutos, rompiendo el absoluto silencio de la cámara.
Chris se echó atrás, basculando el asiento anatómico y cerrando los ojos dejó vagar la imaginación. Hacía años que no pisaba la Tierra. Su último permiso lo había disfrutado en la estación de reposo de la Luna de Júpiter, y desde entonces su vida había transcurrido a bordo del Ormon, el gigantesco navío del espacio gobernado por Dex Lorigan.
Dex...
Con los ojos cerrados, la muchacha evocó las horas de desbordado amor que habían gozado juntos. Ya no recordaba cuándo descubrió por primera vez que deseaba a aquel hombre fuerte y dominante, ni cuando su turbulento deseo se convirtió en amor. De cualquier modo poco importaba el tiempo, su amor había crecido y el deseo era ahora tan tumultuoso como al principio. La única diferencia estribaba, quizá, en que estaba henchido de ternura al mismo tiempo.
Enderezándose, indicó a su ayudante que permaneciera atento a los indicadores y ella regresó a los dominios de Cogan.
Este y Dex continuaban allí, impacientes e intrigados. El Ormon se había deslizado casi cincuenta millas hacia la oscura mole que flotaba ante las mirillas como un mundo muerto. Chris pudo ver perfectamente los cónicos montículos que Cogan había catalogado como volcanes extinguidos, el suelo revuelto y desolado...
—Da escalofríos —murmuró, estremeciéndose.
Cogan refunfuñó algo entre dientes. Estaba realizando nuevos cálculos basándose ahora en los informes de los astrofísicos.
Lorigan indagó:
—¿Hubo alguna dificultad en la transmisión, Chris?
—Ninguna. De cualquier modo la programé para que sea repetida cada cinco minutos, durante media hora.
—Muy bien,
—¿Quiénes van a salir, Dex?
El la observó con una ligera sonrisa en los labios.
—Holt y Grayle, seguramente. Y yo mismo, por supuesto.
—¿Por qué tú?
Cogan les contempló con una mirada intrigada. Luego sonrió y dijo:
—Le he pedido que me dejara salir a mí, pero se niega en redondo, Chris. Convéncele y ocuparé su lugar encantado. Me intriga lo que podamos encontrar en ese pequeño mundo perdido.
—Tú eres demasiado valioso a bordo. Holt y Grayle son hombres de acción, oficiales militares y están entrenados. Irán ellos y no se hable más,
—Pero ¿y tú? No eres militar.
—Pero estoy entrenado para el desplazamiento autónomo fuera de la nave. Además, no quiero perderme esa experiencia.
—Y eres el comandante, así que puedes hacer lo que se te antoje —rió Cogan.
Chris no secundó su risa. Apenas sí se molestaba en disimular su inquietud por el hombre que amaba. No ignoraba los riesgos de una salida como aquélla, ni los peligros que podían acechar a los exploradores una vez llegaran a la superficie del oscuro asteroide que flotaba, inmóvil, ante sus ojos. Bacterias espaciales, una arista que rasgara su traje estanco, una caída accidental...
Sacudió la cabeza negándose a seguir pensando en esas terribles posibilidades. Por otra parte sabía con certeza que él no se dejaría convencer.
Luego, cuando la respuesta a su mensaje llegó, en medio de una tempestad de ruidos, su corazón saltó de gozo.
Desde la base ordenaban al comandante del Ormon que designara a tres exploradores con experiencia en salidas libres al espacio, para que exploraran y recogieran muestras del metal que sus computadoras no lograban identificar, pero indicaban al mismo tiempo que ningún oficial ni ingeniero de vuelo abandonara la nave.
Cogan rió:
—Te fastidiaron, comandante. Tienen miedo a perder la nave, no los ingenieros de vuelo o los oficiales. Gente más desinteresada...
Lorigan maldijo entre dientes.
—Habré de elegir a otro... Nolan es un buen elemento, aunque muy impulsivo. Esta salida le calmará sus ímpetus, espero.
Se volvió hacía Chris. Su disgusto se desvaneció al advertir el brillo de sus ojos, la ternura que desprendían y el leve temblor de aquellos labios que podían convertirse en llamas al besarle.
—Después de todo, te has Salido con la tuya —dijo, sonriendo—. Responde y diles que seguiremos sus instrucciones. Y que se vayan al infierno.
—Eso último lo transmitiré en clave —rió Chris, dirigiéndose a su cámara.
Lorigan suspiró:
—Una gran chica, aunque sea ingeniero.
—Tú debes saberlo mejor que nadie —comentó Cogan con ironía.
Con un bufido, Lorigan se encaminó en busca de los tres elegidos para la exploración.
Iban a ser las tres primeras víctimas del horror.