CAPITULO VIII

 

CHRIS tenía los ojos abiertos, perdida la mirada más allá de la ventana abierta, hacia el firmamento en el que parpadeaban millares de estrellas. Las mismas que había contemplado desde mucho más cerca, admirando el brillo cegador que en el espacio parecía derramarse como cataratas de luz.
A su lado oía la acompasada y tranquila respiración de Dex y su proximidad la llenaba de paz y de calma.
Se habían amado al acostarse, después de todo un día de retozar en la playa, de embriagarse de sol y de nadar hasta el cansancio. Después se había dormido sumida en la relajación, pero pronto el sueño se había convertido en un dulce duermevela, para acabar despierta del todo y con los pensamientos volando hacia el mundo oscuro en que brillaban las estrellas y que, durante años, había sido realmente «su mundo.»
Entonces, la voz de él susurró:
—¿Estás despierta?
Se volvió, gloriosamente desnuda sobre la cama, para abrazarse al cuerpo fuerte del hombre que amaba.
La leve brisa que llegaba del mar, fragante y salobre, acariciaba su piel estremeciéndola.
En la oscuridad, él buscó su boca y se besaron con ternura al tiempo que Lorigan la estrechaba entre sus brazos, sintiendo en sus manos el temblor del cuerpo cálido y terso.
Eso hizo que él despertara de nuevo al amor y al deseo. Chris emitió una queja dulce. Su aliento ardía como un raudal de llamas empujadas por la punta de su lengua, y retorciéndose se enroscó a él con brazos y piernas en un tumulto lleno de ansias y suspiros, como si ésta fuera la primera vez, las manos de Lorigan perdiéndose en su cuerpo,
Luego contuvo el aliento cuando él la poseyó, y toda su capacidad de amor pareció desbordarse hasta el delirio frenético de una entrega total y absoluta, derramándose envueltos los dos en la ola gigante del placer y del éxtasis.
Después permanecieron inmóviles, mejilla contra mejilla, los cuerpos unidos por el profundo abrazo, escuchando sus agitadas respiraciones que parecían llenarlo todo hasta ahogar el susurro del mar, cuyas olas mansas morían al pie de la ventana.
Así les sorprendió el sueño, y cuando el sol penetró en la estancia y acarició sus cuerpos aún estaban abrazados, los largos cabellos de la muchacha derramándose sobre el amplio torso del hombre.
Chris abrió los ojos y durante los primeros instantes experimentó una gran paz, sin pensar en nada, los sentidos aún dormidos. Luego miró la cara relajada de él y sonrió, recordando, estremeciéndose de nuevo al sentirlo tan próximo, tan suyo como si formara parte de su propio ser.
Poco a poco se desprendió del abrazo y se dirigió al baño.
Cuando Lorigan revivió, habían servido el desayuno en la terraza de la suite y ella estaba esperándole envuelta en una ligera prenda etérea y transparente que en lugar de ocultar las maravillas de su cuerpo las realzaba, creando una imagen turbadora y deseable, atrayente como un abismo.
Se quedó mirándola extasiado. —A veces me pregunto cómo un tipo como yo puede ser tan afortunado —rezongó, sentándose y besándola en la comisura de la boca.
—Eres mi jefe inmediato, así que necesito seducirte si quiero ascender,
—Lo recordaré.
Devoraron el desayuno y bebieron un abundante jugo de frutas. Era también una novedad volver a gozar de una buena cocina natural y desde que estaban en tierra le hacían los honores con entusiasmo.
Después, él encendió cigarrillos y le pasó uno a la muchacha. Ella tenía la mirada perdida en la lejanía del mar, más allá de la línea de palmeras y la playa donde empezaba a acudir gente casi desnuda.
De pronto, con voz contenida, ella murmuró:
—Me gustaría quedarme aquí siempre, Dex... No volver nunca más al espacio y vivir como los demás seres humanos...
—Te cansarías pronto de la inactividad.
Ella ladeó la cabeza y se quedó mirándole,
—No creo —dijo—. ¿Te has detenido a pensar alguna vez que nosotros conocemos mundos lejanos, desentrañamos los secretos del infinito, viajamos distancias siderales... y de la Tierra no hemos visto apenas nada?
—Eso es cierto y no resulta muy alentador.
—Empleamos nuestros mejores años en estudiar, en adiestrarnos, esclavizados por unas disciplinas que nos absorben hasta los pensamientos. Luego salimos al espacio exterior, primero en cortos viajes de aprendizaje, y cuando nos damos cuenta estamos inmersos en ese infinito durante años y años...
—¿Eso te entristece?
—Ahora sí. ¿Sabes qué edad tenía cuando hice mi primer vuelo a la Estación Intermedia dé Marte?
—Dímelo tú.
—Veinte años apenas cumplidos.
—¿Y...?
—He pasado los treinta hace sólo unos meses, y en esos diez años pisé la Tierra una vez.
—Tu aspecto sigue siendo el de una muchacha de veinte años. El espacio te sienta bien.
—No bromees.
—Lo digo en serio. ¿No te has mirado al espejo? Eres una jovencita adorable y ese estado de ánimo pasará pronto,—Dime una cosa, Dex...
—¿Sí?
—¿No te gustaría cambiar, quedarte en tierra, vivir con tranquilidad y paz? No tener que afrontar esos riesgos escalofriantes de allá arriba, no sentir sobre las espaldas y el corazón la inmensa responsabilidad de una astronave y cincuenta vidas que dependen de tus decisiones... ¿No te gustaría?
Lorigan arrugó el ceño. Expelió el humo pensativamente y murmuró:
—No me he detenido a pensarlo en esos términos.
—Piénsalo ahora. ¿No te gustaría?
El la observó, preocupado. Luego, levantándose, se acodó en la balaustrada. El mar semejaba un espejo bruñido y las olas perezosas apenas levantaban, una breve espuma al morir en la arena.
—Es difícil aceptar la idea de no volver más al espacio exterior —dijo entre dientes—, También para mi ha sido mi vida hasta ahora. Tenía dieciocho años cuando hice mi primer viaje en un cohete que era apenas un montón de chatarra... No puede echarse por la borda un bagaje de tantos años, de tantas experiencias.
Hubo un largo silencio. Apagados por la distancia llegaban los gritos y las voces de los bañistas que jugaban en la playa.
Chris murmuré:
—¿Me echarías de menos sí no volviera a volar nunca más?
Lorigan se volvió en redondo. Había un asomo de tristeza en sus ojos .grises.
—¿Hablas en serio?
—¡Claro que te echaría de menos! —exclamó con súbita vehemencia—. ¿Crees que para mí sólo significas un pasatiempo, el placer momentáneo del deseo satisfecho? ¿Maldita sea, claro que te echaría de menos! —repitió con voz ronca.
—Pero no renunciarías al espacio por mí...
—Planteas la cuestión en unos términos absurdos.
—Tal vez porque aquí, en tierra, me siento sólo una mujer, no un brillante ingeniero de comunicaciones.
Lorigan no supo qué replicar. Arrojó lo que quedaba del cigarrillo y encendió otro con gestos bruscos.
Sentía sobre sí la mirada dulce de los profundos ojos de Chris y eso le inquietaba mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Y en cierto modo era algo absurdo.
—Aprendimos a dominar nuestros sentimientos hace muchos años —dijo de pronto—. Fue una de las disciplinas que nos enseñaron... y ahora estamos discutiendo en unos términos dignos de nuestros antepasados. ¿Qué es lo que va mal en nosotros, lo sabes tú acaso?
—No, pero eso debería alegrarnos. Demuestra que a pesar de todo, no consiguieron convertir en robots insensibles a los seres humanos.
El hizo un gesto inseguro. Se sentía atrapado por unos sentimientos que le desbordaban. Quizá por eso forzó una sonrisa y propuso:
—Hablaremos de eso con más calma, querida. ¿Qué te parece si nos vamos a nadar hasta el mediodía?
—Así, esquiva el problema —rió la muchacha, levantándose—. Pero de cualquier modo el problema quedará ahí, esperando que lo resolvamos tarde o temprano. Vamos a nadar.
Lorigan sabía que ella tenía razón. El problema había sido planteado y quedaba ahí, sombrío, interrogante...