CAPITULO VI

 

DIEZ meses mas tarde, el Ormon se aprestaba a rendir viaje y las ahora nítidas comunicaciones con la Tierra eran cada vez más frecuentes, con lo que Chris apenas disponía de tiempo libre.
No obstante esa noche abandonó su puesto dejándolo en manos de su ayudante y fue a reunirse con Dex Lorigan cansada pero feliz por el regreso.
—Dos meses solamente, querido —musitó, sentándose al lado de Lorigan, en la cámara privada de éste—. Dentro de dos meses estaremos en casa.
El la miró con ternura. Aunque no lo habría admitido públicamente, también Lorigan sentía la fatiga del espacio y ansiaba tener bajo sus pies la superficie sólida e inmutable de la Tierra.
—¿Qué piensas hacer cuando dejes el Ormon?
Chris se enroscó en el asiento, apoyando la cabeza sobre su pecho.
—Dependerá de lo que hagas tú —replicó—. Á menos que desees librarte de mí, querido.
—Eso es algo que no se me había ocurrido, pero ya que lo mencionas, tal vez...
Se echó á reír y la abrazó. Sus bocas se unieron en un beso largo, absorbente y dulce.
Después, Lorigan dijo:
—Supongo que nos ocupará varios días despachar todos los informes y atender a la comisión que se formará debido a la desaparición de Grayle y los otros...pero después nos iremos tú y yo a cualquier lugar donde nadie pueda encontrarnos.
Ella asintió sin palabras. Era como un sueño imaginar ese lugar donde pasar juntos su turno de descanso, lejos de las preocupaciones y viviendo uno para el otro en la plenitud de un amor que no conocía límites. Dexter añadió:
—No dejaremos que nada ni nadie estropee nuestro retiro.
—Apenas puedo creer que eso sea posible, Dexter —Quiero que seas feliz.
Ella le ofreció la boca, cálida y húmeda. Después, empezaron a quitarse las ropas, ansiando entregarse al amor con todo el fuego del deseo que despertaba tumultuoso en sus sentidos.
Sólo que esta vez las circunstancias no iban a ser tan propicias como en ocasiones anteriores. El sordo zumbido del vídeo hizo que los dos dieran un respingo. Chris miró sus senos desnudos, coronados por los rosados pezones y señaló el aparato.
—No vayas a conectarlo —dijo.
Tampoco Lorigan estaba más presentable. Se echó a reír y estableció comunicación sólo con la voz. —Hable.
—Comunicaciones, señor —dijo el ayudante de Chris—. Creo que he dado con algo extraño. Me gustaría que lo escuchara, comandante.
—Está bien, regístrelo. Voy ahora mismo.
Chris rezongó su disgusto. El inclinó la cabeza y besó las cimas de sus senos como una muda adoración a su i erguida belleza.
Después dijo:
—Es tu departamento, cariño, así que vístete aprisa. Fueron juntos a la cámara de comunicaciones. Todos los aparatos estaban en actividad, y una carta de vuelo aparecía, iluminada, en el mamparo. Sobre ella titilaban dos luces rojas.
El operador las señaló:
—Según el capitán Cogan, las señales pueden proceder de esas dos posiciones.
—¿Qué señales?
—Están registradas, por supuesto... quizá se repitan No eran una interferencia, ni producto de la estática. Esta es una zona «limpia» y apenas si la hay...
Chris manipuló la computadora. Un instante después se oyó como un balbuceo, algo que no tenía el menor sentido.
—Sin embargo, parece una voz humana —añadió el operador—. Por eso le he llamado, señor.
—Hizo bien, aunque no se me ocurre ninguna explicación. Pásalo otra vez, Chris, por favor.
Lo escucharon de nuevo. Era un sonido neutro, sin inflexiones, y no cabía duda que tenía semejanza con la voz humana, aunque no parecía pronunciar palabra alguna.
Chris se volvió hacia la carta de vuelo.
Tras examinar la posición de los dos vulvos rojos comentó:
—Si es cierto que procede de esa zona, no se me ocurre qué puede ser. No es una ruta normal de las naves terrestres, ni hay ningún planeta...
El espíritu de Lorigan empezaba a notar una creciente tensión.
—Pide a Cogan la distancia exacta a esos dos puntos, Chris.
—¿En qué estás pensando?
—En lo mismo que tú —replicó, ceñudo.
Ella se estremeció. Hizo la pregunta a Cogan y la respuesta de éste no contribuyó a tranquilizarles.
—Doscientas cincuenta mil millas a la situada más cerca. La segunda puede hallarse a doscientas setenta mil, en la posición seis punto doce.
—¿Te das cuenta? —gruñó Dexter—. Es casi la misma distancia de la otra vez, cuando tratamos de localizar la voz de Nolan.
—Sólo que no puede tratarse de lo mismo, Dex. Sería tanto como admitir que se ha desplazado mucho más rápido que nosotros...
—Y en una dirección inquietante, teniendo en cuenta lo próxima que estaría de la Tierra. Casi tanto como nosotros sí describe una amplia elipse. Comunica con la base y señala esas dos posiciones. Que empiecen a preocuparse ellos también. Deben saber si hay alguna nave en vuelo por esa zona.
—Muy bien.
—Y mantén los registros abiertos por si se recibe alguna otra señal.
Tras unos instantes de reflexión, Chris propuso:
—Podríamos descomponer la voz, o lo que fuere ese sonido. Tal vez eso pudiera sacarnos de dudas.
—De acuerdo, inténtalo cuando hayas enviado el mensaje a Tierra. Estaré en la cámara de mando si me necesitas.
Quedaron mirándose unos instantes, hasta que ella esbozó una sonrisa cómplice. Con voz tenue susurró:
—Tendremos otras ocasiones.
—Claro, y si alguien nos interrumpe le arrancaré la cabeza.
Lorigan abandonó la cámara y fue a encerrarse en su puesto de mando. Nunca le había agobiado la responsabilidad que implicaba el mando de una nave colosal como el Ormon, con más de cincuenta tripulantes a bordo, especialistas en sus diversos cometidos. No obstante, desde su amarga experiencia al perder a tres de sus hombres, se sentía tenso y cansado y sólo a su extraordinario adiestramiento era debido que no se derrumbara psíquicamente.
Tampoco nunca antes había ansiado quedarse en tierra tal vez para siempre. Ahora lo deseaba, sino para siempre, por una larga temporada antes de volver al espacio infinito al mando de otra astronave.
Ignoraba cuánto tiempo había pasado sumido en sus descorazonadoras meditaciones, cuando Chris irrumpió en la cámara y al instante advirtió la extraordinaria palidez de la mujer que amaba.
—¿Qué ocurre, Chris?
Ella depositó sobre la mesa el pequeño reproductor de sonido.
—No sé qué pensar. —murmuró—. Pero quiero que oigas eso, Dex.
—Bueno, adelante.
—Tú sabes cómo se descompone un sonido. El computador lo divide según sus inflexiones, lo desmenuza buscando analogías y semejanzas en cada partícula sonora. Luego, lo recompone convirtiéndolo en lo más parecido posible al lenguaje humano.
—¿Y ha dado resultado esta vez?
Por toda respuesta, Chris hundió un pulsador del aparato. Sonó el casi inaudible zumbido y al instante un breve balbuceo. Y después Lorigan oyó:
«Yanlo... yanlo...»
—¿Qué crees que significa? —gruñó.
—Escucha ese murmullo, al principio. La máquina no ha podido hacer nada con él... pero quizá sea el inicio de la palabra. Las dos primeras sílabas. Sí fuera así, el mensaje que se repite varias veces sería...
—Ya veo.
—Destruyanlo.
El la miró, perplejo, sacudido por un escalofrío.
—¿Has comunicado a la base esas conclusiones?
—Quise que lo escucharas tú primero.
—Pues hazlo ahora. Y pídeles autorización para desviarnos y comprobar si hay algo en esas dos posiciones que ha fijado Cogan. Ahora estamos bajo control de la Tierra, así que necesitamos su permiso.
—¿Piensas que puede tratarse de aquel horrible asteroide?
—Me resisto a imaginarlo siquiera. Pero me gustaría mucho comprobarlo... y que estuviera allí —terminó rechinando los dientes.
Tras dirigirle una mirada inquieta, Chris salió para cumplir las órdenes y esperar la respuesta.
Entretanto, el Ormon continuaba su rumbo a la Tierra semejante a un relámpago de plata.