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LA QUINTA RUEDA

–¿Vamos a matar al niño? – pregunta Peter, con aspecto asustado y nervioso, frotándose los brazos, con los ojos muy abiertos, una gran tripa sobresaliendo debajo de una camiseta de BRYAN METRO; está sentado en un destrozado butacón verde delante de la tele, viendo dibujos animados.

Mary está tumbada en el colchón de la otra habitación, espatarrada, completamente pasada, oyendo a Rick Springfield o a otro tonto del culo así en la radio, y yo me siento bastante mal y trato de liar este canuto y hago como que Peter no ha dicho nada, pero vuelve a hacer la pregunta.

–No sé si me lo estás preguntando a mí o a Mary o a uno de esos putos Picapiedra de la puta tele, tío, pero no lo preguntes otra vez -digo.

–¿Vamos a matar al niño? – pregunta.

Dejo de tratar de liar el canuto -los papeles de fumar están demasiado húmedos y se me deshacen entre los dedos- y Mary gime y dice un nombre.

El niño lleva atado en la bañera desde hace algo así como cuatro días y todos estamos un poco nerviosos.

–Estoy perdiendo la calma -dice Peter.

–Dijiste que iba a ser fácil de verdad -digo-. Dijiste que todo iba a ir perfectamente. Que todo saldría bien, tío.

–Pues la jodí. – Se encoge de hombros-. Lo sé. – Aparta la mirada de los dibujos animados-. Y sé que tú lo sabes.

–Mereces una medalla, tío.

–Mary no sabe nada. – Peter suspira-. Esa chica nunca se entera de nada.

–¿Así que sabes que yo sé que se jodió? – pregunto-. ¿Es eso?

Peter empieza a reírse.

–¿Vamos a matar al niño? – Mary se ríe con él y yo me seco las manos mientras los oigo.

Peter se pone en contacto conmigo a través de un traficante para el que yo solía trabajar y éste me llama desde Barstow. Peter está en Barstow con una india que se ligó junto a una máquina tragaperras en Reno. El traficante me da el número de un hotel del desierto y llamo a Peter y él me dice que viene a Los Ángeles y que él y la india necesitan un sitio donde quedarse un par de días. Hace tres años que no veo a Peter, desde que una hoguera que iniciamos quedó sin control. Le susurro, por el teléfono:

–Sé que andas jodido, tío.

Y él dice:

–Sí, claro, déjame que vaya ahí.

–No quiero que hagas esa puta movida que, según creo, vas a hacer -digo con la cara entre las manos-. Quiero que te quedes una noche y te largues.

–¿Quieres saber una cosa? – pregunta.

Yo no digo nada.

–No va a ser como tú piensas -dice.

Peter y Mary, que ni siquiera es india, vienen a Los Ángeles y me encuentran en una casa de Van Nuys hacia las doce de la noche y Peter se acerca y me agarra y dice:

–Tommy, colega, ¿cómo te ha ido, amiguete?

Yo me quedo allí, temblando y digo:

–Hola, Peter.

Está gordo, ciento cuarenta, ciento ochenta kilos, y tiene el pelo largo y rubio y grasiento y lleva una camiseta verde, salsa por toda la cara, señales de pinchazos en los brazos, y me cabreo.

–¿Peter? – pregunto-. Pero ¿qué cojones estás haciendo?

–Oye, oye, tío -dice él-. ¿Qué pasa? Toda va bien. – Tiene los ojos muy abiertos y una mirada rara y me está jodiendo.

–¿Dónde está la chica? – pregunto.

–Fuera, en la furgoneta -dice él.

Espero y Peter no se mueve.

–¿Fuera en la furgoneta? ¿Es eso? – pregunto.

–Sí -dice Peter-. Fuera en la furgoneta.

–Estoy esperando a que te muevas o algo así-digo-. ¿Por qué no vas a traer a la chica?

No hace nada. Se limita a seguir allí.

–¿La chica está en la furgoneta? – pregunto.

–Eso es -dice él.

Me está jodiendo de verdad.

–¿Por qué coño no la traes aquí, gordo de mierda?

Pero no hace nada.

–Mira, tío. – Suspiro-. Vamos a verla.

–¿A quién? – pregunta-. ¿A quién, tío?

–¿A quién crees tú que me refiero?

Por fin dice:

–Ah, claro, a Mary, eso es.

La chica está completamente pasada al fondo de la furgoneta y está bronceada y tiene el pelo largo y rubio, y está delgada por las drogas pero parece de buena disposición y es guapa. La primera noche duerme en el colchón de mi habitación y yo duermo en el sofá y Peter se queda sentado en el butacón viendo los programas de la tele de madrugada y creo que va una o dos veces a por comida pero estoy cansado y jodido e ignoro la situación.

A la mañana siguiente Peter me pide dinero.

–Es mucho dinero -digo yo.

–¿Qué quieres decir con eso? – pregunta él.

–Que has perdido la cabeza -digo-. Que yo no tengo nada de dinero.

–¿Nada? – pregunta. Se echa a reír.

–Lo has entendido perfectamente -señalo.

–Tengo que pagarle a un tipo de aquí.

–Lo siento, colega -digo-. No lo tengo.

No dice mucho más, se limita a volver a la habitación a oscuras con Mary, y yo voy al lavacoches de Reseda donde trabajo cuando no tengo otra cosa mejor que hacer.

Vuelvo a casa después de un día bastante jodido y Peter está en el butacón y Mary todavía sigue en la habitación del fondo oyendo la radio y me fijo en dos zapatos pequeños que hay junto a la mesa de la tele y le pregunto a Peter:

–¿De dónde sacaste esos zapatos tan pequeños, colega?

Peter está muy pasado, con una estúpida mueca de susto en su cara de globo, mirando los dibujos animados, y yo miro atentamente los zapatos y oigo a lo lejos llantos, golpes, una especie de zumbido al otro lado de la puerta del cuarto de baño.

–¿Es una… broma? – le pregunto-. Lo pregunto porque sé lo jodido que eres, colega, y sé que no se trata de una broma, tío, joder.

Abro la puerta del cuarto de baño y veo al niño, blanco, rubio, puede que de diez u once años, que lleva una camisa con un pequeño caballo, vaqueros de diseño descoloridos, y tiene las manos atadas a la espalda con una cuerda y los pies sujetos con otra y Peter ha metido algo en la boca del niño y ha puesto cinta aislante por encima y el niño tiene los ojos abiertos y llora, dando patadas a los costados de la bañera donde le ha metido Peter y cierro de un portazo el cuarto de baño y me pongo a gritarle delante de la cara:

–¿Qué cojones crees que estás haciendo, gilipollas? ¿Qué cojones has hecho, jodido gilipollas?

Peter está mirando tranquilamente la pantalla de la tele.

–Nos proporcionará dinero -murmura, tratando de apartarme.

Yo le aprieto con fuerza sus gordos y fornidos hombros y continúo gritando:

–¿Por qué?

Me domina el pánico y eso hace que levante el puño golpeando a Peter con él en la cara y Peter no se mueve. Se echa a reír, los sonidos que salen de su boca no tienen sentido, no tienen relación con nada de lo que yo haya oído alguna vez.

Le golpeo la cara con fuerza y al cabo de seis puñetazos me agarra el brazo, retorciéndomelo con tanta fuerza que creo que me lo va a partir en dos, y caigo lentamente al suelo, primero una rodilla y después la otra, y Peter sigue retorciéndomelo con más fuerza y ya no sonríe y gruñe, en voz baja y muy despacio, cuatro palabras:

–Cierra… ese… jodido… pico.

Me da un tirón del brazo, retorciéndomelo todavía más, y caigo de espalda, y él me suelta y me quedo allí durante largo rato hasta que por fin me levanto y trato de beber una cerveza y me tumbo en el sofá y me duele el brazo y el niño deja de hacer ruidos al cabo de un tiempo.

Me entero de que el niño iba en monopatín por el aparcamiento de la Galleria y que Peter y Mary le estuvieron siguiendo la pista durante toda la mañana y Peter dice que «nos aseguramos de que no miraba nadie» y Mary (ésta es la parte que más me costó imaginar, porque no consigo entender que la chica se mueva) se acerca al niño cuando éste se ata el cordón de un zapato y Peter abre la puerta trasera de la furgoneta y sencillamente, sin ningún esfuerzo, agarra al niño, lo levanta y con toda tranquilidad lo mete en la parte de atrás de la furgoneta y Mary conduce hasta aquí y Peter me dice que aunque pensó en venderle el niño a un vampiro que conoce, que vive en West Hollywood, prefiere tratar con los padres del niño y que el dinero que consigamos servirá para pagar a un marica que se llama Spin y luego nos iremos a Las Vegas o a Wyoming y quedo tan desconcertado al oír esto que no consigo decir nada y ni siquiera tengo idea de dónde está Wyoming y Peter tiene que enseñarme un mapa de un libro y es un estado rojo que parece muy lejos.

–Las cosas no son así -le digo.

–Tío, el problema que tienes, lo que más te jode, es que siempre estás tenso, tío, no te relajas.

–¿Es cierto eso, tío?

–Te sienta mal. Te sienta muy mal, colega -dice Peter-. Tienes que aprender a dejarte ir, a flotar. A relajarte.

Pasarán tres días y Peter verá dibujos animados y se olvidará del niño que está en la bañera y hará, igual que Mary, como que el niño no existe, y yo intentaré mantener la calma, haciendo como que sé lo que van a hacer, lo que van a conseguir, aunque no tenga ni idea de lo que pasará.

Voy al lavacoches porque me despierto y Peter calentará una cuchara delante de la tele y Mary dará tumbos, delgada y morena, y Peter hará chistes mientras la pica y se picará él y antes de ir al lavacoches fumo costo y veo dibujos animados con Peter y Mary vuelve al colchón y a veces oigo que el niño patalea contra la bañera, completamente aterrado. Ponemos la radio alta, rogando que el chico pare, y meo en el fregadero de la cocina o voy a la estación de servicio Mobil del otro lado de la calle a cagar y no les pregunto a Peter y Mary si le dan de comer al niño. Volveré a casa del lavacoches y veo cajas vacías de Winchell y bolsas de McDonald's pero no sabré si la comida ha sido para ellos o para el niño y el niño se revuelve dentro de la bañera en plena noche e incluso con la radio y la tele puestas se le puede oír, dándote la esperanza de que lo oirá alguien de fuera, pero cuando voy fuera no se oye nada.

–Atiende, tú -dice Peter-. Atiende.

–¿Que atienda a qué cojones?

–A que no se oye nada -dice Peter.

–Estás… mintiendo -digo yo.

–Oye, Mary -grita él-. ¿Tu oyes algo?

–No se lo preguntes, tío -digo-. Está… jodida, tío.

–Por eso tienes que hacer algo -dice él.

–Mierda, tío -protesto yo-. Es todo por culpa tuya, tío.

–¿El que haya venido a Los Ángeles es culpa mía? – pregunta.

–El agarrar a ese niño.

–Por eso tienes que hacer algo.

Al cuarto día Peter se da cuenta de algo.

–No sé qué quieres decir de verdad cuando dices eso -le digo, a punto de llorar, después de que me explique su plan.

–¿Vamos a matar al niño? – repite, pero de hecho ya no es una pregunta.

A la mañana siguiente me levanto tarde y Peter y Mary están en la habitación del fondo totalmente pasados, tirados sobre el colchón, y la tele está encendida y bolas animadas, azules y borrosas y con cara, se persiguen unas a otras con martillos enormes y picos y el sonido está tan bajo que hay que imaginar lo que se dicen unas a otras y cuando estoy en la cocina abro una cerveza y meo en el fregadero y me meto en la boca lo que queda de un Big Mac que está sobre la encimera, masticando, tragando, y me pongo unos pantalones con peto nuevos y estoy a punto de irme cuando veo que la puerta del cuarto de baño está abierta y allí que voy, con cuidado, temiendo que Peter le haya vuelto a hacer algo al niño ayer por la noche, pero al final no consigo mirar, conque me limito a cerrar la puerta rápidamente y me dirijo en coche a Reseda, al lavacoches, porque hace dos noches entré, muy colocado, y el niño estaba boca abajo, con los pantalones enroscados en los tobillos, y tenía el culo manchado de sangre y me marché y la siguiente vez veo que el niño está limpio, vestido, incluso le han peinado, aunque sigue atado y con un calcetín en la boca, aterrado, con los ojos más rojos que los míos.

Llego tarde al lavacoches y un judío me grita algo y yo no contesto, me limito a entrar en un largo túnel oscuro y a salir por el otro extremo, donde seco un coche con un tipo que se llama Asylum que se considera «loco de verdad» y toda la gente del valle quiere que le laven el coche hoy y yo sigo secando los coches, sin preocuparme del calor que hace, sin mirar a nadie, sin hablar con nadie excepto con Asylum.

–Ya no estoy ni siquiera preocupado -le digo-. ¿Sabes? Ni desconfío ni nada.

–Vamos, que te la suda todo, ¿no? – pregunta Asylum-. ¿Es eso? ¿Me aclaro o qué?

–Sí -digo yo-. No me importa nada.

Termino de secar un coche y estoy esperando a que el siguiente salga del túnel y me fijo en un niño pequeño que está parado junto a mí. Lleva un uniforme escolar, mira cómo salen los coches del túnel, y poco a poco me va dominando la paranoia.

Sale un coche en la cinta continua y Asylum se dirige hacia mí.

–Ése es el coche de mi mamá -dice el niño.

–¿Sí? – digo yo-. ¿Y qué cojones pasa?

Me pongo a secar una furgoneta Volvo con el niño todavía a mi lado.

–Me estoy cabreando -le digo al niño-. No me gusta que me mires.

–¿Por qué? – pregunta.

–Porque me entran ganas de partirte la cara o algo así, ¿sabes? – digo, con los ojos entrecerrados debido al vapor.

–¿Por qué? – pregunta.

–Haré como que no me entero de que hablas conmigo -le digo esperando que se marche.

–¿Por qué?

–Eres un jodido mamón que me hace una pregunta idiota como si fuera algo importante.

–¿Crees que es importante? – pregunta el niño.

–¿Estás hablando conmigo? – le pregunto al niño.

El niño asiente orgullosamente con la cabeza.

–No sé por qué necesitas hacerme esa pregunta, tío, no sé. – Suspiro-. Es una pregunta idiota.

–¿Qué es «necesitas»? – pregunta el niño.

–Idiota, idiota, idiota -murmuro.

–¿Por qué es idiota?

–Es innecesaria, retrasado mental de mierda.

–¿Qué es «innecesaria»?

Harto, me dirijo al niño.

–Lárgate de aquí, mamón.

El niño se ríe y se acerca a una mujer que toma un Tab y mira fijamente un bolso Gucci y seco el Volvo deprisa y Asylum me habla de una chica que se folló ayer por la noche que parecía una mezcla de murciélago y araña muy grande y por fin abro la puerta para que se suba la mujer del Tab y el niño y de repente hace tanto calor que tengo que secarme el sudor de la cara con una mano sucia y el niño sigue mirándome mientras la mujer se aleja conduciendo.

Peter sale hacia las diez de la noche porque tiene que hacer unas cosas y dice que volverá a las doce. Trato de ver la tele pero el niño empieza a revolverse y yo pierdo los nervios, de modo que entro en mi habitación, donde Mary está tumbada en el colchón, con las luces apagadas y las ventanas abiertas, pero sigue haciendo calor y la miro y le pregunto si quiere compartir un canuto.

Ella no dice nada, se limita a mover la cabeza despacio de verdad.

Me dispongo a irme, cuando Mary dice:

–Oye, tío… quédate… ¿por qué no te… quedas?

La miro.

–¿Quieres saber lo que estoy pensando?

Mary abre la boca, con los ojos casi en blanco.

–No.

–Estoy pensando, tía, esta chica está jodida -le digo-. Estoy pensando que cualquier chica que ande con Peter tiene que estar jodida.

–¿En qué más estás pensando? – susurra.

–No lo sé. – Me encojo de hombros-. Estoy… cachondo. – Pausa-. Peter no volverá a casa hasta… ¿cuándo? ¿Las doce?

–¿Y… qué más?

–Mierda, ¿por qué no te quedas y ves lo que pasa?

–Oye… -Traga saliva-. No… quiero verlo.

Me siento en el colchón junto a ella, que trata de sentarse pero termina por apoyarse en la pared y me pregunta por mi trabajo.

–¿De qué coño estás hablando? – pregunto-. ¿Quieres saber cómo me ha ido el día lavando coches?

–¿Qué… pasó? – Respira a fondo.

–Había un coche lavándose -le digo-. Había un niño monstruoso. Eso fue lo único interesante. Puede que haya sido el día más interesante de mi vida. – Estoy cansado y el canuto que he encendido se apaga demasiado pronto y me estiro más allá de ella y agarro las cerillas que hay junto a una cuchara y una bolsa de plástico asquerosa al otro lado del colchón y enciendo el canuto y le pregunto cómo conoció a Peter.

Ella no dice nada durante mucho tiempo y no puedo decir que eso me sorprenda. Cuando habla, lo hace en voz tan baja que casi no consigo oírla y me acerco a ella, que murmura algo y tengo que preguntarle qué está diciendo, y el aliento le huele a algo como a muerte. En la radio los Eagles cantan Tómalo con calma y trato de cantar con ellos.

–Peter hizo… algo horrible… en el desierto.

–¿Sí? – pregunto-. No lo dudo. – Otra calada y luego-: ¿Como qué?

Ella asiente con la cabeza como si agradeciera que le haya preguntado.

–Conocimos a un chico en Carson… y nos proporcionó un material bueno de verdad. – Se pasa la lengua por los labios y yo me pongo triste-. Y… anduvimos con él… cierto tiempo… y el tipo era amable de verdad y una vez cuando Peter salió a por unos donuts… salió a por unos donuts… y ese tipo y yo empezamos a hacer el tonto. Era agradable… -Está ida, tan drogada que yo también me coloco y ella se interrumpe y me mira para asegurarse de que estoy aquí, escuchando esto-: Peter entró…

Tengo la mano en su rodilla y ella la mira como si no le importase y yo vuelvo a asentir con la cabeza.

–¿Y sabes lo que hizo? – pregunta.

–¿Quién? ¿Peter? – pregunto-. ¿Qué?

–Adivínalo. – Suelta unas risitas.

Hago una pausa durante mucho tiempo antes de decir:

–¿Se comió… los donuts?

–Llevó al tipo al desierto.

–¿Sí? – Muevo la mano por su muslo, que es huesudo y duro y está cubierto de polvo, y deslizo la mano por él.

–Sí… y le disparó un tiro en un ojo.

–Uau -digo yo-. Sé que Peter haría una mierda así. De modo que no me sorprende ni nada de eso.

–Luego empezó a gritarme y le bajó los pantalones al tipo y sacó una navaja y le cortó… la cosa al tipo y… -Mary se interrumpe, empieza a soltar risitas, yo también empiezo a soltar risitas-. Y me la tiró y dijo: ¿es eso lo que quieres, so puta, es eso? – Se ríe histéricamente y yo también me río y seguimos riéndonos durante un tiempo que parece larguísimo y una vez que ella se interrumpe y empieza a llorar, con ganas de verdad, sollozando y todo eso, yo quito la mano de su pierna-. Es todo lo que tenemos que hablar -dice, sollozando.

De todos modos intento follármela pero ella está tan tensa y seca y colocada que me hago daño de modo que lo dejo durante un rato. Pero todavía sigo muy cachondo de modo que intento que me la chupe pero ella se duerme y la apoyo en la pared y se la meto en la boca pero eso no funciona y termino meneándomela pero ni siquiera me corro.

Me despierto porque están dando unos golpes tremendos a la puerta. Es tarde y el sol está alto y entra por la ventana dándome de lleno en la cara, y me levanto y paseo la vista alrededor y no veo a Peter ni a Mary por ninguna parte y me levanto pensando que son ellos los que llaman y voy y abro, cansado, fuera de combate, y es un chico joven y bronceado, con el pelo rubio, en bastante buena forma, camiseta sin mangas, náuticos, pantalones cortos, unas Vuarnet, y se queda allí como si fuera todo lo que necesito.

–¿Qué quieres, tío? – pregunto.

–Busco a alguien -dice, añadiendo-: tío.

–Pues ese alguien no está aquí -digo, disponiéndome a cerrar la puerta.

–Colega -dice el tipo.

–Quiero que te vayas -digo.

El tipo empuja la puerta con la mano y pasa junto a mí.

–Oye, tío -digo-. ¿ Qué coño quieres?

–¿Dónde está Peter? – me pregunta-. Ando buscando a Peter.

–No está.

El tipo mira por el apartamento, comprobándolo todo. Por fin se apoya en el respaldo del sofá y después de mirarme pregunta:

–¿Qué coño estás mirando?

–No estoy cabreado -digo-. Sólo estoy muy cansado. Lo único que quiero es que todo esto se termine pronto porque no lo puedo soportar más.

–Límitate a decirme dónde coño está Peter -dice el tipo.

–¿Cómo cojones lo voy a saber?

–Bien, colega -se ríe-, será mejor que le encuentres. – Me mira y dice-: ¿Sabes por qué?

–No. ¿Por qué?

–¿De verdad que lo quieres saber?

–Sí. Dije que quería saber por qué -digo-. Venga, tío, no seas tímido. He pasado una semana espantosa. Podemos ser amigos si…

–Te diré por qué. – Me interrumpe dramáticamente y, en una voz muy baja a la que empiezo a acostumbrarme, dice-: Porque Peter está… -Se interrumpe, luego-: Está -y otra pausa, luego-: Metido en la mierda hasta el cuello.

–¿Es eso verdad? ¿Sí? – pregunto como quien no quiere la cosa.

–Sí, es verdad -dice el tipo bronceado-. Señor.

–Sí, bien, le diré que apareciste por aquí y todo eso. – Abro la puerta para que salga y pasa junto a mí-. Y no soy mexicano.

–Sólo es un aviso -dice el tipo-. Volveré y si Peter no tiene eso, daos todos por muertos. – Me mira fijamente durante mucho tiempo este chico de dieciocho, diecinueve años, labios gruesos y rasgos inexpresivos que son tan comunes que no seré capaz de recordarlos, ni podré hablarle a Peter de alguna característica especial.

–¿Sí? – Me atraganto, cerrando la puerta-. ¿Qué vas a hacer? ¿Pegarnos una paliza de muerte?

Él sonríe de modo amable mientras cierro dando un portazo.

Me quedo en casa esperando a que aparezcan Peter o Mary y ni siquiera sé si van a aparecer y ni siquiera estoy seguro de lo que es «eso» de lo que hablaba el surfista, y me siento en el sofá mirando la calle por la ventana sin ver nada. Ni siquiera puedo pensar en que Peter vino y lo jodió todo, porque para empezar ya estaba jodido todo y si Peter no aparece esta semana se habría jodido la siguiente o el año que viene y al final resulta difícil pensar que suponga alguna diferencia porque uno siempre sabe qué va a pasar y por eso se queda sentado mirando por la ventana esperando a que entren Peter y Mary para rendirse.

Les hablo del surfista que vino.

Peter pasea por el apartamento.

–Creo que la he cagado o algo.

Mary empieza a decir:

–Te lo dije, te lo dije.

–Vete a la mierda -le dice Peter-. Tenemos que largarnos de aquí enseguida.

Mary está llorando.

–Yo no tengo nada que llevarme -le digo a Peter. Miro cómo pasea nervioso.

Mary va a la habitación del fondo, se deja caer en el colchón, se mete una mano en la boca, se la muerde.

–¿Qué cojones estás haciendo? – grita Peter.

–Yéndome a la mierda -dice ella sollozando, retorciéndose en el colchón.

Mientras ella sigue allí Peter se me acerca y busca en su bolsillo de atrás y me tiende una navaja automática y yo pregunto:

–¿Para qué es, colega?

–Para el niño.

Me había olvidado del niño y miro hacia la puerta del cuarto de baño, sintiéndome cansado.

–Si dejamos libre al niño -dice Peter-, le encontrará alguien y se lo contará y la habremos jodido.

–Podemos dejarle morir de hambre -susurro, mirando la navaja.

–No, tío, no -dice Peter, poniéndome la navaja en la mano.

La aprieto y se abre con un clic y tiene un aspecto espantoso, larga, pesada.

–Está tan jodidamente afilada -digo mirando la hoja, y luego miro a Peter para que me dé instrucciones y él aparta la vista.

–A esto tenemos que llegar, tío -dice.

Nos quedamos allí durante no sé cuánto tiempo y cuando empiezo a decir algo, Peter dice:

–Hazlo.

Le agarro y, estrechándole, le digo:

–Pero yo no protesto, ¿ves?

Me dirijo a la puerta del cuarto de baño y Mary me ve y corre, cojeando hacia mí, pero Peter le pega un par de veces, tumbándola de espaldas, y yo entro en el cuarto de baño.

El niño es pálido y guapo y parece débil y ve la navaja y se pone a llorar y escurre el cuerpo, tratando de escapar, yo no lo quiero hacer con la luz encendida de modo que la apago y trato de acuchillar al niño a oscuras pero me asusta mucho pensar en darle puñaladas a oscuras, de modo que enciendo la luz y me pongo de rodillas y hundo la navaja en su estómago, pero no lo bastante fuerte, conque se la hundo otra vez con más fuerza y él arquea la espalda y yo le vuelvo a apuñalar, tratando de desgarrarle pero el chico sigue sacando el estómago como si no lo pudiera evitar y yo le sigo apuñalando el estómago y luego el pecho pero la navaja se atasca en los huesos y el niño no muere de modo que trato de degollarle pero él baja el cuello y termino haciéndole un corte en la barbilla, abriéndosela, y por fin le agarro por el pelo y le echo la cabeza atrás y él todavía llora y sigue arqueando la espalda, tratando de liberarse, manchando de sangre toda la bañera debido a las heridas superficiales y Mary grita en el cuarto de estar y yo hundo la navaja en la garganta del niño, abriéndosela, y abre mucho los ojos y un gran surtidor de sangre caliente me golpea en la cara y noto su sabor y me limpio los ojos con la mano que todavía sujeta la navaja y la sangre brota por todas partes y al niño le lleva mucho tiempo dejar de moverse y yo estoy de rodillas, lleno de sangre, en parte púrpura, más oscura que las demás, y el niño se mueve con unos espasmos tranquilos y ya no llegan sonidos del cuarto de estar, sólo se oye el sonido de la sangre que entra en el desagüe de la bañera, y poco después entra Peter y me seca y susurra:

–Todo saldrá bien, tío, nos vamos al desierto, tío, todo irá bien, tío, chiss.

Y nos subimos a la furgoneta y nos alejamos del apartamento, de Van Nuys, y convenzo a Peter de que estoy bien.

Peter detiene la furgoneta en el aparcamiento de un Taco Bell del valle y Mary se queda al fondo de la furgoneta porque tiene temblores, y Peter es duro con ella cuando le dice que se calle y ella se encoge como un niño, arañándose la cara.

–Ha perdido la cabeza -dice Peter, mientras le pega un par de veces para que se calle.

–Y tú que lo digas -le digo.

Ahora estarnos sentados en una mesita debajo de una sombrilla rota y hace calor y mis pantalones con peto están empapados de sangre, y hacen ruido cada vez que muevo los brazos, me levanto, me siento.

–¿Sientes algo? – pregunta Peter.

–¿Cómo qué?

Peter me mira, piensa en algo, se encoge de hombros.

–En realidad no necesitábamos cepillarnos a ese chico -murmuro.

–No. No tenías por qué hacerlo -dice Peter.

–Me contaron que hiciste algo horrible en el desierto, tío.

Peter está comiendo un burrito y dice:

–Estoy pensando en Las Vegas. – Se encoge de hombros-. ¿Qué es eso tan horrible?

Miro el taco que me compró.

–No lo encontrará nadie -dice, con la boca llena.

–Hiciste algo horrible -digo-. Me lo contó Mary.

–¿Algo horrible? – pregunta, confuso, sin fingir.

–Eso es lo que me contó Mary. – Me estremezco.

–Define «horrible» -dice, terminando el burrito muy deprisa, y luego, una vez más-: Las Vegas.

Agarro el taco y me lo voy a comer cuando veo sangre en mi mano y dejo el taco y me la quito y Peter come parte de mi taco y yo como algo y él lo termina y nos subimos a la furgoneta y nos largamos al desierto.