NOTA HISTÓRICA

La guardia real de la Corona española en tiempos de Napoleón estaba formada por cuatro compañías: la española, la americana, la italiana y la flamenca; pero, ¡ay!, no había ninguna Real Compañía Irlandesa. Sí había, sin embargo, tres regimientos irlandeses al servicio de la Corona (de Irlanda, de Hibernia y de Ultonia), compuestos todos ellos por exiliados irlandeses y sus descendientes. También el ejército inglés estaba formado en buena parte por irlandeses; algunos de los regimientos de condados ingleses en la Península contaban con más de un tercio de irlandeses, y si los franceses hubiesen conseguido sublevar a aquellos hombres, el ejército se habría quedado en una situación desesperada.

En la primavera de 1811, la situación era de hecho bastante desesperada, pero no por culpa del desencanto, sino simplemente por el desequilibrio en el número de tropas entre ambos ejércitos. El gobierno inglés aún tenía que darse cuenta de que con Wellington, habían descubierto al fin a un general que sabía cómo luchar, y todavía eran muy mezquinos a la hora de enviarle soldados. La escasez fue remediada en parte por los excelentes batallones portugueses que estaban bajo el mando de Wellington. En algunas divisiones, como la Séptima, había más soldados portugueses que ingleses, y todos los relatos sobre la guerra rinden homenaje a las cualidades de lucha de aquellos aliados. La relación con los españoles nunca fue tan fácil ni tan fructífera, ni siquiera después de que el general Álava se convirtiese en el oficial de enlace para Wellington. Álava acabó siendo un buen amigo de Wellington, y de hecho estuvo a su lado en el campo de batalla de Waterloo. Los españoles terminaron por nombrar a Wellington generalísimo de sus ejércitos, pero esperaron hasta después de la batalla de Salamanca, en 1812, que expulsó a los franceses de Madrid y de la España central.

Sin embargo, en 1811 los franceses estaban aún muy cerca de Portugal, y lo habían ocupado dos veces en los tres años anteriores. Ciudad Rodrigo y Badajoz obstaculizaban los progresos de Wellington en España, y hasta que no cayeron esas dos fortalezas gemelas (a principios de 1812), nadie pudo estar seguro de que los franceses no fueran a intentar otra invasión de Portugal. Tal invasión se volvió mucho menos probable después de la batalla de Fuentes de Oñoro, pero no habría sido imposible.

Fuentes de Oñoro nunca fue una de las batallas favoritas de Wellington, que eran aquellas que podía recordar con cierto placer dentro de su propio generalato. La de Assaye, en la India, es la batalla de la que se sentía más orgulloso, y Fuentes de Oñoro es probablemente aquella de la que menos se enorgullecía. Cometió uno de sus escasos errores cuando permitió que la Séptima División marchara alejándose tanto del resto del ejército, pero fue rescatado por la brillante actuación de la División Ligera bajo el mando de Crauford aquel domingo por la mañana. Fue una demostración de arte militar que impresionó a todos los que fueron testigos de ella; la división estaba muy alejada de cualquier auxilio, se veía rodeada, y aun así se retiró sana y salva y sólo sufrió un puñado de bajas. La lucha en el interior del pueblo fue de lejos mucho peor, poco más que una reyerta carnicera que dejó las calles inundadas de muertos y agonizantes heridos, si bien al final, pese a la bravura francesa y su único momento de gloria cuando capturaron la iglesia y la cima, los ingleses y sus aliados defendieron la cresta e impidieron a Masséna el acceso a la carretera de Almeida. Masséna, decepcionado, distribuyó las raciones destinadas a la guarnición de Almeida entre sus hambrientas tropas, y después marchó de vuelta a Ciudad Rodrigo.

Así que, a pesar de su error, Wellington se quedó con la victoria, aunque fue una victoria amarga porque la guarnición de Almeida acabaría escapando. Aquella guarnición había sido bloqueada por sir William Erskine, quien, lamentablemente, no tenía muchos «intervalos de lucidez». La carta de la Guardia Montada que describía la locura de Erskine es auténtica, y muestra uno de los problemas que tenía Wellington al intentar proseguir la guerra. Erskine no hizo nada cuando los franceses volaron las defensas de Almeida, y estaba durmiendo mientras la guarnición se escabullía en la noche. Toda aquella tropa tendría que haber sido capturada, pero burlaron el débil bloqueo y fueron a reforzar los ya numerosos ejércitos franceses de España.

La mayoría de aquellos ejércitos luchaban contra guerrilleros, no contra soldados ingleses, y un año después algunos de ellos estarían combatiendo a un enemigo aún más terrible: el invierno ruso. Pero para los ingleses también se avecinaban dificultades, dificultades que Sharpe y Harper compartirán, sufrirán y, felizmente, superarán.