Capítulo 6

Algo marchaba mal pero Nerissa no podía determinarlo.

Después de las emociones de la noche anterior, pensó que sería un día feliz, y al despertar sintió que su corazón cantaba y que todo era azul en el mundo.

Se había citado con Harry para salir a cabalgar muy temprano, antes de que nadie se levantara y él ya la esperaba cuando salió y juntos se dirigieron hacia la caballeriza.

Partieron a galope y Nerissa no podía evitar volver la mirada hacia atrás porque esperaba a cada instante que el duque les diera alcance.

Pero aun cuando galoparon mucho tiempo, no hubo señales de él y mientras atravesaban el bosque para volver por el mismo camino que la condujo el duque la primera mañana, Nerissa se preguntó por qué se habría mantenido alejado y si tendría alguna razón especial para hacerlo.

Se sintió ridícula.

Tal vez estaba cansado por haber dormido mal la noche anterior o quizá consideró una imprudencia que lo volvieran a ver con ella y a horas tan tempranas.

Se preguntó si Delphine se habría enterado y se lo habría reprochado al duque.

Pensó en una serie de posibilidades, pero ninguna la hacía feliz.

No lo había visto, aun cuando después del desayuno y como era domingo, acudió a la iglesia junto con Lady Wentworth.

Cuando partieron, ninguna de las otras damas del grupo había aparecido aún, pero, en el desayunador, varios caballeros ya estaban reunidos.

Nerissa creyó que su padre la acompañaría a la iglesia, pero lo encontró en un salón muy ocupado en tomar nota de aquello que ya conocía de Lyn, así como de las partes interesado en examinar, de manera exhaustiva, esa misma mañana.

—No olvides —le recordó—, que el duque dispuso que recorriéramos la casa hoy y sé que nos guiarán su bibliotecario y su asistente, que conocen mucho del período isabelino.

Nerissa pensó que había sido una ilusión de su parte, pero había supuesto que el duque en persona los llevaría al recorrido; sin embargo, aunque lo inició con ellos, después de visitar dos de las habitaciones más importantes se retiró y no volvió.

Nerissa requirió de un supremo esfuerzo para lograr concentrarse en las características isabelinas que eran únicas en Lyn.

Pero no podía cesar de preguntarse si el duque se encontraría con Delphine y charlaría y reiría con ella y si había cumplido su promesa de ir a ver la guirnalda.

Era infinita su ansiedad, mientras su padre no cesaba de hacer preguntas en cada habitación y tomar nota de las encuestas.

Comprendió que gozaba de una intensa felicidad al poder ver las maravillas de una mansión que siempre admirara.

Durante el almuerzo nadie habló de otra cosa que no fuera el Festival de las Flores que se llevaría a cabo esa noche.

Todas las damas se mostraban muy reservadas acerca de lo que se proponían lucir, pero Nerissa estaba segura de que Delphine quería ser la triunfadora y habría planeado algo muy espectacular.

Se comentó que la votación se tomaría con toda seriedad y que las concursantes, que eran doce, debían subir una por una a la plataforma dispuesta en el salón de baile.

—Tendremos acompañamiento musical —explicó Delphine—, y después de que el concurso termine y se entreguen los premios, bailaremos. El duque invitó a varios vecinos y dudo que el Festival de las Flores de Lyn termine antes del amanecer.

Se empeñaba en aclarar que había sido idea suya y, por lo tanto, era su fiesta y Nerissa pensó que ya se soñaba duquesa y cumplía sus deberes como tal.

Aún se discutían los planes para la hora del té, mientras ella esperaba en vano a que el duque le indicara, de algún modo, que podían ir juntos al gabinete y ver de nuevo la guirnalda que ella había encontrado para él.

Parecía tan increíble que lo hubiera logrado, que Nerissa no dejaba de preguntarse si habría soñado despierta y si cuando regresara a las habitaciones de la duquesa no le resultaría imposible abrir el cajón secreto para encontrarse con que la guirnalda de flores de diamantes sólo existía en su imaginación.

Estuvo tan ocupada con su padre, que cuando subió a lavarse las manos antes del té, encontró a Mary muy agitada.

—¡Me preguntaba qué había sido de usted, señorita! Los jardineros me dijeron que es la única de las damas que todavía no elige sus flores.

—Dudo que queden algunas ya —sonrió Nerissa.

—Es verdad, señorita, y los jardineros están muy preocupados porque casi no tienen qué ofrecerle.

—¿En dónde están?

—Sólo la espera uno, señorita, los demás se fueron para elaborar las guirnaldas y demás adornos que las damas les pidieron. ¡No se imagina lo fantásticas que van a estar, parecerán surgidas de una obra de teatro!

—Lo que necesito es muy sencillo —expresó Nerissa.

Presionada por Mary, bajó hacia donde esperaba un joven jardinero en la habitación destinada a las flores.

Como dijera Mary, ya casi se habían agotado. Los jardineros se ocuparon de llevar ramos de muestra de las flores disponibles y cada una de las damas pugnó por conseguir su flor favorita y asegurarse de que había suficientes para adornarse tanto la cabeza como su vestido.

—Lamento haberlo hecho esperar —indicó Nerissa con su suave voz.

—No importa, señorita, pero me preocupa lo poco que tengo para ofrecerle.

A Nerissa no le sorprendió encontrar que yo no había rosas, azucenas, ni camelias.

Sólo quedaban ramos de margaritas de un tinte incoloro y algunos iris amarillos que comprendió no lucirían bien sobre su rubio cabello.

—Esto es todo —se disculpó el jardinero—, a menos que prefiera algunas flores silvestres.

Los ojos de Nerissa se encendieron.

—¿Tiene no-me-olvides?

—Hay cientos, señorita. Proliferan en el jardín y nos cuesta trabajo terminar con ellos.

—Por favor, hágame una guirnalda de no-me-olvides. Es una flor que siempre me ha gustado mucho.

—Necesitará más que una guirnalda —intervenido Mary, quien había seguido a Nerissa. Se volvió hacia el jardinero—. Sube muchos ramos de no-me-olvides.

—Así lo haré —prometió el jardinero.

Después de darle las gracias, Nerissa volvió a su dormitorio.

—¿Qué planea, Mary? No deseo destacar, estoy segura de que mi hermana estará muy bella y ganará el premio.

—¡La señora exigió rosas como para una coronación! —exclamó Mary—. El jardinero en jefe gruñía porque eligió el tono favorito de su señoría y dijo que si le daba todas las que ella deseaba, no quedaría una en todo el jardín.

Nerissa se rió y no se inquietó más por su participación en el Festival de las Flores.

A la vez tenía la cálida sensación de que ella y el duque compartían el secreto de la guirnalda, que era mucho más importante que cualquier cosa que los jardineros pudieran hacer y las invitadas lucir.

Pero cuando llegó la noche sin que recibiera ningún recado de él para volver a las habitaciones de la duquesa, de súbito se deprimió y comentó a su padre:

—Ahora que ya conociste la mansión ducal, papá, ¿no sería mejor que regresemos a casa mañana? Creo que la mayoría de los invitados volverán a Londres.

—¿Irnos mañana? —exclamó asombrado Marcus Stanley—. ¡No tengo la menor intención de hacer tal cosa! Todavía no conozco toda la mansión y mucho menos las construcciones exteriores. Me han dicho que la escuela de equitación no tiene igual en todo el país y los palomares son por completo diferentes a los de cualquier otro lugar, así como otros edificios exteriores.

No esperó a que Nerissa respondiera, firme, agregó:

—¡Nos vamos hasta el miércoles y aún así será demasiado rápido para mí!

«Fui una tonta al sugerirlo», se dijo Nerissa.

Al llegar a su dormitorio encontró que Mary ya había dispuesto lo que se pondría esa noche.

Ella había pensado usar un vestido azul pálido, pero Mary insistió en que se vistiera de blanco y le indicó que, como el resto de las damas, se cambiaría después de la cena.

—¿Quiere decir que no usaremos las flores hasta después de cenar?

Mary sonrió.

—Ya me entenderá, señorita, cuando se inicie el desfile. ¡A la mayoría de ellas les resultaría imposible sentarse a la mesa!

A Nerissa le pareció una respuesta muy extraña, pero aceptó ponerse otro vestido y al bajar a cenar pensó que lo único que deseaba era ver al duque.

Se preguntó en qué se habría ocupado todo el día y supuso que había dedicado el tiempo a Delphine, que estaba maravillosa, resplandeciente de joyas y con una expresión en el rostro, que Nerissa supuso que significaba que estaba muy segura de su éxito.

Cuando terminó la cena salieron del comedor, Delphine se hizo cargo enseguida de la situación.

—Ahora, todas apresúrense, ya saben lo que hay que hacer. Nos reuniremos en la antecámara del salón de baile sin dejarnos ver por los invitados y en cuanto el público esté reunido, desfilaremos hacia la plataforma, una por salón y ahí aguardaremos a las demás.

Aunque al parecer todas lo habían oído decir antes, para Nerissa era algo nuevo y confió en no cometer ningún error.

Al subir a su dormitorio, donde Mary la esperaba, lanzó una exclamación de sorpresa al ver el vestido que llevaría.

Era un modelo muy sencillo que Delphine le enviara, pero ahora estaba adornado con ramilletes de no-me-olvides y después de que se lo puso, Mary le colocó una banda ancha de listón azul cruzada en el pecho, también adornada con ramilletes de las mismas flores y que se detenía bajo su cintura con otro ramillete más grande.

Se lograba un hermoso efecto y también era bella la guirnalda que rodeaba su rubia cabellera.

—¡Cuánta molestia se tomó, Mary, es usted muy bondadosa conmigo!

—No será nada tan espectacular como lo que llevarán otras damas, señorita, pero, en mi opinión, ¡usted serás la más bella de todas!

—Gracias, me ha dado confianza —sonrió Nerissa—. Pero los no-me-olvides son flores muy pequeñas, sencillas y modestas.

Y cuando se reunió con las demás en la antecámara, comprobó que era verdad.

Delphine estaba fantástica.

Llevaba un vestido con amplísima falda de aro y cubierto por completo de rosas color de rosa y una guirnalda en la cabeza. También portaba una sombrilla cubierta de rosas.

Y por si eso no fuera suficiente sus más espectaculares diamantes se habían colocado entre las flores de la guirnalda, así como entre las del escote de su vestido.

Su aspecto era sensacional y estaba tan bella que Nerissa pensó que sería imposible que alguien rivalizara con ella.

Algunas de las otras damas habían mostrado también su mejor empeño.

Una, que representaba a la azucena, lucía un sencillo vestido blanco con amplias alas formadas con azucenas atadas a sus hombros y en los brazos llevaba un gran ramo de las mismas flores.

Otra, que se adornaba con claveles rojos, lucía también un manguito de esas flores y sobre la cabeza un sombrero alto tipo ruso, muy atractivo.

Tal como era de esperarse, nadie prestó la menos atención a Nerissa.

Cuando ya se empezaba a escuchar la música, Delphine exclamó:

—Ya todos están reunidos y los jueces listos con lápiz y papel para calificarnos cuando desfilemos. No olviden describir su flor, ya sea con sus propias palabras o con las de algún poeta.

Nerissa recordó entonces que le había sorprendido al entrar, ver que algunas leían libros de poesía.

Supuso que no había escuchado con atención o no le habían dicho que debían describir su flor.

Rápidamente intentó recordar si conocía algún poema donde se hablara de los no-me-olvides.

Escuchó aumentar los acordes de la música y Delphine, con la sombrilla detenida sobre su cabeza, cruzó la puerta rumbo a la plataforma y surgió una ovación estridente.

Nerissa se dio cuenta de que el público era muy numeroso.

Una a una, las damas salieron de la antecámara y desfilaron como si tuvieran años de práctica.

Nerissa pudo escucharlas decir algunas palabras con voces claras y sin titubeos, antes de que la música subiera de volumen, mientras descendían a tomar su lugar como se los indicara Delphine.

Como no intentara salir antes que alguna otra, Nerissa quedó en último lugar. Esperó hasta que la dama que la precedía, que representaba una camelia, llegara a su lugar y entonces avanzó con lentitud.

Por un momento la deslumbraron las intensas luces del salón de baile y también, de súbito, se sintió muy turbada.

Pero entre el gran número de caras borrosas sobresalió la del duque, sentado al frente junto a los demás caballeros que integraban al jurado.

Comprendió que no podía quedar mal frente a él.

Con mucha gracia subió a la plataforma y al llegar al centro, sin tener que pensarlo, acudieron a sus labios unas palabras y las pronunció con su suave con su suave y muy dulce voz, que pareció atraer a todos y obligarlos a escucharla.

No-me-olvides, azul como el viento, flor pequeña y sencilla, como yo, por eso me olvidarás por alguna nueva, pero yo siempre te recordaré.

Al terminar de decirlo estalló un nutrido aplauso y con la vista baja descendió los escalones para reunirse con las demás.

El duque recogió los boletos de votación, mientras el público no cesaba de aplaudir y subió a la plataforma para pronunciar un breve discurso.

Primero dijo que estaba seguro de que ese Festival de las Flores había sido el más importante de los que se realizaran en Lyn y que, sin duda, nada podía ser más bello que el ramillete de mujeres hermosas que se engalanaban esa noche el salón de baile.

Después, leyó el resultado de la votación y no fue una sorpresa que Delphine obtuviera el primer lugar.

«Eso la pondrá feliz», pensó Nerissa.

No le pasó inadvertida la expresión de su hermana mientras se acercaba al duque para recibir de sus manos el premio, que consistía en un precioso broche de esmalte con pequeñas piedras semipreciosas.

Nerissa estaba lo bastante cerca para escucharla dar las gracias en un tono que todo el salón escuchó y después susurrarle de modo que sólo él pudiese oírla.

—Sabe que lo atesoraré porque usted me lo entregó.

El tono íntimo de su voz y la expresión de sus ojos debieron resultar muy elocuentes para el duque.

Pero a Nerissa le pareció que él no correspondía a ellos y Delphine se vio obligada a alejarse para dar paso a la azucena, que quedara en segundo lugar.

En cuanto terminó la premiación todos rodearon a las concursantes para admirarlas más de cerca y pedirles, aunque en algunos casos era una empresa difícil, que bailaran con ellos.

Nerissa se acercó a su padre, pero lo encontró muy ocupado en su charla con un caballero que poseía una casa cerca de Lyn que pertenecía también al período Tudor.

Harry se le acercó, le pasó un brazo por los hombres y le dijo:

—¡Estás preciosa! Y me pareció muy apropiado que eligieras el no-me-olvides.

—¿Por qué?

—Porque sin duda ninguno de los dos podremos olvidar nuestra visita a Lyn y tengo algo que contarte.

La apartó del ruido hacia otra habitación y ella, temerosa, preguntó:

—¿De qué se trata?

—Apenas vas a creerlo, pero el duque me preguntó si tenía algún caballo. Cuando le dije que no, prometió regalarme uno que podré llevarme a Oxford.

—¿En serio? ¡Qué maravilla, Harry! Eso significa que podrás utilizar tu dinero para otras cosas.

—Por un momento no podía dar crédito a lo que oía, pero ahora comprendo el por qué de su gentileza.

—¿Por qué?

—¡Es evidente! Aun cuando yo habría apostado en contra, ha decidido casarse con Delphine e intenta congraciarse con su familia.

—Sí… por supuesto… ésa debe ser… la razón —asintió Nerissa y se preguntó por qué no se sentía tan complacida como debía estarlo al saber que Harry había recibido tan espléndido regalo.

Por alguna razón la velada le pareció eterna y aun cuando bailó con varios caballeros y logró evadir a Sir Montague, no se divirtió.

«Debo estar cansada», pensó y comprendió que nadie advertiría si se retiraba a dormir.

Subió por la escalera y cuando ya se dirigía hacia su dormitorio, sintió el súbito anhelo de ver la guirnalda y asegurarse de que existía.

Llegó hasta el dormitorio de la duquesa, entró y se dirigió hasta el pequeño vestidor.

Todo estaba tal como lo dejaran ella y el duque la noche anterior.

Permanecían dos velas encendidas a los lados del espejo y como la habitación era tan reducida, era fácil ver el gabinete con toda claridad.

Nerissa lo observó y sintió como si la desdichada duquesa que se había suicidado estuviera a su lado.

«¿Por qué no tuvo fe en él?», deseó preguntarle Nerissa y sintió como si la duquesa intentara decirle algo.

No pudo imaginarse qué sería y, de forma instintiva, estiró la mano y pasó los dedos, como la noche anterior, por el borde de la pulida tapa.

Encontró la ligera protuberancia de la esquina que había apretado antes y por un momento, como si nada sucediera, pensó desolada que todo había sido una ilusión.

Con lentitud, el cajón se abrió y ahí se encontraba la guirnalda que permaneciera oculta durante tantos años y que hiciera caer sobre cada duque la maldición que causara su desdicha.

Nerissa sacó la guirnalda de su escondite.

Al mirarla con más calma que la noche anterior, pensó que era mucho más hermosa de lo que le pareció al principio.

La habían trabajado de forma exquisita y supuso que era obra de algún hábil joyero extranjero, tal vez un italiano.

La acercó más hacia la luz de las velas del tocador y entonces, en un impulso, se quitó su guirnalda de no-me-olvides y se colocó la de diamantes.

Le quedó a la medida.

Al ponérsela le pareció escuchar un ligero suspiro a su lado, como si eso fuera lo que deseara el espíritu de la duquesa y ahora ya se sintiera satisfecha.

Fue solo una ligera impresión, sin embargo, Nerissa estaba segura de haberlo escuchado y de que la infeliz duquesa había estado con ella.

Después, la invadió la certeza de que el fantasma se había esfumado y estaba ya sola.

Fue todo inexplicable, pero estaba convencida de que no había imaginado nada, sentía que era una realidad.

Se miraba al espejo, cuando se abrió la puerta del vestidor y el duque entró.

Ella pudo verlo reflejado en el cristal del espejo, pero no se volvió, sólo lo observó mientras se aproximaba hasta detenerse a su lado.

Ahora sus rostros se reflejaban uno junto al otro.

—Así es como deseo verte… —musitó el duque con vos muy suave.

Como si despertara de un sueño, Nerissa se dio cuenta de su presencia, y que tal vez le molestaría que ella se probara la guirnalda de la duquesa sin pedirle autorización.

Se volvió con rapidez para disculparse, pero al encontrarse con su mirada, nada pudo decir, sólo mirarlo mientras él terminaba la frase:

—… cuando nos casemos.

Nerissa abrió tanto los ojos que parecieron llenar su rostro.

—Sabía que aquí te encontraría —continuó él—, y mi intención era pedirte que te pusieras la guirnalda para verte como estás ahora, tal como deseo que estés cuando te conviertas en mi esposa.

—No sé… qué quiere… decir —susurró Nerissa.

—Quiero decir que te amo y que la razón de que no me haya casado es que nunca, hasta ahora, había encontrado a alguien que pudiera hacerme sentir que la maldición cesaba y podía yo encontrar la felicidad que anhelo en mi vida.

Como le parecía imposible que eso fuera verdad, Nerissa sólo pudiera mirarlo.

Pero, con movimientos cuidadosos, él la abrazó y la ciñó hacia sí.

—¡Te amo! —repitió, y sus labios descendieron a los de ella.

Mientras la besaba, Nerissa compendió que la razón de que se sintiera tan desdichada e inquieta y todo le pareciera mal, era que su corazón lo amaba.

Ella así lo sentía, pero no se atrevió a confesarlo ni ante sí misma. Lo había amado desde el momento en que lo viera entrar, tan apuesto, a la cocina.

Aun cuando se dijo que pertenecía a Delphine, algo irresistible la atraía hacia él.

Desde que cabalgaron juntos había sabido que cuando él no estaba, el mundo le parecía vacío y todo su ser lo añoraba.

El beso del duque fue al principio suave y tierno, como si temiera asustaría.

Después, conforme la suavidad e inocencia de sus labios lo excitaban, se volvió más ardiente y posesivo.

La besó hasta que Nerissa sintió como si la elevara al cielo para compartir su dicha con las estrellas.

Eran dos seres fundidos en uno solo, hasta convertirse en indivisibles, por lo que sería imposible separarse más.

Mientras el duque apretaba el abrazo y la besaba, experimentó en su interior un embeleso que nunca había imaginado que existiera.

Era algo extraordinario, parte del encanto que encontrara en los bosques cuando niña y combinado con la belleza de Lyn.

Ambos era un todo amante y sagrado. Sus brazos, sus labios y el amor que ella sentía brotar de él y unirse a la devoción que surgía de ella misma.

Cuando el duque levantó la cabeza, Nerissa elevó su mirada hacia el duque y exclamó con voz no parecía la suya y provenía de una larga distancia.

—¡Te amo!

—Es lo que deseaba escuchar, ¡y yo también te amo!

La besó, apasionado, como si temiera no haberla encontrado nunca y ahora quisiera aprisionarla.

Sólo hasta que ambos estaban sin aliento y Nerissa, después de un suave murmullo, ocultó su rostro en el hombro del duque, éste con voz inestable le preguntó:

—¿Cuándo te casarás conmigo, mi amor?

Fue así que Nerissa volvió a la realidad y al mirarlo, preguntó:

—¿Sueño… o en realidad… me pediste… que me case… contigo?

—¿Cómo no hacerlo si un poder sobrenatural te ha dado la llave de nuestra felicidad, al encontrar la guirnalda que arruinó la vida de tantos de mis antepasados?

—Fue maravilloso… que pudiera yo… hacerlo… pero sabes que… no puedo… casarme contigo.

Los brazos del duque la apretaron.

—¿Qué quieres decir?

—Tú vas… a casarte… con Delphine.

El duque denegó con la cabeza.

—Nunca propuse matrimonio a tu hermana ni tengo intenciones de hacerlo.

—Pero… ella… pensó… —empezó a decir Nerissa.

—Sé lo que pensó —la interrumpió el duque—, y antes varias otras pensaron lo mismo que ella, pero yo estaba decidido, Nerissa, a no casarme jamás con nadie a menos que pudiera estar seguro de ser feliz.

Hizo una pausa antes de continuar:

—No estoy seguro de si realmente creía o no en la maldición, pero sí puedo asegurarte que ninguna de las mujeres a quienes cortejé era la que deseaba para esposa.

Nerissa no dijo nada y después de un momento él prosiguió:

—Es difícil decirte lo que sentía. Me convertí en un cínico por la desilusión que sufría al no encontrar a la imagen que guardaba en un altar en mi corazón.

—Pero… Delphine estaba… segura que tú… ibas a pedirle… que se casara… contigo.

—Lo que yo le pedí… fue algo muy… diferente.

—También me lo contó… pero estaba convencida de que… cambiarías de opinión.

Los labios del duque dibujaron una ligera sonrisa y dijo:

—Tu hermana es muy bella, pero ahora descubro que su hermosura no es más que un pálido reflejo de la tuya.

Nerissa recordó que Harry había dicho lo mismo.

—No debes… pensar eso —pidió con rapidez—, y aun cuando… te amo… no podría ser… feliz contigo… si sintiera que… había hecho… daño a Delphine.

Se hizo un leve silencio antes de que el duque, incrédulo, preguntara:

—¿Quieres decir, Nerissa, que me rechazas?

—¿Qué más puedo hacer? —preguntó contrita Nerissa—. Te amo… sabes… que te amo… pero si me casara contigo… Delphine nos arrojaría una maldición como la que tenías… antes y tal vez… su maldición haga ejercicio… y entonces nos perderíamos el uno del otro… ¡Y yo… querría… morir!

—¡No puedes… no debes suponer tales cosas! —exclamó el duque y ciñó más a Nerissa—. ¿Crees de verdad que, después de encontrarte, podría perderte de nuevo?

La miró a los ojos como para convencerse de que ella era sincera y agregó:

—¡Eres mía! ¡Eres lo que soñaba encontrar pero temía que no existiera! Sin esperarlo siquiera, al entrar en la cocina de tu casa, te encontré; me pareciste hermosa, con una belleza espiritual, que por un momento no pude creer a mis propios ojos.

—¿Esa impresión sentiste? —preguntó Nerissa.

—Ésa y muchas cosas más, pero como soy muy humano intenté aparentar ante mí mismo asombro por la cena que habías preparado y el buen vino que bebí.

Sonrió al advertir:

—Pero a la vez, preciosa mía, estaba decidido a volverte a ver, por eso invité a tu padre a venir a Lyn.

—Delphine no quería que yo viniera.

—Me percaté de ello, pero si tu hermana tiene una voluntad de hierro, también yo y por mucho que hubieras intentado rehusarte, te habría traído aquí con cualquier pretexto.

Le escrutó el rostro antes de decir:

—¿Sabes lo linda que eres? Desde que estás aquí, mi amor se ha incrementado, hora a hora, minuto a minuto.

—Pero me ignoraste hoy… ni siquiera… me hablaste.

—No me atrevía a hacerlo hasta ordenar mis pensamientos. Además, comprendí que si tu hermana percibía mi actitud te había molestado.

Nerissa lanzó una leve exclamación:

—¡Nunca debe… saberlo!

—Tendrá que enterarse algún día, porque tengo la intención de que seas mi esposa, Nerissa. ¡La verdad es que no puedo vivir sin ti!

—Tendrás que hacerlo. ¡Te amo… te amo con desesperación… pero nunca podré… casarme contigo! ¿Cómo podría… enfrentarme con Delphine… que está… decidida… y muy segura de que le… pedirás que se case… contigo?

El duque colocó los dedos bajo la barbilla de Nerissa para levantar el pequeño rostro hacia él.

—Mírame, vida mía. Observa mis ojos y dime desde lo íntimo de tu alma si de verdad concibes que al sentir lo que sentimos, podremos vivir separados…

Nerissa lo observó. Entonces las lágrimas le nublaron la vista.

—Comprendo… lo que quieres… decir —musitó con voz entrecortada—, y siento lo mismo. Te amo más allá del infinito. Pero sé que no lograremos nuestra felicidad… a costa de Delphine. Sé que si lo hiciéramos… yo siempre… tendría miedo.

El duque la miró por un momento. Enseguida, habló:

—Estamos tan identificados el uno con el otro, que comprendo lo que sientes, mi amor. Así que voy a decirte algo y deseo que escuches con mucha atención.

—Sabes que… escucharé… todo lo que me digas.

—Entonces, juro ante Dios que serás mi esposa, que serás mía y que juntos alcanzaremos la felicidad. ¡Es un juramento al que no faltaré!

Nerissa sólo dejó escapar un pequeño sollozo y ocultó su rostro en el cuello de él.

Él la abrazó muy fuerte y posó sus labios sobre su cabellera.

Permanecieron así por largo tiempo y algo en la proximidad de él hacía sentir a Nerissa como si se hallara en una fortaleza de seguridad y amor donde nada podría hacerle daño ni nunca volvería a sentirse sola.

Era una ilusión, una bella ilusión; sin embargo, por el momento, eran uno del otro.

La forma en que él hablara al pronunciar su juramento parecía hacer eco en la amorosa atmósfera que los envolvía.

De pronto, el duque apartó sus brazos y, con suavidad, le quitó la guirnalda.

La colocó en el cajón abierto, lo cerró y dijo:

—Mi amor, debo regresar al salón de baile; deseo que tú te vayas a dormir y no te preocupes por nada. Te amo y tienes que confiar en mí.

—¡Confío en ti! —respondió Nerissa—. Pero debes prometerme que no harás nada que pueda perjudicarnos.

—Como todo en ti es bueno, jamás haría yo algo que pudiera perjudicarte y que no estuviera a la altura de tus ideales.

—¿Cómo puedes decir algo tan… maravilloso?

—Lo digo porque es verdad, porque te amo y porque, aun cuando pudieras dudarlo ahora, nuestra vida juntos será diferente a lo que ninguno de los dos imaginara.

—No debo… pensar en… eso —susurró Nerissa.

—Debes hacerlo, piensa en ello y no en los obstáculos que al presente se interponen en nuestro camino y que yo intento eliminar.

La miró con ternura, antes de volver a tomarla entre sus brazos.

—Todo lo que deseo que recuerdes, es que te amo. Eres mía, Nerissa, y nada ni nadie me obligara a renunciar a ti.

La besó con frenesí y un éxtasis maravilloso los condujo otra vez hacia las estrellas.