Capítulo 2
-No hay duda de que Delphine pensó en todo —comentó Nerissa mientras se acercaba a la mesa de la cocina.
—Sólo en aquello que le conviene —contestó Harry, pero no con sarcasmo, ya que estaba demasiado confundido por lo que sucedía.
Ya había visto un caballo de su agrado, aunque comentó con Nerissa que sería muy cauteloso con las ciento cincuenta libras que le correspondían, ya que tendrían que durarle bastante tiempo.
Había sido Harry quien insistiera en que Delphine les pagara antes de marcharse.
—Tal vez sería mejor que primero vea que cumplen mis instrucciones al pie de la letra —había dicho ella.
Harry se rió.
—¡Si piensas que confiaremos en que lo hagas, estás equivocada!
Delphine lo miró indignada, pero él agregó:
—Todavía me debes un par de botas de montar que me prometiste antes de casarte con Bramwell si te ayudaba en la recepción nupcial.
Delphine se mostró un poco avergonzada.
—Admito que lo olvidé —confesó, como si no deseara molestar a Harry.
—Bueno, eso demuestra que no puede uno fiarse de tus promesas. Así que Nerissa y yo preferimos que nos pagues por adelantado.
Nerissa, a su vez, se ruborizó por la forma en que se expresaba su hermano.
Pero Delphine, como si en parte apreciara su actitud, se rió y sacó un sobre de su bolso de mano.
Para asombro de Nerissa, contenía la cantidad ofrecida en billetes y se apresuró a sugerir:
—Debemos guardarlo enseguida en lugar seguro y después depositarlo en el banco a la mayor brevedad.
—Eso me parece muy sensato —aprobó Delphine—, porque si lo pierden o se los roban, no se los pagaré por segunda vez.
Harry recibió el dinero.
—Gracias, Delphine, puedo asegurarte que cada moneda de estas tendrá un buen uso.
—Mientras cumplan mis instrucciones no tendré queja alguna. Pero me indignaré en extremo si provocan algún lío.
Su tono de voz indicó a Nerissa la importancia que para su hermana tendría esa cena y cuánto deseaba impresionar al duque con su distinguido hogar paterno.
Pero no era grato saber que ni a ella ni a Harry, los consideraba dignos de conocer a su futuro esposo.
Una vez que Delphine se hubo marchado, Harry exclamó:
—¡Piensa en todo lo que podremos hacer con este dinero!
—Desearía haber podido rehusarme —repuso Nerissa en voz baja.
Para su sorpresa, Harry estuvo de acuerdo.
—¡Es lo mismo que yo siento1 Me habría dado el mayor placer decirle a Delphine que no aceptaríamos ningún pago por ayudarla, pero que lo haríamos sólo porque tenemos la misma sangre!
Su tono brusco indicó a Nerissa que su orgullo estaba herido.
Pero enseguida agregó, con aire indiferente:
—¡Estoy dispuesto a disfrazarme y a fingir como lo que sea, si eso significa que pueda comprarme un caballo y algunas prendas de vestir, para evitar que me sienta avergonzado cuando me vean!
Como parecía un niño que recibiera un excelente regalo de Navidad, Nerissa no manifestó sus propios sentimientos, pero sentía que Delphine no sólo los degradaba a ellos, sino a toda la familia.
«Una vez que sea duquesa, jamás volveremos a verla», pensó al recordar el comportamiento de Delphine después de casarse con Lord Bramwell.
Sin embargo, había tanto por hacer que su mente sólo se concentró en su trabajo.
Delphine no mintió al decir que había comprado cuanto se necesitaría para la cena y cuando Nerissa vio la cantidad de comestibles que aparecían sobre la mesa de la cocina, se negaba a creerlo.
Había una pierna de cordero tierno, que tanto anhelara comprar para su padre; un salmón fresco recién pescado del río que corría muy cerca del castillo del Marqués de Sare.
De alguna manera, Delphine había logrado convencer al cocinero del marqués para que le proporcionara todo lo necesario para cocinar: barras de mantequilla fresca, un gran tazón de crema pesada, hierbas, verduras y especias.
También fruta, que Nerissa supuso provendría de los huertos del marqués.
Nerissa no pudo evitar sentirse divertida al darse cuenta de que, aunque cuando vivía con ellos, Delphine jamás había mostrado gusto por los apetitosos guisos de su madre, era evidente que los había aprovechado y ahora aprovechaba tales recuerdos.
Mientras Harry salía a supervisar todos los caballos que estaban a la venta en las cercanías, ella se dedicó a organizar los preparativos para la cena.
Colocó velas nuevas en el comedor, como sugiriera su hermana y se dio tiempo para cortar todas las flores que había en el jardín y arreglarlas en jarrones que distribuyó en el vestíbulo, el salón y el comedor.
«El tiempo apremia», pensó, «pero me gustaría pulir todos los muebles, aunque dudo que su señoría lo advierta».
Había pedido a Harry que le hablara del Duque de Lynchester y, para su asombro, encontró que sabía mucho de él.
—No sólo se le admira porque es duque —le dijo—. Debías escuchar a mis amigos de Oxford mencionarlo como el deportista más notable de toda Inglaterra.
Explicó:
—Es verdad, tiene los mejores caballos que puedan adquirirse, además, es un notable jinete, un conductor de primera, buen pugilista y campeón de esgrima.
Le sorprendió que Nerissa se riera.
—¡No lo creo! ¡Algún defecto debe tener!
Harry hizo un guiño.
—Por supuesto que lo tiene, pero es algo de lo que no puedo hablar contigo.
—Dímelo —rogó Nerissa.
—Bien, si quieres saber la verdad, es un demonio con las mujeres y dudo que llegue a casarse con Delphine.
—Ella está segura de que lo hará.
—Muchas antes que ella lo han pretendido. La hermana de uno de mis amigos, que quedó viuda después de Waterloo, amenazó con suicidarse si el duque no se casaba con ella.
—¿Suicidarse? —exclamó Nerissa.
—Al parecer, él la hizo creer que en verdad la amaba, pero como de costumbre, la abandonó y se buscó otra.
—¡Me parece un hombre detestable!
—No tengo razones para defenderlo, pero considero que no eres justa. Si una mujer persigue a un hombre, no debería lloriquear y lamentarse si el hombre la rechaza.
Su hermana lo miró sin comprenderlo. Y preguntó:
—¿Qué sugieres que haga entonces?
—¡Dejarlo que él la conquiste! El hombre debe ser el cazador, no la presa.
—¿Así eres tú?
—Por supuesto, pero tengo que admitir que sin un céntimo a mi nombre, ninguna mujer sensata intentaría cazarme, excepto por mi galanura.
—¡Es el comentario más presuntuoso que jamás he oído! —rió Nerissa y le arrojó un cojín.
Harry se lo devolvió, después rieron y, por el momento, se olvidaron del duque.
Cuando una hora y media antes de la cena, Harry bajó con alguna ropa sobre el brazo, Nerissa inquirió, curiosa:
—¿Qué llevas ahí?
—Ya que Delphine decidió convertirnos en sus sirvientes, pienso representar mi papel de la mejor manera. Recordé que en el ático guardábamos algunas libreas del tiempo del abuelo y encontré una que me queda bien, ¡hasta tiene botones labrados!
—Las había olvidado. Estarás estupendo.
—Dejé mi traje de etiqueta en Oxford. Ya sabes que aquí uso una vieja chaqueta de terciopelo para sentirme cómodo. Pero no creo que a Delphine le gustara que la usara el mayordomo de la familia.
—Estoy segura de que se enfurecería si parecieras más un caballero, aunque modesto, que un sirviente —opinó Nerissa.
—Ahora podré hacer que mi hermana se sienta orgullosa —se rió Harry mientras le mostraba una de las pelucas empolvadas que usaran los sirvientes de su abuelo.
Después de pulir los botones de plata, subió a vestirse, mientras que Nerissa pensó en que debía recordar a su padre, por enésima vez, lo que iba a suceder esa noche.
Él se sorprendió cuando le contó que Delphine había ido a visitarlos y que llevaría al Duque de Lynchester a la noche siguiente con el propósito especial de que conociera a su padre.
—¡Lynchester! —exclamó su padre—. Será interesante charlar con él de su casa. Es justo lo que necesito para mi capítulo de la arquitectura isabelina. Creo que no hay ninguna mansión en el país tan bien conservada como Lyn.
—Haremos un esfuerzo especial para agasajar al duque, por eso, papá, no te sorprendas de lo que se sirve ni de quién lo sirve.
—¿Quién va a hacerlo?
—George, el hijo mayor del granjero Jackson. Dicen que lo hace muy bien, así que no tendrás que preocuparte de que cometa errores.
Había citado al hijo del granjero Jackson porque tenía igual estatura que Harry y pensó que su padre, siempre tan increíblemente distraído respecto a esas cosas, no sospecharía ni por un instante que el mayordomo temporal era su propio hijo.
Minutos después, cuando Harry entró en la cocina vestido con la librea de la familia y la cabeza cubierta con la peluca, por un momento ella pensó que se veía ridículo.
Pero pronto comprendió que así se vería el sirviente de una gran mansión.
—En efecto, Delphine se sentirá orgullosa.
Se rió mucho mientras Harry decía, con marcado acento campesino:
—Buen día, su señoría, disfrute esta noche con nosotros, gente sencilla del campo.
—¡Oh, Harry, no me hagas reír! ¡Y si haces algo así Delphine se pondrá furiosa y exigirá que le devolvamos el dinero!
—Me gustaría jugarle una broma pesada, pero como dices, no vale la pena arriesgar esas preciosas guineas de oro con las que me compraré un caballo con el que estoy resuelto a ganar la próxima carrera de obstáculos que Sare organice en su propiedad.
—Si lo haces tendrás cuidado de que no conozca tu nombre. Podría comentarlo con el duque y recuerda que en lo que a él concierne, ni tú ni yo existimos.
—Lo recordaré, pero no entiendo por qué Delphine no es sincera y admite que tiene una hermana y un hermano.
Al decirlo miró a Nerissa y, de pronto, su mirada se iluminó.
Las dos hermanas se parecían mucho, pero era la primera vez que Harry advertía que Nerissa, por ser la menor de la familia, siempre le había parecido una niña, se había convertido en una jovencita muy hermosa.
No dijo nada, pero en su interior pensó que Delphine pagaría las consecuencias de sus artimañas tanto para con ellos, como para el duque.
* * *
El carruaje del duque se detuvo frente a la puerta principal faltando diez minutos para las siete y Harry mantenía abierta la puerta y había colocado una vieja alfombra roja sobre la escalera.
Contuvo un gesto de admiración al mirar los caballos.
Sabía que cada uno de ellos habría costado mucho más que la suma pagada por Delphine.
Y anheló que, al menos una vez en su vida, tuviera la oportunidad de conducir un tiro así, o mejor aún, de montar en ellos.
Pero recordó su papel y esperó junto a la puerta mientras un palafrenero, uniformado con la librea simbólica del Ducado, descendía del pescante para abrir la puerta del carruaje.
El duque bajó primero y a Harry le bastó una mirada para comprender que todo lo que oyera decir de él a sus amigos era verdad.
Jamás imaginó que ningún hombre pudiera ser tan alto, de hombros tan anchos, vestido con tanta elegancia y pulcritud, y a la vez poseer una gallarda virilidad.
«Así es como me gustaría verme», pensó.
Mientras su hermana descendía del carruaje y al pasar frente a él dejaba una oleada de exótico perfume, logró hacer una servicial inclinación de cabeza al tomar el sombrero de copa del duque y ayudarlo a quitarse la capa.
Delphine no esperó a que Harry los anunciara, tan ansiosa como una jovencita cruzó el vestíbulo y entró en el salón.
—¡Ya estamos aquí, papá! —exclamó y pareció hacer un esfuerzo para que su voz denotara una espontánea alegría.
Por instrucciones de Delphine, Nerissa se había asegurado de que su padre los esperara al fondo del salón.
A pesar de su muy usada ropa de etiqueta, Marcus Stanley se veía en extremo distinguido y como todo un caballero.
Delphine le dio un ligero beso en la mejilla a tiempo que decía:
—Es maravilloso volver a verte, papá, y estás muy bien. Te presento al Duque de Lynchester, que me acompaña esta noche.
—Estoy encantado de verle. —Marcus Stanley extendió su mano—. Toda la tarde he leído acerca de Lyn y del antepasado de usted que la construyó.
La severa expresión del duque se suavizó en una sonrisa al responder:
—Sé a qué libro se refiere, señor Stanley, y me parece que debió resultarle un tanto árido.
—Por el contrario, me despertó un interés absorbente y me dio la información exacta que requiero para mi libro en el capítulo que acabo de iniciar. Así que conocerlo a usted no pudo ser más oportuno.
—Antes que te dediques a tu tema favorito, papá —intervino Delphine—, deseo que nos ofrezcan una copa de champaña. Sé muy bien que una vez que empiezas a hablar sobre la antigua arquitectura inglesa, nadie más dirá una palabra durante toda la velada.
Al decirlo miró al duque, quien respondió:
—Sabe que eso no es verdad. Sin embargo, para hacerla feliz, le prometo que por interesante que sea la charla de su padre, no olvidaré que usted está presente.
—Espero poder competir con las glorias de la Inglaterra isabelina —contestó ella—, pero temo que me derroten.
—Me parece que busca que la halaguen —expresó el duque.
Pero a la vez le dirigió una mirada de admiración que Delphine supo interpretar.
Con esmero cuidó su apariencia esa noche, ya que sabía que sería un error parecer demasiado llamativa y hacer que el duque sospechara que, de alguna forma, trataba de llamar su atención.
Eligió un costoso vestido de azul intenso pero de sencillez deliberada que acentuaba el color de sus ojos, comprado en la calle Bond.
Alrededor del cuello lucía un collar de turquesas y diamantes y también turquesas en los oídos y muñecas.
Eran mucho menos ostentosas que la mayoría de sus joyas, por las cuales ya el duque le había hecho numerosos cumplidos.
Miró a su alrededor y notó, con alivio, que la luz de las velas disminuía la gastada alfombra y las cortinas desteñidas.
—Es hermoso estar en casa —exclamó con voz suave y juvenil—, y cuando una casa magnífica tanto como ésta para mí, carece de importancia si fue construida hace trescientos años o el día anterior. Lo valioso es que siempre fue un refugio de amor.
El duque no respondió, pero Delphine estaba segura de que su mirada fría se suavizaba y le pareció que sus ojos se detenían en los labios de ella, como si anhelara besarlos.
Cuando Harry anunció, con voz un tanto ronca para que su padre no la reconociera, que la cena estaba servida, pensó, satisfecha, que la velada transcurría muy bien.
Aun cuando su padre hablaba sin cesar de su libro y de la exhaustiva investigación que realizara del período isabelino, el duque se mostró dispuesto a hablar de su propia casa y del trabajo y cuidado que se habían requerido para lograr uno de los mejores ejemplos de arquitectura del reinado de Isabel.
—Ahora nos parece extraordinario —decía el duque cuando se sentaron a la mesa—, que se hayan traído materiales de tantos lugares y a un costo que debió representar enormes sumas para esos tiempos.
—Siempre he oído comentarios elogiosos sobre Lyn.
—Puedo decir con sinceridad que no hay mansión comparable en todo el país —presumió el duque—. Mi padre comentó una vez que jamás había encontrado una mujer que pudiera cautivarlo al extremo que lograba hacerlo Lyn. Cuando yo permanezco ahí, siento que puedo decir lo mismo.
Delphine lanzó una ligera exclamación de sutil protesta y su mirada de reproche fue muy conmovedora.
—¿Todavía lo piensa? —preguntó.
—Digamos que hay excepciones para toda regla —contestó el duque.
Ella le dirigió una radiante sonrisa.
La cena fue soberbia y Harry, al llegar a la cocina por el último platillo, dijo:
—Hasta el momento, su señoría ha elogiado cada platillo y todos se los terminó, así que tú cumpliste a conciencia tu parte del contrato.
—¿No se dio cuenta papá de quién eres?
—Jamás me dirigió la mirada. Se mantiene a siglos de distancia, muy ocupado en supervisar la construcción de Lyn y si me hubiera mirado, lo más probable es que me considerara un fantasma.
Nerissa se rió y le entregó los postres mientras decía:
—Después de esto sólo falta el café.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Harry.
Nerissa vertió el café en la cafetera de plata que había pulido en la mañana y un poco de la crema que Delphine llevara en la bonita cremera de plata también.
Cuando por fin Harry regresó del comedor, se sentó en una de las sillas de la cocina y exclamó:
—¡Cuánto me alegro de que esto haya terminado!
—¿Recordaste dejar la licorera con oporto?
—Lo recordé todo —respondió Harry mientras se quitaba la peluca y la arrojaba sobre la mesa—. Y ahora, si me disculpas, me quitaré esta chaqueta que me queda tan ajustada que me sentía prisionero en una camisa de fuerza.
—Pero desempeñaste muy bien tu papel —sonrió Nerissa—, y estoy segura de que ni Delphine podría quejarse.
—Así es. Logró su objetivo, el duque ha quedado muy impresionado con esta antigua casa y con nuestro distinguido padre y dudo que volvamos a verla hasta que enviude una vez más y salga a cazar otro marido.
—Oh, Harry, no deberías decir esas cosas —protestó Nerissa—. El duque es un hombre joven, mientras que el pobre Lord Bramwell era un anciano.
—Y supongo, si lo piensas, que si Delphine caza a su duque no podrá aspirar a más, a menos que ponga el ojo en un príncipe o en un rey solteros.
Nerissa se rió y respondió:
—Ahora te serviré la cena, ¡lo mereces! Hay para empezar un delicioso salmón, después carne de cordero, que es algo que siempre anhelé poder comprar.
—Te aseguro que haré justicia a ambos —indicó Harry.
Nerissa se movió hacia la estufa y escuchó el rumor de voces masculinas que se acercaban por el pasillo.
Por un momento pensó que se equivocaba, pero se aproximaban más y escuchó hablar a su padre, por lo que se preguntó qué ocurriría.
Supuso que Delphine debió haber dejado solos a los hombres para que bebieran su oporto y habría subido a arreglarse.
—No olvides dejar encendidas las velas de tu dormitorio —le había advertido Delphine—. No quiero encontrarlo a oscuras.
Si Delphine estaba arriba. ¿Por qué se dirigía su padre a la cocina?
Sin esperarlo, y cuando Nerissa pensó que continuarían por el pasillo, se abrió la puerta de la cocina y entró, seguido del duque.
Por un momento, ella y Harry se sorprendieron tanto que parecieron volverse de piedra, mientras su padre se dirigía al centro de la cocina y decía:
—Como ve, su señoría, éste es un perfecto ejemplo de techo isabelino que nunca se ha restaurado durante siglos, excepto para reparaciones menores. Mire estas uniones y la calidad de la madera de las vigas, que se han mantenido en excelentes condiciones a través del tiempo.
Sólo porque el duque no respondió, Marcus Stanley advirtió que su hija menor lo miraba consternada y que su hijo, por alguna razón en mangas de camisa, estaba sentado ante la mesa de la cocina.
Y si Nerissa y Harry estaban sorprendidos, el duque no lo estaba menos.
Supuso, cuando su anfitrión quiso mostrarle la arquitectura de su cocina, que encontraría ahí a los característicos viejos sirvientes de la familia, que corresponderían al ambiente peculiar de la casa.
En cambio, se encontró con una jovencita cuya apariencia le pareció un tanto familiar.
Su cabello era rubio, semejante a las tonalidades del sol cuando surge sobre el horizonte; ojos que parecían dominar todo su rostro, de un color verde con destellos dorados y piel tan tersa y delicada que parecía brillar como una perla contra los antiguos muros que la rodeaban.
También se dio cuenta de que lo miraba no sólo con sorpresa, sino con un temeroso asombro.
El súbito silencio lo rompió el ruido de pasos acelerados que se acercaban por el pasillo y un segundo después, Delphine entró en la cocina.
Una mirada a su rostro le indicó a su hermana lo indignada que estaba y después de una embarazosa pausa en la que nadie habló, Nerissa logró recobrar la voz.
—Estoy segura… querida Delphine, que te sorprende… encontrarnos aquí… pero Harry y yo… regresamos de forma inesperada y nos encontramos con que… los pobres y viejos Cosnet estaban… cansados y enfermos, por lo que decidimos reemplazarlos para no arruinar tu cena.
Nerissa vio que la indignación desaparecía del rostro de su hermana y después de otro espacio de silencio, como si Delphine tratara de ordenar sus pensamientos, exclamó al fin.
—¡Qué sorpresa! ¡Me dijiste que tanto tú como Harry estarían ausentes!
—Lo sé… pero los niños de la casa… donde fuimos invitados… contrajeron… sarampión y por eso… regresamos.
Harry, al escucharla, sintió ganas de aplaudir a Nerissa, cuya mente había sido más ágil que la de él.
Se puso de pie mientras el duque exclamaba:
—Todo esto resulta desconcertante y me gustaría que me aclararan si esta jovencita fue en realidad el hada madrina de la soberbia cena que acabo de disfrutar.
Como si sólo entonces Marcus Stanley comprendiera lo que sucedía, intervino:
—Sí, sí, por supuesto, su señoría, ella es mi hija menor, Nerissa. Y él, mi hijo Harry, quien acaba de llegar de Oxford.
Nerissa hizo una reverencia y el duque le extendió la mano y dijo:
—Sinceramente la felicito y declaro con toda honestidad que nunca había disfrutado de una cena mejor.
Nerissa sonrió.
A la vez, era consciente de la firmeza del apretón de su mano y al mirarlo a los ojos tuvo el presentimiento, aunque quizá estaba equivocada, de que no habían podido engañarlo.
Después, el duque estrechó la mano de Harry.
—Estoy seguro de que disfruta su estancia en Oxford. ¿En qué colegio estudia?
—En Magdalen, su señoría.
—Donde yo estuve. Supongo que no habrá cambiado mucho.
—El colegio está muy orgulloso de su señoría.
—Espero que sea verdad —respondió el duque y Nerissa pensó que, por la forma en que lo decía, parecía evidente que le habría sorprendido que no fuera así.
Delphine avanzó un poco más adentro de la cocina como si pensara que debía tomar parte activa en la representación que se hacía frente a sus ojos y observó.
—Supongo, Nerissa, que debo agradecerte el que hayas salvado la noche. Me habría sentido muy mal si el duque y yo hubiéramos tenido que marcharnos sin cenar.
—En cambio, me siento gentilmente atendido —comentó el duque.
—Y ahora, creo que deberíamos irnos —sugirió Delphine.
Nerissa comprendió que estaba ansiosa por alejarse y reparar el daño causado por el comportamiento del su padre.
«Debí suponer», se riñó Nerissa, «que papá desearía mostrar el techo de la cocina a alguien interesado en la arquitectura isabelina. Siempre ha dicho que es una muestra única de construcción».
—Antes de irme —dijo el duque mientras levantaba la cabeza hacia el techo—, debo observar con cuidado lo que me mostraba señor Stanley. Estoy de acuerdo con que ningún siglo posterior ha producido algo tan notable ni que permaneciera en ese estado después de casi trescientos años.
—Sabía que lo apreciaría —repuso Marcus Stanley con satisfacción.
A su espalda, Delphine lanzó una mirada significativa a Nerissa y ésta comprendió que no era sólo el comportamiento de su padre lo que la enfurecía, sino la apariencia de ella.
Apresuradamente y mientras pensaba que debió hacerlo antes, se quitó el delantal que usara para cocinar, pero comprendió que el vestido que llevaba puesto dejaba mucho que desear.
Harry se puso de nuevo la chaqueta de la librea.
Cuando el duque bajó la mirada del techo, infirió, con certeza, que los tres hermanos deseaban que se fuera lo antes posible.
—Ha sido para mí un verdadero placer, señor Stanley —dijo el duque—, y me sentiría muy mal si no me permitiera corresponder a su grata e interesante hospitalidad.
Hizo una pausa, por lo que resultó más impresionante lo que agregó:
—Deseo sugerir que usted, sus dos hijas y su hijo me hagan el honor de ser mis huéspedes en Lyn el próximo viernes. Habrá una exhibición de caballos el sábado en los terrenos de la propiedad, pero si todos pueden quedarse hasta el martes, contaremos con dos días completos para que yo le muestre mi obra de arte isabelina, como usted me mostró la suya.
Nerissa contuvo el aliento porque su padre no respondía.
Después, con una sonrisa, Marcus Stanley contestó:
—No sólo me sentiría honrado por conocer Lyn, su señoría, sino que además, será de inestimable utilidad poder apreciar con mis propios ojos lo que, hasta el presente, tenía que describir sólo de oídas.
—Estupendo, todo arreglado. Enviaré un carruaje a recogerlo a usted, a su hijo y a su hija, el viernes por la mañana, ¿le parece a las nueve horas? Dispondré todo para que almuercen en el camino y deberán llegar a Lyn, si mis caballos avanzan como deben, a la hora del té. Por supuesto, su hija mayor viajará conmigo desde Londres.
El duque miró a Delphine, quien con un esfuerzo sonrió antes de hablar:
—A mí me encantará ir a Lyn, pero supongo que será imposible que Nerissa y Harry acepten su invitación porque están muy ocupados aquí.
—Espero que puedan hacer a un lado sus numerosos compromisos —intervino el duque pero Nerissa se dio cuenta de que no creía en la disculpa de su hermana.
Nerissa se sentía muy incómoda al ver a Delphine ponía muy en claro que no debían aceptar. Pero Harry tenía otra intención.
—Si va usted a tener una exhibición de caballos el sábado, su señoría, no puedo imaginarme nada más emocionante. He oído comentarios sobre esas exhibiciones de Lyn y uno de mis amigos que asistió el año pasado me dijo que es el desfile de los caballos de mejor estampa que pueden encontrarse en todas las islas británicas.
—Creo que tiene esa reputación —indicó el duque—, y supongo que también le gustará ver mis caballerizas.
—¡Por supuesto! —respondió Harry.
La emoción de su voz habría hecho notar al más sordo que lo escuchara, que era como si le hubieran ofrecido un boleto al cielo.
—Perfecto, todo arreglado y como no tengo intenciones de permitir que ninguno de ustedes se rehúse, por favor estén listos cuando llegue el carruaje el viernes y los esperaré para darles la bienvenida.
Al terminar de hablar, el duque salió de la cocina y Delphine no pudo hacer más que seguirlo a él y a su padre.
Pero al llegar a la puerta se detuvo un momento y miró hacia atrás para decir, con su bello rostro distorsionado por la ira.
—¿Por qué no impidieron que el viejo tonto trajera al duque hasta aquí?
Y mientras Nerissa hacía un gesto de impotencia, salió de la cocina y dejó tras ella una atmósfera de indignación.
—¡Uff! —exclamó Harry.
Y antes de que pudiera agregar nada, Nerissa le indicó:
—¡Rápido! Debes ir a despedirlos y no perturbes a papá ni permitas que comprenda que arruinó la velada. Sé lo emocionado que estará de haber sido invitado a Lyn.
Harry no respondió, salió precipitadamente de la cocina y sólo hasta que escuchaba cómo se alejaban sus pasos, se dio cuenta Nerissa de que temblaba.
Había sufrido una fuerte impresión cuando el duque hizo su aparición en la cocina y fue aún peor, cuando Delphine los siguió y mostró su profunda indignación.
Sin embargo, ni Harry ni ella habían podido hacer nada por evitarlo y jamás se les ocurrió que su padre deseara mostrar al duque el techo de la cocina.
¿Cómo iban a suponer que el dueño de Lyn se interesara en la cocina de una casa cuya existencia ignoraba hasta que se la mencionó Delphine?
Cuando Harry regresó unos minutos más tarde, comentó al volver a sentarse a la mesa de la cocina, donde su salmón lo esperaba:
—Reaccionaste con agilidad, Nerissa, y salvaste la situación. ¡Al menos eso espero!
—¿Te parece que el duque me creyó?
—Me sorprendería mucho que lo hiciera.
—¿Por qué lo dices?
—Porque tiene fama de astuto y si no adivina la intención de Delphine, entonces no es tan listo como siempre lo imaginé.
—¿Lo hacía… ella muy obvio… durante la cena?
—¡Sólo le faltó besarle las botas! Si así es como todas las mujeres asedian a Lynchester, no me sorprende que prefiera continuar soltero.
—¡Oh, Harry, no digas eso! ¡Puede ser de mala suerte! Si no se le declara a Delphine, nos echará la culpa y nunca nos perdonará.
—No encuentro la diferencia. No la vimos durante años y si se casa con Lynchester, me sorprendería mucho si volviéramos a verla.
Se comió un bocado de salmón antes de agregar:
—Por eso tengo todas las intenciones de ver la exhibición y montar los caballos del duque ahora que tengo la oportunidad. Te aseguro que Delphine una vez que se case con él, dirá que nos morimos, que estamos enfermos, lisiados o que nos deportaron; hará cualquier cosa para evitar nuestra intromisión en su nueva vida.
—Pero ¿por qué, Harry, por qué? ¿Por qué va a ser ella así? Fuimos todos tan felices cuando éramos pequeños y mamá vivía.
—Puedo responder a esa pregunta con toda facilidad —repuso Harry.
—¿Sí? —preguntó asombrada Nerissa.
—¡Basta con que te mires al espejo, muchachita!
Nerissa se rió.
—Dices tonterías. No irás a decir que Delphine tiene celos de mí.
—¿Por qué no? Eres preciosa, igual que mamá. Si me lo preguntas, te diré que ahora que las vi juntas, considero que Delphine es una réplica tuya más vieja y demasiado maquillada.
—¡Harry! ¿Cómo puedes hablar así?
Al sentir temor por Delphine, Nerissa deseó que las palabras de Harry fueran mentira.