Capítulo 3

Delphine, mientras se alejaba del Refugio de la Reina, acompañada por el duque, pensó indignada que su padre había complicado lo que en su opinión, habría sido un plan perfecto.

Ni por un segundo, al dejarlos solos en el comedor, pensó que Marcus Stanley llevara al duque a visitar la cocina.

Como siempre le aburrieran los temas de arquitectura, hasta la de su propio hogar, jamás ponía atención a los comentarios de su padre.

Sin embargo, ahora, demasiado tarde ya, recordó que a todo el que mostrara interés por la arquitectura se le tenía que enseñar los techos de las cocinas.

A la vez, sabía que no debía permitir que el duque advirtiera su alteración interna.

Desde el primer momento que descubrió con intensa satisfacción, que el Duque de Lynchester dirigía su atención a ella, decidió, con una determinación que envidiaría el más resuelto de los hombres, que se casaría con él.

Había oído hablar del duque mucho antes de conocerlo y cuando lo hizo, supo por qué, para toda mujer, era imposible dejar de admirarlo.

No sólo por su título y su distinguida posición en las altas esferas de la sociedad, sino por su gran atractivo que lo hacía irresistible para las mujeres.

Los relatos de sus aventuras amorosas concordaban en todo con la realidad.

Casi todas las mujeres que conocía se mostraban dispuestas a contarle su personal experiencia, y habían sido, o uno de sus más recientes amoríos o de los que terminan de forma desastrosa, con amenazas de suicidio y corazones rotos.

Aun cuando Delphine era muy joven cuando enviudó, había madurado mucho en criterio durante su matrimonio con Lord Bramwell.

No fue desdichada, porque supo aprovechar que él fuera rico y le concediera casi todos sus caprichos, después de haber sido pobre e insignificante en su niñez.

El que su marido fuera mucho mayor que ella no le importaba demasiado.

Por supuesto que lo consideraba en extremo aburrido, pero como él estaba muy enamorado de ella, pronto aprendió a sacar el mejor provecho a esa situación.

No tardó en descubrir que podía obtener joyas y oro por cada beso que le concedía.

Cuando Lord Bramwell murió y la dejó heredera universal de sus riquezas, pensó que era su oportunidad para subir a la más alta posición social que pudiera soñar.

Cuando conoció al Duque de Lynchester comprendió que era la meta que deseaba obtener.

Delphine era lo bastante astuta para comprender que para conquistar al duque, donde todas las demás habían fallado, tenía que mostrarse diferente.

Eso significó, tan solo, en que se rehusó a convertirse en su amante cuando él empezó a cortejarla.

Ella sabía que todas las demás mujeres cortejadas por él, no pudieron resistirse a sus ardientes requiebros y accedieron a cuanto el duque deseaba.

La razón era que aquéllas, a quienes el duque dedicaba su tiempo, eran viudas como ella o casadas con maridos complacientes.

Delphine se había enterado de que, en ocasiones, algún marido ofendido se atrevía a retar al duque a duelo, pero invariable e injustamente, resultaba ser el perdedor del encuentro, a pesar del agravio a su honor.

Después tenía que enfrentarse a la burla de sus amigos al presentarse ante ellos con el brazo en cabestrillo, mientras que el duque, sin duda el villano del asunto, resultaba del todo ileso.

—¿Por qué me desprecia, Delphine? —preguntó el duque cuando observó, sorprendido, que ella se obstinaba en rechazarlo.

—Me educaron de forma muy rígida —respondió Delphine con voz muy suave, casi infantil—, y no deseo perder los ideales que me inculcó mi madre.

—¿Y por qué iba a perderlos si me amara? Después de todo, como viuda, no tiene que permanecer fiel a nadie y también tengo entendido que su madre murió.

—Sí, murió —respondió Delphine en un tono patético que habría motivado en cualquier hombre el impulso de consolarla—. ¡Y la echo mucho de menos!

—¿Y su padre?

Era la pregunta que Delphine esperaba que le hiciera.

El duque era consciente de la importancia de su alcurnia y ella sabía que jamás tomaría como esposa a una mujer de inferior rango social, o cuya sangre y linaje no estuviera a su altura.

Y debido a que heredó el título muy joven no había sido obligado a aceptar un matrimonio por conveniencia.

Ahora, a los treinta y cuatro años, Delphine advirtió que el duque empezaba a admitir que era ya tiempo de procrear un heredero y buscaba a la mujer adecuada con quien compartir su vida.

Sabía que deseaba amar a su esposa y, sobre todo, respetarla como a ninguna otra mujer.

«¡Es lo que yo debo conseguir!», pensó.

Así dedicó sus esfuerzos para atraerlo, enamorarlo, entusiasmarlo y después atraparlo.

A la vez echaba llave a la puerta de su dormitorio y se resistía a todos sus ruegos y encendidas protestas de que encontrarían la felicidad uno en brazos del otro.

—Me hace usted muy feliz —solía decirle al duque—, somos afines en muchas cosas y, con franqueza, Talbot, lo quiero.

—Pero no lo suficiente para hacerme feliz —reprochaba el duque.

Era con dificultad que Delphine se dominaba para no espetarle que bastaba con que le ofreciera ponerle un anillo de bodas en el dedo para que accediera a cuanto él quisiera.

Pero en cambio huía de él, aunque no lo suficiente rápido como para que no pudiera alcanzarla con cierta facilidad.

Había puesto en práctica cuantos ardides de coqueteo conocía, incluso el de cancelar a último momento una cita para dar un paseo con él, lo cual lo sacaba de quicio.

Y cuando él mencionó a su padre, decidió que era su oportunidad para impresionarlo lo suficiente y obligarlo a decidirse, de una vez por todas, a convertirla en su duquesa.

Por supuesto, él había oído hablar de los Stanley, a quienes se mencionaba en todos los libros de historia.

No había habido batalla, desde Agincourt, en la que no participaran, ni victoria en el mar donde un Stanley no hubiera sido condecorado por su arrojo y valentía.

Había muchos políticos destacados en el árbol genealógico de los Stanley y fue solo poco después de conocer al duque, que Delphine se dio cuenta de que si Lyn era un ejemplo perfecto de la arquitectura isabelina, también lo era El Refugio de la Reina.

Siempre, en el fondo de su corazón, había despreciado su casa paterna porque no tenía las dimensiones ni la majestuosidad de las mansiones y castillos a los que asistiera como invitada desde que se casó.

En su hogar natal no había sirvientes que atendieran a sus padres ni caballos finos que los llevaran adonde desearan ir.

«¿Cómo podría haber soportado un año más de esa miseria?», solía preguntarse ya casada con Lord Bramwell y decidió no volver jamás.

Pero al momento sí le convenía destacar la valentía y las virtudes de sus antepasados y le pareció ver en los ojos del duque un ligero destello de incredulidad, como si sospechara que ella intentaba darles mayor importancia de la que tenían.

También, perceptiblemente, sintió que él jamás propondría matrimonio a ninguna mujer hasta que no supiera de dónde procedía y cómo era su familia.

Buscaba con afán en su mente, una forma discreta de invitar al duque al Refugio de la Reina para presentarle a su padre cuando ambos recibieron la invitación para hospedarse con el Marqués de Sare, que Delphine recordó vivía a unos cuantos kilómetros de su hogar paterno.

Le enfureció recordar que cuando era jovencita, los marqueses jamás la habían incluido ni a ella ni a Harry en la invitación que hacían una vez al año a los señores Stanley para asistir a sus fiestas en el jardín.

Era la única concesión que el marqués y su esposa hacían a los habitantes de la localidad e invitaban, también, a quienes estaban fuera de su círculo social.

«¡Pero ahora ya estoy adentro!», se dijo Delphine con satisfacción y empezó a planear cómo podría hacer que el duque conociera a su padre, sin que, a la vez, se encontrara con Harry o con Nerissa.

Hacía tiempo que había decidido que no tenían ninguna injerencia en su vida y lo mejor era olvidarlos.

A Harry, como era hombre, podría tolerarlo, pero la idea de tener una hermana que sin duda se convertiría en una gran belleza como lo fuera su madre, la hacía estremecerse.

A todas sus amistades en Londres les había dicho que era hija única.

—Fui una niña muy solitaria —contaba a todos los hombres con quienes hablaba de su niñez.

Y la besaban larga y apasionadamente hasta que ella se sentía convencida de que era muy poco probable que volviera a sentirse sola una vez más.

Después de la muerte de su esposo, Delphine había tenido varios amantes e incluso un poco antes de tal suceso.

Sin embargo, siempre se mostró muy discreta y la mayoría de sus amigas pensaba que estaba demasiado ocupada en ella misma para interesarse en los hombres.

Con sutileza, Delphine mantenía esa idea y la halagaba que se comentara que era fría e indiferente con los hombres, aunque fuera muy atractiva.

La realidad era diferente, era ardiente, apasionada e insaciable.

Le era muy difícil resistirse al duque y le habría sido imposible si no viviera un intenso y secreto romance con Lord Locke.

Lord Locke era todo lo que Delphine admiraba y exigía en un hombre y si hubiera sido capaz de entregar su corazón a alguien, habría sido a él.

Por desgracia, él no gozaba de una buena situación económica, si tenía ninguna mansión ancestral donde habitar ni nada para recomendarlo, excepto que se había enamorado de forma apasionada e incontrolable de Delphine.

Algunas veces jugaba con la idea de que bien valía perder el mundo por el amor que le brindaba Anthony Locke.

Pero comprendió que no se sentiría satisfecha hasta poder lucir la corona ducal de hojas de fresa, sentarse con el resto de las duquesas en la Apertura del Parlamento y recibir a la nobleza no sólo en Lyn sino en las demás mansiones del duque.

—¿Por qué no soy duque? —preguntaba desalentado Anthony Locke.

Para hacerlo feliz, Delphine solía responder:

—¡Te amo tal como eres! —Y así ya no había más necesidad de palabras.

Ahora, mientras los caballos cruzaban el portón al fondo de la vereda, que permanecía roto desde que Delphine tenía memoria, deslizó su mano en la del duque y dijo:

—Fue usted muy bondadoso con papá y sé que a él le emocionó la idea de conocer Lyn.

—Creo que es el único autor vivo que conoce a fondo el período isabelino —repuso el duque, pensativo.

—Papá es muy inteligente —dijo Delphine y con un suspiro añadió—: ¡Cómo desearía parecerme a él!

—No necesita inteligencia además de belleza —respondió el duque.

Pero no la abrazó, como Delphine esperaba que lo hiciera, por lo tanto ella se le aproximó un poco más y reclinó la cabeza en el hombro de él.

—Me alegra que conociera mi hogar.

—Fue muy interesante, en especial el techo de la cocina.

Delphine contuvo el aliento. Y cuando se disponía a cambiar de tema, el duque añadió:

—¿Por qué no me dijo que tenía un hermano y una hermana?

—Les llevo tantos años de diferencia que no representaron mucho en mi vida.

Fue lo único que pudo contestar Delphine y percibió la agudeza en la voz del duque al comentar:

—Me parece muy extraño que no los hubiera mencionado antes. ¿Qué edad tiene su hermana?

—Es muy jovencita, creo que tiene diecisiete años y me temo que se sentiría desubicada entre el mundano grupo de los invitados de usted.

—Estoy seguro que usted podrá ayudarla.

Delphine, cuya intención era convencerlo de que había sido un error invitar a Nerissa, comprendió que sin importar las objeciones que ella hiciera, el duque había llegado a una decisión y no las tomaría en cuenta.

Conocía de sobra la férrea voluntad del duque y opinaba que era igual a la suya. Sin embargo, aunque ella tenía toda la intención de conseguir lo que quería y casarse con él, sospechaba que era algo que él no tenía en mente.

No obstante, hizo un último esfuerzo.

—Tal vez sería mejor que invitara a papá en otra ocasión, cuando no está usted ocupado con la exhibición de caballos.

En la oscuridad del carruaje no vislumbró que en los ojos del duque brillaba una mirada maliciosa al contestar:

—No puedo creer que sea tan dura de corazón como para privar a su hermano de lo que para él, sin duda alguna, es la invitación más emocionante que ha recibido jamás.

—¡No, naturalmente que no!

—Supongo que usted contribuye a su educación en Oxford. Es obvio que su padre no está en buenas condiciones económicas.

Delphine contuvo un golpe la respiración antes de responder:

—Papá obtiene algo de dinero de la venta de sus libros y, por supuesto, como tenemos tierras, los granjeros pagan el alquiler de las mismas.

Temerosa de lo que el duque respondiera e eso, le tocó el rostro al añadir:

—¡Ya hablamos demasiado de mí! Mejor hablemos de usted, querido Talbot, no hay tema más fascinante.

Logró, con lo que consideró suma habilidad que se ciñeran a ese tema hasta llegar a la casa del marqués, donde un numeroso grupo los esperaba para reprocharles que se hubieran ausentado.

—¡Se perdieron de una cena excelente! —comentó alguien, a lo que el duque respondió:

—Dudo que haya sido tanto como la que disfruté, pero ya estamos aquí para divertirnos con ustedes.

Para despecho de Delphine, en lugar de invitarla a bailar adonde tocaba una pequeña orquesta, el duque se dirigió hacia una mesa de juego, por lo que ella comprendió que sería imposible hablar con él a solas antes de retirarse.

Por primera vez, su solución de no convertirse en su amante flaqueó un poco y consideró la idea de acercarse a él y pedirle, en voz tan baja que nadie más la escuchara que subiera a darle las buenas noches.

Al instante pensó que sería cometer un gran error, pero mientras subía a su dormitorio tuvo la incómoda sensación de que, desde la visita al Refugio de la Reina, algo marchaba mal, aunque no pudiera precisarlo.

«Estoy cansada y sólo imagino cosas», se dijo al meterse en la cama.

Aunque le costó trabajo conciliar el sueño y no desaparecía de su mente el juvenil rostro de Nerissa.

Pero se consoló a ella misma, al pensar que al duque no le habían interesado, ni era probable que le interesaran las jovencitas.

* * *

Harry bajó a desayunar a la mañana siguiente cuando ya se había levantado de la mesa de su padre, y mientras Nerissa ponía un huevo cocido frente a él, preguntó:

—¿Soñamos que nos invitaban a Lyn?

Nerissa se rió.

—Yo me pregunté lo mismo al despertar. No, es cierto, pero yo, en tu lugar, confiaría poco en ello.

—¿Por qué lo dices?

—Tengo la sensación de que Delphine, de alguna manera, logrará que se retire la invitación. Sabes que no desea que convivamos con sus amistades, ¡y mucho menos con el duque!

—Es verdad, pero si impide que yo asista a la exhibición de caballos, ¡la estrangularé!

—Bueno, no abrigues muchas esperanzas, así no te sentirás desilusionado —le aconsejó Nerissa, mientras desaparecía hacia la cocina.

Regresó con su taza de café y añadió antes que él pudiera hablar:

—De cualquier manera, será imposible que yo vaya. Debes darte cuenta de eso.

—¿Por qué? —preguntó Harry, asombrado.

—Porque no tengo ropa apropiada y aun cuando gastara algo de dinero que nos pagó anoche Delphine, sería imposible que en esta parte del mundo consiguiera yo algo decoroso y que no me hiciera parecer como una campesina entre los elegantes invitados del duque.

Harry la miró, consternado.

—¿Quieres decir que te rehusarás a asistir?

—Tendré que hacerlo.

—¡Algo podrás comprarte con lo que Delphine te dio!

Nerissa sonrió.

—Deseo adquirir otras cosas más importantes.

—¿Cómo cuáles?

—Bueno, ante todo, no eres la única persona en el mundo a quien le gusta cabalgar y desde que el caballo de papá se volvió tan viejo que no puede llevar carga alguna, yo tengo que caminar.

—¡Oh, Nerissa, cuánto lo lamento! No me había dado cuenta de lo egoísta que soy.

—No me quejo —se apresuró a decir Nerissa—, ya algunos de los granjeros han sido muy bondadosos en prestarme sus caballos cuando no los ocupan. De hecho, pude tener una cuadra estupenda a mi disposición, ¡hasta que tuve que encerrarme y echar el cerrojo!

—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.

Nerissa se sentó frente a él.

—¿Recuerdas a Jake Bridgeman?

—Sí, por supuesto. Administra la cuadra de caballos de renta en el camino principal.

—Bien, un día acudió a visitar a papá y después de conocerme me ofreció que podría usar sus caballos cuantas veces lo deseara.

No hubo necesidad de que Nerissa dijera más para que Harry exclamara indignado:

—¡Demonio impertinente! ¿Quieres decir que se mostró desagradable?

—Desagradable no… demasiado agradable, así que tuve que decirle que había dejado de cabalgar.

—Ese tipo de cosas no deberían sucederle. ¡Si vuelve a molestarte, le arranco la cabeza de un golpe!

—Manejé el asunto lo mejor posible. Cada vez que lo veía rondar la casa, echaba el cerrojo y no prestaba atención por fuerte que llamara. Como papá, desde su estudio, no lo oía y no tenemos más sirvientes que la anciana señora Cosnet durante algunas mañanas, tenía que marcharse sin que nadie le abriera.

Harry se rió y dijo:

—Para que eso no vuelva a sucederte, querida, si quieres un caballo, encontraré uno para ti.

—No tengo intenciones de pagar tanto como tú. Sólo deseo un potro para cabalgar en el campo y hacer el ejercicio que tanto necesito algunas veces.

Te entiendo y te prometo que cuando esté yo en casa, cabalgaremos por turnos en mi caballo. Me disculpo por haber sido tan indiferente al no comprender la vida tan solitaria que llevas.

—No es así —protestó Nerissa—. Soy muy feliz aquí con papá y ahora podré pagarle a la señora Cosnet para que venga tres o quizá cuatro días a la semana en lugar de dos y papá no sólo disfrutará de mejor comida que la que podíamos pagar antes, sino que en ocasiones hasta de un vaso de clarete en su cena. Sabes cuánto le gusta y hacía años, hasta anoche, que no teníamos, que no teníamos ni una botella.

—Cuando me acosté pensaba que Delphine debía hacer algo por ti. Después de todo, ya casi tienes diecinueve años y si mamá viviera, estoy seguro que como era tan inteligente se las habría arreglado para que acudieras a algunos bailes y recibieras invitados a fin de que pudieras conocer jóvenes de tu edad.

Nerissa se rió.

—Hablas como una vieja viuda que planeara mi boda… porque de eso se trata, ¿no es cierto, Harry? ¡Piensas que debo casarme!

—Pienso que deberías tener la oportunidad, ¿y cuál podrías tener en este lugar tan alejado del mundo?

Nerissa dio vuelta a la mesa para poner sus brazos en los hombros de él.

—Te quiero y no debes preocuparte por mí. Sólo ayúdame a conseguir un caballo que no sea muy caro y, ¡seré la más feliz del mundo!

—Lo haré —prometió Harry—, pero insisto en que vengas con papá y conmigo a Lyn.

Nerissa se preguntaba qué podría hacer con su reducido y viejo guardarropa o cómo podría arreglar algunas prendas de su madre que ya estaban muy pasadas de moda, cuando un sirviente con la librea del Marqués de Sare llegó para entregarle una nota.

Al mirarla, Nerissa imaginó que era de Delphine y se sintió segura de que sería para avisarles que se había cancelado la invitación a Lyn.

Pero, en cambio, decía:

Supongo que tenemos que hacer lo posible por enmendar el lío que armó papá anoche, como el duque insiste en que tú y Harry acudan con papá a Lyn, será mejor que te envíe algo de ropa que puedes usar.

Regreso a Londres mañana a primera hora y te enviaré un baúl con vestidos que había yo desechado para obsequiarlos.

Estoy segura de que podrás ajustarlos a tu medida y, al menos se verán mejor que esa vieja garra que vestías anoche.

Dile a Harry que debe comportarse lo mejor que pueda y que se asegure de no cometer ninguna indiscreción frente al duque, ¡si lo hace, se arrepentirá!

Tuya.

Delphine.

Nerissa leyó la nota dos veces.

«Todavía está muy indignada con nosotros», pensó, «pero no hay nada que ella o nosotros podamos hacer para remediarlo y, al menos, Harry se sentirá agradecido de que el duque todavía espere que sea su invitado».

No pudo evitar sentir cierta humillación al ver que se le trataba como una criatura necesitada de caridad, pero cuando llegó el baúl, no pudo contener esa emoción tan femenina ante los bellos vestidos.

Hacía años que no tenía un vestido nuevo y en el momento en que abrió la valija de piel y vio lo que contenía, sintió que su ánimo se elevaba y se dijo que ni siquiera Delphine podría hacerla desdichada en ese momento.

Todos los trajes eran de última moda y estaban en perfectas condiciones, puesto que Delphine jamás usaría nada que necesitara ni la más mínima reparación.

Muchos de los vestidos los había desechado después de usarlos sólo una vez, para que quienes la criticaban no los reconocieran.

Nerissa ignoraba que al volver a Londres, Delphine había ordenado a su doncella que no incluyera nada que fuera demasiado rebuscado o que pudiera, en su opinión, hacer más atractiva a su hermana.

Pero aun así, todo lo que enviara era para Nerissa tan hermoso y deslumbrante, que cuando corrió a probárselo se sentía flotar en las nubes.

Había tres vestidos de noche y tres de día, un traje de viaje con abrigo, además de algo que no se había atrevido a imaginar, ¡un traje de montar muy atractivo!

Al principio, pensó que sería sólo un baúl, pero había además varias cajas pequeñas que contenían zapatos, sombreros, guantes y bolsos de mano.

Hasta Harry se impresionó ante la generosidad de Delphine, antes de leer la nota.

Después comentó:

—¡Estoy seguro que te gustaría arrojárselos a la cara, como a mí!

Nerissa lanzó una exclamación de asombro.

—¡Ahora son míos y no soportaría renunciar a ellos! Aunque me los diera por la fuerza, recuerda que, «a caballo dado, no se le ve el colmillo».

Harry se rió, la rodeó con sus brazos e, inesperadamente, la besó.

—Eres muy dulce y espero un día poder encontrar para ti un buen marido que te proteja y se encargue de que tengas todo lo que ansías.

—No deseo nada por el momento, excepto que los días transcurran con rapidez para que podamos conocer Lyn y montar los caballos del duque.

—¡Tienes toda la razón! Y yo iré a Oxford para conseguir, prestado o robado, algún vestuario decente para que no te sientas avergonzada de mí.

—¿Podrás lograrlo? ¡Aunque, de todas maneras, jamás me avergonzaría de ti!

—Cuando le diga al mejor sastre de Oxford que me propongo invertir bastante dinero con él, estoy seguro que me conseguirá algo mientras tanto. —Harry hizo un guiño—. ¡En especial cuando le diga adónde iré!

Nerissa pensó que no era lo más prudente que hiciera, pero guardó silencio.

Sabía cuánto resentía Harry vestir tan mal cuando todos sus amigos eran tan elegantes.

Recordó la forma exquisita en que el duque llevaba anudada su corbata cuando acudiera a cenar al Refugio de la Reina y cómo las puntas del cuello de su camisa formaban un ángulo exacto bajo su barbilla.

«Si Harry espera vestir como el duque, sufrirá una desilusión», pensó.

Pero admitió que nadie podría ser más atractivo, ni más bondadoso y comprensivo que su hermano.

«¿Por qué vamos a sentirnos inferiores a nadie?», preguntóse frente al espejo.

Levantó la barbilla en un gesto de orgullo que heredaba de sus antepasados Stanley.

Hasta el último instante parecía que no estarían dispuestos para partir la mañana del viernes, cuando llegó por ellos el carruaje del duque.

Nerissa supuso que el duque había arreglado con el marqués que sus caballos y conductores pasaran la noche en su casa, para que el viernes no tuvieran que arribar desde tan lejos.

Ella tenía un millón de cosas que atender y pensó que para terminar tendría que mantenerse despierta toda la noche del jueves.

La ropa de su padre, confeccionada por sastres de prestigio, se había deteriorado, por supuesto, al paso de los años.

Eso significó horas de humedecerla y asentarla con planchas de hierro para que pareciera aceptable.

Por supuesto, a Marcus Stanley eso no le interesaba en lo más mínimo. Lo único que le importaba era poner al día su capítulo para agregar Lyn en el último momento y no perder nada que pudiera contribuir al extenso y completo panorama que presentaba de la arquitectura isabelina.

Sin embargo, cuando estuvo vestido con su mejor ropa y se había anudado la corbata que se planchó una docena de veces para que pareciera nueva, Nerissa pensó que sería difícil que hasta Delphine pudiera criticarlo.

—Estás muy elegante, papá —le dijo y lo besó en la mejilla.

—También tú, hijita —respondió él sorprendido.

Como no podía evitar sentirse complacida ante su propia apariencia, Nerissa hizo varias piruetas en el vestíbulo, frente a él, para lucir su vestido de muselina con lazos azules y con una capa de viaje del mismo tono que se repetía en el costoso y atractivo sombrero que hacía juego.

Pero era Harry el más regocijado cuando llegó el carruaje de viaje del duque y vieron que lo tiraban seis caballos.

—Esperaba que fueran cuatro —dijo a Nerissa con tono de admiración.

—Es un largo viaje hasta Lyn —respondió ella—, y supongo que su señoría no desea que lleguemos tarde.

Se colocó su equipaje en la parte trasera y ellos se acomodaron en el confortable acojinado que era lo bastante ancho para dar cabida a los tres.

—¡Qué bueno que todos somos esbeltos! —comentó Harry—. Detesto viajar de espaldas a los caballos.

También yo —estuvo de acuerdo Nerissa—, pero era donde me hacías ir cuando éramos pequeños y dudo que fueras más cortés ahora.

Harry se rió.

—Recuerden que debemos mostrar nuestros mejores modales o nos reñirá Delphine. Me aterra que se sienta avergonzada de su campirana familia.

Nerissa sabía que en realidad lo estaba y envió una plegaria al cielo para pedir ayuda y no cometer ningún error.

Pensó que debía recordar todo lo que su madre le contara acerca de las costumbres en las grandes mansiones y cómo debía comportarse la gente en los saraos.

Sintió aumentar sus temores hasta que, a la hora exacta, los caballos cruzaron el amplio e impresionante portón de hierro que franqueaba la entrada a Lyn.

Aparecía una larga avenida de limoneros frente a ellos, y al fondo vio por primera vez la famosa mansión, pero que jamás creyó conocer.

Nunca había imaginado que pudiera existir algo tan bello, tan lleno de fantasía, como un cuento de hadas y, sin embargo, dar una impresión etérea, abstracta, como si en cualquier momento fuera a flotar en el aire.

—¡Esto es enorme! —comentó Harry impresionado mientras se acercaban.

—¡Es bellísima! —exclamó Nerissa—. Sólo espero que no se desvanezca antes de que lleguemos.

Harry se rió y como si la comprendiera, le apretó la mano.

—Tú también estás hermosa —dijo—, así que anímate y recuerda que compraremos dos caballos cuando volvamos a casa.

—Eso será emocionante —respondió Nerissa.

—Aquí encontraremos muchos que nos gustaría tener —murmuró Harry entre dientes.

A la distancia podían apreciar los arreglos que se habían hecho para la exhibición que tendría lugar al día siguiente.

Ya había numerosos caballos que hacían caminar alrededor de una diminuta pista de carreras, mientras sus jinetes inspeccionaban los obstáculos y había tiendas de campaña y cubículos, dispuestos para recibir a la multitud que se esperaba y pasaron frente a ellos rumbo a la puerta principal de Lyn.

Cuando se detuvieron ante un bello pórtico, Nerissa pensó que era una experiencia de la cual debía aprisionar hasta el último detalle porque era algo que no se repetiría nunca más.

* * *

Más tarde, la joven sentía que sus recuerdos eran como un caleidoscopio de bellas imágenes, al cruzar el vestíbulo principal, la galería y los largos corredores adornados con tapices.

Después el mayordomo los condujo a lo que llamó la biblioteca roja, donde el duque los aguardaba.

Después le era difícil mantener vívidas las imágenes, salvo lo majestuoso que él aparecía junto a los libros que cubrían los muros bajo un techo que atrajo de forma irresistible la mirada de Marcus Stanley.

—¡Bienvenidos a Lyn! —saludó el duque y, para alivio de Nerissa, estaba solo—. Espero que su viaje haya sido placentero.

—Fue muy cómodo —respondió Marcus Stanley—, y gracias por el delicioso almuerzo que nos ofrecieron en la posada donde hicimos un alto.

—Yo siempre llevo conmigo mis propios alimentos en viajes largos —comentó con altivez el duque—. Suele uno encontrar en las posadas de los caminos alimentos incomibles.

Antes que su padre pudiera responder, el duque preguntó a Nerissa:

—¿Qué opina de mi casa, señorita Stanley?

—Temo que se desvanezca antes de tener tiempo de conocerla en su totalidad.

El duque se rió.

Enseguida los condujeron a los dormitorios que les habían asignado, contiguos unos con otros.

Después de que dos doncellas ayudaran a Nerissa a cambiarse su ropa de viaje por un sencillo vestido de tarde adornado con encaje entretejido con listón de terciopelo, bajaron adonde los esperaban a tomar el té.

Ya muchos de los invitados del duque estaban reunidos ahí y, entre ellos, Delphine.

Nerissa sintió que su corazón palpitaba acelerado cuando Delphine se apartó de donde charlaba con dos jóvenes muy elegantes y se aproximó a ellos para exclamar con tono de voz afectado:

—¡Papá querido, qué maravilloso verte! Espero que el viaje no te haya agotado demasiado.

—En lo absoluto —respondió Marcus Stanley—, y como ya dije a nuestro anfitrión, estoy encantado de encontrarme aquí. Es mucho más bello e impresionante de lo que esperaba.

—Es lo que todos sentimos —habló alguien que lo escuchaba y se escucharon risas.

Después de saludar a Delphine, Nerissa fue presentada por el duque a los asistentes, y aunque le fue imposible recordar todos los nombres, se sorprendió por lo amistosos y amables que se mostraron hacia ella.

—¿Es su primera visita aquí? —preguntó una dama de edad, a quien Nerissa imaginó como posible tía del duque.

—Sí, señora, y puede suponerse lo fascinante que es para mi hermano y para mí venir a la mansión más famosa de Inglaterra.

La dama se rió.

—¡Debe repetir eso a nuestro anfitrión! Aprecia los halagos a su casa mucho más que los que recibe para él mismo, lo que no es usual en los jóvenes de hoy en día.

—Yo nunca recibí halagos —musitó Nerissa sin pensar—, pero si fueran muy personales, imagino que me sentiría muy turbada.

Al terminar de decirlo advirtió que el duque estaba a su lado y la había escuchado.

—¿Nunca recibió halagos, señorita Stanley? —preguntó—. ¿Acaso están ciegos los caballeros que viven cerca de usted?

Nerissa lo miró un tanto suspicaz antes de responder:

—Ése fue un halago, ¡y muy galante su forma de expresarlo!

El duque se rió con espontaneidad.

—Puedo asegurarle que en unos cuantos años más se tornará indiferente a todas las adulaciones que le hagan, pero por el momento sólo disfrútelas como son y no se muestre tan crítica.

—Jamás podría criticar nada de aquí —respondió Nerissa—, y… por favor, ¿cuándo puedo conocer toda la mansión?

El duque la miró sorprendido, antes de decir:

—Es una tarea enorme para emprenderla cuando recién acaba de llegar. Recuerdo que sugerí a su padre que pospusiéramos el recorrido por Lyn hasta después de la exhibición ecuestre de mañana.

—Así es, ahora lo recuerdo. Lo que pasa es que todo es tan bello que temo perderme algo.

El duque sonrió.

—Ése sí que fue un halago muy ingenioso, señorita Stanley y lo aprecio.

Nerissa se sonrojó al responder:

—Estoy segura de que su señoría, que está tan acostumbrado a que la gente elogie su casa y todo cuanto hace, que a veces debe resultarle bastante aburrido.

—¿Quién le dijo que eso sucede?

—Harry —respondió ella.

Nerissa recordó lo mucho que le había contado Harry acerca de los romances del duque y como la pregunta del duque la perturbó, sólo pudo desviar de él la vista y sonrojarse de nuevo.

El duque lanzó una suave risa.

—Debe aprender a no creer todo lo que escuche y a juzgar a la gente por ella misma.

—Intento hacerlo. Mamá lo llamaba usar el propio instinto. Siempre insistió mucho en que no deberíamos creer cosas crueles o malas acerca de los demás a menos que hubiera pruebas concluyentes de que lo dicho fuera verdad.

—Sin duda, ésa era una manera correcta de comportarse —confirmó el duque—. Con frecuencia pienso que la gente vive tan deprisa que acepta los juicios de los otros en lugar de aceptar el suyo propio y en contadas ocasiones, como usted dice, usa su percepción.

—Supongo que es difícil mientras no se tiene edad y capacidad suficientes y, por supuesto, la debida experiencia.

—Eso es algo que llega paulatinamente —comentó el duque—, mientras tanto, permítame sugerirle que espere un poco y use su percepción.

Se alejó de ella para hablar con alguien más y Nerissa pensó que había sido un diálogo extraño para sostenerlo con el Duque de Lynchester, siendo apenas la segunda vez que lo veía.

Delphine llegó para decirle que era hora de que todos subieran a cambiarse para la cena y en cuanto estuvieron a solas, la recriminó:

—¡No molestes al duque, Nerissa! Viniste, lo cual considero que fue un error, sólo porque él quiso mostrarse amable con papá y deseaba complacerme. Por lo tanto, evítalo lo más posible.

—Así lo haré —respondió con humildad Nerissa.

Como no había nadie que las oyera, preguntó:

—¿Ya te pidió su señoría que te cases con él?

—Me parece una pregunta impertinente, pero calmaré tu curiosidad y te diré que es sólo cuestión de tiempo. Por supuesto, ésa es la razón de que los invitara a ustedes a su finca, para poder conocer a los miembros de mi familia, así no será tan sorpresivo cuando anuncie su boda conmigo.

—¿Sorpresivo?

—Por supuesto. Durante años todos han intentado convencer al duque para que se despose. Siempre se resistió a la idea y puso muy en claro que prefería continuar soltero y que nadie podría influir en él hasta que estuviera dispuesto a presentar al mundo a su duquesa.

La voz de Delphine pareció vibrar al pronunciar la palabra «duquesa».

Se encaminó al espejo y exclamó, mientras se admiraba en él.

—¡Piensa en lo hermosa que estaré luciendo una tiara de diamantes, que es casi una corona! Y hay también otras de esmeraldas y rubíes, que no favorecen tanto, y otra de zafiros que enfatizara lo rubio de mi cabello y el azul de mis ojos.

—Te verás bellísima, Delphine —dijo Nerissa con sinceridad—. ¿Podré verte?

Se hizo una pequeña pausa antes de que Delphine respondiera:

—Para ser honesta, lo creo improbable. No puedo perder el tiempo en ocuparme con reliquias del pasado, y eso representa siempre la familia. Deseo conocer caras nuevas, hacer cosas emocionantes y, más que todo, conquistar al mundo social.

—En otras palabras, no tendrás tiempo para tus hermanos —dijo con tristeza Nerissa.

—La verdad, creo que sería un error, y muy grave complicarme la vida con cualquiera de ustedes. Ya por el momento hice lo más que pude. Los traje aquí, les entregué bastante dinero y permití que se asomaran a un mundo que no soñaban conocer.

Por la mente de Nerissa cruzó la idea de decir a Delphine que nada de eso había sido por iniciativa suya.

El dinero había sido el pago de un convenio, una especie de soborno para que le ayudaran a engañar al duque y que este creyera que vivían de forma diferente a la verdadera.

Pero pensó que no valía la pena discutir.

Delphine, desde niña, siempre creía lo que deseaba y le convenía creer y Nerissa estaba segura de que ahora pensaba en lo generosa que se había mostrado con sus pobres familiares y que nadie podría esperar que hiciera más.

«Sin importar lo que suceda», pensó, «habré conocido Lyn y eso jamás lo olvidaré».

En voz alta expresó:

—Gracias, Delphine, por todo y trataré de hacer lo que deseas mientras permanezcamos aquí.

Delphine se volvió para mirarla.

—¡Lo que deseo es que te mantengas alejada del duque! Eres demasiado atractiva, Nerissa, para que yo esté tranquila, así que mantente apartada de su vista…

Hizo una pausa y agregó, con tono amenazador:

—Si no lo haces, te enviaré de regreso a casa o te obligaré a permanecer encerrada en tu dormitorio durante toda tu estancia aquí.

Nerissa reprimió una exclamación de protesta.

De pronto, como si lo que pensara la indignara en extremo, Delphine salió del dormitorio sin decir una palabra más y cerró de golpe la puerta.