Capítulo 7

En el lánguido sopor que sigue a la plena satisfacción, Chelsea y Cole yacieron juntos durante largo tiempo en la habitación a oscuras.

—Oh, Cole, casi no puedo creer que esto esté ocurriendo.

Chelsea suspiró y le acarició la mejilla y el pelo con ternura. Se sentía muy unida a él.

—Créeme, preciosa, ha ocurrido de verdad.

El tono de Cole era profundo y tranquilo. Se sentía maravillosamente, incapaz de moverse o pensar. Y tampoco quería hacerlo.

—No te duermas todavía —dijo Chelsea sonriente, mordisqueando su hombro. —Tenemos cosas de que hablar.

Cole gimió.

—Oh, no, no soporto a las mujeres charlatanas después del sexo.

Chelsea le dio una palmada juguetona.

__Tienes suerte de que en este momento soy demasiado feliz para ofenderme por nada, ni por ese comentario machista.

__ ¿Eres feliz? —preguntó Cole levantando la cabeza para mirarla.

Tenía el aspecto de una mujer satisfecha. Y estaba tan atractiva que Cole sintió que se le aceleraba el pulso.

—¡Oh, sí, Cole! —respondió Chelsea con ganas de reír, gritar y cantar con alegría—. Éste ha sido el día más increíble de mi vida. Empecé al borde de la depresión y aquí estoy ahora, en el séptimo cielo. Metafóricamente hablando, por supuesto.

Chelsea lo besó en el cuello, saboreando el gusto salado de su piel, y suspiró contenta.

—Los escritores debemos tener cuidado con las metáforas, ya sabes. Hay que elegir la imagen acertada en el momento adecuado. Esta noche tienes ganas de hablar —observó Cole. —Me pregunto cómo podría callarte.

Chelsea fingió ofenderse y se lanzaron a una divertida discusión.

Aunque Cole se había sentido plenamente satisfecho poco antes, encontraba la idea de hacerle el amor de nuevo cada vez más atrayente.

Cole la besó despacio.

—Te amo, Cole —murmuró Chelsea contra sus labios.

Tenía la cabeza apoyada en su hombro y una de sus piernas entre las de Cole.

El sabía que Chelsea esperaba una respuesta a su declaración de amor. Y una respuesta que estableciera la reciprocidad de ese sentimiento. Cuando abrió los ojos, descubrió que ella lo miraba con los ojos brillantes.

¿Por qué no?, se dijo Cole irreflexivo. Después de todo, ¿qué eran las palabras? Podía darle eso. No había razón para poner fin de inmediato a su interludio, particularmente ahora que él se proponía prolongarlo.

—Te amo —dijo mientras en su interior se decía una cosa muy distinta: que ambos eran dos adultos maduros que se entendían muy bien en la cama y nada más que eso.

Chelsea confundía la compenetración sexual con el amor verdadero, y al final él la sacaría de su error y aclararía las cosas.

Pero ahora no. Si lo hacía, esa expresión radiante desaparecería en el acto del rostro de Chelsea. La luz de sus ojos se apagaría y en ellos aparecería el dolor. Y luego quizá lloraría.

Cole sé estremeció. No podía soportarlo. Esa noche no. No tenía la energía suficiente; fue un día largo y duro y no estaba para un drama emocional. No tenía nada que ver con que pudiera tener escrúpulos a la hora de herirla, se aseguró. Nada en absoluto.

—Entonces… ¿acaso estamos retomándolo donde lo dejamos hace cuatro años? —preguntó Chelsea dudosa.

Parte de ella tenía miedo de confiar en la embriagadora euforia del momento; necesitaba una, aclaración de sus esperanzas y una confirmación de sus sueños.

—¿Quieres decir otro noviazgo tormentoso? —repuso Cole con un tono tan inseguro como el de Chelsea.

¿Otro noviazgo tormentoso? ¿Seguido por otro… por otro compromiso? A Cole le sorprendió que la perspectiva le resultase tan atrayente. Aquello no estaba previsto.

Chelsea interpretó su respuesta, o su no respuesta, como una afirmación.

—Cole, sólo una cosa —dijo con expresión pensativa—. O quizá no debería referirme a ella como una «cosa». Carling Templeton. ¿En dónde encaja ella? Dijiste que habían llegado a un entendimiento.

—Lo dije. Y lo mantengo —replicó Cole con tono arrogante.

En silencio deseó poder enfadarla y así evitar esa discusión.

Pero Chelsea se echó a reír.

—¿Te estás haciendo el tonto? —preguntó colocándose encima de él a horcajadas.

Su largo pelo rojo le caía sobre los hombros, hasta cubrir la parte, de sus senos dejando los rosados pezones al descubierto entre los suaves rizos.

Cole la miró mientras su respiración se hacía más pesada. Chelsea estaba maravillosa, con las piernas abiertas sobre él. Cole le acarició los muslos abiertos. La piel era suave como la seda, y los músculos firmes y fuertes.

Chelsea capturó sus manos y entrelazó los dedos con los suyos.

—Cole, te he dicho todo sobre Seth menos una cosa. Que la única razón por la que accedí a salir con él al principio, fue por los rumores sobre lo tuyo con Carling.

Chelsea se llevó su mano derecha a la boca y después de besarla la presionó contra su mejilla.

—Durante estos últimos cuatro años he procurado estar al tanto de tu vida social. Sé que salías con muchas mujeres y eso siempre me molestaba. Pero oír que tenías algo serio con Carling mató algo dentro de mí. Después de eso, dejó de importarme lo que me ocurriera a mí, o en mi entorno, hasta la pasada noche, cuando por fin fui consciente de que en efecto iba a casarme con Seth Strickland.

Cole adelantó las manos y las colocó sobre sus pechos.

—Chelsea —empezó con voz ronca.

—Tengo que saber si soy la otra mujer. Cole —dijo Chelsea echándose hacia delante voluptuosa—. O tu única mujer.

Cole soltó una risita ronca.

—Si todavía no sabes la respuesta a esa pregunta, vete de este dormitorio en seguida.

—Por favor, dímelo, Cole —insistió Chelsea con suavidad.

Su tono fue tan delicado, y sus grandes ojos oscuros lo miraban con adoración. Cole gimió.

—Le prometí a Carling que no se lo diría a nadie, pero qué más da. ¡Jamás imaginé que viviría una situación como ésta!

Cole atrajo a Chelsea sobre sí y luego le dio la vuelta para colocarse encima de ella.

—Carling y yo no tenemos un compromiso serio, y nunca lo hemos tenido. Nuestro entendimiento es fingir que lo tenemos.

Chelsea sonrió y en su rostro se reflejó auténtica felicidad.

—Pero ¿por qué, Cole? —preguntó.

—El senador Templeton es un tipo en verdad autoritario, acostumbrado a conseguir lo que quiere en el momento que lo desea. Y quiere tener nietos. El senador piensa que su hija ha dejado escapar un montón de buenas oportunidades, así que decidió encontrarle marido —explicó Cole sonriendo—. Y según Carling, el candidato a su mano es el propietario de un gran rancho perdido en el corazón de Texas. Es rico, y uno de los más leales partidarios de Templeton. Un marido perfecto en lo que respecta al senador.

—¿Y Carling te pidió que fingieran estar comprometidos para engañar a su padre? —Preguntó Chelsea frunciendo el ceño—. Eso no me huele bien, Cole. Creo que se ha inventado toda esa historia sobre su padre y el ranchero para conseguir comprometerse contigo.

—Créeme, cariño, Carling no me quiere a mí más de lo que quiere al tipo de Texas. Con nuestra asociación, los dos estamos a salvo de cualquier compromiso.

—Imposible. No me lo creo —dijo Chelsea moviendo la cabeza—. ¿Cómo podría ella no quererte? Eres brillante y generoso, razonable y apuesto y dinámico y…

—Dominante, agresivo, autoritario, testarudo y rígido —añadió Cole seco—. Ni siquiera mi dinero compensa esos rasgos de mi carácter para Carling. Es muy franca al admitir que quiere un marido que le permita ir por su propio camino, de preferencia uno al que pueda dominar. No, Chelsea, Carling no me quiere más de lo que yo la quiero a ella. Pero se nos veía junto a menudo y las malas lenguas de la ciudad empezaron a hablar de un romance entre nosotros.

—Así que el senador Templeton dejó de pensar en el ranchero como posible marido para su hija —dijo Chelsea asintiendo—. Pero Cole, ¿en qué te beneficias tú con este arreglo?

El se encogió de hombros.

—Estaba cansado de tener citas. ¿Te das cuenta de que he tenido citas durante veinte años de mi vida? Me harté de esa historia, de la incertidumbre de los primeros encuentros y de las expectativas que se creaban si salías con alguien más de una vez. Carling es encantadora y sofisticada, pero demasiado cabezota e independiente para mí. Ella y yo sabíamos exactamente dónde nos encontrábamos cada uno, así que era una relación muy cómoda. Final de la discusión. Ya he hablado demasiado.

Cole no le dio tiempo de responder.

—Te deseo otra vez, Chelsea —dijo besándola—. Ahora.

—Oh, sí, Cole —repuso ella arqueándose contra él.

Cole la penetró haciéndola gemir de placer. Chelsea levantó las caderas en respuesta, aferrándose a él con fuerza. Cole la penetró aún más.

—Eres una pequeña bruja —murmuró—. Me haces perder la cabeza. Nunca ha habido nadie en mi vida como tú.

—Me amas —murmuró ella mientras la deliciosa tensión se intensificaba—. Me necesitas. Tanto como te amo y te necesito yo. Nos pertenecemos el uno al otro. Cole.

Chelsea lo amó sin reservas, dando y recibiendo un maravilloso placer que no conocía límites.

—Debo estar aplastándote —murmuró Cole tiempo después, haciendo un movimiento para quitarse de encima de Chelsea.

—¡No! —Exclamó Chelsea sujetándolo con brazos y piernas—. No te vayas, Cole. Hemos estado separados tanto tiempo. Es tan agradable, no quiero dejarte marchar.

Cuando Chelsea contrajo los músculos interiores para sujetarlo dentro de su cuerpo, Cole rió.

—Y yo no quiero que me dejes marchar, querida.

Una y otra vez, durante toda la noche, Chelsea y Cole cumplieron un ciclo de amor y sueños, descanso y pasión, despertándose para satisfacer la necesidad aparentemente insaciable de los dos. Después cayeron en un profundo sueño, saciados y satisfechos en los brazos del otro.

¡Desayuno! La alegre voz de Chelsea fue lo primero que oyó Cole a la mañana siguiente. —¿Qué hora es?— preguntó él, abriendo un ojo. Las gruesas cortinas marrones estaban abiertas. La luz del sol inundaba la habitación a través de los enormes ventanales que constituían una pared entera de la habitación. La vista del bosque era sobrecogedora. El cristal daba la impresión de que los árboles, las flores y los arbustos eran una extensión de la habitación.

Pero esa mañana Cole ignoró el paisaje. Se sentó en la cama y miró a Chelsea, quien le sonreía con afecto con una bandeja en las manos. —Son casi las once— dijo ella dejando la bandeja ante él sobre la cama. —Me desperté hace una hora, pero dormías tan profundo que no quise despertarte. Espero que todavía sigan gustándote las tortitas— añadió. —He puesto tres tipos de almíbar: de fresa, frambuesa y jarabe de arce.

—¡Casi las once! —exclamó Cole asombrado—. ¡Nunca me había levantado tan tarde en mi vida!

Luego reparó en las tortitas, las jarritas de almíbar y la taza de café. Todo olía delicioso y de pronto Cole sintió hambre.

—Gracias. No tenías por qué haberlo hecho —dijo tomando un sorbo de café y suspirando apreciativo—. Quería hacerlo.

Chelsea no podía dejar de sonreír. Era un día precioso y se había despertado en los brazos de Cole. La sensación crónica de soledad y pérdida que la persiguió desde la ruptura con Cole, algo que había aprendido a aceptar como una parte de su personalidad, desapareció. Por vez primera en cuatro años se despertó sintiéndose joven, feliz y libre. Cantó mientras se duchaba y vestía con un par de pantalones cortos verdes, una camisa a juego y unos cómodos zapatos para caminar. Y mientras desayunaba y preparaba el desayuno de Cole, le habían dado ganas de bailar.

—He utilizado algunos huevos para la masa de las tortitas —dijo alegre sentándose al borde de la cama—. Pero todavía nos quedan varias docenas.

Chelsea lo observó mientras comía con los ojos llenos de afecto. Cole estaba muy atractivo sin afeitar. La sábana beige que le cubría hasta la cintura dejaba el ancho pecho expuesto a la ardiente mirada de Chelsea. Tenía el pelo alborotado y era obvio que disfrutaba con cada bocado. Chelsea sentía el corazón a punto de estallarle de amor y felicidad.

Cole estaba muy ocupado con su desayuno, pero de vez en cuando dirigía miradas furtivas a Chelsea. Tenía los ojos brillantes y un aspecto radiante, y ese tono de verde combinaba a la perfección con su tez y su pelo rojizo. Se había vuelto a recoger los rizos en una cola de caballo. Era un peinado sencillo y práctico, y estaba muy guapa, pero Cole no pudo dejar de recordar la melena rojo oscuro de la noche anterior, cayendo como una cascada sobre sus pechos desnudos. Cole tomó un largo trago de café sintiendo fuego en la piel.

Dejó el tenedor en el plato. Ya no tenía hambre de comida, pero había desarrollado otra clase de apetito que exigía satisfacción.

—Suéltate el pelo, Chelsea —ordenó en voz baja.

Chelsea lo miró a los ojos y leyó sus intenciones. Despacio alzó una mano para quitarse la cinta elástica verde. El pelo le cayó sobre los hombros.

—Ahora desabróchate la blusa y quítatela.

Chelsea arqueó las cejas.

—¿Se supone que voy a desnudarme para ti mientras te quedas allí sentado mirándome, como un sultán entretenido por una de las chicas de su harén?

—En efecto —dijo Cole sonriendo pícaro—. Me acusaste de fanfarronear sobre un idilio apasionado con una esclava del amor, ¿recuerdas?

—¿Y tú te acuerdas de que te amenacé con convertirme en una criatura de pesadilla?

Chelsea tomó la bandeja y la dejó en el suelo. Luego saltó a la cama y lo atacó con una almohada.

—Bien, ya estoy aquí. ¡Tu compañera del infierno!

—¡Hey, deja eso!

Cole intentó detener los golpes, y luego buscó otra almohada y se lanzó al contraataque.

La batalla de almohadas continuó hasta que los dos se reían demasiado para seguir. Declarando una tregua, tiraron las almohadas al suelo y se dejaron caer sobre el colchón, sin aliento a causa del esfuerzo y la risa.

—Nos estamos portando como un par de locos escapados del manicomio —dijo Cole moviendo la cabeza—. Si el consejo directivo de Tremaine Inc. hubiera visto a su futuro director jugando con almohadas…

—No creo que nunca invitemos al consejo directivo a nuestro dormitorio —dijo Chelsea acariciándole una mejilla—. Esta parte de nuestra vida es estrictamente privada, sólo nuestra, y podemos ser tontos, tristes o sensuales. Lo que queramos.

—Hemos sido tontos, dejemos lo de tristes y vayamos a lo último —dijo Cole abrazándola—. Estabas a punto de hacer realidad mi fantasía de sultán…

—Te estás perdiendo. Cole —bromeó—. Hace cuatro años, nunca habrías pronunciado la palabra «fantasía», y mucho menos habrías sugerido una.

Chelsea se arrodilló en la cama y despacio empezó a desabrocharse la blusa.

Cole la observó ansioso.

—Soy un hombre distinto al que tú conociste y rechazaste hace cuatro años, Chelsea.

—La cuestión de quién rechazó a quién hace cuatro años, es algo muy discutible.

Chelsea se quitó la blusa y luego los pantalones.

—Y no me apetece discutirlo ahora —añadió.

Se había quedado con su sencilla ropa interior de algodón color rosa.

Cole la observó con una exagerada expresión de burla y desaprobación.

—Lo primero que vamos a hacer cuando volvamos a Washington es comprarte algo de lencería.

—Es muy cómoda —protestó Chelsea riendo—. Aunque no sea lo que llevaría una concubina. ¿Te he estropeado la fantasía?

—Tendremos que crear una nueva —dijo Cole atrayéndola y besándola, moviendo sensual la boca sobre sus labios.

Hicieron el amor muy lento, a una velocidad que desmentía su gran pasión. Esa mañana, saborearon cada caricia, charlando y jugando con la facilidad y el afecto de dos viejos amantes. Algo que en cierto sentido eran, pensó Chelsea mientras Cole se colocaba sobre ella. Todo entre ellos era nuevo pero al tiempo conservaba una cómoda familiaridad.

Chelsea suspiró y le rodeó con brazos y piernas recibiéndolo dentro de su cuerpo, en su Corazón y su vida.

Ese ejercicio de amor mañanero los llenó de energía y de ganas de acción. Cole optó por ejercer esa acción en la cama, pero Chelsea tenía otras ideas.

—Ya estamos en las montañas, me gustaría verlas —exclamó sentándose en la cama, con los ojos brillantes de emoción.

—Míralas bien, cariño —invitó Cole señalando hacia la ventana panorámica—. Y luego vuelve aquí.

Chelsea se echó a reír de buen humor.

—Me gustaría verlas desde fuera. Experimentarlas. Vamos, Cole —añadió tirándole de una mano—. Hace un día magnífico. Vayamos a dar un paseo.

Cole se dejó convencer. Después de una ducha rápida, se puso unos vaqueros y una camisa roja, y tomando a Chelsea de la mano la condujo fuera. Charlando y riendo recorrieron un sendero que discurría entre altos árboles. Por fin llegaron hasta un arroyuelo que corría entre las rocas y se retorcía montaña abajo.

—Esto lleva a un pequeño lago —le dijo Cole—. Más bien una charca. ¿Te gustaría verla?

Chelsea asintió y siguieron el curso del arroyo durante casi un kilómetro hasta el lugar donde se transformaba en una cascada de un par de metros de altura y terminaba en un pequeño lago de montaña.

—¿Es profundo? —preguntó Chelsea.

—La parte más profunda está en medio, y habrá un par de metros de profundidad. El agua está helada. Mis hermanos y yo solíamos nadar aquí cuando éramos niños —dijo Cole sonriendo—. A los niños no les importa ponerse azules de frío. Los adultos, con la edad, acaban perdiendo esos dudosos placeres.

Chelsea se agachó y metió las manos en el agua.

—Es cierto, está muy fría —dijo estremeciéndose.

Cole asió su mano para calentársela. Chelsea miró la clara y plácida superficie del agua, y luego las flores, los árboles y las montañas que los rodeaban. En el silencio sólo se oía el rumor de las hojas mecidas por la brisa y algún pájaro ocasional. Era tan distinto al ruido constante y el ajetreo de la ciudad.

—Se está muy bien aquí —dijo Chelsea con un suspiro—. Es como si fuéramos las únicas personas en el mundo.

—El bosque virgen. Y tú eres una pequeña ninfa de los bosques.

Cole la levantó del suelo y dio una vuelta con ella, sintiéndose desacostumbradamente alegre y juguetón. Hacía años que no se sentía tan joven.

Cuando la dejó en el suelo, Chelsea lo abrazó.

—Te amo, Cole. Por favor, nunca vuelvas a dejarme.

Era un juego sincero y apasionado que penetró en el alma de Cole. La abrazó con fuerza, estremecido por la fuerza e intensidad de sus propias emociones. Era aterrador sentir de ese modo; ninguna mujer lo había poseído de esa manera, y una parte de su personalidad lo sentía. Nunca pudo controlar las emociones que Chelsea despertaba en su interior. Asumir la realidad del poder que esa mujer ejercía sobre él, no era fácil para un hombre como Cole, acostumbrado a dominar y controlar.

Despacio, Cole la soltó. Sé agachó a tomar una pequeña piedra plana y la mandó saltando sobre el agua. Los dos observaron las ondas que quedaron sobre la superficie.

—¡Qué bonito! —Exclamó Chelsea—. Quiero probar.

Buscó una piedra grande y la tiró al lago. La piedra cayó al agua con un fuerte ruido y se hundió pesada.

Cole gritó y se retiró de un salto cuando el agua helada lo salpicó.

—¡Así no! —exclamó—. No tienes que tirarla al agua. Y no uses una piedra tan grande. Necesitas una plana y pequeña como ésta.

Cole le hizo otra demostración. Las lecciones de tirar piedras continuaron largo rato, hasta que Chelsea obtuvo un moderado éxito en sus intentos. Cuando volvieron a la casa, los dos estaban hambrientos. Cole asó unas salchichas en la parrilla del patio, mientras Chelsea investigaba una antigua bañera.

—¿Esto funciona? —preguntó quitando la tapa y mirando la gran bañera de madera llena de agua.

—Claro. Joe Masón se ocupa de limpiarla y llenarla. Enciéndela. Se calentará y podremos bañarnos después de comer.

Cole se burló de Chelsea porque insistió en ponerse un traje de baño antes de acompañarlo en el agua caliente y borboteante. El se metió desnudo, pero Chelsea se puso un bikini azul.

Cole admiró su esbelta figura.

—¿Te acordaste de echar el bikini en tu maleta para tomar el sol en la piscina del motel mientras te escondías de los Strickland?

Chelsea se sonrojó.

—Eso suena muy calculador y premeditado. Pero no lo fue, Cole. Siempre llevo un traje de baño cuando salgo de viaje, así que lo eché a la maleta sin pensarlo.

Se calló y miró seria las aguas que borboteaban a su alrededor.

—Me avergüenza admitirlo, pero desde que estoy aquí, he apartado a Seth y la boda de mi mente. Sólo puedo pensar en ti, y en nosotros. Oh, Cole, me alegra tanto que estemos juntos de nuevo, pero me gustaría que no hubiera ocurrido de este modo. Tengo que volver y enfrentarme a mi familia y a los Strickland. No puedo seguir escondida mientras…

—Relájate, cariño, tu familia sabe dónde estás. Llamé a tus padres y a Stefanie ayer mientras dormías. También llame a los Strickland para decirles que estabas conmigo. Aconsejé a Seth que desmintiera la historia de la hospitalización e hiciera una declaración como que «la boda fue cancelada de mutuo acuerdo debido a razones personales que seguirán siendo personales». Le dije que si no lo hacía él lo haría yo en calidad de abogado.

—¿Qué respondió Seth? —preguntó Chelsea ansiosa.

—Lo que dijo es irrelevante —contestó Cole encogiéndose de hombros—. Hará lo que le dije y eso es lo único que importa. No tiene elección, especialmente después de perder el equipo de detectives que envió tras de ti.

—¿Los tipos del Lincoln negro que trataron de secuestrarme en la autopista? ¿Los ha perdido?

Cole asintió.

—Ayer llamé a mi hermano Tyler y le pedí que averiguara el nombre de la agencia a la que acudió Strickland. Después de eso, simplemente les pagamos el triple de lo que les daba Strickland y les pedimos que se ocuparan de la pareja del Globe Star Probe.

—Estuviste muy ocupado mientras yo dormía —dijo Chelsea despacio—. No sé cómo agradecértelo, Cole. Te has ocupado de todo.

—Por supuesto. Siempre lo hago.

Cole asió su muñeca y la hizo sentarse en su regazo.

—En cuanto a las gracias, creo que podemos dar con una forma adecuada para que puedas mostrarme tu agradecimiento.

Chelsea le echó los brazos al cuello mientras el agua borboteaba a su alrededor. Sus bocas se encontraron en un largo beso y la mano de Cole se deslizó hasta el cierre del sostén del bikini azul.

Y entonces un timbrazo rasgo el aire.