Capítulo 2
Un tenso silencio se formó entre ambos. Chelsea fue la primera en romperlo. —No he oído la explicación oficial de los Strickland— comentó nerviosa, decidiendo intentar otra vía, ya que el intercambio de insultos con Cole no resultaba. —¿Cuándo anunciaron que la boda se cancelaba? ¿Cómo… cómo lo explicaron?
Cole se encogió de hombros.
—Yo no he oído ningún anuncio oficial. No creo que lo hayan emitido todavía.
Chelsea lo miró boquiabierta.
—Entonces, ¿cómo supiste qué…?
—Te vi salir de tu apartamento —la interrumpió Cole frío.
Entonces hizo una pausa y la observó sin disimuló: sus pantalones cortos blancos, la amplia blusa a rayas rojas y blancas, los calcetines y las zapatillas de lona. Chelsea llevaba su espesa mata de pelo cobrizo recogido en una cola de caballo de la que escapaban algunos mechones.
—Está claro que no ibas vestida para una boda y pusiste rumbo hacia las afueras de la ciudad. Saqué la conclusión lógica.
—¿Me has estado siguiendo desde que dejé Washington?
No era posible, se dijo. Su aparición tenía que ser una coincidencia. Con seguridad sólo trataba de ponerla nerviosa, y desde luego lo conseguiría, admitió en silencio.
Cole volvió a encogerse de hombros.
—Esta mañana pasaba frente a tu casa y te vi subiendo al coche con una maleta. Pobre Strickland —dijo riendo sin alegría—, casi siento lástima de él. Aunque sea un desgraciado consentido y engreído.
—Lo es —dijo Chelsea en voz baja.
—¿Por eso lo hiciste, Chelsea? ¿Para bajarle un poco los humos?
—¡Claro que no! —replicó ella—. ¿Qué clase de persona crees que soy?
Cole esbozó una débil sonrisa que mostró sus blancos dientes.
—¿De veras quieres que te responda, Chelsea?
Ella se sonrojó con violencia.
—No, en realidad no —replicó tratando de controlarse lo suficiente para contraatacar—. Quiero que me expliques porqué estás aquí, vestido de gala y conduciendo un auto más grande que un coche fúnebre.
—Estoy vestido para una boda. La tuya. Mi invitación oficial con el sello presidencial está en el coche. Muy considerado de tu parte el invitarme.
—¡Yo no te invité! —exclamó Chelsea, atónita—. No tenía ni idea… —La invitación salió de la lista de invitados de los Strickland. Aunque mi padre no es uno de los elegidos, conoce a Walt Strickland desde hace años. Toda nuestra familia estaba invitada, pero yo era el único que pensaba asistir. Carling quería ir, así que usé el auto de la compañía para la ocasión.
Carling. Oír el nombre en sus labios provocó una primitiva respuesta dentro de Chelsea. La joven trató de fingir desinterés.
—¿Carling Templeton? —preguntó esperando que su tono reflejara una indiferencia que no sentía.
—¿Cuántas Carling más conoces?
—Ninguna. Y ni siquiera la conozco a ella. Sólo la he visto una vez en una fiesta a la que fui con Seth. He oído… he oído que van en serio.
Por fin lo había dicho. Chelsea se preparó para su respuesta.
—¿Eso has oído?
Cole volvió a sonreír, con esa mueca tan alejada de una verdadera sonrisa como la risa del llanto.
Chelsea apretó los dientes. «Déjalo», se dijo, pero cometió el error de no seguir su propio consejo.
—Bueno, ¿es cierto? —soltó.
—¿Si Carling y yo vamos en serio?
Cole hizo una pausa, como si considerara la cuestión. Luego respondió con sequedad.
—Puedes llamarme maleducado, pero no me apetece andar intercambiando confidencias amorosas con mi antigua novia. Además, ya hemos perdido bastante tiempo hablando.
Pasó delante de ella para abrir la puerta izquierda del coche averiado y sacó su maleta del asiento trasero.
Chelsea se moría de vergüenza. ¡Con qué frialdad lograba eludir su provocación! Pero al ver su maleta en la mano de Cole, se dio cuenta de otra cosa. Para saber dónde se hallaba la maleta exactamente él tenía que haberla visto dejándola allí. Su teoría de la coincidencia, a la que seguía aferrándose, terminó de saltar en mil pedazos.
—¡De veras me viste salir de mi apartamento! —exclamó—. Realmente me has estado siguiendo.
—Tienes una habilidad pasmosa para adivinar lo evidente, Chelsea.
Su tono condescendiente inflamó a Chelsea.
—¿Por qué pasaste frente de mi casa esta mañana? —preguntó.
—Para comprobar si habría boda o no —respondió él encogiéndose de hombros—. Verás, quería ahorrarle a Carling la molestia de prepararse si en realidad iba a ser para nada.
Chelsea estaba tan asombrada, que habló con dificultad.
—¿Qué te hizo pensar que yo podría suspender la boda? —Preguntó por fin—. Yo no supe si lo haría, si me atrevería a hacerlo, hasta esta mañana.
—Llámalo intuición si quieres. Recuerda que hace tiempo tuve el dudoso privilegio de estar comprometido contigo. Estoy familiarizado con las circunvoluciones de tu atormentada psique. ¿Por qué lo hiciste, Chelsea? ¿Por qué sigues comprometiéndote con hombres con los que no quieres casarte?
La despreocupación de su tono y el sarcasmo casual, sacaron a Chelsea de sus casillas.
—¡Quizá la pregunta debería ser porqué los hombres siguen insistiendo en arrastrarme al altar! Seth jamás me pidió que me casara con él, simplemente me dijo que iba a casarse conmigo, después de haber ordenado a la secretaria de prensa de su padre que publicara la noticia. Intenté no ponerme nerviosa, le dije a Seth que no tenía intención de celebrar una boda rápida, bajo presiones. ¡Hasta le dije que no lo amaba!
—Déjame adivinar —pidió Cole con frialdad—. Seth el Magnífico sugirió que en realidad lo amabas aunque todavía no te hubieras dado cuenta de ello.
—Seth sugirió que con el tiempo podríamos llegar a amarnos —lo corrigió Chelsea—. El continuó con los planes a toda marcha. Incluyó a su madre en los preparativos y luego todo ocurrió tan de prisa, que me vi impotente ante la marea de los acontecimientos. Intenté hablar con los Strickland pero ellos seguían malinterpretando todo lo que yo decía. ¡Fue enloquecedor! Sobre lo único que sabían hablar era del valor publicitario y el significado histórico de una boda en la Casa Blanca. Me sentía como una marioneta. Sabía que tenía que salir de allí como fuera.
—Y eso hiciste, con tu habitual don de la oportunidad.
—¡Yo no planeé todo esto deliberadamente! —exclamó Chelsea indignada—. ¡Pero por qué demonios trato de explicarte esto a ti! Cuando estuvimos comprometidos, tú me asignaste un papel en tu historia particular igual que ha hecho Seth. Y cuando yo no quise desempeñar el papel que me asignaste, te faltó tiempo para deshacerte de mí.
—¿Que yo me deshice de ti? —preguntó Cole incrédulo—. No trates de reescribir la historia, preciosa. Yo no deshice nuestro compromiso. Tampoco fui yo el que se negó a fijar una fecha para la boda, sino tú.
—Tú esperabas que yo hiciera tu voluntad en el momento que tú querías, sin discusión, preguntas o sugerencias de mi parte —replicó Chelsea con calor—. ¡Eso no es un matrimonio, sino esclavitud! El matrimonio es un trabajo de equipo con dos partes iguales tomando decisiones de común acuerdo, no un señor que manipula y domina a su sierva.
—Veo que sigues viéndome como un tirano sólo porque yo quería una esposa e hijos —dijo Cole sonriendo sarcástico. —Si eso es reprensible por completo, ¿verdad? Querer un compromiso, una familia. ¡Qué ruines pueden llegar a ser los hombres!
—¡Ésta es la misma discusión que tuvimos hace cuatro años! Exclamó Chelsea fuera de sí. —Y sigues negándote a comprender que yo te amaba y quería casarme y tener familia algún día pero…
—Si me hubieras amado de verdad, no habría sido «pero», sino «por lo tanto», Chelsea. Lo cierto es que todo y todos jugaron un papel secundario en ese momento al lado de tus egoístas y grandiosas ambiciones profesionales.
Los ojos de Chelsea llamearon.
—Estaba trabajando como ayudante en el departamento de inglés y escribiendo la tesis doctoral. Me quedaba menos de un año para terminar y quería hacerlo antes de casarme. Todavía no he logrado adivinar qué hay de egoísta o grandioso en eso.
—¿Qué importaba que hubieras dejado la universidad? El doctorado era irrelevante para tu futuro, igual que el trabajo —replicó Cole levantando la voz exasperado—. Te enseñé todas mis cuentas, Chelsea. Sabías que te casarías con un hombre rico. Siendo mi esposa, jamás hubieras tenido que preocuparte de buscar un empleo, así que, ¿por qué tenías que molestarte en terminar tu doctorado?
—¿Por qué tenía que molestarme en terminar el doctorado? —repitió Chelsea con una risa amarga—. ¿Y si alguien te hubiera dicho eso a ti? ¡Por qué molestarte en hacer la carrera de derecho, por qué molestarte en instruirte ya que tu padre es rico y nunca tendrías que preocuparte en buscar un trabajo para mantenerte!
Cole se movió inquieto.
—Eso es distinto —murmuró frunciendo el ceño.
—¿Distinto? ¿Cómo? ¿Porque tú eres hombre? Con esa actitud espero que jamás tengas hijas. Harías de ellas unos seres inútiles, parásitos sin cerebro que…
—¡No lo haría!
—Es una lástima que no tuvieras hermanas. ¡Quizá así no encontrarías tan extraña la idea de una mujer deseosa de usar su cerebro!
—Mi madre fue una esposa y una madre que dedicó su vida a su familia. No quería ni necesitaba más.
Como siempre. Cole la dejó sin palabras invocando a su santa madre. La difunta y bella Marnie Tremaine fue canonizada por su marido viudo, que nunca volvió a casarse y que crió a sus tres hijos para que la adoraran como el ideal de la mujer.
Una vez Chelsea dijo a Cole que seguramente la trágica muerte de su madre en un accidente a los veintinueve años, segó la vida y las ambiciones de la mujer. Si Marnie Tremaine hubiera sobrevivido, tal vez habría deseado continuar con su educación o desarrollarse en algún campo profesional. Pero Cole negó esa herejía con el fervor de alguien que defiende una doctrina sagrada. Entonces Chelsea se dio cuenta de que ningún simple mortal podría cambiar una leyenda.
—Quiero un matrimonio feliz y pasado de moda como el que tu vieron mis padres —continuó Cole con arrogancia—. Mi esposa jamás tendrá que trabajar, y yo le daré todo lo que pueda desear. Igual que quise darte todo a ti.
—Todo salvo lo único que yo deseaba realmente —le cortó Chelsea tranquila—. Tiempo para estar segura de nosotros y de nuestra relación. Llevábamos saliendo menos de seis meses, Cole. Y no estaba matando el tiempo en la universidad, esperando que me surgiera algo mejor. Trabajé en dos o tres sitios para pagarme los estudios y la manutención. Terminar con éxito era muy importante para mí.
Como antes, parte de Cole admiraba su tesón y determinación, mientras otra se irritaba por ello. El estaba acostumbrado a asumir el mando, a que la gente delegara en él. Y a tener éxito. Su fracaso con Chelsea era la única vez en su vida que no consiguió algo. Una oleada de furia lo invadió.
—Así que ahora tienes tu título, con el que has podido conseguir un trabajo mal pagado en una revista de mala muerte. Escribes una reseña de dos líneas sobre programas televisivos en Capítol Scene. ¿Es esa tu gloriosa carrera, Chelsea?
Chelsea lo miró con odio. Cole tenía una habilidad especial para golpear en el sitio más vulnerable.
—Si el sueldo es bajo, es porque hay montones de gente con talento tratando de abrirse camino en la profesión. Las oportunidades y la experiencia que gano en mi puesto, son difíciles de valorar. Capítol Scene es una revista excelente y respetada, con un brillante futuro. Y escribo más que reseñas de programas de televisión. También…
—También haces críticas de cine. Te han asignado las comedias estúpidas y las películas para adolescentes porque el pretencioso crítico dramático de la revista siempre se ocupa de las mejores.
—Pareces conocer muy bien la revista —dijo Chelsea despacio—. Y ya que eres un lector tan fiel, también sabrás que he realizado varios perfiles de personajes y artículos de investigación. Mis trabajos sobre embarazos de adolescentes en Washington fueron mencionados en un artículo de USA Today.
—Me impresionas. ¿Y cuál es tu posición actual en la revista, Chelsea? ¿Pretendías seguir escribiendo como esposa de Seth Strickland?
Ella asintió. —En la actualidad no estoy trabajando en nada. Además de mis vacaciones pagadas de dos semanas, pedí otras dos sin sueldo.
—No puedo creer que te engañes de esa manera. Seguramente sabes muy bien que casada no podrías volver jamás a la revista. En tu nuevo papel no podrías escribir nada informativo o crítico. Los Strickland insistirían en revisar cualquier artículo antes de su publicación.
—Lo sé —aceptó Chelsea tranquila—. Ésa es sólo una de las muchas razones por las que supe que lo de Seth y lo mío nunca funcionaría.
—¿Vas a explotar tu historia, Chelsea? —preguntó Cole dispuesto a seguir atacándola—. Eso aumentaría la tirada de la revista sin duda. Todos los periódicos del país querrán publicar artículos de la increíble huida. Pero basta, ya hemos perdido bastante tiempo hablando.
Todavía con la maleta en la mano, Cole se dio la vuelta y caminó decidido hacia el auto negro.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Chelsea siguiéndolo.
El echó la maleta dentro del coche y se volvió, bloqueándole el acceso a la puerta abierta, impidiéndole así recuperar su maleta.
—Sube al coche, Chelsea —le ordenó.
—¿Qué?
—Vas a venir conmigo.
—No entiendo —dijo Chelsea retrocediendo con desconfianza.
—Entonces déjame explicarte. Te estoy secuestrando.
Chelsea trató de dominar la intranquilidad que la invadió.
—No seas ridículo, Cole.
Cole rió, pero no fue un sonido agradable.
—Hablo en serio, querida. Ahora entra en él coche, ¿o quieres que te obligue? —preguntó con una cortesía fingida.
—No voy a hacer nada hasta que me digas qué es lo que te propones.
Chelsea lo fulminó con la mirada, cruzando los brazos al pecho en la clásica posición defensiva. Trataba de ganar tiempo, sabiendo que se encontraba en una situación delicada. Pero sus dudas le costaron caras. Antes que pudiera dar con un plan coherente de actuación, Cole la levantó en el aire y la introdujo en el coche. Luego cerró la puerta y ocupó su sitio al volante.
Muda de sorpresa, Chelsea forcejeó con el pestillo, pero la puerta no se abrió.
—Está cerrada eléctricamente —dijo Cole con calma—. El control está aquí, a mi lado.
—¡Déjame salir! ¡No puedes hacerme esto!
—Lo estoy haciendo.
La voz de Cole era suave y tranquila, sin un atisbo de agitación. Arrancó y con habilidad se incorporó al tránsito de la autopista.
Chelsea se volvió de rodillas en el asiento y vio su coche perderse de vista mientras el auto ganaba velocidad.
—Siéntate y abróchate el cinturón de seguridad, Chelsea —ordenó Cole.
Ella no se movió. No podía. Los pensamientos giraban dentro de su cabeza, y todos ellos conducían a la misma horrible conclusión. Cole la había seguido desde la ciudad y ahora…
—¿Tienes algo que ver con el neumático desinflado? —preguntó casi sin voz.
—Claro que no. Eso fue una coincidencia inesperada.
—Si no hubiera ocurrido ¿cómo me habrías…? —Chelsea hizo una pausa para tragar saliva—… ¿cómo me habrías raptado? ¿Cuando me parase por comida o gasolina?
El se encogió de hombros.
—Puede que sí.
—¿Te enviaron los Strickland?
El miedo le atenazaba la garganta, haciéndole difícil hablar.
—¿Tengo pinta de ser un lacayo de los Strickland? —preguntó Cole tajante.
Chelsea no sabía si era una pregunta retórica, pero de todas formas respondió.
—No, pero he oído que Tremaine Inc. contribuyó a la campaña presidencial de Walter Strickland el otoño pasado. También podrías querer hacerle un… un favor personal.
—¿Un favor personal como secuestrar a la novia del hijo? ¿Es así como crees que funciona la política, Chelsea? —preguntó Cole despectivo—. Me gustaría oír qué crees que debería exigir como pago por llevar a la novia fugitiva a la iglesia. ¿Un puesto en el gabinete? ¿Una embajada? ¿Qué tal un puesto en el Tribunal Supremo?
—Cole, ¿por qué haces esto? —gritó Chelsea desesperada.
Buena pregunta, respondió una vocecilla burlona en la cabeza de Cole. Le resultaba difícil de admitir que no lo sabía, que la siguió obedeciendo un impulso, también que secuestrarla fue otro impulso espontáneo e irresistible.
¡Era impensable! Cualquiera que conociese a Cole Tremaine sabía que nunca actuaba impulsivo, que jamás se movía sin un plan de acción bien pensado y analizado. Era calculador, astuto y hábil, y estaba orgulloso de ello.
Entonces, ¿por qué hacía eso?, se preguntó en su interior. Y si conseguía responder a esa pregunta, tenía otra, ¿por qué se paró delante de la casa de su ex novia en la mañana de su boda con otro hombre?
Sólo sabía que cuando la vio salir furtivamente de su apartamento, la siguió sin vacilar, sin un solo motivo, plan o razón consciente en su mente.
Ahora allí estaban, solos, juntos, y ella le preguntaba por qué, y él no sabía muy bien qué responder.
El silencio se hizo entre ellos. Chelsea trató de ignorar el dolor de cabeza. Tenía que concentrarse en cualquier otra cosa, como por ejemplo por qué estaban allí. En vista de que Cole se negaba a contestar, Chelsea intentó responder su propia pregunta.
—¿Por… por venganza? —Preguntó horrorizada ante la idea—. ¿Es por eso?
«Oh Dios, no podía ser», pensó Chelsea sintiendo el pánico crecer dentro de ella. Su madre siempre decía que Cole tomó la ruptura demasiado bien, que su comportamiento fue increíble, sospechosamente libre de rencor. Su padre estuvo de acuerdo; era una de las pocas cosas en las que Chelsea podía recordar a sus padres coincidiendo. Atrapados en el círculo de la venganza mutua, no podían comprender que otras personas actuasen de forma diferente. Quizá sus padres tenían razón. Tal vez Cole estuvo esperando la ocasión ideal para vengarse.
Una fría sonrisa curvó los labios de Cole. Chelsea le acababa de dar el motivo que encajaba a la perfección en la imagen calculadora y astuta que le gustaba proyectar. Sí, la estaba secuestrando por venganza.
—Siempre aprendiste rápido, Chelsea. Una vez más, has dado en el clavo.
—Cole, ¡no!
Todavía de rodillas, Chelsea se acercó a él y le colocó una mano suplicante sobre el brazo.
—Llévame de vuelta a mi coche. ¡Por favor! —le imploró.
—No funcionará, querida —dijo a con ese tono cáustico que Chelsea empezaba a odiar—. Los días en que podías hipnotizarme con tus encantos han pasado. Ahora yo llevo las riendas.
—Siempre fue así —replicó Chelsea—. Ése fue uno de nuestros mayores problemas.
—Ahora, querida, siéntate y abróchate el cinturón.
—¡Deja de llamarme querida!
—Antes te encantaba que te llamase querida. ¿O era sólo otra de tus mentiras, como fingir que me amabas?
—¡Nunca fingí! ¡Te amaba de veras! ¿Por qué te niegas a creerlo?
—Quizá tiene algo que ver con tu negativa a casarte conmigo —sugirió Cole irónico—. Oh, no te importaba tener una relación informal conmigo. Yo era un hombre mayor con mucho dinero que gastar contigo, una relación de prestigio para una estudiante a punto de terminar. Te convenía tener la cita garantizada, te gustaban los regalos con los que te rodeaba y los sitios a los que yo podía llevarte. Era divertido tener un novio rico, ¿verdad, Chelsea? Hasta que empecé a hacer esas molestas exigencias de compromiso.
Chelsea se sonrojó.
—¡No trates de pintarme como una cazafortunas, Cole Tremaine! Si lo fuera, me habría casado contigo por tu dinero. Pero no lo hice y…
—También me utilizaste en el terreno sexual —le interrumpió Cole con calma.
Chelsea ni siquiera intentó suprimir la exclamación de indignación. Sintió un irrefrenable deseo de abofetear a Cole. Pero sabía que debía controlarse; estaba en desventaja y completamente a su merced. Cole la estaba haciendo sufrir por diversión, para arrancarle una respuesta furibunda. Debía negarle ese placer. Sin embargo, no pudo callarse. Además, era difícil que Cole tuviera piedad de ella.
—¡Nunca te utilicé en el terreno sexual! —exclamó—. ¿Cómo te atreves a hacerme una acusación tan insultante?
—Me atrevo, porque es verdad —dijo él lacónico—. Parece que he tocado la fibra, ¿verdad, Chelsea? Los dos sabemos que yo fui el catalizador en tu transformación de jovencita virgen e inhibida en amante apasionada. Adorabas todo lo que hacíamos en la cama. Nunca tenías suficiente. No te interesaban el amor y el compromiso, pero no querías renunciar al sexo.
—¡No tengo por qué quedarme aquí sentada oyendo todo esto! —Gritó Chelsea—. ¡Y no lo haré!
Chelsea se lanzó hacia el volante. Tomando a Cole por sorpresa, consiguió sujetarlo con ambas manos y girar con violencia hacia la derecha.
—¡Quita las manos del volante! —gritó Cole alarmado mientras el coche se desplazaba hacia un lado.
—¡No! —gritó Chelsea manteniendo el rumbo del coche hacia el acotamiento.
Cole soltó el volante dejando a Chelsea el control del coche. ¿Qué otra cosa podía hacer? Conducir no es tarea para dos personas. Maldiciendo, frenó poco a poco, y el coche se detuvo.
Las manos de Cole temblaban cuando apagó el motor.
—¡Te has vuelto loca! —gritó. El corazón le latía a toda la velocidad y en sus venas corría la adrenalina recién liberada—. ¡Ha sido la cosa más estúpida que he visto hacer nunca! ¡Podías habernos matado a los dos!
—¡Pero no lo he hecho! —replicó Chelsea.
Cole estaba furioso y totalmente distraído. Aprovechándose de su estado, Chelsea, sacó la llave del motor de arranque.
Cole abrió la boca asombrado. ¡Todavía no se recuperaba de sus trampas en la autopista, y ahora eso!
—¡Dame esa llave! —ordenó ronco.
—¡No! Ahora abre la puerta y déjame salir. Si no lo haces, yo… me tragaré la llave. Te juro que lo haré.
En ese momento Cole no se atrevió a dudar de sus palabras. Sacó un pañuelo blanco de uno de sus bolsillos y se secó la frente.
—¡Te estás portando como una loca de atar!
—Prefiero ser una loca de atar que una estúpida sin iniciativa que soporta tus insultos mientras espera a ser devuelta a Seth Strickland.
Chelsea se desplazó por el asiento, tan lejos de Cole como pudo, apretando la llave en su puño.
—Chelsea, no te voy a llevar con Seth Strickland.
—¡Desde luego que no! Soy dueña de mi propia vida. Pasé mi infancia y adolescencia de un lado para otro como una pelota de ping pong entre mis padres y me he cansado de que la gente me utilice para sus propósitos. No voy a pasar el resto de mi vida haciendo ese desgraciado papel.
Chelsea se detuvo a tomar aliento. Cuando habló su voz temblaba.
—He pasado la noche en vela afrontando algunas verdades dolorosas sobre mí. Cosas como por qué he tenido relaciones contigo y con Seth, dos hombres dominantes que querían dirigir mi vida. Por qué de adulta he recreado en el subconsciente situaciones parecidas a las de mi niñez. Quizá tenía que volver a experimentar esos viejos sentimientos de impotencia para por fin superarlos. ¡Y lo he hecho! ¡Hoy lo he probado!
Cole emitió un gruñido exasperado.
—Te suplico me ahorres toda esa psicología barata. Tal vez los lectores de tu bonita revista se emocionen con la introspecciones y el psicoanálisis, pero no es mi caso.
—Claro que no. El todopoderoso Cole Tremaine es demasiado controlado y reprimido para correr el riesgo de reconocer cualquier debilidad.
—¿Por qué estos análisis de sillón siempre terminan igual? —murmuró Cole irritado.
De repente pareció un poco menos el todopoderoso y controlado Cole Tremaine y más un tipo con malas pulgas. Los labios de Chelsea se curvaron con inesperada diversión.
—No siempre tiene que ser negativo, Cole. El análisis también descubre cualidades positivas.
—Pero hacer una lista de las cualidades de una persona no es divertido —se burló él—. Además, tú crees que yo no tengo ninguna.
Chelsea lo miró asombrada. ¿De veras pensaba eso?
—Eso no es cierto —soltó Chelsea—. Sé que tienes muy buenas cualidades.
—Dime dos —la retó Cole.
—Puedo decir muchas más de dos.
Chelsea no sabía por qué le resultaba tan importante asegurarle que lo tenía en gran estima.
—Tienes un magnífico sentido del humor —continuó—. Eres fuerte y digno de confianza, leal y trabajador. Eres generoso y atento y… y considerado —concluyó después de una breve vacilación.
«Dentro y fuera de la cama». Ese pensamiento traidor surgió en su mente evocando todo tipo de imágenes y recuerdos de los dos juntos. Chelsea tragó saliva.
—¿Es suficiente o sigo? —preguntó animada, sintiendo que un rubor cubría sus mejillas. Gracias al cielo él no podía sospechar lo que estaba pensando.
—No tienes que exagerar —repuso él seco—. Me conformo con que no me compares con ese niño engreído de Strickland. No nos parecemos en nada.
—Excepto en que los dos me hicieran sentir pasiva e impotente, como si no tuviera el control de mi vida —respondió Chelsea más seria—. Igual que me sentía cuando era niña y mis padres se peleaban por Stefanie y por mí. Llegamos a perder la cuenta de las veces que nos secuestraron cuando el otro tenía la custodia.
Cole la miró sorprendido.
—¿Tus padres las raptaban cuando el otro tenía la custodia?
—Varias veces lo hicieron. El método era siempre el mismo. ¿Sabes lo horrible que es ir caminando de casa al colegio y que de repente te metan en un coche que sale corriendo a toda velocidad? Claro que no lo sabes, pero yo sí, y demasiado bien.
—Nunca me contaste nada de eso —dijo Cole despacio—. Cuando estábamos juntos, rara vez mencionaste a tus padres.
Un sentimiento de culpa nació dentro de él. Acababa de meterla a la fuerza en un coche despertando todos los fantasmas de su niñez.
Chelsea bajó los ojos.
—Entonces no quería malgastar el tiempo que estaba contigo hablando sobre divorcios y desgracias y sacando a relucir tristes recuerdos. Cuando estaba contigo, quería ser encantadora y entretenida y…
—Chelsea, yo nunca te vi como un entretenimiento. ¡Por el amor de Dios, quería casarme contigo! Debiste decirme algo que hubiera ayudado a comprenderte.
Ella se encogió de hombros.
—Siempre me ha resultado difícil hablar de mi infancia. Además, cuando estábamos juntos, nunca ahondamos en nuestras mentes o nuestros pasados. Estábamos demasiado absortos en el presente.
—Haciendo cosas, yendo a sitios, divirtiéndonos, haciendo el amor —dijo Cole mirándola fijamente—. Todo lo que hacen las parejas que estrenan relación. Si hubiéramos tenido más tiempo…
—¿Para conocernos mejor uno al otro? —lo interrumpió Chelsea suave—. Recuerdo muy bien que tú dijiste que no necesitábamos más tiempo, ¿o ya lo has olvidado? Querías que nos casáramos de inmediato y cuando yo me negué, tú rompiste lo nuestro de una forma definitiva.
Cole hizo una mueca. Chelsea se salía con la suya y ganaba la discusión con las manos en los bolsillos. Fue uno de los raros momentos en la vida de Cole en que quedó sin palabras.
Chelsea se permitió una sonrisa. Nadie sabía mejor que ella lo mucho que odiaba ser vencido. Entonces se sintió magnánima.
—Cole, quiero pedirte disculpas por haber tomado el volante. Fue una locura, pero al verme de nuevo víctima de un secuestro, perdí el control.
—Ya me di cuenta. Pero no fue el secuestro lo que te sacó de tus casillas, Chelsea. Eso lo estabas asumiendo mal que bien. No te convertiste en una loca peligrosa hasta que mencioné el sexo —dijo Cole riendo perverso—. Ahora tenemos un tema que merece la pena analizar. ¿Por qué la sola mención del sexo convierte a la novia fugitiva en una loca peligrosa?