Capítulo 10
El desayuno está listo. Chelsea se despertó en el acto y sus ojos descubrieron a Cole, de pie junto a su cama. Llevaba su traje de ejecutivo gris, camisa blanca y corbata de seda. Era una imagen incongruente en su dormitorio violeta y crema.
—Recién hecho en el MacDonald’s de la esquina —agregó Cole ofreciéndole la bandeja—. Quería devolverte el favor y servirte un delicioso desayuno casero en la cama, pero tienes la nevera prácticamente vacía y no tenía tiempo para ir de compras.
—¿Cómo has entrado? —preguntó Chelsea con voz llena de sueño.
Miró el reloj de la mesilla. Eran las nueve pasadas. Entonces reparó en su desnudez y se subió la sábana hasta la barbilla. Después de la marcha de Cole, se encontraba tan cansada física y emocionalmente que, después de desnudarse y meterse en la cama, se quedó profundamente dormida. No esperaba ser despertada por Cole Tremaine en su dormitorio.
Cole colocó la bandeja sobre la mesilla.
—Me guardé la llave de Stefanie. Pareces cansada. ¿Por qué no tomas el desayuno ahora que está caliente y vuelves a dormirte?
Ella sacudió la cabeza.
—Hoy tengo que trabajar. Iré en cuanto me duche y me vista.
—Supongo que rechazarías mi ofrecimiento de ayudarte en esas tareas, ¿verdad? —dijo Cole en voz baja, con la mirada fija en la silueta del cuerpo de Chelsea bajo la sábana.
Chelsea se puso nerviosa. ¿Sabría Cole que estaba desnuda?
—Sí, lo rechazaría —respondió inquieta.
—Si me dices dónde está tu bata, te la traeré. La necesitarás; es difícil sostener la sábana y comer al mismo tiempo.
Chelsea se sonrojó. ¡Lo sabía! Hubo otro momento tenso cuando Cole le entregó la ligera bata de verano.
—Si me permites… quiero ponérmela —le indicó Chelsea, seca.
Después de todas las intimidades que ella y Cole compartieron, su exigencia sonaba ridícula. Pero vestirse delante de él en ese momento le parecía una alternativa imposible.
Cole apretó los labios y se dio la vuelta.
—¿Tengo que prometerte que no miraré?
—¡Sí!
Chelsea se puso la bata y aún estaba anudándosela, cuando Cole se dio la vuelta con los ojos brillantes.
Su presencia la ponía nerviosa, advirtió Cole. Un buen signo, muy bueno. La noche anterior, Chelsea estaba exhausta e inalcanzable, y eso lo alarmó más que tener que soportar la hostilidad. Ahora ella era consciente de su presencia y la tensión sexual volvía a existir entre ellos, tan notoria como siempre.
Cole le acercó la bandeja con el café y los bollos. En ese momento, Chelsea recordó que no había comido desde hacía horas.
No había hecho más que empezar, cuando sonó el timbre de la puerta.
—Yo iré. Tú sigue comiendo —dijo Cole y salió de la habitación.
Minutos después estaba de vuelta con cuatro cajas blancas alargadas adornadas con vistosos lazos.
—Para ti —dijo dejándolas sobre la cama.
—Flores —dijo Chelsea mirándolo a los ojos—. Rosas. De tu parte.
Chelsea lo sabía antes de abrir la primera caja.
—¿Soy tan previsible? —se quejó Cole.
—Siempre me enviabas rosas de esta floristería.
Chelsea desató el lazo, abrió la caja y miró la docena de rosas rojas que contenía. Había un pequeño sobre y lo abrió con cierto nerviosismo. «Te amo», decía la tarjeta manuscrita.
—Ah, la fórmula mágica para una noche de pasión.
Chelsea trató de hablar con frialdad, pero al hacerlo, la voz le tembló. Incluso a sus oídos su tono sonó herido y vulnerable.
—No.
Cole le tomó una mano y se llevó la palma a los labios.
—No, cariño, no es eso.
Chelsea retiró la mano y abrió las otras cajas. Todas contenían lo mismo: las rosas y la tarjeta manuscrita.
—Cuatro. Una por cada año que hemos estado separados —murmuró Chelsea comprendiendo.
El asintió.
—Gracias, Cole. Son preciosas. Podré poner al menos una docena en el jarrón especial para rosas que me compraste hace cuatro años.
—¿Todavía lo tienes?
—Claro que lo tengo —repuso Chelsea—. Lo guardo como un tesoro.
Cole pareció complacido.
—Bien. Haré que hoy mismo te traigan otros tres.
—¡No, no! No quiero que me rodees de regalos caros, Cole. No quiero las obligaciones que conllevan.
—No hay ninguna obligación, Chelsea. Quiero regalarte cosas. No olvides que estoy tratando de conquistarte de nuevo.
—Cole, anoche yo…
—Aunque será un cortejo poco corriente —la interrumpió él—. Porque voy a darte todo el tiempo y el espacio que necesites para estar segura de mí, Chelsea. Esta vez serás tú quien dicte las normas.
—Cole, anoche dije que todo había terminado y…
—Excepto ésa —le interrumpió Cole de nuevo—. Ésa es la única norma que no te dejaré dictar, Chelsea. Entre nosotros nunca acabará nada.
—Bien, mi reinado no duró mucho —dijo Chelsea sonriendo a pesar de sí misma—. Casi cinco segundos. Parece que has vuelto a tomar el mando.
—No he olvidado cómo te abrazaste a mí y me dijiste que no volviera a dejarte marchar —dijo Cole con suavidad, y sus ojos brillaron con intensidad—. No lo haré, Chelsea. Hazte a la idea.
Chelsea apretó los dientes ante su arrogancia. Estaba a punto de decirle lo que pensaba de él, cuando Cole la tomó en sus brazos y la besó en la boca.
Su autocontrol, nunca perfecto cuando estaba con Cole, le falló por completo. La boca de Cole movía ávida sobre la suya, profundizando el beso con desenfrenada pasión. Chelsea gimió y le pasó los brazos al cuello, adaptándose a él, temblando de deseo.
Sintió el calor de su cuerpo, odió el intoxicante aroma de la piel de Cole. Sus pezones se endurecieron anhelando el contacto de sus palmas y su boca y en su ser se encendió un fuego abrasador.
Cole habló sin separar la boca de sus labios:
—Chelsea, te prometí que no volvería a acosarte, que dejaría que tú establecieras los límites que consideres necesarios. Pero párame ahora si es que vas a hacerlo, porque si no, pasáremos el resto del día en la cama. Y por un momento Chelsea permaneció inmóvil. Se sentía débil y excitada. Nada deseaba más que hacer el amor con él. Quería dejarse llevar, no pensar, no tomar decisiones razonables, no asumir responsabilidades…
Pero Cole le había dado el poder de hacer su elección, de asumir el control de la situación. Vagamente, recordó haber anhelado ese poder. Cole seguía abrazándola, sin hacer más intentos de excitarla. Despacio la cabeza dejó de darle vueltas, pero su cuerpo seguía lleno de una pasión insatisfecha que rápido se convirtió en frustración y enojo.
¿Por qué Cole tenía que decidir portarse bien con ella precisamente en ese momento?, se preguntó irritada. De cierto modo, él seguía dictando las hormas porque sólo su autocontrol le dio la oportunidad de tomar una decisión; el suyo era inexistente y ambos lo sabían. Era una admisión humillante.
Chelsea se separó de él. El sentido común le decía que sería un error acostarse con Cole con tantas cosas pendientes entre ellos. La joven exhaló un suspiro en el que se mezclaban la resignación y el arrepentimiento.
—No vas a dejar que el sexo nuble tu juicio, ¿verdad? —preguntó Cole despacio.
—Ya sabemos que nos entendemos sexualmente, pero una relación no puede basarse sólo en el sexo. No podemos pasarnos la vida en la cama, tiene que haber algo más. Respeto mutuo y confianza y…
—Amor —concluyó él—. Eso lo tenemos, Chelsea —añadió sosteniendo su mirada—. Y el respeto también. Quizá necesitamos un poco más de empeño en cuanto a la confianza, pero también lo conseguiremos, cariño.
Cole levantó una mano y acarició su mejilla.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Chelsea.
Cole nunca tenía dudas ni inseguridades; nunca perdía el tiempo dudando. Cuando deseaba algo iba tras ello, mientras que ella…
Chelsea volvió a suspirar. No hacía más que vacilar, y se estaba volviendo loca. Quizá era debido a que creció entre dos personas que se odiaban. Ella los quería a ambos y pasó su infancia rebotando de un lado a otro.
—Creo que estamos haciendo progresos, Chelsea —dijo Cole sonriendo—. En vez de decirme lo cabezota e intratable que soy, me estás preguntando cómo puedo estar seguro. Déjame mostrarte por qué lo estoy. Cena conmigo esta noche.
Chelsea lo pensó. Cole la llevaría a algún restaurante lujoso y caro de ambiente romántico, con buen vino y magnífica comida. Estaría encantador y atento y cuando la abrazara al final de la velada, Chelsea estaría bajo su hechizo y no sería capaz de reunir la fuerza de voluntad para decirle que no, ni siquiera si él le daba la oportunidad de considerarlo. Lo amaba demasiado, lo deseaba demasiado.
Chelsea levantó la barbilla y apretó los labios. Eso nada tenía que ver con recuperar la confianza. Y… ella no había llegado a perdonarle las cosas que le dijo el día anterior. Si era honesta consigo, debía reconocer que una parte de ella todavía quería castigarlo un poco más. No quería ponerle las cosas demasiado fáciles.
Así que mejor sería decir que no mientras todavía pudiera. Cuadró los hombros y levantó la barbilla con determinación.
—No, gracias, Cole. Yo… tengo cosas que hacer esta noche.
—Mmm… Estoy seguro que tienes una agenda muy apretada. Lavarte el pelo, arreglar la ropa, preocuparte por Stefanie. Y no olvidemos tu prioridad en este momento, castigar a Cole Tremaine. Ponerlo al límite. Sin duda eso figura en el primer lugar de tu lista.
—Espera un momento a ver si lo entiendo. Vas a darme el tiempo y el espacio que necesito, vas a dejarme poner los límites, pero cada vez que intente hacerlo, vas a hacer una rabieta.
—Yo no hago rabietas —dijo Cole altanero—. Simplemente estoy… decepcionado al saber que no te voy a ver esta noche.
Chelsea reprimió una sonrisa. Ver a Cole Tremaine intentando el arte del compromiso, era poco frecuente. Pero Chelsea tampoco quería imponer su criterio.
—A lo mejor podrías llamarme por teléfono esta tarde —sugirió dudosa.
—Lo haré —dijo Cole sonriendo breve, y luego miró su reloj—. Dentro de una hora tengo una reunión. Será mejor que vaya a la oficina, Chelsea.
Cole se inclinó, la besó con precipitación y salió del apartamento.
Una reunión. Chelsea frunció el ceño. Recordó que Cole dijo algo sobre pasar el día en la cama. Entonces no mencionó ninguna reunión. ¿La habría cancelado si ella hubiera sucumbido a sus encantos? ¿O la reunión era sólo una excusa para dejarla al ver que ella no estaba dispuesta a acostarse con él?
Chelsea pensó en lo que Cole comentó, que aún debían trabajar para conseguir confianza mutua. Desde luego, la confianza no crecería si ella seguía atribuyendo oscuras intenciones a sus actos. Debía valorar sus palabras de manera objetiva, sin presuponer que Cole trataba de manipularla. Si quería que las cosas funcionaran entre ellos…
¿A quién trataba de engañar? Claro que quería que todo funcionara. Quería un final feliz para su historia. Eso significaba que no debía dudar más de él, sino creer en lo que Cole le dijera. Desde el «Te amo», hasta «Tengo una reunión».
Seguramente no era fácil, pero como Cole señaló, esa relación suya nunca lo fue. Quizá era mejor así. Con sus pasados, los dos necesitaban aprender desde el principio que el amor con frecuencia es difícil, pero que podía sobrevivir si las dos partes se querían lo suficiente, y confiaban uno en el otro.
La reacción del personal de Capítol Scene ante la aparición de Chelsea un poco más tarde ese mismo día, fue desde el asombro a la incomodidad, con un poco de azoramiento por ambas partes. La última vez que la vieron fue en la fiesta de despedida de soltera que hicieron en la empresa.
Pero todo el mundo dominó su curiosidad y se evitó el tema. Todo el mundo, menos una persona. Al Donovan, el director de la revista y quien le preguntó directo.
—¿Qué demonios ha pasado, Chelsea?
Ella tragó saliva, se encogió de hombros y trató de parecer despreocupada.
—Simplemente no funcionó, Al. No podía ser.
—Ya. ¿Quién dejó a quién? —preguntó brusco.
Chelsea hizo una mueca.
—¿Creerías que fue… una decisión de los dos?
—No. He oído rumores de que Strickland está a punto de escaparse con otra mujer. Que está realmente enamorado de esta chica nueva y quiere casarse de inmediato, sin toda la parafernalia de la «primera boda».
«¿Parafernalia de la primera boda?». Chelsea casi se echó a reír. ¡Como si no fuera todo cosa de los Strickland! Pero saber que la «chica nueva» de Seth era su pobre hermana, fue razón más que suficiente para eliminar sus ganas de reír.
—¿Vas a escribir una historia exclusiva para nosotros, Chelsea? —preguntó Al esperanzado.
—Al, ¿sabes que tienes un hermano gemelo trabajando en el Globe Star Probe? —preguntó Chelsea—. Se llama Kaufman y tienen que conocerse pronto. Hay mucho en común entre ustedes.
Al frunció el ceño.
—Bien, como has vuelto y no estás trabajando en nada específico por el momento, puedes ayudar a Mark Masloff en las críticas cinematográficas. Con los estrenos de verano, está un poco atrasado.
Ésa era la venganza de Al por su chiste del Globe Star Probe. Masloff, el crítico de cine de la revista, guardaba celoso su terreno, y sólo dejaba las peores películas a los demás.
Chelsea habló con su compañero, que le asignó una película para la cual el calificativo de abominable se quedaba corto, y salió a ver la exhibición de la una. De vuelta a la redacción, llevaba un rato trabajando sobre Terror en el Baile, Continuación, cuando sonó el teléfono.
—¿A cuántos han descuartizado en la Continuación? —preguntó la alegre voz de Cole.
—Perdí la cuenta, pero una cosa está clara; si hay un Terror en el Baile, Tercera Parte, no seré yo quien lo comente.
—Llamé hace un rato y me dijeron que habías salido con ese encargo. Chelsea, sobre esta noche… sé que estás ocupada…
Hubo una pausa. Cole esperó a que Chelsea le dijera que había cambiado de opinión y que cenaría con él. Chelsea esperó a que él insistiera en hacerla cambiar de opinión para que cenara con él.
El silencio prevaleció a ambos lados de la línea.
Cole habló primero.
—Ya que tienes planes para esta noche, estoy seguro de que no te importaría que yo me haga los míos.
—Claro que no —dijo Chelsea animada—. Somos dos adultos independientes, Cole. No hay razón para que tengamos que contarnos lo que hacemos o pedirnos permiso.
—Yo sí quiero que me cuentes lo que haces, cariño. Quiero saber dónde estás y con quién. También me gustaría que tú tuvieras la misma información sobre mí.
Posesivo, pero razonable, decidió Chelsea. Aquello le gustaba. Especialmente porque ella sentía lo mismo.
—Voy a pasar la noche en mi apartamento, Cole. Quiero terminar con esta reseña y llamar a Stefanie, hacer unas llamadas más para explicar a algunos amigos por qué no estoy de luna de miel y luego acostarme pronto. Estoy muy cansada. Anoche dormí menos de cinco horas.
—¿Y supones que no dormirás mucho si duermes conmigo?
Chelsea se ruborizó.
—Yo…
—Reconozco que a veces soy muy obstinado. Pero tú también, cariño.
Chelsea bufó y Cole rió.
—Y no es muy correcto que me burle de ti por teléfono, ¿verdad, preciosa? Te imagino sentada a tu mesa, sonrojándote, mientras intentas fingir que esto es una llamada profesional.
—Eres malvado, Cole —dijo Chelsea en voz baja.
El volvió a reír.
—Chelsea, esta noche cenaré en Las Cuatro Estaciones, con Carling Templeton, sus padres, y unos amigos suyos de Texas.
Los dedos de Chelsea se helaron sobre el auricular.
—¿Qué?
¿Es que no se daba cuenta de que su castigo era verse privado de su compañía esa noche? Eso no incluía compañía alternativa.
—Carling me llamó esta tarde y me preguntó si podía acompañarle. Sus padres atienden a dos parejas, viejos amigos suyos, y ella necesitaba un compañero.
—¿Y le dijiste que irías?
Los actos de Cole olían a traición, y los celos la abrasaban. ¿Malvado? No exactamente. Su cita con Carling lo convertía en un auténtico villano.
—Le dije a Carling que consultaría mi agenda y luego la llamaría —continuó Cole—. Pero ya que tú y yo no vamos a hacer nada, la acompañaré. El restaurante me gusta y los Templeton también.
Desde su punto de vista, realmente no había ninguna razón para no ir, y la parte radical de Chelsea lo aceptaba. Pero la parte emocional, posesiva y apasionada, se retorcía desesperada. Cole podía pensar que su relación con Carling Templeton era meramente utilitaria, pero Chelsea no podía creer que la sofisticada hija del senador no estuviera intentando atraparlo en sus redes y esa historia de su padre intentando casarla con un ranchero le sonaba a cuento. Todo era un plan para atrapar a Cole.
«¡Cole es mío!», gritó con fuerza silenciosa. No quería que cenara con otra mujer bajo ningún concepto, y menos con una tan bonita y encantadora como Carling Templeton. Pero lo peor era que él acababa de admitir que quería ir.
—¿Qué tipo de conquista o cortejo es éste?
Horrorizada, Chelsea se oyó a sí misma haciendo la pregunta. Pero una vez lanzada, no pudo parar.
—¿Vas a salir con otra mujer mientras yo…?
—Chelsea, tú me dijiste que no querías verme esta noche —la interrumpió Cole con irritante paciencia.
—¿Así que tienes que irte de juerga con ella? ¿Es esencial para ti pasar todas las noches con una mujer, con cualquier mujer? ¿Es que no puedes quedarte en casa? ¡Solo! ¿No tienes llamadas que hacer o correspondencia que poner al día o ropa que lavar?
—No. Tengo gente que se ocupa de todo eso —dijo Cole; por su tono, sonreía ampliamente—. Chelsea, si no quieres que cene con Carling y los demás, sólo tienes que decirlo. Si te molesta, no iré.
Chelsea se preguntó si Cole no le estaba diciendo justo lo que ella deseaba oír. La respuesta fue un sonoro «no».
—¡Tú quieres ir! —lo acusó—. Te gusta Carling, los Templeton y Las Cuatro Estaciones. Lo admitiste.
—Eso era cierto. Pero si no quieres que vaya, no iré. Llamaré a Carling y le diré que no puedo.
—¡No!
Chelsea sabía que era irracional. Cole tenía la facultad de convertirla en una lunática rabiosa. Pero hizo un último esfuerzo por ocultar su irracionalidad.
—No tienes ninguna razón para no ir. Yo estoy ocupada y somos dos adultos independientes, libres de hacer lo que queramos —dijo apretando los dientes; que fuera cierto no quería decir que le gustara—. Espero que te diviertas.
—Confías en mí, ¿no, Chelsea? —preguntó Cole con un tono bajo e intenso—. Sabes que no tengo interés sexual en Carling. Tú eres la única mujer a la que quiero. Si tienes alguna duda sobre eso, si el que vaya a cenar con Carling despierta tu desconfianza, no iré.
Chelsea se sintió acorralada. Lo extraño era que estaba segura de que Cole no terminaría la velada en la cama de Carling. Pero ¿cómo podía decirle que sólo imaginarlo compartiendo mesa con aquella rubia la sacaba de quicio? Porque Cole le pertenecía, tanto como ella le pertenecía a él. A pesar de las heridas y malentendidos del pasado, estaba dispuesta a comprometerse con él de nuevo. También estaba preparada para dejar de castigarlo por lo que le hizo en las montañas. Quizá él trataba de hacerla pagar la ruptura de cuatro años atrás.
Sin embargo, todo eso había pasado. Cole admitió que al castigarla se estaba castigando él también. Si Cole la echó, igualmente volvió a buscarla, decidido a recuperarla. Era hora de olvidar el pasado y avanzar.
—Cariño, tengo una llamada por la otra línea —dijo Cole con un tono repentinamente profesional—. Te llamaré mañana.
Cole colgó y Chelsea se quedó mirando el receptor. No tuvo oportunidad de hablarle de su nuevo descubrimiento.
Chelsea tuvo la tentación de llamarlo de nuevo, para decirle que lo reclamaba para esa noche y para el resto de las noches en lo sucesivo. Pero Al llamó a una reunión a todo el personal y Chelsea tuvo que ir.
—Antes de empezar, tenemos una buena noticia —dijo Al, al abrir la reunión—. La cadena de farmacias Tremaine ha pedido la distribución de Capitol Scene en todas sus tiendas. También quieren la revista en sus librerías. No sólo en Washington, ¡sino en todo el país!
Hubo un aplauso espontáneo de todos en la sala de conferencias.
—Nunca supe por qué nos vetaron en las tiendas de Tremaine Inc. —continuó Al, moviendo la cabeza—. Pero razones aparte, hemos vuelto a ser aceptados y no tengo que decirles lo que eso supone para nuestra revista.
Chelsea no dudó un momento que Cole era el responsable de esa decisión. Comprendió el mensaje que le enviaba: apoyaba su carrera y haría lo que estuviera de su mano para ayudarla. Capitol Scene ya no era su enemigo, ya no obstaculizaba sus planes con ella. El castigo terminaba de verdad para los dos.
Después de la euforia inicial, la reunión se alargó insoportablemente para Chelsea. Sólo podía pensar en Cole; tenía que hablar con él.
Trató de localizarlo en su oficina antes de marcharse a casa, pero Cole estaba en una reunión. Y cuando intentó llamarlo a su casa se encontró con que tenía un número atrasado. Hacía tres años que se mudó a una lujosa urbanización y tenía un teléfono distinto. No tenía forma de contactar con él esa noche, a menos que él la llamara.
Desde luego, siempre podía llamarlo al restaurante… era una idea demasiado atrayente, pero Chelsea la descartó. Pasaría la noche como pensó en un principio. Carling Templeton podía disfrutar de Cole por última vez.
Acababa de meter un pollo precocido en el microondas, cuando sonó el timbre de la puerta. Chelsea corrió a abrir pensando que Cole habría cambiado de planes. Lo imaginó abrazándola y…