Capítulo 1

Chelsea Kincaid acababa de cambiar de carril cuando se dio cuenta de que algo no andaba bien. El coche se iba a la derecha. Sus conocimientos de mecánica y cuidados del automóvil eran escasos, pero se negaba a aceptar que algo fuera mal.

Simplemente no podía surgirle ningún problema. No mientras huía de Washington, D. C., donde ese mismo día estaba previsto qué contrajese matrimonio con el hijo del presidente de Estados Unidos en una fastuosa ceremonia. Una ceremonia que tendría lugar sobre la hierba de la Casa Blanca, en presencia de la prensa mundial.

Chelsea pensó en los regimientos de periodistas que unieron sus fuerzas para convertir esa boda en la Casa Blanca en una auténtica comedia. Todos estarían dispuestos a transformar la súbita cancelación en un escándalo.

La parte delantera derecha del coche bajó alarmantemente y se hizo más difícil mantener la trayectoria recta. No, se dijo Chelsea. No llegaría a quedarse varada en mitad de la autopista con una rueda desinflada en el preciso instante en que se le suponía intercambiando votos con Seth Strickland entre ramos de flores y cámaras de video.

Durante sólo un momento se permitió pensar en el circo que los medios de comunicación harían de su boda. En esa farsa ella tendría que desempeñar el papel de novia.

Pero no había sido la novia rutilante que la prensa y los inquilinos de la Casa Blanca se empeñaban en mostrar, sino una mujer desdichada. Lo cierto era que en el último momento solucionó el error. Ese error que fue su relación con Seth desde el principio.

Calificada de «Primera Boda», la suya tenía que haber rivalizado con las fiestas nupciales de la familia real británica. La prensa y la opinión pública parecían hambrientas de detalles, por triviales que fueran. Y luego estaban Seth y su madre, cuyas conversaciones giraban siempre en torno de los preparativos; de vez en cuando el presidente en persona se unía a ellos. A nadie parecía importarle que la futura novia no participase en esas discusiones ni que durante sus escasas apariciones públicas mostrara un mutismo casi absoluto. Cuando el novio describió a su futura esposa como «tímida», todo el país lo creyó.

Y ahora… Chelsea se estremeció. Sólo el cielo sabía lo que dirían de ella ahora. Cuando esa misma mañana llamó a Seth para informarle de su decisión de cancelar la boda, dejó en sus manos y en las del personal un comunicado sobre el súbito cambio de planes. No había puesto la radio del coche para descubrir qué se les ocurrió. Dijeran lo que dijesen, ella lo corroboraría, se juró. Era lo menos que podía hacer para desagraviar a los Strickland.

La parte derecha del coche iba tan baja que parecía rozar el suelo. Asiendo el volante con fuerza, Chelsea utilizó toda su energía para sacar el coche al acotamiento, tan lejos del tránsito como le fue posible. Sus peores sospechas se vieron confirmadas cuando examinó la rueda problemática. Perdía aire tan rápido que en cuestión de segundos estaría completamente desinflada.

Chelsea gimió.

—¿Y ahora qué? —preguntó en voz alta.

Sabía que tenía una rueda de repuesto en el maletero, pero no había cambiado un neumático en su vida.

Sintió unas molestas punzadas en la cabeza. Hizo una mueca de disgusto. Aunque hacía calor, Chelsea sabía que el clima de junio no era el responsable de su malestar. Tenía un largo historial de jaquecas, y aunque su frecuencia había disminuido con los años a últimas fechas, en concreto durante los tres últimos meses, desde que inició su relación con Seth Strickland, los dolores se reanudaron.

Pero en ese momento no se podía permitir una jaqueca. Tenía que hacer un esfuerzo y apartar los motivos de tensión de su mente. Después de todo, se dijo, había cosas peores que quedarse tirada en la autopista.

En ese momento podía estar casándose con Seth Strickland bajo un bonito palio sobre el césped de la Casa Blanca.

La voz furiosa de Seth volvió a atronar en sus oídos.

—¡No puedes hacerme esto a mí! —vociferó cuando ella le informó que la boda se suspendía.

Le dedicó una jugosa variedad de apelativos, pero era lo que Seth no dijo lo que justificaba su decisión ante sí misma. Aunque habló de vergüenza pública e inconveniencia, ni una sola vez mencionó que la amaba y que ella le estaba rompiendo el corazón. Porque nunca se amaron el uno al otro fuera de los focos de los reporteros, ni siquiera se molestó en fingirlo.

Seth Strickland no la amaba, pero eso no le impediría buscar la venganza por lo que le hizo. Una vez más, su amenaza resonó en el cerebro de Chelsea:

—No te saldrás con la tuya. Los Strickland no hemos llegado tan lejos dejando que la gente se ría de nosotros. Te casarás conmigo te guste o no. Te obligaré si es necesario, haré cualquier cosa para obligarte a pasar por esta maldita boda.

Su tono obligó a Chelsea a huir. Hasta entonces, se había preparado para afrontar la tormenta de publicidad negativa, para soportar los ataques de la prensa, para a pesar de todo, continuar con su vida y su carrera como redactora de la revistas Capítol Scene. Pero la temible amenaza de una boda forzada la espantó. El matrimonio ya era bastante aterrador como acto voluntario; el matrimonio a la fuerza, sería una verdadera pesadilla.

El amargo divorcio de sus padres, en gran medida responsable de sus propias inseguridades y temores respecto al matrimonio, era la prueba evidente de cómo el amor se podía convertir en odio. Ella y su hermana menor, Stefanie, fueron utilizadas como arma arrojadiza por sus padres durante los últimos veinte años, mucho después de que ambos hubieran vuelto a casarse.

Chelsea pensó en la promesa que su hermana y ella se hicieron años atrás: no repetir la historia familiar. Una vez más recordó la amenaza de Seth. «Haré cualquier cosa para obligarte a pagar por esta maldita boda». Presa del pánico, Chelsea echó algunas cosas en su maleta y salió corriendo.

Los Strickland podrán utilizar su poder contra ella. La perspectiva era aterradora. Su dolor de cabeza se agravó.

Fue entonces cuando un auto negro con cristales ahumados salió de la autopista, deteniéndose a unos metros detrás de ella. Chelsea sintió miedo. La puerta lateral del conductor se abrió y ella esperó inmóvil a ver quién salía.

¿Un iracundo Seth Strickland? ¿Un periodista? En ese momento, hasta la aparición de un asesino pagado por los Strickland parecía posible.

Pero el hombre alto, musculoso y de anchos hombros que caminó hacia ella, no pertenecía a ninguna de esas categorías. Chelsea lo reconoció al instante, aunque su rostro estaba parcialmente oculto por unas gafas de sol. Habría reconocido esa fuerte constitución, su pelo negro y brillante y su caminar decidido en cualquier parte.

Era Cole Garrett Tremaine.

Chelsea creyó que se desmayaría. Cole, su primer amor, su primer amante, y su primer novio. Allí, ahora. Era demasiado extraño para ser una coincidencia, y no obstante no podía ser otra cosa.

Lo vio por última vez hacía cuatro años, aquel día fatal en que ella rompió su compromiso, sólo horas antes de la fiesta en que se haría el anuncio oficial.

—¡No puedo creer que seas tú! —exclamó Chelsea casi sin aliento.

Aspiró profundo e intentó recuperar alguna apariencia de control.

—Yo… iba en el coche y la rueda empezó a perder aire y tuve que…

Se interrumpió al notar que se ruborizaba. Hasta ella se daba cuenta de que balbuceaba.

Cole se había parado con los brazos cruzados sobre el pecho, observándola. Con su elegante traje azul marino estaba imponente. Seguía conservando su porte de enérgico ejecutivo, digno hijo de una familia rica y poderosa. A los treinta y cinco años recién cumplidos, ya era consejero general y vicepresidente de Tremaine Inc., la cadena familiar de farmacias y librerías. No era ningún secreto en el mundo de los negocios que heredaría de su padre, Richard Tremaine, el mando de la compañía cuando el hombre se retirara.

—¿Sorprendida de verme? —preguntó Cole despacio.

Su voz se derramó sobre Chelsea como la miel caliente. Era la primera vez que la oía en cuatro años y aquel sonido ronco y familiar despertó los recuerdos en su mente.

Chelsea sintió una súbita debilidad en las rodillas. Cuatro años antes amaba a Cole Tremaine más de lo que nunca soñó poder amar a una persona. Pero pasar al matrimonio cuando apenas habían tenido tiempo de conocerse pareció demasiado temerario. Sufrió en carne propia los efectos de ese mismo error y no quería repetirlo. Pero Cole no compartía sus inquietudes. Para Cole, amor y matrimonio estaban indisolublemente unidos, y el tiempo no era un factor a tener en cuenta.

Ella intentó hacerle ver que no se conocían lo suficiente, que aún quedaban demasiados asuntos sin resolver entre ellos. Necesitaba tiempo, y así se lo dijo. Los dos lo necesitaban.

Cole permaneció inflexible. Chelsea estaba muy enamorada de él, pero no quiso fijar una fecha para una boda como Cole le pedía. Así que él dio por terminada su relación. Definitivamente.

Chelsea perdió el amor de Cole y sus sueños de un futuro juntos. Aunque creía que había tomado la decisión adecuada al negarse a ese matrimonio apresurado, eso no la consolaba. Y mientras una parte de ella lo echaba de menos y se moría por él, otra lo odiaba por haberla dejado con tal facilidad.

—Sé que tienes problemas con el coche desde hace siete kilómetros —continuó Cole con frialdad—. ¿Por qué no saliste de la carretera antes?

Chelsea lo miró sin habla. Cole siempre tuvo facilidad para desconcertarla. ¿Sería cierto que llevaba siete kilómetros detrás de ella?

—¿No tienes nada que decir? —continuó Cole—. Has pasado tu exuberante noviazgo con Seth Strickland en un estado semicatatónico. Las únicas palabras que el país te ha oído pronunciar han sido tu nombre, en esa entrevista exclusiva en televisión con Bárbara Walters. Por fortuna Seth y su locuaz mamá estaban allí para salvar la situación Tú parecías una prisionera de guerra.

Una media sonrisa sardónica curvó los labios de Cole. Chelsea sabía que tras sus gafas de sol, sus ojos azul oscuro, penetrantes e intensos, también brillaban burlones.

—No quiero hablar de eso —murmuró ella.

—¿De qué no quieres hablar, Chelsea? ¿De esa vergonzosa entrevista? ¿O del hecho de haber dejado a Seth Strickland plantado ante el altar?

—¡No es cierto! —exclamó Chelsea clavando los ojos en el suelo y mordiéndose el labio inferior_. No lo he dejado plantado en el altar— añadió bajando el tono de voz. —Lo llamé esta mañana para decirle que… que la boda se suspendía.

—¡Qué delicado de tu parte darle la noticia con unas horas de antelación! —dijo Cole moviendo la cabeza antes de soltar una risa despectiva—. Supongo que puedo considerarme afortunado. Recibir el pasaporte poco antes de una fiesta de compromiso para amigos y familiares es mucho mejor que quedar plantado pocas horas antes de una boda de interés mundial. ¿No adivinas qué noticia abrirá los boletines de noticias esta noche?

—Dije que no quería hablar de ello, Cole —dijo Chelsea seca.

—¿Qué? ¿No quieres deleitarte en toda tu gloria? Si tienes paciencia suficiente para recortar todas las noticias que aparecerán sobre la ruptura en revistas y periódicos, tendrás un álbum de recuerdos perfecto.

Chelsea estaba sofocada y tensa, y por la sonrisa de Cole era obvio que él disfrutaba su intranquilidad.

—Tus bromas no me parecen divertidas. Hablas como un cínico insensible y sin corazón que…

—¡Oh, no! —La interrumpió Cole fingiendo consternación—. ¡Llámame cualquier cosa, pero no cínico insensible y sin corazón!

—¡Vete al infierno, Cole Tremaine!

Cole arqueó sus oscuras cejas.

—No, gracias, ya estuve allí hace cuatro años, cuando me diste una patada en el trasero. No me apetece volver, ahora es el turno de Strickland. En cuando a lo de cínico sin sentimientos… bueno, no siempre lo he sido, como ambos sabemos bien.

—Has sido tú quien eligió convertirse en un frívolo conquistador, Cole Tremaine. No te atrevas a culparme a mí.

Chelsea quería insultarlo, pero él se echó a reír encantado.

—¿Frívolo conquistador? ¿Yo?

—No es un cumplido —dijo Chelsea—. Es repugnante ver cómo tu nombre aparece constantemente en las columnas de cotilleo.

—He aprendido mucho sobre las mujeres desde mis días de buen chico contigo, Chelsea. La primera lección fue que los chicos buenos no tienen nada que hacer. Los rompecorazones, con un aura de riesgo y peligro, son los hombres que las mujeres prefieren.

—¡No creerás en serio esa basura machista! —saltó Chelsea atónita.

—Se ha convertido en el credo según el cual vivo, querida. Las mujeres manifiestan una cosa y quieren decir otra. No respetan a los hombres honestos y sinceros. El nombre debe mantener a la mujer en ascuas y jamás saber lo que siente en realidad.

Chelsea no supo qué contestarle. Estaba demasiado sorprendida por el cambio operado en él. El Cole Tremaine que ella conocía y amaba era un hombre tranquilo, serio y dedicado a su carrera dentro de Tremaine Inc., apartado siempre de la vida social de Washington. Pero desde su ruptura, se convirtió en un habitual de las fiestas de sociedad. Sus conquistas iban desde frívolas y alocadas estrellas de cine, hasta jueces del Tribunal Supremo del Estado.

Chelsea siguió recerca sus aventuras, experimentando una extraña sensación de alivio al ver que ninguna de ellas se convertía en algo serio y duradero. Eso hasta la última aventura de Cole: su rumoreado compromiso con Carling, la bella hija del senador Clayton Templeton. Chelsea se enteró pocos días antes de conocer a Seth Strickland en una fiesta de la embajada búlgara que ella cubría para la revista Capítol Scene. Eso fue tres meses antes.

—De todas formas, cuando se trata de airear el nombre a los cuatro vientos, desde luego tú me superas, nena —soltó Cole quitándole la oportunidad de replicar—. El tuyo ha corrido por todo el país. Casi no pude creerlo cuando oí que salías con Seth Strickland. Y toda esa tontería de la «Boda del Año…».

Cole se interrumpió y frunció el ceño. Esa maldita coletilla de los medios de comunicación lo sacaba de quicio. En realidad, cuando oyó por vez primera el anuncio de la próxima boda de Chelsea y Seth Strickland, tuvo que sentarse y respirar hondo. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

En ese momento se sentía justo así. La visión de Chelsea le daba vértigo, incluso después de cuatro años de separación. Cuatro años-Cuatro años atrás Chelsea lo obsesionaba. Con sólo veintitrés años, entonces, siete años y medio más joven que él, Chelsea Kincaid era una mezcla irresistible y fascinante de contrastes femeninos. Una dulce y seria jovencita que estudiaba para graduarse, con una rápida inteligencia además de un par de ojos oscuros y soñadores, una sensual mata de pelo rojo y el cuerpo seductor de una modelo. Igualmente irresistible era su temperamento apasionado que ella dominaba con dificultad. Cole siempre fue capaz de atravesar sus defensas y liberar su pasión, tanto dentro como fuera de la cama.

Por un breve instante, Cole se permitió recordar aquellos días.

El verano que conoció a Chelsea, él empezaba a abrirse camino en la compañía familiar. Ella era una de las compañeras de clase de su hermano pequeño Nathaniel, que había sido invitada a casa de los Tremaine a la fiesta de celebración de fin de curso.

Cuando Cole la vio por vez primera, Chelsea estaba de pie al borde del trampolín, impresionante con un bañador verde y el pelo recogido en una larga y gruesa trenza. La imagen quedó grabada en su mente para siempre. Y entonces ella ejecutó el peor salto que Cole hubiese visto nunca, dándose un golpe innoble. Riendo, él se presentó y le ofreció algunos consejos útiles.

Su atracción fue mutua y creció rápidamente convirtiéndose en algo más profundo e intenso. Antes de conocer a Chelsea, Cole invertía la mayor parte de sus energías, pasión e interés en su carrera. Pero con «ella, todo era distinto». Por vez primera su vida privada adquirió preferencia sobre su trabajo. En pocas semanas él deseó y exigió la esclavitud y el compromiso que sólo el matrimonio podía proporcionar. Quiso poseerla de todas las formas posibles. Quería que ella fuera la madre de sus hijos. La amaba.

Y como un estúpido, creía que ella sentía lo mismo por él. Hasta el día en que Chelsea rompió su compromiso. Ese desagradable recuerdo lo hizo volver a la realidad. Cole frunció el ceño todavía más. Allí estaban, cuatro años más tarde, en el mismísimo día en que Chelsea acababa de romper su compromiso de matrimonio con otro hombre.