Capítulo 3

-¿Venganza? —preguntó asombrada.

—No te gustó mucho que nuestra relación finalizara hace dos años —contestó, respirando profundamente.

—¿Y crees que he estado preparando una venganza durante todo este tiempo? —espetó enrabietada—. ¿Crees que he estado esperando el momento adecuado para vengarme por lo que me hiciste?

—No es así como ha ocurrido.

—No exactamente. Te equivocas, de modo que deja a un lado los eufemismos. De hecho me sorprende que los uses. En tus tiras cómicas siempre ridiculizas a quien se atreve a usar eufemismos. Y con razón.

Alexa recordaba demasiado bien el día aciago en que la echó de su vida, y las horribles semanas que pasó después, con el corazón rotó. No, su relación no había «finalizado». Aquella expresión implicaba que se había producido un acuerdo mutuo, y aquello era falso. Ryan Cassidy la había dejado sin consideración alguna, usándola y abandonándola después como si de un trasto inservible se tratase.

—Obviamente me guardas mucho rencor —dijo él—. Creo que mi opinión es bastante acertada.

—No podrías estar más equivocado. Nunca usaría a una niña como arma arrojadiza —espetó furiosa—. Ésas son tus tácticas, y las de Melissa, no las mías.

Empezó a caminar de un lado a otro, demasiado agitada como para permanecer en un sitio.

—Me has insultado gravemente. Pero no pienso permitir que mis sentimientos personales se interpongan en el cuidado de una paciente. No pienso permitir que mi ética profesional se destroce por culpa tuya.

Estaba temblando de rabia. En aquel momento pensó que de haber sido un hombre, como su hermano Ben, le habría pegado un puñetazo con toda la fuerza que tuviera.

No era la primera vez que la insultaban. Los pacientes y sus padres lo hacían a veces. No resultaba agradable, pero formaba parte del trabajo y resultaba comprensible por la carga de ansiedad y frustración que tenían algunas situaciones. Pero no recordaba haber oído nunca algo tan injusto y tan manipulador. Había atacado su mayor debilidad al objeto de conseguir una reacción negativa por su parte.

—Veo que he malinterpretado tus motivos, y lo siento —dijo Ryan de repente.

Pero se notaba que no era sincero. Su tono tenía cierta ironía.

Alexa tuvo que hacer un esfuerzo para no atacarlo y derribarlo. De niños, Ben les había enseñado ciertas habilidades tanto a Carne como a ella.

—Hay otra cosa —dijo, dispuesta a agredirlo verbalmente ya que no quería hacerlo de otro modo—. Estás delirando si verdaderamente crees que he estado esperando a vengarme todos estos años. La idea es simplemente ridícula, típica de una imaginación enfermiza como la tuya, y de tu monstruoso ego. No he pensado en ti ni una sola vez desde que nos separamos.

—No te creo.

—¿Cómo? —preguntó, ruborizándose.

—He dicho que no le creo. Creo que has pensado mucho en mí durante todo este tiempo.

—Te he oído muy bien —espetó, intentando recobrar la compostura de algún modo—. Pero no puedo creer lo que he oído. No puedo creer que seas tan presuntuoso como para creer que durante dos años no he tenido otra cosa que hacer que pensar en ti y en una posible venganza.

—No he dicho tal cosa. Pero estoy seguro de que has pensado en mí.

Era cierto. Había pensado en él, y muy a menudo. Pero prefería que la partiera un rayo antes que admitirlo. Abrió la boca para negar tal posibilidad con todas sus fuerzas, pero Ryan estiró un brazo y tocó sus labios con delicadeza.

—Antes de que digas nada, antes de que la emprendas conmigo, déjame decirte una cosa.

—No quiero oírlo —dijo Alexa. Pero su voz era débil. Se estremeció. El movimiento de sus dedos contra sus labios era demasiado íntimo, y el efecto demasiado erótico.

Ryan hizo caso omiso de su protesta.

—Lo sé porque yo he pensado mucho en ti, Alexa —dijo con tranquilidad.

Y también era cierto. Había pensado en ella casi todos los días. Más de lo que deseaba.

La observó, admirando sus preciosos ojos azules y la hermosa línea de su boca. Recordó haberla besado, haber notado sus magníficas pestañas mientras lo hacia. Recordó el dulce sabor de sus labios y de repente su corazón se aceleró y notó que tenía la boca seca.

Alexa se apartó, avergonzada por lo que sentía. Sus labios temblaban por el contacto de sus manos, y lo peor de todo era que su cuerpo había reaccionado de forma casi dolorosa, excitándose.

Siempre había reaccionado de forma inmediata y explosiva ante su contacto. Pero ahora se horrorizaba por ello. Le horrorizaba que aún tuviera tanto poder sobre ella.

—Apártate de mí. No me toques. Lo digo en serio, Ryan. O te denunciaré por abusos. Te aseguro que la legislación es tan dura a ese respecto que ni siquiera tendrán piedad de un hombre famoso como tú.

—¿Eso crees? —preguntó con rapidez, tomándola de los codos y obligándola a mirarlo—. Tu sentido del humor es mejor que el mío, y más ácido. Haces bromas sobre sillas de ruedas y rayos que caen sobre niños. Y hasta te permites bromear sobre los abusos sexuales.

—Yo no he hecho tal cosa. No he bromeado sobre los niños incapacitados —espetó, intentando apartarse de él. Sin embargo. Ryan se lo impidió.

—¿Qué es lo que decías sobre el uso de los eufemismos? —preguntó, tomándola por la cintura—. Al parecer no soy el único culpable.

—Déjame en paz, Ryan —espetó, intentando apartarse.

Pero no lo consiguió. Sus brazos se cerraron sobre ella.

—No he venido aquí para esto —continuó ella, viendo cómo se acercaba su boca.

—Puede que no, pero lo deseas tanto como yo.

Su boca se cerró sobre la de Alexa y de inmediato una sensación maravillosa recorrió su cuerpo. Una vez más sintió la pasión que había ardido entre ellos, la pasión que no había sentido en aquellos dos años transcurridos. Recordó imágenes amorosas que mezclaron el pasado con el presente debilitando temporalmente su razón.

Gimió cuando sus lenguas se encontraron y se abrazó a él. Ryan se arqueó para acercarse aún más y ella se estremeció al sentir su virilidad a través de los pantalones. Estaba completamente excitado y se movía contra ella de manera muy sensual.

Ryan sintió idéntica excitación. El sabor de su boca y la sensación de su contacto era como una droga dura que tomara control sobre todos sus pensamientos y sus acciones, una droga que lo empujaba a tomar más y más.

Era demasiado dulce, demasiado cálida y demasiado atractiva. La besó con una urgencia y una intensidad tales que escapaban a su control. La incendiaria pasión que habían sentido en el pasado estaba consumiéndolo una vez más.

Desde la primera vez que la besó, siempre había sido igual. Alexa hacía que la deseara y que la necesitara más de lo que nunca había deseado y necesitado a ninguna otra mujer. Su control desaparecía de inmediato. Era un fenómeno que encontraba irresistible, aunque a largo plazo lo considerara una amenaza. Una amenaza que no podía permitir.

Ya había demasiados problemas en su vida como para dejar que Alexa se convirtiera en otro. Ya había demasiadas cosas que descompensaban su ordenada existencia como para introducir un elemento explosivo como aquella mujer.

Sólo ella podía poner su vida boca abajo. Durante los ocho meses que habían pasado juntos. Alexa no había hecho tal cosa en ningún momento, pero reconocía el peligro potencial y cortó la relación de cuajo dejándose llevar por su instinto de supervivencia. Y la tremenda tristeza y desesperación que sintió al hacerlo solo habían servido para cimentar la confianza de haber hecho lo mejor. Mejor sufrir entonces que hacerlo más tarde. O algo así.

Alexa sintió el calor de sus grandes manos mientras se movían sobre su cuerpo, acariciando sus senos en un masaje sensual que elevó varios grados su excitación.

Era como si sus dedos despidieran fuego, y la sensación resultaba muy eléctrica. Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que había experimentado algo semejante. Dos largos años. Dos largos y solitarios años deseando tenerlo, abrazarlo, amarlo.

En cuanto se dio cuenta de lo que estaba pensando volvió en sí. No amaría nunca a tal hombre. Ya era bastante malo que su cuerpo cediera a sus encantos, pero no estaba dispuesta a tropezar dos veces en la misma piedra conociendo como conocía su carácter, o más bien su falta de carácter. No era ninguna masoquista.

Enfadada y alarmada por el deseo que había despertado en ella, y asqueada por la traición de su propia mente, apartó la boca de él y lo empujó. Pudo sentir los duros músculos de sus hombros bajo las manos y se estremeció de nuevo. Pero esta vez Alexa fue capaz de resistir su masculinidad.

—¿Qué intentas demostrar. Ryan? —preguntó, antes de que sus fuerzas flaquearan de nuevo—. ¿Qué todas las mujeres que pasan junto a ti son víctimas potenciales de tus encantos? ¿Es que tienes una necesidad compulsiva de tomarlas a todas?

—No —contestó, intentando bromear.

Pero se notaba su rabia.

—No intentaba demostrar nada —añadió.

Ya estaba suficientemente enfadado por haberse dejado llevar por su deseo. Besarla bastaba para que todo su autocontrol desapareciera de inmediato. Pensó que no debía haberla tocado. El simple hecho de que hubiera cedido a la tentación de tocarla indicaba lo peligrosa que era para él. Parecía como si los dos años transcurridos sólo hubieran servido para que la deseara más aún.

—Voy a decírtelo solo una vez más. Mantente alejado de mí —advirtió Alexa.

Estaba horrorizada por el efecto que su voz sensual causaba en su cuerpo. Tenía un buen problema, si el simple sonido de una voz la excitaba de tal modo. Y cuando miraba la profundidad de aquellos ojos la sensación era aún peor.

Apartó la mirada. Se prometió a sí misma que no sucedería de nuevo. No iba a caer bajo su encanto sexual de nuevo. Cuando lo conoció, sólo era una ingenua que aún era virgen a pesar de su edad y que estaba esperando el amor de su vida, pensando tontamente que cuando lo encontrara seguirían juntos hasta el final de sus días.

Entonces no tenía defensas. Era una tonta en manos de un manipulador como Ryan. Y cuando la abandonó, se convirtió en otro estereotipo, el de la mujer amargada y triste, pero sabía.

Ahora estaba sobre aviso, y no creía en ciertos amores. Obviamente debía admitir que en ocasiones era posible mantener una relación durante mucho tiempo, como en el caso de sus padres. Esperaba que su hermana Carne y Tyler Tremaine entraran en tal categoría, pero no tenía ilusiones al respecto en su caso. No había en ella nada único, nada especial que inspirara en un hombre el deseo de pasar a su lado toda una vida. El hombre que estaba ante ella le había hecho aprender la lección.

—Voy arriba a trabajar con Kelsey —anunció, alejándose de él—. Lo creas o no, es la única razón por la que he venido.

—Me gustaría creerlo.

Alexa se detuvo y se dio la vuelta.

—Evítame ese tono de voz. Admito que es muy eficaz. Eres un buen actor, como ya he tenido ocasión de comprobar, pero no soy tan tonta como para caer otra vez bajo tu hechizo.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.

Alexa levantó la barbilla y lo miró, desafiante.

—Quiero decir que ya he oído antes tu discursito. Ya he oído antes que tienes miedo de las mujeres porque eres un pobre hombre que perdió a su madre de pequeño y que ahora tiene miedo a que lo abandonen de nuevo.

Ryan sintió un profundo dolor en el pecho. Había contado a Alexa cosas que no había contado a ninguna otra persona, y ella las utilizaba para atacarlo. Tal vez fuera mejor así. Se había arrepentido muchas veces de confiarle ciertas cosas, y aquello demostraba que hacía bien.

—Hay mucha gente que ha sobrevivido a la pérdida de un ser querido y que no usa ese hecho para manipular a la gente o para justificar su propio comportamiento, Ryan —continuó Alexa, sin darse cuenta de su angustia—. El marido de mi hermana Carrie es uno de ellos. Su madre murió en un accidente cuando tenía cinco años, pero…

—Sí, ya he oído que Carrie se ha casado con Tyler Tremaine —dijo, deseando cambiar de conversación—. Ciertas noticias vuelan por la ciudad. No ocurre muy a menudo que una mujer con tres hijos consiga atrapar a un multimillonario.

—Carrie no lo ha atrapado. Aunque es típico de ti que lo veas de ese modo. Se aman, y Tyler adora a los hijos de Carrie. Quiere adoptarlos.

Esperaba que Ryan la atacara insistiendo en lo conveniente que era mantener una relación tan estrecha con los Tremaine, pero para su sorpresa, no lo hizo.

—Bueno, me alegro por ella. Me cae bien. Siempre pensé que era trágico que una mujer tan joven enviudara a una edad tan temprana, teniendo tres hijos. Me alegro de que le hayan salido bien las cosas. Y también me alegro por Tyler. No lo conozco bien, pero me parece un buen tipo.

—Es un hombre maravilloso —dijo Alexa.

—Imagino que tu hermano Ben debe estar encantado —dijo Ryan con ironía.

—Toda la familia lo está. ¿Por qué no habría de estarlo?

—Por nada, pero Ben debe estar eufórico, porque siempre ha reverenciado el dinero y el estatus social.

Alexa no podía negarlo, pero a pesar de ello su tono subió ligeramente.

—Si piensas que voy a quedarme aquí para escuchar cómo insultas a mi hermano, te equivocas —dijo con frialdad.

—No tenía intención de insultar. Sólo estaba afirmando un hecho. Recuerda que yo también conozco a Ben.

—Sí. Conociste a mi hermano, a mi hermana, a sus hijos, a mis padres y a casi todos mis amigos. Te los presenté a todos y pasamos mucho tiempo con ellos.

—Cuando se conoce a uno de los hermanos Shaw se acaba por conocer también a todos sus conocidos. Es un trío muy gregario.

—Nadie podría acusarte a ti de ser gregario —dijo Alexa, con una mirada gélida—, o sincero. Conoces a todas las personas que hay en mi vida, pero nunca te tomaste la molestia de comentarme que tenías una hija. Es por eso por lo que no rechacé este caso. No imaginé que tuviera nada que ver contigo.

El ataque fue tan inesperado que sorprendió a Ryan con la guardia baja. Se quedó sin palabras.

—No pensé que nuestra relación fuera a durar tanto como duró, así que al principio pensé que sería más fácil no mencionar la existencia de Kelsey. Cuando nos involucramos más profundamente me di cuenta de que tenía que hablarte del tema, pero…

—Pero decidiste no hacerlo.

—No sabía muy bien cómo decírtelo. Resulta un poco incómodo confesar algo así tras una relación de seis meses. Pensé mucho sobre el tema, pero no sabía por dónde empezar a contártelo, sin que pensaras que tenía algún oscuro motivo oculto y me acusaras de haberte engañado. Así que, en vez de dar más vueltas al tema, mantuve a Kelsey al margen de mi relación contigo.

—Siempre se te dio muy bien dividir tu vida —dijo Alexa con acidez.

—Reconozco que llevo una vida muy dividida —dijo Ryan, con el tono conciliatorio que tanto odiaba Alexa—. Ésa era una de las principales quejas que tenías sobre mí en aquella época.

—Pues la principal queja que tengo ahora es que estás en el mismo planeta que yo.

Ryan apretó los labios.

—Me temo que no puedo hacer nada por evitarlo, pero intentaré no ponerme en tu camino mientras estás aquí.

—Será mejor —dijo Alexa, empezando a subir por la escalera.

—Buenos días, Kelsey —dijo Alexa alegremente, entrando en el dormitorio de la niña—. ¿Estás lista para trabajar?

Kelsey estaba sentada en la cama, rodeada de juguetes. Junto a la cama, una mujer de mediana edad le cepillaba el pelo. Al ver a Alexa se sobresaltó y exclamó algo en español.

—Siento haberla asustado —dijo Alexa—. Soy Alexa Shaw, la fisioterapeuta que va a trabajar con Kelsey.

—Encantada, Soy Gloria Martínez. Hablé con usted por teléfono el otro día. Soy enfermera, y estoy cuidando a Kelsey, hasta que sea capaz de ponerse en pie y volver al colegio.

—No voy a volver al colegio hasta que no esté exactamente como antes —dijo la niña con firmeza.

Alexa caminó hasta la cama y tomó un pie de Kelsey.

Estaba frió e inerte. Empezó a masajearlo.

—¿Con qué frecuencia viene el profesor particular a ponerte al día sobre los adelantos que se hacen en el colegio?

—Con demasiada frecuencia. Odio las clases.

Gloria alzó la vista, exasperada.

—Ha tenido cuatro profesores particulares desde primeros de septiembre. Dos se negaron a volver, y a los otros dos se les pidió que no volvieran. A este paso vamos a tener que buscarlos en otras ciudades.

Kelsey sonrió por primera vez desde que había llegado Alexa.

—Yo me las arreglé para que no volvieran los dos primeros. Papá odiaba al tercero, y mamá odiaba al cuarto. La quinta vendrá la semana que viene, pero también nos libraremos de ella.

—Veo que los estudios no son tu prioridad —observó Alexa, tomando su otro pie.

—A Kelsey le resulta difícil concentrarse en los estudios, con tantas cosas como tiene en la cabeza —dijo Ryan desde el umbral.

Alexa estuvo a punto de dejar caer el pie de la niña. Afortunadamente, consiguió sujetarlo y siguió moviéndolo sin detenerse. Gloria se volvió a sobresaltar.

—Hola, papá —dijo Kelsey, sonriendo a Ryan—. Creía que ibas a estar trabajando toda la mañana y que no te vería hasta la hora de comer.

—Así es.

Alexa fingió que no había advertido su presencia.

Estaba concentrada en los ejercicios de gimnasia pasiva de Kelsey. Ryan observó las miradas de curiosidad de su hija y de la enfermera.

—Estaba trabajando —explicó—, pero oí el timbre y la criada me dijo que tu fisioterapeuta había llegado. Tiene que firmar el contrato.

—Alexa ha dicho que quiere un contrato especial para que no puedan despedirla —explicó la niña.

Ryan le dio el contrato y un bolígrafo para que firmara.

—¿Quieres actuar como testigo. Gloria? —preguntó él.

—Yo también quiero firmar —dijo la niña.

Ryan dejó que firmara bajo el lugar donde había firmado Alexa.

Gloria también lo hizo, y después miró a la niña y a su padre.

—Es una pena que los tutores no hicieran lo mismo. De ese modo la niña estaría aprendiendo algo en lugar de ver la televisión y jugar todo el día.

El duro comentario de Gloria la sorprendió. Sentía respeto por aquella mujer, de gran sentido común. Los Cassidy no eran personas fáciles, que aceptaran de buena gana la crítica. Se preguntó si la niñera acabaría tan mal como sus tutores. Pero Ryan rió.

—Kelsey no está perdiendo el tiempo. Tiene muchos videojuegos, y se supone que son buenos para desarrollar su coordinación. Y no se deben subestimar los juegos con muñecas y todas esas cosas.

Estaba hablando con Gloria, pero observando la reacción de Alexa. Sin embargo, no parecía haber reaccionado de ningún modo. No podía saber el esfuerzo que estaba haciendo para contenerse.

—¿No es cierto, Alexa? —preguntó.

—¿Quieres decir que es mejor jugar todo el día que ir al colegio? —preguntó al fin, con ironía—. Creo que todos sabemos cuál es la repuesta a esa pregunta.

Su teoría era ridícula, y lo sabía. Ryan suspiró.

—Bueno, encontraremos a alguien que tenga la sensibilidad y la habilidad suficientes como para tratar con Kelsey. Lo que pasa es que se necesita tiempo, eso es todo.

—Nunca encontrarás a nadie que tenga tu aprobación y la de Melissa —espetó Gloria—. No importa quién sea, uno de vosotros la emprenderá contra él. Os ponéis en lados opuestos ocurra lo que ocurra.

—Es lo que ha pasado con Alexa —dijo la niña—. A mamá le gustaba, y a papá no. Pero se ha quedado.

—Kelsey, yo no odio a Alexa.

—De todas formas, yo creo que sí —dijo la niña—. ¿Verdad, Alexa?

—No contestes —dijo Gloria—. No dejes que ninguno te meta en sus discusiones, porque te aplastarían y después continuarían con sus disputas. Lo sé. He tratado con los Cassidy durante los últimos cuarenta años. Isabel, la madre de Ryan, era mi prima. Éramos muy buenas amigas. Estuvimos juntas en ta universidad y las dos asistimos a la boda de la otra. Murió cuando Ryan sólo tenía diez años. ¡Qué tragedia!

—Gloria, cuéntanos ahora cómo se escapó papá después del funeral de la abuela Isabel. Nadie podía encontrarlo —dijo la niña—. Cuéntanos cómo se escondió en aquella cripta hasta que se hizo de noche y nadie podía encontrarlo y…

—¡Kelsey, ya basta! —interrumpió su padre.

Alexa no se sorprendió por el afán morboso de la niña. Aquel tipo de historias le divertía más que los típicos cuentos de niños.

—Gloria, no debiste contarle aquel suceso —dijo Ryan, enfadado—. No se lo había contado a nadie. Es un recuerdo demasiado personal.

Alexa lo miró con curiosidad. A ella se lo había contado dos años antes, y lo había escuchado con lágrimas en los ojos, imaginando a aquel niño asustado y sin madre, sólo en una cripta, como si su presencia pudiera conseguir que su madre regresara de algún modo.

Después de su ruptura, pensó que sólo era una de esas historias que se inventaban para conquistar a las mujeres. Ninguna mujer de buen corazón se habría resistido al impulso de darle un abrazo. Al recordarlo, se ruborizó. Su piedad la llevó a la cama. Sin embargo, intentó apartar aquellos pensamientos de su cabeza.

Gloria se limitó a encogerse de hombros.

—A Kelsey le encanta escuchar viejas historias de la familia, sobre todo las tuyas. Y quiero que ella lo sepa todo sobre su abuela, mi querida Isabel. Nunca le has hablado de tu madre, y la gente debe seguir viviendo en la memoria de sus descendientes.

—Díselo tú, pero déjame en paz con tus historias.

Gloria murmuró unas cuantas palabras que Alexa no pudo comprender. Pero entendió perfectamente el lenguaje de sus gestos. Estaba claro que Kelsey seguiría escuchando todas las historias que quisiera contarle Gloria Martínez.

—¿Viste vampiros o fantasmas aquella noche en el cementerio, papá? Sólo salen por la noche, y tú estabas en una cripta de verdad…

—Ya basta, Kelsey —dijo Ryan con firmeza.

—Pero quiero saber…

Alexa decidió echarle una mano.

—Tenemos trabajo que hacer. Y no se permiten vampiros ni fantasmas. Vamos a ver si llegas al trapecio, para comprobar tu fuerza.

Kelsey estiró los brazos y se agarró a la barra. Ryan contuvo la respiración.

—Kelsey, cariño, ten cuidado…

—¡Márchate de aquí! —exclamó Gloria, tomándolo del brazo—. Aquí no te necesitan. Deja que la chica haga lo que tenga que hacer.

Alexa miró a la niña, que había conseguido elevar su cuerpo con la fuerza de sus brazos.

—Eres tú quien tiene que hacerlo, Kelsey. Y has empezado muy bien.

Kelsey sonrió, aunque se estaba concentrando en lo que estaba haciendo.

Gloria se marchó, pero Ryan permaneció junto a la cama observando a su hija, conteniendo la respiración, angustiado.

No dijo una sola palabra hasta que Alexa sintió que el interés de Kelsey estaba cediendo y propuso dejarlo durante veinte minutos.

—Mientras Gloria le trae algo de beber, puedo enseñarte el equipo que he alquilado para Kelsey —dijo Ryan.

Alexa lo siguió a regañadientes. Involuntariamente, sus ojos admiraron su musculoso cuerpo. Llevaba vaqueros, que moldeaban sus piernas haciéndolas aún más atractivas. Se pasó los veinte minutos intentando no mirarlo. Su camisa azul enfatizaba sus anchos hombros y su pecho.

No quería estar a solas con él, porque cada fibra de su cuerpo reaccionaba a su presencia. Intentó recordar que era una profesional y que no podía permitir que sus sentimientos personales interfirieran en el bienestar de su paciente.

—Kelsey es muy decidida —dijo, rompiendo el silencio—. Si usa su energía en la rehabilitación hará progresos con rapidez.

—Eso suena a frase hecha. Sustituye el nombre y estoy seguro de que se lo dirás a todos los familiares de tus pacientes.

Alexa apretó los dientes.

—Muy bien, de ahora en adelante mantendré en secreto mis observaciones sobre sus progresos, y le pediré a la doctora que no te dé acceso a los registros.

—No es eso lo que pretendo. Pero no quiero que trates a Kelsey como si se tratara de otra paciente cualquiera. Ella es especial.

—Todos mis pacientes son especiales.

Ryan suspiró.

—Mira, no quiero discutir contigo.

Sin embargo, era precisamente lo que pretendía. Discutir con ella para mantener aquel muro de hostilidad.

El beso que habían compartido el día anterior lo había afectado de una forma muy profunda. Había pasado gran parte de la noche dando vueltas hasta que renunció a dormir y se puso a caminar por la habitación.

Durante el transcurso de la tempestuosa noche no dejó de repetirse que sólo era atracción sexual y que habría sentido lo mismo por cualquier otra mujer. Al fin y al cabo su vida sexual no existía desde el accidente de Kelsey, y antes había sido algo irregular y poco entusiasta.

Pero no lo consiguió. Era Alexa, y sólo Alexa, la única persona que lo afectaba de ese modo. Despertaba su deseo cuando no quería y alimentaba emociones que no deseaba tener. Quería que se alejara de él y al mismo tiempo deseaba que se quedara para siempre.

Ya la había echado en el pasado, pero ahora había vuelto, convirtiendo sus días y sus noches en verdaderas pesadillas. Sabiendo que se encontraba en la casa, no había sido capaz de trabajar en todo el día. Su sentido del humor había desaparecido por completo bajo una especie de mezcla entre desesperación, rabia e impaciencia. Y eso cuando sólo llevaba un día en la mansión. No podía soportar que las cosas continuaran así.

Abrió la puerta de una habitación que había al final del pasillo y le indicó que entrara. Alexa lo hizo y abrió los ojos, sorprendida. La pared del fondo era una cristalera enorme con una puerta en el centro, que daba a un balcón desde el que se veía la piscina.

—Esta habitación va a ser el gimnasio, si te parece bien —dijo, indicando los aparatos que había alquilado—. Hay una escalera de caracol en el balcón que da a la piscina.

Alexa habría comentado algo en otras circunstancias, pero la casita que había junto a la piscina era sencillamente ridícula. Sin embargo, los aparatos gimnásticos eran buenos. Había barras paralelas, espalderas, y gran parte de las cosas que necesitaba para el trabajo de rehabilitación.

—Esta habitación está tan bien equipada como los gimnasios del hospital. Podría competir con ellos —dijo al fin.

—Alquilé todo el equipo a una empresa para que Kelsey no tuviera que ir al Instituto de rehabilitación infantil.

—Yo trabajo ahí como voluntaria, dos veces por semana.

—Después de haber pasado dos meses y medio en el hospital no quería que tuviera que ir a una institución.

—Haces que suene como si se tratara de la situación de un cuento de Dickens. Pero no es así, te lo aseguro. Y aunque puedo entender que quieras que permanezca en casa, hay muchas ventajas en el centro de rehabilitación. Estaría con otros niños y seguiría un curso intensivo de rehabilitación y juegos. Aquí está aislada, mimada y…

—«¿Has dicho que está mimada?» —preguntó indignado.

—Sí —contestó, sin dar su brazo a torcer—. Y lo sabes, aunque no te guste oírlo.

—¡Estás confabulada con Melissa! Las dos queréis llevarla a ese sitio, y estaríais dispuestas a hacer cualquier cosa para quitaros a Kelsey de encima.

—Si Melissa quisiera que fuera al centro de rehabilitación lo comprendería, pero te aseguro que no se trata de ninguna confabulación. Sabes muy bien que la conocí ayer.

Alexa negó con la cabeza y continuó hablando.

—Eres un paranoico negativo. Y me pregunto por qué. ¿Porque en el fondo sabes que no es bueno que la niña permanezca aquí? ¿Porque te sientes culpable por el juicio para conseguir su custodia? ¿O porque no pudiste hacer nada para que aquel accidente no ocurriera?

La rabia estalló finalmente en el interior de Ryan.

—Me niego a escuchar semejantes tonterías insultantes en mi propia casa. ¡No tengo por qué soportarlas! ¡Estás despedida desde este mismo instante!

Alexa se cruzó de brazos y lo miró con ojos azules acerados.

—No puedes despedirme. Está claramente especificado en mi contrato.