Capítulo 2

Alexa siguió a Ryan por las escaleras, enmoquetadas en rojo, observando la grandiosidad del lugar. Pensó que debían haber talado un bosque entero sólo para construir aquella larga y preciosa barandilla. Miró hacia abajo. El recibidor era mucho más grande que su salón y su comedor juntos. Y del techo colgaba una araña de cristal digna del palacio de Versalles. Antes de poder evitarlo, una sonrisa cruzó su rostro.

—¿Qué es lo que te parece tan divertido? —preguntó él.

Le sorprendió que se hubiera dado cuenta. No en vano, caminaba por delante.

—Tu casa —contestó con sinceridad—. Es el sitio más ostentoso que he visto en mi vida.

—¿Siempre eres tan insultante con tus clientes? —preguntó.

Alexa hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, habitualmente tengo mucho tacto. De hecho, la diplomacia siempre ha sido una de mis mayores virtudes.

—Pues ahora brilla por su ausencia.

—En efecto —asintió.

Sabía que de no haberse tratado de él, se habría comportado de una forma muy distinta.

—Puede que se deba a tu mansión. Tiene un aire tan extraño que despierta mi aspecto más irracional. Me he sorprendido a mí misma preguntándome si estaba con Ryan Cassidy o con el rey Luis. ¿O tal vez se trate de una combinación de ambos? En cualquier caso, la decoración es algo que trasciende épocas y países.

—Si piensas eso, será mejor que no te enseñe el jardín japonés de la parte trasera —comentó él con broma—. O me acusarás de haber copiado al emperador Hirohito.

Alexa se detuvo en las escaleras y lo miró.

—¿Sabes que este sitio es…?

—¿Ridículo? —preguntó—. Claro que sí. ¿Cómo no iba a saberlo?

—Pero según la doctora Ellender, se construyó para ti. Luego debiste ser responsable de la decoración. ¿Qué te ocurrió? ¿La crisis de los cuarenta o algo por el estilo?

—Las crisis de los hombres de mediana edad se suelen resolver teniendo un lío con alguna rubia o comprándose un deportivo, no levantando una casa de indudable mal gusto. De todas formas, cumplí los treinta y cinco el mes pasado, de modo que soy demasiado joven para eso.

—No lo sé. Este sitio se parece a ti. Es como si acabara de salir de uno de tus cómics.

—Gracias. Es cierto. Es la clásica mansión de un nuevo rico, que pretende ser elegante y sólo consigue ser pretenciosa. Pero espera a ver los cuartos de baño. No podrás creerlo.

—No lo entiendo. Te burlas de todo, pero debiste dar tu aprobación.

—Di carta blanca a la decoradora —admitió—, y no tuvo reparos en hacerle ciertas sugerencias al arquitecto, como las columnas de la escalinata y el altísimo techo de la entrada. No vi la casa hasta que vine a vivir a ella este mismo año. Y cuando lo hice pensé lo mismo que tú. Que iba a vivir en una casa salida de una viñeta. Supongo que es una especie de venganza, merecida.

—No lo creo. Tus personajes preferirían verte en una cueva, sin agua ni electricidad.

—Y supongo que también sin comida ni oxígeno —añadió con ironía—. Pero no te preocupes, esta casa ya es suficiente tortura. ¿Te has duchado alguna vez bajo un chorro de agua que sale de la boca de un cisne de oro? Al menos una cueva tendría cierta dignidad.

—Supongo que la decoradora era tu novia o algo así, y que vuestra relación terminó en cuanto viste la casa.

—No, esperé un poco más. Pero cuando vi la decoración selvática del dormitorio la saqué de mí vida.

Ryan sonrió con ironía. No estaba dispuesto a confiarle que la decoradora responsable de tamaño desastre era nada más y nada menos que su tercera madrastra, Nadine Cassidy, la esposa de su padre. Haba decidido dedicarse a la decoración de interiores para hacer algo con su vida y Ryan decidió darle su primera oportunidad. Pero después de ver el interior de la mansión estaba seguro de que no la habrían contratado en ningún otro sitio.

—¿Decoración selvática? ¡Qué horror!

Alexa estuvo a punto de reír, pero se contuvo a tiempo. De repente pensó que Ryan se habría deshecho de su decoradora con tan poca delicadeza como de ella. Por muchas diferencias estéticas que pudieran tener, ambas eran victimas de Ryan. Y lo que era aún peor, había estado a punto de conseguir que simpatizara con él utilizando para ello su famoso sentido del humor. Pero no estaba dispuesta a dejar que sucediera de nuevo.

Ryan notó su cambio de actitud. Sus ojos azules se volvieron fríos y su sonrisa se transformó en un ceño fruncido. Había llegado el momento de que volvieran a sus papeles, él como padre de una paciente y ella como fisioterapeuta. Porque cuanto más tiempo pasaba a su lado, más cerca se sentía de Alexa.

No podría permitir que algo así sucediera. Era una mujer demasiado atractiva, y sabía por experiencia que la encontraba irresistible. Había estado involucrado sentimentalmente con Alexa Shaw en el pasado y era consciente de las complicaciones que aquello entrañaba para ambos.

Dos años atrás, cuando se separaron, lo pasó terriblemente mal. Sabía que le había hecho daño, y el dolor que causó terminó estallándole a él mismo en la cara. Recordó aquellos días oscuros, recordó el vacío y la desesperación, y recordó la rabia que sentía, por haberse enamorado de ella, y porque Alexa había dejado que sucediera.

Pero aún sabiéndolo no continuó andando, no hizo ademán de alejarse. Bien al contrario, permaneció donde estaba, dos escalones por encima de Alexa, mirándola.

Era un placer para la vista. Sus rasgos eran delicados, con altos pómulos y una boca bien definida y suave. Sus ojos eran de un precioso color azul claro, grandes y expresivos. Y su pelo, rubio oscuro, largo y rizado, era tan bonito que ninguna permanente habría podido imitarlo. Tanto que llamaba la atención de todo el mundo, tanto hombres como mujeres.

Era una mujer esbelta, de un metro setenta, y a través de sus vaqueros, de su camiseta y de su chaqueta color crema podía contemplar la silueta de su figura y recordar las experiencias que habían compartido. Sus senos eran generosos; su cintura, estrecha; y su cadera, sensual, con largas piernas que había admirado, tocado y sentido a su alrededor.

Sintió que su temperatura ascendía. Se había sentido atraído por ella desde el preciso momento en que la vio por primera vez, llenando el depósito de su vehículo junto a la tienda de verduras en la que ambos habían estado comprando aquel día de verano. Sus caminos no se habían cruzado antes, aunque ambos visitaran aquella tienda una vez a la semana.

Se sorprendió a sí mismo observando sus graciosos y eficaces movimientos. Ni siquiera se dio cuenta de que la estaba observando desde la otra isleta de la gasolinera.

Ryan no planeó acercarse a ella, pero cuando Alexa subió al coche sin fijarse en él no pudo hacer otra cosa que correr hacia su ventanilla. En el interior había otra joven rubia, que luego supo que era su hermana gemela, Carrie. Las dos mujeres lo miraron, sorprendidas y algo asustadas al ver a un perfecto desconocido. Tuvo que empezar a hablar con toda simpatía y hacer un esfuerzo descomunal para impedir que se marcharan.

Y cuando consiguió el nombre y el número de teléfono de Alexa tuvo una enorme sensación de triunfo.

Durante los ocho meses que habían pasado juntos, pasó alguno de los días más felices de su vida. Y desde su separación no había llegado a ser feliz en ningún momento.

Recordó su rostro, pálido por el dolor cuando le dijo que aquello había terminado, y se sintió culpable.

No merecía que le hicieran daño, pero él estaba demasiado concentrado sobre su propio dolor como para considerar el suyo. Y aunque no había dejado de pensar en ella ni un solo minuto desde entonces, no la había vuelto a ver hasta aquella mañana.

—¿Por qué me miras? —preguntó ella, con frialdad.

Ryan apartó la mirada de inmediato.

—¿Te estaba mirando? —preguntó, disimulando.

Era uno de sus mayores talentos. Escondía muy bien sus emociones.

—Sí, y lo sabes —espetó—. Me mirabas como un chacal.

—¿Como un chacal? —preguntó—. Bueno, es una comparación curiosa. Me gusta. De hecho hay cierto político de tendencias fascistoides al que podría caricaturizar de ese modo. Tengo mucho trabajo ahora, pero ten por seguro que lo dibujaré así antes del día de acción de gracias.

—Nunca veo tus viñetas. No me gustan.

—Bueno, en ese caso coincides con ciertas personas. Me han dicho que el presidente preferiría renunciar a su cargo antes de ver una sola de mis viñetas. He recibido varias cartas amenazadoras de miembros del Congreso y de varios partidos. Y eso sólo es una pequeña parte. También las recibo de empresarios y de algunas comunidades religiosas. La lista es bastante larga.

—¿Y eso te alegra? Prefieres que te odien a que te amen.

Ryan la miró.

—No seas demagógica. De todas formas, como las personas que más quiero terminan inexorablemente convirtiéndose en las personas que más me odian, he decidido que es más honesto empezar a…

—No has sido honesto en toda tu vida —espetó, en tono enfadado—. Eres el mayor impostor que conozco.

—Considerando que estamos en la capital del país, creo que otras personas se merecerían ese título, pero gracias de todos modos —dijo, sonriendo.

Entonces se volvió y continuó subiendo, escaleras arriba.

Alexa no tuvo más remedio que seguirlo. Ya había elegido al aceptar a la paciente de la doctora Ellender.

Debía supeditar sus animosidades personales al interés de la pequeña.

Ryan abrió unas puertas dobles de color blanco que daban a la habitación más luminosa y grande que Alexa había visto en toda su vida. Sus ojos observaron asombrados las paredes, distintas entre sí, la enorme alfombra naranja y las estanterías repletas de juguetes. Había una enorme casa de muñecas de madera, con todos sus muebles y habitada por una legión de muñequitas, y un tiovivo con los colores del arco iris en la esquina opuesta.

La única nota que desentonaba era la cama de hospital, con todos los artilugios médicos necesarios. Y en la cama estaba la pequeña, de pelo castaño claro y grandes ojos marrones oscuros, como su padre. Llevaba un pijama amarillo con un unicornio pintado en la parte superior.

Alexa contuvo la respiración, era idéntica a Ryan.

Sus rasgos, aunque muy femeninos y obviamente más pequeños, recordaban mucho a su padre, junto a la cama había una pequeña silla de ruedas, como testimonio de los desafortunados cambios que habían acaecido en la joven vida de Kelsey Cassidy.

Alexa miró a Ryan, que estaba de pie a su lado, y notó su tensión.

—Kelsey cariño, esta señorita es Alexa Shaw, la fisioterapeuta que trabajará contigo —dijo con voz cariñosa—, salúdala, Kelsey.

Kelsey apartó la mirada durante unos segundos de la enorme pantalla de televisión que estaba observando.

—¿Por qué ha tenido que venir en mitad de mi serie favorita?, ¿mamá? —preguntó la niña a la mujer que estaba sentada a su lado, en una silla.

Alexa y Ryan miraron a la joven de ojos oscuros, de pelo negro, que se puso en pie de inmediato. Era muy atractiva, y sus vaqueros ceñidos y su jersey de algodón remarcaban aún más su exuberante figura.

Se preguntó si sería la ex esposa de Ryan, la madre de Kelsey. Parecía tener treinta años más o menos. Y su actitud era algo nerviosa y defensiva cuando se levantó.

—¿Aún estás aquí, Melissa? —preguntó Ryan en tono casi hostil—. Pensé que te ibas a marchar después de comer.

—Bueno, pues no me he marchado —espetó, en idéntico tono.

—¡Callaos! ¡Quiero ver la serie! —protestó la niña. Su tono de voz era idéntico al de sus padres.

—Podemos grabar el resto en vídeo —dijo Melissa.

La madre de Kelsey pulsó los botones apropiados en el aparato y el vídeo se puso en marcha.

—Puedes verla más tarde —continuó.

—¡Quiero verla ahora!

—Una niña de su edad no debería ver ese tipo de series —espetó Ryan, acusando a su ex esposa—. Debería estar leyendo o pintando o…

—Odio leer y pintar —dijo la niña—. Sólo me gusta ver la televisión, y eso es lo que voy a hacer. Ah, y quiero que ella se marche —añadió, apuntando hacia Alexa.

Alexa entró en acción.

—Lo siento, pero no tendrás más remedio que aguantarme durante un tiempo —dijo con toda naturalidad, caminando hacia la cama—. Hola, Kelsey.

Después, miró a la mujer morena, que estaba rígida por la tensión. Tendió una mano y dijo:

—Tú debes ser la madre de Kelsey. Encantada de conocerte.

La mujer la miró y después observó a Ryan, que las miraba con desaprobación. Al parecer aquello bastó para que la madre de la niña la considerara de manera positiva, porque de inmediato estrechó su mano.

Ryan cruzó la habitación y se plantó ante la cama de Kelsey.

—Permitidme que haga yo las presentaciones. Alexa Shaw, te presento a Melissa Milhalic, la madre de Kelsey.

—También me conocen como Melissa Cassidy —dijo ella, mirando a Ryan de forma maliciosa.

Resultaba evidente que no le agradaba que continuara utilizando su apellido.

—Cuando se tiene una hija, a veces es más fácil seguir usando el apellido del marido, aunque te hayas divorciado —continuó.

—Lo comprendo —murmuró Alexa.

Esperaba sonar neutral. Se sentía como si fuera una zona desmilitarizada entre dos países hostiles.

—Entonces, ¿por qué no usas el apellido Webber? —preguntó la niña, también tienes otro niño con ese nombre.

Kelsey miró a Alexa y continuó explicando la situación, con una combinación irritante de inocencia y malas artes.

—Tengo un hermanito que se llama Kyle, pero mamá no se ha divorciado de su padre porque nunca se casó con él. Pero no es necesario estar casados para tener hijos, ¿sabes?

Alexa miró a Ryan, a Melissa, y finalmente a Kelsey.

No le extrañó su comportamiento, puesto que habían estado utilizándola como arma arrojadiza en su conflicto. Alexa no se dejó engañar por su fingida inocencia. Había calculado cada una de sus palabras.

La paternal respuesta de Ryan fue inmediata.

—Aunque se pueden tener hijos sin estar casados, solamente está mejor visto hacerlo en el ámbito del matrimonio, Kelsey —dijo con desaprobación—. Imagino que no te resultará extraño porque ves muchos programas de televisión, pero espero que de mayor tengas más cuidado que tu madre a la hora de tomar decisiones importantes.

—Qué hipócrita eres, Ryan —dijo Melissa.

Alex observó la mirada que Kelsey lanzó a sus padres, antes de seguir mirando la televisión con gesto satisfecho. No hacía falta ser psicólogo para comprobar que Kelsey había utilizado a sus padres, enfrascándoos en una disputa, sólo para poder seguir viendo su serie de televisión.

Alexa empezaba a sentirse como un casco azul de Naciones Unidas.

—¿Qué tal si decretáis un alto el fuego? —intervino—. Me gustaría empezar a trabajar con Kelsey hoy mismo, con unos ejercicios de gimnasia pasiva. Kelsey, tengo un equipo portátil en el coche. ¿Quieres venir conmigo?

—Está lloviendo —dijeron los dos padres al unísono.

Alexa se dijo que tal vez aquélla fuera la única cosa en la que habían estado de acuerdo en muchos años.

—Sólo chispea, no hay rayos ni truenos. Además, hace calor. Un poco de agua no te va a hacer daño, ¿verdad, Kelsey? No te derretirás. No es como si fueses la bruja del oeste o algo así.

—Pillará un catarro si se moja —protestó su madre.

—¡Eso es ridículo! No puedes sacar a una niña discapacitada a la calle cuando está lloviendo —espetó su padre.

Alexa se encogió de hombros.

—Muy bien, iré yo sola.

Empezó a caminar hacia la puerta, pero no antes de observar la mirada de la niña. Su expresión parecía prometer, de modo que respiró profundamente y esperó. La niña no la decepcionó.

—¡Quiero salir! —exclamó—. ¡Me gusta la lluvia, y no estoy discapacitada! ¡Quiero salir de aquí!

Alexa caminó hacia la cama y dijo:

—Agárrate al trapecio y mira hasta donde puedes llegar para inclinarte hasta la silla —sugirió—. Así veremos lo fuerte que eres y la fuerza que necesitas para incrementar la potencia de la parte superior de tu cuerpo.

Kelsey obedeció, pero antes de que pudiera hacer nada Ryan la tomó en brazos.

—Si quieres sentarte en la silla de ruedas, te pondré en ella, cariño. Puedes bajar y salir al porche porque está cubierto, pero…

—Acabo de mirar por la ventana y es verdad, sólo está chispeando —intervino Melissa—. Supongo que no hay razón para que no pueda salir. Será divertido sentir otra vez la lluvia, ¿verdad, Kelsey? ¿Te acuerdas de cuando jugabas en los charcos del jardín?

—Vaya, vaya —dijo Kelsey, mirando a Alexa—. ¿Cómo has dicho que te llamas?

—Shaw. Me llamo Alexa Shaw.

—¿Siempre usas ese apellido? ¿Todo el tiempo? —preguntó con dulzura.

Los tres adultos la miraron atónitos.

—Bueno, a mí me gusta utilizar dos apellidos distintos —continuó la niña—. A veces soy Kelsey Cassidy y a veces Kelsey Webber, como Jack. Es el padre de Kyle, y también es muy amable, como papá. Hoy seré Kelsey Webber —añadió.

Kelsey no era tonta en absoluto. Sabía el efecto que producía en sus padres, y en aquel caso en Ryan. Alexa notó su gesto dolorido.

—Vamos, Alexa o como te llames, vamos al ascensor —dijo Kelsey, empujando las ruedas de su silla—. Te enseñaré dónde está.

Alexa la siguió, dejando a los dos padres atrás.

—Tal vez deberías evitar mojarte —dijo Alexa, caminando por el espacioso pasillo—. De hecho, es posible que te derritas.

—He visto El mago de Oz, y sé que la bruja del oeste se derrite cuando se moja.

—Exacto. Y estoy empezando a pensar que eres descendiente suya. De modo que deberías tener mucho cuidado con el agua.

—Si le digo a mi padre que me has llamado bruja te despedirá.

—Seguro que sí. Y entonces tu madre decidiría que soy la mejor fisioterapeuta del mundo y empezaría la guerra otra vez, ¿verdad? He visto perfectamente lo que has hecho, Kelsey. ¿Te gusta ver cómo discuten?

Kelsey se encogió de hombros.

—Cuando discuten me dejan en paz.

—Ya, y puedes ver tranquilamente la televisión —adivinó—. ¿Dónde está el ascensor?

—A la vuelta, Papá hizo que lo instalaran después del accidente.

—Ya veo.

—Quiere que viva aquí con él. Quiere la custodia, porque está muy enfadado. Yo iba en la motocicleta con Jack, y cuando derrapó yo me caí y me hice daño.

—¿Ibas en la moto con Jack cuando te caíste?

Pensó en las implicaciones que aquello tenía. La hija de Ryan había sufrido un serio accidente cuando iba en motocicleta en compañía del amante de su ex esposa.

De momento todo encajaba en la descripción que había hecho la doctora Ellender, incluida la animosidad entre los dos padres.

—¿Y tú te enfadaste con Jack por el accidente?

Kelsey detuvo la silla de ruedas y la miró sorprendida.

—No —exclamó—. No fue culpa de Jack, mi accidente.

—Debe sentirse muy mal por ello.

Kelsey asintió.

—¡Vi cómo lloraba! —dijo en tono secreto—. No podía creerlo. Mi mamá llora mucho, pero Jack nunca llora.

—¿Y tu padre?

—No llora nunca, pero está muy triste por lo del accidente. Triste y enfadado. Muy enfadado —repitió.

—Ya veo que hay demasiada irritación en esta casa —observó.

—Si, muchos gritos y discusiones. Ahí está el ascensor —dijo, haciendo un gesto hacía la estructura que había junto a la escalera—. Si te gustan la paz y la tranquilidad no deberías haber venido aquí.

Alexa pulsó el botón y las puertas se abrieron de inmediato. Ayudó a Kelsey a introducirse en el interior del pequeño ascensor.

—Prefiero la paz y la tranquilidad, pero creo que te vendrá bien que esté aquí, Kelsey. Además, es posible que consigamos que desciendas la escalada armamentística.

Kelsey se cruzó de brazos y Alexa tuvo que empujar un poco la silla de ruedas para salir.

—No sé, no sé.

—Bueno, piénsalo, ¿vale?

Alexa sacó a la niña al porche, justo a tiempo de ver que se había puesto a llover en serio. Suspiró y dijo:

—Vaya, parece que ahora no podemos salir.

—¿Por qué no? ¿Tienes miedo de derretirte, bruja? —preguntó, retándola.

—Me temo que las dos nos derretiríamos. O por lo menos, nos pondríamos perdidas de agua y pareceríamos un par de ratas mojadas.

Un trueno sonó en la distancia y un rayo iluminó el cielo.

—Supongo que tendré que meterte en la casa antes de que el metal de la silla atraiga un rayo y te fría aquí mismo.

Kelsey rió.

—¡Cómo te atreves a decirle algo tan horrible a una niña! —exclamó Ryan tras ellos.

—Sólo era una broma, Ryan —intervino Melissa, que se acercó y sonrió a Alexa—. De todas formas, a Kelsey le ha gustado.

—Ya. Ver cómo se electrocuta una niña es divertido —oyó Ryan con ironía—. ¡Pues a mí no me hace gracia ese tipo de bromas! ¿Es que no eres capaz de comprender algo tan simple?

Miró a Alexa, que de inmediato supo que había decidido hacer la victima de su amargura, en lugar de Melissa.

—Sí, lo comprendo, pero pensé que alguien que es capaz de tomarse a risa cualquier cosa en sus viñetas, desde la política hasta el crimen, tendría más sentido del humor —contestó, empujando a Kelsey al interior de la casa.

Ryan se puso a su lado de inmediato, y Alexa se apartó. No hubo contacto físico entre ellos, pero su cercanía bastó para que ella se estremeciera. Se alejó de él y lo observó mientras se colocaba tras la silla de ruedas, agarrando las barras.

—Temo que esto no va a funcionar —dijo con mirada oscura—. Respeto el juicio de la doctora Ellender, pero tendrá que recomendarme otra fisioterapeuta. Me encargaré de que te compensen por el tiempo que has perdido, pero tus servicios no serán necesarios en el futuro, Alexa.

Ryan Cassidy era un maestro echando a la gente con formalismos, y ahora tenía la impresión de que la había rechazado dos veces, personal y profesionalmente. Respiró profundamente para mantener la calma.

—¡Sus servicios son definitivamente necesarios! —bramó Melissa.

Su voz estridente rompió el silencio. Rápidamente se puso junto a Alexa y le pasó un brazo alrededor del cuerpo de forma posesiva.

Alexa tuvo conciencia plena de la ridícula imagen que debían estar dando, porque su defensora medía unos cuantos centímetros menos que ella.

—¡No pienso dejar que la despidas! —continuó, con ojos brillantes—. Es la mejor fisioterapeuta que hay para Kelsey, e insisto en que se quede.

—¡Es como dijiste, Alexa! —intervino la niña, con grandes ojos abiertos.

Alexa no pudo evitar sonreír. A pesar de su inteligencia, Kelsey no era más que una niña.

—Bueno, la predicción del futuro es una de mis habilidades. Prefiero la bola de cristal, pero los posos de té o de café también me sirven.

—¿Llevas la bola de cristal en el coche? —preguntó la niña.

—Sólo está bromeando, Kelsey —dijo su madre.

Kelsey no estaba tan segura.

—¿Qué va a suceder ahora, Alexa?

—Yo puedo decirle lo que va a suceder. Alexa va a ser tu fisioterapeuta —dijo Melissa con firmeza, mirando a su ex marido—. Es la primera médico de todos los que han visto a Kelsey que no se ha rendido ante tu encanto, y no puedes soportarlo, ¿verdad, Ryan? Quieres que se marche porque me ha tratado como a una persona en lugar de hacerlo como si fuera una histérica poco razonable.

—Si te tratan como a una histérica poco razonable es porque te comportas de ese modo, Melissa —interrumpió Ryan.

—Mi hija sufrió un terrible accidente, y desde el primer día todo el mundo me dio de lado en ese maldito hospital porque están encantados con el maravilloso señor Cassidy. El gran artista. ¡El gran caricaturista! —se burló, levantando la voz.

Alexa pensó que efectivamente empezaba a comportarse de manera histérica, pero desde luego era bastante razonable. Creía lo que le había sucedido. Sólo bastaba con recordar la opinión que la doctora Ellender tenía de ella y la admiración que profesaba por su ex marido.

—Es cierto —dijo Melissa, mirando a Alexa—. Ha encandilado a todo el equipo del hospital a base de hacer chistes, dibujarles viñetas y regalarles libros dedicados. ¿Cómo puedo competir con él? Se ha encargado de dejar bien claro que es él quien paga las deudas y que yo soy la enemiga. Una mujer mala e inconveniente a la que conviene evitar.

—Eso no es cierto —espetó Ryan—. Tú te has buscado esa situación con tus propias acciones. Yo no he tenido nada que ver. No he participado en ninguna competición para poner al equipo médico en tu contra. Simplemente, me interesaba por el estado de mi hija, e insisto en que debes dejar de acusarme de forma inmediata. Vas a entristecer a Kelsey.

Alexa estaba observando a la niña, que no parecía estar demasiado triste. Sin embargo, escuchaba atentamente a sus padres como si estuviera considerando la situación. Cuando sus miradas se encontraron, Kelsey sonrió con dulzura.

—No quiero que baje la escalada —dijo, pronunciando lentamente las palabras.

Alexa supo de inmediato lo que iba a ocurrir. Ni siquiera tuvo tiempo de pestañear antes de que la niña empezara a gritar.

—¡Quiero que Alexa se quede! ¡Conseguirá que me ponga mejor, y vosotros no lo conseguiréis! Me odias, papá, y también odias a mamá y a Alexa. ¡Te odio! No quiero quedarme aquí. Quiero estar con mamá y con Jack y con Kyle. Y si no puedo ir con ellos, prefiero ir al hospital, porque no pienso quedarme contigo.

Ryan palideció y sus ojos brillaron de dolor. Lo sintió sinceramente por él. Parecía haberse puesto enfermo de repente, como si le hubieran dado un fuerte golpe. Melissa corrió junto a su hija y la tomó entre los brazos, murmurando palabras de consuelo.

Aquella niña era toda una artista. Su habilidad para manipular los sentimientos de sus padres era cuando menos apreciable. No se hacía ilusiones con ella. Sólo era una hábil estrategia cuyo objetivo era incrementar la tensión entre sus padres, utilizándola a ella.

—Kelsey, comprendo que estés triste —dijo su padre con voz suave y angustiada—. Debes tranquilizarte, cariño. No es bueno para ti que te pongas tan nerviosa.

Su hija era el talón de Aquiles de Ryan, la única persona con la que no podía comportarse con su habitual frialdad, tan cruel. Alexa conocía bien sus estratagemas, por el tiempo que había pasado junto a él. Le había permitido entrar en su vida, que se acercara a él, hasta que al final le dio con la puerta en las narices. Sus momentos de mayor felicidad precedían habitualmente a alguna de sus peleas, que siempre iniciaba Ryan.

—Kelsey, deja de llorar y mírame —dijo él.

Kelsey dejó de llorar al instante. Sus lágrimas desaparecieron, y también sus sollozos. Observó a su padre con aquellos grandes ojos marrones.

—Kelsey, sabes lo mucho que te quiero y lo mucho que deseo que te pongas bien. Si quieres que Alexa sea tu fisioterapeuta, lo será.

—Gracias, papá —dijo sonriendo, feliz.

Imaginó que aquélla era una escena bastante habitual. Enfrentaba a sus padres y hasta escribía el guión de lo que iba a suceder. Casi resultaba difícil pensar que aquella niña había sufrido un grave accidente de consecuencias terribles.

Sin embargo, hizo un esfuerzo para recordar. Lo fundamental era establecer un plan de trabajo para comenzar su recuperación, tanto física como emocional.

—Sólo hay una cosa en la que tenemos que ponernos de acuerdo antes de que empiece a trabajar contigo, Kelsey —dijo Alexa—. No me podréis despedir. Quiero un contrato por escrito en el que quede constancia de que mis servicios continuarán hasta que ya no sean necesarios.

—Una jugada muy inteligente —dijo Melissa—. Teniendo en cuenta que Ryan te odia, te despediría en cuanto quisiera si no tuvieras protección legal. Es un gran manipulador.

Alexa tenía la impresión de que tal calificativo era perfectamente aplicable a los padres y a la niña.

—El contrato nos protegerá a todos —espetó, mirando a la niña—. No quiero que Kelsey haga una escenita y provoque mi despido sólo porque no quiera hacer sus ejercicios.

—Nunca haría tal cosa —dijo la niña, sonriendo como un angelito.

—Le diré a mi abogado que prepare el contrato para que esté listo mañana por la mañana —dijo Ryan, con tensión.

—Me gustaría empezar hoy mismo —dijo Alexa, sabiendo que en aquellos casos se necesitaba perseverancia—. No tenemos que usar el equipo de momento. Podemos empezar con ejercicios pasivos.

—Kelsey y yo te esperaremos arriba —dijo Melissa.

Después, empujó la silla de ruedas hacia el ascensor.

Alexa quiso seguirlas, pero la voz de Ryan la detuvo.

—Espera un momento, Alexa.

Ella se dio la vuelta para mirarlo. Hubo un breve silencio antes de que él se aclarara la garganta.

—Melissa dice que te odio, y eso no es cierto.

—Es irrelevante.

—Sin embargo, no es tan irrelevante el odio que tú sientes por mí. A pesar del contrato en el que has insistido, no permitiré que pongas a mi hija en mi contra.

Alexa lo miró, demasiado sorprendida como para sentirse ofendida. Ryan continuó con su pequeño discurso.

—Supongo que lo sucedido no es ninguna casualidad. Le pediste a la doctora Ellender que te recomendara para este trabajo, sin que ella supiera nada de tus razones. Y no has perdido el tiempo desde tu llegada, ¿verdad? En seguida te has puesto del lado de Melissa y has hecho lo posible para que Kelsey se enfadara conmigo.

—¿Por qué demonios iba a hacer algo así?

—Por venganza —contestó con frialdad y dureza—. Has venido para vengarte.