CAPÍTULO 10
ABRIL

Después de varias semanas, llegó abril y con él mi cumpleaños.

Era 10 de abril. Me sentía como parada en un punto de mi vida desde hacía tiempo. Parecía como si estuviese tumbada sobre una tabla de madera, en un mar de aguas tranquilas que me arrastraba hacia ninguna parte y por el que yo me dejaba llevar lentamente y sin rumbo. La sensación era de tranquilidad, pero también de vacío.

Era sábado. Me levanté por la mañana con una sensación extraña. Salí a la calle y me dirigí a una oficina de alquiler de coches. Elegí uno de color blanco. Era el más rápido y de mayor potencia de todos los que tenían, pagué por él para su uso durante un día.

El vendedor me acompañó hasta el lugar donde estaba aparcado y me entregó las llaves. Me senté, puse el motor en marcha y conecté una emisora de radio en la que sonaba música clásica.

No sé cómo ni por qué, tomé una dirección que no sabía muy bien adónde me llevaba. Era como si una fuerza exterior hubiese tomado el control de mi cuerpo y mi mente y estuviese dirigiéndome, como si de una marioneta de guiñol se tratase. Me dejé llevar sin saber realmente adónde llegaría. Después de varias horas conduciendo tranquilamente, paré junto a una bella playa solitaria y tranquila. Aparqué el coche y bajé hasta la orilla.

Respiré profundamente el húmedo y limpio aire del mar. Aquello me devolvió, por unos segundos, a mi vida anterior, a mi primera juventud en aquellos días de playa e ingenuidad. Era el día en que volvía a cumplir años y, una vez más, lo hacía junto al mar.

Llevaba puesto un fular, que extendí sobre la arena y me senté sobre él para observar el lento movimiento de las olas al llegar a la orilla y escuchar el relajante sonido que éstas producían al romper. Me sentí como flotando en un mundo lejano y en soledad. No sabía por qué estaba allí, ni para qué. Simplemente, cerré los ojos para sentir el aroma del mar y saborear el momento de paz.

Al cabo de un rato, noté cómo los círculos empezaban a activarse del mismo modo en que lo hacían cada vez que un peligro importante se hallaba próximo a mí. Aquello me sacó de mi placentera ensoñación. Abrí los ojos. Frente a mí tenía el horizonte y aquellas aguas en movimiento solitario. Miré a mi izquierda y vi que alguien caminaba con los pies descalzos por la orilla dirigiéndose hacia donde yo estaba. A medida que se iba acercando, yo iba notando cómo el poder de los círculos se acentuaba.

Todavía estaba lejos y yo no podía distinguir de quién se trataba.

No sentí miedo.

Poco a poco, la silueta de aquel chico se iba aproximando hasta que pude darme cuenta de quién era. Estaba a varios metros de distancia, pero distinguí su rostro. ¡Era Liam!

Llevaba un pantalón vaquero y una camisa blanca. Las zapatillas las llevaba en su mano izquierda y caminaba de forma pausada.

Me dio un vuelco el corazón. De repente, fue como que toda mi existencia cobraba fuerza. Parecía como si el reloj que estaba parado, empezara a moverse a toda velocidad. Era como que mi vida se reactivaba, como salir de un letargo invernal. Todas y cada una de las células de mi cuerpo recobraban su actividad, todas ellas sentían la intensidad de la presencia de Liam. Y volvió ese maravilloso cosquilleo en el estómago que yo sentía, cada vez que él estaba cerca.

Sonreí mientras me levantaba con la intención de ir corriendo junto a él.

Vi cómo se paraba y pude apreciar el gesto de dolor en todo su cuerpo y hasta en su rostro, a pesar de los metros de distancia que había entre nosotros.

Puse mi mano derecha sobre los círculos para detener su acción. Por encima de todo, yo deseaba abrazar a Liam. Nada era más importante para mí en aquellos momentos que estar junto a él, piel con piel. No tenía miedo. Sabía que podía confiar en él, a pesar de todo lo que me había dicho Amy y de lo que pensaba Alan.

Al desactivar la acción de los círculos, Liam reanudó sus pasos y yo comencé a andar hacia él. Estaba absolutamente hechizada por su presencia, una vez más. Al llegar ante él, ambos nos detuvimos. No había ni medio metro de distancia entre nosotros. Nos miramos a los ojos. Él estaba inmóvil, parecía que no se atrevía a tocarme. Yo estaba completamente obnubilada. Cerré los ojos y fue entonces cuando sentí la caricia de la suave mano de Liam sobre mi mejilla. Nos abrazamos.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, sin hablar, sin movernos, abrazados, sólo sintiendo el amor que brotaba en nuestra piel.

Habría deseado besarle eternamente, pero sabía que todavía Liam no había logrado terminar con el veneno que emanaba de su saliva y que podía ser mortal para mí. De todos modos, no era necesario. Para mí era un auténtico premio, sentirme abrazada a él.

— Te quiero, Aliva —susurró—. No sabes cuánto te he echado de menos.

— Te quiero, Liam —respondí.

Respiró profundamente.

Sentí cómo mi vida estaba anclada en un paréntesis sin sentido desde que él se había ido.

— Los días han sido pura oscuridad sin ti —confesó mirándome a los ojos y sosteniendo mi cara entre sus cálidas manos—. Ojalá pudiera besarte.

— No importa. Ya lo harás cuando no haya ningún peligro. Me basta con estar a tu lado, Liam —respondí sonriendo y sentí cómo brillaban mis ojos con la luz que emanaba de los suyos,… aquellos ojos felinos.

No dejaba de mirarme.

— Amy dice que es peligroso que esté junto a ti —comenté con la voz entrecortada.

— Y es cierto. Ahora mi parte salvaje es muy potente —dijo con tristeza y se detuvo—. Ahora soy muy peligroso —añadió tristemente.

Siguió mirándome con intensidad.

— Yo no te siento así. Para mí eres el de siempre —me apresuré a decir—. Y si no lo eres, yo haré todo lo posible para ayudarte.

Sonrió y cerró los ojos con suavidad.

— Todavía tengo tanto que arreglar —dijo con tristeza, soltándome y dando un paso atrás.

Se quedó mirando al suelo, como absorto en no sé qué pensamientos que le producían un intenso dolor.

— No te vayas, por favor —supliqué suavemente, acercándome a él de nuevo y tratando de coger su mano.

He entrado en una rueda de violencia y riesgo de la que tengo que salir antes de poder regresar junto a ti para siempre, Aliva.

— No te vayas, yo te ayudaré —supliqué una vez más—. Estaré contigo en todos los momentos difíciles y te daré todo mi amor. Estoy segura de que eso acelerará los cambios que necesitas hacer para volver a la vida anterior —dije apresuradamente para tratar de convencerle.

— Las cosas no son tan fáciles, Aliva —respondió con una triste sonrisa en los labios.

— No temo a las cosas difíciles. Temo a la soledad y temo a la distancia entre nosotros. El resto no tiene ninguna importancia para mí. Haré lo que sea para estar contigo —insistí sin dejar de mirarle y hablando a toda velocidad.

— Ahora soy peligroso para ti —susurró con un mar de dolor en su mirada y bajando su rostro.

— Eso no es verdad —le recriminé.

Me aparté unos centímetros de él y le miré con incredulidad.

— Mírate. Estás aquí, junto a mí, abrazándome y hablándome y yo no siento ningún temor. No has hecho nada peligroso para mí. Amy dijo que si yo anulaba mi protección, tú poco menos que te abalanzarías sobre mí y terminarías con mi vida de inmediato y de forma violenta. Pero no ha ocurrido nada de eso. ¿Dónde está el peligro que supones para mi vida? —dije enfadada y elevando la voz.

Bajé la mirada. Aparté el pelo de mi rostro y giré la cabeza hacia la orilla, mostrando mi enojo. Cerré los ojos para contener el enfado.

Él miró al cielo, tratando de encontrar algún tipo de ayuda en no sé qué lugar.

— ¿Para qué has venido?, ¿para crearme la ilusión de estar juntos de nuevo y luego marcharte hasta no se sabe cuándo? —dije retándole con el tono de mi voz y el gesto enfadado de mi rostro.

Apretó los labios. Parecía estar haciendo un enorme esfuerzo por estar junto a mí. Era como si estuviera viviendo una dramática lucha interior.

Tragó saliva y habló.

— He venido porque hoy es un día especial. Es tu cumpleaños y necesitaba estar junto a ti y felicitarte —dijo con ese tono cariñoso y dulce, maravilloso y embaucador que era típico en él.

Levanté los ojos. Y le devolví una mirada de agradecimiento y complicidad que él recogió con sus ojos felinos. Y le abracé.

Fue uno de los momentos más intensos y felices de mi vida.

Pero, en mitad de aquel intercambio de sentimientos puros, escuchamos unos golpes oscuros y sordos sobre la arena de la playa.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco y el sexto. Fueron rápidos, prácticamente sin pausa entre cada uno de ellos.

Eso nos hizo salir de nuestro hechizante abrazo. Ambos nos giramos hacia el lado de la arena. Había seis Daimones colocados en semicírculo frente a nosotros. Nuevamente, presencié la violencia en sus rostros.

De inmediato, Liam me apartó de él y gritó.

— ¡A esto me refería! Sal de aquí, Aliva. Vete. Aléjate y activa tus círculos. ¡Estás sin protección y son seis! —insistió con fuerza, violencia y miedo en su voz.

Me di cuenta de que yo estaba desprotegida, pero que debía alejarme unos metros para no anular su fuerza ni hacerle daño a Liam antes de activar mi protección.

Empecé a correr.

Comenzó una pelea brutal. Atacaban a Liam por todos los lados y, aunque era fuerte y rápido, estaba sólo. Le golpeaban con una violencia y una fuerza sobrehumanas. Pero él se defendía con mayor intensidad, si cabe, frente a cada uno de los golpes. Y se reponía de forma inmediata.

Seguí corriendo y, cuando iba a activar mis círculos, sentí cómo uno de ellos me agarraba por el cuello, con una fuerza terrible. Me levantó y me arrastró volando bajo sobre el agua del mar hasta alcanzar al resto de Daimones con los que Liam peleaba.

Sin soltarme y apretando fuertemente mi cuello, gritó a Liam.

— ¡La tengo! ¡La mataré, maldito bastardo!

Su voz sonaba infernal. Y el dolor que me estaba produciendo era atroz.

— ¡Suéltala ahora mismo, rata inmunda! —respondió Liam con crueldad.

Yo podría haber activado mis círculos para alejar al Daimón, pero no lo hice por temor a que dañaran a Liam. La intensidad de mi escudo era mil veces mayor que hacía unos meses y, sobre todo, aumentaba su poder cuanto más peligrosos eran los Daimones que hubiera cerca de mí. Por eso no quise activarlos, porque pensaba que dañarían seriamente a Liam y entonces, ambos estaríamos muertos ante aquellos seis seres salvajes y sanguinarios.

Los otros cinco Daimones agarraron a Liam inmovilizándole finalmente.

Pensé que había llegado el fin para nosotros dos. Y entonces, escuché la voz de Alan en mi interior.

Activa tu protección. Son muy peligrosos. Protégete, Aliva.

Negué con mi cabeza. Por suerte, el Daimón que me tenía agarrada no entendió qué era lo que yo negaba.

Un segundo después, vi a Alan a unos metros de nosotros. Estaba de pie sobre la arena con las manos abiertas, como enviando algún tipo de energía hacia fuera de él. Emitía una especie de haz de luz muy brillante, que contenía algún tipo de protección que anulaba el poder de los Daimones. A mis ojos, aquella luz se ofrecía como la entrada al paraíso, era bella y poderosa. Sin embargo, a ellos les producía un daño mortal.

El Daimón que me sostenía dejó de hacer fuerza sobre mí y pude soltarme. Me aparté de él rápidamente.

Los otros cayeron desplomados. Y también lo hizo Liam.

Emití un grito sordo al verle caer, pensado que algo horrible podía estar ocurriéndole.

Vámonos de aquí, Aliva —me dijo Alan apresuradamente y cogiéndome por el brazo para sacarme de aquel peligroso lugar.

— ¿Qué le has hecho? —pregunté aterrada mientras me soltaba de su mano.

Fui corriendo hacia Liam y me arrodillé junto a él para asegurarme de que todavía respiraba. La manera en la que se desplomó sobre el suelo me produjo la sensación de que le había perdido para siempre.

— ¿Qué le has hecho? —repetí llorando y completamente destrozada por el dolor.

Cogí la cara de Liam y le levanté la cabeza. Seguía totalmente inmóvil. Le abracé llorando de forma desconsolada.

— Vámonos, Aliva. Sólo nos quedan unos minutos. Lo que he emitido ha sido muy leve, sólo para bloquearles —susurró acercándose a mí y tomando, de nuevo, mi brazo en un intento de que yo me soltara de Liam y le siguiera.

— ¡No! —grité, soltándome de Alan, muy enfadada con él.

Me miró sorprendido y desconcertado.

— ¿Qué le has hecho? —inquirí.

— No le pasa nada, Aliva. Sólo le he anulado por unos minutos. Es el tiempo que necesitamos para sacarte de aquí. Nada más. Dentro de poco se despertará —explicó Alan mirándome sinceramente a los ojos y con mucha calma, a pesar de lo peligroso y urgente de la situación.

Me quedé pensando en las palabras tranquilizadoras de Alan, sin soltar a Liam. Me limpié las lágrimas, me aparté el pelo hacia atrás y le miré.

— Si le dejo aquí, cuando esos Daimones se despierten le matarán —expresé en voz alta mis pensamientos, sin dejar de mirar a Liam.

— ¡Vámonos, ya! —dijo con prisas.

— No, Alan. No me iré sin él —dije con una frialdad y una seguridad desafiantes.

No parecía estar defendiéndose mal cuando llegué —expresó con cierto desprecio—. Se las arreglará.

— Quizás no, Alan. Quizás no —respondí mirándole con un gesto retador.

Estaba enfadada con él.

— Aliva, no te entiendo. De verdad —protestó.

Se dio la vuelta, anduvo unos pasos alejándose de mí. Estaba tratando de comprender qué era lo que yo podía sentir por Liam, qué era tan fuerte como para arriesgar mi propia vida por un Daimón.

Iba negando con la cabeza y mirando al suelo.

— Yo tampoco te entiendo a ti —grité para llamar su atención y que regresase.

Se dio la vuelta más desconcertado todavía que antes. Me miró perturbado.

— Acabo de salvarte la vida —respondió alterado y confuso, levantando sus brazos en medio de su desesperación.

— Se supone que eres un Laerim, ¿no? —dije.

Asintió y encogió los hombros en un gesto de falta de comprensión ante mis palabras.

— Según tú, el amor es lo más importante —argumenté sin soltar la mano inmóvil de Liam.

Alan continuó mirándome sin saber por dónde iría yo con mis palabras. Respiró de forma profunda.

— Absolutamente —contestó convencido de su respuesta y mirándome con intensidad.

— Pues entonces, deberías comprender que le amo con toda mi alma y no puedo dejarle aquí al acecho de esos seis sanguinarios. No me importa lo que él sea, no me importa que ahora esté viviendo un momento tan peligroso. Voy a estar con él, pase lo que pase —dije con la tristeza y la desesperación reflejada en mi rostro, pero con contundencia.

Me detuve para mirar a Liam, con la esperanza de encontrar una forma de sacarle de allí.

Yo no tengo la fuerza suficiente para sacarle de aquí. Pero sé que tú puedes hacerlo —expliqué ahora con un tono mucho más cercano hacia Alan, que era mi única esperanza de salvar a Liam.

Me miró y pude ver en sus ojos el reflejo de la contradicción de sus pensamientos ante mi petición. Le estaba suplicando que me ayudase a salvar la vida de un Daimón. Un Daimón que además era muy peligroso. Porque es cierto que ahora Liam era realmente violento. Y yo estaba arriesgando mi propia vida por ese ser maldito. Para un Laerim una vida pura como la mía era la mayor joya que podía existir en el universo y no podía ponerla en peligro. Les costaba mucho encontrar seres como yo a quienes dedicaban años de apoyo para hacerles Laerim y poner mi vida en peligro no cabía entre las posibilidades para Alan.

— Ayúdame a llevarle al coche. Salgamos de aquí cuanto antes. Te lo pido por favor, Alan —supliqué.

Él cerró los ojos. Después miró al cielo, apretó las manos respirando intensamente. Y por fin, corrió hacia nosotros. Cogió a Liam, lo levantó como si no pesara nada y me miró casi arrepentido por lo que estaba a punto de hacer.

— Sígueme y corre con todas tus fuerzas —me ordenó hablando entre dientes, como tratando de no decir lo que estaba diciendo.

Salimos corriendo. Entramos en el coche. Le di las llaves. Alan lo puso en marcha y condujo a la máxima velocidad que alcanzaba aquel automóvil.

Me alegré de haber elegido el que más corría de todos los que ofertaba la empresa de alquiler.

Estaba nervioso. Conducía mirando a Liam por el espejo retrovisor esperando que, desde el asiento trasero él hiciese algún movimiento peligroso. Pero Liam seguía inmóvil, allí tumbado.

— Aliva. Voy a dejarle unos kilómetros más allá —me indicó, señalando con su mano derecha hacia uno de los lados de la carretera—. Prométeme que te quedarás en el coche y no cometerás ninguna estupidez más —dijo Alan sin dejar de mirar a la carretera.

— Pero —intenté decir, sin éxito porque Alan me cortó de golpe.

— ¡No, Aliva! No hay pero que valga. Le voy a dejar y después, tú vendrás conmigo.

Negué con la cabeza apretando los labios y las manos, mostrando mi disconformidad con la petición de Alan.

— Ahora no puedes estar con él. Le pones en peligro cuando estás cerca —me explicó apresuradamente.

Le miré como mira una niña enfadada que no logra que le dejen hacer lo que quiere. Aunque, en el fondo sabía que Alan tenía razón. Pero lo que él me estaba indicando que hiciera, significaba abandonar al hombre al que amaba, al que más había amado en toda mi vida y al que más amaría por el resto de mis días, a pesar de que ese hombre fuese un Daimón y yo una Laerim, enemigos naturales según el mundo mágico al que yo pertenecía.

— Tú eres una Laerim —dijo.

Sentí que Alan acababa de adentrase en mi mente para leer mis pensamientos.

— Eso ya lo sé —respondí enfadada.

— Sí, pero parece que no te das cuenta de lo que eso significa —me cortó Alan.

Y por vez primera, me pareció que estaba realmente enfadado conmigo y con la actitud que yo había decidido tomar en este tema.

Le miré sin entender qué era lo que me quería decir esta vez.

— Los Daimones sienten tu presencia. Y eso es algo muy seductor para ellos, porque no eres todavía suficientemente fuerte para protegerte del todo frente a sus poderes y a sus peligros. Ellos lo perciben y te hace todavía más atractiva para ellos, porque saben que no puedes matarles —explicó—. A día de hoy, puedes apartarles de ti, pero no puedes destruirles. No lo olvides —terminó.

Y esta vez apartó la mirada de la carretera y se giró para ver cuál era mi reacción a lo que me estaba diciendo.

Yo tragué saliva, porque entendía el significado de sus palabras.

— Pueden pensar en la posibilidad de matarte. Y matar a un Laerim es lo que les proporcionaría el poder máximo y les haría invencibles. Por eso eres tan atractiva para ellos —me explicó Alan—. Y encima, tú te permites andar por ahí anulando tu protección ante la presencia de siete Daimones.

Me quedé pensativa, ahora empezaba a comprender muchas cosas.

Reconozco que no me gustó nada que Alan dijera “siete Daimones”. Para mí había seis, porque yo no podía ver a Liam como un Daimón, como uno más de esos seres sanguinarios, violentos y brutales. No lo era ante mi corazón, ni ante mis sentimientos.

Y yo había aprendido de los Laerim a escuchar a mi corazón. Pero entendía que para Alan, Liam sí fuese un Daimón.

Volvió a mirarme mientras continuaba la explicación que me estaba dando para que yo fuese consciente del peligro que corríamos.

— Aliva. ¿Por qué te crees que vine aquí? Porque necesitas nuestro apoyo y nuestra protección hasta que seas más fuerte. Y para eso, se requiere tiempo —dijo con ternura, esta vez.

Detuvo el coche. Me miró.

— Le voy a dejar ahí —señaló un bosque.

Miré al lugar donde Alan me indicaba. Era un bosque denso, frío y oscuro. Las ramas de los árboles no dejaban pasar los rayos de sol. Me pareció un lugar triste e inhóspito. Era el último lugar donde yo abandonaría a un ser amado.

Negué con la cabeza, en un intento de evitar la separación, una vez más. Y porque además, temía por Liam.

Es muy fuerte. No creo que le pase nada. Pero no podéis estar juntos ahora —me cogió del brazo—. ¿Lo comprendes?

Me miró con cariño, aunque tratando de averiguar en mis ojos algo que le permitiera entender mi comportamiento y mi relación con Liam. Ese ser que para Alan era algo terrible: un Daimón. Sin embargo, para mí era el amor puro, la más alta representación del sentimiento más sincero que jamás había surgido en mi corazón.

Negué una vez más, sin poder hablar, desconcertada por aquella nueva separación y por el peligro que acechaba a Liam. Aunque, en el fondo de mi alma sabía que Alan tenía razón. Me sentí triste e impotente ante aquella horrible experiencia que estaba viviendo.

Alan continuó tratando de explicarme la realidad tal y como era, porque se daba cuenta de mi ingenuidad o de mi inconsciencia ante el peligro, dejándome llevar por mi obstinación con respecto a Liam.

— Cuando estás con él, anulas siempre tu protección para evitarle ningún daño a él. Y eso es como una llamada a otros Daimones que sienten una salvaje atracción hacia ti —me explicó—. Es exactamente lo que ocurrió en la playa.

Bajé la mirada, me daba cuenta de que Alan tenía razón y de que hacía todo aquello con un único objetivo: protegerme. Pero era un precio muy alto el que tenían que pagar mis sentimientos a cambio de esa defensa.

Alan sabía que yo estaba sufriendo de verdad ante aquella separación. El tiempo corría y eso era peligroso. Así que tomó acción. Cogió a Liam, todavía inmóvil, y desapareció a una velocidad que mis ojos fueron incapaces de apreciar.

De repente, me vi sola en el coche, en mitad de una carretera solitaria y sin Liam. Los minutos siguientes estuvieron cargados de angustia, la sensación era como si se me helase el corazón. El día de mi cumpleaños, que había amanecido soleado y radiante en Nueva York, se había vuelto oscuro, frío, húmedo, triste y solitario en medio de un lugar ubicado en ninguna parte, al que probablemente, ni siquiera sabría cómo volver.

Además, Liam ya no estaba allí y yo no había tenido la oportunidad de despedirme de él, de darle un beso o de acariciarle antes de perderle de nuevo.

Poco después, Alan regresó. Venía sólo. No quise ni imaginar qué habría hecho con Liam o dónde le habría dejado abandonado a la suerte de no sé qué tipo de peligros. Cómo le explicaría yo después a Liam que le había dejado desamparado e indefenso. Con qué cara le podría mirar después de un acto tan despreciable por mi parte. Yo pensaba que le había traicionado. Y probablemente él también lo pensaría cuando despertase en aquel oscuro rincón del mundo. Él había estado a punto de dar su vida por salvarme de los seis Daimones hacía sólo unos minutos y yo era capaz de abandonarle en ese espantoso lugar por proteger mi vida. Me sentía mal conmigo misma.

El dolor que me produjo aquello fue casi tan profundo como el que sufrí cuando, unos años antes, decidí despedirme de Sara y Samuel para siempre. Pero ahora había una diferencia significativa: yo había dejado a Liam en peligro en un lugar apartado de todo y en un estado de salud que probablemente le había debilitado en exceso.

Pensé, una vez más, qué sentiría Liam cuando despertase y se viese allí sólo; cómo iba a comprender dónde estaba y cómo iba a resolver para salir de ahí sano y salvo.

En mi cabeza sólo había preocupación y dudas. Y por encima de todo, afloraba un sentimiento de culpa como nunca antes había tenido en mi vida, porque me consideraba egoísta. Había renunciado a estar con Liam, a salvarle y a ayudarle sólo para proteger mi vida. Pero mi vida ya no tendría sentido si él no estaba conmigo.

Alan apreciaba mi tristeza y mis sensaciones tan profundamente, que entendió que era mejor mantener el silencio hasta que yo decidiese romperlo. Así pues, puso el motor en marcha y sin mediar palabra inició la conducción hacia Manhattan.

Fueron varias horas en carretera, todo el tiempo me mantuve en silencio, sin apartar la mirada del cristal. Pero la verdad es que no fui capaz de fijarme en nada en concreto. De hecho, no sería capaz de recordar ni describir nada de lo que vieron mis ojos durante aquel trayecto de regreso a casa. Mis pensamientos estaban sólo ubicados en un único lugar: la soledad y la tristeza por el abandono de Liam. Me parecía que éste era el acto más egoísta que había realizado en toda mi vida.

Después de varias horas, entramos en la gran manzana. Era ya de noche y la ciudad brillaba con sus luces de múltiples colores e intensidades. Me sentí arropada por el calor de su luz,… pero sola.

Alan llevó el coche hasta el lugar donde había que devolverlo a la empresa de alquiler. Nos bajamos, él se encargó de los trámites necesarios para la devolución de las llaves y yo le seguí como un alma en pena, sin decir nada.

Empezaba a bajar la temperatura y sentí frío, pero no tanto como el que sentía mi corazón desde que había abandonado a Liam en aquel oscuro bosque de un lugar perdido en ninguna parte.

Alan me miró, puso su brazo sobre mis hombros para darme algo de calor, tanto físico como espiritual. He de reconocer que se lo agradecí sinceramente, pero no fui capaz de emitir una sola palabra. Caminamos así hasta mi casa. Al llegar me preguntó si necesitaba que estuviese por allí cerca o si prefería que me dejase espacio para mí misma.

Le respondí, por primera vez después de tanto tiempo en silencio.

— Prefiero algo de espacio, Alan. Pero no estés muy lejos, por favor. Ahora, más que nunca te necesito. Me siento triste y débil —respondí con un pequeño hilo de voz.

— No va a pasar nada. Tranquila. Descansa en el calor de tu hogar —me dijo sonriendo con dulzura.

— Gracias. Sé que lo has hecho por mí, sé que has puesto tu propia vida en peligro por mí y eso te lo agradezco, de verdad — le dije mirándole a los ojos.

Sonrió, apretando los labios.

Pero, ahora estoy muy triste. No sé qué será de Liam —dije mientras una lágrima corría por mi mejilla y apartaba mi mirada de los ojos de Alan, buscando alguna respuesta en el cielo iluminado por la tenue luz blanca de la Luna.

— Le he dejado en un lugar donde no le encontrarán los otros Daimones, te lo aseguro —dijo acariciando mi cara con un amor fraternal.

Cerré los ojos para no imaginar el peligro.

— Es más fuerte de lo que piensas y tiene más poderes de los que puedas suponer. No le pasará nada. Confía en mí —dijo Alan.

— Gracias por tus palabras. Me reconfortan, de verdad —dije hablando despacio y sin fuerzas.

Me acerqué a él, me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla. Él sonrió.

— Buenas noches. Descansa. Estaré atento por si soy necesario —dijo y puede percibir el cariño en su modo de hablarme.

— Buenas noches —respondí—. Gracias.

Entré en mi edificio. Subí a casa, entré en mi habitación y me preparé para ir a dormir. No quería seguir dejando a mi mente recordarme el acto tan despreciable que había cometido con el ser al que más amaba en este mundo.

Nunca olvidaría el día de mi cumpleaños. Aunque, realmente me habría gustado poder borrarlo de mi existencia.

Aquella noche tuve una pesadilla. En mis sueños vi cómo unas hienas devoraban a Liam en mitad de un oscuro barrizal, hasta convertirlo en nada. Me desperté gritando y con el rostro y los ojos llenos de lágrimas. Mi respiración era acelerada y el ritmo de mi corazón demasiado rápido.

Me quedé sentada en la cama durante unos minutos hasta que todo mi cuerpo fue recuperando su equilibrio normal. Después volví a tumbarme, aunque me resultó imposible dormir. A mi mente venían las imágenes de Liam y yo abrazados en la orilla de aquella playa, cuya melodía seguía sonando en mi alma. Y después, imaginaba los más temibles peligros que podría estar sufriendo Liam en ese bosque aterrador. También pensaba en lo que él sentiría hacia mí. Probablemente, me guardaría rencor por haberle abandonado, por haber realizado un acto, desde mi punto de vista, tan egoísta.

Durante un buen rato seguí atormentándome con esos pensamientos reverberantes.

Finalmente, me levanté de la cama. Todavía era de madrugada. Cogí un libro de la estantería y decidí calmar mi tristeza y mi soledad en la magia de una historia de amor, que era lo que contenían las páginas de aquella novela.

Pero no conseguí evadirme.

Amaneció un nuevo día y con él la esperanza de tener alguna noticia sobre Liam. Eso no ocurrió. Ni tampoco en los días siguientes.

Así fue pasando el tiempo con esta sensación de vacío.

Un día estando en clase, vi que Amy me estaba llamando al móvil. Me levanté, hice un gesto al profesor para indicarle que necesitaba abandonar el aula. Él me miró y asintió sin dejar su explicación. Salí y respondí inmediatamente la llamada.

— ¿Amy? —dije.

— Hola, Aliva —su voz sonaba triste.

— Hola, dime.

— Hace muchos días que no sé nada de Liam. Le llamo y no consigo hablar con él. La última vez que hablamos me dijo que quería verte, iba a ser tu cumpleaños y necesitaba estar cerca de ti. Le dije que tuviera cuidado, que era muy peligroso. Pero quería hacerlo y supongo que no pude pararlo —me explicó y se detuvo esperando mi respuesta, para confirmar si nos habíamos visto o no.

— Nos vimos, Amy. Pero ocurrió algo horrible —susurré con la voz entrecortada, bajé la mirada y cerré los ojos tratando de evitar ese recuerdo espantoso.

— Cuéntamelo, Aliva, por favor —se apresuró a decir.

Aparecieron seis Daimones. Nos atacaron, estábamos a punto de morir en sus manos los dos, cuando llegó Alan y emitió algún tipo de energía que los paralizó a todos… incluido Liam —dije y me detuve otra vez.

Respiré profundamente para tomar fuerzas antes de continuar con la parte más desagradable para mí.

— Le pedí a Alan que sacásemos de allí a Liam. No quería, pero le convencí. Nos metimos en el coche y Alan condujo hasta un bosque oscuro y frío —describí, todavía con los ojos cerrados y en voz baja para que nadie pudiese escucharme, aunque en los pasillos no había nadie en aquel momento.

— Continúa, Aliva por favor —dijo Amy.

— Alan le cogió y le llevó a algún lugar de ese bosque, no sé exactamente dónde. Después regresó y me tranquilizó diciéndome que era fuerte y estaría bien —tragué saliva—. Y desde ese momento, no he vuelto a saber nada de él, Amy —dije y estallé a llorar al fin.

Metí mi mano en el bolsillo del pantalón vaquero, como para protegerme de algo. Me eché atrás y me apoyé en la pared.

— Tienes que decirme dónde está ese bosque —dijo y esta vez su voz sonaba preocupada y apresurada, mucho más de lo que era habitual en ella.

— ¿Por qué? No sé si sabría volver —dije angustiada.

— Sabrás, Aliva —afirmó ella con absoluto convencimiento.

En ese momento, escuché el barullo de los chicos y chicas que empezaban a salir de las aulas. Acababa de terminar la clase y todos salían entre un gran alboroto.

— Ven a DEAL NYC esta tarde, por favor. Iremos juntas, tengo que saber dónde le dejaron exactamente —me indicó Amy y su voz seguía sonando muy preocupada.

— Claro. Allí estaré. ¿A las cuatro? —respondí asustada.

Me sentía muy aturdida, pero eso no era ningún impedimento para que me quedara pensando en algo que había dicho Amy.

¿Por qué dices “le dejaron”? Sólo estaba Alan con nosotros. Fue él quien le llevó allí, Amy —expliqué tratando de salir de esta incertidumbre.

— ¿Estabas con él cuando le dejó? —me preguntó muy seria.

— No, realmente. Me dijo que me quedase en el coche porque no había tiempo y él es mucho más veloz que yo —dije muy preocupada y frotándome la mejilla para calmar mi angustia.

— Bueno, no te preocupes Aliva. Nos vemos a las cuatro —y cambió el tono de su voz, tratando de transmitirme tranquilidad.

Amy me conocía muy bien y sabía cómo hablarme para calmarme en momentos de angustia como éste.

— Todo va a ir bien, Aliva. Ya lo verás —añadió y sentí una sonrisa de cariño en su voz.

Apreté los labios y elevé una pequeña sonrisa en un intento de tranquilizarme a mí misma y de devolverle a Amy el calor que ella me transmitía.

Colgué el teléfono y vi que Angie y Alan salían de clase. Se acercaron a mí. Observé la preocupación en sus rostros.

— ¿Estás bien? —preguntó Angie, cogiendo mi brazo derecho y mirándome fijamente.

— ¿Eh? … sí, sí. Creo que sí —respondí desconcertada.

— ¿Quién era, Aliva? ¿Quién te ha llamado? —me preguntó Alan.

— Era Amy —le respondí con un hilo de voz, casi sin levantar la mirada del suelo.

— ¿Ha ocurrido algo? Estás pálida —indicó Angie— ¿Quieres que vayamos a la cafetería y tomamos algo? Tal vez así te repongas —propuso indicando la salida hacia la cafetería.

— Sí, vayamos a tomar algo. Creo que me vendrá bien —dije, al tiempo que cerraba los ojos y los apretaba para salir del aturdimiento en el que me hallaba, tras la conversación con Amy.

Fuimos los tres hasta la cafetería. Estábamos en la cola para escoger la comida, con las bandejas en la mano. Angie iba delante, yo en medio y Alan estaba detrás de mí.

— ¿Puedo preguntarte qué te ha dicho Amy?, ¿qué quería? —dijo Alan.

Creo que Angie no le escuchó debido al barullo.

— No ha sabido nada de Liam desde el día de la playa. Está preocupada —respondí tratando de que Angie no nos oyera.

Ella iba un paso más adelante tratando de abrirme camino para llegar rápido.

— ¿Y qué le has dicho? —preguntó en voz baja.

— Le he contado lo que ocurrió —le miré con cierta desconfianza ante la pregunta que me acababa de hacer.

Asintió y no dijo nada.

— Voy a ir a DEAL NYC esta tarde, hemos quedado para que yo le indique el bosque donde le dejamos —expliqué.

— Aliva. Es peligroso. No entiendo esta tendencia tuya a estar entre Daimones todo el tiempo —dijo en voz baja, pero que sonaba a reprimenda.

— Amy no es un Daimón —respondí enfadada.

Me di la vuelta para darle la espalda a Alan. No me gustaba la manera en la que se refería a Amy, que para mí era algo así como una hermana.

— Lo siento —dijo acerándose a mi oído desde atrás.

Asentí sin girarme a mirarle.

Pagamos en la caja y nos fuimos los tres a una mesa. Yo había elegido una ensalada, unos frutos secos y un té con unas galletas de soja.

Empecé a comer, sin hablar.

— ¿Has sabido algo de Liam? —me preguntó Angie.

Mi amiga me conocía y sabía que mi estado de ánimo tan abatido sólo podía estar relacionado con algo relativo a Liam.

— He hablado con él algunas veces, pero todavía tardará en volver. La enfermedad de su hermano le retendrá allí por un tiempo más —le conté la historia que Amy había explicado en el gimnasio y que era la versión oficial sobre la ausencia de Liam.

— Lo siento —respondió Angie apenada.

Cuando estaba terminando la ensalada, fueron llegando el resto de mis amigos y se fueron incorporando a la misma mesa en la que estábamos nosotros. La conversación se fue desviando hacia temas relativos a la clase que acabábamos de tener y al trabajo que había pedido el profesor para la semana siguiente. Empezamos a repartirnos tareas entre todos para llegar a tiempo con ello.

Volvimos a la última clase que nos quedaba en el día. Yo estuve ausente todo el tiempo. En mi mente retumbaban las palabras de Amy. Empezaba a ser consciente de que, tal vez, Alan no me había dicho toda la verdad; no me había contado todos los detalles sobre lo que había hecho con Liam en esos minutos en que me quedé esperando en el coche. Sentía desconfianza hacia Alan. Pero por otro lado, era un Laerim y eso significaba que era como yo y que, además era alguien bueno. Alan era mi mentor y mi protector, el que había sido enviado por los Laerim para ayudarme en estos primeros momentos de mi nueva vida, hasta que yo hubiera desarrollado todo el poder que se supone que tenemos los de nuestra especie y pudiera cuidar de mí misma en un mundo de asombrosos peligros y de seres mágicos.

Al salir de clase, Alan dijo que me acompañaría para asegurase de que yo llegaba bien a casa. Angie me dio un beso y me pidió que descansara y me cuidase.

En el camino hacia DEAL NYC, Alan me dijo que no lo hiciera, que no fuese con Amy al bosque porque era peligroso.

— ¿Dónde está Liam? ¿Dónde le dejaste? Por favor, dime que está bien, Alan —supliqué apretando sus manos para obligarle a darme la respuesta que yo necesitaba.

— Le dejé en un lugar donde nadie pudiera hacerle daño, te lo aseguro Aliva —respondió él, mirándome fijamente.

He de reconocer que yo creía lo que Alan me decía, a pesar de que tuviera esta fuerte sensación de incertidumbre sobre lo que estaba ocurriendo y sobre el mundo al que yo pertenecía.

Alan sabía que yo estaba en un mar de dudas. Me miró, como debatiéndose entre varias posibilidades. Noté que había algo que pensaba hacer o decir, pero que estaba valorando si era el momento o si merecía la pena.

— ¿Qué pasa, Alan? —le pregunté.

Me miró, todavía en su debate interior. Me indicó que fuésemos a un pequeño parque, que estaba en una zona poco transitada y en el que había un agradable silencio alrededor, en aquel momento del día.

Nos sentamos en un banco de los que había en el extremo norte del parque, bajo un árbol muy alto que estaba floreciendo en aquella época del año.

Alargó su mano para que yo le diese mi brazo izquierdo, en el que tenía mis círculos. Yo no sabía qué pretendía Alan, pero confiaba plenamente en él y le dejé hacer.

Él tomó lentamente mi brazo y lo puso sobre el suyo, de forma que mis círculos y los suyos quedaron en contacto directo unos con otros. Eran exactamente iguales, encajaban como si se tratase de dos piezas de un mismo puzle.

En el momento en que sus círculos y los míos estuvieron en conexión, sentí una fuerte descarga de energía. Al principio, fue como un choque y a continuación se convirtió en una sensación placentera.

Alan cerró los ojos. Yo hice lo mismo.

En voz baja, como en un leve susurro, me habló despacio.

— Observa lo que te voy a mostrar. Mira, escucha y siente, Aliva. Pero no participes —dijo con los ojos cerrados.

Recuerdo con enorme intensidad la sensación de paz que experimentó todo mi ser, desde el momento en que nuestros círculos entraron en conexión. Jamás había sentido algo así en mi vida hasta ese día. Respiré profundamente y me dispuse a entrar en la escena a la que me invitaba Alan, utilizando sus poderes Laerim.

Pude ver un lugar completamente desconocido para mí. Era de día, el sol brillaba con gran intensidad, tanto que sentí que me deslumbraba aquella potente luz que producía. Podía escuchar el hipnotizador sonido del silencio acompañado de un suave viento. Y me llamó la atención el colorido de las flores que había por todas partes.

Recuerdo perfectamente la existencia de un árbol enorme con un tronco inmenso, que sólo podría ser rodeado por más de veinte personas en círculo, unidos unos con otros por sus manos. El árbol, que era de una especie que yo no había visto jamás, tenía una enorme copa y unas hojas de color rojizo con unas pequeñas y aromáticas flores blancas, que se movían suavemente con el viento que soplaba en aquel mágico lugar al que Alan me había permitido acceder.

Seguí observando atentamente la escena. Detrás del árbol se veía la sombra de un ser humano. Creo que, de alguna manera no sé cómo, pude aproximarme más y me di cuenta de que la sombra no pertenecía a un ser humano, sino que había dos personas.

Alan hizo un movimiento extraño con su brazo y entonces pude ver a través del tronco de aquel árbol milenario.

¡Era Liam!

Estaba abrazado a una chica. Me dio un vuelco el corazón. Creo que grité: ¡No!

Aunque también estoy segura de que sólo Alan me escuchó. Parecía que Liam y esa chica eran totalmente ajenos a mi presencia.

Mi sentimiento fue doble. Por un lado, mi corazón se alegró y se tranquilizó al ver que Liam estaba con vida en alguna parte y además se encontraba a salvo. Por otro, me consternó ver a Liam abrazado de aquella forma a otra chica que no era yo. He de reconocer que, por primera vez en toda mi vida, sentí celos.

Y no me gustó esa sensación.

No pude ver el rostro de ella, que se encontraba apoyada sobre el pecho de Liam y arropada entre sus brazos. Era más pequeña que él, delgada y tenía el pelo oscuro y largo. Pero no apreciaba bien sus rasgos, porque su cara se hallaba oculta entre los brazos de Liam. No pude reconocer en ella a nadie que figurase entre mis recuerdos. Por eso, supuse que se trataba de alguien a quien yo no había conocido nunca.

La escena era tan vívida para mí, que pude apreciar el sentimiento de intenso amor que emanaba del corazón de Liam hacia aquella chica. Era un amor puro, profundo, inmenso, generoso, paciente, pero apasionado y arrollador al mismo tiempo. Por unos instantes, lo pude sentir con la misma fuerza que lo vivía Liam. Fue como entrar en sus propios pensamientos y sentimientos. Pude apreciar que la amaba más que a su propia vida, más que a sus propios ideales y valores. Ella era todo para él. Era el centro de su existir y la sentía como el regalo más preciado y maravilloso que le había hecho la vida. Estaba dispuesto a darlo todo por ella, a protegerla de cualquier peligro, a cuidarla por toda una eternidad. Sólo quería estar junto a ella. Era la razón de su existir, era el aire que llenaba de energía todo su ser. Ella era todo para él. Nada ni nadie en el mundo podría amar a otro ser con la intensidad, el ardor, la fuerza, la generosidad, la humildad, la bondad, la energía y la pureza con las que Liam amaba a aquella chica morena, cuyo rostro quedaba oculto entre sus brazos.

Era un sentimiento casi igual al que yo había experimentado hacia él desde el mismo instante en que se cruzó en mi camino. Pero en el caso de Liam, pude apreciar que era incluso más extremo en todas sus connotaciones que el mío hacia él. La amaba por encima de todas las cosas.

Fue una experiencia inmensa. Pude sentir el amor tal cual lo sentía él, más allá de cualquier límite y ante todo, un amor absolutamente puro. He de reconocer que la sensación que pude experimentar era definitivamente placentera.

Es bello llegar a sentir un amor así por alguien. Es muy bello.

Sin embargo, y al mismo tiempo, la angustia se iba instalando en todo mi ser. Pero Alan me transmitía la calma necesaria para continuar en aquel lugar del que, en condiciones normales, habría salido huyendo, sumida en el dolor y la tristeza por ver al ser al que tanto amaba, abrazado a otra chica y sintiendo un amor tan profundo e intenso hacia ella, como percibí que sentía Liam.

Supuse que se trataba de una Daimón como él. Y probablemente, por esa razón no había barreras para su amor.

A continuación, se dieron la vuelta y se tumbaron sobre la hierba mojada de aquel paraíso. Él volvió a abrazarla suavemente y el rostro de ella se perdió entre sus brazos, quedando oculto para mí, una vez más.

Ellos no podían verme. Era como si me hubiese colado en su espacio de una forma invisible, que a mí me permitía presenciar toda la escena, incluso sentirla con la misma intensidad que Liam, pero yo no existía para ellos. Parecía como si yo me hubiese filtrado en la mente de Liam y estuviese experimentando la escena tal y como la estaba viviendo él.

No sé cuánto tiempo pasé allí. Sé que fue una experiencia vívida, impresionantemente real.

Al cabo de un rato, escuché la voz de Alan que me hablaba suavemente.

— Aliva, vuelve —susurró.

Abrí los ojos. Mi mirada era como ausente.

No dije nada.

Alan levantó mi brazo y noté cómo mis círculos se separaban de los suyos. Por suerte, la sensación de paz y calma se mantuvo en mí durante bastante tiempo.

Él bajó la manga de mi jersey tapando completamente mi brazo. E hizo lo mismo con el suyo.

Esperó un poco para observar mi reacción.

— ¿Estás bien? —me preguntó y parecía extrañado.

Ladeó un poco su cabeza para percibir cada uno de mis gestos y entender su significado.

Yo seguí mirándole.

— Quiero irme a casa —le dije con frialdad.

Alan asintió. Se levantó y me cogió de la mano para ayudarme a que me levantara.

El camino hasta mi casa transcurrió en silencio y creo que en ningún momento aparté la mirada del suelo. Yo sólo pensaba en que Liam estaba con otra chica y que era evidente que sentía un profundo amor por ella. Todas mis ilusiones y mis esperanzas sobre la posibilidad de volver a estar a su lado y vivir juntos una vida eterna se iban desvaneciendo, poco a poco.

Busqué las causas que podrían haber llevado a Liam a olvidarme hasta un extremo tal que pudiera amar a otra chica con la misma intensidad con la que yo había sentido que me amaba a mí en el pasado. Entre mis pensamientos surgía un sentimiento de culpa por haberle dejado abandonado en aquel lugar horrible para salvar mi propia vida. Pensaba que había sido egoísta y que Liam no me habría perdonado aquella decisión.

Pero al instante, me pregunté si tal vez, esa chica ya estaba en su vida antes. Dudé de él y de su sinceridad conmigo en los días en los que estuvimos juntos, aunque rápidamente abandoné esa idea porque mi confianza en Liam siempre había sido plena y quería que siguiese siéndolo.

También me pregunté si se trataría de alguna estrategia utilizada por Alan para hacerme olvidar a Liam y así alejarme definitivamente de los Daimones y del peligro que significaban para mí, mientras siguiera enamorada de uno de ellos. Pero veía a Alan y sabía que no haría algo así. Era un Laerim y estaba allí para ayudarme y para protegerme, jamás utilizaría el engaño para hacerme cambiar de opinión. Comprendí que Alan me proporcionaba aquella información para que yo pudiera tener una idea completa de la realidad y de este modo, tomar mejores decisiones.

También pensé que tal vez, Alan siempre tuvo razón cuando me explicaba que había Daimones que eran capaces de crear hechizos envolventes y muy poderosos para hacerse con la energía de los seres humanos que atrapaban con sus poderes mágicos. De repente, empecé a creer que era posible que Liam me hubiese hecho algún tipo de sortilegio en el que yo había caído hasta el fondo.

Esta idea comenzaba a tener sentido. Quizá todo fue un sueño del que estaba a punto de salir para siempre.

Ahora me sentía herida. Pensaba que había sido una ingenua, que me había dejado atrapar por la magia de un Daimón del que me había enamorado perdidamente y para siempre. Estaba decepcionada, contrariada y desencantada. Me hallaba en medio de una tempestad de sentimientos contradictorios y de teorías extremas para explicar lo que había vivido unos minutos antes en el parque.

Si una cosa tuve clara es que estaba experimentando el desamor, por primera vez en mi vida. Además, estaba cada vez más segura de que todo había sido algún tipo de engaño que me había roto el corazón. Sin embargo, no podía odiarle o sentir nada negativo hacia él. Era conmigo misma con quien estaba enfadada por haberme dejado embaucar tan fácilmente y por no haber hecho ningún caso a todas las advertencias y consejos de Alan y de las voces de todos mis seres queridos, cuando trataron de protegerme y alejarme de él, avisándome del peligro.

No sé cómo, pero en medio de esta inquietud, decidí que iba a tomar las riendas de mi vida de una vez por todas e iba a tomar mis propias decisiones.

La primera de ellas fue no acudir a la cita que tenía con Amy en DEAL NYC, porque estaba convencida de que era una pieza más del engaño. Temía que si la acompañaba hasta el oscuro y frío bosque, volvería a perder el rumbo y me iba a dejar seducir una vez más por el poder de esta Daimón, al parecer disfrazada de humana, que jugaba conmigo igual que lo hacía su hermano. Había perdido la fe en que Amy y Liam fueran diferentes a lo que Alan me había avisado sobre los Daimones.

Me entristecí al descubrir un final sobre el que había sido avisada por Alan y por todos mis seres queridos y ante el que yo me había revelado desde siempre, cegada por un sentimiento de amor profundo y puro por un ser de una especie maldita, por un ser de un linaje enemigo.

Poco a poco, a medida que iba descubriendo todas las piezas y con qué facilidad encajaban unas con otras, me fui sumiendo en una agonía que me ahogaba. ¿Cómo no me había dado cuenta de todo? ¿Cómo había puesto en peligro mi vida y tal vez otras vidas de los de mi alrededor, por mi ceguera?

De forma disimulada, observé a Alan. Me daba cuenta de que él me miraba sin entender qué me estaba pasando, mientras en mi mente se estaba produciendo un auténtico bullicio de ideas y pensamientos que me estaban permitiendo descubrir el engaño del que había sido víctima. Me estaba enfrentando a la verdad, a pesar de la dureza de aquel descubrimiento que tanto me dañaba el alma.

Busqué a mi Luna en el negro cielo con la esperanza de que ella me ayudase a vislumbrar la realidad auténtica de lo que había visto y sentido en aquella especie de incursión en la vida de Liam. Esperaba que mi Luna fuese esa especie de oasis en medio de un largo desierto. Pero nada me ayudó en aquel laberinto de pensamientos. En medio de toda mi lucha interior, me vi como un náufrago a la deriva.

De forma inesperada, escuché la voz de mi abuela, diciéndome lo mismo que le escuché decir en la noche de la Luna mágica, cuando decidí venir a Nueva York. “Aliva, lo vas a conseguir, vas a ser feliz. Ya lo verás”.

Escuchar la melodía de la voz esperanzada de mi abuela me ayudó a sacar la fuerza que necesitaba para tomar decisiones. Miré al cielo y le devolví una leve sonrisa, porque le agradecía su susurro y su apoyo, una vez más, para que yo pudiese seguir adelante.

En ese instante me reafirmé en mi decisión: no iría a DEAL NYC, como le había dicho a Amy. Definitivamente, iba a cerrar esta puerta en mi vida. Estaba cada vez más convencida de que había sido víctima de un poderoso hechizo del que me iba a resultar difícil salir en mucho tiempo, pero todo parecía tener sentido ahora.

Me invadía la tristeza, estaba apenada, decepcionada y angustiada. Sin embargo, es curioso, pero no derramé una sola lágrima. Creo que gracias a que no me derrumbé en el llanto, cogí fuerzas suficientes para dar el paso definitivo.

Cuando estábamos a sólo dos manzanas de mi casa, hablé. Ahora que ha pasado el tiempo, con la distancia que eso me ofrece para observar lo ocurrido con objetividad, ni siquiera sé si habló mi yo consciente o mi yo más inconsciente. Creo que fue el segundo, en un último intento por reconducir mi vida y salvarme del abismo de la oscuridad que había invadido todo mi ser, incluida mi alma, aquella noche.

— Quiero irme de aquí, Alan —le dije con absoluta firmeza.

Alan se detuvo y me miró desconcertado, por primera vez. Me extrañaba su comportamiento, porque yo estaba segura de que él había visto lo mismo que yo. Pero no le pregunté. Quizá porque temía oír lo que yo ya había descubierto en mis pensamientos y escucharlo en voz alta iba a ser como una daga que se hundiría en mi cansado corazón.

— ¿Y a dónde quieres ir?

— A la Tierra de los Inmortales —respondí con contundencia y con la cabeza alta.

Creo que lo dije con gran solemnidad.

Alan se quedó estupefacto. Abrió ampliamente los ojos y elevó las cejas, mostrando su sorpresa.

— Es allí donde siempre debí estar. Tenías razón, Alan —afirmé—. Es mi lugar en el mundo, junto a los míos —me detuve un segundo y después continué—, junto a los Laerim.

Alan respiró profundamente y sonrió con orgullo, mostrando su felicidad ante mi decisión. Entendió que, cuando vi que Liam estaba bien, me había dado cuenta al fin, de que era el momento de iniciar esta nueva etapa de mi vida. Supe que eso era lo que él pretendía con la experiencia que me había permitido vivir en el parque a través de la fuerza de sus círculos.

Me abrazó con enorme alegría.

— ¿Y cuándo quieres ir? —me preguntó emocionado.

— Terminaré el curso y después quisiera que me llevases allí, Alan —dije con absoluta convicción—. Una vez me dijiste que cuando yo te lo pidiese, me llevarías hasta ese lugar.

Sonrió con satisfacción.

Es una buena decisión —respondió y me abrazó.

Yo sabía que estaba huyendo hacia delante. Y era la segunda vez en mi existencia que lo hacía, pero no quería quedarme anclada en una realidad que ya no tenía ningún sentido para mí y que lo único que iba a conseguir, si me quedaba, era hacerme daño a mí misma. Necesitaba seguir creciendo como ser humano y sabía que, más tarde o más temprano, encontraría mi camino auténtico, aquel en el que no necesitaría nada más que lo que tuviese conmigo para ser feliz y vivir una vida plena. Intuía que tal vez, las circunstancias se estaban configurando de manera que yo estaba tomando decisiones que me llevaban hacia el que era mi mundo verdadero.

Fue una decisión tomada de forma racional, creo que la calma que todavía sentía en todo mi cuerpo fue lo que me permitió ser coherente y firme en mi elección y no hundirme en el llanto de la tristeza por la pérdida definitiva de Liam.

De haberme hundido en el lamento y la desolación que me producía la amargura y el dolor por lo que acababa de descubrir, probablemente mis decisiones se habrían visto teñidas de incertidumbre y miedos o de esperanzas y falsas ilusiones, por un amor imposible que se había colado en la fantasía de mis pensamientos. Y seguramente no habría tenido el valor de tomar estas decisiones, que en aquellos momentos sabía que eran las más adecuadas en mi camino de búsqueda de la felicidad, esa felicidad que mi abuela me animaba a conseguir con su confianza en que yo podría alcanzarla.

Después de ese día, preparé todo para desaparecer durante un largo período de tiempo. Por segunda vez en mi vida, empezaba una nueva etapa. Y sabía cómo tenía que hacer las cosas para no despertar sospechas entre mi círculo de amigos, que eran humanos totalmente ajenos a la existencia de ese mundo mágico al que yo pertenecía.

Me despedí de todos, sin generar dudas sobre el nuevo rumbo que iba a tomar mi vida.

Parte de mi corazón se quedó entre mis amigos de la universidad. Nunca más les volví a ver. Pero algunos fragmentos de todo lo que me regalaron siguen hoy conmigo, en mi corazón. Y espero haberles dejado una huella bonita en su camino por la vida. Ellos fueron una pieza importante de mi existencia y hoy sé que parte de lo que soy ahora se forjó junto a ellos.

Al finalizar el curso, me despedí de todos ellos para siempre.

También me puse en contacto con Sara y Samuel, a través de un mensaje de correo electrónico.

¡Qué lejos estaban ya de mí ellos dos! Sin embargo, no pasaba un sólo día en que yo no les tuviese presentes en mis pensamientos y en mis sentimientos.

Fui breve.

Sara, Samuel.

Sé que hace años os dije que me iba para siempre. Sigo mi camino, continúo en la búsqueda de mi verdad. Y en este viaje, he terminado una etapa y ahora comienzo otra nueva, en un lugar absolutamente desconocido para mí. Creo que pasaré allí unos cuantos años. No sé si algún día volveré. Por si no regresase, quiero que sepáis que os siento en mi corazón y pienso en vosotros todos los días de mi existencia. Sois el mejor regalo que me hizo la vida. Vaya a donde vaya, os llevo siempre en mi corazón.

Con los ojos cerrados y respirando profundamente, hice clic en enviar. A continuación, cancelé la cuenta de correo electrónico que había creado para enviar el mensaje.

En ningún momento, durante aquellos últimos días en Nueva York, volví a hablarle a Alan de lo que había visto en el parque a través de sus círculos. No le pregunté nada y tampoco él volvió a sacar el tema. Como siempre, respetó mi intimidad y mis decisiones.

Tampoco derramé una sola lágrima en esos días. No iba a dejar que las lágrimas marchitasen mi vida por el sufrimiento producido por el engaño en el que me había visto envuelta con aquellos Daimones disfrazados de casi humanos.

No respondí a ninguna de las muchas llamadas de Amy, que quedaron perdidas en mi móvil. Temía verme atrapada, una vez más, en aquel hechizo trazando posibilidades de continuidad en mi mente y creando esperanzas en mi alma, por volver a estar junto a Liam y sentirme tan querida como aquella chica a la que le vi abrazado.

Una noche, estaba en casa y desperté de repente en la madrugada. Por un momento, me pareció que todo había sido un mal sueño y que despertaba de la horrible pesadilla que afligía mi corazón desde el día del parque. Por unos instantes creí que Liam estaba en mi casa, que había venido a buscarme para decirme que todo había pasado y que todo volvía a ser como antes, como los días en los que fuimos felices. Salí de mi habitación, fui al salón a buscarle con la esperanza de verle allí sentado, junto a su guitarra componiendo alguna bonita canción de amor que apaciguara su parte salvaje y le aproximase más al ser humano sensible y dulce del que yo me había enamorado.

Pero todo estaba oscuro y vacío como mi alma.

Era una noche tranquila, el cielo estaba completamente iluminado por la Luna llena que lo inundaba todo con su blanca luz. Hacía un poco de frío, pero me apetecía salir a disfrutar de la cercanía y la plenitud de la Luna,… mi Luna.

Cogí una manta y salí a la terraza de mi apartamento, me senté sobre una de las tumbonas, regulé la inclinación del respaldo y me quedé allí mirando al cielo.

Le conté a la Luna cómo me sentía. Liam se había ido para siempre. O quizá nunca había sido una realidad, sólo un espejismo, fruto de un hechizo maldito. Le conté que mi corazón lloraba, pero que yo sabía que no había nada ni nadie por quien llorar. Liam me había engañado, me había utilizado. Le conté que ahora sabía que él era un Daimón, tan peligroso como todos los demás o quizá más. Le expliqué que sabía que todos los Daimones eran seres malditos, sin excepción. Y que ahora tenía claro que debía tener mucho cuidado, cada vez que alguno de ellos pudiera estar cerca de mí y activar mis círculos para evitar su presencia y el peligro que ellos suponían para mi vida.

Le dije que, en el fondo de mi ser, me parecía que aquellos Daimones me habían robado una parte de mi inocencia. Sentía cómo el desamor se clavaba en toda mi piel. Era como si todo mi universo se hubiera desplomado de repente. Descubrir el engaño había sido la peor pesadilla. Todo se había teñido de negro en mis esperanzas.

No sentía miedo, eso es cierto. Pero me parecía que no había ya ilusión en mi interior.

A pesar de todo, sabía que había aprendido algo. Ahora era consciente de lo peligroso que era cualquier Daimón, ahora entendía por qué todos mis seres queridos me habían tratado de avisar y ayudar en aquellos primeros días del hechizo, para salvarme del peligro que había corrido junto a ellos.

Sin embargo, lo peor de todo para mí era el engaño, mucho más que el peligro en el que me había visto inmersa. Yo le había creído. Yo pensé que era cierto todo lo que me decía y sentí que sus abrazos eran puros, sus besos sinceros y sus caricias auténticas. Yo le creí todas y cada una de las bonitas palabras de amor que me dijo. Pero ahora sabía que me había mentido en todos los momentos que compartimos, sin importarle en absoluto si yo iba a sufrir o no con todo ello. Sólo quería llevarse de mí esa energía que los Daimones sólo podrían obtener de los Laerim. Y me utilizó para ello, a mí que era débil todavía en aquellos días, que aún no había desarrollado todos los poderes que me correspondían por ser parte de esta maravillosa estirpe entre los seres humanos.

A pesar de todo lo que estaba descubriendo de él, había algo que martilleaba mis pensamientos. Cómo podía un ser tan maldito como él, un Daimón dispuesto con tanta crueldad, llegar a sentir un amor tan profundo e inmenso como el que yo misma pude ver y percibir que él sentía por aquella chica morena a la que abrazaba aquella noche.

¡Qué oscura contradicción!

Trataba de encontrar una explicación racional a aquella situación tan paradójica y me decía a mí misma que, seguramente ella era una Daimón, como él. Y que tal vez, entre ellos sí que podían llegar a alcanzar sentimientos tan verdaderos y tan generosos.

Miré a la Luna y, por unos momentos, deseé no ser quien era. Deseé no ser una Laerim, deseé ser una Daimón, aunque sólo fuese para tener la remota posibilidad de que algún día Liam pudiera fijarse en mí y sentir algo tan profundo. Le confesé a la Luna que en estos días pensaba que, si existiera el diablo y pudiera venderle mi alma a cambio de tener de verdad a Liam, lo habría hecho.

Me sentía atrapada entre dos mundos opuestos. Yo me sabía cada vez más Laerim y me gustaba serlo. Pero por otro lado, seguía amando a Liam, a pesar de saber que él era un Daimón y que no me amaba, que me había utilizado, me había engañado y que además amaba a una Daimón.

En medio de todos mis pensamientos y mis confesiones a la Luna, la escuché hablarme. Escuché su voz, calmada y suave después de tanto tiempo. La Luna me habló en un susurro. Lo había hecho en algunas ocasiones clave de mi existencia y esta vez volvió a hacerlo. Pude escucharla en todos los rincones de mi ser, sin existir nada más a mi alrededor en aquellos momentos.

“Aliva, escucha a tu corazón. No te engañes. Sigue tu camino, sé tú misma y ve a por aquello que deseas. No temas”.

Me quedé pensando en sus palabras. Cerré los ojos y le dije: “Gracias”.

Después sentí su sonrisa y el calor de su abrazo. La Luna siempre ha estado junto a mí en todos los momentos importantes, siempre me ha acompañado, me ha ayudado y me ha guiado para que yo alcanzase mis sueños y mis ilusiones. He sentido el susurro de su voz como una bella melodía que sonaba en mi interior acunando mis sentimientos y allanando el camino de mi existir.

Hoy sé que no entendí el significado de sus palabras. Interpreté lo que me había dicho y escogí un camino; eso sí, lo hice libremente. Por eso, cuando después me impregnaba con el perfume de la soledad y el vacío, jamás culpé a nadie. Fue mi elección y fueron mis decisiones, todas ellas libres. Ahora, miro al pasado y no sé si habría hecho lo mismo o habría tomado otros caminos diferentes. Lo cierto es que decidí alejarme de todo lo que pudiera tener que ver con Liam y marcharme lejos, unirme a los Laerim y vivir con ellos, aprender de ellos y compartir mis días con ellos, porque me sentía una más, sabía que era el mundo al que yo pertenecía y quería descubrirlo.

Pensé que a eso se refería la Luna con “No te engañes. Sigue tu camino”. Interpreté sus palabras, no las escuché realmente. Tampoco pregunté a la Luna. Por segunda vez en aquellos días, no pregunté.

Después de un rato, mis ojos se cerraron y me quedé dormida hasta que los rayos del sol me despertaron con su luz y su calor sobre mi piel. Miré al cielo. Un día más, la Luna se había alejado hasta la noche siguiente, dejando paso a la luz del sol que aquel día brillaba de un modo diferente para mí.

Después de esa noche, los días pasaron rápidamente. Ya había tomado una firme decisión sobre lo que iba a hacer y el tiempo parecía correr a toda velocidad.

Finalmente, llegó el día de nuestra partida hacia la Tierra de los Inmortales. Guardé allí mis últimos recuerdos y cerré mi casa del SoHo. Estaba en la calle y desde la acera de enfrente miré hacia arriba, a mi hogar. No sé, pero supe que volvería algún día, por eso no lo consideré un adiós definitivo. Salí sin equipaje. A donde iba no necesitaba nada material de este mundo. Tan sólo cogí algo de ropa, la justa, ni más ni menos. Y también salí sin mucho equipaje en mi corazón, porque a donde iba tampoco necesitaba esos recuerdos dolorosos de este mundo que ahora iba dejando atrás. Sólo metí en mi mochila los buenos recuerdos y los buenos sentimientos que la vida me había regalado. Y sobre todo, salí sin miedo.

Alan conducía el coche rojo que habíamos alquilado para el viaje. Yo iba sentada en el asiento del copiloto. Sonaba una música en español que yo había puesto y que me llegaba al corazón, con la poesía de sus bellas palabras de esperanza.

Alan sabía guardar silencio para dejarme el espacio que yo necesitaba para seguir dando pasos firmes en mi camino. Y respetó mi momento durante la muda despedida de aquella parte de mi vida.

Miré atrás, cuando abandonábamos Manhattan. Era de noche, igual que el día que llegué. Las luces de mi amada ciudad iluminaban todo a su alrededor. Miré fijamente aquella maravillosa imagen de “la ciudad que nunca duerme” y la guardé en mis recuerdos para siempre, como un ancla que me daría seguridad allí a donde fuese. Traté de impregnar cada poro de mi piel con aquella imagen que siempre me había dado la fuerza necesaria para ir en busca de mi libertad.

La noche era cálida y yo llevaba la ventanilla abierta, respiré profundamente para ir llevándome una parte de mi ciudad en cada centímetro de mi piel. Y me dejé acariciar el rostro por el suave viento de la noche, en el caminar hacia mi nuevo mundo.

Los sonidos de Nueva York los fui grabando en los rincones más cálidos de mi mente para que sus ecos volvieran a mí, si los necesitaba en el nuevo lugar al que iba.

Nos fuimos alejando, poco a poco.

Después, cerré los ojos y dije adiós a todo aquello y a esta bella y agridulce etapa de mi vida.