CAPÍTULO 4
MI NUEVA VIDA

En los meses que siguieron a aquella mágica e inolvidable noche, estuve preparando todo para mi viaje. Supe que todo esto tenía que iniciarlo regresando a mis orígenes auténticos. Y así fue como decidí regresar a la grandiosidad de la ciudad en la que nací. Hice todas las gestiones para mi regreso a Nueva York. Una vez allí, empezaría con el proceso de cambio que Martín me explicaba en el archivo. Éstos sí que eran, de verdad, mis orígenes y así lo sentía esta vez. Además, ayudaba bastante el hecho de que allí nadie me conociera y que fuese un lugar suficientemente alejado de las personas de mi entorno, como para que nunca me encontrasen. Sería muy difícil que pudiesen entender cómo podía una mujer como yo tener una apariencia de una joven de 20.

Recuerdo con mucho cariño cómo fueron los meses en los que preparaba mi partida a mi país de origen. Vendí todas mis propiedades. La casa en la que había vivido con Ángel y mis hijos durante tantos y tan bonitos años la vendí a unos jóvenes recién casados que querían formar allí una familia. Estoy segura de que habrán sido felices allí; era un lugar muy especial.

Vendí la casa que había sido de mis padres en la montaña en la que vivieron los últimos años de su vida. Mi padre había sufrido una terrible enfermedad que también terminó por desgastar la fuerza de mi madre, quien nos dejó tan sólo unos meses después que él. Siempre supe que ella había muerto de tristeza y soledad. Para mí, esa casa estaba en un lugar de incalculable belleza y sé que aquél hombre que la compró habrá sido muy feliz en ese rincón de paz.

También vendí los dos apartamentos en los que vivieron mis hijos en su etapa de estudiantes en esas dos bonitas ciudades en las que pasaron unos años inolvidables. Fue una gran suerte porque los compramos a un precio muy asequible en su día y en aquellos meses los vendí ambos a una empresa que tenía pequeñas oficinas por varias ciudades y para la que el tamaño de los apartamentos era perfecto para su actividad.

Aunque me costó mucho tomar la decisión, finalmente vendí también la casa de la playa en la que viví los últimos años, tras la muerte de Ángel; ésta fue la casa de mi abuela, allí en la playa en la que yo compartí mis días de infancia y adolescencia con Martín y después mis años de juventud y madurez con Ángel. No obstante, tenía que hacerlo. Iba a empezar de nuevo en un lugar muy alejado de todo aquello y además, si todo salía como yo esperaba, iba a vivir por muchos años y necesitaba partir con la seguridad económica que me daba todo aquel capital.

También vendí los dos coches, las joyas que fuimos comprando durante décadas y la pequeña colección de obras de arte que habíamos ido componiendo Ángel y yo. Aproveché mi formación y mis años de experiencia trabajando en el ámbito financiero y decidí invertir en Bolsa una parte de lo que había obtenido con estas transacciones; hoy sé que fue una buena decisión porque estas inversiones han sido la clave de mi seguridad, desde un punto de vista financiero. Otra parte se la regalé a mis dos hijos para facilitarles el camino en lo económico, de modo que pudieran estar más centrados en otros ámbitos de su vida mucho más importantes y de los que poder disfrutar auténticamente.

Cuando todo estuvo preparado, me despedí de mis seres más queridos. Escribí a Sara y a Samuel.

Fue lo más difícil.

No puedo explicarlo. Siento que me falta el aire para seguir respirando cuando recuerdo esta decisión.

No me quiero detener en este aspecto porque me sigue produciendo una inmensa tristeza y un profundo dolor que me lleva a un auténtico estado de angustia, cada vez que recuerdo el momento en que definitivamente y para siempre, supe que nunca más volvería a verles, nunca volvería a tenerles cerca y a compartir sus vidas, nunca más volvería a sentir la profunda conexión de su abrazo.

Les dije lo importantes que eran para mí y cuánto les quería. Fue realmente complejo hacerlo y desde la parte más recóndita y pura de mi corazón derramé muchas lágrimas en aquellas noches en compañía de la Luna.

Les intenté transmitir con palabras cuánto y cuán puro era el amor que sentía por ellos, un amor que podía desbordar océanos enteros y que era la fuerza que hacía latir a mi corazón en todos los instantes de mi existencia.

Les agradecí todo lo que habían aportado a mi vida y todo lo bello y puro que me habían permitido vivir y sentir junto a ellos. Les expliqué que me iba, que iba a estar bien y que no intentasen buscarme o entenderme.

Les transmití mi intención de empezar todo de nuevo en un lugar lejano. Les di una dirección de correo electrónico en la que podrían mantener el contacto conmigo, para su tranquilidad, aunque les pedí que no me buscasen, que era mi voluntad iniciar sola esta etapa de mi existencia y que, por favor, lo entendiesen. Les dije que les iba a querer por toda una eternidad. Y era cierto en el más amplio sentido de la expresión.

He mantenido el contacto a través de ese correo electrónico en ciertas ocasiones clave con ellos. Gracias a eso, sé que Sara ha vivido una larga y feliz vida junto a su amor. No tuvo hijos. La vida no le concedió ese regalo, aunque ha vivido una existencia plena. Samuel por fin, pasados los años, decidió iniciar un nuevo camino profesional y ha sido un escritor de éxito. He comprado todos sus libros y he disfrutado de la sensibilidad de sus obras. Le he seguido, gracias a los medios de comunicación, en muchos de los eventos públicos en los que ha participado. He visto en la profundidad de su mirada que es feliz. Los mellizos ya son mayores y sé que sienten un gran afecto por su padre. Al fin, Samuel encontró su senda y ha vivido y disfrutado de su existencia.

Me habría gustado poder compartir con ellos mi nueva vida, poder escuchar la cercanía de sus voces y el calor de su abrazo en algunos momentos, pero he sentido su energía que me ha llenado y me ha ayudado siempre. Hemos seguido unidos a pesar de no haber estado cerca físicamente.

Es curioso, ya mis nietos son adultos y, sin embargo, yo mantengo el aspecto y la esencia de la juventud temprana. Y no sólo el aspecto, lo importante es que siento la fuerza de la juventud en todos los momentos de mi vida. Cada día siento y ofrezco mi gratitud al mundo por la existencia tan bella que he disfrutado y que saboreo a cada instante. Y lo mejor es que voy a seguir sintiéndolo por toda la eternidad.

Me gusta ser inmortal.