CAPÍTULO 6
LIAM

Siguieron pasando los meses y yo continué disfrutando de mi existencia. Tenía la sensación de que mi vida era plena y que no había nada más que pudiera necesitar para sentir la felicidad, hasta aquel día en el teatro. Era mi segundo año en la universidad.

Angie y yo habíamos conseguido entradas para el musical de mayor éxito en Broadway, “The Mountain”. Era jueves y estábamos sentadas en nuestras butacas del teatro dispuestas a disfrutar del espectáculo y después salir a cenar con el resto de los chicos y chicas del grupo y, evidentemente, salir a pasarlo bien.

Lo vamos a ver y a escuchar de lujo en estos sitios. No te quejarás de las entradas tan estupendas que he conseguido, ¿verdad? ¡Son las mejores! —dijo Angie, orgullosa de lo que había logrado, mientras nos sentábamos.

— Ni una sola palabra —respondí, haciendo el gesto de cerrar mis labios con la mano, como si tuviese una cremallera en ellos—. Son geniales. Recuérdame que te invite a un café o algo así, te lo has ganado, señorita “consíguelotodo” —le dije agradecida y sonriendo, pero con un tono de sarcasmo que la hizo mirarme y gruñir cariñosamente.

De repente, me agarró del brazo con tanta fuerza que creo que incluso grité un ¡ay! que se oyó varias filas más allá de la nuestra.

— ¿Qué haces?, ¿qué te pasa? —le dije, bajando la voz en un susurro, pero increpándola.

— ¿Has visto eso? —me respondió en ese tono que las chicas sabemos reconocer cuando una amiga nuestra ha visto a un chico realmente guapo.

— ¿Qué cosa? —le dije, no sin cierta condescendencia.

— Mira, mira eso que viene por ahí. ¿Lo ves? ¡Dios existe y viene hacia nosotras! creo que me voy a derretir o directamente me lanzo a sus brazos. Por favor, ¿quién es ese modelazo? —dijo Angie, mientras terminaba su frase con un suspiro profundo y francamente muy gracioso.

Cuando vi a qué se refería, sentí como si una fuerza irreconocible hubiera agitado todo mi ser. Y fue extraño porque además de esta convulsión mi brazo izquierdo empezó a dolerme, era algo así como si me quemase. No podía dejar de mirar a aquel chico impresionante, aunque por otro lado, la sensación de quemazón en mi brazo distorsionaba mi estado de shock. Pensé que Angie, en medio de los nervios que le provocó la presencia de aquel chico, me había apretado demasiado fuerte.

Con el tiempo, supe que aquella sensación de dolor, casi quemazón, no era consecuencia del agarrón de Angie pero en aquellos días yo vivía ajena a muchas de las cosas que empezaban a formar parte de mi nueva vida, de la vida que sería para siempre.

Él era alto, con un cuerpo simplemente perfecto, las facciones de su rostro eran de una masculinidad insuperable, sus ojos verdes, casi transparentes, tenían un aspecto felino y su gesto era serio, frío y distante pero aun así me parecía un rostro dulce. El color de su piel bronceada y su pelo negro, algo revuelto, le hacían parecer todavía más apasionadamente sexy. Iba vestido con un estilo moderno y elegante y caminaba con la tranquilidad de quien se sabe seguro de sí mismo, pero sin soberbia. No podía apartar mi mirada de aquel chico, me sentía como atraída por un potentísimo imán. Nunca me había pasado algo así. Pensé que tenía que haber algún desequilibrio hormonal en mí causando esta agitación porque en mi larga existencia jamás había sentido una atracción tan fuerte por nadie. Nunca.

A medida que se acercaba, la agitación interior que yo estaba experimentando se hacía más y más intensa; lo mismo ocurría con esta especie de escozor doloroso que tenía en mi brazo izquierdo. Y el nivel de intensidad se elevó hasta límites casi sobrenaturales cuando, de repente, le tuve frente a frente. Cuando atravesaba nuestra fila de butacas para llegar a la suya, sentí el pisotón que me daba y a continuación pude escuchar la voz más cautivadora que había oído antes.

— Lo siento. Perdona. ¿Te he hecho daño? No me he dado cuenta —dijo un poco agobiado y sus ojos felinos me cautivaban y me hacían víctima de algún tipo de hechizo indescriptible y apasionante.

— ¿Qué? —respondí torpemente, mientras mi respuesta me sacaba de la sensación de semi inconsciencia en la que me había sumido su voz y su mirada.

— Te he pisado, ¿verdad? Lo siento. No me he dado cuenta. Discúlpame —repitió él con ese gesto serio y distante, aunque educado y correcto en sus formas, algo clásico incluso.

No,… eh, no es nada,… no, no te preocupes —respondí yo tratando de parecer normal, a pesar de que me sentía como bajo los efectos de la hipnosis.

Me devolvió una leve sonrisa, que aunque era fría y distante, terminó de cautivarme. Siguió su avance hacia la butaca que tenía reservada. Se sentó sólo, miró con frialdad al escenario y perdió su mirada en algún lugar de sus pensamientos. Mientras tanto, yo le observaba casi a cada instante por el rabillo del ojo como un ladrón que vigila furtivamente el tesoro de su antojo pensando en cómo llegar hasta él para poseerlo. Me atraía y me intrigaba él y la sensación que estaba produciendo en mí, a pesar de que el dolor en el brazo me perturbaba en aquellos momentos de dulce atracción hacia aquel chico con ese físico tan seductor y con ese algo en su mirada, en su voz y en sus gestos que parecía atraerme irremisiblemente.

Se apagaron las luces, empezó la función y ya no podía verle con tanta claridad pero seguí observándole desde mi butaca. La verdad es que creo que no presté mucha atención al musical, estaba absolutamente absorta, como hechizada por aquel chico, frío, distante y absolutamente atractivo. Angie, sin embargo, se olvidó de su presencia y se concentró en la obra que tantas ganas teníamos de ver.

Cuando terminó, yo confiaba en que volviera a salir por el lado en el que nosotras estábamos sentadas, así que hice como que me entretenía buscando algo en mi bolso para volver a coincidir con él y tenerle cerca, de nuevo. Sin embargo, cuando levanté la cabeza, vi que estaba saliendo por el otro extremo de la fila de butacas y en tan sólo un par de segundos le perdí de vista. No obstante, su recuerdo martilleaba en mi mente con una insistencia inusual para mí.

Al desaparecer entre la gente, también el dolor de mi brazo que se había mantenido durante toda la función parecía ir cesando suavemente. Y me fui olvidando e ello.

Sé que parece algo casi grotesco. De hecho, cuando Angie y yo se lo contábamos a Jane después de la función, se rió de mí como nunca lo había hecho nadie antes. ¡Uf! cómo sonaba aquello, sé que parecía la típica adolescente enamoradiza, sacada de una comedia romántica y claro Jane y Angie lo pasaron en grande aquella noche a mi costa.

— Ahí donde la ves, hasta tartamudeaba cuando le decía absolutamente embobada, “no, no, no, no, te te te te preocupes” —le contaba Angie a Jane en tono burlón, mientras me imitaba con voz de bobalicona.

Luego, fueron llegando los demás y pasamos un rato muy divertido como cada noche de las que salíamos juntos, en el bar al que solíamos ir habitualmente, el Major League. Estuvimos organizando lo que haríamos en el fin de semana que teníamos previsto pasar en Stockbridge. Empezaba el otoño y esta es una zona en la que se puede apreciar el verano indio en toda su intensidad de colores amarillos, anaranjados y rojos. Es un auténtico regalo para los ojos. Yo iba a aprovechar el fin de semana que iba a tener libre porque el marido de Alisson tenía unos días de vacaciones y venía a pasarlos con su familia, de modo que ella no iba a necesitar que yo me quedase con los niños. Por otro lado, había acordado con el señor Grisam que trabajaría dos días en esa semana para compensar el día libre que le había pedido. Así fue pasando la noche de viernes con mis amigos, entre risas y planes para Stockbridge. Yo estaba en la conversación pero algo más distante de lo habitual, porque seguía viniendo a mi mente la imagen de ese chico del teatro, aunque trataba de disimularlo entrando de vez en cuando en la conversación pero con una distancia que no era la habitual en mí cuando estaba con mis amigos.

Cuando llegué a casa, seguía pensando en él. Me gustaba la idea de su recuerdo, sin embargo me producía una extraña sensación. Quiero decir que, yo que sentía que tenía una gran fortaleza mental, y a las pruebas me remito, lo cierto es que ahora no podía sacar su mirada de mi cabeza. Estaba como bajo los efectos de la magia, una magia que me resultaba muy agradable y a la vez inquietante y perturbadora.

Así continuó el recuerdo durante las semanas que vinieron después. El lunes siguiente al viaje a Stockbridge decidí tomar acción, no podía soportar más tiempo este constante estado de ansiedad que me había generado el encuentro con el chico del teatro, del que ni siquiera sabía su nombre, sólo que me sentía extremadamente atraída hacia él como por un efecto magnético, desde el momento en que le tuve frente a mí. Así que decidí llenar el tiempo libre que tenía con algún tipo de actividad que me resultase agradable, de modo que pudiera dejar de pensar en él y quitarme esta ansiedad por volverle a ver. Me gustaba mi vida de antes del día del teatro, esa vida en la que sentía una felicidad plena, no ésta en la que vivía como bajo la angustiosa necesidad de volver a ver a alguien que tan sólo había cruzado una frase conmigo de modo accidental y a quien no volvería a ver por muy larga que fuera mi existencia.

¿Cómo vas a encontrarle, de nuevo, en una ciudad como Nueva York? —me repetía a mí misma en un intento de racionalizar este barullo de sentimientos que se habían despertado en mí desde la noche del teatro.

Era jueves por la tarde, ya empezaba a anochecer cuando me desvié de mi camino hacia casa para ir al famoso gimnasio del que todo el mundo hablaba en mi entorno de amigos. Estaba considerado el mejor de la ciudad por sus instalaciones y por la calidad de los entrenadores. Era uno de los lugares de moda. DEAL NYC era el nombre. La verdad es que era un sitio precioso, me impresionó bastante al entrar; de hecho me sentí deslumbrada por aquel lugar que era la más pura representación del lujo y el diseño. Me dirigí a recepción, me atendió un chico muy amable y educado, Sam.

— Hola, buenas tardes, mi nombre es Sam. ¿Cómo puedo ayudarte? —dijo con una sonrisa encantadora.

— Hola, Sam. Verás, me gustaría empezar un entrenamiento físico personalizado. Yo hago una hora de ejercicio diario en casa, pero me gustaría hacerlo bajo la supervisión de un profesional porque estoy segura de que hay algunas cosas que podría mejorar. Y bueno, pues me gustaría que me dieses información sobre cómo trabajáis en DEAL NYC y también saber cuáles son los precios —le dije.

— Perfecto. Si me lo permites, te voy a enseñar nuestras instalaciones para que conozcas DEAL NYC en toda su dimensión y para que lo veas en funcionamiento. La verdad es que estamos en plena “hora punta” —dijo Sam con una sonrisa—. Disculpa, no te he preguntado cuál es tu nombre.

— Aliva. Me llamo Aliva —respondí y él sonrió amablemente.

Me fue enseñando todas las instalaciones, desde las áreas de fitness hasta la zona de spa, vestuarios, la cafetería, etcétera. Me explicó de forma muy sencilla y amable cómo funcionaba todo, me habló de los entrenadores personales, de los horarios, de las distintas posibilidades de precios y demás hasta que volvimos a la zona de recepción.

— Como puedes ver, está todo pensado para que te sientas bien en DEAL NYC y para que adoptar el hábito del deporte no sea una dificultad sino algo agradable, un lugar al que te apetezca venir y compartir tu tiempo con nosotros. ¿Qué opinión te merece? —me dijo con una profesionalidad y con una cercanía y cordialidad que no es habitual y que me encantó.

— La verdad es que todo es perfecto, ahora entiendo la locura que DEAL NYC está despertando entre la gente. Sin embargo, tengo que pensarlo porque se me va de precio —dije con un gesto dubitativo—. No quiero decir que sea caro, creo que el precio es acorde a lo que ofrecéis, pero yo soy una estudiante y…, no sé. Creo que voy a ver un par de cosas más porque tal vez encuentre un espacio no tan completo, pero más asequible para mí. De todas formas has sido muy amable, de verdad. Muchas gracias —le dije.

Tuve una sensación agridulce porque me había encantando el sitio pero me parecía, de verdad, demasiado caro. Por otro lado, me lo podía permitir pero no sé, no estaba segura. Últimamente, vivía con muchas dudas desde aquel día del teatro.

Ha sido un placer, Aliva. Y confío en que lo pienses y, si te hemos conquistado, vuelvas. Nos encantaría tenerte con nosotros —dijo nuevamente con esa amabilidad tan sincera.

— Gracias, prometo hacerlo —le respondí mientras me daba la vuelta para dirigirme hacia la salida de DEAL NYC.

Cuando ya estaba a punto de salir por la puerta, escuché a alguien que se dirigía a mí.

— Disculpa. ¿Me permites un momento? —dijo, al tiempo que me detenía cogiendo mi mochila con cierta premura.

Me di la vuelta pensando que se trataba de alguien que me paraba para decirme que me había olvidado algo en la recepción. Y de repente, allí estaba. ¡Era él! El chico del teatro, la causa de esta oleada de sensaciones. Me dio un vuelco el corazón y empezó a latir a una velocidad inusitada. Volví a sentir el efecto del embrujo y nuevamente algo en el interior de mi brazo comenzó a martillear. Le miré sin pronunciar una sola palabra.

— Perdona, no quería asustarte —dijo con ese tono correcto, pero distante, igual que el día del teatro.

— No, no —respondí torpemente y sin poder apartar mis ojos del hechizo de su mirada.

— Verás, no es habitual en mí pero estaba cogiendo un vaso de agua de la máquina y he oído lo que estabas hablando con Sam —dijo, mientras parecía que trataba de medir sus palabras antes de continuar explicando lo que fuese que me iba a decir.

Supongo, que de una manera inconsciente asentí mostrándole mi atención a lo que me decía sin poder dejar de mirar esos ojos.

— Bueno, creo que no me he presentado. Perdóname. Mi nombre es Liam, soy Liam Tilmann. La verdad es que creo que ya nos conocemos. Supongo que no te acordarás. Hace unas semanas,… en el teatro,… yo llegaba tarde —parecía titubear—. No me gusta nada llegar tarde, de hecho suelo llegar con tiempo a los sitios, sobre todo cuando es algo agradable y The Mountain es un musical realmente bueno, ¿verdad? —se paró, me miró y por vez primera vi cercanía en lo más profundo de sus ojos. Sonrió mientras bajaba su mirada con una atractiva timidez.

Yo seguía mirándole, no podía dejar de hacerlo, a pesar del hormigueo que tenía en todos los rincones de mi cuerpo y los pequeños y dolorosos golpes que salían del interior de mi brazo izquierdo. Todo era como una fuerte sensación de vértigo.

— Pues, como te decía, mmm… te pisé.

Volvió a sonreír, esta vez con un tono conquistador.

— Supongo que no te acuerdas, claro.

— Sí, sí, claro que me acuerdo —me apresuré a decir, mientras pensaba “No, Aliva te acabas de delatar. En estos momentos ya sabe que no has podido dejar de pensar en él en todas estas semanas”.

— ¿Sí? Uf, de verdad lo siento. No pensaba que te hubiese hecho tanto daño —respondió él avergonzado, aunque con un tono como si estuviese bromeando.

— No, no, realmente no me hiciste daño. Pero sí me acuerdo de ti —dije apresuradamente.

Contesté como pude, entre todas mis sensaciones desbocadas y esperando que no me preguntase cómo me podía acordar de él porque no tendría una respuesta lógica, se me notaría que no había dejado de soñar con aquel pisotón y sobre todo, con aquellos ojos que me cautivaron desde el mismo instante en que los tuve ante mí.

— Ya —dijo como tratando de comprender por qué yo aseguraba recordarle.

Hizo una pequeña pausa de un par de segundos para continuar la conversación.

— ¿Alina es tu nombre? —dijo, de nuevo con una leve sonrisa en su mirada.

— En realidad es Aliva —le corregí—. Es español. Bueno es una historia de mis padres. Hay una ciudad en España, mi país, que se llama Ávila y que ellos adoraban. Cuando yo nací decidieron ponerme el nombre de esa cuidad, pero al revés —expliqué mientras sentía el alivio de estar dirigiendo la conversación hacia otros derroteros menos comprometedores para mí en aquellos momentos.

— Aliva —dijo él, como repitiendo sus pensamientos en voz alta y elevando su mirada.

— Sí —respondí.

— Bueno, pues como te decía no he podido evitar escuchar tu conversación con Sam. ¿Puedo proponerte algo? —me dijo con una seguridad mayor en sus palabras de lo que me había mostrado unos minutos antes.

— ¿Qué? —pregunté, no sin intriga.

— Se me ocurre que, ya que yo quiero mejorar mi nivel de español y tú estás buscando un entrenador personal… tal vez, podríamos hacer un trueque. Yo me encargo de tu entrenamiento físico y por cada hora de ejercicio conmigo en DEAL NYC tú me das a mí otra hora de clase de español. ¿Qué te parece la idea? Porque hablas español, ¿verdad? —dijo convencido de que mi respuesta sería afirmativa.

— Sí, sí claro que lo hablo. Pero, no sé. Creo que tengo que pensarlo —dije con una inseguridad nada habitual en mí.

Todavía hoy no soy capaz de entender por qué no le dije que sí al instante. Era lo mejor que me podía pasar, ¡estaría dos horas con él! Sin embargo, le dije que no sabía y que tenía que pensarlo. Era algo muy extraño, sentía una atracción incontrolable hacia él y al mismo tiempo mis respuestas me alejaban de él. Era como que yo no controlaba la situación, ni mi propia voluntad. No sabría explicarlo, pero era como si alguien hablara por mí en contra de mi voluntad, estaba como sin control. Por un lado, sentía una fuerte y maravillosa atracción hacia él y por otro, su presencia siempre estaba acompañada de ese dolor intenso en mi brazo que me nublaba los pensamientos.

— Ya —respondió algo contrariado, mientras buscaba un nuevo argumento a su propuesta—. La verdad es que no estaba pensando en gramática y esas cosas. No sé, igual es eso lo que no te apetece. Yo me refería a algo más centrado en conversación para adquirir fluidez —insistió mientras me miraba como tratando de descubrir cuáles eran las razones que me llevaban a decirle que no.

— No, no es eso. Es que, verás… ¿De cuántas horas estamos hablando? —pregunté dejándole un poco descolocado.

Y yo misma seguía pensando por qué no le decía ya que sí al momento si era lo que realmente me estaba pidiendo todo mi ser.

— ¿Cuántas horas? —repitió él en voz alta y bajando su mirada hacia el suelo como tratando de encontrar la respuesta adecuada— Podríamos hacer una hora diaria de entrenamiento y una hora de conversación en español —respondió, tratando de dar con el número correcto y propicio para obtener un sí por mi parte.

— Ya —hice un gesto de medio rechazo de su propuesta con mis labios—. Creo que es mucho tiempo y ahora estoy en muchas cosas a la vez.

Me detuve un segundo antes de continuar con mi argumentación. Recuerdo que me cogí el brazo izquierdo con mi mano derecha porque realmente sentía que me hervía y necesitaba hacer algo para parar ese extraño dolor.

— Estoy estudiando y tengo dos trabajos en fin de semana. La verdad es que no sé cómo encajar todo esto. Y seguro que no puedo adaptarme al horario que tú tengas disponible. Creo que no voy a poder —objeté.

Mientras tanto, me preguntaba a mí misma por qué estaba dándole esta respuesta. Era como si alguien se hubiera metido en mi mente y estuviera controlando mis respuestas y llevando la conversación por el lado opuesto al que mi ser hubiese deseado dirigir en aquel momento.

— Claro —dijo él, pensativo y casi mecánicamente.

— Gracias, de todos modos.

Al mismo tiempo que le respondía esto, yo pensaba cómo estaba perdiendo la oportunidad de pasar dos horas al día con ese chico que tantas sensaciones nuevas estaba despertando en mí. Le daba vueltas a cómo podía hacer para reconducir esto que yo solita me estaba cargando, o al menos eso es lo que yo pensaba; cómo sino iba a poder entender desde un punto de vista racional aquello que estaba ocurriendo en mi cerebro.

— Sí. Gracias a ti —dijo él, con un tono nuevamente distante y marcado con una profunda mirada de desilusión.

De repente, levantó los ojos y se volvió a dirigir a mí como recuperando la posibilidad de continuar aquello de alguna manera.

— Me gustaría dejarte mi número de teléfono. Por si lo piensas y quieres que lo volvamos a hablar —dijo con un cierto tono de esperanza.

— Sí, claro. Me parece buena idea —dije, pensando que al menos sabría cómo localizarle cuando me replantease toda la estupidez de mi actitud y pudiera darle una vuelta para retomarlo todo.

Se acercó al mostrador de recepción, cogió una tarjeta y allí apuntó su número personal junto a su nombre. Me lo acercó y reconocí el suave roce de sus dedos al darme su número. De nuevo, sentí cómo se estremecía todo mi ser. Sonreí mientras pensaba que ya quería volverle a ver.

— ¿Te importaría darme tu número?… Ya sabes, por si hay algún tipo de opción nueva que podamos ofrecerte —preguntó Liam con un tono de duda.

— ¿El mío? —pensé en voz alta— Sí. ¿Me dejas un papel y te lo apunto?

— Aquí tienes.

Cuando iba a escribir mi número, de repente sentí como si mi mente se hubiera quedado en blanco, no podía recordarlo. ¿Qué me estaba pasando? Detuve la avalancha de pensamientos inconexos que se estaban produciendo en mi cabeza y tomé el control de mi diálogo interior. Dejé mi mente en blanco para coger yo las riendas y no aquello extraño que parecía estar introduciéndose en mi interior.

Y en cuestión de segundos, mi mano estaba escribiendo el número. Levanté la mirada con una agradable sensación de victoria sobre no sabía muy bien qué, pero de victoria al fin y al cabo.

— Lo pensaré. Lo prometo —le dije, acercándole el papel sobre la mesa, por miedo a volver a sentir el hormigueo por todo el cuerpo si me volvía a rozar.

— Gracias, Aliva —lo cogió y lo miró para devolverme la belleza de sus ojos.

Yo me di la vuelta y me acerqué a la máquina de agua. Sentí una sed que me ahogaba. Bebí un par de vasos y cuando me volví ya se había ido. Por un momento, creí que todo había sido un sueño, producto de mi imaginación que tan aturdida estaba en los últimos días. Sin embargo, Sam fue quien me devolvió a la realidad.

— Es increíble. Nunca le había visto hablar así a nadie —dijo Sam, dirigiéndose a mí y bajando el tono de voz como para evitar que alguien pudiese oírle.

— ¿Qué? —pregunté.

— Llevo mucho tiempo trabajando con él —susurró—. Es mi jefe. En realidad, es el dueño de todo esto. No puedo decir que sea mal jefe, al contrario. Es perfecto en todas sus formas sin embargo, es frío. Todo el mundo dice que hay una coraza en él que te da como miedo. Sólo se muestra cercano con Amy. Pero si he de ser sincero, nunca le había visto hacer algo así como lo que acabo de ver contigo. Nunca le había visto tan ¿humano?, no sé si me explico, me refiero a tan cercano.

— ¿Amy? —pregunté esperando que no me dijera que Amy era su novia, aunque eso era lo que me temía.

— Amy es la otra jefa. Es su hermana. Son mellizos y tienen una conexión especial entre ellos, es algo que se nota. Con el resto de las personas él mantiene la distancia de un cazador que observa el terreno y estudia a sus presas. Es muy raro. Más bien, es muy solitario. Hay mucha gente que dice que, a pesar de su evidente atractivo físico, despierta miedo e incertidumbre cuando le tienes cerca y cuando te habla. A mí ya no me pasa pero es verdad que al principio, cuando empecé a trabajar con él, sí que me producía algo así —me explicó en un tono cómplice.

— Ya —respondí sorprendida, mientras levantaba las cejas en un gesto de cierto estupor por lo que Sam me estaba contando.

También he de reconocer que me encantaba la idea de que Amy fuera su hermana y no su novia, como pensé al principio.

Me quedé unos segundos en silencio para, a continuación, darme la vuelta hacia la puerta.

— Gracias por todo, Sam. Ha sido un placer —dije.

— Adiós y gracias a ti —se despidió él.

Ya de vuelta a casa, me di cuenta de que había pasado más tiempo del que me había parecido mientras estaba allí en DEAL NYC. Me apresuré para llegar pronto porque ya hacía frío y me apetecía llegar a la calidez de mi hogar y volver a pensar en todo lo que me había ocurrido con mayor claridad. Aunque sabía que por mucha racionalidad que quisiera ponerle a esto, lo cierto es que lo que estaba viviendo era algo absolutamente irracional.

Y si había algo que tenía claro era que quería volver a ver a Liam Tilmann. Mi vida carecía ya de sentido si él no era parte de mi existencia.

Pensé mucho aquella noche, no podía dormir. Entre mis pensamientos me di cuenta de que mi comportamiento en DEAL NYC con Liam había sido el de una persona demasiado madura, casi vieja, que se mueve por sus temores, no por aquello que le gustaría conseguir.

A pesar de que me daba cuenta de que mi modo de actuar no había sido acorde con la juventud que yo sentía en toda mi piel, y no hablo sólo en el sentido físico, lo cierto es que mi mente estaba obnubilada hasta el punto de que no lograba encontrar la forma de darle una vuelta a todo esto y pensar en cómo recuperar su presencia en mi vida. Sabía que quería volver a verle, lo que no sabía era cómo hacerlo de una manera normal y lógica.

Seguí pensando sobre ello, no podía entender qué era lo que me había pasado. Sentía como si alguien se hubiera colado en mis pensamientos y hubiera controlado mis respuestas. No era yo la que había rehusado la oferta de Liam. Estaba segura de ello. Pero, cómo explicar racionalmente lo que había ocurrido.

La verdad es que hacía mucho tiempo que yo sabía que las cosas no son como parecen y que la mente humana tiene un poder mucho mayor de lo que podemos imaginar. ¿Se habría colado alguien en mis pensamientos para evitar que yo volviera a ver a Liam? Y si eso era así, ¿quién era ese alguien? y ¿por qué?

A la mañana siguiente, me levanté muy temprano porque tenía un montón de cosas que hacer, quería adelantar todo el trabajo que pudiese para estar más tranquila en el fin de semana, ya que tenía que presentar un par de temas en clase en muy pocos días y necesitaba dejarlo todo preparado para poder dedicarme plenamente a mis dos trabajos, los niños de Alisson y la librería. Era todavía de noche cuando salí de casa para tomar el metro y dirigirme a la biblioteca de la universidad. Aunque me parecía algo extraño y por supuesto, producto de mi imaginación, habría jurado que alguien me observaba muy de cerca en todo el trayecto hasta llegar a la cafetería en la que tenía previsto tomar un desayuno rápido para estar preparada en el momento en que se abriese la biblioteca. A pesar de todo, esta percepción no me generaba ningún tipo de miedo o negatividad, más bien era un sentimiento de protección. Sé que parece extraño e inexplicable que una chica antes del amanecer se sienta observada en una ciudad como Nueva York y esto le genere protección, pero lo cierto es que eso es lo que me estaba ocurriendo. Aunque, a estas alturas de mi vida ya sabía que yo no era una chica normal, al menos, no lo que cualquiera en el mundo en el que vivimos consideraría una chica normal. No olvidemos que aunque para todos yo tenía 20 años, en realidad había nacido unas cuantas décadas antes y estaba viviendo mi segunda vida.

Fue un día normal, intenso en cuanto a la cantidad de trabajo que saqué adelante, pero un día habitual. Había estado tan ocupada que no había tenido tiempo para pensar en Liam. Salí del recinto de la facultad y, aunque empezaba a anochecer y hacía frío, sentí la necesidad de dar un paseo. Mientras caminaba sola por las calles de Nueva York, su recuerdo regresó a mis pensamientos, la suavidad de su voz, que aunque Sam calificaría como fría, a mí me resultaba de una calidez inmensa.

Nuevamente, mientras escuchaba mi música favorita en mis cascos, empecé a sentir el hechizo de su mirada, de su sonrisa. Abrí mi mochila para tomar la tarjeta en la que me había escrito su número de teléfono para llamarle y decirle que había pensado sobre su propuesta de “trueque” y que había decidido aceptarla. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que la tarjeta ya no estaba en mi mochila. Yo sabía exactamente dónde la había puesto, en el pequeño bolsillo que había en uno de los lados en la parte interior. La busqué casi con desesperación pero no logré encontrarla. ¿La había perdido? ¿Cómo podía haberme ocurrido esto? No comprendía nada, pero lo cierto es que allí no estaba. Llegué a la boca de metro y me apresuré a entrar con la intención de llegar a casa cuanto antes para buscarla allí. Seguro que la habría sacado y no me acordaba; me decía a mí misma mientras iba sentada en el tren bajo la luz de los fluorescentes del vagón.

Cuando llegué, la busqué por todas partes. No la encontré. Salí al balcón para tomar aire fresco y pensar con más claridad. Miré a la Luna pidiéndole que me ayudara a entender qué me estaba pasando. Mi mundo se tambaleaba. Mi mente se había descontrolado, mis sentimientos estaban desbocados, había perdido el control de todo y sentía angustia, no miedo, pero sí ansiedad. Me tumbé en mi hamaca favorita e inicié una de mis conexiones con la Luna. De repente, una voz que no supe reconocer me susurró “Aléjate, Aliva. Es peligroso” y rápidamente se desvaneció.

— ¿Quién? ¿Qué es peligroso? ¿De qué me tengo que alejar? —pregunté aterrada, como nunca me había sentido.

Hoy sé que mi miedo no se debía a la incertidumbre de no saber de qué o de quién me tenía que alejar, sino que mi intuición me decía que alejarme de Liam iba a ser muy doloroso para mí.

— Soy fuerte. No tengo miedo del peligro. Sabes que puedo con ello —insistí desde la desesperación que estaba sintiendo en mi interior.

No hubo más respuesta. ¿Por qué la Luna me dejaba abandonada?, ¿tal vez no quería interferir más en mis decisiones? Le pregunté insistentemente pero no obtuve más respuesta. No volví a escuchar su susurro. Y allí seguí mirándola durante más de una hora hasta que el frío intenso de la noche me sacó de aquella especie de trance. Entré en casa, no pude probar bocado y decidí irme a descansar. Pasé por delante de mi teléfono pero no le presté atención. Me metí en la cama, cerré los ojos y me dormí rápidamente. De repente, en mitad de la noche sentí de nuevo la mirada de Liam y me desperté. Me levanté para tomar un vaso de agua, entonces sí miré el móvil que me indicaba que había entrado un mensaje hacía varias horas.

Lo abrí.

Dime que lo has pensado y vendrás. LIAM”.

Mi corazón se encendió. Y recordé aquello que siempre decía mi querido amigo Martín: “escucha a tu corazón”, tal y como le había enseñado Shadú en la Tierra de los Inmortales. Y así lo hice.

Escribí el mensaje de respuesta.

Sí. ALIVA”.

Y sin dudarlo, seguí el impulso hechizante de mi corazón y lo envié. No habían pasado ni diez segundos cuando sonó mi teléfono en aquella inolvidable madrugada. Descolgué.

¿Sí? —dije, segura de que sólo podía ser él.

— Hola. Acabo de recibir tu mensaje. He pensado que podía llamarte a esta hora, que estarías despierta —dijo tímidamente, en un dulce susurro.

— Sí, lo estoy —contesté muy nerviosa.

— ¿Vendrás? —insistió, casi con miedo.

— Sí —dije escuetamente.

Yo también sentía miedo pero no de él. No sabía qué, pero algo me atemorizaba.

— ¿Mañana? —preguntó.

— Mañana no puedo. Cuido de dos niños los viernes y los sábados por la noche. Y además trabajo en una librería los sábados. Tal vez, ¿el domingo? —dije deseando que el tiempo pasara muy rápido para que ese momento llegara lo antes posible.

— El domingo es perfecto. Puedo pasar a buscarte,… si quieres, claro —dijo como arrepintiéndose de haber dado un paso que a mí pudiera agobiarme.

— ¿Lo harías? —exclamé.

— Será un placer —respondió, transmitiendo una sonrisa en su voz—. ¿A qué hora?

— Termino a las 12.

— Las 12 es perfecto. Allí estaré —se apresuró a contestar.

— Vale, pero no sabes la dirección —apunté.

— No te preocupes, te encontraré —respondió con absoluta seguridad, una seguridad que yo no podía comprender pero que acepté convencida de que me decía la verdad y sabiendo que estaría allí.

Los dos días pasaron lentamente, muy lentamente. Y llegó el domingo, eran las 12 cuando me despedí de Alisson y los niños, convencida de que Liam vendría y además me encontraría, no podía saber cómo pero mi confianza era absoluta. Abrí la puerta y allí estaba él, de pie, apoyado en aquel coche blanco, impresionante y con una sonrisa embaucadora iluminando su rostro. Todo mi ser cobró vida, de nuevo. Me sentí flotando como en una nube de ensueño.

— Has venido —dije tratando de mostrarme sorprendida, pero lo cierto es que no lo estaba, sólo era felicidad lo que podía sentir en aquellos momentos.

— Tengo la sensación de que nunca dudaste de que te encontraría —contestó él con gran seguridad.

— Es cierto. Pero a cambio tendrás que explicarme cómo lo has hecho —dije retándole y sin dejar de mirarle.

— Algún día —respondió mientras me abría la puerta del coche para que entrase.

Me senté en aquel cómodo asiento y, con un gran hormigueo en todo mi ser, seguí mirándole mientras se sentaba junto a mí.

El intenso dolor y sensación de quemazón en mi brazo pasó a un segundo plano porque la cercanía de Liam llegaba a eclipsar todo lo demás.

— ¿Preparada para tu entrenamiento? —me preguntó cuando encendía el motor de aquél bólido, sin perder la eterna y cautivadora sonrisa de sus labios y de su mirada hechizante, en la que ya no había ningún escudo protector cuando estaba conmigo.

— ¿Y tú? —le pregunté desafiante y sin poder dejar de mirarle.

— Absolutamente —contestó, convencido de que aquello le iba a gustar.

No sé cómo, pero en un instante habíamos llegado a DEAL NYC. Aparcó el coche en su plaza de garaje y con una gentileza inusual en estos tiempos, manteniendo siempre una cierta distancia física entre nosotros, caminó junto a mí hasta la puerta del lujoso ascensor que nos conduciría hasta la puerta del deslumbrante DEAL NYC. En silencio y sin dejar de mirarnos, pasaron los escasos segundos que nos llevó subir. Entramos. Estaba lleno de gente. Sam estaba en recepción, rápidamente se dio cuenta de que estábamos allí y me dirigió una sonrisa que acompañó de un “buenos días. Me alegro de que hayas decidido volver”, mientras inclinaba a un lado la cabeza.

— Gracias, yo también —le respondí encantada de mi decisión.

— Sam. ¿Puedes encargarte de que Aliva tenga todo lo que necesita mientras yo me cambio de ropa y preparo todo en sala para su sesión de entrenamiento? —le indicó Liam con la fría educación que le caracterizaba en sus relaciones con los demás, excepto conmigo.

— Por supuesto. Lo haré encantado.

A pesar de sus formas amables, Sam mostraba cierta intriga en su manera de mirarme, como tratando de entender quién era yo o qué era lo que había en mí que generaba aquel comportamiento tan inusual en su jefe.

— Gracias —respondió respetuosamente Liam a Sam—. Te veo en unos minutos —me dijo a mí, regalándome una de sus leves e intrigantes sonrisas.

— Sí —respondí sin poder dejar de mirarle.

Sam me dio todas las indicaciones necesarias para que pudiese manejarme cómoda y fácilmente en todo el recinto y me proporcionó todos los accesorios que iban a ser de utilidad para mí en aquel lujoso lugar.

Me fui al vestuario femenino, donde me había sido asignada la taquilla número D13 y cuyo código de acceso era el 7788. ¿Casualidad?, hoy sé que no, pero en aquel momento es cierto que no presté atención a aquella coincidencia. Hoy sé que Liam estaba tratando de saber algo más de mí, pero cuando ignoras el origen de las cosas que te están ocurriendo, como era mi caso entonces, es muy difícil que tu atención se centre en detalles sutiles como este.

El vestuario tenía todo lo necesario para que tu estancia allí fuese lo más agradable posible. Lo mismo sucedía con todo el recinto. Recuerdo el aroma de DEAL NYC, era especial, intenso y relajante, casi mágico, tanto que hacía que estar allí fuese algo como etéreo. Creo que a mí me hacía perder la noción del tiempo. De hecho, estuve bastante rato allí para cambiarme de ropa pero es que estaba completamente embaucada por aquel sitio, o al menos eso es lo que yo pensaba.

DEAL NYC siempre ocupará un lugar especial en mi corazón.

Salí del vestuario y me dirigí a la sala de fitness. Allí estaba Liam, apoyado sobre una de las máquinas mirando a la calle a través de uno de los grandes ventanales. De repente, como si hubiera presentido mi presencia en aquella sala llena de gente haciendo ejercicio con sus propios entrenadores personales y aquella música intensa, se dio la vuelta y me ofreció nuevamente la profundidad de su mirada, que acompañó de una leve sonrisa, cada vez más habitual para mí.

— ¡Por fin! He llegado a pensar que te estabas planteando marcharte y no entrar en la sala de fitness. ¿Estás bien? Llevo 45 minutos esperándote —me dijo como sorprendido y casi en tono de burla o, tal vez, de regañina cariñosa.

— ¿45 minutos? —dije yo con una gran sorpresa en mi rostro abriendo unos ojos como platos— No sé ¿estás seguro de eso? No soy consciente. Prometo ser más rápida mañana —insistí.

En mi interior, sentía que algo había debido ocurrirme en el vestuario porque yo habría jurado que sólo había estado unos diez o quince minutos a lo sumo, mientras me cambiaba de ropa y me dejaba embaucar por el aroma de aquel lugar. Hoy sé que algo me paralizó y probablemente la fuerte atracción que sentía hacia Liam y mi fortaleza mental pudo con ello. Por eso, aunque me llevó 45 minutos, pude deshacerme de aquello que dificultaba mi acercamiento a Liam y seguir actuando según mi voluntad, no la de otros.

— Bien, ¿empezamos? —dijo con mucha fuerza en su voz.

— Sí —contesté yo con un tono de voz tenue, asintiendo con mi cabeza.

— Vale, vamos a hacer una serie de pruebas para conocer cuál es tu estado físico actual. Esto nos llevará aproximadamente una hora. A esto es a lo que dedicaremos hoy nuestro tiempo. ¿Estás preparada? —dijo con mucha energía y profesionalidad.

— Sí, pero ¿para qué es todo esto? —respondí yo algo sorprendida, ya que estaba convencida de que hoy empezaríamos con mi proceso de entrenamiento directamente.

— Para estar seguros de que el plan que preparo para ti es el mejor y el que más se adecúa a tus necesidades y a tu condición física actual —me miró y a continuación sonrió con dulzura antes de seguir hablando—. No seas impaciente, déjame hacer las cosas siguiendo nuestro método. Te aseguro que es lo mejor —volvió a decir nuevamente con un tono muy profesional que transmitía una gran confianza.

— ¿Y en qué consisten estas pruebas? —pregunté algo intimidada por la situación.

— Confía en mí. Podrás con todas ellas. Eres una chica fuerte —respondió con una voz algo paternal y muy paciente.

Por un momento, aprecié un tono como de burla en su manera de hablarme que me hizo sentir algo ridícula.

— Está bien. Tú dirás —dije tratando de parecer confiada y segura.

Me pidió que le acompañara a una de las cintas y allí me explicó cuál era el funcionamiento de aquella máquina y lo que yo debía hacer para la prueba a la que me iba a someter. A continuación, seguimos con el resto de “pruebas” durante algo más de una hora.

— Ya está, has sido una valiente y lo has hecho todo perfecto —me susurró acercándose levemente a mi oído, mientras conseguía que todo mi ser se estremeciera un vez más.

Sentí un terrible pinchazo en el brazo que me hizo salir del estado de semi inconsciencia en el que me hallaba cada vez que Liam estaba cerca de mí.

— ¡Genial! —dije tratando de ocultar mis emociones, aunque supongo que no lo logré porque mi corazón se aceleró.

¿Cuánto tiempo crees que te va a llevar darte una ducha y cambiarte esta vez? —dijo con una mirada divertida— Ya sabes, por saber si te espero pacientemente en la cafetería o me subo a mi despacho a adelantar unas cosillas de trabajo hasta que estés preparada.

— ¿15 minutos es suficiente para ti? —le pregunté en un tono algo desafiante.

— ¡Oh sí, claro! Te espero en la cafetería en 15 minutos.

Volví al vestuario. Casi no aparté la mirada del reloj de mi teléfono para asegurarme de que no me perdía en ningún tipo de pensamiento que me alejara de la realidad, tanto como para no cumplir con mi compromiso de estar lista en 15 minutos. Había un mensaje de llamada perdida al que no presté atención. Mientras me duchaba, pensaba qué era lo que me había podido pasar antes para no tomar conciencia del tiempo que había perdido en el vestuario. ¿O sería una broma de Liam para volverme loca? Más loca aun de lo que sentía que estaba desde que había aparecido en mi vida.

Cuando salía de la ducha, sonó mi teléfono. Era mi amiga Angie.

— ¿Sí? —dije al descolgar.

— ¿Aliva? —sonó la voz de mi querida amiga.

— Sí, Angie. Dime.

— ¿Estás bien? —preguntó ella, algo preocupada.

— Sí —le dije, sorprendida por la pregunta y por la preocupación que había en su voz—. ¿Por qué me lo preguntas?

— Porque estoy aquí, en el Major League, con Harry. Llevamos más de una hora esperándote. Te hemos llamado miles de veces, ¿no has visto las llamadas perdidas? Y pensábamos que te había ocurrido algo. ¿Dónde estás? ¿qué te ha pasado? Habíamos quedado para tomar algo mientras pensábamos en cómo vamos a enfocar el trabajo que nos ha pedido el Sr. Morton para el viernes, ¿recuerdas? —comentó Angie, elevando el tono de voz para hacerse escuchar bajo el sonido de la música del pub y muy acelerada, mostrando claramente su preocupación.

— ¡No, el trabajo! es verdad. Lo siento. Lo siento de verdad. Lo había olvidado por completo —respondí muy agobiada, agolpando mis palabras unas con otras mientras recordaba exactamente la conversación del jueves en la que habíamos quedado para vernos y pensar por dónde empezar a prepararlo todo.

¡Cómo había podido olvidarlo! me dije a mi misma en el interior de mi mente.

— ¿Lo habías olvidado? ¿Dónde estás? Se oye una música de fondo. Aliva, de verdad, llevas unos días, bueno ya varias semanas que estás muy rara. ¿Va todo bien? Sabes que pase lo que pase me lo puedes contar. Soy tu amiga —dijo, transmitiendo una preocupación sincera en sus palabras.

Era verdad, Angie y yo nos habíamos hecho muy buenas amigas y nos teníamos un gran cariño. Sé que estaba preocupada por mí. No podía mentirle.

— Te juro que se me había olvidado. Ahora estoy en el gimnasio, acabo de salir de la ducha y voy a cambiarme de ropa. ¿Me podéis esperar? Será menos de una hora. Id pensando en ello. Prometo concentrarme en el trabajo durante el trayecto de metro hasta llegar allí. Lo siento. Esperadme. Yo a cambio te aseguro que llegaré con varias ideas. De verdad, créeme —me apresuré a decirle.

— Vale. Pero, ¿desde cuándo vas al gimnasio? ¿A qué gimnasio vas? ¿Por qué no me habías dicho nada? Sabes que tenía ganas de apuntarme, si me hubieras dicho que habías decidido empezar a ir al gimnasio te habría acompañado. Podríamos ir juntas —contestó ella, sin entender qué me pasaba y algo decepcionada por mi actitud.

— Lo siento. Te lo contaré todo. Dame un poco de tiempo, ¿vale? —le pedí bajando el tono de mi voz.

— Vale. Espera que te paso a Harry, que me está quitando el teléfono porque no sé qué quiere decirte —me dijo entre prisas.

¿Aliva?

— ¿Qué?

— ¿Qué pasa? —me dijo algo enfadado.

— Nada, Harry. Estoy bien. Te lo aseguro. Sólo que he tenido muchas cosas que hacer esta semana y,… lo había olvidado por completo. Ya le he dicho a Angie que llego en menos de una hora. Lo siento, de verdad —le dije abrumada por la situación.

— Ya puedes venir con buenas ideas para compensar este abandono de tus mejores amigos —dijo Harry, aceptando mis sinceras disculpas.

— ¡Hecho! —respondí con más convencimiento en mi manera de hablar— Hasta ahora. Un beso.

— Un beso —dijo él mientras colgaba el teléfono.

¿Cómo había podido olvidarme? ¿Qué me estaba pasando? Sentía que tenía considerables lapsus en mi memoria. ¿Sería la presencia de Liam que me estaba perturbando hasta estos límites?

Y de repente, pensé cómo le diría ahora a Liam que le dejaba colgado, que me iba con mis amigos a los que, por cierto también había dado plantón.

Me vestí todo lo rápidamente que pude y me dirigí a la cafetería. Allí estaba él en la barra, sentado leyendo una revista. Y una vez más, a pesar de que estaba lleno de gente, se dio la vuelta justo en el instante en que yo llegaba a la puerta. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo sabía que yo estaba allí? Esto ya no era una coincidencia, lo hacía siempre.

— ¿Qué pasa, Aliva? —dijo en cuanto estuve delante de él, haciendo gala de su impresionante intuición.

— Lo siento —respondí sin saber por dónde empezar.

¿Cómo podía decirle que me tenía que ir, que había olvidado por completo que mis amigos me esperaban para hacer un trabajo?

— No pasa nada —dijo y parecía que comprendía o que sabía lo que yo quería decirle.

Es que, verás… mmm… me tengo que ir —comenté, medio tartamudeando y sin encontrar las palabras.

— ¿Estás bien? —preguntó al tiempo que parecía que iba a acariciarme el brazo para tranquilizarme. Pero en el último instante, apartó su mano y no lo hizo.

— Sí, sí. Es que me olvidé que había quedado con Angie y Harry. Son mis dos mejores amigos, somos compañeros de clase y tenemos que preparar un trabajo para finales de la próxima semana. Había quedado con ellos para vernos hoy. Llevan esperándome más de una hora y me han llamado muy preocupados porque no sabían nada de mí. No sé como ha podido ocurrir. No sé qué me está pasando. Pierdo la noción del tiempo en el vestuario hace un rato, me olvido de que he quedado con mis amigos para un tema importante, pierdo las cosas —le solté todo de golpe, mirando al suelo y a mi alrededor, evitando cruzarme con sus ojos hasta que terminé esta perorata, pero lo cierto es que necesitaba decirle que estaba desconcertada.

— Esas cosas pasan, a veces. Te propongo una cosa —dijo regalándome una de sus profundas miradas, esta vez transmitiendo tranquilidad y paz desde aquellos impresionantes ojos felinos que no dejaban de mirarme.

— ¿Qué? —respondí esperando poder decirle que sí a lo que me iba a proponer.

— Te llevo en mi coche. Así llegarás antes. Podemos hablar en español durante el trayecto y después, cuando hayas terminado, me llamas y te voy a buscar. En el camino hacia tu casa continuamos con mi clase de español. Y así habrás podido cumplir con todos. No lo pienses más, vas a llegar más tarde si te vas en el metro. Vámonos —dijo.

Liam volvió a utilizar ese tono pausado que le caracterizaba, con lo cual me transmitió también a mí la tranquilidad que necesitaba en aquellos momentos en los que me sentía tan perturbada que pensaba que mi fuerza mental y mi capacidad de pensar siempre en positivo se estaban desvaneciendo.

Gracias —suspiré.

¡Me parecía tan increíblemente perfecto!

Una vez en el coche, Liam puso una música tranquila que me ayudó bastante para bajar mi nivel de ansiedad. Antes de poner el motor en marcha me miró.

— ¡Eh! —dijo mientras tomaba suavemente mi rostro con sus dedos sobre mi barbilla— Todo está bien, ¿de acuerdo?

Fueron sólo unos instantes e inmediatamente se alejó hacia el volante como si algo en mí le produjese algún tipo de dolor físico al tocarme. Mientras tanto, el dolor en mi brazo se había vuelto a intensificar de un modo que, de no haber estado junto a Liam, habría empezado a retorcerme porque comenzaba a ser insoportable.

— Sí —asentí.

Ahora señorita, me gustaría empezar con mi clase de español, por favor —dijo con un perfecto acento español, que no pudo por menos que sorprenderme, mientras ponía en marcha el motor del coche.

Le devolví una mirada atónita que él pudo apreciar por el rabillo del ojo, mientras parecía poner atención a la calzada.

Será un placer —dije con asombro—. Yo siempre he pensado que la mejor forma de aprender un idioma es practicarlo como parte de algo que te guste o que te despierte interés, así es más fácil. Te propongo que hablemos de algún tema que te guste y, a medida que se desarrolla la conversación, yo te voy diciendo cuál es la forma más adecuada de expresar lo que quieras decir. ¿Vale? —le propuse hablándole ya en español, algo más lento de lo que yo lo hubiese hecho con el objetivo de hacerme entender, aunque estaba segura de que me entendía a la perfección lo que estaba diciéndole, a pesar de que según él, quería aprender el idioma.

Me parece bien —respondió él mirándome durante un segundo mientras conducía.

Pues, ¿de qué te gustaría hablar? —pregunté ya mucho más tranquila y muy centrada en la clase de español, tratando de no pensar en el dolor de mi brazo.

De ti —dijo Liam, consiguiendo despojarme totalmente de mi recién recuperada seguridad.

¿De mí? —pregunté, casi desencajada.

Sí. Has dicho que la mejor forma para aprender un idioma es practicarlo como parte de algo que te guste o que despierte tu interés, ¿no? Creo que esas han sido tus palabras, ¿cierto? —dijo muy seguro y atisbando una vez más esa sonrisa que me dejaba sin escudo protector frente a su atracción irresistible.

— Sí, eso es lo que he dicho —respondí tratando de disimular mi confusión—. ¿Por dónde quieres empezar? —pregunté en español, mirando por la ventana delantera del coche y tratando de controlar la situación en la que me acababa de ver envuelta.

¿Cuántos años tienes? ¿Te parece un buen comienzo? —dijo con su perfecto acento castellano.

¡Muuuy bien! —exclamé, mostrándole mi felicitación por lo bien que lo había expresado— ¡Correcto y con muy buen acento!

Gracias.

¿Dónde has aprendido a hablar español? —pregunté en un intento de desviar la atención que había mostrado sobre mi persona y tratando de llevar la conversación hacia él y hacia sus circunstancias, para que me hablara de él y de cuándo y cómo había aprendido a hablar tan bien mi idioma.

Lo aprendí en España. Viví allí durante un tiempo —respondió como siempre, con la cortesía habitual en él—. Pero todavía no has respondido a mi pregunta —insistió.

Ya —dije, mirando por la ventanilla, buscando la forma de evitar la respuesta. —Por cierto, el lugar donde he quedado con Angie y Harry es un pub que no sé si conoces. Es el Major League, está en la 7a, con… —traté de desviar nuevamente la conversación y además asegurarme de que llegábamos rápidamente al lugar donde estaban esperándome mis amigos.

Conozco el Major League —me interrumpió nuevamente en un perfecto español.

¡Ah! Pues, entonces perfecto —dije segura de que ya no tenía muchas más posibilidades de desviar la atención y convencida de que él volvería a insistir en hablar de mí.

¿Y bien? —continuó.

Sí.… eh… eso mismo iba a decir yo —dije sabiendo que era una respuesta sin sentido y casi inconexa con la conversación que estábamos llevando—. Y ¿en qué parte de España viviste? —indagué.

Suspiró mirando al frente y elevando una de sus pequeñas sonrisas.

— Te propongo una cosa. Yo te respondo a una pregunta y tú no me haces otra hasta que me hayas respondido a una mía. ¿De acuerdo? —fue su oferta, esta vez en inglés, para tomar el control de la conversación que yo estaba tratando abiertamente de desviar.

— Vale —acepté el trato.

¿Qué otra cosa podía hacer si todo mi ser temblaba sin dejarme pensar con claridad cuando le tenía tan cerca?

Seguimos pendientes de tu respuesta. ¿Recuerdas? La pregunta era sencilla, preguntaba por tu edad —insistió mientras giraba el volante para entrar en la 7a avenida.

Mi edad,… claro —dije yo en voz alta mientras bajaba el pequeño espejo del parasol del coche para, casi de forma instintiva, comprobar que mi aspecto era el de una veinteañera.

Exacto —asintió.

¿Cuántos años crees que tengo? —pregunté para alargar este punto de la conversación lo suficiente como para que no hubiera más preguntas antes de llegar al Major League.

¡Ah, no, no! Recuerda el trato. No hay más preguntas si no hay respuestas —dijo más serio de lo habitual.

Aparcó el coche en la puerta del pub, paró el motor y me miró expectante.

20… mmm…tengo casi 20.

Juro que no le mentí. Así era como yo me sentía. Yo era esa chica de casi 20 años, ahora sí. Vivía como una universitaria, mis amigos eran chicos de esta edad, mi apariencia física era la de una joven y, aunque la experiencia de mi vida anterior me acompañaría siempre, yo era una joven y quedaba muy poco, en aquellos momentos, de mi vida anterior.

Sonrió cariñosamente.

¿Y tú? —pregunté.

Se detuvo un momento y bajó su mirada por unos segundos.

Ésta la dejamos para después. Vas a llegar tarde. Tus amigos te esperan —respondió, mientras elevaba su mirada hacia mis ojos haciéndome temblar una vez más.

Está bien —dije.

Desvió sus ojos por una fracción de segundo para mirar el reloj del coche.

— Son las 3 de la tarde. ¿A qué hora quieres que venga a recogerte? —dijo ya en inglés.

— ¿A las 5 y media? —le propuse.

— Perfecto. Aquí estaré —contestó gentil.

Me preparaba para bajar del coche, quitándome el cinturón de seguridad, cuando cogió mi mochila que estaba en el suelo y con la mano me indicó que me esperase. Abrió su puerta, bajó, rodeó la parte delantera del coche hasta llegar a la mía para abrirla con la caballerosidad de los hombres de antaño. Era la segunda vez que hacía esto y me gustó. Le demostré con mi gesto que me parecía un detalle precioso para que lo repitiera en el futuro, me hacía sentir muy bien y aprovechaba para mirarle mientras él no me veía. Me encantaba su forma de tratarme, era tan atento y cuidadoso en todas sus formas que me encandilaba.

Salí y a continuación cerró la puerta, se apoyó sobre ella mirándome y volvió a sonreír. Y, claro, yo volví a temblar.

— Aliva —dijo y se detuvo una fracción de segundo—. No has comido nada. Prométeme que vas a tomar algo ahora. Las pruebas que hemos hecho no son muy intensas pero no debes permanecer sin comer después de haberlas realizado. ¿Lo harás?

— Lo haré —dije sonriendo—. Nos vemos después.

Hasta luego —se despidió en su perfecto acento castellano.

Y se quedó apoyado en el coche mirándome mientras yo entraba en el bar para reunirme con mis amigos.

Estaba aturdida pero me sentía plena.

Entré en el Major League, miré la mesa del fondo. Allí estaban Angie y Harry. Me acerqué.

— Hola, chicos. Lo siento, de verdad —dije sinceramente.

— ¡Qué pronto has llegado! Te había entendido que tardarías una hora —dijo intrigada Angie.

— Ya. Es que… bueno,… me han traído en coche —respondí muy rápidamente y sabiendo que no iba a ser suficiente para ella que me conocía muy bien.

Yo sabía que ocurriría lo que pasó a continuación.

— ¿Qué te han traído en coche? ¿Quién te ha traído? —preguntó esperando la verdad.

— Eh… nada. Nadie en especial —desvié la mirada, haciendo como que buscaba al camarero—. Mi entrenador personal —respondí como entre dientes y en voz algo más bajita, tratando de restarle importancia pero Angie no estaba dispuesta a dejarlo ahí.

— ¿Entrenador personal? —dijo como pavoneándose— ¿Cómo que tienes un entrenador personal?, quiero saberlo todo, todo, todo —dijo sin dar opción.

— Sí —suspiré.

— ¡Vamos! ¿a qué estás esperando? ¿Quién es él? ¿Por qué tu entrenador personal se toma la molestia de traerte hasta aquí? ¿Quién es? ¿Lo conocemos? ¿Dónde le has conocido? ¿Te gusta? —dijo amontonando todas las preguntas según iban surgiendo en su cabeza.

— Ya, Angie —le pedí con fuerza—. No hay nada de qué hablar ahora, por favor. Estoy bastante disgustada por haberme olvidado de nuestra cita y también algo cansada porque esta semana ha sido agotadora. Los exámenes, los trabajos que hay que entregar para las distintas asignaturas, mi trabajo con los niños de Alisson y el trabajo en la librería en los fines de semana… —expliqué apoyándome sobre el respaldo del sillón tratando de buscar un descanso mientras hablaba—. No sé, estoy cansada chicos. Os lo digo de verdad —insistí cerrando los ojos y elevando mi cara hacia el techo.

Yo misma me daba cuenta de lo extraña que debía parecerles a mis amigos que me conocían muy bien ya y que siempre me veían feliz, sin prisas y sin agobios por nada, disfrutando de cada instante y de cada cosa que me pasaba. Yo nunca me sentía abrumada por la cantidad de trabajo que teníamos que hacer, al contrario, siempre me mostraba pletórica y animaba a los otros a que disfrutasen de la época más bonita de la vida y hasta me ofrecía a ayudarles con sus trabajos. Supongo que todo esto era tan sorprendente y raro para mi querida amiga como para mí misma. Por eso, se mostraba tan insistente y preocupada por mí. Sé que lo hacía con la mejor de las intenciones pero yo no estaba llevando las riendas de mi vida en aquellos momentos. Sentía como si dos fuerzas opuestas estuvieran tratando de imponerse la una a la otra, siendo yo el objetivo de su abrumadora presión. Por un lado, la fuerza que me atraía irremediablemente hacia Liam y por otro, esta extraña sensación de que algo externo a mí estaba actuando desde algún lugar o incluso desde dentro de mí para alejarme de él lo antes posible.

— Vale, chicas. Está bien. ¿Nos centramos en el trabajo para el profesor Morton? —dijo Harry tratando de poner orden en aquella conversación entre dos amigas que podría terminar en una discusión no deseada por ninguna de las dos.

— Sí, por favor. Gracias, Harry —respondí, inclinándome hacia delante para ponernos a trabajar.

— Vale. Acepto —dijo Angie con cierta condescendencia en su voz y en sus gestos.

— ¿Habéis comido? —pregunté.

— Claro que hemos comido, son más de las tres de la tarde —respondió algo airada—. Sigues con tu horario español —y sonrió para quitarle hierro al asunto.

Por favor —indicó Harry al camarero, para pedirle que viniera hasta nuestra mesa.

— Gracias, Harry —dije con una sonrisa cómplice.

— ¿Sí? —preguntó el camarero, que era nuevo, nunca le había visto en el Major League.

— ¿Me puedes traer una ensalada Major? —pedí.

— Sí, claro. ¿Algo para beber? —solicitó amablemente.

— Tomaré un zumo de manzana y agua natural, por favor —le indiqué con una sonrisa.

Apuntó todo y me dijo que en unos minutos estaría listo. Me dio las gracias y se fue hacia la barra para encargar mi ensalada y preparar mi petición de bebida.

Harry tomó el liderazgo de aquella reunión de compañeros de clase y fue indicándonos los temas en los que él había pensado que podíamos trabajar para la asignatura del profesor Morton. Debatimos un rato sobre las distintas posibilidades y finalmente nos pusimos de acuerdo en el tema. Mientras hablábamos, fui comiendo mi ensalada que reconozco que me sentó muy bien, porque realmente estaba hambrienta. Los nervios producidos por el hecho de que había quedado con Liam me impidieron probar bocado en el desayuno. Después, no tuve ocasión de comer nada y además, las pruebas que había realizado en DEAL NYC me habían cansado un poco. Luego tomé un plato de fruta. Me encantaba cómo preparaban la fruta en el Major League, con muchas variedades en un mismo plato y totalmente natural, además de muy agradable a la vista. Era un bar típico en la zona, en el que podías ver los partidos de baseball y en el que estaban especializados en hamburguesas, patatas y esas cosas, pero también cuidaban mucho el tema de las ensaladas y las frutas. Era parte de su encanto, el hecho de que realmente estaba pensado para gustar a cualquier tipo de público.

Cuando repartimos tareas entre los tres, Harry nos dijo que tenía que marcharse porque quería terminar unas cosas que tenía pendientes. La verdad es que sé que Harry quiso dejarnos solas porque intuía que las dos queríamos hablar. Éramos muy buenas amigas, Harry lo sabía y se había dado cuenta de que estábamos un poco distanciadas, lo cual no nos hacía bien a ninguna de las dos.

Cuando nos quedamos solas, inmediatamente Angie entró en el tema que habíamos dejado pendiente antes.

— ¡Cuéntamelo todo! ¡Ya! —inquirió, aunque con una sonrisa cómplice hacia mí.

— Ya —dije como pensando en voz alta y tratando de decidir qué era lo que le iba a contar a Angie.

— ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Dónde le has conocido? ¿Es tu entrenador personal? ¿A qué gimnasio vas? ¿Desde cuándo? Todo, cuéntamelo todo desde el principio. ¿Por qué has estado tan callada al respecto? —volvió a inquirir intensamente.

— Vale, vale. Te lo cuento. A ver, ¿por dónde empiezo? —dije elevando mis ojos hacia el techo y tratando de poner orden en las cosas para contárselo a Angie.

— Por donde quieras, pero ya —volvió a insistir.

— Bueno. Se llama Liam, Liam Tilmann —respondí con una cierta frialdad para no demostrar que sólo el hecho de pronunciar su nombre en voz alta me hacía temblar.

— ¿Liam Tilmann? —repitió Angie, tratando de buscar en su memoria para saber si le conocía y así poder ponerle cara— No me suena de nada este nombre.

— No. No le conoces —respondí rápidamente—. Bueno la verdad es que le has visto, al menos una vez, que yo sepa —dije mientras recordaba la primera vez que yo le vi y que estábamos juntas.

— ¿Sí?, ¿le conozco? no me suena de nada, de verdad. ¿Quién es? —preguntó con la misma insistencia de antes.

— ¿Te acuerdas el día que fuimos a ver “The Mountain”?

— Sí, claro. Me encantó esa obra —respondió, mientras arrugaba un poco las cejas porque no estaba siendo capaz de relacionar ese día con aquel nombre, Liam Tilmann—. Pero no sé quién es ese chico —comentó en tono interrogante.

Tomé aire profundamente.

Bueno, verás. ¿Te acuerdas de un chico que llegaba tarde, que estaba sentado en nuestra misma fila de butacas? ¿uno que me dio un buen pisotón? —dije.

Hablé con toda la naturalidad que pude, tratando de que fuese ella la que recordase su rostro y aquella escena sin necesidad de pronunciar ningún calificativo sobre el arrollador aspecto físico de Liam. Pero fue ella la que rápidamente cayó en el tema y recordó a Liam, tanto que su respuesta fue en un tono de voz tan alto que los chicos de la mesa de al lado se giraron a mirarnos.

— ¿El modelazo? —gritó con una impresionante sorpresa y, yo diría que casi emoción, en su rostro y desde luego en el tono de su voz.

— Shh, baja la voz —le pedí mientras le tapaba la boca con mi mano.

— ¿Es ese? —dijo con la misma insistencia que antes, pero esta vez en un susurro y con unos ojos como platos.

— Sí, ese mismo —respondí tratando de parecer tranquila y como si Liam fuera un chico cualquiera y muy normalito.

— ¡Ahora lo entiendo! —dijo mientras se echaba hacia atrás en su asiento.

— ¿Qué?

— Es verdad —dijo mientras ella misma iba tomando conciencia de lo que estaba diciéndome.

La miré esperando a ver qué era lo que me iba a decir.

— Has estado rarísima desde entonces. En Stockbridge estabas como ida. Bueno, llevas así desde esa tarde —dijo mientras me miraba apretando los labios como una madre que le está echando una cariñosa regañina a su hija.

De nuevo, se inclinó acercándose hacia delante para lograr una mayor cercanía conmigo y continuó en un tono de voz bajo.

— Tengo la sensación de que estás distante. Además, me tenías preocupada porque tú siempre eres la que me transmite fuerza, seguridad y ganas de seguir aprendiendo sin importarme si siento que no puedo con todo. Y llevas semanas que pareces preocupada por algo, incluso cansada —dijo haciéndome tomar conciencia de que mi actitud había cambiado desde que Liam se había cruzado en mi vida.

— Lo sé, Angie. Y de verdad que lo siento —me disculpé.

— No. No lo sientas. ¿Tanto te gusta? —preguntó ella con cariño, acercándose para hacer la pregunta en voz muy bajita.

— Creo que es más que eso —dije después de inspirar profundamente.

— ¡Guao, Aliva! —dijo y me cogió la mano y la apretó con fuerza, transmitiéndome lo contenta que estaba por mí.

En ese momento, sentí nuevamente el dolor en mi brazo. Y sabía que no tenía que ver con el hecho de que Angie hubiese cogido mi mano. Era provocado por algo distinto y no sabía identificar por qué, sólo sabía que el dolor era muy intenso y que era intermitente, se iba y venía espontáneamente. Era como de dentro hacia fuera, como si algo en el interior de mi brazo tratase de salir rompiendo tejidos y provocando sensación de dolor y ardor al mismo tiempo.

De repente, Liam entró en el pub. Todas las chicas se fueron girando a mirarle a medida que se acercaba hacia nuestra mesa. Llegó hasta nosotras con su eterna sonrisa y sus ojos cautivadores.

— Hola —dijo tímidamente.

Me levanté muy rápido para presentárselo a Angie.

— Hola —le dije sin poder dejar de mirar sus ojos y casi temblando.

No conseguía acostumbrarme, siempre empezaba a temblar cada vez que le veía.

Angie nos miró con complicidad.

— Os presento. Angie, éste es Liam. Liam, ésta es mi amiga Angie, mi mejor amiga —dije con orgullo hacia ella.

— Encantado —dijo mientras asentía con su cabeza, marcando las distancias con educación y respeto, pero con frialdad, como hacía siempre con todo el mundo excepto conmigo.

— Lo mismo digo —respondió Angie con una sonrisa y algo intimidada por la frialdad de Liam.

Él se dirigió a mí rápidamente.

— Son algo más de las cinco y media. ¿Estás lista? Tengo el coche mal aparcado —me dijo con la cercanía que sólo a mí me dedicaba.

— Sí. Ya habíamos terminado, ¿verdad Angie?

— Sí, sí, claro, hace ya un ratito —respondió ella con amabilidad.

Cogimos nuestras cosas y salimos los tres hacia la puerta de la calle. Allí nos despedimos de Angie, quien me indicó con su mirada lo impresionante que le parecía todo aquello y me hizo un gesto con la mano para que la llamase más tarde. Le devolví una sonrisa y me fui hacia el coche con Liam. Me abrió la puerta como había hecho hacía un rato. Sabía que podía llegar a acostumbrarme a este gentil detalle, pero seguiría gustándome tanto como la primera vez.

Una vez dentro del coche, puso música. Esta vez eligió el disco de uno de los grupos de moda que escuchábamos todos los jóvenes en la ciudad. Encendió el motor del coche y me miró con sus ojos eternos. No encuentro palabras para describir cómo me sentía.

— ¿A dónde quieres ir? —dijo gentilmente.

— Te debo más de media clase de español. Supongo que deberíamos buscar algún lugar donde poder terminarla, ¿no? ¿Hay algún sitio que te guste o donde prefieras estar? —pregunté.

— DEAL NYC es uno de los sitios donde más me gusta estar. Me siento muy bien allí. ¿Te apetece que vayamos a la cafetería? Prometo acercarte a casa después para que no tengas que ir en metro por la noche, además está empezando a hacer frío —dijo con su inagotable amabilidad.

Me parece bien. Seguimos donde lo habíamos dejado, en el DEAL NYC —respondí transmitiendo más seguridad que en las veces anteriores.

Condujo todo el camino en silencio. Dejó sonar la música. No era un trayecto largo pero no pronunciamos una sola palabra ninguno de los dos.

Llegamos al garaje, aparcó el coche. Bajó y me abrió la puerta para que yo pudiera salir. Nos dirigimos al lujoso ascensor. Y continuó sin decir nada. Sólo me miraba. Yo no era capaz de entender en qué podía estar pensando. Le vi algo preocupado. Era como si en el tiempo en que yo había estado con mis amigos en el Major League, hubiese ocurrido algo. Estaba distinto, de hecho parecía algo distante. No sabría explicar por qué, pero lo sentía así.

Llegamos. No estaba Sam, el amable encargado de la recepción de DEAL NYC. En su lugar había otra chica a la que yo no conocía, puesto que Sam había terminado su turno. Ella nos sonrío.

Entramos en la cafetería. Liam me preguntó qué quería tomar. Le dije que nada, acababa de tomar un té en el Major League. Él pidió un té verde al camarero y se sentó en la mesa, junto a mí para continuar con su clase de español, la accidentada clase de español que le debía.

Antes de que él dijera nada, y como guiada por mi instinto, le pregunté si todo estaba bien.

— Sí. No te preocupes. He tenido que resolver unas cosas en este rato pero todo está perfecto ya, de verdad. Nada de que preocuparse —dijo tratando de mostrar congruencia entre sus palabras y su comunicación no verbal—. ¿Por dónde íbamos cuando te dejé? —preguntó.

— Íbamos por que tú me hacías una pregunta, yo te respondía y después yo te hacía otra y así —relaté con cierta frialdad—. Yo te había hecho una pregunta que quedó pendiente de respuesta por tu parte, ¿recuerdas? — indiqué.

Sí, sí. Claro que sí —dijo con su sonrisa nuevamente en los labios.

De repente, se despistó. Apartó la mirada y la dirigió hacia la puerta de entrada de la cafetería. Era increíble. ¿Cómo era capaz de saber lo que estaba pasando a sus espaldas?

Inmediatamente, yo también miré hacia la entrada de manera casi inconsciente para saber qué era lo que había atraído tanto su atención. Era una chica guapísima, por cierto. He de reconocer que sentí celos porque él se había despistado para mirarla, aunque siendo realista cualquier chico se habría despistado porque era realmente bella.

Ella también le miró. Le sonrió. Y se acercó hasta nuestra mesa.

Cada vez me dolía más el brazo.

— Hola —dijo con una voz muy agradable.

— Hola hermanita —respondió Liam, dirigiéndose a ella con la misma cercanía con la se dirigía a mí.

— Hola —respondí con una sonrisa.

La verdad es que fue muy tranquilizador saber que era su hermana.

— Aliva. Te presento a Amy, mi hermana melliza —dijo mirándola con enorme cariño—. Amy, ella es Aliva.

— Hola, Aliva. Me alegro mucho de conocerte, al fin —dijo sonriendo con gran cercanía hacia mí, como indicando que sabía de mi existencia porque Liam le había hablado de mí, lo cual me halagó muchísimo.

— Para mí también es un placer, Amy. Me gusta mucho tu nombre, es precioso. Hace un tiempo me interesé por conocer los significados de los nombres y recuerdo que Amy era algo así como “la que es amada” —expliqué.

— Gracias —respondió ella con una bonita sonrisa aunque distante, incluso se mantenía a una cierta distancia física de mí.

— ¿Quieres sentarte? —le ofrecí.

No, no. Sé que estáis en la clase de español. Eso es importante. No quiero interrumpiros —dijo con una sonrisa cómplice en sus labios y en su mirada.

La mirada de Amy también era misteriosa, felina y parecía ocultar algún secreto, pero yo en aquellos momentos no supe interpretar nada sobre ese secreto.

— Sólo vengo a tomar un té y me subo de nuevo a mi despacho. Ha sido un placer. Confío en que nos veremos más veces, Aliva —dijo dándose la vuelta al tiempo que le hacía un cariñoso guiño a su hermano quien le correspondía con cierta timidez.

— Bien. Pues ya has conocido a mi hermana —dijo él con un suspiro que no supe interpretar qué significaba.

— ¡Es guapísima! —exclamé con sinceridad.

— Lo sé. Y también es la mejor hermana del mundo. Te lo aseguro. Nos conocemos muy bien y nos llevamos mejor —dijo con gran satisfacción en el tono de su voz y mostrando un brillo intenso en su mirada al hablar de Amy. Parecía que realmente había una conexión especial entre ellos—. Pero, podemos seguir ya con nuestra clase de español —continuó como saliendo de algún lugar en el que no habría querido entrar, al menos en esos momentos.

— Sí —respondí esperando respuesta a la pregunta que habíamos dejado pendiente en dos ocasiones ya sobre su edad.

Tengo 22 —dijo en perfecto español y sonrió.

Ahora me toca a mí. ¿De dónde eres? —preguntó señalándome con el dedo, con un gesto típico de quien simula un disparo con su mano, parecía que me quería decir “ahora disparo yo con mi pregunta”.

Nací en Nueva York. Mi madre era estadounidense. Mi padre era español. Se conocieron en un viaje cuando eran muy jóvenes. Se enamoraron y se casaron, se vinieron a vivir a Nueva York. Yo nací aquí. Después, cuando yo todavía era muy pequeña decidieron trasladarse a España. Supongo que porque mi padre no se sentía bien en una ciudad tan grande. Él era del sur de España, de un pequeño pueblo de pescadores en el extremo más al sur de la península. Han muerto —dije de un tirón y con mucha confianza, mientras él me escuchaba con la máxima atención.

Se quedó callado, como helado.

¿Has entendido bien? ¿Quieres que repita alguna parte? Tal vez he hablado demasiado rápido —dije, no sin cierta intriga ante su silencio.

No, no. He entendido todo perfectamente. Lo siento, siento su muerte —dijo bastante compungido y llevando su mano derecha sobre su corazón.

¿Cómo explicarle que era algo que, en el caso de mis padres, podía entrar dentro de la lógica? Sin embargo, para él yo era una joven de tan sólo veinte años, que se había quedado aparentemente sola en la vida.

¿Qué ocurrió? —preguntó.

Un accidente de tráfico —respondí casi de inmediato.

Inventé, ¿qué otra cosa podía hacer en aquellos momentos? Liam no podría entender la verdad. Al menos eso es lo que yo pensaba en aquella época. Ahora cuando pienso en ello me reafirmo en mi creencia de que no se puede prejuzgar a las personas, ni presuponer nada en la vida, porque ésta te sorprende constantemente. Ahora sé que podría haberle dicho la verdad a Liam tal cual era, porque él lo habría entendido perfectamente. Él conocía el origen de todo ello.

¿Hace mucho? —preguntó en voz baja, con la tranquilidad que le caracterizaba y tratando de conocer más sobre mí y de entender más los aspectos que rodeaban mi existencia.

Hace un tiempo. Pero, preferiría no hablar de ello —repuse yo, girando mi mirada hacia ninguna parte para evitar seguir la conversación por esa vía.

Respiré profundamente y volví a conectar mi mirada con esos ojos intensos de Liam.

Lo entiendo —respondió asintiendo.

Además, hemos dicho que hacíamos una pregunta y esperábamos respuesta antes de hacer la siguiente. Y yo he respondido a muchas ya sin haberte hecho a ti ninguna otra —dije sonriendo en un intento de quitarle hierro al asunto.

Es verdad. Puedes preguntarme. Es tu turno, mi querida profesora —dijo con cierta ironía y elevando una inmensa sonrisa que iluminó todo su rostro.

¿De dónde eres tú? —pregunté, mientras le miraba profundamente a los ojos para leer más adentro de lo que me dijeran sus palabras.

Yo nací en Egipto. En El Cairo. Pero hace tiempo que vivo con mis hermanos en esta ciudad. Me siento muy bien aquí. Me gusta mucho Nueva York, de hecho me considero neoyorquino —dijo devolviéndome su embaucadora mirada felina y con esa forma de hablar tan suya, tan serena.

Has dicho con mis hermanos. ¿Cuántos hermanos tienes? Pensé que sólo tenías a Amy.

Inmediatamente entendí lo que me iba a decir y me adelanté

Lo sé, sé que toca pregunta tuya pero yo te he dado mucha información, así que me puedo permitir esta pregunta, querido alumno —dije con una sonrisa triunfadora en mi rostro, a la vez que me acercaba hacia él con valentía.

Vale. Acepto —respondió con condescendencia—. Somos cuatro hermanos. El mayor es David, que es mellizo de Ely. Y después estamos Amy, que ya la has conocido, y yo. David y Ely son arquitectos y además, son también socios nuestros en DEAL NYC. De hecho, el nombre DEAL se compone de nuestras cuatro iniciales —indicó Liam—. David y Ely tienen un estudio de arquitectura, que está funcionando muy bien. Nos llevamos unos siete años con ellos. Estamos también muy unidos. De hecho, todos vivimos en el mismo edificio. Algún día te invitaré a casa —dijo casi de carrerilla, a una velocidad que era extraña en comparación con la que caracterizaba su manera de hablar.

Parecía que se sentía bien hablando de estas cosas conmigo. La verdad es que ésta es la conversación más larga que había tenido con él. Le estaba conociendo y me gustaba oírle hablar sobre su vida. Por cierto, hablaba en un perfecto español. Cada vez tenía más claro que no necesitaba clases de español, que no había sido más que una excusa para estar cerca de mí.

¿Y todos hablan mi idioma tan bien como tú? —pregunté con mucha ironía, entrecerrando mis ojos y sonriendo, aunque apretando mis labios para indicarle que ya me daba cuenta de que no necesitaba las clases, en absoluto.

Ja, ja —rió con cierta intensidad.

Se echó hacia atrás en la silla, lo suficiente como para que la gente de alrededor, sobre todo los que trabajaban en DEAL NYC, le mirasen sorprendidos.

Probablemente nunca le habían visto reír.

Sí, mis hermanos hablan muy bien español. También vivieron allí —dijo sin dejar de mirarme y con cierta picardía en su rostro.

¿En qué parte de España vivisteis y cuándo? —pregunté.

Fue hace unos cuantos años. Estuvimos en la zona noroeste, en un pequeño pueblo también de pescadores, como tú —dijo acercándose de nuevo hacia mí y apoyando sus brazos sobre la mesa, sin desvelar nada en su respuesta.

Era muy hábil para no responder nada cuando él no te quería dar información, pero con la suficiente educación para que pareciera que estaba atendiendo tu petición gentilmente.

¿Y tus padres? ¿Viven también aquí? —pregunté, aprovechando que me respondía sin pedir información sobre mí a cambio.

No —respondió secamente y bajando su mirada.

Entendí enseguida que no quería tocar ese tema. Y lo respeté. No pregunté nada más al respecto.

Seguimos hablando un buen rato. Ahora, cuando recuerdo esta conversación, me doy cuenta de que no me mintió en ningún momento, simplemente no respondió a aquello que consideraba que yo no entendería. Nada más. No puedo decir lo mismo en mi caso. Yo colé algunas partes no ciertas de mi historia. Era evidentemente menos hábil que él y además, tenía miedo a contarle la verdad de mi vida, o de mi segunda vida, la actual. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo explicarle quién era realmente yo y cómo había conseguido volver a empezar? ¿Cómo contarle que tenía hijos y nietos, que estaba a punto de cumplir los 60 años de vida? No sé. Todo me parecía imposible de explicar sin asustar a alguien con mi increíble historia. ¡Qué tonta! La suya sí que era increíble y por supuesto que lo mío lo iba a entender a la perfección. Con lo que hoy sé, estoy completamente segura de que le habría dicho la verdad.

En mi primera vida yo siempre fui sincera, éste era uno de mis valores principales. Y en mi vida actual no sé cómo pude equivocarme tanto a este respecto. La verdad y la sinceridad en estos primeros años de mi vida nueva pasaron a un segundo plano. Ahora sé que fue un auténtico error del que he aprendido. Eso es lo mágico de cometer errores, que siempre vienen acompañados de un aprendizaje que no se olvida por muchos años que uno viva. Y en mi caso, lo que he aprendido al respecto es que si vives y te comportas desde la verdad, todo es mucho más fácil y más satisfactorio. La verdad y la congruencia son ahora, también en esta segunda parte de mi existencia, mis principios y valores más importantes, a lo que no renunciaría por nada. He de reconocer que aunque en mis palabras no fui del todo sincera, lo cierto es que sí había congruencia en mí.

Lo que quiero decir es que yo me sentía esa joven de veinte años que era lo que representaba mi aspecto físico, vivía como tal y pensaba y soñaba exactamente así. Había congruencia entre mis actos, mi manera de comportarme y de vivir con lo que le estaba transmitiendo a Liam, aunque incluyera algunas partes en la versión de mi vida que le estaba contando que no fueran auténticas, en un intento de que él pudiera entenderme mejor.

¡Qué tontería y cómo le infravaloré! Cómo si él fuese un simple mortal incapaz de entender más allá de lo cotidiano y lo demostrable científicamente, lo basado en la lógica de la racionalidad del ser humano.

Pero, no fui sincera.

Así llegamos al final de nuestra supuesta clase de español y Liam me llevó a casa en el coche y con la elegancia y caballerosidad a la que ya me estaba acostumbrando y que me encantaba.

— Bueno, todavía no me has dicho si quieres que repitamos mañana —preguntó con aparente seguridad, pero ahora que le conozco mucho más, sé que realmente no estaba seguro de si yo querría continuar con nuestro “trueque” y si querría seguir viéndole.

— Sí. La verdad es que todavía no tengo mucho criterio porque realmente no hemos empezado con mi entrenamiento. No sé cómo será y me intriga, te lo aseguro —dije.

Sé que hablé mostrando esa seguridad en toda mi comunicación no verbal que siempre me había caracterizado y que por fin parecía que estaba recuperando; ya que las últimas semanas había llegado a pensar que la aparición de Liam en mi vida estaba cambiando mi propio carácter, cosa que no me gustaba. A mí siempre me gustó sentirme segura de mí misma.

— ¡Ah! Es verdad. Tendré que poner todo lo mejor de mí. ¿Mañana a la misma hora? —preguntó embaucándome con su mirada arrebatadora y la perfección de su rostro, iluminado por esa sonrisa eterna y profunda, antes de salir del coche para abrirme la puerta por tercera vez en un mismo día.

— Sí. Mañana a la misma hora —repetí sin dejar de mirarle.

Sonrió, sin decir nada, como sonriéndose a sí mismo por haber logrado que yo le dijera que sí.

— Que descanses —dijo él cuando se despedía de mí, desde la distancia física y apoyado otra vez sobre la puerta del coche.

— Y tú también. Gracias —dije amablemente y entrecerrando mis ojos.

Respiré profundamente y me encaminé hacia la puerta de mi casa deseando que llegase ya el momento de volver a estar junto a él.

La calle estaba tranquila, ya había oscurecido y las luces que iluminaban los escaparates de las tiendas cerradas de alrededor se empezaban a encender para dejar ver la mercancía de su interior y así atraer las miradas de los transeúntes. Se escuchaban los pasos cansados de seres humanos que silenciosamente regresaban a sus hogares después de un domingo más frío de lo habitual para esta época del año.

Era una noche aparentemente normal, sin embargo para mí era un día mágico y especial. Era el principio, la entrada hacia un mundo de amor casi sobrenatural.

Tal vez, cualquier otra persona no habría podido dormir aquella noche después de tantas emociones desbocadas. Sin embargo, he de reconocer que la presencia de Liam aquella tarde estaba devolviéndome una tranquilidad y una seguridad que me gustaban mucho. Estaba cansada y dormí profundamente. Por fin, había cesado el dolor de mi brazo y pude descansar.

Sonó muy temprano el despertador, quería estar pronto en la biblioteca para poder trabajar y adelantar cosas que tenía pendientes y que eran bastantes. Además, ahora tenía que aprovechar los días al máximo, ya que iba a dedicar dos horas diarias a estar con Liam. ¡Qué bien sonaba esto en mis pensamientos!

Había descansado y me sentía llena de vida y cautivada por este nuevo estado de felicidad en el que me hallaba desde que había conocido a Liam.

Salí de casa, era todavía de noche y la ciudad estaba callada y tranquila. Mientras abría la puerta del ascensor para dirigirme a la calle, sentí cómo el dolor en mi brazo volvía a intensificarse. Aquello era muy extraño, me empezaba a preocupar porque no era capaz de entender a qué se debía. Todo era tan raro, no sé cómo explicarlo, pero lo cierto es que cuando empezaba el dolor en el brazo también sentía una especie de seguridad. Era como que no tenía miedo a nada ni a nadie, era como una especie de alivio, como cuando estás en medio de una gran tormenta y encuentras un refugio donde guarecerte. Sé que es complejo y me resulta difícil de describir con palabras pero era como una especie de contradicción: dolor, casi quemazón, y bienestar, seguridad, sensación de protección absoluta.

Entre mis pensamientos, salí a la calle. ¡Y allí estaba él, de nuevo! Apoyado en la puerta del coche. Es como si aquella escena del día anterior se hubiera quedado congelada y, al salir de mi casa, volviera a encontrarle en el mismo punto en el que le dejé por la noche. La única diferencia era la ropa, evidentemente se había cambiado, lo cual me indicaba que había ido a casa. ¡Cómo vestía! Era perfecto de verdad, a la moda más actual y con una elegancia extrema, que te llevaba a pensar en él como en un hombre de otra época, de esos que hubieran cortejado a su amada, incluso en un mundo como este en el que vivimos.

Me sorprendió encontrarle allí tan temprano. Pero qué agradable fue esta sorpresa. Me sentí como la princesa de un cuento de hadas trasladada al tiempo actual. Exactamente igual. Y, en medio de este sentimiento de plenitud, se dibujó una sonrisa en mi rostro que iluminaba todo en medio de la oscuridad de la madrugada.

— Buenos días, Aliva —dijo con esa voz que me hacía temblar, apoyado sobre la puerta del copiloto y con la magia hechizante de su rostro.

— Hola. ¿Has venido hasta aquí tan pronto? —dije abriendo unos ojos como platos y casi dándole las gracias por aquel increíble y maravilloso detalle.

Yo me había quedado casi inmóvil y así continué mientras le hablaba.

— Sí. Confío en que te apetezca que te lleve cómodamente en mi coche. Hace frío y es de noche todavía. No podía pensar en que estarías saliendo de casa sola, con esta temperatura y teniendo que tomar el metro si yo podía venir y compartir un ratito contigo mientras te acerco —dijo e inclinó la cabeza, casi excusándose por aquel romántico detalle.

Hoy sé que temía que yo me sintiera agobiada y que su sorpresa se le volviera en contra. No pudo disimular su timidez en esta ocasión. Fue ese día cuando descubrí lo tímido que era. Me daba cuenta de que no era realmente distante y frío como podía aparentar en un primer momento o como pensaban todos los que le conocían. Realmente, era tímido y toda la lejanía que marcaba en sus relaciones no era más que un mecanismo de defensa de un chico inseguro.

— Claro que me apetece. Gracias —respondí llena de ilusión.

Y al fin, avancé hacia él. Me daba cuenta del significado que tenía el hecho de que él hubiera decidido dar este paso de gigante en nuestra recién estrenada relación y tenía que demostrarle que estaba más que encantada, estaba feliz por verle allí en la madrugada de un día de finales de noviembre en Nueva York.

— Sube. Vas a coger frío —dijo con cariño, mientras me abría la puerta del coche. Me trató de un modo yo diría que casi protector.

Le observé mientras rodeaba el coche para entrar por su puerta. Era el ser más perfecto que jamás había visto en toda mi larga existencia. Y no me refiero sólo a su aspecto físico, que también por supuesto, sino a algo mucho más profundo. Emanaba algo, no sé cómo explicarlo. Para la mayoría de las personas era frío y distante, generaba miedo, incluso. Sin embargo, conmigo era cercano, amable, caballero, cariñoso, tranquilo, pausado, gentil, romántico y tantas y tantas cosas más que solo con mirarle podía sentir que me estaba elevando hasta alcanzar la luz de la Luna y hasta más allá de las estrellas.

Respiré profundamente, quería llenarme con la plenitud de su compañía, de los momentos tan bellos que estaba viviendo junto a Liam.

Se sentó, me miró con su sonrisa y condujo con suavidad hasta mi destino. Otra vez sin hablar, sólo escuchando algunas baladas de aquel grupo de rock que tanto le gustaba.

— Te veo esta tarde. Disfruta del día y sé feliz —me dijo como formando parte de la melodía que sonaba en el equipo de música de su coche.

Esta vez no bajó del coche para abrirme la puerta, pero no me importó. Aunque no lo hizo físicamente, sé que sus ojos me besaron.

— Y tú también, Liam —respondí con suavidad, al tiempo que respiraba profundamente en un intento de llevarme conmigo ese aroma tan suyo y que me hechizaba cada vez que él estaba cerca.

El día transcurrió con normalidad, algo lento eso sí, porque el tiempo parecía pasar muy despacio cuando no estaba junto a él. Almorcé con Angie, Harry, Derek, Jane, Frank y Mike. Me sentí muy agradecida con Angie por su discreción al no nombrar a Liam con mi grupo de amigos. La verdad es que yo percibía que entre Liam y yo empezaba a existir algo muy intenso, pero lo cierto es que nuestra relación era muy breve todavía en el tiempo y tampoco podía hablar de él más que como mi entrenador físico personal al que además le daba clases de español. Fue un almuerzo divertido, como siempre, en el que hablamos de cosas livianas. Me gustaba tanto mi grupo de amigos, me sentía tan bien con ellos que era algo que necesitaba mantener con la misma intensidad de siempre. Era como aire puro que me llenaba de vida.

Avancé muchas cosas de las que tenía previsto hacer. Estaba muy centrada en todo, con mucha claridad en lo que tenía y en lo que quería hacer. Me sentía feliz y también muy enfocada, como antes de conocer a Liam. Estaba reencontrándome a mí misma, y me gustaba volver a verme con mi manera de vivir normal, con ganas de hacer muchas cosas y con energía y vitalidad otra vez.

Mientras estaba preparando uno de los trabajos, me detuve a pensar en el dolor en mi brazo y me di cuenta de que ahora no sentía nada al respecto. Aquello era muy extraño. Pensé que tendría que ir al médico para saber qué podía estar pasando. Aunque, he de reconocer que no me gustaba nada la idea de ser inspeccionada por un médico. Así que decidí trabajar mentalmente el alivio de este dolor intenso e intermitente de los últimos días.

Por la tarde fui a DEAL NYC y justo al entrar en el ascensor volvió el dolor del brazo. Pensé incluso que podía haber algo en el ambiente que me producía algún tipo de alergia dolorosa, porque me di cuenta de que siempre que iba allí el dolor se hacía presente. Aunque, es cierto que ya no lo sentía con tanta fuerza como las veces anteriores. Tal vez me estaba empezando a acostumbrar a ello. No sé.

Me cambié de ropa y me encontré con Liam en el área de ejercicios aeróbicos. Entré en la sala y él, que estaba de espaldas a la entrada revisando los papeles con los resultados de las pruebas que me había hecho el día anterior, levantó la cabeza y se dio la vuelta en el mismo instante en que yo me aproximé a la entrada.

Era increíble. Yo no sabía cómo lo hacía y era algo que ya me intrigaba realmente porque no era fruto de la casualidad. Él siempre sabía que yo estaba allí sin necesidad de verme, era como si presintiera mi presencia o como si reconociera mi olor o el aroma del perfume que yo usaba, sin necesidad de estar viéndome o de estar a mi lado. Me recordaba a lo que les ocurre a las presas con sus depredadores, son capaces de intuir su presencia antes de poder incluso verles. Pues, eso mismo es lo que Liam hacía siempre.

— Hola —dijo mirándome orgulloso porque yo estaba allí. Eso sí, manteniendo una cierta distancia física, como siempre entre ambos.

— Hola —dije algo seria—. Recuérdame que en nuestra clase de español, cuando me toque a mí el turno, te pregunte una cosa que me tiene intrigada, realmente intrigada —le dije de forma casi inquisidora y arrugando la frente.

Ya no podía más, quería entender eso que Liam hacía con tanta naturalidad, pero que a mí y a cualquier ser humano nos sorprendería.

— ¿Qué cosa? —preguntó enarcando las cejas y abriendo sus ojos sorprendido por mi entrada.

Sé que le dejé bastante desconcertado.

Nada. Ahora no es momento. En la clase de español te lo digo —dije con seguridad y con seriedad en mi rostro, mientras me subía a la bicicleta convencida de que era ahí donde iba a empezar mi entrenamiento de ese día.

— Vale, vale —respondió Liam mostrándome la palma de sus manos y elevándolas en un intento de decirme que no había ningún problema, que no quería enfrentamiento conmigo.

Estaba claro que yo había sido un poco brusca para lo que él estaba acostumbrado conmigo o para lo que él esperaba.

— Usted manda profesora. Pero sólo en la clase de español. Ahora estamos en su entrenamiento físico y aquí soy yo quien dirige el asunto. Así que, si no le importa, bájese de la bicicleta porque no es por aquí por donde vamos a comenzar —dijo con una amabilidad sarcástica, mientras hacía un gesto con su mano indicándome que bajase de la dichosa bici, con esa sonrisa pícara de su rostro que me hizo sentir bastante ridícula, por cierto.

— Vale. Tú eres el experto —dije mostrándole yo ahora las palmas de mis manos, en un gesto típico de “tú dirás lo que hay que hacer porque yo me desentiendo”.

— Sí, sí que lo soy. Así que lo primero es calentar, señorita —me indicó con firmeza y tomándose muy en serio mi entrenamiento físico.

La sesión de entrenamiento me dejó exhausta. Es cierto que yo hacía ejercicio cada día desde que inicié mi proceso de cambio, siguiendo las instrucciones que Shadú le había dado a mi querido Martín, pero estaba claro que eso no iba a ser suficiente si quería seguir un entrenamiento físico con un experto como Liam. Era el mejor y me lo demostró.

Tras darme la ansiada ducha y cambiarme de ropa, nos reunimos en la cafetería, como el día anterior. Él estaba tomando un té verde sin azúcar, como siempre, y yo pedí una bebida isotónica en la barra antes de dirigirme hasta la mesa donde él me esperaba. No podía tomar otra cosa que no fuera eso. Estaba totalmente agotada y sedienta.

¿Qué tal? —preguntó como no dándole importancia al machaque al que me había sometido físicamente durante nuestra sesión de entrenamiento.

— Fenomenal —dije mostrando una seguridad absolutamente fingida.

Inconscientemente, continué de pie, como en un intento de sentirme fuerte. Era como que hablarle desde una distancia más elevada me infundía seguridad para disimular lo exhausta que estaba.

— ¿Sí? —preguntó con inocencia en su mirada, elevando sus cejas en un gesto de clara sorpresa.

A veces, me sorprendía con este tipo de reacciones casi infantiles que denotaban sus escasas habilidades sociales. Era muy respetuoso, gentil, el caballero perfecto, educado y exquisito. Sin embargo, era ingenuo y frágil en estos momentos conmigo. No estaba acostumbrado a estas bromas y se sentía inseguro.

— Pues no. ¿Cómo voy a estar fenomenal después de la tortura a la que me has sometido sin necesidad? —dije en un tono de enfado mientras lo acompañaba con el disgusto en todo mi rostro— Uf, estoy destrozada, te lo juro —continué, ahora con total sinceridad en mis palabras cuando me sentaba en la silla y dejaba caer mis brazos en un gesto de absoluto cansancio, soltando la mochila sobre el suelo al mismo tiempo.

— Bueno. Es el primer día. Es normal. Ya verás como los siguientes no te parece tan duro. Pero, esto no va a ser un camino de rosas, ¿eh? —me dijo.

Lo hizo con esa manera de hablar suya, pausada, aunque señalándome con el dedo índice de su mano derecha como un profesor con su alumno del jardín de infancia.

— Bueno, pues empezamos mi clase de español, ¿no? —dijo colocándose cómodamente en el sillón de la cafetería como esperando que su clase fuera relajada, a diferencia de lo que había sido la mía.

Sí —dije en español.

Y a continuación tomé un trago largo de mi bebida isotónica, no sólo para reponer la energía perdida durante mi entrenamiento, sino también y sobre todo, para coger fuerzas para la primera pregunta que tenía previsto hacerle porque sabía que no era una pregunta típica y podía encontrarme con una respuesta inesperada.

La primera pregunta que te quiero hacer hoy es lo que te decía antes que me tiene intrigada —me detuve un instante para elegir la mejor forma de decirlo—. Cada vez que entro en un lugar en el que tú estás…, en la sala de máquinas, en la cafetería, o sitios así donde hay más gente.

Me detuve otra vez.

Recuerdo, como si fuese ahora, que me quedé mirándole fijamente a los ojos, esos ojos que él no había apartado de los míos desde que inicié mi pregunta, ya que estaba expectante y no podía disimular que sentía una gran curiosidad por lo que yo le quería preguntar.

Algo en mi interior me decía que lo que le iba a preguntar era algo arriesgado. Aun así, me armé de valor. Y continué.

Pues, a lo que iba, que ya ha coincidido tres veces que aunque estés de espaldas a la entrada, en el momento en el que yo llego a la puerta, te das la vuelta y diriges tu mirada hacia mí —terminé.

Uf, reconozco que me costó soltarlo, pero es que de verdad que no lo entendía, no sabía cómo podía hacerlo.

Se quedó callado, mirándome por unos segundos que me parecieron eternos, con todo su tronco inclinado hacia mí y los brazos apoyados sobre la mesa, en una muestra de su atención para entender qué era lo que yo quería saber con tanto interés. Y de repente, se echó hacia atrás en la silla, sonrió y se cruzó de brazos.

¿Y cuál es exactamente tu pregunta, Aliva? —dijo en un tono de desconfianza, que en aquel momento me sorprendió negativamente y que no comprendí, lo reconozco.

Pues… eh… eso. Que… ¿cómo lo haces? —dije con temor, porque me daba cuenta de que me estaba metiendo en un terreno que le incomodaba. Y si algo no me apetecía era hacerle sentir mal—. Me recuerda a cómo reaccionaba Ben, mi perro, cuando yo estaba llegando desde varios metros de mi casa. Antes de poder verme, ya sabía que yo estaba allí —añadí, tratando de quitarle algo de hierro al asunto.

Me miró profundamente, como intentando entender por qué yo le hacía esta pregunta ahora. Elevó su mirada buscando una respuesta adecuada a la impertinencia de mis comentarios. Y todavía con sus brazos cruzados, procedió a darme una respuesta. El tono de su voz y la manera en la que empezó a responderme eran como un discurso aprendido o premeditado en su mente antes de verbalizarlo. Aunque trató de darle naturalidad a su respuesta, yo percibí su incomodidad cuando empezaba a contestarme.

Pues no lo sé. La verdad es que supongo que es algo instintivo, algo que no he aprendido, sino que he nacido con ello, como una ¿habilidad? Simplemente siento que estás ahí.

Se detuvo, me miró. Y observé cómo se relajaba y cambiaba la manera en la que me hablaba, aproximándose mucho más al seductor Liam que me embaucaba y alejándose del distante y frío tono que había utilizado en la frase anterior.

Será que tu esencia es muy intensa y provocadora —dijo en voz baja y sonriendo de forma que me cautivaba.

Noté cómo se contenía y cambiaba una vez más la manera de hablar. Era como si se diera cuenta de que estaba atravesando una barrera peligrosa y se recompuso rápidamente.

Y esto despierta mi interés por darme la vuelta para observar lo que mi olfato me indica —continuó con esa frialdad que le caracterizaba con el resto de los mortales y que no mostraba nunca conmigo.

Ya —respondí.

Me había enredado tanto con ese juego comunicativo que había representado, que me detuve a pensar qué era lo que realmente me había dicho. O incluso qué era lo que no me había querido decir.

Porque lo que tenía claro era que, una vez más, en un tema del que él no quería hablar me había vuelto a dar una respuesta correcta, amable y educada, pero realmente sin contenido, al menos para mí. Yo no podía entender de qué me estaba hablando a aquellas alturas de nuestra relación, en la que todavía no sabía absolutamente nada de él. Hoy, con lo que sé de él, le habría entendido a la perfección. Por eso sé que no me mintió, simplemente me dio la información de forma que, si yo podía, la entendería y si no estaba preparada para ello, me quedaría absolutamente perdida, que fue como me quedé realmente.

¿Responde esto a tu pregunta? —dijo, nuevamente con ese tono frío y distante que no me gustaba nada.

Le miré sin responder.

A continuación, descruzó sus brazos y nuevamente se aproximó hacia mí, se apoyó sobre la mesa y acercó todo su cuerpo, mostrando que la lejanía que me había transmitido mientras me respondía a esta pregunta, se iba acortando rápidamente.

La verdad es que no lo sé. Supongo que sí. Pensaré en ello y trataré de entenderlo. Pero tengo claro que no te ha gustado que te pregunte esto —dije perdiendo mi mirada hacia arriba, hacia abajo y a los lados, para evitar cruzarme con sus profundos ojos mágicos.

No ofreció ninguna respuesta. Simplemente siguió observándome con interés y con intensidad.

En aquel momento pensé que únicamente me estaba tratando de intimidar. Ahora sé que lo que hacía era estudiarme y averiguar si yo estaba siendo sincera en mi respuesta o si realmente sabía más sobre él de lo que aparentaba y le mostraba.

Pasados unos segundos más, se decidió a hablar de nuevo.

¿Qué es lo que realmente quieres saber? —me preguntó con esa cercanía que tanto me gustaba, como en un susurro que parecía indicar que para él no había nada ni nadie más que yo en aquel lujoso lugar.

No dejó de mirarme en todo momento. Estaba observando cada una de mis reacciones, cada micro movimiento, como escrutando en mi interior para averiguar más de lo que yo parecía ofrecerle con mis palabras.

¿A qué te refieres? —le respondí con otra pregunta, pero eso no pareció incomodarle.

Liam era muy templado en sus reacciones y muy comedido en sus palabras, tanto que jamás te sentías ofendida. Podría no gustarte la distancia y la frialdad que mostraba a todo el mundo, pero nadie se sentía ofendido por él. En este caso, no había ni frialdad ni distancia entre él y yo. Había una cercanía mayor de la que me había mostrado en las demás ocasiones en las que habíamos estado juntos. Parecía pedirme que le dijera algo más de lo que yo en aquella época podía ofrecerle, ya que no sabía nada de lo que él podía temer o podía intuir que era yo.

Lo que te estoy pidiendo es que me digas qué es lo que realmente me estás preguntando —susurró mientras me miraba con una sinceridad y una cercanía intensas, que llegaron a hacer que me diera cuenta de que Liam no era alguien normal.

Ya sabía que no era normal, por su impresionante físico, por su mirada y por la forma en la que se relacionaba con las otras personas de su alrededor. Pero mi intuición, que siempre fue muy grande, me decía que estaba ante alguien muy diferente a todos los seres humanos con los que yo me había relacionado en toda mi larga vida. No me producía ningún temor, sabía que sólo podía ser bueno lo que había en él, al menos en lo que se refería a su relación conmigo. Mi intuición también me decía que Liam estaba tan absolutamente hechizado por mí como yo lo estaba por él. Y esto era muy profundo e iba más allá de una pura atracción física. Ahora sé que había surgido entre nosotros un amor, un tipo de amor puro, generoso y sincero que estaba por encima de todo y de todos, incluso estaba más allá de aquello que éramos ambos.

No sé en qué estás pensando, ni qué me estás queriendo decir. Pero, créeme lo único que quería saber es cómo lo haces, porque no lo he visto antes en nadie y me parece,…eh… casi… sobrenatural —respondí con la mayor sinceridad y cercanía que me fue posible, cercanía no sólo en mis palabras, sino también en toda mi corporalidad.

Me di cuenta de que estaba a sólo unos centímetros de él. Parecía que en la cafetería no hubiera nadie más que él y yo. Al menos, así era como yo me sentía en aquellos momentos. Me di cuenta de la situación porque, de repente, la sensación de escozor en mi brazo se intensificó y eso me sacó del embrujo en el que estaba inmersa.

Supongo que no es más que una habilidad,… que tienes el olfato más desarrollado que otras personas.

Elevé de nuevo mi mirada. Por un momento trataba de encontrar una explicación lógica y utilizar palabras que le hicieran seguir confiando, que no le incomodasen lo más mínimo porque quería sentirle cercano, no me gustaba cuando se mostraba frío como un témpano. Para continuar con naturalidad, puse mi mano derecha sobre la zona de mi brazo donde estaba el dolor para tratar de calmarlo y poder continuar la conversación.

Sé que él se percató de ello, miró por una fracción de segundo mi gesto, pero disimuló rápidamente como si yo no hubiese hecho nada.

A pesar del dolor, continué con mi explicación.

O… simplemente, que he sido tan tonta que no me he dado cuenta que me puedes estar viendo por un espejo o por el reflejo de un cristal y yo he pensado que tienes algún tipo de poder mágico de cuento infantil —dije.

El tono de mi voz era quebradizo, exhibiendo una duda en todo mi rostro, como una niña que siente que ha hecho algo mal y no sabe cómo explicarlo porque realmente no sabe qué es lo que ha hecho para molestar al otro, o como una niña que muestra su inocencia cuando trata de entender cosas que le superan en su pequeño mundo.

Simplemente sonrió, sin dejar de mirarme. Y pasados unos segundos se decidió a decir algo.

Será eso —dijo sin más y sonrió bajando su mirada y haciendo un movimiento de negación con su cabeza.

Sí —dije mirando al techo.

Sé que hice ese gesto porque realmente estaba muy perdida con este tema y también con sus reacciones. Pero quería terminar de hablar de ello porque me estaba haciendo sentir ridícula y además no entendía nada de lo que Liam me estaba diciendo.

De repente, en un cambio brusco de tema, él me sorprendió con una propuesta.

¿Te gustaría que nuestra sesión de entrenamiento de mañana fuese al aire libre? —comentó con un tono alegre, más de lo habitual, que rompió la intensidad del momento.

En ese tema ya hemos quedado en que el experto eres tú. Si crees que es lo mejor para mi evolución, no seré yo quien ponga ningún problema —dije yo también con alegría porque de verdad que quería dejar aquel asunto que yo misma había iniciado llevada por mi curiosidad.

Entonces, perfecto. Prepararé una sesión al aire libre —dijo elevando su mirada, como pensando ya en qué iba a consistir mi entrenamiento del día siguiente.

¿Dónde?

Confía en mí —dijo con seguridad y con una embaucadora sonrisa.

De repente, sentí un hambre intensa. Mi bebida no había sido suficiente para reponer mi desgaste energético.

Tengo hambre. Voy a tomar algo dulce, lo necesito. ¿Quieres que pida algo también para ti? —pregunté, al tiempo que me levantaba del sillón para acercarme a la barra y elegir entre todas las cosas deliciosas que ofrecían.

No, gracias. No me gustan las cosas dulces, ni azucaradas —dijo con naturalidad.

¿No? ¡qué raro! No había conocido antes a nadie con unos gustos parecidos —exclamé realmente muy sorprendida.

De repente, vi en su rostro que había vuelto a dar de lleno en otro tema que no le hacía sentir cómodo. Parecía como que se había relajado tanto conmigo que me estaba desvelando algún oculto secreto que yo no acertaba a entender, ni de lejos. Pero hoy sé que era uno de los detalles que me daban pistas de quién era Liam.

Fui a la barra, di un vistazo rápido a todo lo que podía tomar y pedí una “blueberry muffin” típica de aquel país, la más grande que tenían, estaba recién hecha, con ingredientes caseros y olía maravillosamente bien. Y la acompañé de un chocolate caliente, ¡por supuesto! El camarero me indicó amablemente que lo traería a nuestra mesa en cuanto estuviese listo todo. Le di las gracias sonriendo y volví a mi mesa para sentarme junto a Liam y continuar con nuestra clase de español.

No sabía por dónde continuar, porque tenía la sensación de que estaba entrando en una serie de cosas que él no estaba dispuesto a compartir conmigo de forma tan abierta como me hubiera gustado. Así que, en el corto trayecto de la barra de la cafetería a la mesa decidí que la clase continuaría pidiéndole a él que fuese quien eligiese la siguiente pregunta.

Bueno, pues ya lo están preparando. Podemos continuar con nuestra clase de español —dije con gran naturalidad en mis palabras y en mis gestos, mientras me sentaba.

Incluso me froté las manos, indicando que podíamos seguir disfrutando de nuestra sesión de idiomas. Qué ironía, le estaba dando clases diarias de español a una persona que lo hablaba perfectamente, ni siquiera lo hablaba con acento extranjero y además entendía y utilizaba fácilmente expresiones cotidianas de mi idioma, aunque a veces sonaba como de otro siglo, con frases pasadas de moda pero muy elegantes y hasta solemnes.

Sí. Seguimos entonces —dijo él muy entregado a mis indicaciones, como un alumno aplicado.

Pues, es tu turno de preguntas —le ofrecí acompañando mis palabras con un movimiento de mi mano hacia delante, como pasándole a él el relevo.

¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó, sin vacilar un solo instante, como si ya tuviese preparada la pregunta.

La verdad es que me tranquilizó bastante el hecho de que hubiera elegido una pregunta sin gran relevancia, después de los momentos vividos hacía unos minutos.

Nací el 10 de abril — respondí con una sonrisa y me apresuré a preguntarle a él.

¿Y tú? —dije con cierta aceleración en mis palabras, pero sin dejar de sonreír.

Yo nací un 8 de agosto —comentó pausadamente y pareció remontarse muy atrás en el tiempo, mientras mencionaba la fecha en la que había nacido.

Por un momento sentí que se había ido mentalmente de la cafetería hacia no sé qué lugar, pero estoy completamente segura de que algún recuerdo acudió con fuerza a sus pensamientos, hasta el punto de lograr alejarle de mí por unos instantes.

Cuando por fin regresó aquí, me miró, después elevó sus ojos hacia el reloj de la cafetería y sonrió.

— Se acabó. Es la hora en la que termina nuestra clase de español por hoy —dijo ya en inglés.

Era evidente que estaba dando por finalizado el tiempo a nuestras confidencias en español porque realmente no era una clase de español; nadie en su sano juicio habría dicho que aquello eran clases de español, no desde luego con un alumno que hablaba el idioma a la perfección.

— Sí. Es la hora —dije tras un leve suspiro y con cierta tristeza por terminar mi tiempo con él.

Me disponía a levantarme y coger mi mochila, cuando se agachó rápidamente y la tomó el, levantándose con suavidad y regalándome otra de sus impresionantes sonrisas.

— Es tarde, hace frío y yo tengo el coche en el garaje. Me encantaría poder acompañarte a casa. Si a ti te apetece, por supuesto.

Hablaba con esa gentileza de los caballeros de antaño y con cierta timidez en su voz y en su rostro, denotando un claro deseo de una respuesta afirmativa por mi parte, aunque también la duda por si aquello no fuese de mi agrado.

— Me encantaría —dije, esta vez sin ocultar mis verdaderos sentimientos.

Deseaba seguir más tiempo con él y no lo oculté.

Sonrió. Nos dirigimos hacia la puerta y se despidió cortésmente del camarero. Yo hice un intento de cogerle mi mochila.

— Deja que yo la lleve —dijo con una amabilidad muy natural en él, aunque reconozco que me sorprendió el detalle y creo que abrí unos ojos como platos—. Pesa —comentó justificándose por este gesto de cortesía.

— Gracias —respondí con una sonrisa y demostrando que me sentía totalmente complacida por su manera de ser conmigo.

Cuando llegamos a la recepción. Liam se acercó y le pidió a la recepcionista que avisara a Amy de que iba a llevarme a casa y que tardaría en regresar alrededor de media hora.

Bajamos hasta el garaje, cuando estábamos llegando al coche dio a la llave que abría las puertas y sonó el típico “bip”. La verdad es que yo iba tan ensimismada a su lado que aquello me sobresaltó más de lo normal.

— ¿Qué? —dijo Liam rápidamente— ¿Está todo bien? —me miró con preocupación ante mi reacción.

— Sí, sí… No es nada, sólo que no esperaba el sonido de la llave y me he asustado un poco pero ya está, nada más. De verdad —dije con mi mano derecha sobre el pecho para demostrarle que mis palabras eran sinceras.

Como el día anterior, se adelantó unos pasos sobre los míos para abrirme la puerta del coche. Entré y cerró con suavidad. No pude dejar de mirarle mientras él pasaba por delante para llegar a su puerta. Entró, se sentó, puso el motor en marcha y a continuación encendió el equipo de música. Sonó la banda sonora de una película romántica que se había estrenado hacía unos meses. Parecía que siempre elegía la música más apropiada para cada ocasión.

— ¡Qué bonita canción! —comenté cerrando los ojos para saborear el momento y disfrutar al máximo de esta melodía que tanto me gustaba y ahora podía escuchar junto al chico más increíble que había conocido en mi vida.

— ¿Te gusta? —dijo con su eterna sonrisa, al tiempo que salíamos por la puerta del garaje.

— Sí, muchísimo —respondí volviendo a cerrar los ojos.

Liam se dio cuenta de que me apetecía escucharla sin más y guardó silencio mientras conducía hasta mi casa. Yo seguí disfrutando del momento hasta que terminó la canción. Le miré, me gustaba verle conducir. Él se dio cuenta y me miró de reojo sin decir nada.

— Te gusta la música, ¿verdad? —pregunté cuando ya estábamos casi llegando a mi casa.

— Sí. No sólo me gusta, sino que forma parte de mi vida, la necesito. Me ayuda mucho a ser quien quiero ser —dijo con un halo de misterio en sus palabras.

Yo me mantuve en silencio tratando de entender qué era lo que me había querido decir con “me ayuda mucho a ser quien quiero ser”. Suspiré y contuve mis ganas de preguntarle a qué se refería, pero no quise entrar en ello. No en aquel momento.

— ¿Sabes que toco la guitarra? —comentó tímidamente.

— ¿Sí? —exclamé con sorpresa— ¿guitarra eléctrica?, ¿española?

Llegamos a un semáforo que estaba en rojo y nos paramos. Casi sin mirarme, continuó.

— Acústica. Y también el piano. Bueno y también canto un poco y compongo canciones —respondió con cierta modestia, casi como con vergüenza.

— ¿En serio? Me encantaría escucharte —comenté de forma espontánea.

Sonrió y se quedó callado, pensativo incluso, hasta que volvió a levantar la mirada.

— Si quieres, podemos comer en mi casa mañana y después nos vamos a tu sesión de entrenamiento físico al aire libre… —y continuó al tiempo que juntaba las palmas de sus manos e inclinaba su cabeza hacia abajo— Y prometo que podrás escucharme.

Recuperó por fin su manera de hablar tan pausada, aunque esta vez lo hizo con mayor confianza en su invitación de lo que había mostrado en cada una de las anteriores. Parecía que ya se iba dando cuenta de que yo me sentía encantada de compartir tiempo y vivencias con él y poco a poco se iba sintiendo más cómodo a la hora de proponerme cosas que nos permitieran pasar tiempo juntos.

El semáforo se puso en verde. Y él continuó conduciendo.

— Sí. Sí quiero —respondí con seguridad, asintiendo con mi cabeza y sonriendo con todo mi rostro mientras le miraba fijamente a sus ojos, esos ojos tan impresionantes y profundos que se contagiaron de mi sonrisa y me hechizaron una vez más.

En su gesto pude ver una expresión de satisfacción. No respondió nada con palabras, aunque lo dijo todo con su mirada y su sonrisa.

Por un momento, salí de mi abstracción con una punzada en mi brazo, otra vez. Rápidamente y como en una reacción inconsciente, agarré la zona de dolor con mi otra mano para parar aquello.

Liam lo vio.

— ¿Estás bien? —preguntó entrecerrando los ojos.

— Sí —dije con la fuerza que pude porque el dolor era más intenso que las veces anteriores—. He debido hacer algún movimiento extraño y me duele un poco el brazo pero no es nada, de verdad.

No dijo nada más.

Llegamos a mi casa. Salimos ambos del coche al mismo tiempo, se acercó hacia mí y me quedé frente a él, mirándole y deseando abrazarle. Pero se quedó en eso. Él también me miró y tampoco se movió. Pasados unos instantes, le alargué la mano para que me diese la mochila y así lo hizo.

— Buenas noches, Aliva. Que descanses. ¿A qué hora tienes previsto salir mañana para ir a clase? —preguntó y antes de que yo dijese nada continuó— Tengo previsto venir a buscarte —fue claramente una afirmación que no permitía otra respuesta que no fuera un “sí, claro”.

— A las seis —respondí tras un par de segundos en los que compartimos todo con nuestras miradas.

— Aquí estaré —dijo con convicción.

— Hasta mañana —me despedí e inicié el paso hacia el portal de mi edificio.

Caminé los escasos metros que separaban el coche del portal, mirando al cielo en un intento de decirle a mi Luna que me sentía feliz. Liam continuó apoyado sobre la puerta del coche observándome mientras yo entraba en casa. Sentí su protección y, sobre todo, su seducción.

Cuando me fui a la cama, intenté retomar la lectura del libro que estaba leyendo pero me quedé dormida en la segunda página. Estaba muy cansada y, ante todo, muy feliz. Dormí plácidamente. Siempre me pasa lo mismo, las épocas de mayor felicidad de mi vida han sido en las que he dormido más profundamente.

A las cinco y media sonó la alarma de mi teléfono móvil. Me fue muy fácil despertar, sabía que Liam estaría en la puerta esperándome y eso me hacía comenzar el día con una fuerza y unas enormes ganas de aprovechar todo al máximo.

Me llevó hasta la cafetería que había frente a la biblioteca y desayunamos juntos. Había unas cuantas mesas ocupadas, me fijé en una chica que estaba tomando un café en la mesa del fondo mientras leía unos apuntes, parecía muy sola. También recuerdo que había dos chicos, que estaban sentados dos mesas más alejadas de la nuestra compartiendo el desayuno y mirando algo en unas hojas de algún trabajo que estaban preparando. El lugar estaba bastante silencioso a estas horas de la mañana, pues la mayor parte de los estudiantes solían llegar un poco más tarde. Yo tomé un café caliente y unas tostadas con mermelada de frambuesa. Era mi favorita. Liam tomó un zumo de naranja natural y dos tostadas con aceite. Me sorprendió porque eso era muy típico en mi país, pero no en esta ciudad; supuse que era una costumbre que había adquirido en el tiempo en que vivió allí. Además, recordé que me había dicho que no le gustaban las cosas dulces. Al terminar me acompañó hasta la biblioteca y nos despedimos hasta la hora del almuerzo.

Reconozco que yo estaba un poco nerviosa. Íbamos a su casa. Comeríamos juntos y solos. Pero no sentía ningún tipo de temor. Más que nervios, realmente era ilusión. Me apetecía mucho conocer su casa, saber cómo era su hogar.

Me quedé impresionada. Vivía en un apartamento grande en el Upper East Side de Manhattan con estancias muy amplias. Era un edificio de 40 plantas. Él vivía en la última, en la 40. Era completamente acristalado, la luz entraba por todas partes y las vistas eran de ensueño. La verdad es que era un apartamento muy lujoso donde todo estaba elegido con un gusto exquisito y muy acorde con su manera de vivir. Los techos eran altos. Era una casa muy luminosa. Había un claro predominio del color blanco y del negro sobre los que destacaban los detalles perfectamente ubicados.

Me sentí muy bien allí. Me explicó que su hermana Ely había diseñado los cuatro apartamentos de los cuatro hermanos. Cada uno era diferente de los demás pero, al parecer, todos con un estilo similar. En el tema de la decoración y el diseño Liam confiaba plenamente en Ely, ella le conocía muy bien y sabía perfectamente qué era lo que más le podía gustar y el tipo de hogar en el que él se sentiría bien.

Liam había preparado para mí un almuerzo ligero que acompañamos de agua y zumo de naranja natural, muy ácida, por cierto. No me podía permitir nada más puesto que después teníamos previsto mi entrenamiento físico al aire libre. Y él sólo probó el zumo y una manzana. Compartimos miradas, sonrisas y hablamos de cosas sencillas. Y no me pude resistir a saciar mi curiosidad.

— ¿Es verdad lo que me dijiste sobre que no te gustan las cosas dulces? —pregunté antes de tomar un poco de aquel zumo ácido que él mismo había preparado cuando llegamos a su casa.

— Sí. Claro que es verdad —contestó Liam—. ¿qué es lo que te intriga al respecto? —me inquirió claramente esta vez.

— No sé. Es que me parece muy raro. No había conocido antes a nadie a quien no le gustasen las cosas dulces. A ver… Es cierto que hay gente que dice que prefiere las cosas saladas a las dulces pero nunca había escuchado a nadie, al menos a nadie cercano a mí, decir que no le gustan las cosas dulces, ninguna cosa dulce en absoluto —dije de un tirón.

— No es exactamente que no me guste… Es más bien que no me sabe a nada —dijo y a continuación comió un trozo de manzana.

— Ya. Sin embargo, te estás comiendo una manzana y eso es dulce —dije con un tono inquisidor esta vez.

— Lo sé, pero la fruta es necesaria. No me sabe especialmente, pero es bueno para mí. Sin embargo, los pasteles y esas cosas no sólo me saben insípidas sino que no me aportan nada a mi salud, por tanto no los como y ya está. No sé qué hay de raro en ello, Aliva —esta vez me mostró cierta incomodidad con el tema en la manera en que me respondió.

A continuación, siguió comiéndose su manzana.

— Vale, vale. Lo entiendo. No seguiré insistiendo en ello. Ya sé que hay cosas que no te gusta que te pregunte. ¿Por qué? No lo sé, pero tengo claro que hay ciertos temas que no te hacen sentir cómodo. Trataré de no volver a ello, ¿vale? —le dije tratando de respetar lo que me estaba pidiendo entre líneas con su manera de dirigirse a mí.

— Gracias —dijo con cierta sequedad en su respuesta.

Siguió comiendo pero con su mirada perdida sobre mi cabeza.

Aunque queda una cosa que me dijiste que harías y todavía no has hecho —comenté apretando los labios y con una pícara sonrisa, ladeando mi rostro con la esperanza de que él volviera a ser cercano conmigo.

No me importaba si para ello tenía que utilizar mis armas de mujer.

— ¿Qué cosa exactamente? —dijo algo contrariado.

Señalé la guitarra acústica que estaba junto al sofá, sin articular palabra. Él miró hacia la guitarra y sin decir nada me hizo un gesto de que no sabía a qué me refería. Era encantador cuando se hacía el despistado en cosas en las que ambos sabíamos perfectamente de qué estábamos hablando.

— Sabes a qué me refiero —dije algo molesta porque él se hacía el loco—. Dijiste que almorzaríamos hoy aquí porque me ibas a dejar escucharte tocar la guitarra… y supongo que cantarás algo. Dijiste que también cantabas y componías… y tocabas el piano. ¡Vaya, un chico muy completo! —terminé en un tono divertido.

— ¡Ah! Te referías a eso. Veo que estuviste muy atenta a todo lo que dije —respondió con gran sarcasmo y todo su rostro volvió a sonreír.

— Exactamente. Así que vamos, vamos —le indiqué con mi mano que se levantase y que tomase la guitarra para cumplir con su promesa.

Se levantó y cogió la guitarra. Yo me acerqué a él. Me senté sobre la alfombra y apoyé mi brazo y mi cabeza sobre el magnífico sofá de diseño italiano. Sin decir nada, empezó a hacer sonar algunos acordes. La verdad es que la música no me resultaba familiar. Era una melodía tranquila, romántica y absolutamente preciosa. Y cantó una bella canción de amor que hablaba del susurro de la Luna. Me fascinó escucharle y me sorprendió que le cantase a la luz de la Luna y hablase de ella como alguien que le susurraba palabras de esperanza sobre la existencia de un amor puro. Éste era un punto de absoluta conexión entre nosotros, la Luna.

Al terminar me dijo que era una canción que había compuesto él. Le dije que era realmente preciosa y que me había sentido casi como embrujada por su voz y por la letra de la canción. Le di las gracias por haberme dejado escucharle. Me confesó que nunca había cantado delante de nadie que no fuesen sus hermanos, le daba bastante vergüenza hacerlo delante de cualquier otra persona. Pero que conmigo se había sentido tan bien desde el principio que sabía que podía compartir esto sin ningún temor.

Me sorprendía su timidez. Era el chico perfecto. Tenía la belleza externa que cualquier otro habría explotado y utilizado al máximo con absoluta seguridad. Sin embargo, él era tímido. No sé si tímido es la palabra exacta. Lo cierto es que era muy solitario, parecía muy unido a sus hermanos pero muy alejado del resto del mundo. Yo tenía cada vez más claro que algo había sentido hacia mí que le había hecho salirse de su reducido círculo de confianza y se había acercado a mí con una naturalidad nada habitual en él y en la forma en que se relacionaba con el resto.

Liam era muy meticuloso y estaba atento a todo lo que ocurría a su alrededor, prestaba atención a todos los detalles, incluso a cosas que habrían pasado desapercibidas al ojo de cualquier ser humano.

Y era muy, muy astuto.

— ¿Por qué te llama tanto la atención que le haya dedicado una canción a la Luna? ¿Qué significado tiene para ti? —preguntó sin apartar sus ojos de los míos y todavía abrazando la guitarra entre sus manos.

— ¿Cómo lo has sabido? —pregunté con gran extrañeza.

No sabía cómo había podido entrever aquel detalle si yo no había dicho nada al respecto.

— Digamos que lo sé y ya está, ¿vale? —afirmó Liam con un gesto que me indicaba que era mejor que no le preguntase más sobre ello.

Sí, es verdad. La Luna tiene un significado especial para mí. Ejerce un influjo muy poderoso sobre mí —respondí.

Sé que él esperaba algo más pero no quise entrar en detalles. Lo percibió rápidamente y cambió de conversación. Se levantó de golpe.

— Bueno, señorita. ¿Estás preparada para tu sesión al aire libre? No podemos estar toda la tarde aquí, plácidamente —dijo con enorme energía, pero con esa forma de hablar tan clásica.

Me levanté de inmediato contagiada por su fuerza.

— Sí, tienes razón. ¿Dónde puedo cambiarme de ropa? —pregunté buscando con mi mirada la puerta correspondiente.

Él señaló la puerta que quedaba frente a mí, a la izquierda. Era una habitación de invitados. Me cambié lo más rápidamente que pude. Cuando salí, ya estaba él también esperándome con la ropa adecuada para hacer ejercicio. Perfecto, como siempre.

En cuanto salimos a la calle, me indicó que teníamos que hacer el camino corriendo. Pero al menos no quedaba lejos de allí. Así pues, llegamos hasta Central Park y nuestra sesión transcurrió con absoluta normalidad hasta que ocurrió algo sorprendente, cuando caminábamos tranquilamente ya de regreso al apartamento de Liam.

Estábamos todavía en Central Park. Él me iba explicando en qué consistiría el entrenamiento del día siguiente y por qué estábamos haciendo determinados ejercicios, así como el objetivo que perseguíamos. Llegamos a una zona bastante amplia, aunque en aquellos momentos se hallaba poco transitada. Empezaba ya a caer el sol. El color del cielo era impresionante, yo diría incluso que cautivador. Se respiraba un aire limpio en aquel lugar y había cierta tranquilidad en el ambiente. La sensación de caminar con él por allí después de haber hecho ejercicio era muy placentera.

Allí nos encontramos con un chico que había sacado a su perro a pasear, era un Rottweiler, con su típico pelo negro, brillante; era un perro fuerte y robusto. Supongo que, al ver que la zona estaba bastante tranquila, decidió soltarle para que pudiese correr libremente durante un rato en aquel bello lugar. No había pasado ni un minuto desde que el chico lo soltó cuando, no sé cómo, pero de entre unos árboles surgió otro perro. Yo no sé decir de qué raza; sé que era un cruce con una mezcla de color marrón y blanco en su corto pelaje. Aquel animal salió como una bestia salvaje y se lanzó sobre el Rottweiler. Se inició una pelea brutal entre ambos animales de una fiereza indescriptible. De sus gargantas surgían rugidos feroces. El ataque de aquel animal fue despiadado y el Rottweiler se defendió con toda su fuerza y violencia.

Grité. El pánico se apoderó de mí.

El dueño del Rottweiler salió corriendo y gritando de forma desgarradora hacia su perro tratando de ayudarle a salir de las garras del otro. Le daba órdenes para que volviese junto a él, pero el animal no sólo no podía soltarse sino que probablemente no era capaz de escuchar lo que su amo le indicaba desde su propia desesperación.

No había casi nadie alrededor. Sin embargo, los pocos que estábamos allí nos vimos sorprendidos por la violencia de la escena. Yo tengo todavía el recuerdo de los gritos de las personas que presenciamos aquello y, sobre todo, los terribles sonidos emitidos por los dos perros. Aquello estaba siendo realmente atroz, era algo salvaje.

Pero, en cuestión de segundos, Liam se puso delante de ambos animales y con una gran seguridad alzó lentamente su mano derecha a la altura de su cintura, con la palma hacia abajo, pisando con firmeza y mirándoles fijamente y con sobriedad. En ningún momento perdió la templanza que tanto le caracterizaba.

Casi de forma instantánea, ambos perros se separaron, bajaron sus cabezas y al cabo de un momento el Rottweiler volvió al lado de su dueño y el otro perro volvió por el mismo lugar por el que había venido.

De pronto, el silencio cubrió por completo aquel lugar. Todos nos quedamos callados. Se hizo la calma envuelta en el terror vivido, en la turbación y la ansiedad que aquello había generado en todos nosotros.

Liam se acercó al chico y le dijo algo que no pude oír. Supongo que le pidió que fuese más prudente en el futuro. El chico asintió con su cabeza y le miró acercando su mano derecha a la altura del corazón. Entendí que estaba mostrándole su agradecimiento a Liam.

Un par de chavales que habían presenciado la escena se acercaron para cerciorarse de que todo estaba bien y entiendo que también para tratar de saber cómo Liam había conseguido detener aquella violencia mortal surgida entre ambos animales.

Yo estaba inmóvil. Mi corazón seguía latiendo a toda velocidad y mi mente trataba de entender qué era lo que había hecho Liam. No podía dejar de mirarle mientras se acercaba hasta mí caminando pausadamente, como siempre, como si no hubiera ocurrido nada. Y, un vez más, el dolor se intensificó en mi brazo. Ya casi me había olvidado de ello porque en las últimas horas parecía que se había desvanecido finalmente. Pero volvió otra vez, ahora con una intensidad que no había sentido nunca y que empezaba a hacerlo insoportable, casi me quedaba sin respiración en algunos momentos.

Cuando llegó hasta mí, sin detenerse, me rodeó con su brazo izquierdo sobre mis hombros y depositando su dedo índice de la mano derecha sobre sus labios, me indicó que guardase silencio.

— No pasa nada. Tranquila, Aliva. Todo está bien —susurró con su habitual delicadeza.

Asentí, sin pronunciar palabra y caminé a su ritmo tras haberle mirado a sus ojos profundos y misteriosos.

— Vámonos de aquí, cuanto antes —me pidió con sobriedad.

Seguimos andando así durante un buen rato. Sentí la protección que me proporcionaba estar arropada por su brazo rodeándome, pero al mismo tiempo me sentía inquieta, porque sabía que lo que Liam había hecho no era algo que yo hubiese conocido en ningún otro ser humano anteriormente. Estaba segura de que había algo misterioso en él, casi sobrenatural, que no me había querido contar y que, probablemente, era la razón de su carácter frío y solitario, lo que le hacía mantenerse distante de todo y de todos los que le rodeaban, incluso supongo que era la razón de su timidez.

Fue algo extraño. Liam me arropaba con su brazo pero casi no me rozaba con el resto de su cuerpo. Parecía como que hacía aquello para tranquilizarme y sacarme de allí pero sin querer tocar mi piel.

Fue el día en que el martilleo en mi brazo fue más constante.

Sin embargo, entre tantas contradicciones, en aquel momento, tuve claro que ya no podría vivir lejos de él. No sabía lo que nos depararía el futuro pero si de algo estaba segura es que, fuese lo que fuere lo que Liam todavía no me había contado sobre sí mismo, no me importaba nada. Sentía algo tan profundo por él, era un sentimiento tan diferente a todos los que yo había conocido en toda mi vida que ya no podía apartarme de él. Le amaba de una forma intensa, nada podía temer cuando estaba con él y nada me importaba ya si él no estaba.

Yo no sabía quién era Liam, pero lo que sí es cierto es que gracias a él yo estaba empezando a saber quién era yo de verdad. Y todavía me quedaba mucho por descubrir sobre mí misma. Me quedaba tanto por aprender y tanto por sentir que una vida eterna podría no ser suficiente.

Aquel largo paseo bajo su brazo fue revelador. Supe que si él no estaba, yo me quedaría sin nada. Supe que quería estar con él. Nada más. El hecho de sentir la fuerza de su presencia, la calidez de su ser, el misterio de sus ojos, la casi caricia de su piel, me habían descubierto cosas sobre mí y sobre lo que era capaz de vivir que ahora ya no podía, ya no quería dar un paso atrás, ya sólo podía dedicarle a él todos mis sueños porque él era mi sueño, él era mis pensamientos y mi vida.

Quería saber quién era él de verdad. Y estaba preparada para vivir con cualquier cosa que me revelase sobre sí mismo. No importaba de qué se tratase. El tiempo de ayer ya no me importaba, sólo lo que iba a vivir a partir de entonces, sólo el futuro cerca de Liam era lo que para mí tenía algún significado ya.

No le pregunté nada sobre lo que había ocurrido en Central Park. Sabía que él me hablaría de ello cuando lo considerase oportuno. Confiaba cada vez más en Liam y sabía que tenía todo el tiempo por delante para conocer todo sobre aquel chico que tan fuertemente estaba cambiando mi vida y mi manera de sentir.

En el momento en que tomé conciencia de mi nivel máximo de confianza en Liam, sentí como el dolor de mi brazo se apagó.

Después, me llevó a casa y se despidió como siempre, apoyado sobre el coche y mirándome con dulzura.

— Descansa. Estaré aquí mañana. ¿A la misma hora de hoy? —preguntó con cariño.

— Sí. A la misma —repliqué—. Hasta mañana.

Esa noche me costó conciliar el sueño. Trataba de entender más sobre Liam y sobre el misterio que le rodeaba. Pensé en todas aquellas cosas que me había ido diciendo en los días pasados y en las que yo había observado.

Recordé la forma en la que siempre intuía mi presencia, incluso cuando no podía verme, tan sólo sentirme… u olerme, como había dicho él. ¡Qué mal sonaba aquello!

Medité sobre su inteligencia y su astucia, sobre su forma meticulosa de comportarse y de hablar, no parecía tener prisa. Me sorprendía mucho la manera en la que prestaba atención a detalles que para cualquier otra persona pasarían desapercibidos.

También traté de entender el porqué de su carácter frío, distante, solitario… Al mismo tiempo, se comportaba con un gran respeto con todo el mundo y se mostraba conmigo como un caballero de una época olvidada.

Recordé lo que me había dicho en una ocasión en la que, bromeando, le pregunté sobre si descansaba en algún momento del día, porque siempre estaba activo, no importaba la hora de la que se tratase. Me contó que esto era algo que había heredado de su padre. Me dijo que solía dormir muy poco, tan sólo unas cuatro horas diarias. Y esto lo hacía habitualmente entre las 8 y las 12 de la mañana porque se sentía con mucha más energía en el resto de horas del día. El tipo de vida que llevaba le permitía hacerlo. Era un joven empresario neoyorquino de gran éxito y podía elegir los horarios.

Intenté unir todo aquello con lo que me había dicho sobre los alimentos dulces y sobre el hecho de que normalmente prefiriese comer al anochecer y al amanecer, mucho más que durante el día. Pero, nada. No conseguí entender qué había en él que yo no era capaz de comprender, aunque sabía que era algo que le hacía muy diferente al resto de los seres humanos.

Y aquellos ojos…

¿Cómo supo la dirección de la casa de Alisson el día en que vino a buscarme allí, por primera vez? Tal vez me había seguido. Y, si era así, ¿desde cuándo y por qué?

¿A qué se refería cuando me confesó que la música le ayudaba a ser quien quería ser? ¿Qué o quién era realmente? … ¿Y quién quería ser?

Había tantas preguntas y tantas inquietudes en mi mente que no podía conciliar el sueño. Levanté la persiana de la ventana de mi habitación y miré a mi Luna pidiéndole que me ayudase a encontrar algo que me permitiera entender qué estaba pasando.

Pero, nada. Ella siguió impasible iluminando mi estancia con el brillo de su luz, pero nada más. No era ella quien tenía que descubrirme nada sobre Liam. Esto era algo que yo debía hacer por mí misma y con paciencia para saber esperar el momento en el que él se sintiese más confiado, como para compartir conmigo sus secretos.

En aquellos momentos, me di cuenta de que yo también le había ocultado mis grandes secretos. No le había contado nada sobre quién era yo y cómo había llegado hasta aquí. Cuál era mi vida anterior y cómo había logrado ser lo que ahora era.

Por un momento, pensé que nuestra relación estaba basada en un profundo sentimiento que había surgido entre ambos de una forma casi irracional, pero que era como que no estábamos destinados a encontrarnos, como si formásemos parte de mundos diferentes, incluso opuestos. Sin embargo, allí estábamos y ambos queríamos seguir con aquello. De eso ya estaba completamente segura, aunque él todavía no me lo hubiese dicho con palabras.

Poco a poco me fue venciendo el cansancio y me quedé dormida.

A la mañana siguiente, el miércoles, cuando sonó la alarma nuevamente me desperté con muchas ganas de vivir. Sabía que Liam estaría abajo esperándome para acompañarme a clase y que volvería a pasar parte del día junto a él. Eso me hacía sentir plena y viva.

El día transcurrió según lo esperado y también el jueves y el viernes. Cada día, Liam me recogía de madrugada y me acompañaba en su coche a clase. Tomaba algo conmigo, mientras yo desayunaba antes de comenzar el día y por la tarde nos veíamos en DEAL NYC para mi sesión de entrenamiento y para su clase de español. Después me llevaba a casa y se despedía siempre con una sonrisa y una profunda mirada arrebatadora.

En esos días yo no le pregunté nada que pudiese incomodarle, aunque tenía claro que había muchos interrogantes en torno a él, cuya respuesta yo quería conocer, pero también sabía que tenía toda una vida por delante para averiguarlo y debía esperar a que él me lo quisiera contar. Del mismo modo, yo le contaría mi verdad cuando considerase que él estuviese preparado para entenderla.

En estos días nuestras conversaciones fueron siempre divertidas tratando de conocernos más el uno y el otro. Tengo recuerdos maravillosos de aquel tiempo junto a él.

Todos los viernes acortamos nuestra sesión de entrenamiento y la clase de español porque yo tenía que trabajar en casa de Alisson. El sábado lo dejábamos de descanso, puesto que era el día de la semana en que yo tenía mayor carga de trabajo, entre Alisson y la librería. Aun así, Liam venía a llevarme y a recogerme. Aunque nos veíamos poco al llegar el sábado, al menos sabía que él estaba siempre pendiente de mí.

Un domingo me recogió en casa de Alisson y nos fuimos a retomar nuestra rutina de ejercicios y clase. Cuando estábamos terminando la clase de español en la cafetería del DEAL NYC, Amy se unió a nosotros.

Era absolutamente encantadora, aunque me di cuenta de que me observaba con la misma meticulosidad que lo hacía Liam. Y me percaté de que hablaba con la misma forma pausada y elegante que él. Charlamos durante un rato.

— A mis hermanos, David y Ely, les gustaría conocerte. Liam habla tanto de ti. Y es tan raro que Liam hable mucho… —le miró con una sonrisa cómplice en la que se podía apreciar el cariño que sentía por él.

Liam bajó la mirada con timidez y mostró una leve sonrisa, en la que también se percibía que algo así sólo se lo permitía a su querida hermana.

— He pensado que, tal vez, sería una buena idea que cenásemos juntos en mi casa uno de estos días y así os conocéis —dijo en un tono muy convincente que no permitía una respuesta negativa por mi parte.

Me quedé casi sin respiración. Miré a Liam tratando de saber si era algo que a él le apetecía o si simplemente era una encerrona de su hermana melliza. Pero no me transmitió nada con su gesto. Así que respondí por mí misma.

— Vale. Me encantaría —dije con amabilidad, aunque con cierta inseguridad, he de reconocerlo.

Me inquietaba la propuesta, pero al mismo tiempo también me apetecía conocer a sus hermanos. En realidad, lo que quería era estar más cerca de él, conocerle más, saber más sobre su vida y sobre las personas a las que él quería.

Y por otro lado, me encantó saber que Liam hablaba de mí y además mucho. Y que incluso aquello rompía una conducta habitual en él. Sonreí en mis pensamientos.

¿El jueves es un buen día para ti? —preguntó Amy rápidamente y con ese carisma que emanaba cuando ella quería y que te arrastraba a seguirla en todo lo que te proponía.

— El jueves —repuse— ¿Este jueves? —de repente tomé conciencia de que aquello era una invitación en firme y que además era inminente.

— Sí —afirmó Amy.

Miré de nuevo a Liam, quien elevó sus hombros en un intento de mostrarme que él no iba a hacer nada para impedirlo.

— Vale. El jueves es perfecto —dije mientras tomaba conciencia de que ya no había vuelta atrás.

— Gracias, Aliva —exclamó— Bueno, os dejo porque yo tengo trabajo que hacer y supongo que vosotros también tendréis cosas que terminar en vuestra clase de español. Hasta el jueves —se despidió mientras se levantaba con esa elegancia que les caracterizaba a ambos.

Cuando Amy había salido ya de la cafetería, miré a Liam apretando mis labios.

— ¿Por qué no me has dicho nada sobre esto? —inquirí.

— Es cosa de mis hermanos. Quieren conocerte. Están intrigados sobre quién eres y cómo eres. Amy les ha contado algo pero les gustaría conocerte personalmente —explicó con naturalidad.

— ¿Qué les has contado de mí? ¿Qué les has dicho? —pregunté preocupada por saber más sobre lo que ellos podían esperar de mí.

— No mucho porque la verdad es que no sé muchas cosas sobre ti. Sólo les he hablado de lo que siento y de cómo tú me has llegado a lo más profundo de mi ser como nunca nadie lo había hecho hasta ahora en toda mi vida —dijo en un susurro sincero y cargado de romanticismo.

No pude pronunciar palabra. Me quedé callada mientras una amalgama de emociones se desencadenaba en todo mi ser.

Él me miró. Sé que esperaba alguna respuesta por mi parte pero no pude dársela.

Y… supongo que es lógico y normal que ellos quieran saber más de ti —dijo.

Seguí callada tratando de calmar mi corazón que latía con más fuerza y a mayor velocidad cada vez.

— … Ya sabes. Soy el hermano pequeño —dijo tratando de bromear para ver si eso me sacaba del mutismo en el que me hallaba sumida desde su sincera declaración sobre sus sentimientos hacia mí.

Sé que externamente mi apariencia era de frialdad en esos momentos, pero lo cierto es que en mi interior ardía de felicidad.

— Aliva —exclamó.

— ¿Eh? —fue mi respuesta.

— ¿En qué piensas? —susurró.

Seguí callada.

— Nunca me he sentido tan atraído por nadie como me siento por ti. No sé si debo… No sé si puedo. No sé si es… “peligroso”… Sólo sé que… algo me une fuertemente a ti y necesito estar cerca de ti,… cada vez más —dijo sin dejar de mirarme a los ojos y hechizándome en cada una de sus palabras.

Inspiré profundamente.

— Yo siento lo mismo —confesé por fin.

Nos quedamos mirándonos y nuestras miradas nos trasladaron a no sé qué mundo pero sé que fue un momento especial. No sé cuánto duró pero sé que la conexión se consolidó para siempre. La unión definitiva de nuestras almas quedó sellada para toda la eternidad. Fue como si el hechizo que se venía produciendo entre nosotros dos, por fin hubiera alcanzado su punto final. Ese hechizo que ya nunca se podría deshacer jamás; el que ya nadie podría romper nunca.

— ¿Nos vamos? —preguntó suavemente.

Asentí.

Me llevó a casa, en silencio, aunque con miradas y sonrisas cómplices entre ambos. No necesitábamos decirnos nada.

Al despedirme de él en la puerta del coche, entendí que hoy iba a ser una despedida algo diferente a los días anteriores. Esta vez se acercó con suavidad, acarició mi mejilla con su mano y me besó dulcemente, fue un ligero roce sobre mis labios. Nada más… ¡y nada menos!

Cuando me daba la vuelta para entrar en casa. Le oí susurrar.

— Te quiero, Aliva… Pase lo que pase —dijo mientras apartaba una piedrecita del suelo con su pie derecho, como en un intento de romper con su timidez.

Me di la vuelta, le acaricié su rostro con mi mano y le miré con una romántica sonrisa.

— Y yo —respondí con un hilo de voz.

Me fui pensando en lo que había vivido. Y también en sus últimas palabras: “pase lo que pase”. ¿A qué se refería? ¿Qué nos podía pasar? Éramos dos jóvenes entre los que había surgido el más puro sentimiento de amor, más allá de todo. Yo me sentía fuerte y para mí, en aquella época de mi vida, me parecía que nada ni nadie me podía parar en aquello que yo deseaba. Y en este caso, eso era Liam.

Entré en casa, me preparé una ensalada mientras escuchaba un CD de música que me gustaba mucho. Seguía pensando en Liam, en el dulce roce de sus labios, en aquellas dos palabras: “te quiero”. Cada imagen de su rostro que venía a mi mente y cada palabra que recordaba me estremecían. Me sabía muy afortunada y daba gracias a la vida por poder estar experimentando todo aquello. Era un sentimiento nuevo e intenso que no había vivido antes, ni siquiera en los mejores momentos de mi vida anterior que había sido feliz y completa.