CAPÍTULO
7
AQUELLAS MARCAS EN MI PIEL
Era martes por la mañana, al salir de la ducha me di cuenta de que tenía algo en la parte inferior de mi antebrazo izquierdo, justo en la zona media donde siempre me dolía. Pensé que durante la noche me habría picado algún insecto. Eran diminutos puntos que formaban dos círculos perfectos, uno dentro del otro. La verdad es que esta vez no sentía nada, ni picor, ni escozor, ni nada parecido. Busqué una pomada que tenía en casa para las picaduras y me la eché sobre aquellas marcas. Pensé que desaparecerían en unos días. Después traté de no darle más importancia. Me vestí, cogí mis cosas y bajé.
Allí estaba él. En cuanto me vio hizo un gesto como de rechazo, fue como si algo en mí le echase hacia atrás. Aun así, se acercó. Me cogió la mochila y caminó a mi lado hasta el coche, aunque pude apreciar en su rostro que se sentía contrariado por algo.
— Buenos días. ¿Cómo has pasado la noche? —me preguntó con cariño cuando ya estábamos sentados en el coche.
— Bien. He descansado. ¿Y tú?
— No he dejado de pensar en ti —dijo en un susurro pero sin acercarse a mí. Consiguió estremecerme, una vez más.
Cerró los seguros de las puertas y me miró con una sonrisa mientras ponía en marcha el motor.
El día transcurrió con normalidad. Aunque he de reconocer que las picaduras me tenían un tanto preocupada. Pensaba qué podía ser lo que me pasaba en el brazo izquierdo, era como que todo acababa dándome en el mismo lugar, en ese brazo y en esa zona en concreto.
Mientras estaba en clase, como la calefacción estaba muy alta, me había quedado en manga corta y me di cuenta de que, con la luz de los fluorescentes, aquellas marcas se intensificaban con respecto a lo que me habían parecido por la mañana al levantarme.
Angie, que estaba sentada a mi lado, me preguntó si me pasaba algo.
— Nada. Creo que me ha picado algún tipo de insecto esta noche. No sé si habrá sido una araña o algo así y me ha dejado unas marcas raras, ¿lo ves? —le dije en voz baja en mitad de la clase, mientras le mostraba mi brazo.
— ¡Uf! Sea lo que sea, se ha ensañado contigo. ¿Te pica? —preguntó Angie.
— No, eso es lo raro. No me molesta lo más mínimo —repuse lo más bajo que pude para que el profesor no se percatase de que estábamos hablando.
Continuó la clase y al terminar almorcé en la cafetería con mis amigos. Mike también se dio cuenta de que yo andaba pendiente de mi brazo y me preguntó. Le conté lo mismo que le había dicho a Angie en clase. Todos quisieron ver qué era lo que tenía. Me subí la manga del jersey y les mostré mi brazo con preocupación.
Jane lo miró con atención y cierta cautela y dijo que parecían picaduras de araña, que tuviese cuidado y que revisase en mi cama por si tenía alguna. Aquel comentario de Jane me provocó cierta desazón.
Frank me dijo que tal vez debería ir al médico porque la verdad es que aquello era un poco raro. Y Derek comentó que no le diese más importancia, si no me molestaba probablemente desaparecería en unos días. Preferí hacer caso a Derek y olvidarlo.
En ese momento llegó Harry, quien también se interesó por mis marcas y por supuesto bromeó con ello.
— ¡Uf! Eso tiene mala pinta. Yo creo… estoy seguro de que has sido abducida por extraterrestres. Seguro. Sí —dijo poniendo cara de misterio—. ¿Has sentido algo durante la noche? ¿Tienes lagunas en tus recuerdos? ¿Has visto la potente luz blanca? —y rompió a reír a carcajadas.
Le lancé mi pan directamente a la cara pero era rápido y lo cogió al vuelo.
— ¡Ten más cuidado la próxima vez, pequeña! ¡Soy el mejor en recogida de panes! —dijo burlándose y le dio un enorme bocado al tiempo que se levantaba de la mesa riendo y se acercaba a la barra para pedir un café.
— No te preocupes. Seguro que no es nada —me dijo Angie, mientras me daba un golpe amistoso con su hombro sobre mi brazo con una sonrisa que trataba de quitarme la preocupación.
Después del almuerzo regresamos a clase. Continué prestando la máxima atención al profesor. No quería darle más vueltas al tema de las picaduras, aunque lo cierto es que me llamaba mucho la atención la perfección de los dos círculos, parecían dos circunferencias concéntricas perfectas, como si hubiesen sido hechas con un compás, aunque se apreciaban los puntitos y la pequeña separación que había entre cada uno de ellos era casi milimétrica y exacta. Estaba segura de que me había picado algún tipo de insecto raro. Tenía intención de buscar en internet cuando llegase a casa, para ver si encontraba algo que me pudiera dar alguna pista sobre qué tipo de insecto hacía esa clase de picaduras.
Al terminar las clases me empecé a sentir muy cansada, algo fuera de lo habitual. Se lo dije a Angie, pero no le dimos mucha importancia, simplemente estaba más cansada de lo normal. No tenía fuerzas para mi sesión de entrenamiento. Sólo necesitaba meterme en la cama. Pensé que, tal vez, había cogido frío y estaba empezando un proceso gripal o algo así. Aunque, he de reconocer que también pensé que aquel cansancio podía tener algo que ver con las picaduras y que igual debería ir al médico para saber qué era aquello.
Llamé a Liam y le expliqué que estaba muy cansada y que preferiría dejar la sesión para el día siguiente porque necesitaba dormir.
— ¿Te sientes bien? … ¿Quieres que te acompañe al médico? ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo ayudarte? —preguntó muy preocupado al teléfono.
— Sólo estoy cansada. Necesito dormir. Estoy segura de que mañana estaré perfectamente. No te preocupes, de verdad —insistí sintiendo que mi tono de voz era cada vez más bajo.
— Vale. En cualquier caso, quédate un rato con Angie y te recojo en 20 minutos. No creo que debas ir en metro. Además, hace mucho frío hoy. Prométeme que me esperas. Son sólo 20 minutos. Ya estoy saliendo —me instó.
Liam era muy tenaz y yo no tenía fuerzas para discutir sobre si me venía a buscar o no. Además, no me apetecía nada irme en metro y luego caminar hasta casa con aquel frío. Era mucho más alentadora su oferta.
— Está bien. Te espero en la cafetería —respondí con pocas fuerzas.
Me sentía algo mareada, por eso me senté y tomé un té con leche de soja muy caliente. Me hizo bien pero el cansancio seguía aumentando.
Liam llegó en el tiempo que me había dicho.
— ¿Estás sola? ¿Dónde está Angie? —preguntó algo más alterado de lo habitual.
— Ya se había ido cuando te llamé —respondí débilmente.
— Estás muy pálida. ¿Qué te pasa, Aliva? —me preguntó mirándome pero no se acercó a tocarme.
Era como si algún tipo de barrera no física existiese entre nosotros. Pero no pude pensar en ello porque me sentía agotada.
— No sé. Estoy muy cansada. Sólo pienso en el momento en que pueda quedarme dormida —notaba que iba hablando cada vez con mayor lentitud.
— Vámonos —dijo mientras se disponía a cogerme el brazo izquierdo.
De repente, apartó su mano como si se hubiese quemado o algo así, al tocarme.
— ¡Ay! —exclamó con el dolor reflejado en todo su rostro y se cogió su mano de inmediato en un intento de calmar el daño que le había producido el contacto con mi brazo.
— ¿Qué? —pregunté extrañada por su airada reacción.
— No sé. Me ha dado como una punzada muy dolorosa —dijo como con intriga y mirándome fijamente—. Creo que me has dado la corriente o algo así pero ha sido fuerte, muy fuerte —dijo realmente extrañado.
— Vámonos, por favor —le pedí, casi le imploré.
Cogió mi mochila. Se acercó a la chica de la cafetería y compró una botella de agua que me ofreció mientras nos dirigíamos al coche que estaba aparcado muy cerca de allí. Aunque yo me encontraba tan débil que el trayecto me pareció muy largo.
Me llevó a casa. Aparcó el coche, me ayudó a salir y escuché como cerraba las puertas con el mando a distancia.
— Me quedo contigo hasta que estés mejor —dijo con ese mismo tono con el que su hermana Amy decía las cosas, tan convincente que no podías por menos que seguirles en lo que te decían.
No respondí nada. No tenía energía y empezaba a ver todo un poco borroso.
Subimos hasta mi casa. Yo vivía en el ático del edificio. Él se encargó de abrir la puerta y encendió las luces.
— ¿Dónde está tu habitación? —preguntó con suavidad al entrar.
Señalé la puerta sin mediar palabra. La abrió, preparó cuidadosamente la cama para que yo no tuviese que hacer nada. Mientras tanto, yo entré en el cuarto de baño y me cambié de ropa. Una vez que estuve acostada, se dirigió de nuevo hacia la puerta de la habitación que daba directamente al salón. La dejó abierta antes de irse hacia el sofá.
— Me quedo en el salón. Descansa. Y dime si necesitas algo —susurró.
Sus palabras ejercieron el efecto de un somnífero. Cerré los ojos y me quedé profundamente dormida.
No recuerdo nada de lo que pasó después, sólo sé que tuve un extraño sueño. Me vi en mi playa de juventud. Allí estaba mi querido amigo Martín que caminaba hacia mí con un gesto de preocupación en su rostro.
— ¡Martín! —dije con una sonrisa porque me llenó de felicidad verle, de nuevo.
Martín había sido muy especial en mi existencia anterior. Y, aunque aquella parte de mi vida ya parecía casi borrada de mis recuerdos, volver a verle tan nítidamente me produjo una bonita sensación.
— Aliva. Ten cuidado. Aléjate de él. Son muy peligrosos —dijo Martín dulcemente.
— ¿De quién? —pregunté un tanto atemorizada, cogiéndole de las manos para que me clarificase aquellas palabras.
— 7788, del distrito 13 —dijo como en clave.
— ¿Quién? —pregunté sin entender nada de lo que me estaba diciendo Martín.
— Liam o como quiera que te haya dicho que se llama —respondió con sequedad al pronunciar su nombre.
— ¿Liam? —dije extrañada— ¿Por qué dices que son muy peligrosos? ¿A qué te refieres, Martín? No te entiendo —insistí en mi sueño a mi querido amigo, en el que confiaba plenamente, pero ahora me tenía desconcertada por completo con sus palabras sobre Liam.
— No les dejes ver los círculos. Es tu protección. Déjalos actuar sin bloquearlos y no pasará nada —dijo Martín y percibí un tono de misterio en su voz.
— ¿Los círculos? —pregunté.
— Tu brazo —señaló mis marcas—. Insisto, ¡son tu protección! ¡No dejes que los vea o te intentará hacer daño! Te matará —dijo mirándome fijamente y con una muestra de preocupación en su rostro—. Los círculos le impedirán tocarte o hacerte nada pero tienes que dejar que pase el tiempo suficiente para que te proporcionen toda la protección. Son muy recientes y todavía no te pueden ayudar plenamente.
Me quedé helada con las palabras de Martín.
— Los círculos le repelen. Pero puede volverse tan loco de rabia por no poder poseer tu energía que es capaz de quitarte antes la vida. Son los seres más peligrosos y malignos que existen —dijo Martín con firmeza.
Me miró con intensidad para asegurarse de que yo entendía el significado completo de sus difíciles palabras.
— Busca alimentarse con tu energía hasta despojarte totalmente de ella. Y cuando ya no tengas fuerza… —bajó la cabeza en un intento de no continuar con lo que me estaba diciendo, como para evitar incluso pensar en ello—. Mejor no quieras saberlo, Aliva —dijo con misterio y con un tono de peligro en su voz.
Me hablaba con una preocupación sin igual y susurrando para que nadie le oyera. Aunque en mi sueño estábamos solos.
— Aléjate de él cuanto antes —continuó con una dureza enorme en esta última frase.
— No puedo —respondí en medio de toda aquella contradicción.
— Sí puedes —reiteró él—. ¿Todavía tienes la pulsera que te regalé, aquella de las pequeñas piedras de colores con la Luna? —me preguntó al oído con cierta premura, como si estuviese a punto de irse y necesitase darse prisa— Llévala siempre puesta, te protegerá de ellos hasta que tus círculos puedan definitivamente protegerte para siempre. Créeme, son peligrosos. No te dejes embaucar por sus artimañas, utilizarán cualquier cosa para engañarte. Hazme caso.
Y de repente, se esfumó. Podía escuchar el sonido de las olas al romper en la orilla de la playa, aquel sonido que marcó mi infancia. Me quedé sola en mi sueño con aquella melodía que tanta confianza me proporcionaba y que parecía anclarme a los recuerdos de mi primera vida. Poco a poco, este sonido fue debilitándose hasta desaparecer. Y yo abrí los ojos despertando de aquel sueño.
Miré a la ventana de mi habitación y pude ver que era todavía de noche. Liam estaba sentado en el sofá, podía verle desde mi cama. No me moví porque no quería que se diera cuenta de que me había despertado.
Pensé en el sueño que acababa de tener. ¿Qué significado tenía todo aquello? Martín había hablado de Liam como 7788 del distrito 13. Me di cuenta de que aquellos números los conocía muy bien. En DEAL NYC mi casilla del vestuario era la D13 y mi código de acceso a ella y a todas las instalaciones de DEAL NYC era el 7788.
En la penumbra, miré mi brazo con sigilo para no llamar la atención de Liam y toqué los círculos con las yemas de mis dedos sintiendo su forma y la energía que me transmitían. Poco a poco, los pequeños puntos que los componían se habían ido uniendo hasta formar una línea circular continua.
Pensé en lo que Martín me había dicho en el sueño sobre los círculos concéntricos y sobre que me alejara de Liam porque era peligroso y me mataría.
Inmediatamente Liam, que estaba mirando a través de la ventana, se dio la vuelta y se dirigió a mí. Como instintivamente, tapé con suavidad mi brazo con la manga para que no viera las marcas. Estaba confusa. Yo confiaba plenamente en él, pero todavía me sentía aturdida por el sueño que acababa de tener y por las palabras de Martín.
— ¿Cómo estás? —preguntó con angustia.
— … Bien… Estoy bien —dije todavía algo desorientada.
— Has dormido durante dos días seguidos —me dijo, sentándose sobre mi cama y mirándome preocupado.
Tocó mi frente para medir mi temperatura. De nuevo, sintió la punzada en su mano.
— ¡Agh! Otra vez me has dado la corriente —exclamó, aunque pareció sentirse tranquilo, por lo que entendí que mi temperatura era normal.
— Necesito ir al cuarto de baño —dije incorporándome en la cama y apartando el pelo revuelto de mi cara.
Se levantó para dejarme salir de la cama. Me miró entre intrigado y preocupado, incluso me atrevería a decir que parecía asustado.
Fui al cuarto de baño. Me di una ducha que me hizo sentir mucho mejor. Aproveché para revisar los círculos tranquilamente. Pasé mi dedo suave y lentamente por encima de ellos para entender algo más sobre aquello a través del tacto. Poco a poco se estaban uniendo los pequeños puntos unos con otros y ya casi no había espacios visibles entre ellos. Era como que las líneas se estaban uniendo y haciéndose perfectas. Pensé en lo que había soñado. Le daba vueltas a lo que Martín me había dicho mientras estaba dormida, pero en el interior de mi corazón sabía que Liam no era peligroso. No, al menos para mí. Y pensé en lo que siempre me decía Martín en los últimos días de su vida: “escucha a tu corazón”.
Aunque hacía frío en la calle, abrí la ventana del cuarto de baño para poder observar directamente a la Luna, sabía que esa noche ella me ayudaría en mi mar de dudas. Me concentré y pude escuchar la voz tranquila de mi abuela que me decía “Aliva, tienes todo para tomar una decisión u otra. Tú eliges tu propio destino, pequeña. Pero, esta vez, ten mucho cuidado si la elección es él. Estás jugando con fuego. Es muy peligroso”. Y tras estas palabras, la voz se apagó.
Inspiré profundamente y cerré los ojos. Podía sentir el frío de la ciudad en mi rostro que parecía como una metáfora del frío que sentía en mi corazón en aquellos momentos.
Al cabo de un rato, cerré la ventana. Me di la vuelta y me miré en el espejo durante unos minutos, apoyada sobre el lavabo.
Y me reafirmé en mi elección. Como en cada decisión que tomamos en nuestras vidas, elegí mi destino. Intuía que no iba a ser fácil, pero sabía lo que quería y sabía quién quería ser. No podía renunciar a la vida más intensa que podía imaginar, incluso si ello conllevaba riesgo vital estaba dispuesta a asumirlo.
Es curioso, yo nunca creí esas historias del Renacimiento, de amantes dispuestos a morir por amor, dispuestos a arriesgarlo todo por el ser amado. Sin embargo, ahora sabía que por él merecía la pena cualquier cosa. Estaba segura de que nunca me sentiría tan viva si le apartaba de mi lado.
Y yo elegí la eternidad porque amaba la vida con una intensidad casi sobrenatural. Por tanto, si no podía vivir una vida intensa como la que tenía junto a Liam, cualquier cosa sólo sería un sucedáneo que no merecía la pena, sobre todo ahora que ya hacía tiempo que había decidido dejar atrás toda mi existencia anterior.
— Te he escuchado, querido corazón… Y voy a seguir lo que me dices. No temo a Liam. Sé que no hay nada que temer —me dije a mí misma con valentía.
Miré los círculos de mi brazo, una vez más.
— “Si estáis ahí para protegerme, al menos dejadme elegir a mí cuándo necesito la protección. Y ahora no quiero que le sigáis apartando de mi piel cada vez que me roza” —pensé.
Apreté aquellos malditos círculos con mi mano derecha como tratando de decirle a quien me los había puesto allí, al parecer con la mejor intención del mundo, con la intención de protegerme de lo que parecía un gran peligro, que yo tomaba mis propias decisiones y que no iba a permitir que nada ni nadie me separase ya de Liam.
Salí del cuarto de baño, comprendiendo ya las palabras de Liam cuando me dijo “Te quiero… Pase lo que pase” Empezaba a entender a qué se refería con “pase lo que pase”, aunque vagamente, puesto que no sabía quiénes eran aquellos que estaban tratando de protegerme, ni por qué lo hacían, ni qué tipo de peligro podía suponer para mí Liam, el chico del que me había enamorado para siempre.
— Necesitaba una ducha… Estoy mucho mejor —le dije a Liam con una sonrisa—. Gracias por haberte quedado conmigo.
Se acercó y me abrazó con delicadeza durante un buen rato. Me sentí fuerte y feliz, de nuevo. Y no le produje ninguna punzada esta vez, a pesar de que los círculos seguían en mi brazo pero parece ser que ya no ejercían su efecto protector. Aunque, para mí era un efecto separador de aquel ser al que tanto amaba ya.
— Me has asustado —dijo mirándome con sus ojos profundos—. Y te aseguro que hace mucho, muchísimo tiempo que nadie me había conseguido asustar.
— Lo siento —dije sin dejar de mirarle.
Sonrió. Volvió a abrazarme y esta vez tampoco le produjo ninguna punzada el hecho de rozarme. Aquello me tranquilizó. Y casi de forma súbita, me acordé de que ya era jueves y me aparté de golpe.
— ¡Si dices que he dormido durante dos días, eso significa que ya es jueves! —exclamé desconcertada y dándome la vuelta para poder pensar con claridad.
— ¿Cómo?. eh…sí, sí…es jueves. No entiendo, Aliva. ¿Qué es lo que te agobia?
— La cena. La cena en casa de tu hermana Amy. Con… con tus otros hermanos… para que me conozcan —verbalicé aquello que me iba viniendo a la mente de forma acelerada— ¿qué hora es?
Sonrió, una vez más.
— ¡Ya, ya, ya!… —siguió sonriendo cada vez más ampliamente— No hay ninguna obligación. Son sólo mis hermanos. Podemos decirle a Amy que lo cancelamos y ya está —su tono sonaba casi paternal.
Me di la vuelta para mirar el reloj de mi mesilla de noche. Eran las cuatro y media de la madrugada.
— Son las cuatro y media. Bueno, tenemos todo el día por delante. No hay por qué cancelarla. A mí también me apetece conocer a tus otros hermanos. Además, cada vez me siento mejor, te lo aseguro —afirmé.
— Tú decides —respondió—. ¿Qué quieres que hagamos en el día de hoy? —me preguntó, de repente.
— ¿Hoy? —dudé— La verdad es que me gustaría que nos tomásemos el día libre.
— ¿No vas a ir a clase? ¿Quieres que pasemos el día juntos? —preguntó con ciertas dudas.
Creo que realmente su instinto le indicaba que no era precisamente esto lo que yo quería decir, aunque en el fondo de su corazón era eso lo que él esperaba que yo desease.
— No, no me refería a eso. Voy a ir a clase y además, creo que iré un rato a la biblioteca porque tengo varias cosas que terminar. Pero lo haré a media mañana. Me refería a que sería bueno que tú también descansaras. Bueno, que podemos vernos después hacia la hora de la cena —yo iba hablando casi sin mirarle a los ojos en un intento de lograr que entendiera que necesitaba estar sola.
— ¿Me estás echando? —dijo con sorpresa combinada con cierto tono de broma.
— Pues, creo que sí.
— Vale, vale. Captado el mensaje. “Nos tomamos el día libre” significa que te quieres librar de mí hoy. Me voy —dijo mientras negaba con la cabeza, tratando de aceptar mi negativa a estar con él.
Se acercó al sofá, donde tenía su chaqueta y se la puso para salir a la calle.
— Pero te recuerdo que no son ni las cinco de la madrugada —continuó como para hacerme sentir culpable.
— ¿Cuándo ha sido eso un problema para ti? —insistí.
— Sí, cierto. Es mi hora favorita pero también es verdad que preferiría quedarme aquí y pasar el resto del día juntos —comentó con un poco de pena en sus palabras y acariciándome el rostro con delicadeza.
Cerré mis ojos y puse mi mano sobre la suya, llevándola hacia mis labios para darle un beso. Después, me acerqué más a él y le besé.
— Gracias por haber estado conmigo. Ahora me siento bien, de verdad. Y tú necesitas descansar —insistí con ternura.
— Te paso a buscar a las seis —dijo habiendo entendido que debía marcharse—. Pero, si pasa algo antes, ¡llámame! —señaló con su dedo índice.
— Vale.
— Y, por cierto, no necesito descansar —dijo, dejando claro que se iba pero no voluntariamente.
Se fue.