CAPÍTULO 9
EL DÍA EN QUE TODO SE CONVIRTIÓ EN OSCURIDAD

Pasaron las semanas y los meses, se fue el frío invierno en Nueva York y llegó la luz de la primavera. Liam y yo estábamos casi siempre juntos, cada vez más unidos. Ésta es la época de mi vida de la que guardo mayor cantidad de recuerdos maravillosos y extraordinarios, de la que conservo memoria de las sensaciones más intensas y vivas.

Yo dejé de trabajar los viernes en casa de Alisson porque su marido había regresado ya y no era necesario que yo les ayudase con los niños. Seguí trabajando en la librería porque me gustaba y porque quería tener la sensación de que, aunque no necesitase el dinero, puesto que entre las ventas de las casas y las acertadas inversiones que hacía, podía permitirme vivir sin trabajar, lo cierto es que me gustaba la sensación de trabajar en algo que me llenaba. Estar cerca de los libros y poder estar al día de las mejores publicaciones, novelas e historias y haberlas leído y disfrutado, es algo que me enriquecía muchísimo.

Continué con mis estudios y volví a estar más cerca de mis amigos. Liam se integró en el grupo, manteniendo siempre esa distancia tan típica en él. Pero sabía que para mí era importante seguir cerca de mis compañeros de clase.

Mientras tanto, yo continué con mi entrenamiento físico bajo la coordinación de Liam. Sentía que aquella actividad guiada por alguien tan profesional como él, me estaba fortaleciendo tanto que esto ayudaba a mi inconsciente a hacer su trabajo para mantener mi vida inmortal y eternamente joven.

Las clases de español evidentemente las dejamos porque Liam lo hablaba a la perfección y no lo necesitaba. Me reconoció que había sido la excusa que encontró para estar cerca de mí cuando nos conocimos. Así que no tenía sentido continuar con algo que no era necesario.

Pero, aunque habíamos dejado las clases de español, la verdad es que este tiempo lo dedicábamos a estar juntos, a salir a pasear o a tomar algo, a disfrutar de algún musical o de alguna obra de teatro, al cine o simplemente a sentarnos juntos a leer en el sofá. Compartíamos todos los momentos del día que nos era posible. Cualquiera diría que nos faltaba tiempo, lo aprovechábamos como si cada día fuese el último. A pesar de que ambos sabíamos que viviríamos eternamente, para nosotros estar juntos era una necesidad y una fuerza tan intensa, algo que nos hacía falta hasta tal extremo, que si no lo hacíamos, sentíamos que nos faltaba el aire para respirar y estar vivos.

Con Amy y Ely tenía una buena relación. Ellas sabían cuáles eran mis secretos, igual que Liam, y yo evidentemente conocía los suyos. Esto nos facilitaba mucho el poder compartir cosas que no podíamos contar a otra amiga y eso nos unió realmente. Las sentía como mis hermanas y sé que ellas también me veían a mí así. Era fácil quererlas, emanaban algo que te hacía estar bien cerca de ellas, transmitían la tranquilidad y la sabiduría de alguien que ha vivido una larga vida y, desde su experiencia, es capaz de valorar y poner cada cosa en su lugar y dar a cada cosa la importancia justa. Yo pensaba que esa carga genética Laerim que tenían era real cuanto más las conocía. Podía apreciar en ellas esa nobleza y bondad que Liam me había contado que era lo que caracterizaba a los Laerim, aquello por lo que eran la estirpe más evolucionada del ser humano. Me gustaba mucho pasar tiempo con ellas, sentíamos una gran complicidad, era como que perteneciésemos a un mismo lugar y a Liam le hacía sentir muy bien el hecho de que sus queridas hermanas y yo hubiésemos congeniado de esta manera.

Con David tenía muy buena relación, pero es verdad que con Ely y Amy había una mayor conexión. Tal vez, era Liam lo que nos mantenía tan unidas y tan cerca.

Después de un tiempo, yo conseguí trabajar mentalmente para ir eliminando la barrera de separación que los círculos de mi brazo generaban entre Liam y yo, hasta el punto de que ya en esta época, en la primavera, él no sentía ningún tipo de dolor ante la cercanía de los círculos y tampoco se lo producía a sus hermanos. Me di cuenta, una vez más, de que yo podía lograr todo aquello que me propusiese, si realmente lo trabajaba con intensidad y en alianza con mi inconsciente. Había logrado hacer que la protección se eliminase cuando yo quería y sólo funcionara si yo lo consideraba necesario.

Llegó el verano y terminaron las clases, pasé todos los exámenes con éxito, de modo que tenía libres las siguientes semanas para ser feliz con Liam y disfrutar de la vida.

Durante el verano bajaba el nivel de trabajo en la librería del señor Grisam con lo cual en esa época del año yo no trabajaba. Así pues, decidimos pasar los días de verano recorriendo en coche todo el país. Durante estos días de vacaciones no nos separamos ni un solo segundo, estuvimos juntos en todo momento. Cada día sentía que mi amor por Liam era más grande, más intenso y también más verdadero. Y sé que a él le ocurría lo mismo. Aquel fue el mejor verano de toda mi existencia. Tengo grabados todos y cada uno de los lugares donde estuvimos, cada uno de los momentos que vivimos, cada una de las palabras que nos dijimos, cada una de las risas y las sonrisas y cada una de las miradas que compartimos. Aunque tengo uno realmente especial: fue la tarde que pasamos en Andover, el lugar donde había nacido mi abuela materna. Estuvimos sentados durante horas sobre la hierba de un parque, hablando sobre cómo imaginábamos que podía ser el resto de nuestra vida. Yo tenía una fuerte conexión con aquel lugar del mundo y sentía que me recargaba de energía cada vez que volvía allí.

Recuerdo, como si fuera ahora, que tumbados sobre la hierba, Liam me dijo una de las cosas más bellas que podía imaginar.

— Llevo toda una eternidad esperándote, Aliva —me acarició mirándome fijamente y con gran ternura para continuar en un dulce susurro—. Aunque eso no es importante. Lo mejor es que tengo toda la eternidad para amarte. Y eso es lo que más fuerza me da para ser quien quiero ser.

Me besó.

— Gracias por estar aquí y gracias por acercarme a la bondad, por hacer que no sienta miedo, que me llene de valor para vivir como quiero vivir —tomó aire y siguió hablando pausadamente y en voz bajita—. Sacas lo mejor de mí. Contigo he conocido sensaciones, emociones y sentimientos que nunca imaginé que pudiese haber en mí. Te quiero con toda mi alma y con todo mi ser. Prometo cuidarte siempre y aprender a ser como tú mereces.

Nos fundimos en un beso eterno.

Cada momento junto a Liam me hacía volar hacia mundos mágicos. Todo él era un ser mágico para mí. La mezcla de su fuerza y su sensibilidad era completamente hechizante, hasta tal punto que habría sido un placer para mí entregar mi vida por él, si hubiera sido necesario.

Después de Boston, regresamos a Nueva York una semana antes de que comenzaran las clases. Había pasado los mejores días de mi vida y ahora iniciaba de nuevo una rutina que también me hacía feliz. Tenía ganas de volver a estar con mis amigos, de empezar las clases y aprender cosas nuevas. Me sentía tan plena que parecía que me bebía la vida entera en cada bocanada de aire que llegaba a mis pulmones. Y soy consciente de la luz que proyectaban mis ojos.

Recuerdo muy bien el primer día de clase, empezábamos nuestro tercer año y todos estábamos alegres, a pesar de que sabíamos que iba a ser un curso intenso.

Mi corazón dio un vuelco de pura alegría cuando vi entrar a Angie y a Mike en la cafetería. Qué ganas tenía de verles y cómo me alegraba saber que seguían juntos.

Después llegó Harry. Estaba guapísimo, se le veía muy contento.

— ¡Hola Harry! —exclamé con alegría— ¿Cómo estás? ¿Qué has hecho este verano? ¡Estás muy guapo! —dije mientras me giraba a mirar a Angie para compartir opinión con ella al respecto—. Está guapísimo, ¿verdad?

Angie asintió y le dio un cariñoso abrazo a Harry.

— Sí, sí que lo estás. Pero, realmente guapetón —insistió Angie.

— Oye, a ver si me voy a tener que poner celoso —dijo medio en serio, medio en broma Mike, mirando a Angie, la cual quedó encantada ante la reacción de su novio.

Harry seguía escuchando las cosas buenas que le estábamos diciendo sus dos mejores amigas y con una sonrisa de oreja a oreja.

— Bueno, di. ¿Qué ha pasado? ¿Y ese pelo? ¿Esa ropa? —dije dándole un pequeño golpecito sobre el brazo para animarle a hablar y contarnos todo—. Vamos, cuenta, cuéntalo todo —insistí.

— Vale, vale —dijo Harry, ya un tanto agobiado por nuestra insistencia.

Ambas le miramos reclamando explicaciones.

Sí. Es lo que estáis pensado. Hay una chica. ¿Ya? ¿Más tranquilas? —dijo sonriendo con gran felicidad reflejada en la mirada y en todo su rostro.

— ¡Bien! —gritamos las dos a la vez.

— Queremos saberlo todo. Cuéntalo ya —insistió Angie.

— Vale, vale. Os prometo que os pondré al día de todo. De verdad —asumió Harry.

Miró a Mike y dirigiéndose a él continuó.

— Como para no contarles todo. Me volverán loco si no lo hago —dijo con complicidad a Mike.

— Lo sé, lo sé —respondió Mike, elevando una sonrisa cómplice.

— Vamos, empieza —insistió Angie.

— Eso, vamos —remarqué yo.

— Esta tarde. Quedamos a tomar algo en el Major League y os juro que os lo cuento todo, ¿vale? —pidió Harry y con las palmas de sus manos abiertas hacia nosotras hizo un gesto con el que nos pedía que nos detuviésemos ya.

— Vale. Pero, al menos queremos saber cuál es su nombre —reclamé—. Para saber cómo referirnos a ella, nada más.

— Se llama Judith. ¡Y ya! Luego os cuento —dijo Harry—. Mirad quién viene por ahí.

Eran Derek y Jane, que llegaban juntos de la mano, como siempre desde el día en que les conocimos. Eran inseparables. Parecía que hubiesen llegado a este mundo para estar siempre juntos.

Nos contaron todo lo que habían hecho durante el verano. No habían parado. Eran muy divertidos.

Mientras tanto, se unió Frank. Llegó algo cansado y parecía triste. En aquel momento yo pensé que Frank estaba así porque sentía que en el grupo todos estábamos encontrando nuestro camino con alguien a quien amábamos, estábamos pasando una etapa muy feliz en nuestras vidas y parecía que él se iba quedando como a parte.

Nicole no vino. Después supimos que había decidido dejar los estudios y dedicarse al mundo de la moda. La verdad es que me pareció muy coherente por su parte, eso era lo que realmente le gustaba y por fin, había optado por tomar sus propias decisiones en la vida.

Pasamos un día estupendo. Después nos fuimos al Major League, Angie, Harry y yo. Mike decidió que tenía que comprar algunas cosas que necesitaba y comprendía que las chicas queríamos saber todo sobre la historia de Harry. Sabía también que entre nosotros tres había una relación muy especial y comprendía que queríamos estar con Harry. Además, estaba seguro de que luego Angie se lo iba a contar todo con pelos y señales, por tanto le pondría al día sin problemas.

Harry nos contó que había conocido a Judith una tarde en que llevó a su hermana pequeña al cine y ésta se encontró con una amiguita del colegio que iba también con su hermana mayor, Judith. Y ahí comenzó todo entre ellos dos. Fue un amor a primera vista. Habían pasado el verano viéndose casi a diario. Nos enseñó una foto de ella. La verdad es que era una chica guapa y hacía muy feliz a Harry. Ahora el único problema era que ella estaba estudiando en Boston y se iban a ver poco, pero ya tenían planeado pasar juntos los fines de semana. Harry iba a ahorrar durante la semana para poder permitirse los gastos de los billetes de tren, pero merecía la pena porque así iba a estar más en contacto con ella.

Nos prometió que nos la presentaría en breve, porque habían decidido ir un fin de semana él allí y otro vendría ella aquí.

Después llegó Mike y al cabo de un rato también fueron apareciendo los demás. Bueno, Frank fue el único que no vino.

Llamé a Liam y le dije que se viniera al terminar en el DEAL NYC. Me dijo que tenía unas cosas que hacer y que prefería acabarlas. Quedamos en que me vendría a buscar a las siete y media para llevarme a casa. A Liam no le gustaba nada que yo anduviese sola por las calles de Nueva York y sobre todo durante la noche, así que siempre se las arreglaba para llevarme y traerme de un lado a otro. Yo no sentía miedo, Nueva York siempre me ha parecido una ciudad muy segura en la que siempre tengo la sensación de estar acompañada. Pero he de reconocer que a mi me encantaba que él hiciera eso porque suponía pasar más tiempo juntos.

Fue una tarde divertida. Como siempre ocurría con mi grupo de amigos, hablábamos y reíamos de forma que me hacía sentir realmente joven. Estábamos al principio del curso y todavía no teníamos grandes preocupaciones o agobios por exámenes ni por carga de trabajos de las distintas asignaturas. Además, yo ahora tenía mucho más tiempo libre desde que ya no trabajaba en casa de Alisson y estaba más relajada.

Después, fueron pasando varias semanas desde que habían comenzado las clases. Recuerdo que era un día de finales del mes de noviembre y empezábamos a tener un montón de cosas que preparar. Harry y yo, como siempre, hacíamos juntos los trabajos que no eran individuales.

Era miércoles y habíamos tenido un día intenso de clases, todas ellas interesantes pero necesitábamos despejarnos un poco. Así que Harry, Angie, Mike, Derek, Jane y yo nos fuimos a tomar algo y hacer unas risas en el Major League.

Se me pasó la tarde casi sin enterarme, hasta el punto de que de repente me di cuenta de que era la hora en la que había quedado con Liam en DEAL NYC para mi sesión de entrenamiento y todavía estaba allí tranquilamente con mis amigos. Llamé enseguida a Liam para avisarle de que llegaba tarde.

— Hola —dije un poco apenada.

— Hola, Aliva —contestó en un tono que me indicaba que sabía lo que yo le iba a decir.

A estas alturas, Liam me conocía perfectamente y sabía qué significaba cada una de mis palabras y cada tono de mi voz.

— Es que… —traté de explicarle.

— Estás en el Major League con tus amigos y has perdido la noción del tiempo, ¿me equivoco? —dijo.

Miré a Angie y a Harry dándoles a entender con mi gesto que Liam estaba un poco disgustado con mi olvido.

— Sí —dije tratando de mostrarme arrepentida.

— Sabes que tenía prevista una reunión con la gente del equipo después de tu entrenamiento —dijo él en un tono serio.

— Lo sé —susurré.

— No podemos tener tu sesión hoy, ya no da tiempo —continuó con sequedad.

— Ya —dije.

— Bueno. No pasa nada —dijo ya más condescendiente—. ¿Quieres que te recoja después en algún sitio y cenamos juntos? —preguntó tratando de parecer enfadado, pero realmente se moría de ganas de estar conmigo y además era incapaz de enfadarse conmigo.

— Vale. ¿Cuánto tiempo crees que te llevará la reunión? —pregunté.

— No más de una hora. Pero para asegurarnos, puedo recogerte ahí en un par de horas, ¿quieres? —me propuso.

— No. Mejor nos vemos en la puerta de la librería que hay junto al Madison Square Garden, porque quiero pasarme por allí a ver si tienen un libro que estoy buscando —comenté.

— Hecho. Nos vemos en dos horas allí —continuó ya con alegría—. Te quiero, Aliva —dijo con ternura.

— Te quiero —respondí yo con una sonrisa y ese hormigueo que me recorría todo el cuerpo cada vez que le escuchaba decir esas tres palabras. Lo sentía con la misma intensidad que la primera vez que se lo escuché decir.

Colgué el teléfono y me di cuenta de que Angie y Harry estaban observándome.

— ¡Guao! —exclamó Angie con una sonrisa enorme.

Sonreí mientras cerraba los ojos y sentí un poco de vergüenza. Aunque por otro lado, eran mis amigos y sabían cuánto amaba yo a Liam; hasta extremos que ni yo misma era capaz de describir.

Chicos. Me voy a ir dando un paseo y esta vez quiero estar a tiempo —dije mientras cogía mis cosas del asiento—. Nos vemos mañana en clase.

De camino a la librería me encontré con Frank que también se dirigía hacia allí. Nos fuimos juntos, charlando. Le vi con un semblante muy cansado, me parecía que tenía un aspecto como si hubiera envejecido, incluso. Me preocupaba ver así a mi amigo Frank y no era capaz de entender por qué había venido así este año.

Cuando le pregunté por qué estaba como triste, me contó que no sabía a qué se debía, pero que era cierto que él se encontraba muy cansado, como si le faltase algún tipo de vitamina o similar. Decidí posponer la compra de libros y nos fuimos juntos a tomar un café para poder charlar tranquilamente.

Traté de ayudar a Frank escuchándole, pues estaba necesitado de alguien en quien confiar y a quien poder contarle lo que le pasaba. Le pregunté si era algún problema con alguna chica que le gustase o algo así. Me dijo que no tenía nada que ver con eso, de hecho había una chica a la que había conocido durante las vacaciones de verano. Ella se llamaba Dakota. La conoció un día por casualidad y después supo que ella también estaba estudiando en Nueva York, lo cual fue fantástico porque les permitía seguir viéndose durante el curso. Me dijo que no había realmente nada serio con Dakota, aunque es verdad que él reconocía que estaba enamorado de ella, pero iban despacio. Por eso no nos la había presentado todavía y por eso, le veíamos tan poco. Ahora comprendí muchas cosas sobre el comportamiento de Frank en las últimas semanas, desde que habíamos empezado el curso.

De todos modos, aunque entendía lo que pasaba y me alegraba que Frank estuviese bien con esta chica, he de reconocer que seguía viéndole mal, cansado, desmejorado y como avejentado, lo que es extraño en alguien que está enamorado. Cuando estás enamorado estás en un momento de tu vida en el que todo tu ser rejuvenece. Sin embargo, a él le ocurría justo lo contrario. Además, Frank era un chico divertido, inteligente e increíblemente bueno y noble. Y ahora parecía como apagado y esquivo, incluso hubo algún momento en los últimos días, en que se comportó como muy brusco con nosotros.

Aunque él me veía como una amiga de su misma edad, yo contaba con la ventaja de haber vivido una larga e intensa vida, lo cual me daba una perspectiva diferente de las cosas.

Creo que la conversación conmigo fue muy reconfortante para Frank y le ayudó mucho para recordar todo lo bueno que tenía en su vida y volver a sonreír. Esto último era algo que llevaba tiempo sin hacer o haciendo muy poco.

Para mí fue una charla muy agradable pero de repente, mientras hablábamos percibí que los círculos de mi brazo se estaban intensificando de nuevo y a toda velocidad. Era como si estuviesen volviendo a salir con fuerza. De hecho, disimuladamente me subí un poco la manga para ver si se apreciaban y pude ver que estaban completa e intensamente visibles. Aquello me sorprendió porque yo los tenía perfectamente controlados hasta aquel día. Por otro lado, me preocupó porque yo sabía que esto era un signo de que algún peligro acechaba cerca de mí y, por eso, se habían vigorizado, porque eran mi protección más potente ante los peligros realmente graves para mi existencia.

Miré el reloj de mi teléfono móvil y vi que era ya un poco tarde y quería llegar a tiempo a la cita con Liam.

Cuando salimos a la calle, nos dimos un cálido abrazo. Yo en ese momento, volví a sentir la fuerza de los círculos en mi piel. Por un instante pensé que podía estar relacionado con Frank, pero lo deseché de inmediato porque conocía a Frank desde que empezamos la carrera y nunca podría suponer ningún tipo de peligro para mí. No quise pensar más en ello.

Por otro lado, sé que Frank sentía agradecimiento hacia mí por aquella tarde y por haberle escuchado y ayudado. Y por mi parte, yo sentía un gran afecto por él. Fue un abrazo sincero y desde el cariño de dos amigos de verdad.

Pero, de repente ambos nos dimos la vuelta porque sonó muy fuerte un coche que aceleraba justo en el semáforo de delante de nosotros. Nos asustó la velocidad a la que había salido y el estruendo que provocó el sonido del motor.

No tardé ni medio segundo en darme cuenta de que era el coche de Liam. Me quedé desconcertada por aquello, aunque en un primer momento pensé que iba así de rápido para llegar a tiempo a recogerme. Me despedí de Frank y llegué caminando al lugar donde había quedado con Liam. Me extrañó mucho no verle allí porque pensaba que, a la velocidad a la que iba, ya estaría esperándome. No quise preocuparme y esperé un rato. Pero, al cabo de una hora ya estaba muy agobiada y empecé a llamarle al móvil. No me contestaba, así que llamé a Amy.

— ¿Amy? —dije al escuchar cómo descolgaba el teléfono.

— Hola, Aliva —respondió ella con su habitual tono alegre y cariñoso.

Casi no la dejé hablar y me apresuré a preguntar.

— ¿Sabes algo de Liam? ¿Sabes dónde está? —pregunté muy nerviosa.

— ¿Liam? No, no lo sé —dijo ella aturdida—. En realidad, pensaba que estaba contigo. Salió de DEAL NYC hace más de una hora. Me dijo que te iba a buscar y que después pensaba invitarte a cenar en su casa. Estaba muy contento. De hecho, me dijo que te había compuesto una canción y quería que la escucharas.

De repente, se detuvo. Respiró y continuó.

— Aliva… ¿No está contigo? Me estás empezando a preocupar. Si me ha dicho que se iba directamente a recogerte, no iba a ningún otro sitio —dijo Amy en un tono de preocupación, como nunca le había yo escuchado a ella que siempre era tan alegre y tranquila.

— Habíamos quedado en que me recogía aquí hace más de una hora. Cuando yo venía hacia la librería, me he encontrado con uno de mis amigos, con Frank —relaté para ver si Amy era capaz de entender lo que podía haber ocurrido con Liam.

Ella siguió escuchándome.

— Hemos estado tomando un café juntos, cuando hemos salido estábamos despidiéndonos y hemos oído un coche acelerar de forma brutal. El estruendo nos ha asustado. Cuando me he dado la vuelta para mirar quién era el loco que conducía de esa forma tan violenta, he visto que era el coche de Liam saliendo a toda velocidad. Y era él quien conducía. Al llegar aquí no estaba, he pensado que estaría dando vueltas porque no podía aparcar. Y no ha aparecido —expliqué apresuradamente a Amy entre el sonido de los coches y el barullo de gente a mi alrededor que dificultaba bastante nuestra conversación.

— Entiendo —respondió ella con cierta frialdad esta vez.

— ¿Le habrá pasado algo? Igual le ha parado la policía por conducir de esa manera, ¿no? —comenté con la esperanza de que no fuese nada más que eso.

— No lo sé, Aliva —dijo de forma pausada—. ¿Le has llamado al móvil? —preguntó en un tono cada vez más tranquilo.

Parecía como si estuviese respondiéndome de modo mecánico mientras en su mente trataba de buscar una explicación a lo que ocurría.

— Claro que le he llamado. Le he dejado más de 20 llamadas perdidas pero no me lo coge. No me da señal de que esté apagado o fuera de cobertura. Supongo que el teléfono suena cada vez que le llamo, pero no me lo coge.

Los nervios pudieron conmigo y empecé a temblar.

— Por favor, que esté bien. Que no le haya pasado nada. ¿Qué puedo hacer Amy? Ayúdame —dije tiritando también por el frío.

— Aliva, vete a casa. Te oigo temblar y supongo que estás muerta de frío, si llevas tanto tiempo ahí fuera esperándole —insistió.

— Pero… —dije aturdida.

— Hazme caso. Yo me encargo de averiguar algo. No te preocupes. Ya sabes que Liam es muy fuerte. No le ha pasado nada —dijo con tranquilidad en su voz—. Estoy segura. Tal vez es eso, que le ha parado la policía y no te puede responder al teléfono —dijo en un tono tranquilizador.

— Vale —respondí asintiendo—. Pero por favor, en cuanto consigas hablar con él, dile que me llame. Si estoy en el metro y no le contesto porque no tengo cobertura, que me mande un mensaje para que yo lo pueda ver en cuanto salga a la calle. ¿Lo harás?

— Cuenta con ello. Y de verdad, no te preocupes, ¿vale hermanita? —dijo Amy en el tono cariñoso en el que habitualmente se dirigía a mí, desde que Liam y yo le dijimos que sabíamos todo el uno del otro y que habíamos decidido pasar juntos el resto de nuestras vidas.

Me tranquilizó mucho hablar con Amy, pero aún así estaba preocupada. No era capaz de imaginar qué había pasado realmente. Lo que tenía claro es que esto no era ni mucho menos normal. Liam nunca había hecho algo así antes.

Me metí en el metro. Poco a poco, fui entrando en calor pero eso no hizo que me tranquilizase realmente. Cuando salí de nuevo a la calle, miré mi teléfono y nada. No había ningún mensaje ni de Liam, ni de Amy. Mientras caminaba hacia casa, sentí cómo los círculos de mi brazo seguían ahí, pero ahora con menor intensidad que cuando estuve con Frank en la cafetería. Aunque eso me tranquilizó un poco, anduve todo lo rápido que me fue posible y llegué pronto a casa. Entré y me fui directamente al teléfono. Comprobé que tampoco había ningún mensaje en casa. La espera fue larga y muy tensa. Empezaba a imaginar todo tipo de cosas horribles, pensaba que algún Daimón le había hecho daño. O que algún Laerim le estaba apartando de mí. Desde luego, tenía claro que algo grave estaba pasando y sabía que el hecho de que los círculos protectores de mi brazo hubieran vuelto a resurgir ahora, tenía que ver con todo aquello que estaba sucediendo con Liam.

Pasaron más de dos horas y nada. No recibí ninguna llamada.

Llamé de nuevo a Liam y seguía sin responder. Llamé también a Amy y ella tampoco contestó a mi llamada. Esta vez, saltó su buzón de voz.

— Amy. Llámame, por favor —dije entre sollozos—. Liam no ha llamado, sigue sin contestar al teléfono. No puedo más. Por favor, dime algo… Dime que todo está bien.

Colgué.

Desde el sofá de casa miré a mi Luna que tenía una luz intensa aquella noche. Era una noche de Luna llena, de esas que tanto me gustan y de las que guardo tan buenos recuerdos y tantas experiencias que han marcado mi existir.

— Por favor, que todo esté bien. Que Liam esté bien —le susurré a mi Luna mientras lloraba cada vez más desconsoladamente.

Pasaron las horas y continué sin saber nada de Liam. Tampoco llamó Amy. Creo que me quedé dormida después de las cuatro de la madrugada. A las cinco y media sonó la alarma de mi teléfono, como cada mañana. Cuando abrí los ojos sentí que estaba en un abismo y que me iba a caer sin que nadie me pudiera ofrecer una mano a la que agarrarme. Mire mi teléfono para comprobar que nadie había llamado, que no había ningún mensaje. Ni rastro de Liam. Traté de tranquilizarme pero no pude. Sabía que era muy temprano para llamar a nadie pero volví a intentarlo. Llamé a Liam y a Amy y ninguno de ellos respondió. Decidí llamar a Ely y tampoco ella cogió el teléfono. Lo mismo con David.

Sentí oscuridad y silencio, vacío y abismo absoluto.

No sabía qué hacer. No podía ir a clase en este estado. Me habría gustado poder contarle todo a Angie y a Harry para que ellos me hubiesen consolado en estos momentos tan angustiosos, pero sabía que no podía hacerlo porque habrían empezado a hacer preguntas que no estaba en disposición de poder responder.

Me sentí muy sola, como hacía tiempo que no me ocurría. Hasta la Luna empezaba a marcharse aquella mañana y parecía acrecentar mi soledad. Me vestí y fui hasta la casa de Liam.

Llamé al timbre pero nadie respondió.

Estaba cada vez más nerviosa. Volví al metro y me dirigí a DEAL NYC con la esperanza de encontrarle allí o, al menos, de encontrar a Amy o de que Sam me contase algo sobre lo que había ocurrido.

Entré en DEAL NYC y supongo que se podía apreciar claramente la angustia en mi rostro.

— Hola, Aliva —dijo Sam mientras levantaba la cabeza para mirar quién había entrado y darse cuenta de que era yo—. ¿Estás bien? —dijo tocando mi brazo con su mano, creo que en un intento de tranquilizarme.

— No mucho, Sam —respondí bajando la mirada, pues estaba muy cansada a estas horas ya después de la larga espera.

— ¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó él preocupado.

Sam parecía tener siempre la capacidad de decir aquello que yo necesitaba escuchar cuando hablaba con él.

Le miré a los ojos con la confianza de que él pudiera decirme algo que me tranquilizara.

— ¿Sabes dónde está Liam? —aparté el pelo de mi cara y apoyé mi cabeza sobre el brazo derecho en el mostrador que nos separaba a Sam y a mí.

Yo respiraba de forma apresurada y necesitaba un descanso.

Sam me miró sorprendido. Él, mejor que nadie, sabía que Liam y yo no nos separábamos nunca más de unas pocas horas desde el día en que nos conocimos en DEAL NYC, teniendo al propio Sam como testigo de aquel momento en que el hechizo comenzó.

— No —dijo y noté que había preocupación en su forma de responderme.

Volví a respirar profundamente y estuve a punto de ponerme a llorar allí mismo. Sam se dio cuenta y rápidamente, volvió a poner su mano sobre mi brazo, en un gesto tranquilizador.

— Pero puedo decirte que hace un rato ha llamado Amy.

Levanté mi cabeza y la mirada de repente y le interrumpí bruscamente.

¿Qué te ha dicho? ¿Dónde está Liam? ¿Qué ha pasado? Sam, por favor, tienes que decirme algo al respecto o me volveré loca —pedí elevando mi tono de voz más de lo habitual.

— Tranquilízate, Aliva. Seguro que todo está bien.

Y empecé a llorar.

— Ven, vamos. Ven conmigo al despacho de Amy. No creo que te ayude estar aquí en medio de todo —dijo Sam saliendo del mostrador de la recepción donde estaba.

Miró a la chica que trabajaba con él.

— Lisa. Por favor, hazte cargo tú. Voy con Aliva al despacho de Amy —dijo con su habitual amabilidad.

— Claro. Yo me encargo, Sam —respondió ella con una sonrisa, comprendiendo que yo necesitaba que Sam me sacara de allí.

— Gracias —respondió él.

Tomó la llave del despacho de Amy y me acompañó hasta allí. Encendió la luz al entrar y nos sentamos en el sofá que Amy tenía junto a uno de los grandes ventanales.

Sam cogió una botella de agua, la abrió y me la ofreció para que bebiera algo.

Se lo agradecí con la mirada y bebí un poco. Me hizo bien aquel trago de agua.

— ¿Qué te ha dicho Amy?, por favor, Sam —supliqué mirándole a los ojos con la esperanza de saber algo.

— Ha llamado hace un ratito y me ha dicho que estaba con Liam, que había habido un pequeño problema y que llegarían los dos un poco más tarde hoy —explicó Sam—. No sé qué ha podido pasar pero te aseguro que su tono de voz era tranquilo. No te preocupes, ya verás como no es nada.

Me sentí algo más calmada pero no fue suficiente para mí la explicación de Sam. Conocía perfectamente a Amy y sabía que, tanto ella como Liam, eran capaces de aparentar lo que querían ante los crédulos ojos de un ser humano. Por eso, el hecho de que Sam dijera que su tono de voz era sereno no me sirvió de mucho.

— Gracias, Sam —respondí pero continué con mis preguntas—. ¿Cuánto hace que ha llamado? ¿A qué hora te ha dicho que tenían previsto llegar? Por favor, dime exactamente que te ha dicho, Sam —imploré agarrándole las manos y mirándole a los ojos, suplicando algo más de información con mi mirada.

— Eso. Exactamente lo que te acabo de explicar, que llegarían más tarde hoy pero no ha especificado ninguna en concreto. Llamó hace aproximadamente una hora —continuó Sam—. Pero créeme, todo esta bien. Estoy seguro. Confía en mí —y sonrió.

Bajé mi mirada, solté sus manos, suspiré y cerré los ojos.

— Bueno, al menos sé que Amy está con Liam, lo cual es bueno. Y sé también que tienen previsto venir por aquí —dije mientras me levantaba del sofá.

Sam me siguió y también se levantó.

— Sam.

— Dime.

— Gracias —dije con una pequeña sonrisa y algo más serena que hacía unos minutos—. Voy a cambiarme y haré algo de ejercicio hasta que lleguen. Sé que me hará bien.

— Seguro —respondió con su amable sonrisa—. Te acompaño y te doy la llave de tu casilla.

Le devolví una mirada de agradecimiento.

Estuve durante más de dos horas en la sala de máquinas.

Y no llegaron. Ni Amy, ni Liam.

Empezaba a sentirme muy cansada, porque tenía los nervios a flor de piel y por el propio esfuerzo físico de las horas que llevaba allí. Cogí la toalla, una bebida isotónica y me senté en uno de los bancos de descanso.

Después de un rato me fui al vestuario, me di una ducha y me cambié de ropa. Siempre tenía ropa limpia en mi casilla y esta vez me vino muy bien porque no me había cambiado desde el día anterior.

Salí, miré a Sam desde la puerta del vestuario de chicas y me hizo un gesto de negación con la cabeza indicándome que todavía no había llegado ninguno de los dos.

Decidí marcharme a casa a descansar un poco. Le pedí a Sam que me avisase si sabía algo y le di las gracias por todo.

Me fui dando un paseo hasta mi edificio. Y fui pensado en que realmente yo ya no podía vivir sin Liam. Sentí un vacío completo que impregnaba todo mi ser. Este vacío me quitaba fuerza, me debilitaba. Al tiempo que tenía esta sensación y pensaba en ello, me di cuenta de que los círculos de mi brazo se volvían a marcar con mayor intensidad. Aquello me inquietó, aunque por otro lado, pensé que era una manera de protección por la que yo debía sentirme agradecida.

Llegué a casa y me tumbé en el sofá. Poco a poco, me fui quedando dormida. Pasaron más de cuatro horas, cuando al fin sonó mi teléfono. Me desperté de un sobresalto al escuchar ese sonido. Me lancé de un brinco hasta la mesa en la que tenía el teléfono, vi que era Liam quien llamaba y rápidamente lo cogí.

— ¡Liam! —grité.

— Aliva —dijo él muy suavemente.

Escuchar su voz fue una sensación muy apacible, aunque he de reconocer que su voz me estremeció, una vez más. Cerré los ojos mientras respiraba profundamente. En aquel momento, todos mis miedos parecían desvanecerse. Estaba escuchando su voz y eso sólo tenía un significado para mí: estaba vivo y estaba bien. ¿Qué más podía importarme o preocuparme ya en ese instante? Aun así, al abrir de nuevo los ojos un segundo después, seguía enojada por las difíciles horas que había vivido sin Liam.

— ¿Dónde estás? —dije entre preocupada y enfadada, mientras miraba la hora en el reloj de la cocina y me daba cuenta del tiempo que había pasado desde que llegué a casa y me quedé dormida.

Estoy en DEAL NYC. ¿Estás bien? —dijo en un tono suave que me embaucaba.

— Necesito que vengas, por favor —supliqué en un susurro.

— He visto que me has llamado varias veces pero es que me olvidé el teléfono en la mesa de la oficina —me explicó como si no hubiera pasado nada.

Habló ahora marcando cierta distancia con sus palabras.

— Liam, por favor ven —dije con un tono de voz incrédulo que sé que Liam percibió perfectamente.

— Ahora no puedo. Tengo que hacer unas cosas —dijo fríamente.

Me quedé en silencio.

— Mejor nos vemos mañana, Aliva.

Sentí cómo su manera de decirme aquello me destrozaba el corazón, me quedé helada con su frialdad. No era capaz de comprender qué estaba pasando y me pareció como si me faltase el aire, era como si me asfixiara. No pude responder nada.

— Te dejo, ¿vale? Me están esperando. Adiós —y colgó.

Sentí que me moría. Si no tenía a Liam ya no quería la eternidad, ya no me importaba ser inmortal o no serlo. Me sentí tan triste que ni siquiera era capaz de llorar. Estaba decepcionada.

No soy consciente de cuánto tiempo pasó después de aquella llamada que me dejó gélida, en el más amplio sentido. Creo que me dormí antes de que se acabase el día, ese horrible día para mí marcado por el miedo y la soledad, por el vacío más profundo que jamás pude imaginar.

Al día siguiente me levanté a la misma hora de siempre y me fui a la facultad. Entré en la cafetería y tomé un café con sabor a avellanas muy caliente. La mañana era muy fría y húmeda, yo estaba triste y necesitaba el sabor de ese café que tanto me gusta. Cuando terminé, me fui a clase. Era muy temprano y no había llegado nadie todavía pero me quedé allí sentada a la espera de que fuesen llegando el resto de mis compañeros para empezar el día. Al cabo de muy pocos minutos, entró un chico, iba mirando y como buscando algo, parecía nuevo allí. Era alto, diría que medía algo más de 1,90 m. Tenía el pelo castaño oscuro, la piel algo bronceada y los ojos azules como el mar. Caminaba con mucha elegancia y su mirada era pura, como sin miedo. Su apariencia le hacía resultar muy atractivo, seductor incluso. Era de una belleza extrema.

Me vio y se acercó.

— Hola. ¿Estás en esta clase? —preguntó con amabilidad y con un tono de voz muy agradable, que te invitaba a conversar con él.

— Sí —respondí mirándole a los ojos.

— Me llamo Alan —se presentó alargando su mano para saludarme.

Le devolví el saludo.

— Encantada. Yo soy Aliva —sonreí.

— Hola, Aliva. Soy nuevo por aquí. Me incorporo esta semana a las clases y ando un poco perdido, la verdad —explicó, mientras se sentaba en la silla que había delante de la mía y le daba la vuelta para mantener una conversación conmigo.

— Ya veo —dije con una leve sonrisa—. Las clases no empiezan hasta dentro de 40 minutos.

— Lo sé, pero todavía no controlo bien las distancias que necesito para llegar hasta aquí y prefiero venir con tiempo —comentó—. Me temo que tú también andas un poco perdida, ¿no? —dijo con una sonrisa entre burlona y seductora— Quiero decir, que tú ya estás aquí a pesar de que falta bastante para que empiece la clase.

Habló con un tono algo malicioso y elevó su ceja izquierda reforzando ese tono con el gesto.

— Sí, la verdad es que ando un poco perdida últimamente —reconocí, bajando mi mirada hacia el suelo como tratando de conectar otra vez con mis emociones tan a flor de piel en aquella mañana fría y húmeda.

¿De dónde eres, Aliva? —preguntó— Me gusta tu nombre, no lo había escuchado antes. ¿Significa algo? —se interesó por conocer algo más de mí, mientras se inclinaba hacia mí y apoyaba su cabeza sobre el brazo que había puesto en el respaldo de la silla.

— Nací aquí en Nueva York, aunque he vivido mucho tiempo en España y ahora hace unos pocos años volví aquí para estudiar —me detuve una fracción de segundo—. Y supongo que me quedaré aquí durante bastante tiempo —dije todo esto como quien recita algo de forma rutinaria, pero respondiendo sin interés en la conversación.

Alan me miraba y escuchaba mis palabras con suma atención. No sé, pero de algún modo me recordaba a Liam en esa forma de observar los detalles más insignificantes de cada uno de mis micro movimientos.

He de reconocer que Alan me intrigaba. Lo hizo desde el mismo instante en que le vi por primera vez, a pesar de que era uno de los peores momentos de mi vida; era un día en el que yo estaba completamente perdida y como desenfocada de todo.

Nunca sentí por él nada parecido a lo que sentía por Liam, pero sí que es cierto que me atraía y me intrigaba de forma muy especial. Para mí era como de otro mundo, a pesar de estar en este.

— Adoro esta ciudad —expliqué, tratando de cambiar el tono aburrido de mi conversación, al tiempo que elevaba mi mirada hacia uno de los grandes ventanales del aula, en un intento de llevarme parte de la belleza de mi ciudad en una bocanada de aire que mi hiciese sentir mejor.

Alan continuaba prestándome la máxima atención en el frío silencio del aula. Digo frío silencio, pero reconozco que desde que la llenó con su presencia yo fui sintiendo algo parecido al calor del hogar. Sé que no es fácil explicar lo que quiero decir y que resulta difícil de entender, pero la presencia de Alan aquella mañana me producía la apacible sensación de quien encuentra un refugio en medio de una fría tormenta.

Aliva es un nombre que medio inventaron mis padres. Hay una pequeña ciudad en España, Ávila, que les gustaba mucho y que tenía un significado especial para ellos. Cuando yo nací, decidieron ponerme el nombre de su ciudad, pero fue algo así como en clave. Le dieron la vuelta y lo convirtieron en mi nombre, Aliva —le conté mientras jugueteaba con mi anillo, tratando de disimular mis nervios de aquella mañana.

— Qué bonita historia,… Aliva —dijo mirándome a los ojos y transmitiéndome un brillo que parecía hacerme revivir.

Fue una sensación como si me estuviese pasando parte de su preciosa energía en un momento en que yo sentía que me marchitaba. Creo que tal vez por eso hablé tanto sobre mí y mis orígenes con un desconocido como era Alan para mí.

— ¿Por qué te incorporas tan tarde a las clases? —indagué y sé que le hablé con la misma dulzura que lo hacía cuando hablaba con Liam.

He de reconocer que me sentía algo desorientada con su presencia, incluso despertaba en mí algún tipo de admiración o algo así. Sentía una cercanía especial hacia él.

Era todo muy extraño, aunque no viví, ni de lejos, el hechizo intenso ni el amor que le profesé a Liam desde el mismo instante en que le vi por vez primera. La verdad es que Alan generaba en mí un sentimiento de protección y de paz que me reconfortaba de tal manera que incluso llegué a confundir mis sentimientos en aquellos primeros instantes y creo que también en algunos momentos de las semanas siguientes.

De repente, me parecía que no podía dejar de mirarle y que me gustaba estar cerca de él, estar a solas con él. El tiempo parecía pasar lentamente, aunque ya estaba a punto de empezar a llegar la gente.

Él me miró y continuó con su respuesta a mi pregunta.

— Bueno, es un poco complicado. Yo tenía una beca que me habían concedido para estudiar aquí, pero algo ocurrió. Parece ser que la universidad perdió la documentación y cuando iban a empezar las clases y no llegaban los papeles finales, llamé y me dijeron que no estaba entre los alumnos de este curso. Entonces tuve que demostrar que había un error porque yo había recibido una carta con mi admisión y con la concesión de mi beca. Eso ha demorado la posibilidad de que yo pudiera empezar el curso a tiempo. Me dijeron que tal vez era mejor que esperase hasta el próximo año porque ya todos lleváis un ritmo al que será más difícil adaptarme, pero yo insistí en que es importante para mí estar ahora aquí y me comprometí a esforzarme al máximo para estar al nivel. Así que, todo se arregló y por fin estoy aquí —dijo con una sonrisa y elevando sus ojos hacia arriba, como dando gracias a alguien por aquella oportunidad.

— Pues me alegro de que todo haya salido bien, al fin. Y bienvenido, Alan —dije con una sonrisa amable—. Si quieres, puedes sentarte conmigo y puedo ayudarte en lo que necesites.

— ¿En serio? —exclamó— Muchas gracias, me vendrá muy bien —dijo poniendo su mano derecha sobre su corazón, en un gesto de sincero agradecimiento.

Vi a Angie entrar en clase. Me estaba mirando sorprendida por la presencia de Alan a mi lado. Se acercó.

— Hola —saludó mirándome a mí y también a Alan.

La conozco y sé que estaba esperando que le presentase a aquel impresionante chico y además que le contase todo sobre él y sobre el hecho de que estuviésemos juntos. Sólo por la forma en que dijo “hola” supe que todo eso estaba bullendo en su cabeza.

— Hola, Angie —sonreí.

Angie no apartó la mirada de mí para que le presentase a Alan. Recuerdo que internamente me hizo reír su actitud. Angie me hacía mucha gracia cuando se ponía en ese plan de “quiero saberlo todo y quiero saberlo ahora mismo porque además este chico es un bombón”.

— Alan te presento a Angie, mi mejor amiga —dije regalándole una cariñosa sonrisa a ella—. Angie, él es Alan. Es nuevo. Se incorpora hoy a las clases.

Alan se levantó para saludarla en un gesto de cortesía y caballerosidad poco habitual en los chicos con los que nosotras nos relacionábamos en clase.

Vi como Angie quedó deslumbrada ante aquella actitud casi olvidada por las chicas de hoy, pero que a ambas nos gustaba mucho. Bueno, he decir que también el atractivo físico de Alan contribuyó a deslumbrarla.

— Encantada, Alan. Y bienvenido —dijo absolutamente seducida por él.

Le brillaron los ojos como nunca había visto a Angie.

En ese momento, entraban Harry, Mike, Derek y Jane por la puerta y se acercaron hasta donde estábamos nosotros.

Me encargué de presentarles a Alan y explicarles a todos que se incorporaba a las clases para continuar hasta el final de la carrera. Todos fueron muy amables, aunque Mike le sometió a un completo interrogatorio en el minuto que transcurrió hasta que entró el profesor en clase y se vio obligado a detenerse.

Cuando ya se había iniciado la clase, Angie estaba sentada a mi lado como siempre y no dejaba de mirar a Alan.

— ¿De dónde lo has sacado? —me dijo Angie en voz muy bajita al oído.

Me hice la tonta para ponerla un poco nerviosa. Me divertía mucho cuando se ponía así. Reconozco que fui un poco mala con mi amiga, pero es que realmente me lo pasaba en grande cuando jugaba con ella en estos temas de chicos guapos, incluso en unos momentos tan tristes como los que yo estaba viviendo aquel día.

— ¿A qué te refieres? —susurré haciéndome la despistada.

Abrió unos ojos como platos, tratando de decirme con ese gesto que sabía que la estaba entendiendo y que al salir de clase se las vería conmigo si no le contestaba ya.

— Ah, ¿él? —dije señalando a Alan con mis ojos.

Angie apretó los labios para contener las ganas de gritarme. Incluso en días tan difíciles como los que yo estaba viviendo, Angie siempre traía aire fresco a mi vida y a mi forma de vivir las cosas difíciles.

— Yo estaba aquí en clase y él ha llegado. Nos hemos puesto a hablar. Y… el resto ya lo sabes —dije restándole importancia y tratando de acabar la conversación para que el profesor no nos llamase la atención.

Angie estaba absolutamente interesada en Alan.

— ¡Es una divinidad! ¡Es más que guapo! ¡Es perfecto! —reiteró en voz baja, para que nadie la oyese pero a kilómetros de distancia cualquiera podría adivinar lo que estaba diciendo, sólo con ver esas muecas que la delataban.

Le devolví una sonrisa pero no le dije nada para que se callase, porque el profesor ya nos había echado un par de miradas y yo sabía que a la tercera nos llamaría la atención.

Por mi parte, reconozco que estuve toda la clase pendiente de Alan sin dejar de mirarle por el rabillo del ojo. Él parecía estar completamente atento a las explicaciones del profesor. Tomaba nota de todos los temas importantes que iba explicando el Señor Bradley.

Después tuvimos un par de asignaturas más, hasta que llegó la hora del descanso para el almuerzo. Nos fuimos todos a la cafetería. Alan fue el centro de atención para todos, que le fueron preguntando miles de cosas para ir conociéndole mejor. Yo le tenía en frente y vi cómo pacientemente Alan iba atendiendo todas y cada una de las cosas que le decían y le preguntaban mi jóvenes amigos. De vez en cuando, me miraba con complicidad y yo le devolvía una dulce sonrisa. Angie estaba absolutamente interesada y pendiente de Alan, lo cual Mike pudo percibir igual que nos ocurrió a todos los demás.

Pobre Mike, fue el principio del fin de su relación con Angie quien se dio cuenta de que Mike sólo había sido un amor pasajero. Al cabo de unos días lo dejaron. Mike lo pasó mal, pero al menos Angie había sido sincera con él. Se había enamorado completamente de Alan desde el mismo instante en que le vio. Y ya no hubo marcha atrás, no hubo ninguna posibilidad ya ni ningún futuro para su relación con Mike.

Al salir de clase, Alan me preguntó dónde vivía yo. Y qué sorpresa, me contó que había encontrado una habitación en un apartamento compartido con otros estudiantes que quedaba muy cerca de mi casa. Así que nos fuimos juntos en el metro. Fuimos hablando, pero yo no podía dejar de pensar en Liam. Estaba entretenida y además me sentía muy tranquila y segura junto a Alan pero seguía sintiendo el vacío de la ausencia de Liam y la tristeza que me habían producido las frías palabras que me dijo al teléfono.

Al salir del metro, miré a mi alrededor con la esperanza de verle apoyado sobre su coche blanco esperándome, como tantas otras veces, con su eterna sonrisa y el brillo de sus ojos felinos. Esa imagen que yo tenía grabada en mi mente me producía una recarga de energía cada vez que venía a mi recuerdo y por supuesto, cuando la vivía en la realidad, verle así esperando por mí era como volver a nacer.

Sin embargo, hoy no estaba. No había ni rastro de Liam, parecía como si se hubiera esfumado. Y yo tenía un pensamiento vacío que me ahogaba.

Llegamos al portal de mi edificio.

— Bueno, ésta es mi casa. Gracias por acompañarme. Mañana nos vemos —dije con dulzura.

— Gracias a ti por ayudarme en mi primer día de clase —sonrió con su mirada seductora—. Hasta mañana, Aliva. Descansa, hoy ha sido un largo día.

Y se fue caminando, mientras yo salía de la magia de su presencia para volver al vacío de la realidad.

Subí en el ascensor hasta mi casa. Entré y lo primero que hice fue mirar el teléfono para ver si había alguna luz que me indicara que había un mensaje, con la esperanza de que Liam me hubiera llamado. Pero nada, el vacío se agrandaba más a cada instante.

Me quité la chaqueta, miré mi brazo y me tranquilizó ver que los círculos casi no se apreciaban. Pensé que tal vez el peligro estaba pasando o había terminado al fin. Pero sin Liam a mi lado no me importaba si había algún peligro acechando o si no lo había.

La noche fue creciendo. Había unas espesas nubes negras que no me dejaban ver la Luna. Cada minuto que pasaba me sentía más sola.

Sonó el teléfono y mi corazón dio un vuelco. También de repente, los círculos se intensificaron bruscamente, incluso sentí dolor en el brazo.

— ¿Sí? —dije al descolgar.

— ¿Aliva?

— Hola, Frank —saludé con cariño, aunque con poca fuerza en mi voz.

— Hola, perdona que te llame —se disculpó por la llamada.

Realmente no era tarde, sólo eran las nueve.

— No pasa nada, Frank. Es muy temprano para mí —le dije para tranquilizarle.

— No estoy bien —confesó con la voz entrecortada.

— ¿Qué pasa, Frank? —dije asustada— ¿Estás enfermo? Tu voz no suena bien.

— Lo sé. He ido al médico y dice que todo en mi cuerpo está perfectamente pero yo me siento muy triste, incluso siento miedo. Es como si hubiera recorrido cientos de kilómetros. Estoy exhausto. No tengo fuerzas —dijo despacito.

— ¿Cómo puedo ayudarte, Frank?

— No voy a ir mañana a clase. ¿Puedes tomar tú los apuntes y pasármelos después? —me pidió— Tú tienes una letra muy clara y entiendo muy bien tus notas.

— Claro que sí, cuenta con ello por supuesto —respondí—. Pero cómo puedo ayudarte de verdad. ¿Quieres que te lleve a algún sitio, a un hospital? o no sé.

— No, no te preocupes. Dakota viene hacia aquí. Si eso fuese necesario, ella me acercaría. Tranquila, no estaré sólo. Pero de todos modos, gracias. Sólo necesito estar tranquilo porque sé que cuento contigo para los apuntes —explicó.

Cuando escuché el nombre de ella, volví a notar cómo los círculos intensificaban su acción. Y al mismo tiempo, escuché un tono en mi teléfono que me indicaba que me estaba entrando una llamada.

— Eso está hecho, Frank —contesté—. Me está entrando una llamada ¿me das un minuto?, no cuelgues —pedí apresuradamente.

— No, no Aliva. No te preocupes. Eso era todo. Nos vemos en unos días —se despidió.

— Adiós, Frank —dije con preocupación.

Di al botón de descolgar para recuperar la llamada entrante tan rápido que ni siquiera miré quién era la persona que me llamaba. Tenía la esperanza de que fuese Liam.

— ¿Sí? —dije.

— Hola. Soy Alan.

Me sorprendió realmente. Nos habíamos cambiado los teléfonos cuando volvíamos a casa en el metro, pero yo no esperaba que me llamase esa misma noche.

— Hola —dije transmitiendo mi intriga y mi sorpresa por la recepción de esta llamada.

— Sólo quería saber si estás bien —dijo con una enorme dulzura que no pude por menos que agradecer.

— Ah —esto fue lo único que pude decir porque me quedé sin palabras.

— Perdona si es tarde, pero te llamo para saber si estás bien porque estaba escuchando en las noticias que ha ocurrido algo extraño en la zona por la que tu vives y quería convencerme de que todo va bien —dijo excusándose.

— No, no te preocupes. Todo está bien —respondí muy extrañada por su llamada—. ¿Qué ha pasado? —pregunté porque yo no había visto las noticias y no sabía nada.

— Al parecer ha habido una fuerte pelea de bandas o algo así, alguien ha llamado a la policía y cuando han llegado, han encontrado sangre pero ningún cuerpo, nada —explicó—. Todo muy raro. Y ha sido a sólo dos calles de tu casa.

Qué horror. No, no sabía nada. No he puesto la tele, ni he escuchado la radio. De hecho, ahora estaba hablando con Frank —expliqué algo aturdida.

— ¿Frank?

— Ah, es verdad no le conoces. No estaba hoy en clase. Bueno, es uno de los amigos de mi grupo. Me ha llamado porque está algo pachucho y mañana no irá a clase. Cuando venga, te lo presentaré —expliqué—. Puedes dormir tranquilo. Estoy bien.

Mientras hablaba con él, miraba mis círculos y veía cómo parecían relajarse tanto como yo al sentir la presencia de su voz.

— Vale. Mañana nos vemos. Buenas noches —dijo Alan.

— Hasta mañana —me despedí.

Al colgar, me sorprendí a mí misma pensando en Alan como una especie de ángel protector. Le había conocido esa misma mañana, sin embargo me parecía como si hubiese formado parte de mi vida desde siempre. Ahora lo pienso y sé que no es normal lo que ocurrió. Quiero decir, que no parece muy habitual que te llame por la noche un compañero de clase al que has conocido ese mismo día y te diga que está preocupado por ti y quiere asegurarse de que todo está bien.

Pero a mí Alan me reconfortaba, me transmitía una calma y una paz enormes. Él era como un cálido abrazo en medio del frío de una noche de invierno sin Luna. Por eso, me sentí arrastrada hacia una idea de normalidad ante todo lo que me estaba pasando en relación con él.

Sabía que no había despertado en mí un sentimiento de amor como el que tenía por Liam, ni mucho menos. Pero la conexión con Alan era intrigante, muy intrigante. Y al mismo tiempo, era dulce y seductora, fascinante y maravillosa.

De repente, me vi marcando su número de teléfono.

— Hola, Aliva —dijo al descolgar.

Sabía que era yo, pues estaba viendo mi número.

— Hola—dije tímidamente.

Me quedé callada, sin saber qué decir. Estaba sentada en el sofá, con Alan al otro lado del teléfono y sin saber por qué o para qué le estaba llamando.

— ¿Estás bien? —me preguntó, tras escuchar mi silencio.

— Sí —dije mientras me parecía encogerme en un intento de sentirme abrazada por su voz en la distancia—-. No sé,… necesitaba hablar contigo.

— Aquí estoy —respondió él y su cercanía me hizo estremecer.

— ¿Qué estabas haciendo?

— Leía. Todavía es temprano para mí y estaba tratando de ocupar mi tiempo con un libro —me contó.

— Ah —respondí.

— Pero prefiero hablar contigo, Aliva.

Suspiré.

— No tengas miedo. Ahora todo está bien —dijo en un tono tranquilizador que aplacaba mi ansiedad.

— No tengo miedo. Pero necesito respirar aire fresco. Los dos últimos días han sido muy tristes para mí.

Es curioso, pero no me parecía raro estar contándole todo esto a un extraño. Supongo que era porque Alan me resultaba muy familiar. Le sentía como una especie de refugio en esos momentos de tristeza que estaba viviendo en aquellos días.

Él me escuchaba con atención y sin prisa.

— No nos conocemos de nada pero algo me dice que puedo hablar contigo sobre lo que me está pasando —dije convencida de que esto era así.

Sabía que me estaba escuchando, aunque no dijo nada.

— Tengo la sensación de estar adentrándome en un mar que me arrastra hasta un lugar vacío y…y yo misma me siento vacía —me daba cuenta de que mis palabras podían sonar inconexas e incoherentes para un extraño que no sabía absolutamente nada de mi vida.

— ¿Y dónde está tú fuerza? —preguntó cuando yo me detuve.

¿Qué? —dije sorprendida ante su pregunta.

Me recordó a Martín. Ésta era la misma pregunta que él me había hecho cuando yo me sentía perdida tras la muerte de Ángel y no era capaz de tomar las riendas de mi vida, aquella tarde en la que hicimos la barbacoa en mi casa de la playa.

— Busca tu fuerza, Aliva. Escucha a tu corazón. Sé tú misma, quien eres auténticamente y verás cómo el vacío se llena —dijo con una enorme ternura en su voz.

Me quedé callada.

— ¿Aliva?

— Sí. Estoy aquí —dije con mi voz entrecortada y poniendo la mano sobre mi garganta porque necesitaba comprobar y asegurarme de que seguía respirando.

— Recuerda quién eres —dijo con firmeza—. Y no te dejes embaucar por los encantamientos de ningún hechizo peligroso.

— ¿De qué me estás hablando, Alan? —le interrumpí— ¿Quién eres?

— Soy como tú —afirmó.

— No sé qué significa eso —alegué, mientras apartaba el pelo de mi cara, levantaba los ojos para cerrarlos un segundo después y respirar profundamente, en un intento por entender todo aquello y por dar sentido a las palabras que Alan me decía con enorme dulzura, lentamente y con suavidad en su voz.

— Estoy aquí para ti, Aliva—susurró transmitiendo una inmensa bondad en esta frase cargada de generosidad.

Se detuvo un segundo y luego continuó subiendo algo el tono de su voz.

— Podemos desayunar juntos antes de clase… si quieres, claro —dijo.

— Vale —respondí con un pequeño hilo de voz.

— Piensa en lo que te he dicho —me pidió.

— Lo haré. Te lo aseguro —respondí, mientras jugaba con la tela de la camiseta que llevaba puesta, dándome cuenta entonces que todavía conservaba el aroma de Liam.

— Hasta mañana. Duerme —se despidió cariñosamente.

Hasta mañana.

Cuando colgué el teléfono, una especie de calor recorría todos los rincones de mi piel, era como una auténtica recarga de energía en estado puro.

Me levanté, dejé el teléfono sobre la mesa de cristal que tenía delante del sofá y me fui a la cocina. Abrí la nevera y saqué una botella de leche de soja que preparé con cacao y la calenté. Mientras removía la leche para disolver el cacao, allí de pie en mi alegre cocina, el sonido tintineante de la cuchara sobre el vaso en medio del silencio de aquella noche vacía y fría, me recordó una frase de Alan: “soy como tú”. ¿A qué se refería? ¿Sería verdad que yo pudiera ser una Laerim o algo así? ¿Lo era también Alan?

Lo cierto es que poseía una belleza sublime, casi divina. Era algo más allá de lo físico, era una mezcla de belleza, bondad y nobleza interior que brillaban desde su corazón hacia el exterior. Cuando estaba cerca de él me sentía atraída por una especie de carisma próximo a lo sobrenatural. Su voz te envolvía en una sensación placentera. ¿Y sus palabras? … Alan insistía en algunas cosas que ya me habían dicho antes tanto Liam como Martín.

Volví al salón y miré a través del gran ventanal para encontrar la luz de la Luna en el abismo de aquella noche oscura, pero las espesas nubes que cubrían la ciudad la tenían escondida entre sus zarpas y mis ojos no podían verla.

Tomé la leche a traguitos pequeños para entrar más en calor. Mi corazón estaba frío y anclado en el dolor producido por el vacío y la ausencia de Liam.

No podía comprender qué estaba ocurriendo. ¿Nunca más volvería a ver a Liam?

¡No! Inmediatamente aparté esa idea de mi mente. ¡Yo no podía existir sin él!

Me preguntaba qué era tan fuerte o tan poderoso como para que Liam hubiera decidido apartarse de mi lado de una forma tan fría y brusca. Me decía a mí misma que no era posible que Liam se alejase de mí de este modo y además que lo hiciese por decisión propia. Yo estaba segura de sus sentimientos hacia mí y sabía que eran tan fuertes o más que los míos hacia él. Así pues, esta lejanía no podía ser voluntaria.

Mientras pensaba esto, experimenté una especie de alivio que se tornó en angustia al darme cuenta de que, si era imposible que él se alejase de mí por decisión propia, algo o alguien estaba obligándole a hacerlo. ¿Estaría Liam en peligro? ¿O era yo quien lo estaba y Liam sólo estaba tratando de protegerme? Fuera como fuese, lo cierto es que algo muy grave estaba ocurriendo y sentir la certeza de estos pensamientos me ahogaba en un inmenso y oscuro vacío que helaba mi corazón.

Dándole vueltas a todo aquello y tratando de entender lo que pasaba para poder tomar una decisión sobre cómo proceder para volver con él, pensé qué conexión sería la que había entre la inesperada desaparición de Liam de mi vida y la extraña llegada de Alan. Estaba casi segura de que había algún punto de unión. Alan me había dicho “soy como tú” y “estoy aquí para ti”. Estaba claro.

Aunque estaba convencida de ello, la verdad es que este descubrimiento no fue suficiente para apaciguar mi ansiedad. Yo sólo quería estar con Liam, saber de él, sentirle bien. Y ahora sólo podía percibir una terrible soledad y una insalvable distancia entre nosotros dos.

Marqué el teléfono de Liam. Sonó y sonó, pero él no respondió. Finalmente, una de las veces que llamé, me decidí a dejarle un mensaje en su contestador con la esperanza de que lo escucharía y mi voz le haría volver. Si sentía sólo una milésima parte del amor que yo le profesaba, estaba convencida de que mi voz le atraería hacía mí de nuevo.

— “Hola, Liam. Confío en que estés bien,… pero después de tantas horas sin tenerte cerca,… después de la frialdad de tus últimas palabras… y tantas cosas más, empiezo a pensar que algo peligroso está ocurriendo. No temas, yo no tengo miedo… Pero te necesito a mi lado. Tú eres mi fuerza. Siempre lo supe pero esta noche lo he entendido, de verdad. Pase lo que pase y sea cual sea el tiempo que nos quede de existencia, siempre estaré unida a tu alma”.

Colgué el teléfono con la esperanza y el anhelo de que Liam volviese a mí en cuanto escuchase mis palabras de profundo amor.

No lo hizo. Pasó la noche y no tuve noticias suyas.

A la mañana siguiente, me levanté y me preparé para salir a la calle y encontrarme con Alan, tal y como habíamos quedado cuando hablamos por teléfono. En el fondo de mi corazón yo quería que fuese Liam quien estuviese esperándome al otro lado de la calle como tantas otras veces para llevarme en su coche. Al salir del ascensor, vi a Alan apoyado en el cristal de la puerta de mi portal. Miré más allá buscando a Liam pero no vino.

Abrí la puerta y Alan me regaló una sonrisa dulce, casi celestial.

— Buenos días. ¿Cómo estás? —me saludó con ese encanto seductor que me atraía como un imán.

Había algo en Alan que era muy especial. Cuando estaba cerca, sólo podía sentir amor hacia él, paz, bienestar y un montón de cosas buenas.

— Hola —dije, no sin cierta timidez.

Creo incluso que me sonrojé ante su profunda mirada azul.

— Tenemos tiempo. ¿Quieres que vayamos dando un paseo? —me dijo con naturalidad.

Abrí unos ojos como platos mientras empezaba a tiritar de frío, en aquel día húmedo que todavía no había abierto sus ojos para iluminarnos con su luz.

Me parecía imposible que me pidiera que fuésemos andando con el frío húmedo que calaba hasta los huesos.

— ¿Qué pasa, Aliva? ¿Por qué no?

— ¿Porque hace un frío horrible? —respondí colocándome la bufanda lo mejor que pude para tapar media cara con ella y así calmar el frío, que era tan intenso que hasta me producía dolor.

— Lo sé, pero puedes regular la temperatura de tu cuerpo para que el frío no te afecte —dijo como si aquello fuera lo más normal de mundo.

Sí, claro. Como si eso fuese tan fácil. Espera que le doy al botón de calefacción corporal —increpé, pensando que Alan me estaba tomando el pelo.

Y aparté mi mirada de la suya en un gesto de auténtico enfado por su comentario.

— ¿Me quieres decir que has sido capaz de reprogramar todas y cada una de las células de tu cuerpo para devolverlo a la edad de veinte años y ahora no eres capaz de hacer una cosa tan sencilla como disponer a tu cerebro para que simplemente regule tu temperatura corporal? —dijo en un tono que me sonó a amonestación, sin dejar de mirarme con unos ojos que derrochaban bondad y dulzura.

— No sé de qué me estás hablando —dije en un intento de eludir el tema de mi transformación, apartando mi mirada de la suya para que no se diera cuenta de que pretendía evadirme de aquello.

Pero fue en vano.

— Sí. Sí lo sabes. Aliva —se detuvo, cogió mi brazo con suavidad y llenó todo con la luz de su mirada—. Conmigo no hay peligros ni nada que tengas que ocultar.

A continuación me observó con atención.

— Aliva, ya te dije ayer que soy como tú —comentó y entonces empezó a caminar para que yo le siguiera.

— Explícame eso, por favor —pedí tomándole del brazo, un paso más atrás de él, para que se detuviese y me diese más detalles.

Se paró, me miró y un instante después subió la manga de su brazo izquierdo y me mostró una marca que tenía exactamente en el mismo lugar que la tenía yo. Y, para mi sorpresa, se trataba de los mismos círculos.

Me asusté. Abrí mis ojos y respiré muy profundamente, al tiempo que acercaba mi mano a la boca en un gesto entre el miedo y el deseo de impedirme a mí misma decir una sola palabra al respecto.

Son exactamente como los tuyos, ¿verdad? —comentó y al momento bajó la manga.

Asentí.

Seguía helada de frío y noté cómo mi respiración era entrecortada, incluso estaba tiritando un poco. Él se dio cuenta de que yo estaba al borde de la congelación de alguno de los miembros de mi cuerpo.

— ¿Todavía no has dado ninguna directriz a tu cerebro para el control de tu temperatura? —dijo mostrando sorpresa y supongo que un ligero enfado.

Negué con la cabeza, acercando a la boca mis manos, escondidas en los guantes de lana, para soplar y así tratar de darles un poco de calor.

— Bueno. Tendré que ayudarte yo —dijo en tono un poco burlón.

Se puso frente a mí, me cogió las dos manos a la altura de la cintura, las apretó levemente y se mantuvo así durante unos pocos segundos. Después de eso, me soltó y se quedó delante de mí, mirándome con sus pupilas muy dilatadas.

Empecé a sentir cómo mi cuerpo iba entrando en calor. Fue realmente agradable y, he de reconocer que también fue muy sorprendente para mí.

— ¿Mejor? —preguntó sonriendo, mientras me apartaba el pelo de la cara con suavidad, acariciando mi mejilla hasta alcanzar la barbilla, para sujetarla levemente con sus elegantes dedos y atravesarme con su seductora mirada, sonriéndome.

— Sí —respondí con sorpresa y sintiendo un agradable estremecimiento en todo mi cuerpo.

Retomamos el paseo. Después de unos metros en silencio, yo reinicié la conversación.

— Has dicho que tú eres como yo. Y tienes las mismas marcas que yo, exactamente en el mismo lugar que las tengo yo. Pero la verdad es que no sé qué es todo esto. No sé quién se supone que somos —susurré, aunque no había nadie a nuestro alrededor en aquellos momentos.

Yo soy un Laerim. Y me consta que ya sabes lo que eso significa —explicó elevando una ceja con un gesto de complicidad que reforzó con una agradable sonrisa.

— Sí, eso creo —respondí.

Bajé mi mirada, en un intento de evitar que me preguntase algo relativo a Liam porque yo sabía que se refería a él en ese momento.

— Y tú hace tiempo que podrías haberte unido a nosotros. Pero parece que no quieres darte cuenta de quién eres realmente —afirmó y se detuvo como escudriñando en mis pensamientos con su penetrante mirada azul.

— ¿A qué te refieres cuando dices “unirte a nosotros”? —pregunté mirando al suelo y tratando de entender lo que Alan quería decirme.

— Sí. Me refiero a que sigues queriendo vivir una vida como un humano normal. Estás aquí estudiando como una chica humana de veinte años, estás con jóvenes ajenos completamente a tu verdad —se detuvo un segundo como para pensar en cómo continuar para elegir bien las palabras—. Y tú eres mucho más que todo eso. Tu capacidad es infinita y digo esto en el más amplio sentido de la palabra.

Sabía lo que Alan me quería decir con aquellas explicaciones, sabía que sólo había buena intención por su parte, pero yo sentí una especie de rechazo ante su comentario.

— Me gusta vivir como vivo. Me gustan mis amigos. Me hace muy feliz vivir en esta ciudad que adoro y que me da vida cada día de mi existencia. Me encanta estudiar en mi universidad y llevar una vida tranquila y sencilla como la que llevo. Creo que no hago daño a nadie —me detuve un segundo y continué—. Soy respetuosa con las personas con las que me relaciono y trato de vivir acorde a unos valores y principios que van conmigo, independientemente del hecho de haber encontrado la forma de vivir para siempre —respondí sinceramente a Alan, porque así es como pensaba y cómo me sentía.

Y lo respeto,… por supuesto. Pero podrías vivir con otros como tú y como yo —añadió convencido de que yo me estaba perdiendo muchas cosas por el hecho de llevar la vida que llevaba.

— ¿A dónde? —pregunté con interés.

— Podrías vivir en la Tierra de los Inmortales. Sólo unos pocos podemos entrar allí… Y tú eres una de nosotros —explicó y pude ver cómo se le iluminaba la mirada.

— ¿Dónde está esa tierra, Alan? —dije mirándole y enlenteciendo mis pasos.

— El día que decidas venir, te llevaré y te enseñaré el camino —respondió de forma contundente y con un toque de ternura.

Me quedé pensando un momento antes de responder.

— Por ahora, creo que seguiré aquí un tiempo. Aquí soy feliz, muy feliz —añadí mirando al cielo.

A mi mente vino el recuerdo de Liam y todo lo que él significaba para mí.

— Es tu decisión, Aliva —respondió y cerró los ojos mientras lo decía.

Parecía que le daba pena que esa fuese mi elección, pero no me forzaría a nada que no fuese buscado por mi propia voluntad.

Seguimos caminando en silencio durante un buen rato.

— ¿Por qué tenemos estos círculos en el brazo? —le pregunté cogiendo mi propio brazo con fuerza.

— Es nuestro escudo. Es la protección más potente que existe en el universo. Y además, es nuestra marca de identidad —dijo con orgullo en su voz y en su semblante.

— A veces, siento que desaparecen y otras veces que se intensifican. De hecho, hay días en que no se ven y otros que parece que están como inflamados —expliqué.

— Están haciendo su función protectora y cuando no se les necesita no hacen nada. Por eso no los ves. Pero cuando hay un peligro levantan barreras de energía para que nada ni nadie pueda hacerte ningún daño.

¿Y qué es lo que hacen, exactamente?

— Son barreras energéticas que impiden que cualquier peligro o cualquier ser peligroso tenga la fuerza suficiente como para dañarte o para provocarte algún tipo de dolor. No les deja ejercer actividad contra ti, por muy fuertes y potentes que sean esos seres —me explicó de forma pausada y agradable.

Su forma de hablar de ello era maravillosa, tanto que hizo que yo empezase a observar mis círculos desde una perspectiva diferente a como lo había hecho hasta ese momento, ya que para mí eran un problema, eran aquello que dificultaba a Liam acercarse a mí sin que le provocase dolor. Por un lado, me hacía sentir bien lo que acababa de descubrir. Pero por otro, quería evitarlos a toda costa para que no fuesen una interferencia entre Liam y yo.

— ¿Y yo puedo controlar cuándo quiero que estén y cuándo no quiero que estén? —pregunté pensando en Liam.

Me volvió a regalar otra de sus cariñosas sonrisas.

— Tú puedes hacer todo, Aliva. Tu cerebro es inmensamente potente, sólo tienes que decidir qué quieres y hacer una alianza con tu mente para lograrlo —comentó como si hablase de algo muy sencillo.

— ¿Por qué nunca los había visto hasta hace unos pocos meses?

— Porque no habían sido necesarios en tu existencia anterior —me explicó con bastante sencillez.

— O sea, que ¿siempre han estado ahí? —hice la pregunta para clarificar una de mis grandes dudas.

— No exactamente, pero sí llevan más tiempo contigo de lo que tienes conciencia —respondió dándose cuenta de que yo no era consciente de quién era realmente.

Asentí y bajé la mirada antes de continuar con otra de mis preguntas.

— ¿Y mi familia también son Laerim? —dije sintiéndome contrariada con la posibilidad de que aquello fuese de esa manera.

Empecé a caminar más lentamente, fue algo que hice de manera inconsciente para procesar lo que Alan me estaba diciendo.

— No es así, en realidad —contestó tratando de encontrar las palabras que pudiesen explicar todo aquello.

— Pues entonces no entiendo nada, Alan —dije mientras sentía que a mis ojos asomaba una lágrima, probablemente como consecuencia de la intensidad de todo lo que estaba viviendo y de lo que estaba averiguando sobre mí misma.

— Verás, Aliva. Esto no es algo genético. Ser un Laerim no es algo que se pase de padres a hijos, aunque también es algo que ocurre muchas veces, pero no es tu caso.

Me regaló una de sus mágicas sonrisas.

— Lo has conseguido tú solita, Aliva —dijo con cariño.

— ¿Qué? —fue mi respuesta.

Me sentía contrariada y esto se reflejaba en mi rostro y, sobre todo, en mis ojos.

— Tú has tenido una larga existencia.

Sonreí pensando en que seguramente Alan llevaba milenios viviendo. Se dio cuenta de la razón de mi sonrisa y continuó.

— Comparada con cualquier ser humano, sí es larga —dijo con cierta ironía en su voz.

Asentí.

— En todo este tiempo, te hemos observado.

Le miré de modo que pudo darse cuenta de que descubrir aquello me incomodaba.

— No temas. Observamos a muchos humanos, pero nunca interferimos en sus decisiones, ni entramos en sus vidas.

— ¿Y por qué has entrado ahora tú en la mía? —pregunté sin miedo y también sin rencor, ni agresividad.

Fue una pregunta para tratar de entender todo aquello que me fascinaba.

Sonrió.

— No he sido yo quien ha entrado en tu vida. Un día de hace unos pocos años, tú decidiste seguir las indicaciones que tu amigo de la infancia te dejó en un archivo antes de morir. Y no sólo las seguiste, sino que lo lograste. Conseguiste llevarlo a cabo —explicó mostrándose orgulloso de mí.

— ¿Y eso qué significa?

— Significa que fuiste elegida por la estirpe de los Laerim para ser uno de nosotros. Significa que tienes la fuerza, la capacidad, la auto creencia y, sobre todo, los buenos sentimientos que son necesarios para alcanzar la eternidad —resumió con enorme convencimiento y con un bonito brillo en sus ojos—. Y en ese momento fue cuando los círculos se instalaron en tu ser para protegerte de por vida.

Empezaba a entender lo que Alan me estaba explicando. Ellos me habían elegido por todo lo que él me había dicho y además, yo había tomado la decisión de ir hacia ellos sin saberlo, ciertamente. Pero la decisión fue mía, ellos sólo me dieron unas pautas que yo elegí tomar y aplicar a mi vida. Cuando yo di ese paso, ellos me enviaron su mejor protección.

Era bello saber todo eso. Me gustaba mucho Alan y el mundo al que pertenecía; y del que yo también formaba parte desde hacía tiempo, incluso sin ser consciente de ello. No obstante, yo sabía que algo me faltaba. Liam no pertenecía a ese mundo, ni podría hacerlo nunca. Él era un Daimón. Pero yo le amaba. No sabía cómo iba a compaginar todo eso porque yo quería conocer el mundo Laerim, eso lo tenía cada vez más claro, pero no a costa de renunciar a Liam. Me sentía ante una compleja encrucijada de sentimientos encontrados y todos ellos muy intensos. Si elegía uno, tenía que desertar del intento de tener el otro.

El mundo de los Laerim me atraía como un potentísimo imán, era algo casi irracional. Sentía una profunda necesidad de integrarme en él. Alan me seducía con cada una de las palabras que compartía conmigo sobre aquella maravillosa civilización. Yo percibía, cada vez con más claridad, que pertenecía a aquel lugar, aunque todavía no lo conocía pero sabía que era mi lugar. Quería ir allí, quería vivirlo. Pero no sin Liam, porque igual que sabía de mi pertenencia a aquella mágica estirpe, por la que me sentía persuadida con tanta fuerza, también sabía que mi corazón sólo podría seguir latiendo durante toda la eternidad si estaba unido al de Liam.

Aunque empezaba a entender muchas cosas y a tener claro qué era lo que deseaba, la verdad es que todavía tenía muchas preguntas sin resolver. Y aproveché la oportunidad de estar con Alan para ir clarificándolas.

— ¿A qué te referías cuando has dicho que me habéis estado observando, Alan?

Sonrió, me miró con ternura y continuó.

— Los Laerim creemos firmemente en la posibilidad de recuperar un mundo como el que existió hace unos cuantos milenios. Creo que ya te han hablado de él —dijo mostrando que conocía bien todo aquello que yo podía saber sobre este tema—. Pero sabemos que no será fácil. Es algo muy lento —respiró profundamente—. Para que lo entiendas, la única forma de que todos los humanos volvamos a vivir en una civilización como aquella es que esté compuesta sólo por personas que amen la vida con la intensidad que tú lo haces. Y por personas que no alberguen un solo sentimiento negativo que pueda volver a poner en peligro al resto de sus congéneres. Tienen que ser seres que creen a su alrededor un mundo de vitalidad y de sentimientos puros.

— ¿Cómo sabes tantas cosas sobre mí? —pregunté, esta vez un poco abatida por la sensación de falta de intimidad que aquello indicaba.

— No te agobies, Aliva. Sé de ti las cosas relevantes, no conozco los detalles.

Suspiré dándole a entender que aquello me hacía sentir más segura y aliviada.

— Verás, somos energía y estamos todos unidos. Cuando somos capaces de utilizar nuestra mente en toda su dimensión, como tú estás empezando a hacer desde hace un tiempo, tenemos la posibilidad de poder percibir cosas, vivencias y sensaciones de las personas que nos rodean, cosas que nos ayudan a conocerlas mejor. A eso me refería cuando te decía que te hemos observado. Quiero decir que hemos sentido esa energía que desprendes y nos ha llegado la pureza de tus sentimientos.

Sonrió. Yo seguí escuchándole.

— No es difícil, teniendo en cuenta la gran masa de humanos que se alejan de todo eso que te digo. Cuando hay uno tan diferente como eres tú es sencillo identificarle. Es como una esencia envolvente que te atrae hacia ella. Y esto es lo que nos ocurre contigo, por eso le dimos a Martín las claves para que te las hiciese llegar y pudieras elegir si querías acercarte a nuestro estilo de vida —dijo con enorme dulzura—. Y lo hiciste.

Sonrió nuevamente y con cariño.

— Alan, ¿has oído hablar sobre alguien llamado Shadú? —pregunté de repente.

Sonrió con orgullo. Se detuvo frente a mí para confesar algo más.

— Shadú es mi maestro. Para mí Shadú es mi padre. Es quien me encontró en un momento de mi vida en que yo estaba muy sólo. Shadú me enseñó todo y me dio todo el poder Laerim —se detuvo y luego continuó—. Igual que a ti, Aliva.

— ¿A qué te refieres? —pregunté cerrando los ojos y metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta.

— Shadú te dio los pasos para ser inmortal y ha estado ahí todo el tiempo transmitiéndote energía y el poder Laerim.

— ¿Y dónde está Shadú?

— Él vive en la Tierra de los Inmortales desde hace milenios.

— ¿Quién es Shadú para los Laerim?

— Es el más veterano de todos nosotros, el que tiene toda la sabiduría y el que nos ha ido dando todo su poder y sus conocimientos. Es una luz blanca en medio de una noche apagada y sin Luna. Es amor puro, bondad y nobleza máximas —expuso Alan con un gran respeto y cariño sobre Shadú.

Alan parecía regresar a su idílico mundo mientras me explicaba todo aquello sobre ese ser del que yo sólo había escuchado cosas buenas.

Por mi parte, trataba de entender todo aquello sin interpretarlo como una secta ni como un mundo irreal o una especie de Olimpo divino, que es lo que habría hecho desde la “racionalidad humana”. Intentaba imaginar y creer en la existencia de esa civilización más elevada que la que conocemos actualmente. Y la verdad es que no me resultaba difícil creer todo lo que Alan me decía y lo que me describía sobre aquella tierra, sobre esa impresionante civilización ahora escondida, o sobre las posibilidades o poderes de los que él hablaba y que yo estaba viviendo en mí misma. Pero trataba de encajarlo y poner orden en tantas cosas nuevas que estaba descubriendo sobre un mundo al que estaba ya segura de mi pertenencia. Yo sabía que no había vuelta atrás, que yo ya sería parte de este mundo, de un modo u otro.

Después anduvimos un buen rato en silencio, hasta que me decidí a preguntarle mi gran duda. Sabía que podía confiar en Alan y que podía hablarle de aquello.

— Alan.

— ¿Qué? —respondió suavemente.

— Quiero saber más sobre los Daimones —dije sin miedo.

De repente, vi cómo le cambiaba la cara. Su semblante parecía descorazonado.

— Son la consecuencia más grave de la degeneración de nuestro mundo —dijo con tristeza—. Ellos fueron creados por un grupo de humanos hace milenios. Y desde entonces han sido nuestro mayor peligro, no tanto para los Laerim como para la raza humana, porque realmente los Laerim estamos protegidos de ellos con nuestro escudo —me explicó y acarició con orgullo la zona de su antebrazo donde estaban los círculos.

Se quedó callado unos segundos como pensando en algo que yo no supe entender. Y luego continuó.

Los hay de todo tipo, desde los que matan a seres humanos para su supervivencia, hasta los que necesitan quitarle la energía a las personas llegando a acabar con sus vidas para poder seguir existiendo ellos. Los hay que matan por puro placer. Y también aquellos que ejercen una influencia tan negativa sobre los humanos que los envilece y los transforma en pura maldad. Estos últimos son los más difíciles de vencer porque son sutiles, cuando eligen una presa dedican años a trabajar en su proceso de convertirlos en seres malignos que destrozan toda la pureza que pueda existir a su alrededor. Y esos Daimones se alimentan de ese tipo de energía, haciéndose todavía más fuertes. Son como los auténticos demonios de la mitología y de muchas religiones que conoces —me explicó y lo hizo de un modo neutro, a pesar de lo duro que era aquello que me estaba describiendo.

Pude percibir a qué se refería cuando decía que los Laerim no albergan sentimientos negativos. Era lo mismo que me ocurría a mí cuando yo hablaba de los terroristas que acabaron con la vida de Ángel.

Por otro lado, trataba de ver la similitud entre lo que Alan me contaba sobre los Daimones y lo que yo había conocido en Liam, en Amy y sus otros dos hermanos. A mí no me parecían esos seres tan malignos sino todo lo contrario.

Me sentía algo perdida y necesitaba saber más sobre los Daimones.

— ¿Y por qué son el peligro más grave, Alan? —pregunté.

— Porque mientras existan no permitirán que nuestra civilización vuelva a surgir —contestó con dolor en sus palabras—. Ellos necesitan que haya humanos débiles a quienes poder manipular, necesitan humanos desprotegidos de quienes alimentarse, ¿entiendes?

Me quedé callada por el puro temor que me producía lo que me explicaba.

Suelen ser muy fuertes física y mentalmente, hasta extremos que ni te imaginas —se detuvo un instante—. ¿Me sigues, Aliva?

— Creo que sí —dije con cierto temor.

— Son auténticos prestidigitadores de los sentimientos humanos, juegan contigo, son como titiriteros, crean ilusiones y hechizos de los que es muy difícil salir hasta que te tienen en sus manos y, a partir de ahí, te utilizan para su supervivencia.

No podía creer lo que me estaba diciendo Alan. Sabía que podía estar hablando de Liam, pero en mi fuero interno yo tenía el convencimiento absoluto de que Liam no podía ser así, sabía que me amaba y que era sincero conmigo porque su amor por mí era tan puro como el que yo sentía hacia él. Estaba convencida de que Alan estaba equivocado con respecto a Liam, pero ahora no era el momento de demostrárselo porque yo necesitaba conocer más cosas de este mundo mágico al que ya pertenecía y al que seguiría unida de por vida.

— Y si eso es así, si ellos son tan crueles y los Laerim tan poderosos, ¿por qué no habéis terminado con su existencia? —pregunté.

— Aliva, te he explicado que los Laerim respetamos la vida hasta el infinito, incluso la de un Daimón. Por eso, con el fin de proteger a la humanidad, llevamos a cabo la “hipnosis” de la que ya has oído hablar. Lo hicimos para poder ir descubriendo sólo a los seres que pudieran volver a recuperar la más avanzada civilización que ha existido. Como te decía antes, sabemos que todavía pasará mucho tiempo hasta que se logre, pero no importa, tenemos la eternidad en toda su dimensión para alcanzarlo.

— Sigo sin entender por qué los Laerim llevaron a cabo la “hipnosis”. A mi me parece que, de ese modo, lo único que hicieron fue anular la potencialidad de los humanos y hacerlos más vulnerables a los poderes de los Daimones, con lo cual, prolongaron la existencia de éstos y… además, están en el origen de tanto dolor como hay en nuestro mundo actual —sentencié.

— Algo de lo que dices es cierto, en parte. Verás, en aquellos días en que se iniciaba el final del esplendor, los Laerim se dieron cuenta de que había miles de humanos que, por alguna razón que todavía no hemos sido capaces de entender, experimentaron una serie de cambios en su manera de vivir y sobre todo en su forma de sentir, que les empezaron a llevar hacia la ambición de poder para controlar a otros. Entre ellos estaban los creadores de los Daimones, pero había muchos más. Los Daimones no son más que el resultado de la acción de esos hombres, pero no son el origen del mal aunque ahora se han convertido en el peligro mayor y el obstáculo más difícil de resolver —dijo con ese tono pacífico y lento en el que hablaba.

Me miró para asegurarse de que yo le estaba entendiendo. Y continuó.

— El objetivo de la hipnosis no eran los Daimones, aunque es cierto que los Laerim de entonces pensaban que también les afectaría a ellos y no fue así. Esto se hizo para reducir el poder tan peligroso de esos humanos crueles. Y se logró. El problema vino cuando los Daimones no se vieron afectados por la hipnosis sino que pasaron a convertirse en seres más peligrosos que antes, porque seguían teniendo la memoria de la época pasada y la fuerza animal de su genética frente a unos humanos reducidos a su mínima potencia, tanto física como mental.

Se detuvo con el semblante entristecido.

— Es verdad lo que estás pensando. Los Laerim cometieron un error porque no sabían bien a qué se estaban enfrentando, pero también es cierto que llevan miles de años trabajando pacientemente para identificar seres puros que ayuden a alcanzar un estado de iluminación a la humanidad como el que una vez existió. Estamos convencidos de que se logrará y cuando eso ocurra, habremos aprendido mucho de toda esta triste época que estamos viviendo para que en el futuro no se comentan esos errores —expresó con los ojos brillando de esperanza en aquella fría y húmeda mañana en Manhattan, que empezaba a iluminarse con la luz del tímido sol.

Seguimos paseando, ya estábamos muy cerca del campus de la universidad, cuando Alan continuó con su relato.

— Algunos Daimones, con la hipnosis, perdieron parte de su potencia mental y con el tiempo fueron desapareciendo. Pero aún quedan muchos de ellos, además de que se han ido reproduciendo en todo este tiempo y es difícil el proceso de recuperación de nuestro mundo —dijo con una profunda tristeza en su voz y en su rostro, que acompañó de una caída de hombros que le hacía parecer débil.

— ¿Y cómo pensáis que desaparezcan?

— Ellos mismos terminarán con su propia especie —de repente, sentí cómo su voz iba tomando fuerza, a medida que me hablaba de esta parte—. Su nivel de violencia es tal que se matan entre ellos.

Sentí que aquellas palabras golpeaban mi corazón. Yo amaba tanto a Liam, que aquello que dijo Alan me atemorizaba realmente.

— Todo volverá a ser como antes, sólo cuando el último Daimón desaparezca y, aunque seamos pocos, los Laerim volveremos a recuperar nuestra civilización perdida —terminó diciendo con un nuevo brillo de esperanza en su rostro.

Pensé en lo que iba a decirle, dudé si hacerlo o no pero lo hice porque confiaba plenamente en Alan.

— Alan. Sabes que yo amo a un Daimón.

— Supongo que, de alguna manera, ha logrado desafiar a tu escudo defensivo y eres víctima de algún hechizo —dijo mirándome con cariño y acariciando mi mejilla con una mirada de protección.

— No sé qué es realmente. Lo único que sé es que ni él ni sus hermanos son como tú me has descrito a los Daimones. Sé que él lucha, día tras día, por cambiar esa genética que pesa sobre su existir y que él no eligió —expliqué.

Alan me miró tratando de entender y creo que queriendo creer lo que yo le decía. Pero sé que en el fondo pensaba que aquello no era posible.

Casi no me había dado cuenta, pero ya estábamos en la entrada de la cafetería a la que habitualmente yo iba a desayunar. Se acercó a mi oído y me habló en un susurro.

— Me quedaré tanto tiempo como me necesites —acercó su rostro al mío y con la calidez de su mirada continuó—. Sé que has creído toda esa mentira de la que se han rodeado él y los otros tres, pero te aseguro que un Daimón es un ser muy peligroso. Son astutos e imprevisibles, son capaces de cualquier cosa y su capacidad mental y física es inmensa, yo diría que infinita.

Durante un momento observó con atención mis reacciones y continuó.

— Por eso, Aliva, me quedaré a tu lado todo el tiempo que sea necesario para protegerte —añadió—. He venido para eso y para acompañarte todo el tiempo que necesites hasta que decidas que quieres unirte a nosotros y venir a nuestro mundo —sentenció—. Y he venido ahora porque el peligro que te acecha es muy grande y todavía no estás preparada para hacerle frente sin nuestra ayuda. Por eso, estoy ahora aquí y por eso te decía ayer que estoy aquí para ti.

Alan hablaba con una dulzura que te envolvía, te embaucaba y sentías la necesidad de quedarte junto a él. No obstante, mi mente estaba enfocada en Liam y eso era lo más importante para mí.

— ¿Y si yo no deseo protección? —pregunté en un tono amable, pero Alan percibió desafío en mi manera de hablar.

— Aliva —dijo con una ternura cargada de bondad—, tú eres libre, yo sólo te daré protección si tú la quieres. Yo jamás te obligaría a nada que tú no hubieses elegido voluntariamente. Sin embargo, conozco bien a la especie de los Daimones desde hace siglos y me quedaré por aquí cerca por si mi presencia es necesaria. Pero nunca te la impondré, salvo si tu vida está en peligro —y sonrió con un brillo seductor en sus ojos.

— Gracias, Alan.

Al entrar en la cafetería, vi a Angie sentada en una de las mesas del fondo. Estaba leyendo un libro mientras tomaba un café. Me llamó la atención verla tan temprano allí y además encontrarla sola. Me acerqué rápidamente y Alan me siguió.

— Hola Angie, buenos días. ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Estás sola? —dije mientras tomaba la silla y me sentaba en su mesa.

Angie levantó la mirada y se dio cuenta de que yo venía con Alan. Creo que aquello no le gustó demasiado porque sintió celos. Se había enamorado locamente de Alan y yo parecía estar muy cerca de él. Ella, que no sabía nada del mundo mágico al que pertenecía Alan, pensó que había algo entre nosotros. Me saludó con una frialdad poco habitual en ella.

— Hola, Aliva. No vienes sola —dijo.

— No, venía con Alan. No te importa que nos sentemos a tomar un café contigo, ¿verdad? —pregunté dándome cuenta de que había despertado un sentimiento en Angie que nunca antes había existido entre nosotras.

Y no me gustaba.

— No —dijo secamente Angie.

— Yo traigo los cafés. ¿Cómo lo tomas, Angie? —dijo Alan amablemente, con esa cortesía tan habitual en él y tan poco frecuente entre los chicos de nuestra época.

— Ya he tomado, gracias —replicó ella con una leve sonrisa.

— Pero estoy seguro de que yo seré capaz de preparar uno que no podrás rechazar —contestó Alan con un tono absolutamente seductor, al que Angie no se pudo resistir.

Nadie podría haberse resistido.

— Está bien. Lo dejo en tus manos.

Alan se dirigió al mostrador donde estaban todos los ingredientes para que uno mismo pudiera prepararse el café del modo que más le agradaba. Angie le siguió con su mirada completamente atraída por él.

— Te gusta mucho, ¿verdad? —dije mostrando el enorme cariño que yo sentía por Angie.

Me miró entre la desconfianza y el cariño que también ella sentía por mí.

— Sí. El problema es que sé que a ti también te gusta.

— Bueno, es verdad que me gusta. Es verdad que me encanta estar con él y hablar con él. Es increíble —respondí.

Angie me miraba tratando de entender qué era lo que yo sentía por él. Me di cuenta de ello y continué.

— Pero no es ese sentimiento en el que tú estás pensando, te lo aseguro —dije con una mirada cómplice hacia mi mejor amiga.

Se quedó mirándome. Y sorprendentemente, no dijo nada. Esto no era lo habitual en Angie, que en condiciones normales me habría sometido a una batería de preguntas. Pero simplemente se quedó callada.

— Yo amo a Liam. Y no hay ningún otro chico,… ni lo habrá nunca. No hay nadie por quien yo pueda sentir algo parecido a lo que hay entre Liam y yo —sonreí nuevamente.

Puse mi mano sobre su brazo tratando de lograr cercanía entre nosotras.

— Puedes estar tranquila. Yo no me voy a interponer entre vosotros. No soy tu rival en esto, Angie. Créeme —sonreí.

— Gracias, Aliva.

Sonrió ella también, aunque después su rostro se entristeció.

— Pero, ¿qué me dices de él? Yo creo que tú le gustas de verdad —continuó Angie desde la desesperanza.

— Te equivocas. Congeniamos muy bien pero no he despertado en él ese tipo de sentimiento, te lo aseguro.

— ¿De verdad? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan segura si sólo hace dos días que le conoces? —preguntó Angie.

Lo sé. No necesito más. Simplemente lo sé. Esas cosas una chica las percibe, ¿o no? —dije con una mirada y una sonrisa cómplices hacia mi mejor amiga.

— Sí, la verdad es que sí —respondió Angie con una gran sonrisa en su rostro y sus ojos empezaron a brillarle como lo hacían habitualmente cuando la esperanza se acercaba a sus pensamientos.

— Por cierto, ¿qué vas a hacer con respecto a Mike? —pregunté con preocupación, porque Angie era mi mejor amiga, pero a Mike yo le tenía mucho cariño y me gustaban como pareja.

— He de ser sincera y consecuente. Le quiero muchísimo, pero nunca he sentido una atracción tan intensa por él como la que sentí por Alan, desde el primer momento en que le vi. Es algo increíble, no sé cómo describirlo con palabras pero es como una especie de ola gigante que te arrastra. Es algo apasionante —describió Angie con gran intensidad.

— Sé de qué me hablas. Eso mismo es lo que me pasa a mí con Liam —dije en un suspiro.

Y sé que mis pupilas se dilataron y todo mi rostro se iluminó una vez más al pronunciar su nombre, a pesar de la fría distancia que me estaba helando por dentro desde el día en que desapareció de mi vida.

Alan vino con los cafés. Los dejó sobre la mesa con elegancia y con una voz cautivadora, se dirigió a Angie.

— Especialmente para ti. Confío en que no sólo te guste, sino que sea el mejor café que has probado en tu vida. A partir de hoy, sólo querrás tomar el café que yo te prepare —dijo sonriendo y mirándola con un brillo especial en sus ojos—. Pero no lo intentes, nunca te revelaré el secreto —y le guiñó un ojo.

Entiendo lo que sentía Angie. La embaucó para siempre.

Después, los tres nos fuimos juntos a clase.

Yo no estuve muy centrada ese día en lo que explicaban los profesores, pues seguía muy preocupada por Liam.

A las 11:05h, estábamos en medio de una de las clases y entró un mensaje en mi móvil. Lo abrí con cuidado para que el profesor no se diera cuenta de que me había despistado de su exposición.

Me dio un vuelco el corazón. Era un mensaje de Liam.

“Estamos en un momento muy complejo. Las cosas no van bien. No puedo estar contigo, pero pienso en ti a cada instante. En cuanto todo esté resuelto, prometo volver y ya nunca me alejaré de ti. Te quiero y te echo mucho de menos”.

Inmediatamente le respondí.

“¿Qué está pasando? ¿Cómo puedo ayudarte? Necesito verte, necesito estar contigo. Estoy segura de que juntos podemos resolver lo que sea que esté ocurriendo. Dime dónde estás e iré. Yo también te quiero mucho”.

Al minuto entró otro mensaje.

“No te preocupes. No son buenos tiempos. Pero, como todo, pasarán. Nadie va a hacerme daño. Y ahora es mejor que estemos alejados por un tiempo. Es por tu bien, te lo aseguro. Y es mejor que no nos comuniquemos ni siquiera por esta vía”.

Sus palabras, en lugar de tranquilizarme, me hicieron temblar. Y continué escribiéndole.

“Necesito verte”.

No hubo respuesta.

Esperé y nada.

Me pasé el resto del día pendiente del móvil confiando en que Liam volvería a comunicarse conmigo.

Pero no respondió. Le llamé por teléfono y no lo cogió.

La angustia volvió a instalarse en mis pensamientos, bloqueándolo todo.

Al terminar las clases, decidí quedarme a estudiar un rato en la biblioteca. Me despedí de mis compañeros. Necesitaba estar sola.

Alan se ofreció a acompañarme a casa. Pero le pedí que no lo hiciera. Y lo respetó.

Estuve allí hasta muy tarde. Después me quedé en un parque, me senté bajo la fría noche y puse en práctica el control de temperatura de mi cuerpo, tal y como me había dicho Alan, esa misma mañana.

Tras varios intentos, funcionó. Dejé de sentir frío, logré controlarlo de forma que mi cuerpo subió varios grados. No sé cuánto tiempo pasé. Era tarde y estaba ya bien entrada la noche.

Luego, me levanté y me fui. Cuando estaba llegando a mi casa, entré en una callejuela solitaria. No sé por qué lo hice, porque no era el camino habitual que yo seguía cada día. Pero, fue como algo inconsciente. Me sentí atraída como por la llamada de algo misterioso que incluso hoy se me hace muy difícil describir.

Era un día de frío invierno en Nueva York, entre semana. La gente ya había salido de las oficinas de la zona y el área estaba solitaria. En medio de un gélido silencio, detrás de unos contenedores de basura escuché una respiración muy leve. Al principio pensé que era un animal que estaba agazapado entre las basuras, esperando a que yo me fuese para continuar con su búsqueda de alimentos.

Seguí caminando, pero algo en mi interior me dijo que volviera. Me acerqué, no sin cierto temor. Y encontré a un chico tirado en el suelo. Casi no podía respirar. Había un charco de sangre a su alrededor. Llevaba toda la ropa desgarrada y vi que tenía unas marcas en el torso. Era como si le hubiese atacado un animal salvaje. Me di cuenta de que eran las mordeduras de un depredador.

Me agaché rápidamente. Le cogí la mano y sentí mis nervios a flor de piel. ¡Madre mía! ¿Qué era aquello?

— Tranquilo. No temas. Te voy a ayudar —le dije en un intento de tranquilizarle, aunque en ese primer momento yo me sentía muy desconcertada ante aquella escena.

Respiré profundamente, me aparté el pelo de la cara, miré alrededor para ver si encontraba algo con lo que poder taparle las heridas para que dejase de perder tanta sangre. Pero no había nada, sólo basura. Apreté los labios y levanté la mirada hacia la Luna, que aquella noche mostraba toda su intensidad, iluminando todos los rincones de la ciudad. Volví a inspirar con mayor fuerza que antes, llevándome en aquella bocanada una gran carga de energía procedente de mi Luna. Eso me hizo sentir fuerte, una vez más. Bajé la cara y volví a mirar al chico a los ojos.

— Vete… te matarán —suplicó con la voz entrecortada, casi no se le oía.

— Nadie va a matarme —le respondí con absoluta seguridad, aunque manteniendo la delicadeza en mi voz, para transmitirle la paz que necesitaba en un momento de tanta angustia.

Apreté mi mano izquierda y sentí cómo los círculos ejercían su protección. Aquello me tranquilizó del todo.

Pero no había pasado ni un minuto, cuando un hombre con la boca manchada de sangre, se puso a unos metros frente a mí, como en un salto sobrehumano. Apareció del cielo o desde alguna de las ventanas de los edificios de alrededor. La verdad es que no sé de dónde salió, pero era aterrador.

Me sobresalté. Aunque no sentí miedo. Apreté la mano del chico que estaba postrado en el suelo para transmitirle seguridad y calor, porque estaba frío. Yo sabía cómo ayudarle a subir la temperatura de su cuerpo, lo había aprendido de Alan y lo apliqué sobre él. Puse mi otra mano sobre la herida más profunda, la que parecía estar arrebatándole los últimos momentos de vida.

Yo confiaba en mi protección y sabía que no iba a pasarnos nada, a pesar de la violencia que emanaba de aquel ser que tenía delante.

Supe que era un Daimón.

Había crueldad en sus ojos y violencia contenida en todo su ser. Me miraba tratando de atemorizarme, pero no se movía, no hacía nada, no hablaba. Parecía estar estudiándome. O tal vez, trataba de soportar el efecto ejercido por mis círculos protectores.

Aguanté así, no sé cuánto tiempo, agachada frente a él, sin soltar la mano del chico que se desangraba en el suelo y tapando la herida más grande con la otra. No dejé de mirar a los ojos a aquel Daimón, demostrándole que no le temía.

Es curioso, yo no sentí miedo en ningún momento. Sabía que, si se trataba de un Daimón, yo estaba protegida por el poder Laerim ejercido por mis círculos y él no podría acercarse a mí.

Sin embargo, en mi retina sigo teniendo grabado el recuerdo de crueldad de su rostro.

Él seguía ahí, a unos metros delante de mí, bajo la blanca luz de la Luna nocturna. Finalmente, con la seguridad que me proporcionaba el hecho de saber que me hallaba protegida, aparté la mirada para observar al chico que estaba en el suelo. Nunca supe su nombre. Él me miraba como perdido entre el dolor producido por las heridas, el miedo ante la cercanía de aquel depredador que sólo unos minutos antes le había atacado brutalmente, y la esperanza por mi presencia allí para calmarlo todo.

— Todo está bien, no va a pasarte nada. Estoy aquí —susurré de la misma forma en que lo hacía, en mi vida anterior, con mis hijos cuando habían tenido una pesadilla.

Cerró los ojos, creo que con la esperanza de despertar y descubrir que sólo era un mal sueño.

Entonces, se escuchó un estruendo. Fue como una especie de trueno que llegó acompañado de un grito violento.

— ¡Fuera! … ¡He dicho fuera! Maldito bastardo. ¡Fuera o te mataré! —gritó con brutalidad, intimidación y desprecio.

Era Liam. Apareció también desde el fondo del callejón, llegó con el sigilo de los felinos. Levanté la mirada, sorprendida al escuchar su voz, y vi cómo llegaba desde algún misterioso y oculto lugar de la oscura noche neoyorquina.

— Ja, ja, ja —gritó el Daimón que estaba frente a mí—, ¡Ven aquí! Llevo años esperándote. Te arrancaré la cabeza y comeré cada una de tus vísceras hasta que quedes reducido a la nada más absoluta.

— ¡Aléjate de ella! —gritó Liam, que se había deslizado ante él.

Se escuchó una especie de rugido animal. No sé si fue Liam o el Daimón. Fue aterrador.

Y empezó una pelea entre ambos, con una brutalidad y una violencia que yo no había visto jamás en toda mi existencia. Los golpes sonaban como auténticas bombas.

En ese momento, me di cuenta de que estábamos en un callejón donde no vivía nadie. Había un par de edificios abandonados y el resto parecían oficinas ya apagadas hasta la siguiente luz del alba. Casi todo era oscuro. Creo que las estrellas y la Luna eran las únicas que enviaban algo de claridad en aquel lóbrego y recóndito lugar. Hacía frío y el viento comenzaba a soplar fuerte, incluso se podía escuchar su aterrador sonido, que quería acompañar aquella temible escena como una auténtica y terrorífica música de fondo.

A estas alturas yo ya había tomado conciencia de que nadie iba a escuchar lo que allí estaba ocurriendo.

Era una especie de lucha de titanes en la oscura noche de un lugar que parecía una especie de solitario túnel del terror, en medio de la gran manzana.

Nunca había presenciado un acto de tan extrema violencia. Me quedé paralizada, pero sin soltar al chico que yacía en el suelo con los ojos cerrados y casi inmóvil.

Vi cómo el Daimón enviaba a Liam contra una pared, cogiéndole sólo con una mano. Después Liam se levantó y de un salto se puso frente a él. Eran dos fieras sin miedo a la muerte, dispuestos a proporcionar al otro el mayor dolor posible. Eran dos seres cargados de violencia.

En uno de los golpes, sentí un inmenso temor. Liam se quedó en el suelo, inmóvil. Entonces el Daimón se abalanzó sobre él dispuesto a clavar sus garras sobre el rostro perfecto de Liam. Así lo hizo. Le dejó los surcos regados en sangre sobre su mejilla derecha.

Después hizo un gesto que indicaba claramente que iba a morder a Liam en un lugar mortal de su cuello. Pero aquellas temibles garras, al contrario de lo que cabría pensar, habían producido un efecto activador en Liam que pareció despertar de su momentáneo desmayo.

Se levantó y de un golpe apartó al Daimón de delante de su cuello, con un sólo brazo, y lo lanzó contra el otro lado de la calle. Éste se quejó en un hondo grito de dolor para, a continuación, retomar fuerzas no sé de dónde y volver con una virulencia aterradora contra Liam. Fue un momento horrible. En cada golpe parecía que uno de los dos iba a quedar inmóvil para siempre, porque era como si toneladas de hierro cayeran a plomo sobre una superficie que se resquebraja con la fuerza y el peso del metal.

Creo que una de las cosas que me parecieron más espantosas fue el rostro del Daimón, que aterrorizaba sólo con mirarle por la violencia que desplegaba cada centímetro de su piel.

Tras los golpes, gritos y movimientos terroríficos entre Liam y el Daimón del rostro violento, vi que Liam había desaparecido. Lo había hecho tan rápidamente que mis ojos humanos no habían podido apreciarlo en la oscuridad de la noche. Y creo que tampoco aquel ser, que era la maldad más extrema que yo había visto nunca. Pero no la peor que iba a ver a lo largo de mi existencia. De hecho, con los años supe que este Daimón no era de los más peligrosos, se trataba de una especie con sólo unas décadas de vida que había nacido debilitado y procedente de la unión de dos Daimones de tercera generación. Después de la tercera generación de Daimones, el poder de estos disminuyó significativamente y vencerles no era tan difícil como a mí me estaba pareciendo.

Fueron unos instantes de calma y de un silencio gélido en el que casi pude escuchar el sonido de los latidos acelerados de mi corazón. Aquel Daimón parecía también desconcertado por la repentina desaparición de Liam. No huyó. Se quedó quieto, pero observando sigilosamente a su alrededor, creo que para hacer frente a Liam si reaparecía.

Escuché su respiración acelerada y brutal. Por una milésima de segundo sus ojos se cruzaron con los míos. Intensifiqué la fuerza de mis círculos para protegerme. En aquellos años, yo sólo sabía protegerme, pero no había aprendido todavía a hacerles frente.

Creo que esa noche miré, por primera vez, al mal directamente a los ojos. Nunca olvidaré esa experiencia. Me quedé helada, casi inmovilizada. Pero seguí con mis manos sobre las heridas del chico postrado en el suelo. Ahora sé que le estaba transmitiendo toda la energía que él no sentía debido al miedo, pero que mi poder Laerim estaba generando para ayudarle.

Tras ese instante de auténtica intimidación, el Daimón apartó su mirada y volvió a buscar a Liam en medio de la oscuridad de aquella gélida noche de invierno.

Y entonces surgió Liam, no sé cómo ni de dónde, y se abalanzó sobre la espalda del Daimón, le bloqueó con una fuerza y una violencia brutal hasta que le tuvo tumbado en el suelo, mientras clavaba sus dientes casi sin inmutarse, pero ejerciendo una fuerza terrorífica. Me recordó la forma en la que cazan las leonas, que inmovilizan a sus presas con ese ataque por la espalda y la templanza de un bocado mortal, hasta que la pieza está completamente anulada y entonces es cuando comienzan a devorarla hasta el fin.

Fueron unos minutos, pero la sensación fue la de una eternidad para mí.

Cuando estuvo seguro de que aquel ser había perdido toda posibilidad de movimiento, le soltó dejándole tirado en el suelo. Levantó la mirada y con el dolor marcando cada poro de su piel, se dirigió a mí. Recuerdo su rostro manchado de sangre. Es una imagen terrible que me indicaba lo que Liam podía ser. Aquella noche conocí lo que significaba su parte Daimón y en lo que podía llegar a convertirse.

— Por favor, no tengas miedo de mí ahora. A ti nunca podría hacerte daño, Aliva —dijo con el dolor grabado también en su voz.

Se levantó, se dirigió a mí con la mano derecha sobre su corazón.

— No tengas miedo de mí —repitió suplicando.

Pero contuvo el intento de llegar hasta mí. A continuación bajó su cabeza, como avergonzado por lo que yo había presenciado.

Me quedé callada. No sentía miedo hacia Liam, pero es cierto que aquella escena me produjo una gran sensación de rechazo, porque a mí la violencia todavía hoy me aturde.

Estaba algo desorientada por el impacto de lo que acababa de ocurrir. Mi ritmo cardiaco estaba más acelerado de lo normal.

— Vete, Aliva —susurró, mientras se arrodillaba como vencido por la situación.

— No —respondí entre la tristeza y dolor, con una voz débil a punto de dejar que las lágrimas, que estaban a las puertas de mis ojos, salieran sin miedo.

Continué con las manos sobre el chico que estaba herido.

Pero rápidamente, sentí cómo salía de aquel estado de confusión en el que me hallaba, porque en ese momento me di cuenta de que el chico había recuperado un ritmo normal en su respiración y sus heridas se habían cerrado. Había dejado de sangrar. Me miró entre asombrado, desconcertado y agradecido por la mágica curación que mis manos le habían proporcionado.

— Gracias —dijo sorprendido y atemorizado.

Se tocaba el torso. Miraba la camisa manchada de sangre y no daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Podía tocar con sus propias manos la ausencia de heridas en los mismos puntos de su cuerpo donde sólo unos minutos antes perdía tanta sangre que había estado a punto morir.

No dejaba de mirarme, supongo que en un intento de entender qué era lo que le había ocurrido y cómo yo había conseguido devolverle la vida, que parecía escapársele hacía muy poco rato.

— Vete y por favor, olvida lo que has visto y lo que has vivido aquí esta noche; por tu bien —le pedí en voz baja y mirándole a los ojos, al tiempo que le acariciaba el rostro.

Él parecía que se había quedado inmóvil ante aquella especie de cosa sobrenatural que estaba experimentando, pero pude percibir en sus ojos que estaba profundamente agradecido conmigo.

Cogí de nuevo sus manos y me acerqué para hablarle con suavidad al oído.

— Olvídalo —dije lentamente en un pausado susurro.

El chico se levantó y se fue, como hipnotizado por mi voz. Me iba dando cuenta de que, poco a poco, yo iba adquiriendo una serie de cualidades propias de seres mágicos, pero que eran reales en mí y yo las sentía cada vez más auténticas y fáciles.

Al instante, Liam volvió a hablarme con la delicadeza con la que habitualmente se dirigía a mí. Sin embargo, lo hizo manteniendo una distancia física, que para mí era una inmensidad que ahogaba mi respiración, dificultándome la claridad en mis pensamientos.

— Por favor, Aliva, sal ya de aquí —suplicó Liam.

Pero yo no quería irme. No quería volver a alejarme de él.

— Sólo me quedan unos minutos para terminar esto —dijo, casi rogando que me marchase.

Yo seguí negando con la cabeza y sin poder articular palabra.

— Si no lo acabo, volverá a recuperar el aliento y a poner nuevamente en funcionamiento sus constantes vitales y su cuerpo. Y lo hará con mucha más fuerza que antes —respiró profundamente y continuó—. Y no podré hacer nada.

Sonó como un lamento.

Bajó la mirada un segundo y con la tristeza reflejada en sus ojos, volvió a pedirme que me fuese.

— Por favor, vete. No quiero que veas nada más o me odiarás para siempre —dijo Liam en un susurro.

Le comprendía, aunque no quisiera hacer lo que él me pedía. Asentí, bajé la mirada y empecé a andar alejándome de él en silencio.

Al cabo de unos pocos metros, pensé “yo nunca te odiaré”. Y fue entonces, cuando me di la vuelta para mirarle una vez más. Vi cómo se arrodillaba frente al Daimón del rostro violento. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando, al ver ese movimiento de Liam, deduje lo que iba a hacer con aquella bestia. Era su presa y se disponía a terminar con él definitivamente, como lo harían sus ancestros, los depredadores. Cerré los ojos y continué mi camino. El azote del viento era cada vez más fuerte y su sonido era como la exteriorización de mis gritos de dolor. Sólo podía escuchar ese sonido impregnándolo todo. Parecía que aquel viento salvaje estaba allí para borrar todo rastro de la escena vivida. Era cada vez más fuerte y me empujaba, acelerando mis pasos y apagando cualquier sonido que pudiera hacerme sentir la tentación de volver junto al ser al que amaba con tanta intensidad, a pesar de su naturaleza salvaje y brutal.

La noche era oscura y había una densidad en el aire que me dificultaba la respiración. O tal vez, no era algo externo; tal vez era yo misma y mis sentimientos de tristeza los que generaban en mí esa especie de angustia y falta de oxígeno en mis pulmones.

Esa noche fue la primera vez que me planteé huir, pensé en marcharme. No sabía adónde ir, pero sentía que necesitaba evadirme de toda aquella violencia que parecía rodear a Liam y a todo su mundo.

Cuando ese pensamiento recorrió todo mi ser, empecé a correr casi de una forma inconsciente y sin rumbo definido.

Creo que huía de mí misma.

Hay una especie de vacío en mis recuerdos sobre esa noche después del momento en que empecé a correr. Cuando ahora pienso en la secuencia de los acontecimientos de aquellos días, lo cierto es que en mi memoria lo que viene a continuación no corresponde con aquella noche.

Supongo que el vacío que se produjo en mi existencia tras aquellas escenas, se refleja ahora en una falta absoluta de recuerdos. Creo que simplemente no hice nada. Me fui a casa y me dediqué a vegetar hasta haber superado el choque emocional producido en mis sentimientos.

Sólo tengo algo muy claro en mi mente: es la oscuridad.

Todo se volvió oscuridad. Y en esa falta de luz, yo me sentía perdida y triste. Pasaron las horas y los días. No fui a clase. Llamé a Angie y le dije que estaba enferma y que no iría en unos días. Angie se preocupó por mí, pero le dije que estuviera tranquila, que simplemente había cogido frío y estaba con un catarro más fuerte de lo normal, pero nada más que eso. Le pedí que tomase apuntes para mí y prometió hacerlo.

Era necesario que presentase un certificado del médico, justificando mi ausencia a clase en la universidad. Por eso, forcé los síntomas gripales y acudí al hospital, el doctor corroboró mi enfermedad y escribió el justificante de ausencia por enfermedad, que yo entregaría unos días más tarde en la secretaría para que no afectase a mi porcentaje de asistencia.

Cuando volví a casa, hice el proceso contrario y me recuperé rápidamente de la gripe que yo misma había provocado.

Después, me fui a DEAL NYC. Estaba segura de que no encontraría allí a Liam, quien había dicho a todos los miembros de su equipo que se iba a ausentar por un tiempo para acompañar a un familiar enfermo en otra ciudad.

Pero fui allí porque quería hablar con Amy. Ella estaba en su despacho, trabajando con normalidad. Cuando entré, me devolvió una cariñosa mirada. Sabía cuánto amaba yo a Liam y entendía bien por lo que estaba pasando ante su ausencia y ante la falta de información que me ayudase a comprender el porqué de esa distancia entre nosotros.

Me abrazó sin decir nada. Y después de un rato nos sentamos.

Y yo empecé a hablar.

— Amy. Necesito saber más.

Me detuve mirándola fijamente.

— No entiendo lo que está pasando —supliqué.

Amy me miró con esa misma intensidad que lo hacía Liam cuando estaba preocupado. Y no respondió.

Insistí.

Sé que piensas que no debes contarme lo que está ocurriendo. O tal vez, Liam te ha pedido que no lo hagas —dije cogiéndole las manos y oprimiéndolas con fuerza, casi para forzarla a hablar.

Apretó sus labios conteniendo la respuesta.

— Sea lo que sea, lo que está pasando, tengo que saberlo. No puedo seguir en esta situación de no hacer nada y de no tomar ningún camino porque no sé realmente en qué punto estoy.

Me detuve y bajé la mirada con tristeza.

— Se supone que sois mis peores enemigos. Pero yo no lo siento así. Liam es la razón de mi existencia. Yo nunca os haría daño —dije con mis ojos llenos de lágrimas.

Amy me devolvió una mirada cargada de ternura, en la que pude apreciar su lado más humano, esa parte que había heredado de su supuesta madre Laerim. Y entonces supe qué era lo que podía decirle para convencerla de que me hablase. Porque entendí que un Laerim no me ocultaría información para forzar una decisión, un Laerim me daría lo que necesito para poder decidir libremente. Y en el brillo de sus ojos y el dolor de su frente pude apreciar esa herencia Laerim que había en Amy.

— Si no me cuentas lo que está pasando, no podré ser libre en la decisión que yo tome. Y tú habrás formado parte de la elección que yo escoja, que probablemente será equivocada porque no dispongo de toda la información —dije con una fuerza en mi voz que hacía días que había perdido.

El gesto de Amy cambió y se tornó en preocupación. Bajó la mirada, cerró los ojos, apretó los labios y respiró profundamente, tomándose unos instantes antes de responderme. Me di cuenta de que luchaba entre sus dos mundos interiores. Por un lado, pesaba la lealtad a su hermano que le había pedido que no me revelara nada de lo que estaba ocurriendo. Y por otro lado, estaba su naturaleza Laerim que le decía que debía dejarme un espacio de libertad para que yo pudiera elegir voluntariamente el camino a seguir. Y Amy me tenía un gran cariño. Por eso, unos momentos después tragó saliva, levantó la mirada y se dispuso a hablar.

— Aliva. No debería contarte esto —dijo lentamente y con un nudo en la garganta, al tiempo que iba negando con su cabeza.

— Sé que es difícil para ti.

Exhaló con intensidad. Casi pareció un soplo.

— Todo empezó hace unos días, cuando tu amigo Frank estrechó la relación con esa chica, Dakota —dijo.

Me sentí algo desconcertada porque no entendía la conexión. Pero continué escuchando a Amy.

— Dakota era una especie de Daimón de las más peligrosas que existen. Son un grupo que viven de la energía que extraen de los humanos. Pertenecen a la primera y más virulenta generación de Daimones. Eligen a uno, al que se acercan con las más sutiles argucias que te puedas imaginar y cuando le tienen a su disposición, se dedican a robarle toda su energía hasta que le llevan a la muerte. El humano va sufriendo una debilidad cada vez mayor, de modo que no puede pensar con claridad y se entrega a todas las necesidades del Daimón hasta que finalmente muere. Nadie podría decir que ha sido víctima de un lento asesinato porque no hay huellas visibles para los humanos, que van achacando esta debilidad a distintas enfermedades —explicó Amy con suma cautela y con una profunda sinceridad.

Mientras la escuchaba, entendí la debilidad repentina de Frank y también su estado mental, su tristeza y su malhumor de los últimos días.

Continué escuchando a Amy para entender todo lo que estaba ocurriendo y cómo se relacionaba esa tal Dakota con lo que distanciaba a Liam de mí.

— Liam había detectado la presencia de uno de estos Daimones en tu entorno, pero no tenía claro dónde estaba —dijo.

Y se detuvo para mirarme un segundo y asegurarse de que yo entendía bien sus palabras.

— El día que le viste salir a toda velocidad con el coche, cuando tú estabas en la calle despidiéndote de Frank —explicó—, fue cuando la descubrió y fue tras ella que andaba a unos pocos metros de vosotros. Liam sintió que podía ser un peligro para ti, no estaba seguro de lo potentes que eran tus círculos, ya que tú te empeñabas en desactivarlos constantemente —me increpó.

En ese momento el tono de su voz se endureció.

Amy se levantó del sofá y se dirigió a la gran ventana que daba a la calle. Se quedó mirando al exterior, antes de continuar.

— Hacía muchísimo tiempo que Liam no había hecho nada parecido —dijo Amy mientras no quitaba su mirada del exterior.

Parecía que a su mente venían recuerdos de tiempos difíciles para ellos y casi temía hablar de esto. Su mirada seguía perdida en algún punto de sus recuerdos. Se dio la vuelta, se dirigió a su mesa de trabajo y se apoyó sobre ella, medio sentada y con las manos apoyadas sobre el tablero, como agarrándose al cristal para continuar hablando.

— Desde esa noche, la persiguió durante dos días hasta que le dio caza —dijo.

Y me miró inclinándose hacia delante.

— No sé si sabes qué significado tiene esto, Aliva —preguntó.

— Creo que no sé a qué te refieres… ¿quieres decir que la mató? —respondí con una pregunta.

— Es algo más que eso. Para matar a un Daimón hay que destruirle completamente, porque de lo contrario recupera su fuerza y la duplica convirtiéndose en un ser todavía más peligroso, no sólo para los humanos sino también para otros Daimones.

La miré con la máxima atención.

Para destruir a un Daimón hay que hacer tres cosas. Primero matarle físicamente hasta que sus constantes vitales se detienen. Después, hay que comerse todos sus órganos. Y finalmente, hay que extraer su cerebro y quemarlo. Cuando todo eso está hecho, tienes la certeza de que ha dejado de existir para siempre —me contó con una solemnidad cargada de tristeza y dolor.

Se levantó, se dirigió despacio hasta el sofá y se sentó junto a mí.

Yo entendía lo que me estaba explicando y ahora comprendía plenamente lo que Liam estaba haciendo con el Daimón de rostro mortal en aquel frío y oscuro callejón. Respiré profundamente para seguir escuchando a Amy.

— Hace milenios que Liam lucha contra la parte animal y violenta que le dio la genética.

— Lo sé —dije cerrando los ojos y apretando mis manos de forma instintiva para prepararme para lo que venía a continuación en el relato de Amy.

— Cuando comes los órganos y la carne de otro Daimón, te quedas con una fracción importante de su violencia que pasa a formar parte de tu ser —dijo cruzando sus brazos, como en un intento de protegerse de algo.

Abrí ampliamente mis ojos porque entendía bien lo que le estaba ocurriendo a Liam.

— Ahora Liam ha entrado en una espiral de violencia que no consigue parar. Su instinto cazador ha despertado con intensidad. Y aunque todo su lado humano lucha contra ello, la fuerza del mal y la violencia que alberga en su interior es tan fuerte que se ha convertido en un ser muy peligroso, porque actúa llevado más por su necesidad de caza, que por sus sentimientos y su pensamiento humano.

Amy levantó la mirada, apretó los labios y cerrando los ojos, trató de contener las lágrimas que afloraban en sus pupilas. Pero fue imposible para ella detenerlas.

Yo entendía el alcance de lo que me estaba contando y sentía el gran dolor que eso le producía. La abracé durante unos minutos hasta que estuvo más tranquila.

Cuando se reincorporó, me miró con cariño.

— Gracias, Aliva —dijo sonriendo.

Yo hice un intento de hablar, pero ella me detuvo cogiéndome la mano para continuar explicándome lo que estaba ocurriendo.

— La otra noche, cuando salvaste al chico del callejón —dijo.

— ¿Lo sabes? —exclamé abriendo unos ojos como platos.

— Sí —afirmó—. Hablo a diario con Liam y trato de ayudarle, pero no quiere acercase a mí porque teme no controlar su violencia ni siquiera conmigo.

— ¿Contigo? —dije sorprendida.

— Sí —asintió con pena—. No te olvides que yo soy una Daimón… y también tengo una parte de Laerim, aunque no cuento con el poder protector de los auténticos Laerim.

Se apartó el pelo del rostro con delicadeza y siguió hablándome.

— El Daimón al que destruyó ese día, era una hiena. Esa misma noche terminó con otros dos de su misma especie. Pero unos días antes había destruido a una especie de Daimón con una enorme carga genética de serpiente y con un alto y potente veneno que podría destruirte con el sólo contacto de tu saliva con la suya.

Me eché atrás mientras suspiraba ante la sorpresa y el miedo por lo que Amy me estaba contando. Y pensé, “un beso de Liam podría ser mortal para mí”.

— ¿Por eso no quiso acercarse a mí la noche del callejón? —pregunté apartando mi pelo a ambos lados con las dos manos y dejándolas sobre mi nuca, tratando de tranquilizarme y casi protegerme de lo que Amy me estaba explicando.

— Sí —afirmó.

Elevé la mirada, reproduciendo visualmente en mi recuerdo aquella dolorosa escena. Amy respetó el espacio de silencio que yo necesitaba para entender todo aquello y asumirlo.

— ¿Y por eso mi escudo se activó con tanta intensidad cuando él llegó a ese lugar? —miré a un lado y a otro entendiendo y recomponiendo todas las piezas que ahora encajaban perfectamente.

— Cuanto más violento es Liam, más potente es tu escudo para alejarle de ti, para protegerte de él —explicó Amy.

Nos miramos en silencio. Y después, ella continuó.

— Eso le produce un inmenso dolor, no sólo físico. Es algo mucho más profundo. Está viviendo los peores momentos de su existencia. El sufrimiento es atroz para él. Pero el amor que sigue sintiendo por ti es igual de intenso. Está en una encrucijada de sentimientos. Necesita estar cerca de ti, pero sabe que es peligroso para los dos. Ahora, su fuerza es más negativa e incontrolable que nunca y tu escudo le produce un dolor tan violento que, si estuviera cerca de ti, no le permitiría pensar con claridad y se dejaría llevar por el instinto animal de protección,… por salvar su propia vida.

Se detuvo. Tomó fuerza y siguió.

— Y su instinto de protección le llevaría a terminar con ese dolor producido por tu escudo… hasta matarte —dijo con misterio en sus palabras.

— ¿Qué? —exclamé horrorizada.

Cerré los ojos en un intento de huir de aquella dolorosa verdad que significaba que Liam y yo estaríamos alejados durante un larguísimo tiempo, por nuestra propia supervivencia.

De repente, pensé que no podía ser.

— Pero, Amy. Yo, yo —tartamudeé—, tenía entendido que mi escudo me protege ante cualquier Daimón. Liam nunca podría matarme —pregunté.

Por un momento, pensé que había dado con la solución a todo esto. Y un halo de luz iluminó todo mi rostro, como una muestra externa de la ilusión repentina que brillaba en mis pensamientos. Me sentí esperanzada.

— Amy, tienes que decírselo. Dile que no tenga ningún miedo. No puede hacerme daño —exclamé ilusionada—. Dile que vuelva a mi lado y yo le ayudaré, estaré siempre con él —dije mientras sonreía.

Amy me miró apenada.

— Ningún Daimón en todo el universo podría matar a un Laerim. Pero aquí hay una situación que nunca antes se había producido. Y es que tú amas a un Daimón que ahora es altamente peligroso. Tu amor por él es tan grande que no podrías verle sufrir. De modo, que anularías a tu propio escudo dejándote llevar por una especie de hechizo venenoso que terminaría con tu vida. Y eso lo haría el nuevo veneno de serpiente adquirido por Liam —explicó.

Se detuvo y luego continuó.

— Sería el final para ambos, porque él no podría vivir ya sin ti y mucho menos con la culpa de haber sido quien terminase con tu propia vida. Sería algo tan terrible que Liam, que sabe todo esto, ha decidido alejarse de ti por un tiempo.

Comencé a respirar tan rápido que sentí que me mareaba.

Amy me abrazó y siguió hablándome.

— Lo hace para protegeros a ambos —dijo con ternura—. Confía en él, Aliva. Liam es muy fuerte —hablaba despacio y sonaba casi maternal—. No temas al tiempo. Tienes toda la eternidad por delante, ten paciencia. Ahora tiene que romper con la espiral de violencia y después esperar el tiempo suficiente hasta que ese veneno desaparezca definitivamente y para siempre de su organismo. Y eso no sabemos cuánto tiempo le llevará.

Después me miró con cariño, sonrió y acarició mi brazo, como una hermana mayor que apoya a su hermana pequeña en momentos difíciles.

Yo estaré aquí y prometo ayudarte. Pase lo que pase y sea cual sea la elección que hagas sobre cómo quieres seguir tu vida —sonrió con dulzura, una vez más.

Amy hacía que las cosas parecieran sencillas y posibles. Era un ser reconfortante. En aquellos momentos no podía pensar nada negativo sobre ella, por mucho que ella misma me decía que era una Daimón. Lo mismo ocurría con David y Ely, pero ellos no eran tan cercanos conmigo.

— No sé qué hacer ahora —confesé con desánimo.

— Ten paciencia y confía en él. Es lo que puedo decirte, Aliva —señaló.

Apreté los labios reconociendo que, al parecer, no había más remedio que esperar y confiar en él.

Me levanté, cogí mi mochila y le di las gracias a Amy.

Cuando salía por la puerta de su lujoso y luminoso despacho, pensé en Alan. Me di la vuelta y le pregunté a ella.

— Se me olvidaba algo importante, Amy —dije con cierta precipitación.

— ¿Qué? —preguntó arrugando la frente, mostrando su duda.

— Hay un chico, Alan. Ha empezado las clases con mi grupo de compañeros de la facultad. Él es un Laerim.

— Lo sé —afirmó.

Que Amy supiera tantas cosas sobre lo que me estaba pasando no es que me contrariase, pero me intrigaba. Y creo que ella, que sabía leer mi comunicación no verbal a la perfección, lo supo.

— No te preocupes. Poco a poco, tú también irás desarrollando la capacidad de saber qué cosas importantes pasan en las vidas de las personas a las que quieres. Es sólo una cuestión de tiempo —comentó en la puerta de su despacho.

— Ya —respondí, mordiéndome el labio.

Cada vez, sentía que me parecían más normales o más naturales estas cosas que me pasaban, pero todavía me sorprendía ante comentarios como éste.

No te preocupes. Alan es alguien que está aquí para protegerte. Su presencia sólo puede ser buena para ti y para Liam en unos momentos tan complicados como estos. Los círculos de Alan refuerzan los tuyos. Cuanto más cerca esté de ti, más segura estarás ante cualquier peligro —susurró para que nadie pudiera oír lo que me estaba diciendo.

Me quedé pensando en sus palabras sin responder.

Amy se puso seria antes de continuar.

— Cuando digo peligro, ahí está incluido Liam… sobre todo Liam, en estos momentos.

— Entendido —bajé la mirada para asimilar todo aquello—. Gracias, eres como una hermana, Amy.

— Cuídate, Aliva —se despidió.

Me fui inmersa en mis pensamientos y en la tristeza de mis sentimientos.

Desde el día en el despacho de Amy en DEAL NYC, el tiempo pasaba lentamente en mi vida. Continué con mi rutina de las clases y con la alegría que me producía compartir tantas cosas con mis amigos. En aquellos días, estuve mucho más cerca de ellos.

Alan se integró plenamente en el grupo. Para mí, su presencia era una fuente de paz y tranquilidad, porque sabía que sus círculos me protegerían. Y esta protección era una garantía para mí y para Liam, porque nos aseguraba el tiempo que era necesario para la recuperación de Liam.

Angie estaba completamente enamorada de Alan y él hacía que ese sentimiento arraigara en el corazón de ella, con una intensidad casi eterna. Es comprensible porque Alan es un ser celestial.

Hoy pienso que Alan sentía algo especial y diferente por Angie y, de no haber pertenecido a mundos tan distintos, probablemente se habría enamorado de ella. Cómo no hacerlo, si mi querida amiga era bella en todos los sentidos. Probablemente, llegó a enamorarse de ella. No lo sé.

Esta era la tónica general en la que transcurrieron los días siguientes en mi vida.