Capítulo 7

Los labios de Robert, se posaron suavemente en los de Bethany; luego, en un arrebato de pasión, la apretó fuertemente contra él y la besó, como solo otro hombre lo había hecho antes.

No existía nada ni nadie en el mundo, excepto el hombre que la estrechaba en sus brazos, que la ceñía contra su cuerpo vigoroso, que la besaba con pasión.

Después la besó con más suavidad. Su abrazo seguía siendo estrecho, casi doloroso. Pero luego se hizo más tranquilo y el joven aristócrata empezó a acariciarle la espalda, recorriendo la línea de la espina dorsal con la punta de los dedos y acariciando luego la curva de sus caderas.

Pronto, la chica sintió que las manos de Robert hurgaban entre sus cabellos, buscando los pasadores y peinetas que los sostenían en un moño. Los fue quitando uno por uno, hasta que la sedosa mata de oscuros cabellos cayó a su espalda. Mientras tanto la seguía besando, provocándole estremecimientos de placer, haciéndola temblar y arder.

Bethany lo deseaba desesperadamente. El tibio aliento de él, se mezclaba con el suyo. Sus cabellos se ensortijaban, entre los dedos masculinos. Las manos de Robert bajo el suéter, acariciaron lenta, sabiamente, la suave piel de su cintura, de su talle.

Cuando la tomó en brazos y la llevó hasta el sofá, la joven se estremeció.

Por largo tiempo, permaneció acostada sobre los cojines, mientras Robert besaba sus ojos cerrados, sus orejas, la larga línea tersa de su garganta.

La levantó y suavemente, empezó a despojarla de su suéter, ella se sometió como una niña somnolienta. Pero no estaba adormilada, sólo aturdida por los besos, embriagada de caricias.

La estrechó contra su hombro, jugueteando con sus cabellos.

—Tu piel huele a lilas y rosas —murmuró, con voz ronca—. Qué tersa eres… suave como terciopelo. ¡Oh, Dios! ¡Qué hermosa eres, Bethany!

La joven podía percibir el deseo en su voz, pero, como sus caricias eran gentiles, delicadas, no se alarmó. Él acomodó los cojines bajo su cabeza, con los ojos fijos en sus senos pequeños, pero firmes y redondos; se ruborizó, pero no hizo ningún intento, por recuperar su suéter del respaldó del sofá.

Robert, apresurado se desabotonó la camisa y se la sacó del cinto del pantalón. Un momento después, estaba desnudo hasta la cintura.

La volvió a levantar, para desabrochar diestramente el sostén por la espalda. Luego la breve prenda, fue a hacerle compañía a la camisa masculina y Robert apretó su pecho desnudo contra el de la joven.

Era maravilloso estar así, corazón contra corazón, piel sobre piel. Parecía lo más natural y hermoso del mundo.

Luego la volvió a depositar sobre los cojines y empezó a realizar hazañas maravillosas sobre ella, con sus manos y sus labios.

Bethany temblaba con deleite, ante las sensaciones arrebatadoras que la invadían en todo su ser, mientras él moldeaba sus senos con las manos y lograba con sabias caricias, que sus suaves pezones se endurecieran como pequeños capullos de rosa.

Vio que Robert tenía los ojos cerrados y que reposaba la cabeza, junto a uno de sus senos mientras jugueteaba con el otro, y ella sintió que se derretía por dentro.

Lo rodeó con los brazos, una mano merodeaba por sus cabellos, explorándole el cráneo y hundiendo los dedos en los ensortijados cabellos. La otra mano descubría por primera vez, la sensación de una poderosa espalda masculina.

Robert buscó la boca de la chica, para otro frenesí de besos. Parecía, que él estaba tan hambriento de amor como ella.

Sólo cuando se dio cuenta de que Robert le había desabrochado la falda, la joven sintió la primera punzada de temor.

Bajo la falda llevaba medias. Cuando Robert empezó a bajarle las mallas, ella lanzó un murmullo de protesta. Él no hizo caso, sino siguió besándola mientras sus dedos diestros tocaban levemente el vientre femenino, rodeando su ombligo, formando sensuales ondulaciones de uno a otro hueso de la cadera.

Cuando los dedos de Robert se deslizaron más abajo, la chica hizo acopio de su declinante fuerza de voluntad y trató de interrumpir el beso.

Por un segundo o dos, logró evadir su boca y decir jadeante:

—No… no, por favor, yo…

Pero el resto fue interrumpido por un nuevo beso y al mismo tiempo, el roce de los dedos masculinos en tal forma que una estremecedora oleada de éxtasis sacudió su cuerpo, dejándola a merced del seductor.

Cuando Robert al fin se dio cuenta de la desesperación, con que trataba la joven de zafarse del abrazo, dejó de besarla y se incorporó en el sofá.

—¿Qué ocurre?

Bethany trató de incorporarse en el sofá. Tomando su suéter para cubrirse, tartamudeó:

—N… no quiero hacer esto… Robert. N… no s… sé que me sucedió.

—Yo sé lo que nos pasó a los dos, querida. Y es demasiado tarde para detenernos, así que deja de jugar a la virgen asustada.

—Eso soy exactamente… una virgen. Nunca hice esto antes, ni tomo la píldora, ni… —se interrumpió, esquivando la mirada de Robert, sintiéndose avergonzada.

—Oh, no trates de engañarme, Bethany. ¿Qué hay de tu amigo italiano? No intentarás convencerme, de que no hubo más que algunos besitos entre ustedes, ¿verdad?

—El hombre a quien amaba, y qué todavía amo, me besó una sola vez. Eso fue todo lo que hubo entre nosotros. Hasta esta noche, había sido el único hombre que me había besado.

—Si respondiste a su beso como al mío, debió tener un enorme control de sí mismo, para detenerse después de él.

—No comprendes. Había una razón por la que era… incorrecto que me besara en absoluto —murmuró Bethany.

—Estaba casado, supongo. En cuyo caso no veo ninguna razón, para que le sigas guardando fidelidad, ¿no crees? Lo que debes hacer es olvidarlo y lo mejor para apagar una vieja llama, es encender una nueva. Lo que parecíamos hacer muy acertadamente, antes de que te dejaras llevar por el pánico.

—No me crees, ¿verdad? ¿Por qué deberías hacerlo, si te dejé llegar hasta aquí? —Sus ojos se llenaron de lágrimas de desazón—. ¿Era esto lo que intentabas desde el principio, Robert? Esperabas que, tarde o temprano, sucumbiría a tu poder de seducción como las demás, ¿verdad?

La miró por unos instantes, luego se puso bruscamente de pie. Tomó su camisa y el sostén, entregó éste a la joven y empezó a ponerse la camisa.

—Supongo que podré confiarte la tarea, de dar a tu madre alguna explicación de por qué no podré estar en Crammer para Navidad —comentó la joven.

—No seas tonta. Bethany. Por supuesto que debes ir. Con Cressida en Escocia, no podrás pasar la Navidad aquí… sola.

—No puedo ir —dijo ella tiesamente—. Nuestra «amistad», tal como existía, sucumbió… definitivamente. No quiero verte otra vez y no hay ninguna razón para que tú quieras verme de nuevo, ahora que no tengo la posibilidad de que me cuentes como una más en tu colección. Admito que casi lo lograste, aunque no volvería a suceder. No una segunda vez.

Con dos grandes zancadas, Robert abarcó la distancia que los separaba y con las manos aferrándola firmemente por los hombros, dijo:

—¿Eso crees? Te estás engañando. Tú deseabas lo que iba a suceder tanto como yo. Pienso que siempre lo anhelaste, como yo he querido hacerte el amor desde la primera vez que te vi. No sé qué te asustó de repente… a menos que estés diciendo la verdad y seas virgen. Sólo hay una manera de probar eso, pero siempre ha sido mi norma no ser nunca el primero en el terreno, de modo que tendré que creer en tu palabra. Pero no trates de negar que me deseaste, Bethany. O que, si te besara otra vez, no obtendría el mismo efecto que hace un momento. Será mejor que me vaya.

Empezó a moverse por la habitación, poniéndose su ropa y recogiendo los paquetes con que había llegado. Bethany lo observaba, en silencio.

Cuando Robert estaba a punto de salir, dijo en un tono de voz seco:

—No podré venir mañana a Londres, tengo cosas que hacer en Crammer. Estaré en contacto.

Bethany sabía que no lo decía con sinceridad. Era sólo una forma de terminar, en forma cortés la relación. No había nada más que hablar.

Después de que él se fue del apartamento, la chica se asomó a la ventana y esperó hasta que su alta figura apareciera en la calle, abajo.

Estaba segura de que nunca más lo vería. Súbitamente el futuro parecía tan sombrío, como al llegar por primera vez a Londres.

Robert se perdió de vista y Bethany se apartó de la ventana. Todavía tenía varios paquetes que envolver, uno de ellos un regalo de Navidad para James.

Hundiéndose en el sillón donde poco antes, él la estrechara en sus brazos rompió en llanto.

* * *

Despertó, confusa y desorientada, para encontrarse con Cressida que estaba inclinada hacia ella.

—Son las dos de la mañana… hora de que estuvieras bien arropadita en tu cama. ¿Cómo se te ocurrió dormirte aquí? —le preguntó su amiga.

—N… no sé.

—¡Bethany! ¿Estuviste llorando? —exclamó Cressida, preocupada—. ¿Qué ocurre? ¿Qué sucedió?

—Robert vino a cenar. Trató de… seducirme. Nosotros…, no nos veremos más.

Hubo un silencio mientras Cressida asimilaba esto. Luego comentó gentilmente:

—Ve a lavarte la cara y luego acuéstate. Prepararé una jarra de té y luego me contarás todo.

Bethany no estaba segura de que quería charlar con su amiga, sobre lo sucedido.

Si no se hubiera quedado dormida en el sofá, no tendría que hablar de ello. Cressida se habría ido a Escocia sin sospechar, que los arreglos para Navidad de su amiga se habían venido abajo, Al regresar otra vez al sur, Bethany habría tenido tiempo de recuperarse.

Como estaba la situación, Cressida se negaría a dejarla sola.

Estaba a punto de meterse en su cama, cuando la otra chica entró con una bandeja y tazas.

—¿Te divertiste en la fiesta? —preguntó Bethany.

—Mucho, aunque eso no importa ahora. Cuéntame que ha sucedido aquí. Creí que ibas a pasar una tranquila noche envolviendo regalos…, como yo debí haber hecho también.

Mientras Cressida servía el té, Bethany explicaba lo ocurrido en la primera parte de la velada, concluyendo:

—Sabía que la comida alcanzaría para tres y me pareció, que no te molestaría que se quedara aquí, hasta que el tránsito disminuyera para irse a Crammer.

—Claro que no —asintió Cressida—. Pero resultó que yo no estaba aquí y, no siendo el tipo de hombre que desperdicia una oportunidad inesperada, se lanzó de lleno, ¿eh? ¿Lo hizo con gran desenvoltura? ¿Es su técnica tan buena, como afirma su reputación?

—Fue muy difícil resistírsele.

—¿Te le… resististe?

—Al final… sí. Antes de que… la situación se saliera de control… fue mi culpa…, debí detenerlo antes… sin embargo me besó tan de repente y luego me volvió a besar y…

—En otras palabras, te gustó hasta cierto punto.

—Sí, sí… me agradó —tuvo que admitir Bethany—. Hasta que me di cuenta adonde conducía todo y que, en lo referente a él, yo era sólo otra… víctima de su poder de seducción.

—Y ¿en lo referente a ti? ¿Era sólo un hombre atractivo, que te hacía el amor de manera hábil y experta? ¿O significó más para ti? ¿Te diste cuenta de que lo amas?

—No… ¿Cómo podría amarlo?

—Muy fácilmente, si me lo preguntas. Tiene exactamente todo lo que hace encantador aun hombre. Apariencia… encanto… posición… cultura… dinero. Sin mencionar la fatal fascinación que le da su fama de libertino. Es una combinación que haría, a cualquier chica prendarse de él. Si no estás enamorada, ¿por qué te sientes tan perturbada por lo sucedido anoche?

—Supongo que es en parte, por la decepción de descubrir que todo el tiempo me estuvo acechando como a una presa y, en parte, al disgusto conmigo misma por no haberlo detenido antes.

—¿Hasta dónde lo dejaste llegar? Sabiendo lo anticuada que eres, para algunas cosas, supongo que para ti «demasiado», no significa lo mismo que para la mayoría de las chicas. Lamento que no hayas hecho caso de mi advertencia, sobre sus mañas mucho tiempo atrás, entonces podrías haber llevado todo a feliz término. No sé para quién te estás preservando inmaculada, cariño, si rechazas al encantador Robert, que constituye el mayor sueño de muchas chicas.

—Me estoy preservando para un hombre, que me quiera como a un ser humano, y no como un simple objeto sexual.

—Robert debe respetarte como ser humano, para haber esperado con tanta calma, como tú misma has dicho. Fue la paciencia en persona. Un hombre que sólo tuviera el sexo en mente, se habría ido hace mucho mucho tiempo. Creo que eres un poco puritana al decir que no volverás a verlo, sólo porque se propasó un poco. Cualquier chico con sangre en las venas, habría hecho lo mismo, dadas las circunstancias. Seguramente sabrías que algo por el estilo, tendría que suceder tarde o temprano. No hay nada más absurdo que una relación platónica, entre un hombre varonil y una chica atractiva Si tú creías que eso podía suceder, no estabas pensando muy claro.

—Lo sé. No necesitas decirme que fui una tonta. Hace tiempo que debí dejar de verlo, sin embargo no quería renunciar a los fines de semana en Crammer y a la amistad con su madre.

—Hablando de Crammer, ¿qué sucederá ahora respecto a Navidad? —preguntó Cressida—. Supongo que no habrás pensado en eso, ¿verdad?

—En lugar de ir a Crammer iré a… Italia —mintió Bethany—. David regresará pronto de sus viajes. Me llamó hoy y me comunicó que iba a celebrar la Navidad en su casa y que me esperaba. Así que no habrá problema.

—Nunca lo mencionaste, pero siempre he sospechado que en Italia hay alguien que te interesa. ¿Es cierto? ¿Es por eso que Robert no logró impresionarte como a otras chicas?

—¡Mira qué hora es! —exclamó Bethany, evasiva—. Debemos dormir. Tienes que levantarte en la madrugada, para tener todo listo.

—¿No te había dicho? Logré que me dieran el día libre mañana, así que tendré tiempo para hacer el equipaje y envolver los regalos. Sin embargo, entiendo el mensaje. No quieres hablar de lo sucedido en Italia. ¿Deseas una de mis pastillas para dormir? Son muy leves, ¿sabes?

—No me quedaré despierta… estoy exhausta. Gracias por el té y la simpatía.

—De nada. Buenas noches, querida.

* * *

Bethany pasó todo el día siguiente, tratando de ocultar su depresión ante los clientes, fingiendo un aire festivo. Se había despedido de Cressida esa mañana. El apartamento estaba a oscuras, al regresar del trabajo. Le hubiera gustado desconectar el teléfono y meterse en la cama enseguida. Sin embargo existía la posibilidad de que Robert llamara en cualquier momento, para comunicarle qué excusa se le había ocurrido para explicar la ausencia de la joven durante las celebraciones.

A las ocho, estaba tratando de interesarse en un programa de televisión, cuando escuchó el timbre de la puerta.

Pensando que podría ser alguno de sus vecinos, para invitarle una copa de jerez y pastel de frutas, se dirigió a abrir.

Para su sorpresa, era Robert quien estaba en el umbral.

—¿Puedo entrar?

Bethany se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Creí que… que no podrías venir a Londres hoy.

—Pensé que no sería posible, pero logré venir. Tenía que verte lo más pronto posible.

—Una llamada telefónica, te habría ahorrado venir hasta aquí.

—Hay cosas que debo decirte, que no pueden hablarse por teléfono.

—¿Le comunicaste a tu madre, que no asistiré a la celebración de Navidad?

—No, porque confío en que irás. Espero que sea una Navidad muy feliz para mi madre, porque por fin tendrá algo, o más bien alguien, que ha esperado con ansia por mucho tiempo. Una presunta nuera.

Bethany lo miró atónita. ¿De qué estaba hablando?

Robert le tomó las manos. Las de él estaban frías, por caminar sin guantes en una noche de invierno.

—Te estoy pidiendo que te cases conmigo. Fue solo anoche cuando conducía a casa, que me percaté de lo bien acoplados que estamos. Fui un tonto en no darme cuenta antes.

—¿Bien acoplados… tú y yo? —preguntó inexpresiva, Bethany.

—Veo que estás atónita. Es lógico después, de la forma en que me comporté anoche. Tenías razón, cuando me acusaste de tener una actitud censurable hacia las mujeres en general, y hacia ti en particular. Sin embargo, en honor a la justicia, debo agregar que es un comportamiento propiciado por las mujeres y chicas, que conocí en mi primera juventud.

Hizo una breve pausa, antes de proseguir.

—Incluso antes de que heredara la fortuna de mi bisabuela, cuando cumplí veintidós años, el hecho de ser hijo de un duque, parecía suficiente para complacerlas. Eres la primera chica en años, que no ha estado dispuesta a caer en mis manos como durazno maduro. Puede parecer presuntuoso, aunque fue el cinismo y no la presunción, lo que me hizo creer que incluso una chica tan hermosa y seria como tú, podría ser una…

—¿Una presa fácil? —sugirió ella.

—Exacto. De modo que el no tomar en serio a las mujeres, a la vez que aprovechar al máximo mis oportunidades, se ha convertido en un hábito en mí. Una mala maña, debo admitir, pero que la podrías disculpar si te pones en mi lugar. Y una vez que se establecen las costumbres, son difíciles de erradicar. Fue necesaria la dificultad de anoche, para darme cuenta de que me agradas por algo más que tu atractivo sexual.

—Hablaste de matrimonio y para eso no basta con gustarse, Robert. Hay que amarse. No estás enamorado de mí.

—Ni tú de mí. Sin embargo en el pasado, en otras culturas quizá más sabias, hubo muchos matrimonios felices, basados en algo más sólido que el «enamoramiento». ¿Puedes hablar en serio, al decir que piensas pasarte toda la vida soltera, sólo porque el hombre que amas ya está casado?

—N… nunca pensé en ello.

—Pues, medítalo ahora. ¿No preferirías vivir en el campo en lugar de Londres? ¿No preferirías tener una casa propia, con jardín, que compartir un apartamento? ¿No preferirías venir conmigo al Caribe el mes próximo, en lugar de pasar enero en Inglaterra?

Bethany sopesó las preguntas. La respuesta a las tres era afirmativa… pero…

—¿No te gustaría tener hijos? —porfío Robert.

—Sí. Me agradaría tenerlos.

—Yo debo tener hijos.

Todavía la tenía tomada de las manos. Bethany las apartó.

—Todavía no llegas a los treinta años. ¿No podrías esperar, a encontrar una mujer a la que ames y que te ame?

—Lo encuentro muy improbable. No creo en el amor y no puedo posponer el matrimonio, indefinidamente. Los últimos informes médicos sobre James, son pesimistas. Lo tranquilizaría, al igual que a mi padre, el saber que la sucesión está asegurada, al menos por una generación más. Mis padres te aprecian mucho. Estarían encantados, si les digo que te propuse matrimonio y aceptaste.

Casi como si pudiera adivinar sus pensamientos, Robert comentó:

—Si no nos atrajéramos, ni lo sugeriría. Pero no hay nada malo en nuestra química… lo probamos anoche —hubo un brillo pícaro en sus ojos—. Creo que no te parecería insoportable darme un bebé, ¿verdad?

—¿Nunca te has enamorado de nadie?

Robert negó con la cabeza.

—Entonces no conoces la agonía que sufrirías, si encontraras a tu pareja ideal, y fuera demasiado tarde porque estabas casado conmigo.

—No creo que dos personas que están a gusto en su matrimonio, corran mucho riesgo de enamorarse de otra persona —fue su réplica—. Cuando las personas casadas se enamoran por fuera, es porque buscan una relación que satisfaga alguna deficiencia, usualmente sexual, en su pareja, ¿no crees?

—Quizá.

—Es más probable que, si nos proponemos hacernos felices el uno al otro, a la larga podríamos hallar algo muy parecido a la tradicional unión por amor, o quizá algo mejor, más racional, más humano —prosiguió él—. Yo estoy dispuesto a intentarlo, si tú también lo deseas.

—Debes darme tiempo para pensarlo.

—Por supuesto. Todo el tiempo que quieras. Lamento haberme portado, como una bestia contigo anoche. Cuando decidiste poner punto final a la situación, ya nos habíamos encendido bastante y eso me dejó muy frustrado y de mal humor. Claro que eso no justifica, que la haya tomado contra ti. Yo empecé todo. No tú.

—También fue culpa mía. Debí ponerte un alto desde el principio.

—Si anoche fue apenas la segunda vez que te han besado en toda tu vida, tienes mucho que recuperar. Me explico, que te hayas dejado llevar un poco por la pasión.

—Más que un poco —murmuró la joven, ruborizándose.

—Nunca conocí a una virgen antes. Creí que era una especie extinta.

—¿Me crees ahora?

—Sí. Sé que muchas mujeres pueden derramar lágrimas a la orden y la mayoría, sabe actuar muy bien. Pero me imagino que es imposible, fingir el rubor o provocarlo a voluntad.

* * *

Cuando él, sus padres y su hermano, volaron a las Antillas para sus vacaciones anuales de invierno, quizá la última que James compartiría con ellos si su condición seguía empeorando, Bethany todavía estaba indecisa respecto a aceptar su inusitada propuesta.

La chica se alegraba de tener tres semanas, para reflexionar bien las cosas.

Cressida le dijo que estaba loca por titubear. Pero Cressy, no conocía la peculiaridad del matrimonio que había propuesto Robert.

Mientras él estaba en el extranjero, Bethany se encontró con su madrastra en Harrods. Para entonces, más de un columnista de chismes de sociedad, había vinculado el nombre de Bethany con el de Robert y especulaba, si él había encontrado por fin a su pareja y era la hermosa hijastra de Lady Castle.

La actitud de Margaret al encontrarse a Bethany, fue muy afectuosa.

—¡Bethany, apenas te reconocí! Te has convertido en una joven muy atractiva y bien vestida —fue su saludo, cuando se encontró con su hijastra en la sección de mercería.

Como no pudo hallar una excusa adecuada, la joven tuvo que aceptar tomar una copa en el Hyde Park Hotel, no lejos de Harrods.

—Me alegra habernos encontrado. Siempre lamenté que nos lleváramos tan mal, cuando eras más joven —admitió la mujer, al sentarse en un apartado rincón del bar del hotel—. Estaba celosa de ti.

—¿Celosa? ¿Por qué? —preguntó Bethany, asombrada—. Papá y yo nunca fuimos muy allegados. No tenías nada de qué estar celosa.

—En realidad, estaba celosa de tu madre. Sabía que la amó con locura y que ella en cambio, lo hizo muy desdichado. Yo hice lo posible porque fuera feliz, pero él nunca olvidó a tu madre, ni el dolor que le causó. Eres muy parecida a ella y temo que permití que, gran parte de la antipatía que sentí por su persona, se transfiriera en ti.

—Cuando dices que lo hizo infeliz, lo haces parecer como si lo hubiese hecho a propósito. No pudo evitar enfermarse y dejarlo viudo, con una niña pequeña a quien cuidar.

—No fue eso lo que le causó tanto sufrimiento. Fue mucho antes de su enfermedad. Habían estado casados menos de un año cuando él descubrió que no lo quería. Solo… sólo le agradó la idea de convertirse en Lady Castle. Posteriormente, le fue infiel. Esto no es sólo un rumor, te aseguro; John mismo, me contó la verdad sobre su primer matrimonio. Pero el saber que era egoísta y amoral, no bastó para romper el hechizo que ejercía sobre él. Mirándote, puedo entenderlo. Eres extraordinariamente bella. No me extraña, que Lord Robert esté enamorado de ti. ¿Te casarás con él?

—No está enamorado de mí. Quiero decir… sólo somos amigos, el resto es pura especulación de los chismosos.

—Sería un magnífico partido para ti.

—Al contrario de mi madre, si es cierto lo que dices de ella, no me interesa ascender en sociedad. ¿Por qué no me quería papá? ¿Sólo porque era hija de mi madre? También lo era de él.

—No era muy amante de los niños, incluso con Julia y Susan. Deseaba un hijo, no tres hijas. De cualquier manera, eso ya es historia antigua y espero que estés dispuesta a olvidarla, Bethany. Sí decides casarte con Lord Robert, su familia preferiría que las diferencias pasadas en nuestra familia, permanecieran sin publicar.

Robert apenas había estado fuera dos de las tres semanas de vacaciones, cuando Bethany tuvo la sorpresa de escuchar su voz por teléfono. No estaba en Mustíque sino en Norteamérica.

—¿Qué haces allá? —preguntó la joven.

—La holganza terminó más pronto este año y he tenido que regresar antes de lo previsto a casa, vía Nueva York. Quizá tuve la premonición de que aquí había algo que me interesaría… y a ti.

—¿Qué quieres decir?

—Debes controlar tu curiosidad, hasta que regrese pasado mañana. Le informó a qué hora debía esperarlo y colgó, dejando a Bethany preguntándose qué habría querido decir con su comentario.

Logró que le dieran permiso en la tienda, de ir a recibirlo al aeropuerto.

—¡Bethany… que sorpresa tan agradable! —exclamó él, al verla.

La abrazó afectuoso, aunque no la besó.

—Estoy muriéndome de curiosidad por saber, qué encontraste en Nueva York que pueda interesarme tanto como a ti —admitió la chica.

—Tan pronto como lleguemos al apartamento, te lo mostraré —prometió él.

Su equipaje incluía varios paquetes rectangulares, planos que, más tarde, Bethany supo eran cuadros. Se trataba de bocetos y retratos de ella. Robert los había comprado en las Galerías Kennedy de Nueva York.

—Uno o dos, ya se habían vendido cuando llegué allí —le informó—. No hay mucho que pueda hacer al respecto; pedí a los dueños de la galería que me mantuvieran informado, por si vuelven a ponerse a la venta. No quiero que haya retratos de mi esposa, colgados en la sala de otros hombres. Tampoco los colgaré en nuestros muros, si son un recordatorio doloroso de otros tiempos —prosiguió el joven lord, en tono más apacible—. Pueden quedarse en los archivos familiares, para que los admiren nuestros descendientes.

—¿Qué quieres decir… con «recuerdo doloroso de otros tiempos»?

¿Podía percatarse él, con sólo mirar los cuadros, que David la amó?

—Habrás notado que no están firmados. La galería estaba bajo orden estricta, de venderlos como retratos de joven desconocida, por artista anónimo. Sin embargo, me pareció claro que si no eran obras de tu tío, los había pintado alguien muy influido por su estilo. Sospecho que los hizo alguien que lo conoció, tal vez su alumno. Supongo también, que los pintó el hombre que se enamoró de ti. ¿Me equivoco?

—Sí… sí, así es —respondió—. Es extraño verlos otra vez…, después de tanto tiempo; apenas puedo reconocerme en esa muchacha morena de largos cabellos.

—Me gusta tu pelo suelto. Este moño complicado, es demasiado anticuado para ti. Me gusta cuando te sueltas el pelo…, en todos sentidos.

Antes de alzar la mirada hacia él, Bethany supuso que lo hallaría mirándola, con esa mirada que le recordaba a Lorenzo de Médicis; sus negros ojos brillaron y su boca se curvó en una semi sonrisa.

—Espero que no hayas gastado mucho dinero en estos cuadros, Robert —dijo preocupada—. Será un derroche si no nos casamos. Todavía no me decido.

—Ya te decidirás. No hay prisa.

Más tarde, al encontrarse sola, Bethany se preguntó qué habría impulsado a David, a vender los retratos. Quizá existía alguien más en su vida y no quería tener su estudio, lleno con cuadros de su sobrina.

Aunque Robert creía que los cuadros estaban sin firma, ella sabía que en un principio, llevaban la de David.

Su primer boceto de ella, el dibujo a sepia terminado en media hora en la Villa Belvedere, llevaba la anotación; Bethany… dieciséis entrando a diecisiete.

Antes de envolverlos y enviarlos para su venta en Estados Unidos, donde estaría seguro de que nadie reconocería a la modelo, debió borrarles la firma.

La siguiente vez, que la joven fue a Crammer a pasar un fin de semana, el duque y la duquesa estaban bronceados después de sus vacaciones.

El domingo por la mañana, mientras Robert iba a misa con sus padres, Bethany se quedó con el hermano de éste.

—Ojalá libraras a Robert de su desdicha, Bethany.

Cuando ella volvió el azorado rostro hacia él, agregó:

—Me comunicó que te propuso matrimonio, aunque no ha logrado que lo aceptes. Después de haber sido un verdadero rompecorazones, creo que hay cierta justicia en que la chica de su elección, lo tenga mordiéndose las uñas, por decirlo así, mientras se decide. Sin embargo espero, que finalmente, lo aceptes. Todos pensamos que forman una pareja estupenda.

—Todavía no cumplo veinte años. James. No creo ser inmadura para mi edad, aunque pienso que soy demasiado joven, para aceptar un compromiso de toda la vida.

—Es verdad; en especial un compromiso, que te obligará a tomar sobre ti las responsabilidades de mi madre. Gran parte del tiempo lo dedica a realizar actividades que no le gustan, mas las considera su deber.

—Esto les sucede a la mayoría de las mujeres.

—Tienes razón. Entonces, no es eso lo que te hace dudar.

La joven negó con la cabeza.

—Robert dice que no estás locamente enamorada de él y eso le preocupa —prosiguió el inválido—. Hablando como un mero observador, creo que el amor romántico está pasado de moda y no es base indispensable para un buen matrimonio. La simpatía y la risa es el cimiento de la mayoría de los matrimonios acertados. Lo principal para la dicha marital, es contar con alguien con quien siempre tendremos algo de qué charlar y por lo que reír. Si observas a mis padres, y otras parejas felices, lo que te llama la atención es su amistad, su camaradería. Como decía Oscar Wilde, nuestro enorme filósofo, poeta y humorista, la única diferencia entre una pasión eterna y un capricho pasajero, es que el capricho pasajero suele durar más tiempo. Lo que une a las parejas es la simpatía, más que la pasión. El sentido del humor, es el vínculo más firme.

Fue un comentario que, en las semanas que siguieron, hizo percatarse a Bethany, de la frecuencia con que Robert la hacía reír.

Durante este tiempo, nunca la presionó para que tomara una decisión, ni la cortejó ardientemente, en el sentido físico.

Un fin de semana, que la habían invitado de nuevo al castillo, ella y Robert fueron de compras al pueblo más cercano. Caminaban, cuando un auto atropello a Archie, la mascota del muchacho.

El animal estaba mal herido. De cualquier manera, fue un impacto terrible cuando, después de examinar al perro, el veterinario, dijo:

—Podríamos tratar de curarlo, pero será un proceso largo y tormentoso, Creo que sería más piadoso, proporcionarle una muerte indolora.

—Ve a esperar en el vestíbulo, Bethany —le pidió Robert.

Ella obedeció, muy acongojada. Se había encariñado con Archie.

Cuando inyectaron a la mascota y Robert salió del consultorio, bastante deprimido, Bethany lo tomó del brazo y se lo apretó con afecto y simpatía. Con los ojos cuajados de llanto, exclamó:

—¡Robert! ¡Oh, Robert!

Poco después, estaban uno en brazos del otro y Robert la estrechaba, con todo el dolor que puede sentir un inglés, cuando pierde a su mascota.

En ese momento, al compartir la pena por la pérdida del querido animal, que fue el fiel compañero por mucho tiempo, Bethany comprendió que aun si ella y Robert nunca sentían uno por el otro, ese amor que mueve el sol y las estrellas, quizá la afinidad entre ambos bastaría, para construir un matrimonio sólido y apacible.