INTRODUCCIÓN

Cuando Hugo Gernsback fundó su primera revista de ciencia ficción, en 1926, sostenía una idea que, vista con la perspectiva del tiempo, parece extraña: pensaba que la misión de la ciencia ficción consistía en enseñar ciencias.

Gernsback era por entonces director de publicaciones periódicas sobre ciencia popularizada, del género de Science and Invention, en las cuales solía publicar narraciones que intentaban representar el futuro desarrollo científico. Sus lectores acogieron dichos cuentos con gran entusiasmo; tanto que Gernsback concibió la idea de dar vida a una revista enteramente dedicada a la scientifiction, como él llamaba a sus temas. De este modo nació Amazing Stories (Narraciones asombrosas). Contenía historias de supermáquinas y de exploraciones de otros planetas, generosamente intercaladas por disquisiciones científicas. Las llamadas al pie de página, llenas de citas, abundaban.

Amazing Stories pronto se transformó en un éxito comercial. Pero no a causa de las razones que guiaban a Gernsback sino porque era única: al ver la luz otras revistas que crearon una competencia dando más importancia al puro entretenimiento que a la divulgación científica, la de Gernsback vio disminuir sus ventas, hasta el punto que tuvo que abandonar el campo por él descubierto, vendiendo sus publicaciones a editoriales que explotaban la literatura de aventuras. Su concepto de la ciencia ficción como sermón científico al que se aplica un baño de azúcar para hacerlo atrayente llegó a conocerse como «el engaño Gernsback».

En las décadas transcurridas desde la época de Gensback, los escritores de ciencia ficción han cambiado la índole de sus interpolaciones, abandonando lo referente a las ciencias «duras», como la astronomía, la física y la genética, en beneficio de las «blandas», como la sociología y la psicología. En los últimos años también el mito y el misticismo han servido como campos de investigación para las narraciones de este género. Durante el mismo período se nota una expansión hacia los apuntes sobre carácter, talante y sátira social, que han robado parte del terreno a la aventura y a la acción puras.

A Gernsback le resultaría difícil reconocer la ciencia ficción actual, aunque hay que decir que curiosamente algo del «engaño Gernsback» ha permanecido, desafiando todos los cambios y que ese algo parece prevalecer de nuevo. Se trata de la creencia de que la ciencia ficción ha de estar atenta a las preocupaciones del mundo de hoy. Las publicaciones periódicas y las antologías que contienen cuentos de este género publicadas en 1974, están cargadas de reflexiones que toman nota de problemas como el futuro de la crisis energética, la ecología, el papel de los conflictos sexuales y otros temas derivados de los titulares de los periódicos.

Se diría que muchos escritores miran de nuevo a la ciencia ficción como un medio de «enseñar» ciertas nociones a la gente; sólo que ahora, en vez de sermonearnos sobre física y biología quieren que nos estemos quietecitos mientras nos hablan amablemente de sociología y ecología.

Cierta escritora de ciencia ficción confesó no hace mucho que la narración que había escrito sobre el despojo sufrido por los recursos naturales de la tierra, no pareció conveniente a ninguno de los editores especializados porque era preciso esperar, según ellos, a que la ecología se transformase en una preocupación extendida a nivel popular. Una de las revistas más leídas en este campo, Galaxy, incluso prescindió del subtítulo: «Lo mejor en materia de ciencia ficción aplicable al presente», por considerarlo prematuro.

Por cierto que siempre hemos mantenido cierta tendencia a meter algo de didactismo en las narraciones de ciencia ficción. En los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos hervía de gente que decía: «América antes que nada» y se negaba a participar en guerras extranjeras, los cuentos de ciencia ficción que predicaban la futilidad de la guerra eran numerosísimos; pero en cuanto Norteamérica entró en el conflicto, los que pintaban a Hitler y a Tojo como agentes del mayor de los males llenaron todas las revistas dedicadas a cultivar nuestra especialidad. Tras la bomba de Hiroshima, la ciencia ficción se vio literalmente inundada de colaboraciones que describían las horrendas mutaciones producidas por la radiación atómica. Del mismo modo vigente el macarthismo, salió a la luz The Pedestrian (El peatón) y otros libros parecidos, que advertían sobre la pasividad policial. Y cuando el racismo surgió como el problema número uno del país, Bradbury y los demás se hicieron presentes con libros de la índole de Way in the middle of the Air (Un camino en medio del aire).

Muchos de esos trabajos oportunistas eran en realidad excelentes y es indudable que el tema de «Si esto sigue así…» es fuente fundamental de las ideas en materia de ciencia ficción, como hace ya más de treinta años se encargó de puntualizar Robert Heinlein; pero sucede que la propia excelencia de los libros de Bradbury ha proporcionado, irónicamente, poco favor a la ciencia ficción al llevar a «críticos respetables», como Kingsley Amis, a concluir que la mejor función que la literatura futurística podía cumplir consistía en comentar el mundo de hoy a través de la perspectiva del porvenir. Por lo demás, el reciente crecimiento del criticismo académico relacionado con la ciencia ficción ha producido un énfasis desproporcionado sobre la «relevancia» de ésta en el mundo actual.

Nociones de esa especie son propias de personas cuyo interés por la ciencia ficción es más bien epidérmico y cuyas nociones en tal materia son elementales. Los «críticos respetables» no deben sus reputaciones al hecho de prestar atento cuidado a las visiones del tiempo elástico de un Cordwainer Smith o a la elegante decadencia de los mundos futuros de un Jack Vance.

Pero los escritores especializados en ciencia ficción (y los lectores que la prefieren a cualquier otra clase de literatura) han de comprender que el verdadero valor de una narración no proviene de una favorable comparación con los escritos de James Joyce o John Dos Passos. Si algún mérito tiene la ciencia ficción, éste radica en que ha de saber tocar resortes que no pueden o no deben tocarse en otros géneros de ficción.

El hecho real es que la verdadera fuerza de la ciencia ficción se halla en su capacidad de ver «más allá» del presente; en su éxito al lograr un olvido de las preocupaciones de este momento, para considerar las reglas de los accidentes históricos que nos han hecho llegar al punto donde estamos y las posibilidades prácticamente ilimitadas que ofrece el futuro. La idea de que una «visión desde el mañana» ha de ser enfocada sobre el día de hoy no sólo es tonta: ha llevado a una miopía creciente en lo que concierne a la ciencia ficción. Cada vez más, las narraciones se han limitado a proyectar luces de poco alcance sobre problemas como la superpoblación o la extinción de ciertas especies animales, relegando preguntas fascinantes sobre la humanidad en el siglo veintiuno, o treinta o cien.

Muy pocos editores (tal vez ninguno) se sienten a gusto en aquella vía. Leen cartas de lectores que les llegan cada día y estimulan a los escritores para que dejen atrás las tímidas referencias a lo cotidiano para aventurarse más allá, es decir, que miren al futuro y no que se refieran al presente.

Afortunadamente, las modas pasan pronto y es de esperar que esas referencias al presente disminuyan con rapidez. Los lectores de ciencia ficción son inteligentes y no necesitan lecciones sobre lo que es obvio para cualquiera. Y los escritores de este género literario tampoco son tontos. Los mejores de ellos ya han percibido que el lector tiene razón. Los que no son tan buenos pronto caerán asimismo en la cuenta, en especial cuando adviertan que sus rápidamente concebidas narraciones sobre la violencia urbana o sobre los reyes del petróleo árabe son despejadas a un lado por los editores en favor de otras que enfocan de frente el verdadero tema de la ciencia ficción: las cosas que nosotros no conocemos.

Los cuentos incluidos en esta antología de las mejores narraciones cortas de ciencia ficción publicadas en los Estados Unidos en 1974, acaso incluyan lecciones, pertinentes o impertinentes, sobre la condición humana hoy en día. Eso es debido a que no es ese aspecto el que he tenido en cuenta al practicar la selección. Si el lector encuentra, como yo, que las narraciones le entretienen, llevándole a pensar en cosas de las que el periódico no se ocupa, se habrá cumplido el fin que nos ha guiado.

TERRY CARR

Enero de 1975