Capítulo 15
Dex miró los labios de Alyson, y sus ojos, que recorrían su rostro buscando respuestas. Parecía que estaba segura de sí misma, segura del ofrecimiento que le había hecho. Pero él sabía que, en el fondo, estaba tan insegura como él.
—¿Dex? —su voz temblorosa no fue más que un susurro, y se quedó en el aire, entre ellos dos.
Él le pasó la yema del dedo por la mejilla. Era suave, vulnerable. Y, al mismo tiempo, fuerte como el hierro.
Dios, la deseaba.
Aquella fantasía no podía durar. Él lo sabía. Ni para Alyson ni para él mismo. Pero quizá aquella noche no importara, y pudieran ser felices viviendo aquella fantasía.
—Quiero hacerte el amor, Alyson. Lo he deseado durante mucho tiempo.
Una sonrisa se extendió en los labios de Alyson. Labios que él quería acariciar, besar, reclamar. Quería perderse en aquel sueño.
Le tomó la cara entre las manos y enterró los dedos en su pelo. Tenía la piel como el satén, y el pelo más suave y sedoso aún que en sus recuerdos.
Alyson cerró los ojos, y separó los labios para que la besara.
Él bajó la cabeza y la inclinó para adaptarse a ella. El primer roce de sus labios le robó el aliento, y el segundo le abrasó el alma.
Alyson lo abrazó por los hombros, acercándolo a ella, más fuerte. Él penetró en su boca, haciendo el beso más profundo, más duro, más exigente, como la necesidad que latía en su interior. Y ella le respondió con la misma ferocidad. Parecía que no podía conseguir lo suficiente de él.
Dex recordó lo frágil que parecía. Y, sin embargo, no lo era. Ella deseaba aquello tanto como él, lo necesitaba. Y saber aquello le encendió la sangre más allá de la razón.
Él deslizó las manos por su pelo, por sus hombros, y después sus dedos encontraron los botones de la blusa. Uno a uno, los desabrochó, y después descubrió la piel de seda que había bajo la tela. Sin liberar sus labios, le deslizó la camisa por los hombros y la dejó caer al suelo.
Ella se estremeció, y él le acarició los brazos.
—¿Tienes frío? —le preguntó entre besos.
—No. Sólo quiero que te acerques a mí. Necesito que te pegues a mí. Quiero sentir tu piel en la mía —respondió.
Él se desabrochó la camisa rápidamente y la atrajo hacia su pecho desnudo. La rodeó con los brazos y le desabrochó el sujetador, liberando sus pechos para sentir su peso apretándole el torso y el calor de su piel quemándolo.
Entonces interrumpió los besos.
—Quiero mirarte. Quiero recordarlo todo de ti y de esta noche —dijo, y dio un paso hacia atrás.
A la suave luz que entraba a la habitación desde el pasillo, él recorrió su piel blanca con la mirada. Sus pechos eran bellísimos, más llenos y maduros que antes, hinchados por alimentar a su hijo. Al hijo que habían concebido juntos.
—Eres tan preciosa... como un sueño —susurró, y la acercó a él para cubrir con sus manos los suaves montículos, tomando su abundancia. Los pezones también estaban más grandes, y se le ofrecían como si le estuvieran pidiendo que los tomara en su boca.
Y él no pudo resistirse. Se inclinó y suavemente le besó un pezón. Ella gimió y se arqueó hacia atrás. Entonces él le tomó el otro pecho en la mano, sujetándoselo y acariciándoselo. Cerró los labios sobre el otro pezón, jugueteando con la lengua mientras succionaba.
La dulzura de su sabor y su esencia le llenó la boca. Mientras él la acariciaba con la lengua y los labios, ella le quitó la camisa, y Dex sintió el aire fresco en la piel, haciendo que el calor que ella desprendía fuera más intenso, más delicioso, más seductor. Ella le acarició la espalda y el estómago, alimentando su deseo. Un deseo que llevaba mucho tiempo conteniendo.
Entonces, Dex levantó la cabeza y atrapó sus labios. Ella abrió la boca y él la penetró con la lengua, con fiereza. Ella sentía un hambre igual. Tiró suavemente de él y lo llevó hacia el sofá, dejándose caer suavemente de espaldas, con el cuerpo de Dex sobre el suyo.
Él quería estar aún más cerca, acariciarla por completo, tenerla por completo. Le quitó la falda rápidamente, y ella lo ayudó, bajándose las medias, abriendo las piernas para él. Dex deslizó la mano entre sus muslos, y se la encontró cálida y húmeda, ansiosa por él. La acarició con delicadeza al principio, y después cada vez con más intensidad, hasta que ella se arqueó hacia atrás y se apretó contra él, y se le escapó un gemido de entre los labios.
Alyson le desabrochó el cinturón y le bajó la cremallera de los pantalones. Deslizó la mano hacia dentro y lo tomó con los dedos, suavemente. Él ya estaba muy excitado antes de sentir aquel roce, pero al sentir aquellas caricias, pensó que explotaría. Quería enterrarse en ella, perderse en su calor, en su amor, en aquel sueño.
Entonces, rápidamente, apartó la mano de Alyson y le quitó las medias por completo. Después se liberó de sus pantalones y ella, con un movimiento ágil, hizo que él se diera la vuelta en el sofá para ponerse a horcajadas sobre él, atrapándolo con su cuerpo.
Él empujó con fuerza para hundirse en ella, y sus jadeos se entremezclaron. Alyson se agarró a sus hombros y le acercó los pechos a la cara. Él la sostuvo muy cerca, lamiéndola, devorando sus pezones.
Ella se arqueó hacia atrás. Le apretó los labios en la frente y le pasó los dedos entre el pelo.
—Dex...
El nombre sonó primitivo, lleno de deseo, de necesidad.
Y su deseo respondió, después de estar tanto tiempo reprimido.
La agarró por las caderas y se hundió cada vez más en ella, con cada embestida, hasta que se derritieron el uno en el otro y no supieron dónde terminaban sus cuerpos.
A ella se le escapó un sonido, un suave murmullo de la garganta. Tenía la respiración entrecortada. Se agarró con fuerza a sus hombros, hundiéndole los dedos en la carne.
Él entró una y otra vez en ella, deslizándose en su suavidad, hasta que el cuerpo de Alyson se convulsionó en un abrazo íntimo. Y él sintió que su cuerpo respondía. Se derramó en ella, se liberó de todos sus juicios y sus miedos. Y ella lo aceptó todo, sin objeciones, y no le devolvió otra cosa que amor.
Amor.
Y él también la quería. Siempre la había querido.
Incluso durante aquellos largos meses en los que habían estado separados. Incluso cuando estaba furioso por la elección que ella había hecho. Incluso cuando el futuro era tan incierto. La quería. Ella era su fantasía, su sueño.
Y, más que nada en el mundo, quería perderse en aquel sueño y no despertarse jamás.
Alyson se acurrucó entre los brazos de Dex, con la espalda apoyada en su pecho. El sol entraba por la ventana, casi tan brillante como el calor que ella sentía por dentro. Después de hacer el amor la primera vez, habían ido a ver a Patrick, y después se habían retirado a su habitación con la intención de descansar. Pero cuando estuvieron acostados, se dieron cuenta de que lo último que querían era dormir.
Ella sonrió. Hacía mucho tiempo que Dex no la había acariciado, y que ella no se sentía tan viva, tan saciada, tan amada. Hacía demasiado tiempo desde que no había sentido nada más que soledad. Pero, aquella noche, todo aquello había terminado. Se habían terminado los juicios, la soledad y el dolor, y sólo habían quedado ellos dos.
Y su amor.
Era como Alyson siempre había deseado. Se acurrucó más contra él para sentir más aún su calor.
—Buenos días.
Ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos, tan azules.
—No sabía que estabas despierto. ¿Por qué no me has dicho algo?
Él tenía el pelo revuelto, y parecía un muchacho feliz. Era muy diferente de los días anteriores, y de los años anteriores.
—Estaba disfrutando de verte dormir.
—No quiero oír ni una palabra de mis ronquidos.
El sonrió, con los ojos tan brillantes como los rayos del sol.
—No te preocupes, no voy a acusarte de nada. Aunque ronques eres muy mona —le dijo él, y después le puso la mano sobre la mejilla para atraer su cara y besarla.
Aquel beso fue cálido, dulce, generoso. Ella se apretó contra su piel desnuda, y sintió su erección contra el muslo. Entonces, Dex interrumpió el beso y la miró a los ojos.
—Será mejor que tengas cuidado, o nunca saldremos de esta cama.
—Eso me parece muy bien, pero desgraciadamente, no hay peligro de que ocurra.
—Me infravaloras.
—No. Eres tú el que infravaloras a tu hijo. Se va a despertar en cualquier momento —dijo, y miró hacia el pasillo, en dirección a la habitación de Patrick. Después le lanzó a Dex una sonrisa burlona—. ¿Desilusionado?
—Un poco. Pero tengo muchas ganas de verlo.
En aquel preciso instante, el intercomunicador del bebé les transmitió un suave gritito.
—Parece que vas a tener suerte —dijo Alyson. Apartó las sábanas y salió de la cama. Desnuda bajo la mirada de Dex, fue hacia el baño, tomó la bata y se la puso para ir en busca de Patrick.
—Censora.
Ella sonrió.
—Si te quedas dónde estás, quizá puedas echar otro vistazo.
En los interminables meses que Dex y ella habían pasado separados, ella no había perdido la esperanza de que algún día pudieran estar juntos de aquella forma, como lo habían estado aquella noche. Sin juicios, sin amargura, sólo con amor entre ellos. Y sus esperanzas se habían hecho realidad. Sólo tenía que mirar a Dex a los ojos para saber que ya no estaba sola. Y con Patrick a su lado, sano y salvo, estarían juntos, serían una familia.
Cuando entró en la habitación, Patrick dejó escapar un gritito. Se dio la vuelta, se tumbó sobre el estómago y levantó la cabeza del colchón para mirar a través de los barrotes de la cuna.
—Buenos días, cariño —ella se acercó y lo tomó en brazos. Abrazó su pequeño cuerpecito y lo besó en la cabeza, aspirando su dulce olor de bebé. Después de lavarlo y cambiarlo, le sonrió—. ¿Quieres ver a papá? Él tiene muchas ganas de verte.
Entonces, Patrick frunció el ceño y soltó un quejido.
—Sí, puedes desayunar, también. No te preocupes.
Lo llevó por el pasillo hasta el dormitorio, donde Dex estaba esperando, apoyado en el cabecero de la cama. La suave luz de la mañana se filtraba por las cortinas y le iluminaba el pecho y la cara. Tenía la sábana por la cintura, y sonreía.
—Aquí está el hombrecito —le dijo Alyson, y posó a Patrick con suavidad sobre el pecho de su padre. Después rodeó la cama y se tumbó a su lado.
Dex sostuvo a Patrick, mirándolo como si nunca hubiera visto nada tan increíble en su vida. Patrick volvió a fruncir el ceño y dejó escapar una protesta. Entonces, Dex miró a Alyson, con una expresión de consternación.
—Es cierto que se parece a mí, ¿verdad? Cuando estoy de mal humor.
Ella se rió.
—No está de mal humor. Lo que pasa es que tiene hambre —tomó a Patrick en brazos y se abrió la bata. Después se acercó al niño al pecho y Patrick comenzó a comer con voracidad. No se había olvidado de cómo hacerlo, igual que no se había olvidado de su madre.
Dex le puso el brazo sobre los hombros a Alyson y la acercó a él mientras Patrick mamaba.
Ella apoyó la cabeza contra su hombro. Se había mentido a sí misma la noche anterior. Y le había mentido a Dex. Le había dicho que se contentaría con cualquier cosa que le diera, aunque sólo fuera una noche, una semana, una hora. Sin embargo, sabía que nunca sería feliz con algo menos de lo que tenía en aquel momento, sin lo que veía en sus ojos azules, sin lo que sentía en su propio corazón.
Lo miró. Él tenía la atención fija en la ventana, como si estuviera muy lejos de allí.
—Dime lo que estás pensando.
Él sonrió ligeramente.
—Estaba pensando en que esto es un sueño. Un sueño del que no quiero despertar.
Ella sintió un escalofrío en la espalda. La noche anterior él le había explicado la diferencia en lo que quería creer con respecto a su padre, y la realidad.
—Lo que tenemos ahora no es un sueño, Dex. Es real.
Él le acarició la frente con un dedo y le apartó los mechones de pelo que tenía por la cara.
—Es igual de bueno que un sueño. No sabía que podía ser tan bueno.
—¿Pero?
Él se quedó serio, pensativo.
—Pero nada. Te quiero.
Alyson sintió un dolor familiar en el pecho. Quizá sólo fuera su imaginación. Dex estaba con ella y con Patrick. Acababa de decirle que la quería. No había cambiado nada desde hacía un momento.
Sin embargo, había cambiado todo.
—¿Qué ocurre, Alyson?
Ella dejó escapar un suspiro.
—Quizá no sea nada. No lo sé.
—¿Quieres explicármelo?
—Anoche me hablaste de cómo soñabas cuando eras un niño con que tu padre cambiaría, y se convertiría en una buena persona algún día, pero en realidad falló.
Dex asintió.
—Sí. Y también ocurrió lo mismo con mi padre, ¿verdad? Querías que fuera un hombre en el que poder fijarte, un mentor. Pero tampoco estuvo a la altura del sueño que tenías de él.
—¿Adonde quieres llegar?
—Yo no quiero ser otro sueño, Dex. Esta vez no.
Él la abrazó con más fuerza.
—No quería decir eso. Sólo quería decir que lo que tenemos es tan bueno que no parece real.
—Pero es justo eso. ¿No te das cuenta? Yo no puedo estar siempre a la altura de una fantasía. Porque más tarde o más temprano te desilusionaré, como hice la última vez que estuvimos juntos.
—Aquella vez fue tu padre. Fue lo que hizo tu padre.
—No completamente. También era algo sobre nosotros. En cuanto te desilusioné me dejaste. Parecía que estabas esperando a que te fallara, como lo hicieron tu padre y el mío. Yo no voy a caminar por esa cuerda floja otra vez, Dex. Ni Patrick tampoco.
Él apartó las sábanas y bajó las piernas al suelo. Ella se esperaba que se levantara y comenzara a andar de un lado a otro de la habitación, como hacía siempre que quería escaparse de algo que le molestaba. Sin embargo, se quedó en la cama. El sol se le reflejó en la espalda musculosa.
Ella tragó saliva.
—Creía que las cosas eran diferentes esta mañana, que todo había cambiado. Pero estaba equivocada. Somos las mismas personas, y llevamos el mismo bagaje.
—Yo quiero que las cosas sean diferentes. Yo quiero ser diferente —dijo Dex, angustiado.
—Tienes que creer que te mereces la felicidad. Tienes que creer que la felicidad es algo más que un sueño.
Él se volvió hacia ella.
—Quiero hacerlo, créeme. Pero no sé si puedo. Ni siquiera sé cómo empezar.
—Yo no puedo decírtelo, Dex. Eso es cosa tuya. O lo haces, o no lo haces.
Entonces, Dex se dio la vuelta y se cubrió la cara con las manos. Alyson tuvo que contener las lágrimas. Lo quería tanto que le dolía el alma, pero, ¿de qué servía?
—Anoche te dije que sería feliz con lo que me dieras, pero me equivoqué. Lo quiero todo. Y si tengo que elegir entre seguir esperando a que este sueño termine o estar sola, prefiero estar sola.
Dex bajó las escaleras, atravesó el vestíbulo y entró en la cocina. Se había duchado y se había afeitado, pero el agua caliente no había conseguido mitigar la angustia que sentía.
Alyson estaba sentada en la mesa de la cocina, dándole a Patrick una papilla. Ella levantó la vista cuando él entró. El sol que entraba por la ventana abierta le iluminaba la cara y hacía que su pelo brillara como una llama roja.
Era la imagen doméstica perfecta, una madre preciosa cuidando de su hijo. Sólo la pena que transmitían sus ojos y las arrugas que tenía alrededor de los labios estropeaban el efecto.
—¿Qué vas a hacer?
Buena pregunta. ¿Qué iba a hacer?
Ojalá pudiera ponerse de rodillas y decirle que se había equivocado y que quería que fuera suya para siempre. Pero no podía. Porque aunque no quisiera admitirlo, Alyson tenía razón.
Sintió una punzada de dolor en el corazón. No podía perderla. No quería perderla, una vez que había vuelto a encontrarla. Y no quería pasar solo el resto de su vida, sin ser capaz de confiar en sus propios sentimientos, sin saber nunca si cambiarían cuando se encontraran con la realidad. Alyson estaba en lo cierto: no podía hacerla pasar por aquello de nuevo. Y no podía someter a Patrick a aquella incertidumbre.
Miró por la ventana. Había un coche de la policía, aparcado en la calle, con dos oficiales en su interior. Desde aquella situación, podían ver la casa de Alyson por ambos laterales y por la parte de atrás. Él había visto otro coche en la parte delantera aquella mañana, antes de ducharse. Al menos, no tenía que preocuparse por la seguridad de la casa. No había forma de que Smythe se arrastrara hacia allí, sin que lo vieran. E, incluso si se las arreglaba para conseguirlo, la alarma que había hecho instalar Dex alertaría a la policía antes de que el miserable tuviera oportunidad de llegar hasta el umbral.
Alyson todavía lo estaba mirando, esperando una respuesta.
Él la miró fijamente.
—Voy a marcharme Al menos, durante un rato.
Ella asintió. Parecía que se esperaba aquella respuesta. Sin embargo, la preocupación se reflejó en su semblante.
—No te preocupes. Patrick y tú estaréis a salvo aquí —dijo él, e hizo un gesto hacia la ventana—. La policía ha convertido la casa en una fortaleza. Nadie podrá entrar sin que ellos lo sepan.
—Los he visto. No estoy preocupada por eso, sino por ti.
—Yo estaré bien. Smythe no me hará nada. Todavía no, porque no ha terminado de hacerme sufrir.
—No estoy hablando sólo de Smythe.
No. Él ya lo sabía.
—Estaré bien.
—¿A dónde vas?
Otra buena pregunta.
—Voy a volver a la fuente.
El suave sonido mecánico de la puerta del garaje al levantarse, resonó en el sótano de cemento. Andrew Clarke Smythe miró hacia el lugar de donde provenía el ruido y sonrió. Llevaba días esperando aquel momento. Era el momento de su venganza. Y casi estaba allí.
Ya había llegado la hora.
Se levantó del sofá donde había pasado la noche. Había estado bien que Nanny lo llamara en el momento en que Harrington y la pelirroja habían encontrado al niño. La pobre mujer estaba muy preocupada, tenía un ataque de nervios. No entendía que a él no le importaba el niño, que sólo era una herramienta para manipular al padre.
Detestaba el hecho de haber perdido aquella herramienta, claro. Había sido muy excitante tener tanto poder sobre Harrington. Pero se las arreglaría igual de bien sin el crío. Sobre todo, en aquel momento, en el que estaba en el sitio perfecto para dar su próximo paso.
Cerró los ojos e intentó imaginarse a Alyson Fitzroy. El sonido agudo de su voz, y su tono de superioridad. La forma en que elevaba la barbilla y sacaba el pecho, como si estuviera desafiando al mundo. Como si fuera mejor que cualquiera.
Smythe sonrió.
No sería fría ni superior con él. No se lo permitiría. Le picaban los dedos de ganas de agarrarla por el pelo y quitarle la ropa, de ponerla en su sitio y de demostrarle lo que era una venganza.
Pero eso no sería todo. En aquella ocasión, tenía algo más planeado. Alyson Fitzroy no sería como las otras. Él había cambiado desde que había salido de la cárcel. Había crecido, y sus ambiciones también. Había disfrutado silenciando a Connie Rasula y a Jennifer Scott. Había disfrutado cerrando las manos alrededor de sus cuellos y terminando con ellas.
Y con Alyson Fitzroy sería mucho más brutal, más letal. Llevaba días pensando cosas. Y las intentaría todas. Después de todo, se lo merecía. Dex Harrington y ella se merecían todo lo que él pudiera darles.
El coche arrancó en el garaje y salió del garaje marcha atrás. La puerta se cerró, y todo se quedó en el silencio. Andy miró a su alrededor por el sótano, observando los trastos. Harrington y la pelirroja creían que estaban a salvo, y que él nunca podría pasar el cordón policial que protegía la casa. Pensaban que el sistema de alarma no fallaría. Creían que estaban seguros en su nidito de amor.
Pero Alyson Fitzroy no estaba a salvo. Con tan sólo veinte dólares había convencido al técnico que había instalado la alarma de que le diera el código, y aunque todo el departamento de policía de Madison estuviera vigilando el exterior de la casa, no podrían proteger a la pelirroja. Porque Andy no tenía que entrar.
Ya estaba dentro.