Capítulo 2

Alyson se despertó con un extraño sabor de boca. Tenía el estómago revuelto y le daba vueltas la cabeza. ¿Qué había ocurrido? Se quedó allí quieta, con la cabeza apoyada en la alfombra del cuarto de Patrick... Patrick.

De repente, lo recordó todo. La mano que la había agarrado por la garganta y el trapo impregnado de cloroformo. Se incorporó y se sentó en el suelo. El corazón le latía con fuerza. Conteniendo las náuseas, se puso de pie sujetándose a los barrotes de la cuna, asimilando rápidamente todo lo que estaba viendo. O lo que no estaba viendo.

Las sábanas de la cuna estaban blancas como la nieve, y vacías.

Patrick había desaparecido.

Se arrodilló junto a la cuna y miró debajo, luchando por ver más en la oscuridad, como si creyera que el niño había conseguido salir por sí mismo. Como si creyera que su bebé de siete meses pudiera, de repente, jugar al escondite con su madre. Incluso en medio del pánico, Alyson sabía que no estaba allí. Lo sabía, pero no quería creerlo. Tenía que haber otra explicación.

En aquel momento, el sonido del teléfono le atravesó los oídos. Sintió un miedo frío, y se obligó a sí misma a concentrarse y a apartarse de la cuna e ir hacia el teléfono que había en la mesilla de su habitación.

—¿Diga?

—He ido por ti esta noche, Alyson —dijo una voz.

Ella agarró con fuerza el auricular, hasta que sintió dolor en los nudillos.

—¿Dónde está mi bebé?

—Como ya te he dicho, he ido por ti, pero he encontrado algo mucho mejor.

—¿Dónde está? —repitió ella, con la voz temblorosa de pánico.

—Está bien, por el momento. Pero si llamas a la policía, no lo estará por mucho tiempo.

Oh, Dios Santo. La mente de Alyson funcionaba a toda velocidad, pero, aun así, no sabía qué hacer.

—No le haga daño, por favor. Le pagaré todo lo que me pida.

—No necesito tu dinero.

—Entonces, ¿qué es lo que quiere que haga?

—Esperaba esa pregunta. Quiero que te pongas en contacto con el padre del niño.

—¿Con el padre?

—Sabes quién es, ¿verdad? ¿O acaso necesitas hacer unas pruebas de ADN?

Ella hizo todo lo que pudo por tragarse el pánico. Tenía que conservar la calma. Tenía que estar concentrada. Tenía que convencer a aquel hombre de que haría cualquier cosa que él le pidiera. Siempre y cuando no le hiciera daño a Patrick, siempre que le devolviera a su bebé, todo iría bien.

—Sé quién es.

—Bien. Eso es mejor que tener que confiar en unas pruebas de ADN. Es una ciencia muy impredecible. Con todas esas dobles hélices girando, o lo que sea. Nunca se sabe cuándo va a aparecer un clon inconveniente que te eche por tierra todos los planes...

De repente, Alyson lo comprendió todo. El cloroformo, la cuerda... todos los elementos de las violaciones por las que aquel hombre había sido condenado a prisión dos años antes. Sabía quién estaba al otro lado de la línea. Sabía quién le había robado a su hijo.

—Smythe.

—A los científicos nunca se os escapa nada —dijo él, y soltó una carcajada vulgar—. Y ¿qué me dices del sistema legal? ¿No es magnífico?

—¿Por qué está haciendo esto?

—Por venganza. Pura y dulce venganza. Verás, sé quién es el padre de tu pequeño bastardo, Alyson. Y ningún hombre puede condenarme a dos años de cárcel y escaparse sin pagar por ello. Nadie. Quiero que se lo digas.

¿Cómo era posible que Smythe supiera que Dex era el padre de Patrick? Alyson no se lo había dicho a nadie. Había pedido una excedencia en el trabajo para ocultar su embarazo. Ni siquiera había dado el nombre de Dex para que lo anotaran en el certificado de nacimiento de Patrick. Sin embargo, ya no importaba cómo lo hubiera averiguado Smythe. Estaba dispuesto a usar al bebé en contra de Dex, y ella no podía permitir que sucediera aquello.

—Su plan no va a funcionar, Smythe. Dex ni siquiera sabe que existe Patrick.

—Lo sabrá después de que se lo digas.

¿Decírselo a Dex? No podía hacerlo. Y mucho menos, después de todo aquel tiempo.

—Pero yo...

—¿Qué?

A ella le temblaron las rodillas. Se dejó caer en la cama y tuvo que agarrarse al borde para mantener el equilibrio.

—Haré cualquier cosa que usted quiera. Se lo diré esta noche.

—Ya sabía que estarías de acuerdo conmigo. Tendrás que conseguir que yo esté contento, Alyson. Por tu bebé. ¿Entendido?

—Sí, lo entiendo —respondió ella, y se obligó a pensar. Tenía que hacer algo. Cualquier cosa. De repente vio el botón de grabación del contestador automático y lo apretó. Al menos, podía grabar la voz de Smythe en una cinta para tener una prueba de sus amenazas.

—¿Y después de que se lo diga a Dex?

—Volveré a llamar.

—¿No puede decirme más ahora? ¿No puedo hacer algo? Por favor... —no podía quedarse sentada esperando, mientras Patrick estaba en manos de aquel monstruo. No podía pensar en lo que Smythe podría hacerle a Patrick. No le funcionaba la mente cuando pensaba en aquello.

—Limítate a decirle a Harrington que tiene un hijo. Me pondré en contacto pronto.

—Por favor, no puede hacerme esto. Devuélvame...

Entonces, la línea se cortó.

 

Andy Smythe detuvo su Corvette rojo frente a la casita y apagó el motor. Todavía le resonaban en el oído las preguntas y los desafíos de Alyson Fitzroy.

Maldita. No soportaba a las mujeres que hablaban demasiado, y mucho menos a las listas, las que se creían superiores, como aquella Alyson Fitzroy. Le habría encantado hacer lo que había ido a hacer a su casa. Le habría encantado agarrarla por la melena, larga y rojiza, y ponerla en su lugar. Lo deseaba.

Pero entonces había visto al bebé.

Miró al niño, que estaba durmiendo apaciblemente junto a él, en el asiento del copiloto. Andy había averiguado muchas cosas sobre Dex Harrington mientras había estado en la cárcel. Sabía que Harrington y la pelirroja habían tenido una aventura, y que habían estado a punto de casarse. Se lo había dicho el detective privado al que había contratado. Por eso, Andy la había elegido para ser la primera en cuanto saliera de la cárcel. Aquello, unido al hecho de que ella hubiera hecho los análisis de ADN que lo habían sacado de prisión, era una combinación demasiado irónica como para dejarla pasar. Sin embargo, al ver al niño se había quedado asombrado. Sólo podía ser de Harrington, se había figurado.

Y su conversación con la pelirroja lo había confirmado.

Andy tomó al bebé en brazos y después se colgó al hombro la bolsa, con las cosas de bebé, que había robado del dormitorio. Caminó hasta la entrada de la casita y llamó al timbre.

Una luz se encendió en el dormitorio. Estupendo. Nanny estaba durmiendo y no iba a ponerse muy contenta porque él la hubiera despertado, pero no podía evitarlo. En cuanto viera al bebé, sin embargo, lo perdonaría. A Nanny nunca le duraba demasiado un enfado.

—¿Sabes qué hora es, Andy? —le preguntó Nanny, frente a él en la puerta, mirándolo con los ojos severos, pero aun así dulces, tal y como lo había mirado día a día, mientras crecía.

Durante un momento, se sintió como un niño de nuevo, buscando a Nanny para que lo consolara después de una de las crueles y despreciativas peroratas de su madre.

Él intentó ahogar aquella sensación y pasó a la casa con el niño. Nunca más sería débil. Nunca. Y ni las palabras de Dex Harrington ni el tono de superioridad de Alyson Fitzroy conseguirían que volviera a serlo. Aquella noche no había ido a buscar el consuelo de Nanny, sino su ayuda. Entró a una pequeña habitación que estaba tan llena de muebles que parecía un almacén. Nanny lo siguió.

—¿Qué tienes ahí? ¿Un niño?

El se volvió con cara de lástima.

—Es mi hijo, Nanny. Su madre no lo quiere. Lo abandonó en cuanto yo salí de la cárcel.

—¿Tu hijo? Ese niño es muy pequeño. Estabas en la cárcel cuando fue concebido.

—¿No has oído hablar de las visitas conyugales? Se las permiten a los presos.

Ella asintió, como si aquélla fuera una explicación racional.

Andy se rió para sus adentros. Si Nanny se creía aquello, todo iba a ser mucho más fácil de lo que él había pensado.

—Yo estaba enamorado de la madre. Quería casarme con ella —dijo, y bajó la cabeza como si estuviera avergonzado—. Por desgracia, ella no sentía lo mismo.

Nanny lo miró con cara de pena.

—Necesito que me ayudes, Nanny. Quiero que te quedes con el pequeño Bart.

Ella frunció el ceño.

—Ya me conoces —continuó Andy—. No puedo cuidar ni siquiera de mí mismo, así que mucho menos de un bebé.

—Bueno, eso es cierto.

—Además, quiero que mi hijo tenga el mejor cuidado que un niño pueda tener. Quiero que tenga la única cosa buena que yo tuve en mi infancia. Quiero que te tenga a ti.

La vieja cara de Nanny se suavizó con una sonrisa. Asombroso. Algunas veces, ni siquiera tenía que mentir para manipular a la gente. Algunas veces, sólo tenía que decir la verdad.

Ella alargó los brazos para tomar el bebé.

—Dámelo. No me gusta nada verte preocupado por tu hijito, Andy. Y mucho menos, después de todo lo que has pasado. Tienes razón. Él estará mejor conmigo.

Andy le puso al bebé en los brazos y dejó la bolsa en el suelo. Después se sacó la cartera del bolsillo, tomó un fajo de billetes de cien dólares y los dejó sobre uno de los tapetes de la consola de la entrada.

La anciana lo miró, de nuevo con una expresión de dureza.

—No quiero tu dinero, niño.

—Pero el bebé necesita cosas. Quiero que mi hijo tenga lo mejor. El dinero es para él.

Ella se quedó callada, y después asintió y volvió a sonreír.

—Eres un buen padre, Andy, si cuidas así de tu hijo. Estoy orgullosa de ti.

Andy no pudo evitar sonreír. Un buen padre, de la estirpe de los Smythe. Tuvo que reprimir la risa al despedirse de la mujer y cerrar la puerta tras él.

El bebé estaría seguro y bien cuidado en manos de Nanny. Al contrario de lo que le había dicho a la pelirroja, él no tenía ninguna intención de hacerle daño al niño. No era un psicópata, ni un asesino de niños. El bebé estaría a salvo.

Pero... ¿y el padre? Ni hablar. El bebé le había proporcionado a Andy la base que necesitaba para convertir la vida de Dex Harrington en una pesadilla. Y, en el proceso, también se encargaría de aquella pelirroja que se creía superior.

La venganza sería muy dulce.

 

Alyson agarraba con fuerza el volante para intentar mitigar el temblor de sus manos. Mientras conducía, a toda prisa, por las calles tranquilas a aquella hora de la noche, miraba la sillita vacía de Patrick, atada en el asiento trasero.

No podía rendirse al pánico, ni a la sensación de pérdida que la abrumaba. Tenía que mantener la serenidad. Tenía que llegar a casa de Dex y recuperar a su hijo. Haría cualquier cosa que fuera necesaria.

El tejado de la vieja casa de Dex apareció a lo lejos, recortada contra la sombra del lago plateado a la luz de la luna. Alyson apretó el acelerador hasta que llegó al final de la calle y tomó la curva. Paró el motor y salió del coche.

La casa de Dex, construida a las orillas del lago Mendota, era su orgullo y su alegría. Alyson todavía recordaba la satisfacción que se había reflejado en su cara, cuando había conseguido comprar aquella vieja mansión y había puesto en marcha las obras de la reforma. Era como si, finalmente, hubiera demostrado que había dejado atrás su desolada infancia, su triste juventud.

Alyson notó los latidos del corazón en los oídos, que casi no le permitían oír el suave chapoteo de las olas en la orilla. El aire húmedo de junio la estaba asfixiando. Subió los escalones de piedra y entró en el porche. Temblando, llamó al timbre y contuvo la respiración.

Al poco tiempo, oyó unos pasos sobre el suelo de madera, y la puerta se abrió.

—Alyson —dijo Dex. Aunque estaba oscuro y su silueta se dibujaba contra la suave luz que iluminaba el vestíbulo, Alyson vio que tenía el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Seguía juzgándola.

Algunas cosas no cambiaban. Pero lo que él pensara ya no tenía importancia. Lo único que importaba en aquel momento era Patrick.

—Tengo que hablar contigo.

Detrás de los cristales de sus gafas, la mirada de Dex se endureció aún más. Tomó aire y después exhaló.

—Supongo que te has enterado de lo del perdón del gobernador.

—Sí.

—¿Y quieres hablarme de eso?

—En parte, sí.

—¿Tiene algo que ver con el análisis que hiciste? ¿Hay algo que yo deba saber?

Después de la noticia de que Smythe había sido liberado aquel día, era lógico que Dex pensara que ella había ido a verlo para hablar con él sobre los análisis de ADN, que habían permitido que aquel violador saliera de la cárcel.

—No, no es eso. El análisis fue exacto. Las dos muestras coincidían.

Él la atravesó con la mirada, como si quisiera averiguar el verdadero motivo por el que había ido a verlo.

—Necesito que me ayudes. Es algo muy urgente.

Al percibir algo como el pánico controlado en su voz, él se apartó de la puerta para cederle el paso.

Mientras Alyson entraba en la casa, sintió un escalofrío. Las visiones, los aromas y las emociones del pasado la invadieron. El olor del polvo cuando Dex y ella habían abierto caja tras caja en la buhardilla después de que él comprara la casa. El olor de la pintura, del barniz y de la cola de papel mientras se reparaban suelos y paredes. El sonido de las risas de los dos, llenando las estancias vacías. Recuerdos de tiempos felices, antes de los crímenes de su padre, antes de que ella averiguara con exactitud lo precaria que era su posición en el corazón de Dex.

Se apartó aquellos pensamientos de la cabeza. Sólo eran un anhelo sentimental, y no tenía tiempo para sentimentalismos.

—¿Puedo sentarme?

Dex la miró desconfiadamente.

—¿No puedes contármelo aquí?

A ella le temblaban las rodillas.

—Por favor. Necesito sentarme. Y tú también deberías hacerlo.

Él arqueó las cejas al oír aquel último comentario. Sin embargo, en vez de continuar interrogándola, la dejó pasar y la guió hacia el salón.

Ella lo siguió, observando todo lo que la rodeaba para intentar concentrarse en algo que no fuera el pánico que sentía.

Dex había cambiado las cosas desde que ella lo había ayudado a decorar la casa, después de la reforma. Había sustituido las sencillas cortinas por persianas de madera. Había amueblado las estancias con muebles tapizados en cuero, y se había deshecho de los ligeros sofás y sillas que ella le había ayudado a elegir. Era como si la hubiera borrado de su vida. Como si ella hubiera dejado de existir en su mundo.

Y así era.

Pero él, sin embargo, nunca había desaparecido del mundo de Alyson. Su presencia era mucho más profunda que la de las persianas y los muebles. Ella notaba su presencia cada vez que miraba los ojos azules de Patrick o le besaba el hoyuelo de la barbilla.

Patrick.

El pánico hizo que sintiera bilis en la garganta. Tragó saliva y siguió a Dex hacia el porche acristalado donde solían se sentarse a mirar las tormentas que se desencadenaban en el lago. Dex le señaló una mecedora. Alyson se sentó entre los cojines. Después él tomó asiento frente a ella, en una silla.

—Ya estamos sentados. ¿De qué se trata?

Alyson entrelazó los dedos sobre el regazo y tomó aire. Se habían dicho tantas cosas... y había aún más que no se habían dicho. Antes de que ella le hablara sobre Patrick, tenía que darle alguna explicación sobre el motivo por el que no le había contado nada de su hijo. Tenía que conseguir que la comprendiera.

—Intenté llamarte muchas veces después de que mi padre fuera asesinado. No respondiste a mis llamadas, ni siquiera cuando yo te dejaba mensajes en el contestador.

Dex frunció el ceño.

—No quería hablar contigo, Alyson. No quiero remover el pasado. Espero que no sea ésa la razón por la que has venido.

—Me diste la espalda, Dex. Y mi único crimen fue querer a mi padre.

Él se puso en pie y comenzó a caminar por el porche. Se detuvo, de espaldas a ella, con los hombros tensos. Lentamente, se dio la vuelta y la miró con dureza.

—Tu padre era un criminal. De la peor clase de criminales. Se valió de su título de fiscal para vender justicia. Pervirtió el sistema. Y tú lo defendiste.

—Él era mi padre. No creía que hubiera podido hacer algo así.

—No querías creerlo. No quisiste creerme.

—Por eso te llamé. Eso era lo que quería decirte. Me equivoqué, y quería decirte cuánto lamentaba no haberte creído desde el principio. Y no era eso lo único que quería explicarte.

—¿Qué estás diciendo? ¿Para qué has venido, Alyson?

—Quería decirte que estaba embarazada —dijo. Se frotó las palmas de las manos, húmedas, contra los vaqueros. Después se obligó a alzar la vista y a mirar a Dex a los ojos—. Tuve un hijo hace siete meses.

Dex no se movió. Parecía que ni siquiera respiraba.

—Tengo un hijo.

No fue una pregunta. Fue una afirmación.

—Sí.

Él se dejó caer en una silla. Se quitó las gafas y se frotó la cara.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No respondías a mis llamadas, ¿no lo recuerdas?

—Pudiste venir a verme. Podías haber conseguido que te escuchara.

Alyson sabía que podía haberlo conseguido. Si de verdad hubiera querido decírselo a Dex, nada la habría detenido.

—Tenía miedo.

—Miedo ¿de qué?

—Miedo de que me lo quitaras.

Él apretó la mandíbula.

—¿Y por qué demonios creíste eso?

Ella le lanzó una mirada de incredulidad. Lo que había hecho había sido una cobardía, pero tenía motivos.

—Porque tú me odiabas, Dex. Fuiste duro, indiferente, intolerante... Me apartaste de tu vida y nunca quisiste darme una segunda oportunidad. Y, después de lo que había hecho mi padre, no había un solo juez en Dane County que no hubiera tenido prejuicios contra mí si hubiera habido un juicio por la custodia.

—¿Así que pensaste que usaría los pecados de tu padre para convencer al juez de que eras una madre inepta?

—No podía arriesgarme.

A él se le congestionó la cara de la ira.

—Primero creíste que te estaba mintiendo acerca de tu padre, y después creíste que le quitaría mi hijo a su madre. ¿Qué clase de desgraciado te crees que soy?

—Yo no... Estaba asustada.

—Deberías haber confiado en que yo haría lo correcto. Deberías habérmelo dicho.

Ella se quedó allí inmóvil, soportando su furia. Él tenía razón, y ella lo sabía. Debería habérselo dicho, a pesar del miedo que sentía, a pesar del riesgo.

—Ya estoy aquí. He venido a decírtelo.

—Y ¿por qué has venido ahora, Alyson? ¿Por qué has elegido esta noche, de todas las noches, para venir a contarme que tengo un hijo?

—Porque... —Alyson se obligó a pronunciar aquellas palabras a través del pánico que le atenazaba la garganta—. Porque ha desaparecido.