Capítulo 4

Alyson entró por la puerta que Dex le sostenía y se vio envuelta por una mezcla de olores y de risas en el Schetüer Brew Pub. Tenía el estómago atenazado por la tensión. Tuvo que agarrarse las manos con fuerza para que no le temblaran.

Observó la multitud de rostros. Un par de ojos negros se fijaron en los suyos. La recepcionista de la oficina del fiscal, Maggie Daugherty, la había localizado entre la gente. Había empezado a trabajar en la oficina sólo un año antes de que muriera su padre, pero siempre había sido tan abierta y cariñosa, que Alyson la había considerado una amiga. Pero, a juzgar por la forma en que Maggie había entrecerrado los ojos al verla con Dex, Alyson vio que los miedos que había sentido a la hora de entrar a aquel pub estaban más que justificados. No había duda de que los otros empleados de la oficina perderían sus sonrisas cuando la vieran. La paria. La hija de Neil Fitzroy.

No debería haber ido allí. Aquel sitio era el lugar al que iban, después del trabajo, los abogados ayudantes del fiscal. Debería haber hecho lo que Dex le había pedido y haber dejado que él interrogara a John Cohen.

No.

Levantó la cabeza y siguió caminando. Se enfrentaría a todo el desprecio que fuera necesario para encontrar a Patrick. Y, si John Cohen continuaba con el legado de su padre, si había ayudado a Smythe a cambio de dinero, también se enfrentaría a ello.

Siguió a Dex por el bar, pasando entre las mesas y los clientes, hasta que llegaron a un sitio vacío de la barra. Las risas y las conversaciones se le mezclaban en los oídos. Risas y conversaciones que se interrumpían cuando ella pasaba junto a la gente.

Intentando no dejarse afectar por las miradas, Alyson se fijó en los dos hombres que trabajaban detrás de la barra, sirviendo la famosa cerveza Schettler y charlando con los clientes. Pero uno de los hombres no era camarero, precisamente. Aquel texano moreno y alto, que servía cervezas, era uno de los mejores fiscales del condado, por no decir del estado. Y, además, había sido la mano derecha de Neil Fitzroy.

Era el hombre al que su padre había intentado asesinar.

—Ya era hora de que vinieras por aquí, Dex. No habías vuelto desde mi boda —le dijo Dillon Reese, alzando levemente la voz por encima del barullo.

Dex asintió.

—No quiero socializar mucho con la tropa, ya sabes. Es malo para la imagen. Si me confío, empezarán a pensar que soy humano.

—Nadie cometería ese error —le dijo Dillon, guiñándole un ojo.

Alyson se quedó sorprendida al ver la camaradería que se había forjado entre ambos hombres. Antes de que muriera su padre, nunca se habían llevado bien. Por supuesto, su padre se había encargado de alimentar aquella enemistad.

Dillon le dirigió a Dex una última sonrisa, antes de fijarse en ella. Entonces, la sonrisa se le borró de los labios.

—¿Qué tal, Alyson?

De alguna forma, ella encontró las fuerzas para asentir.

—Dillon.

Pasó un momento interminable, antes de que él volviera a hablar de nuevo.

—La Hefe Weizen es estupenda. Deberías probarla. Jacqueline se ha superado a sí misma en esta ocasión —dijo, y esbozó una sonrisa. Era una sonrisa de aceptación—. Invita la casa.

Alyson dejó escapar un suspiro de alivio. Dillon Reese, realmente, tenía el corazón del tamaño de su estado natal, si podía darle la bienvenida de aquella manera después de todo lo que su padre les había intentado hacer a él y a su mujer.

—Gracias, Dillon.

Y, como si le hubiera leído el pensamiento a Alyson, Jacqueline Schettler Reese rodeó la barra y se acercó a su marido con una sonrisa. Aunque llevaba un delantal enorme, su embarazo era evidente. Los crímenes que su padre había cometido contra Jacqueline habían sido los peores de todos: su socio, Buck Swain, y él, habían intentado matar a la hija de Jacqueline para mantenerla en silencio sobre la muerte de su propio padre, que había presenciado. Alyson no había conocido a Jacqueline, y a pesar de la reacción de Dillon, tampoco quería conocerla en aquel momento.

—Dillon, tengo que recoger a Amanda de su clase de gimnasia. ¿Crees que podrás controlar el fuerte hasta que venga el turno de noche?

—Claro, cariño.

La mirada de Jacqueline aterrizó en Dex. Le sonrió ampliamente y después le dio un codazo a su marido.

—¿Todavía no le has dado una cerveza a Dex, Dilon? No tenemos a menudo por aquí al fiscal del distrito. ¿Qué tal te va, Dex?

Dex le devolvió la sonrisa.

—Me alegro de verte, Jacqueline.

Ella miró a Alyson.

—¿No nos vas a presentar?

Alyson contuvo la respiración. Hubiera dado cualquier cosa porque la tragara la tierra en aquel momento. Sin embargo, Dex ni siquiera pestañeó.

—Te presento a Alyson Fitzroy.

Jacqueline abrió mucho los ojos.

—Alyson...

—Fitzroy —dijo Alyson, y se preparó para el desprecio de Jacqueline—. Siento mucho el infierno por el que te hizo pasar mi padre.

Jacqueline respiró hondo. Cuando exhaló, esbozó una sonrisa amable.

—Gracias. Yo también lo siento por el infierno que te hizo pasar a ti.

Alyson notó una opresión en la garganta. Desde que su padre había muerto, ella se había visto apartada de su vida y de sus amigos. La gente que sabía que ella era la hija de Neil Fitzroy había comenzado a comportarse como si los pecados de su padre la hubieran manchado. Había perdido muchas más cosas que a Dex y a su padre el día que Neil Fitzroy había muerto. Había perdido todo lo que era.

Nunca habría esperado, nunca habría soñado que las personas a las que su padre había hecho más daño la aceptarían.

—Gracias.

Dex la miró en aquel momento, y ella sintió un escalofrío.

La aceptación de Jacqueline y Dillon era un consuelo pequeño cuando vio la expresión dura de Dex, que sin duda estaba enjuiciándola de nuevo. Ella había perdido mucho, y nunca lo recuperaría. A pesar de toda la amabilidad que unos extraños pudieran demostrarle, ella nunca recuperaría la relación que había significado más en su vida. Nunca podría dar marcha atrás en cuanto a las elecciones que había hecho.

 

—Entonces, ¿qué vais a tomar? ¿Dex? ¿Alyson? —les preguntó Dillon—. Hay dos pintas de Hefe Weizen que tienen vuestro nombre.

Dex alzó una mano. Realmente, debería aceptar el ofrecimiento de Dillon alguna vez, intentar hacer más para acabar con todo lo que los había separado una vez. Pero aquél no era el momento.

—Tendremos que dejarlo para otra ocasión, Dillon. Necesito hablar con Cohen. Pensé que quizá estuviera por aquí. ¿Lo has visto?

Dillon asintió y señaló hacia una de las mesas del fondo. Alto y delgado, John Cohen estaba inclinado sobre una pinta de cerveza, él solo. Perfecto. Dex le dio las gracias a Dillon y comenzó a andar hacia Cohen.

Alyson caminaba cerca de él, tan cerca que Dex percibía su esencia por encima del humo del tabaco y el olor a comida. Había intentado convencerla de que no fuera con él al Schettler Brew Pub. Aunque estuviera enfadado con ella, no quería ver cómo sufría. Y estaba seguro de que, al ir allí y escarbar en las viejas heridas que le había hecho su padre, Alyson sólo sentiría dolor.

Sin embargo, tenía que dejar a un lado su preocupación por ella y concentrarse en conseguir las respuestas que necesitaba de Cohen, y quizá de aquella forma llegaran a algún sitio.

Cuando llegaron a su destino, Dex se sentó a la mesa, enfrente de Cohen, y se deslizó por el banco para que Alyson tuviera sitio para sentarse a su lado.

—Hola, Cohen.

Cohen alzó la mirada de su cerveza, y sonrió con cinismo.

—Dex. ¿Por fin te has dignado a abandonar tu torre de marfil para venir a divertirte con los demás?

Entonces, Dex le señaló al resto del bar.

—La diversión está por allí, Cohen, no por aquí.

—¿Estás diciendo que yo no soy divertido? —le preguntó Cohen, encogiéndose de hombros—. ¿Tienes alguna noticia nueva? —Cohen miró a Alyson. La atravesó con sus enormes ojos marrones, que, sin duda, habrían derretido más de un corazón. Sin embargo, en aquella ocasión la mirada fue de puro divertimento—. Demonios, hace tiempo que no te veía, Alyson.

Alyson sonrió y asintió.

—Tenemos que hacerte unas preguntas, Cohen.

Cohen enarcó una ceja y miró a Dex.

—Así que ¿ya sois otra vez pareja?

—No —respondió él, sin mirar a Alyson. No podía soportar ver la expresión de dolor de su rostro—. Acabamos de llegar de la cárcel de Grantsville —dijo Dex, con los ojos clavados en Cohen.

Si Cohen tuvo alguna reacción, la disimuló bien. Sin embargo, Dex continuó presionándolo.

—Parece que tú también has estado allí hace poco.

—¿Y queréis saber porqué? —la mirada de Cohen se aparto de ellos y se posó sobre una camarera que se acercaba a la mesa con un plato lleno de patatas fritas y una hamburguesa—. Ya era hora. Me muero de hambre.

La camarera le sirvió la comida.

—¿Quieren pedir algo?

—No, gracias —respondió Dex, sin apartar la mirada de Cohen.

A su lado, notó que Alyson sacudió la cabeza. Una vez que se aseguró de que todo el mundo estaba atendido, la camarera se marchó.

—Entonces, ¿para qué fuiste a la cárcel, Cohen?

Cohen hizo una pausa, aparentemente para intentar recordar lo que le estaban preguntando.

—¿A qué prisión te refieres, Dex?

—La que está cerca de Grantsville. Grant County —respondió Alyson.

—Ah, sí. Fui allí a hablar con Smythe, el violador al que tú metiste en la cárcel y el gobernador dejó libre —respondió, mirando a Dex, con una sonrisa cínica en los labios—. Supongo que, por supuesto, por eso me lo estás preguntando, ¿verdad?

—¿Sobre qué tenías que hablar con él, Cohen?

Cohen le dio un mordisco a su hamburguesa.

—Maldita sea. Se me olvidó pedir kepchup. No puedo soportar las hamburguesas sin kepchup —dejó la hamburguesa en el plato y abrió su maletín, que estaba a su lado en la mesa. Revolvió dentro y sacó un puñado de sobrecitos de kétchup. Abrió uno de ellos y extendió el contenido sobre la carne de la hamburguesa. Después abrió otro.

Si había una evasión más, Dex iba a echarse sobre él.

—Deja ya el maldito tomate, Cohen.

John Cohen lo miró sorprendido.

—¿De qué demonios hablaste con Smythe?

—De nada demasiado importante. ¿Te acuerdas de aquella pelea que hubo en los calabozos del condado, en la que un convicto casi mata a otro?

—Sí, me acuerdo.

—Smythe era un testigo. Ocurrió hace algún tiempo, antes de que lo llevaran a Grantsville.

Dex se inclinó hacia delante en la mesa.

—La página en la que tú firmaste como visitante no estaba. ¿Sabes algo de eso?

Cohen mordió la hamburguesa, y cuando terminó de masticar, se encogió de hombros.

—¿Por qué me lo preguntas, Dex? ¿Acaso crees que ayudé a Smythe a perpetrar su última violación? ¿Reminiscencias de Fitz?

Dex intentó no notar cómo Alyson se retorcía a su lado. Ella levantó la cabeza de aquella forma suya, con determinación.

—¿Lo hiciste?

Cohen se volvió hacia ella.

—Aunque casi puedo entender que Fitz usara el sistema para su propio beneficio, yo todavía tengo suficientes escrúpulos como para soltar a un violador como Smythe a la calle. Para responder a tu pregunta, te diré que no. No ayudé a Smythe.

Dex entrecerró los ojos. Quería creer a Cohen, pero lo que uno quería creer y la verdad, a veces, no eran la misma cosa. Dios sabía que había aprendido la lección con buenos profesores.

Miró a Alyson. Ella tenía el ceño fruncido de preocupación, y los labios apretados.

Siguiendo la mirada de Dex, Cohen la observó también.

—Siento desilusionarte, Alyson, pero creo que no soy tan mal chico como tú pensabas.

Ella sacudió la cabeza.

—No es eso, John. Simplemente, necesitamos saber quién lo ayudó.

—Mmm. Quizá pueda ayudaros, después de todo.

Dex se puso tenso y volvió a inclinarse hacia la mesa.

—Suéltalo, Cohen.

—Hubo una vista por el caso de la famosa pelea hace una semana, y tuve que sacar de la cárcel a Smythe durante un día para que testificara. Tenía una novia entre el público del juicio. O al menos, parecía una novia, sonriéndole, mirándolo a los ojos mientras él estaba en el estrado. Una mujer enferma.

—¿Quién era?

—Ésa es la parte más interesante. Me encontré con ella otra vez esta semana. Testificó en otro de mis casos. Se llama Jennifer Scott.

Alyson dejó escapar un jadeo, y Dex se volvió hacia ella.

—¿Conoces a Jennifer Scott?

Alyson asintió y tragó saliva, como si estuviera intentando reunir el valor para enfrentarse a algo que no quería saber.

—Es una química forense. Trabaja conmigo en el laboratorio criminalista.

 

—¿No te has enterado? —le preguntó Valerie D'Fonse con una sonrisa de conspiración en los labios.

Alyson no estaba de humor para jugar a las adivinanzas. La noche anterior había sido un infierno. Había dormido de nuevo en la habitación de invitados de Dex, porque él se había negado a dejarla irse a casa hasta que no se le hubiera instalado el sistema de alarma.

Ella hubiera preferido quedarse sola. Dex no le había dirigido más de dos palabras en toda la noche. Se había encerrado en la biblioteca con el teléfono, y aquello no era precisamente cumplir su promesa de no apartarla de aquel asunto.

Se mordió el labio inferior. No sabía si sería capaz de soportar una noche más sin tener a Patrick en los brazos. Necesitaba respuestas, y rápido. Por eso había ido a hablar con Valerie: era una química brillante pero solitaria, y había hecho de los asuntos de los demás su principal afición. Extendía los cotilleos como si fueran fuegos artificiales.

—No me he enterado de nada, Valerie. ¿Qué ha ocurrido?

—Jennifer Scott ya no trabaja aquí.

A Alyson se le aceleró el corazón.

—¿Por qué?

—Se marchó hace dos días, sin despedirse siquiera.

—¿Hace dos días? —era toda una coincidencia que Jennifer se hubiera marchado del trabajo el mismo día en que Smythe había sido liberado—. ¿Sin despedirse?

—No apareció por aquí. Yo ni siquiera sabía que iba a dejarlo. Pero eso no es lo mejor —bajó la voz y se inclinó hacia Alyson—. ¿Te imaginas dónde ha conseguido su nuevo trabajo.

—¿Dónde?

—Creo que en una gran empresa. Le pagarán bien, y desde luego, no dan trabajos fácilmente. Digamos que ella debe de tener un buen contacto.

—¿Dónde, Valerie? ¿Dónde consiguió Jennifer el trabajo?

—En Smythe Pharmaceuticals.

Aquel nombre golpeó a Alyson con la fuerza de un puñetazo. En aquel momento sí que había conseguido enterarse de algo.

 

Dex supo que Alyson tenía alguna noticia, en el mismo momento en el que ella asomó la cabeza por la puerta del laboratorio, donde la estaba esperando, sentado en uno de los ordenadores. Ella tenía los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas. Así era como solía estar en los días en los que sus mayores preocupaciones eran elegir a qué restaurante irían a cenar.

Muy diferente de la expresión de miedo que había tenido en el rostro durante los últimos días.

Alyson entró al laboratorio y cerró la puerta.

—¿Y?

—Jennifer Scott dejó el trabajo hace dos días. Tiene otro puesto.

—No me digas dónde. En Smythe Pharmaceuticals.

—Exacto.

Dex se metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono móvil.

—¿Tienes algún número al que pueda llamarles?

Alyson asintió y salió del laboratorio. A los pocos instantes volvió a aparecer con las páginas amarillas en la mano. Se lo tendió a Dex, y él comenzó a pasar las páginas hasta que encontró el número.

—Smythe Pharmaceuticals —respondió una telefonista.

—Querría hablar con Jennifer Scott, por favor.

Al otro lado de la línea hubo una pausa.

—Lo siento, pero aquí no trabaja esa persona.

—¿Jennifer Scott no trabaja allí?

—No, señor, lo siento.

—Está bien, gracias —Dex colgó el teléfono—. Maldita sea. ¿Acaso tu reina del cotilleo se inventa las historias?

Alyson lo observó con el ceño fruncido.

—No. Sólo las repite. Pero... ¿por qué iba Jennifer a decirle a Valerie que tenía un trabajo en Smythe Pharmaceuticals si era mentira? A no ser que Jennifer se esperara una oferta que nunca le hicieron.

—No lo sabremos hasta que no la encontremos.

—Entonces, ahora tenemos a dos personas desaparecidas. Jennifer Scott y Connie Rasula.

Él asintió.

—Eso parece.

—Supongo que será mejor que sigamos buscando —dijo ella. Se volvió y tomó el pomo de la puerta, pero no la abrió—. Espera.

—¿Qué?

Entonces, Alyson se dio la vuelta de nuevo.

—Quizá no tengamos que encontrar a Jennifer para saber si ella robó la muestra de sangre de Smythe del laboratorio.

—¿Por qué?

—Cuando tomamos una muestra de sangre para hacerle una prueba de ADN o un análisis de suero sanguíneo, tenemos que añadirle un conservante para que la sangre no se coagule y comience a descomponerse, como haría normalmente. Ese conservante se llama E.D.T.A.

Aquel nombre le sonaba a Dex. Lo había oído mencionar varias veces en las noticias durante el juicio a O.J. Simpson.

—Pero ¿el E.D.T.A no está presente en la sangre naturalmente?

—Sólo en pequeñas cantidades, añadidas a la sangre al ingerir comida en conserva, por ejemplo. Pero la muestra de sangre de Symthe que había en el laboratorio tendrá un elevado nivel de E.D.T.A. Si Jennifer robó la sangre del laboratorio, la sangre que se encontró bajo la víctima de la última violación tendrá, igualmente, un elevado nivel de conservante.

Dex asintió.

—Y si la sangre es el resultado de que la víctima le clavara las uñas al violador en defensa propia, sólo debería haber muy pequeñas cantidades de E.D.T.A.

—Sí.

—¿Y cuánto tardarán los análisis?

Alyson apretó los labios, como siempre hacía cuando calculaba mentalmente.

—Si conseguimos a un especialista que esté acostumbrado a hacer esos análisis y tú utilizas un poco tu influencia, yo diría que podríamos tener los resultados en un día.

Él sonrió sin poder evitarlo.

—Hecho.

—Yo misma prepararé las muestras. Y les pondré unas etiquetas anónimas.

—Bien pensado.

Alyson le lanzó una sonrisa triunfante que a él lo alcanzó como un puñetazo al estómago. Antes, él casi explotaba de orgullo al pensar que tenía una mujer tan brillante en su vida, en su cama. Cada vez que ella hacía una contribución a un caso, o encontraba una respuesta a un problema difícil como acababa de hacer, a él le daban ganas de gritarlo a los cuatro vientos.

Mentalmente, sacudió la cabeza. No tenía ya razones para sentirse orgulloso. Alyson ya no era suya. Si no había querido asimilarlo por completo antes, sólo tenía que recordar que ella le había ocultado que habían tenido un hijo.

Tenía que acordarse del dolor y de la ira que había sentido. No podía permitirse el lujo de olvidar. Había aprendido aquello muy pronto en la vida.

Miró el reloj. El día se les estaba pasando.

Alyson abrió la puerta del laboratorio de pruebas.

—Hola, Valerie —le dijo, sonriendo, a una mujer morena, y esperó a que pasara antes de salir al vestíbulo. Se volvió a mirar a Dex—. Sólo tardaré unos minutos en llevar esto al laboratorio de análisis.

—Entonces, debería estar listo para... —de repente, el teléfono de Dex comenzó a sonar. Se lo sacó del bolsillo y se lo puso al oído—. ¿Diga?

—Tengo noticias —la voz de Al Mylinski sonó al otro lado de la línea.

—¿Qué noticias, Mylinski?

—Noticias importantes. Nos veremos en tu oficina.

—De acuerdo —Dex colgó y miró a Alyson con expresión preocupada—. Tenemos que ir a mi oficina. Mylinski tiene algo que decirnos.