PRÓLOGO Y EPÍLOGO

Quiero confesar aquí que mi primera intención era la de escribir un prólogo explicando las razones por las que me lanzaba a realizar este viaje y escribir este libro, pero que he optado, al fin, por convertirlo en epílogo.

Me resulta más cómodo. Quien haya leído mi relato comprenderá por qué me atraía la casi desconocida y fascinante figura de Orellana. También comprenderá por qué me atraía la idea de seguir sus huellas, paso a paso, a todo lo largo del Gran Río.

Al lector que aún no lo comprenda, no vale la pena que intente explicárselo, y a quien no piense leer este libro, ¿qué pueden importarle mis razones?

Sólo me resta mostrar mi agradecimiento a todos aquellos que —de un modo u otro— hicieron posible el viaje: Televisión Española, Luis Ezcurra, José de las Casas, Carlos Martínez Barbeito, Ignacio de Urquijo, monseñor Alejandro Labaca, Gastón Fernández, Marie-Claire Mathias, capitán Joaquín Galindo, José Luis Monter, José Peciña, Antonio Fernández, fray Gaspar de carvajal, Francisco de Orellana…

Madrid, octubre de 1969.