CAPÍTULO XV
RÍO ABAJO
Seguíamos nuestro camino río abajo, luchando contra el calor y la monotonía, nuestros únicos enemigos. Hoy en día, en Amazonia no existe peligro alguno —salvo las bestias, las enfermedades y el río mismo— si no se busca más allá de las márgenes, tierra adentro.
Las tribus hostiles han huido de lo que es el Gran Río, y rara vez se les ve asomar por sus orillas. A sólo unas jornadas al interior, sin embargo, existen inmensas regiones en las que todo continúa como cuando Orellana pasara por aquí y los indios les daban grandes trabajos de guerras, de los que fray Gaspar de Carvajal da cuenta en su Diario de la expedición:
… Viniendo caminando con nuestro acostumbrado trabajo y mucha hambre, un día a mediodía llegamos a un asiento alto que pareció haber sido poblado y tener alguna disposición para buscar alguna comida o pescado, y fue aqueste día, día de San Juan Ante-portam-latinam, que era seis de Mayo, y allí surgió un caso que no le osara escribir si no tuviera tantos testigos que a ello hallaron presente; y fue que un compañero ya nombrado, que es el que dio orden en el bergantín, tiró a una ave con una ballesta, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja y cayó en el río, y estando en ninguna confianza de cobrar la nuez, otro compañero llamado Contreras echó un anzuelo en el río con una vara y sacó un pescado de cinco palmos, y como era grande y el anzuelo pequeño fue menester sacarlo con maña, y, abierto, dentro del buche se halló la nuez de la ballesta, y así se reparó que no fue después poco menester, porque después de Dios, las ballestas nos dieron las vidas.
Cumplidos doce días de Mayo llegamos a las provincias de Machiparo, que es muy gran señor y de mucha gente, y confirma con otro señor tan grande llamado Omaga, y son amigos que se juntan para dar guerra a otros señores que están la tierra dentro, que les vienen cada día a echar de sus casas. Este Machiparo está asentado sobre el mismo río en una loma, y tiene muchas y muy grandes poblaciones que juntan de pelea cincuenta mil hombres de edad de treinta años hasta setenta, porque los mozos no salen a la guerra ni en cuantas batallas nosotros con ellos tuvimos no les vimos, sino fueron viejos, éstos muy dispuestos tienen bozos y no barbas.
Antes que llegásemos a este pueblos con dos leguas vimos estar blanqueando los pueblos, y no habíamos andado mucho cuando vimos venir por el río arriba muy gran cantidad de canoas, todas puestas a punto de guerra, lucidas, y con paveses, que son de conchas de lagarto y de cueros de manatís y de dantas, tan altos como un hombre, porque todos cubren. Traían muy gran grita, tocando muchos tambores y trompetas de palo, amenazándonos que nos habían de comer. Luego el capitán mandó que los dos bergantines se juntasen porque el uno al otro se favoreciese, y que todos tomasen sus armas y mirasen lo que tenían delante y viesen la necesidad que tenían de defender sus personas y pelear por salir a buen puerto, y que todos se encomendasen a Dios, que Él nos ayudaría en aquella necesidad grande en que estábamos; y en este medio tiempo los indios se venían acercando, y hechos sus escuadrones, para no tomar en medio, y así venían tan ordenadamente y con tanta soberbia, que parecía que ya nos tenían en las manos. Nuestros compañeros estaban todos con tanto ánimo que les parecía que no bastaba para cada uno cuatro indios, y así llegaron los indios hasta que nos comenzaron a ofender. Luego el capitán mandó que aparejasen los arcabuces y ballestas. Aquí nos aconteció un desmán no pequeño para el tiempo en que estábamos, que fue que los arcabuceros hallaron húmeda la pólvora, a causa de lo cual no aprovecharon nada, y fue necesario que la falta de los arcabuces supliesen las ballestas; y así, comenzaron nuestros ballesteros a hacer algún daño en los enemigos, porque estaban cerca y nosotros temerosos; y visto por los indios que tanto daño se les hacía, comenzaron a detenerse, no mostrando punto de cobardía, antes parecía que les crecía el ánimo, y siempre les venía mucha gente de socorro, y todas las veces que les venía nos comenzaban a acometer tan osadamente que parecía que querían tomar a mano los bergantines. Desta manera fuimos peleando fasta llegar al pueblo, donde había muy gran cantidad de gente puesta sobre las barrancas en defensa de sus casas. Aquí tuvimos una batalla peligrosa, porque como había muchos indios por el agua y por la tierra y de todas partes nos daban cruda guerra; y así fue necesario, aunque con riesgo al parecer de todas nuestras personas, acometimos y tomamos el primer puesto a donde los indios no dejaban de saltar en tierra a nuestros compañeros, porque la defendían muy animosamente; y si no fuera por las ballestas, que aquí hicieron señalados tiros, por donde pareció ser bien providencia divina lo de la nuez de la ballesta, no se ganara el puerto; y así, con esta ayuda ya dicha zabordaron los bergantines en tierra y saltaron al agua la mitad de nuestros compañeros y dieron en los indios de tal manera que los hicieron huir, y la otra mitad quedó en los bergantines defendiéndolos de la otra gente que andaba en el agua, que no dejaban, aunque estaba ganada la tierra, de pelear, y aunque se les hacía daño con las ballestas, no por eso dejaban de seguir su mal propósito. Ganado el principio de la población, el capitán mandó al alférez que con veinticinco hombres corriesen la población y echasen los indios de ella y mirasen si había comida, porque pensaba de descansar en el sobredicho pueblo cinco o seis día para nos reformar del trabajo pasado; y así, fue el alférez y corrió media legua por el pueblo adelante, y esto no sin trabajo, porque aunque los indios se retraían, íbanse defendiendo como hombres que les pesaba de salir de sus casas; y como los indios, cuando no salen con su intención al principio, siempre huyen hasta la segunda instancia a resolver en sí, como digo, huyendo; y visto por el dicho alférez la mucha población y gente, acordó de no pasar adelante, sino dar la vuelta y decir al capitán lo que pasaba. Y así volvió sin que los indios le ficiesen mal, y llegado al principio de la población, halló que el capitán estaba aposentado en las casas y todavía le daban la guerra por el agua, y le dijo todo lo que pasaba y cómo había gran cantidad de comida, así de tortugas en corrales y alberques de agua, y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto en tanta abundancia que había para comer una real de mil hombres en un año; y visto por el capitán el buen puerto, acordó de recoger comida para descansar, como dicho tengo y para esto mandó llamar a Cristóbal Maldonado y le dijo que tomase una docena de compañeros y fuese a coger toda la comida que pudiese y así fue, y cuando llegó halló que los indios andaban por el pueblo sacando la comida que tenían. El dicho Cristóbal Maldonado, trabajó de recoger la comida y teniendo recogidas más de mil tortugas, revuelven los indios y de segunda vez ya mucha cantidad de gente y muy determinados de los matar y pasar adelante a dar donde estábamos con el capitán; y visto por el dicho, acometiólos, y aquí se detuvieron mucho, porque los indios eran más de dos mil y los compañeros que estaban con Cristóbal Maldonado no eran más que diez y tuvieron bien qué hacer para se defender. Al cabo dióse tan buena maña que se desbarataron, y vuelven a coger la comida y desta segunda pelea venían ya dos compañeros heridos; y como la tierra era muy poblada y de cada día los indios se reformaban y rehacían; tornan a resolver sobre el dicho Cristóbal Maldonado, tan denodadamente, que quisieron y pusieron por obra de tomar a manos a todos, y desta arremetida hirieron seis compañeros muy mal, unos pasados brazos y a otros piernas, y al dicho Cristóbal Maldonado pasaron un brazo y le dieron un varazo en el rostro. Aquí se vieron en muy gran aprieto y necesidad, porque los compañeros, como estaban heridos y muy cansados, no podían ir atrás ni adelante, y así pensaron todos ser muertos, y decían que se volviesen a donde estaba su capitán, y el dicho Cristóbal Maldonado les dijo que no pensasen en tal cosa, porque él no pensaba de volver a donde estaba su capitán quedando los indios con victoria; y así recogió de los compañeros los que estaban para pelear, y se puso en defensa, y peleó tan animosamente que fue parte para que los indios no matasen a todos nuestros compañeros.
En este tiempo los indios habían venido por la parte arriba a dar por dos partes a donde estaba nuestro capitán, y como estábamos todos cansados del mucho pelear y descuidados, pensando que teníamos las espaldas seguras por andar Cristóbal Maldonado fuera, pareció que Nuestro Señor alumbró al capitán para que enviase al sobredicho, que a no le enviar, o no se hallar donde se halló, tengo por cierto que corríamos mucho riesgo de las vidas; y, como digo, nuestro capitán y todos estábamos descuidados y desarmados, de tal manera, que los indios tuvieron lugar de entrar en el pueblo a dar en nosotros sin que fuesen sentidos, y cuando se sintieron andaban entre nosotros y tenían derribados cuatro de nuestros compañeros muy mal heridos; y en este tiempo los vio un compañero nuestro llamado Cristóbal de Aguilar, el cual se puso delante peleando muy animosamente, dando alarma, la cual oyó nuestro capitán, el cual salió a ver lo que era, desarmado, con una espada en la mano, y vio que tenían los indios cercadas las casas donde estaban nuestros compañeros; y demás desto estaba en la plaza un escuadrón de más de quinientos indios. El capitán comenzó a dar voces, y así salieron nuestros compañeros tras el capitán y acometieron al escuadrón con tanto denuedo, que los desbarataron, haciendo daño a los indios, pero no dejaron de pelear y defender de manera que hirieron nueve compañeros de malas feridas. Y al cabo de dos horas que andábamos peleando, los indios fueron vencidos y desbaratados, y los nuestros muy cansados…
Más adelante fray Gaspar reseña la llegada de la expedición al río Negro, y el extraño descubrimiento que hicieron en un poblado, de grandes maquetas representando las ciudades de las amazonas, a las que los indígenas rendían un culto idolátrico.
… Este mismo día, saliendo de allí, prosiguiendo nuestro viaje, vimos otro río grande, a la mano siniestra, que entraba en el que nosotros navegábamos, el agua del cual era negra como tinta y por esto le pusimos nombre del Río Negro, el cual corría tanto y con tanta ferocidad que en más de veinte leguas hacía raya en la otra agua, sin revolver la una con la otra. Ese mismo día vimos otros pueblos no muy grandes. Otro día siguiente de la Trinidad holgó el capitán y todos en unas pesquerías de un pueblo que estaba en una loma, donde se falló mucho pescado, que fue socorro y gran recreación para nuestros españoles, porque hacía días que no habían tenido tal posada. Este pueblo estaba en una loma apartado del río como en frontera de otras gentes que les daban guerra, porque estaba fortificado de una muralla de maderos gruesos, y al tiempo que nuestros compañeros subieron a este pueblo para tomar comida, los indios lo quisieron defender y se hicieron fuertes dentro de aquella cerca, la cual tenía no más que una puerta, y comenzáronse a defender con muy gran ánimo; mas, como nos veíamos la necesidad, determinamos de acometerlos, y así, en esta determinación, se acometió por la dicha puerta, y entrando dentro sin ningún riesgo, dieron en los indios y pelearon con ellos hasta los desbaratar, y luego recogieron comida, que había en cantidad.
El lunes adelante partimos de allí pasando siempre por muy grandes poblaciones y provincias, proveyéndonos de comida lo mejor que podíamos cuando nos faltaba. Este día tomamos puerto en un pueblo mediano, donde la gente nos esperó. En este pueblo estaba una plaza muy grande, y en medio de la plaza estaba un tablón grande de diez pies en cuadro, figurada y labrada de relieve una ciudad murada con su cerca y con una puerta. En esta puerta estaban dos torres muy altas de cabo con sus ventanas, y cada torre tenía una puerta frontera y una de la otra, y en cada puerta estaban dos columnas, y toda esta obra ya dicha estaba cargada sobre dos leones muy feroces que miraban hacia atrás, como recatados el uno del otro, los cuales tenían en los brazos y uñas toda la obra, en medio de la cual había una plaza redonda; en medio desta plaza estaba un agujero por donde ofrecían y echaban chicha para el sol, que es el vino que ellos beben, y el sol es en quien ellos adoran y tienen por su Dios. En fin, el edificio era cosa mucho de ver, y el capitán y todos nosotros espantados de tan gran cosa, preguntó a un indio que aquí se tomó qué era aquello o por qué memoria tenían aquello en la plaza, y el indio dijo que ellos eran subjetivos y tributarios a las amazonas, y que no las servían de otra cosa sino de plumas de papagayos y de guacamayos para forros de los techos de las casas de sus adoratorios, y que los pueblos que ellos tenían eran de aquella manera, y que por memoria lo tenían allí, y que adoraban en ello como en cosa que era insignia de su señora, que es la que manda toda la tierra de las dichas mujeres. Hallóse también en esta misma plaza una casa no muy pequeña, dentro de la cual había muchas vestiduras de plumas de diversos colores, las cuales vestían los indios para celebrar sus fiestas y bailar cuando se querían regocijar delante deste tablón ya dicho, y allí ofrecían sus sacrificios con su dañada intención.
Salimos luego deste pueblo y dimos luego en otro muy grande que tenía el mismo tablón y divisa que es dicha; este pueblo se defendió mucho, y por espacio de más de una hora no nos dejaron saltar en tierra, pero al cabo hubimos de saltar, y como los indios eran muchos y cada hora crecían no se querían rendir; pero visto el daño que se les hacía acordaron de huir, y entonces tuvimos lugar, aunque no mucho, para buscar alguna comida, porque ya los indios se revolvían sobre nosotros, pero nuestro capitán no quiso que aguardásemos, pues que no podíamos ganar nada en la mercancía, y así mandó que nos embarcásemos e nos fuésemos, y así fue…
A estas alturas del viaje —3 de junio de 1542—, a los cuatro meses de su llegada al cauce del Amazonas, los expedicionarios entraban por tanto en la región más poblada y rica del río, mucho más habitada en aquellos tiempos que hoy en día, por más que en la actualidad aquí se alce Manaos, que con sus cien mil habitantes es, sin discusión, la mayor de las ciudades de la selva, el más importante de sus puertos, y el centro que aglutina toda su vida comercial.